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Los domingos

en Fetichismo

LOS DOMINGOS

Me gustan los domingos. Me paso la semana esperando el domingo. Debéis pensar que soy un demente o que tengo un trabajo privilegiado. No, yo también curro los lunes. Hace unos meses me pasaba todo el domingo cabreado porque el lunes tendría que trabajar y me tendría que levantar temprano. Bueno, un poco como todo el mundo ¿no?

La verdad es que antes odiaba todo el ritual del domingo, la tarde anterior al primer día de trabajo de la semana. Cortarme el pelo para que no quedara desigual, siempre lo llevo al uno o al dos. Afeitarme con cuidado para no estropear la perilla... Y visto desde lejos no es gran cosa, lo malo es que mientras lo hacía no paraba de pensar en el día siguiente, en el trabajo y lo aburrido y agotador que resultaría. ¿Y por qué diablos me gustan ahora las tardes de domingo? Os preguntareis. Bueno, todo fue culpa de Paula, mi novia. Hace casi medio año que decidimos dar un paso adelante en nuestra relación, viviendo los dos en mi piso. Ella trabajaba de cajera en un super de la esquina al que yo siempre acudía. Durante todo el flirteo fuimos la ruina del supermercado. Nos pasábamos tanto rato bromeando y hablando mientras ella cobraba mis compras que los demás clientes llegaron a quejarse. Dadas las quejas del jefe de Paula, tuve que limitar mi presencia en el super, pero supe aprovechar este inconveniente invitándola, a propósito de lo ocurrido, al cine y a fiestas, para poder estar más con ella.

La verdad es que éramos tal para cual. Desde el principio me dijo "Oye, no estoy dispuesta a seguir saliendo contigo si lo único que quieres es follarme". Yo, alucinado, intenté ser serio y le contesté que el sexo es algo muy importante para un hombre de mi edad (24 años) en una relación, pero que no lo era todo. Paula, poco convencida, bailó para mí esa noche sobre mi cintura, otorgándome la experiencia sexual más satisfactoria desde que, por accidente, se me quedó un día la polla atrapada en la boca de un aspirador encendido. Paula no era una modelo, ni siquiera se acercaba a los requisitos, pero era toda mujer y yo no me podía resistir. Yo le iba a decir que había sido genial y tal con mi cara más sincera pero ella no se detuvo ahí. Me chupó, folló y violó tantas veces que me sacó el semen de un mes entero en una sola noche. Como comprenderéis, vosotros, compañeros, eso es algo de lo que no se sale de pie. Agotó todo mi apetito y entonces me preguntó "¿Y ahora qué? ¿Quieres seguir saliendo conmigo?" Yo no respondí esa misma noche, me sentía como un estropajo sin pulmones.

Pasamos una semana o dos un poco distantes, al haberse perdido la intriga del sexo entre nosotros, pero poco a poco me di cuenta de que seguía pensando en ella como la compañera ideal para todas las actividades que realizaba. Me armé de valor y la cité para anunciarle que quería salir con ella fuera donde fuera.

Paula no se creyó esto a la primera, así que me volvió a torturar un par de veces más. Casi me estaba acostumbrando. Pero ahora ya sabemos lo fuertes que son nuestros lazos. Bueno, que nada, que al final vivimos juntos.

Paula ya me conocía los domingos por la tarde. Siempre mascullo con los dientes apretados, durante el ritual de la tarde, sobre lo hijoputa que es mi jefe o lo agobiante que es levantarse a las seis de la mañana. Pero una tarde entró en el lavabo mientras yo me afeitaba. Me había quitado la camisa de estar por casa para no manchar nada y solo tenía puesto el pantalón corto de deporte. Me observó un rato mientras me afeitaba. Estuvo como cinco minutos sin hacer otra cosa. Ya me estaba empezando a poner nervioso. Moví el culo delante de ella, para ver si me decía algo, pero eso no la alteró. Se acercó a mi un poco después y cogió un puñado de la espuma de afeitar que cubría mi cara. Me bajó el pantalón hasta las rodillas y me restregó toda esa pasta blanca por mi entrepierna. Agarró mi rabo y los huevos con una sola mano y los masajeó durante un rato. Me apretaba con delicadeza pero firmemente el escroto contra mi cintura, atrapando mi falo entre mis pelotas, embadurnando mis genitales a consciencia con el suave y resbaladizo producto. Mi cuerpo no tardó en entender que es lo que le estaban tratando de decir, así que mi polla comenzó a adquirir volumen y presencia entre los dedos de Paula. Pronto mis diecisiete centímetros de carne eréctil escaparon al abrazo de Paula y exhibí orgullosamente su gruesa cabeza púrpura enjugada de espuma de afeitar. Pero Paula no estaba muy interesada en mi fastuosa demostración de virilidad y disposición. Me agarró del miembro y tiró de mí hacia la sala de estar de casa. Me dijo "espera aquí" y fue un momento al dormitorio. La esperé vigilando atentamente que mi falo no perdiera "empuje". Paula volvió con un par de toallas de playa que extendió en el suelo y se volvió a marchar. Yo empezaba a inventarme mis historias "Vale, follaremos en el suelo, me destrozaré las rodillas pero será tope primitivo". Mientras consideraba las posibles posturas que me permitía adoptar ese campo de juegos, Paula volvió con una palangana llena de agua y una esponja. Traía un siniestro neceser con ella al que yo no quitaba ojo.

Al ver yo que ella se arrodillaba en el suelo, la cogí de los hombros dispuesto a desnudarla pero ella se deshizo de mí y me dijo "no, tú estírate aquí" señalando a las toallas de playa. Yo pensé "ah, ella encima, está bien". Me estiré y me apoyé sobre los codos, para ver que es lo que hacía ella. Mi falo seguía firme, fiel a la causa. Paula abrió el neceser y sacó una maquinilla de afeitar. Yo me inquieté un poco y le pregunté medio en broma si iba a unirse al club de seguidoras de Lorena Bobbit. Ella se rió, puso algo de música tranquila y me separó los muslos para acercarse a mi entrepierna. Sopesó mis testículos con una mano, noté el plástico de la maquinilla rozar mi trasero cuando Paula lo posó en la parte posterior de mi escroto y lo deslizó con mucha delicadeza hacia arriba. Noté un intenso cosquilleo proveniente de esa parte de mi escroto, que siempre quedaba escondida, pegada a mi cuerpo mientras follaba o me masturbaba. Una gota de fluido blanco brotó de mi polla y se mezcló con la espuma de afeitar. "Vuelve a pasar por ahí..." le pedí a Paula. Ella me dijo que lo volvería a hacer porque todavía había muchos pelos. "¿Me vas a afeitar?" Le pregunté, un poco asustado "¿Qué dirán mis amigos del gimnasio?" Paula ni me miró cuando me contestó "Tu les dirás a ellos que se jodan, que ellos no están afeitados". Y siguió su faena. Me hacía unas cosquillas intensamente placenteras cuando recorría mis huevos. Ahora el izquierdo, luego el derecho... Me afeitó con sumo cuidado y lentitud las caras de mis pelotas y la parte por donde estas se unían a mi polla, que seguía exigiendo con fuerza algo de atención. Mis cojones crecieron, presionando contra la bolsa de piel parda que les cubría. Estaban comenzando a propulsar esperma hacia mi polla. Mi falo lloraba lágrimas blancas de impaciencia mientras mi trasero se rebelaba y se retorcía contra el suelo. Por suerte Paula acabó su faena y pasó una esponja fresca y húmeda por toda mi entrepierna, recreándose en cada centímetro de mi bruñido rabo suplicante. Cuando limpió la bolsa de mis huevos, sentí un frescor y un tacto nuevo allí, entre mis muslos.

Paula puso un espejo entre mis piernas y me preguntó "¿Te gusta?". Mis pelotas estaban rosadas y distendidas, como ciruelas maduras. Brillaban por la humedad y podía distinguir perfectamente el contorno de mis testículos. "Si..." suspiré sorprendido. Paula los masajeó con cuidado un rato mientras yo retozaba sobre las toallas. "Ahora los tienes muy suaves y sedosos... como el vientre de un pájaro" me dijo ella mientras los removía con intensidad. "Si algún día te murieras, te cortaría el escroto y me haría un bolso para monedas con él" Yo sonreí satisfecho y le puse una mirada que ella siempre había advertido que ponía cuando quería que me la mamaran.

Ella sonrió y enterró su cabeza en mi entrepierna. Yo recogí las rodillas y las separé al notar como me lamía el glande, limpio ya de espuma y luciendo su brillante presencia sobre mis afeitadas, bañadas y masajeadas pelotas. Paula ignoró mi rabo otra vez y descendió a mis pelotas, mordisqueándolas y acariciándolas con la lengua. Separó mis huevos con su mentón y rozó insinuante con su nariz mi polla durísima, en ese momento. Yo sabía que a ella no le gustaba en un principio chupármela, pero poco a poco le empezó a gustar ver la gama de caras ridículas que yo podía llegar a mostrar cuando estimulaban mi miembro viril de esa manera. Me succionó brutalmente la cabeza de la polla, hinchándola todavía más. Las venas en mi torre de carne estaban tan llenas que creí que explotarían. El masaje y la estimulación habían sido tan efectivos que perdí el control de mi cuerpo. Comencé a embestir con mis ingles la boca de Paula. Ella se apartó al ver que me corría. Tuve un milisegundo de tiempo para sentirme frustrado y traicionado por que ella no siguió chupando entre el momento en que ella se retiró y yo cogí mi rabo con las dos manos, como si fuera una herida abierta. Mi falo hizo erupción, vomitando chorros de semen a una presión que yo no conocía mientras mis manos abrazaban mi carne y la machacaban, provocándome un orgasmo devastador. Mi cuerpo tembloroso se fue relajando mientras los potentes chorros de cremoso semen se convertían en un goteo tierno y pesado. Cuando todo acabó, mis muslos, mi pecho y mi abdomen estaban cubiertos de leche. El suelo y las toallas también habían tenido su ración.

Paula dijo "debería haber grabado esto en vídeo" y me dijo que me estuviera quieto que ella limpiaría. Me limpió con dedicación. Me duché después y me dormí esa noche sin pensar en el trabajo ni en el sueño que tendría al despertarme. Desde entonces, todos los domingos Paula se ocupa del cuidado y mantenimiento de mis gónadas. Pero acordamos también que el lunes sería el día del coño, que habría un día de la polla, del cabello, de las tetas...

Por eso me gustan los domingos.

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