Estaba en los grandes almacenes con una misión. Había visto
en la tele un anuncio de la tienda de lencería Victoria's Secret y tenía pensado
comprar un par de cosas. Era casi la hora de cerrar y cuando entré, la tienda
estaba prácticamente desierta. Había varias dependientas por allí, reordenando
mesas y colocando la ropa en sus respectivos percheros. Una joven pareja estaba
junto a una mesa cubierta de braguitas y tangas, rebuscando entre las prendas y
riendo con timidez...
Fui hasta el fondo de la tienda y me acerqué a un expositor sobre el que había
un cartel de 50% de descuento... Miré detenidamente todas aquellas delicadas
prendas de encaje, de seda, de satén. Ni siquiera había reparado en el caballero
que había en el rincón... un atractivo hombre vestido con vaqueros, camiseta y
una gorra de béisbol de los Yanquis de Nueva York. Estaba curioseando el
contenido de un expositor de sujetadores con estampados de animales salvajes y
diseños florales. Me hizo sentir cohibida... aunque él no parecía avergonzado de
estar solo en una tienda de lencería... y de pronto me encontré preguntándome
por la mujer para la que estaría comprando aquella ropa. Me asombraba que
ninguna dependienta se hubiese abalanzado sobre él ya. Era taaaaaan guapo...
De pronto, se dio la vuelta y me miró, y yo rápidamente volví a bajar la mirada
hacia la ropa. No quería que me sorprendiese mirándole. Cuando volví a levantar
los ojos, él todavía me estaba mirando. Sonreí... y luego me reí... ¡Me había
cogido! Decidí que lo mejor sería tomar la iniciativa. Olvidando mi timidez, me
puse un sujetador blanco por encima de mi camiseta y le miré con una expresión
como preguntándole, "Bueno, ¿qué te parece?". Me miró con detenimiento, como
evaluándome y afirmó ligeramente con la cabeza, como diciendo, "No está mal...
no está mal". Cogí otro... este de color azul cobalto con un ribete de encaje
negro."¿Y éste?" Sus cejas se elevaron... "Sííí... precioso..." parecía decir.
Me acerqué a su expositor... "¿Qué tienes aquí para mí?" Empezó a rebuscar y
sacó uno negro y dorado con un salvaje estampado de leopardo. Lo puso sobre su
pecho...
- ¿Qué tal? -me preguntó.
- Así que te va la ropa de mujer... -le dije sonriendo.
- No, es para ti... dijo acercándose a mí.
- No me imagino en plan novia de Tarzán... -dije riendo.
Y entonces...
Sentí un cosquilleo...
Una sensación de aventura y desafío...
Algo en ese hombre me estaba poniendo a cien...
Le quité la pequeña percha con el sujetador de leopardo y cogí su mano para
llevarle a los probadores. Sentí algo como una pequeña descarga eléctrica cuando
tocó mi mano con sus dedos. Cuando llegamos le dije que se quedase allí un
instante... que no se moviese... y entré al probador.
"Dios mío, Ellen... ¿qué estás haciendo?", me preguntaba una y otra vez... "Esto
es una locura... Está casado... Joder, y yo también... Pero, ¿a quién le
importa? Jamás volveré a ver a este tío... y además... está tan bueno...
Así que, quitándome rápidamente la camiseta y el sujetador, me puse el que él
había elegido, el de leopardo. Me ajusté los tirantes de forma que mis pechos
sobresaliesen deliciosamente de las copas, moví estas de un lado a otro para que
se ajustasen perfectamente a mis curvas y por último el toque definitivo: metí
un poquito la tripa para que mis tetas resaltasen todavía más... Me miré en el
espejo. No estaba mal, nada mal para una chica de mi edad.
Abrí un poquito la puerta. Todavía estaba allí... Dios mío, las mariposas de mi
estómago estaban convirtiéndose en pájaros, en enormes pájaros, gallinas
quizá... Estaba empezando a asustarme, así que respiré hondo y abrí la puerta.
- ¿Y bien? -me di la vuelta y se lo enseñé como una modelo de pasarela, dejando
que admirase su elección en toda su gloria.
Me incliné hacia delante, dejando que comprobase con sus propios ojos el escote
que me hacía aquella maravillosa prenda. Recorrí con mis manos el ribete de
encaje como si fuese una de las chicas de El Precio Justo enseñando una
lavadora. Rodeé mis pechos con ambas manos sintiendo su peso y su tamaño, y
luego pasé los pulgares por mis pezones, cada vez más duros. Me sentía
traviesa... y exótica... y excitada. La expresión que veía en la cara de aquel
tío era justo la reacción que había esperado. E incluso más. Eché un vistazo a
su bragueta y me di cuenta de que mi excitación era contagiosa.
- ¿Te gusta? -le pregunté con una pizca de atrevimiento.
- Gggggggggg -fue lo único que fue capaz de responder.
Le cogí de una mano. Una parte de mí quería atraerle al interior del probador,
atacarle y dejar que la naturaleza siguiese su curso, pero... pero... pero.
En vez de eso, puse su mano sobre uno de mis pechos, dejándole sentir el suave
tacto del satén... y con la otra mano me desabroché el sujetador, dejando que
los tirantes cayesen deslizándose por mis hombros. Entré de espaldas en el
probador dejando el ya vacío sujetador en su mano y cerré la puerta,
abandonándole fuera. Volví a vestirme lentamente, sintiéndome casi avergonzada
por lo que acababa de hacer. Un par de minutos después, llamaron a la puerta. Al
oírlo, casi se me sale el corazón por la boca.
- ¿Señora? Cerramos dentro de cinco minutos -dijo una voz de mujer.
Salí del probador y miré por todas partes. El tío bueno de la gorra de los
Yanquis no estaba por ningún lado. Por un lado sentí alivio, aunque también algo
de decepción. Cogí dos sujetadores y me acerqué a la caja sin ni siquiera
molestarme en probármelos. Sabía que me sentarían bien y además, no hubiera sido
tan divertido como con el de leopardo.
- Perdone -me dijo la cajera al pagar- El caballero con la gorra de béisbol me
dijo que le diera las gracias por su ayuda. Al parecer, le ha ayudado usted a
decidir qué sujetador comprarle a su mujer. Ha comprado dos... y quería que se
quedase usted con uno.
Sonreí. Y luego empecé a reírme a carcajadas.
Cuando volví a casa llevaba tres sujetadores. Después de todo, quizás sí dé el
tipo de novia de Tarzán...