Era sábado por la tarde y Pedro apareció por casa con su secretaria. Tenía que terminar esa noche un importante proyecto y ella venía a echarle una mano. La joven había venido acompañada de su marido Raúl, ya que les había parecido una buena idea que, mientras ellos trabajaban, Raúl y yo nos hiciésemos compañía mutuamente. Mi marido y su secretario se metieron en el despacho y yo acompañé al marido de la chica al salón. Nos sentamos en el sofá y le ofrecí una bebida, la cual él aceptó gustoso.
Desde el principio me di cuenta de que el chico no despegaba los ojos de mi cuerpo. Sin duda le gustaba. A mí, por otra parte, la belleza, juventud y musculatura del chico me cautivaron. Llegó la hora de cenar y mi marido seguía sin salir del despacho. Como nos habían dicho que no les molestásemos bajo ningún concepto, decidí preparar la cena para el joven y para mí. Durante toda la cena me dediqué a coquetear con él y él, por su parte, con suaves y disimulados gestos, me hacía entender que le gustaba.
Al finalizar la cena pasamos a la biblioteca. Yo ya estaba con varias copas en el cuerpo e iba apareciendo en todo mi ser ese calorcillo y fuerte cosquilleo que invariablemente me indica con claridad que el nivel de excitación me está subiendo peligrosamente. Y digo peligrosamente porque cuando eso me ocurre no puedo evitar que se me nuble completamente el entendimiento y la razón. Mientras Pedro y su secretaria seguían trabajando en el despacho yo compartía con Raúl un trago, frente a frente, en los sillones que están a unos tres metros de donde se encontraba mi marido.
Descaradamente, y sin importarme el peligro, me subí la falda y abrí completamente mis piernas. Raúl no dejaba de observarme. Me acaricié suavemente por encima de mis braguitas las cuales poco a poco fui quitándome dejando a la vista del chico mi sexo en plenitud. Luego, comencé a jugar con mis pechos. Abrí mi blusa y, sacando mis tetas del sujetador, las acaricié y besé lujuriosamente. Mientras seguía jugando y me movía disimuladamente, Raúl sacó su verga del pantalón y empezó a masturbarse sensacionalmente para mí. Cuando por fin el chorro de semen salió disparado, colocó rápidamente su copa y dejó caer el precioso jugo en ella para así no manchar la alfombra. Para entonces yo ya había disfrutado de un delicioso orgasmo.
Escuchamos cómo se abría la puerta del despacho y nos arreglamos rápidamente. Me acerqué un momento al joven y regalándole mis bragas le pedí que cambiáramos las copas. No había hecho más que sentarme en el sofá cuando Pedro y su secretaria hicieron su entrada en la biblioteca. Les serví una copa para cada uno y tomé asiento al lado de mi marido. Tengo que reconocer que el simple hecho de beberme el semen de Raúl en compañía de su mujer y de Pedro me llevó a alcanzar un segundo y placentero orgasmo que tuve que disimular con todas mis fuerzas.
Cuando nos despedimos, un pequeño beso del joven, que rozó mis labios me indicó que se iba más que satisfecho por haber acompañado a su mujer a una aburrida reunión de trabajo.