COMETAS.
Yo nunca he sido precoz en nada, salvo quizás, en sacarle brillo a mi polla.
Hace tanto tiempo que pasó el Halley, que por aquel entonces ni siquiera había dado mi primer beso y ni de coña sospechaba que tardaría tanto como tardé en darlo.
Mi colega Paco y yo debíamos de ir a séptimo de EGB, y Silvia a octavo. Silvia era como los personajes que interpretaba Molly Ringwalld en las películas de John Hughes. Calcetines verdes y sonrisa blanca, mallas rosas y ojos castaños. Ni de broma era de las guapas del colegio, pero a Paco y a mí nos tenía en el bote. A pesar de que los dos estábamos colgados de ella, no teníamos un rollo competitivo, sino que entre nosotros había una especie de hermandad entre perdedores, como Dos hombres y un destino en versión teen.
Faltaban pocos meses para que el cometa Halley pasara junto a la Tierra y Silvia estaba obsesionada con éste acontecimiento. Decía que el cometa cambiaría nuestras vidas. Para congraciarnos con ella, Paco y yo nos pasamos una semana entera encerrados en casa programando una utilidad en el ordenador (un Spectrum de los de 48K) que era capaz de dar la fecha de todas las veces que el Halley había pasado y pasaría por la Tierra. Cuando se lo enseñamos, ella no pareció muy impresionada, pero fue suficiente para hacer que se uniera a nuestro minúsculo grupo, a pesar de que ser amiga del gordito y el larguirucho, no fuera el colmo de la popularidad.
Ella recibía clases de ballet, danza, o algo así. Lo habitual
era que las chicas hicieran eso, y los chicos judo o karate. Ni Paco ni yo
hacíamos nada parecido. Invertíamos nuestras tardes en hablar de lo maravillosa
que era Silvia, y después, nos íbamos a buscarla a la salida de sus clases.
Esto, que ya de por sí resultaba galante para un par de perdedores de doce años,
era doblemente meritorio teniendo en cuenta que la academia se encontraba en uno
de los extremos del barrio, justo el que lindaba con un poblado de chabolas.
Siempre llegábamos veinte minutos antes de la salida, no fuera a ser que por
alguna razón ella saliera antes de lo habitual y se tuviera que volver sola.
Durante la espera, veíamos la puesta de sol sobre el poblado, y la ciudad, que a
pesar de estar a golpe de autobús, se nos antojaba increíblemente lejana. Los
yonkis pasaban a nuestro lado tambaleándose como zombis a causa del mono, y
nosotros nos quedábamos allí plantados, aterrados ante la idea de que pudieran
acercársenos e imaginando historias en las que atacaban a Silvia, que en el
último momento, era rescatada a lo Chuck Norris por nosotros.
Cuando por fin salían las chicas, nos levantábamos de un salto y nos poníamos a mirar entre las cabezas a fin de encontrar la de nuestra amada. Por muchas veces que fuéramos a buscarla, siempre nos quedábamos cortados, como si fuera nuestra primera cita (de hecho, en un buen montón de años, fue lo más parecido a una cita que tuvimos), al verla salir con esa magia que tienen las mujeres recién salidas de la ducha.
Así, nos íbamos andando hasta su casa, con ella en el centro escoltada por los parias del colegio. Todos los días, nos empollábamos un libro que nos habíamos comprado sobre el cometa Halley para tener algo interesante que decir. Cuando nuestro comentario, casualmente dejado caer, tenía éxito, nos convertíamos en los tíos más grandes del mundo. Solían ser los comentarios de Paco los que más atraían su atención, no sé si porque eran más interesantes, o porque era peor ser gordo que larguirucho, pero en aquella época sí que teníamos claro lo de que cuando vence uno, vence el equipo.
Juntos planeábamos quedar para ver el cometa de noche cuando por fin se hiciera visible, convencidos de que Silvia estaría en lo cierto, y que su estela realmente cambiaría nuestras vidas. No sé lo que Paco esperaría del cometa, pero Silvia deseaba convertirse en un ser más evolucionado, y yo, pasarme el resto de la vida junto a ella, aunque fuera sin evolucionar.
Nunca llegué a ver el cometa, y no sé si cambió nuestras vidas, pero de Silvia, me llegaron rumores de que estaba casada y con tres hijos y la última vez que vi a Paco, fue hace no demasiado, e iba al poblado chabolista en busca de una dosis.