Una noche de este pasado mes de Julio, mi novio David y yo salimos a pasear por la orilla del lago que hay cerca de la casa donde mis padres y yo veraneamos. David había venido a pasar unos días conmigo. Yo tengo 17 años y él 18, y se puede decir que tiene mucha más experiencia, sexualmente hablando, que yo. La verdad es que es el primer chico con el que he salido. Había decidido que aquella noche me entregaría totalmente a él, si sabéis lo que quiero decir.
- Magda, tú sabes que te quiero, ¿verdad? -me dijo.
- Claro David... -le contesté, intentando armarme de valor para proponérselo-
Oye, ¿quieres hacer el amor conmigo?
- ¿Sabes? -me dijo- Eso mismo te iba a preguntar yo a ti. Sí, quiero hacerlo.
- ¿De veras? -le pregunté algo más aliviada.
- Por supuesto. Ya te he dicho que te quiero -me contestó- Mira, como tus padres
han salido esta noche podríamos hacerlo en tu casa. Si no te importa.
Volvimos a mi casa y fuimos directamente a mi habitación. David empezó a besarme y, casi sin darme cuenta, me fue desnudando poco a poco. Me levantó con sus fuertes brazos y yo cerré las piernas en torno a su culo. Podía sentir su dura polla apretándose contra mi húmeda y desnuda raja. Me llevó así hasta el cuarto de baño y me dejó en la ducha (la cual era enorme, un capricho de mis padres...) Se quitó la ropa y entró a la ducha conmigo. Una vez dentro, David se echó gel de ducha en las manos y empezó a frotar mi cuerpo con ellas, prestando especial atención a mi coño, por el que las movía de arriba a abajo, muy lentamente. Me preguntó si no me importaría que saliésemos de la ducha, por si acaso resbalábamos y nos hacíamos daño. Volvió a levantarme con sus brazos y me llevó hasta la cocina en la misma posición que antes. Esta vez noté su polla contra mi coño sin el estorbo de su pantalón. La noté dura y muy caliente.
Me dejó sobre uno de los bancos de la cocina y separó mis piernas. Empezó a meterme el dedo en el coño y luego se puso a lamerme el clítoris. Me metía la lengua por todos los rincones, incluso por mi preciado y húmedo agujero. Ya no podía más, y empecé a gritar y a gemir de placer. Después de lo que me pareció una eternidad, me bajó del banco, luego se subió él y me sentó encima suyo. Empezó a follarme por detrás. Sentir aquella polla dentro de mi coño me puso aún más caliente. Tenía hambre de sexo y no pensaba parar hasta quedar satisfecha. Después de un rato, me cogió en brazos y me llevó de nuevo a mi dormitorio donde me tumbó en la cama.
Cogió un rotulador de mi mesa de trabajo. Uno de esos redondos y tan gruesos que sirven para subrayar. Era lo suficientemente grande como para hacer que mi estrecho coño se hiciese un poco más ancho, según me explicó. Me vendó los ojos con un pañuelo que encontró en uno de mis cajones para que no me asustara y me ató las muñecas y los tobillos a la cama con otros. Sentí que colocaba el rotulador en la entrada de mi húmedo coño y poco a poco lo fue introduciendo. Grité por el dolor que me hizo sentir (¿o fue de placer?) Parece que aquello no le causaba el más mínimo placer a él, así que me sacó el rotulador y empezó a follarme con su tiesa verga. Me la metió hasta el fondo con la primera embestida, y siguió así, entrando y saliendo sin parar, rápidamente. Tan rápido que mi coño me dolía, en parte por el dolor en sí y en parte por el placer que estaba sintiendo.
Seguimos durante dos horas explorando mi recién estrenado coño, y hubiésemos seguido mucho más si mis padres no hubiesen llegado. Lástima. Se había acabado la diversión. Aunque... aún quedaba mucho verano por delante.