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El poder del recuerdo

en Hetero: General

El poder del recuerdo.

Estoy hecho polvo, cariño, me has dejado destrozado... Si llego a saber lo bien que te sentaba una escapada a la montaña, no hubiese esperado a celebrar nuestro segundo aniversario en este parador, jejeje. ¡Qué guapa eres!, así,  desnuda, entre mis brazos... Mmmm vaya noche. No me extraña que estés tan profundamente dormida, no te has despertado ni con un beso en el cuello. Pero no importa, te mereces el descanso, tú no tienes la culpa de que siempre me despierte antes de que salga el sol.

Parece mentira, con esa cara que tienes cuando duermes de niña que nunca ha roto un plato. Precisamente eso mismo pensé cuando te conocí; una chica de 18 años, guapa, muy guapa, reálmente eras la chica más linda que jamás había visto. La estatura rozando el 1,70, ese pelo castaño claro ondulado a la altura de los hombros, unos ojos marrones profundos y totálmente cautivadores. Todos los rasgos de tu cara indicaban dulzura, tu amplia sonrisa, mostrando unos dientes blancos y perfectos, unos pómulos sonrosados por el rubor de encontrarte ante alguien desconocido en el momento en el que iban a presentarnos. Y cómo olvidar esa barbilla redondeada que terminaba de dar ese toque deseable a tu rostro... 

Todavía recuerdo la ropa que llevabas, porque me encantaba. Una camisa blanca, semitransparente a los rayos del sol que permitía entrever un sujetador negro que sujetaba unos pechos pequeños pero muy sugerentes, que me llamaban a gritos para agarrarlos. Un pantalón vaquero ajustado, sin bolsillos traseros que remarcaba aún más tu perfecto culo prieto y respingón. Estaba admirando tus piernas cuando escuché la voz más sexy y provocativa que había escuchado nunca, "Hola, me llamo Alba". Ese acento que me vuelve loco, ¿había algo en ti que no fuese perfecto?. Estoy seguro de que no. Me quedé tan aturdido por ese acento que seguro que quedé como un estúpido. "Y... yo... so... soy Daniel, enc... encantado". ¡Qué mejillas tan suaves y cálidas!. En los dos besos de rigor pude notar que estabas casi tan nerviosa como yo.

Nos caímos bien, una semana de tonteo, risas, chistes... salir a tomar café. Ese día estabas increíble, deseaba besarte y no pude evitar acariciar tu cuello, como en un juego, inmediatamente ese rubor que me hacía echarle valor y... tus labios sobre los míos, tus labios cálidos y suaves, mi lengua buscando la tuya, nuestras salivas se confundían, saboreando tu lengua con tal deseo que tuve que agarrarte fuerte por la cintura para que ni se te ocurriese escapar en ese momento. Apoyaste tus brazos sobre mis hombros y como una respuesta automática empecé a acariciar tu espalda mientras mi otra mano bajaba hasta tus glúteos, mi lengua aumentaba su velocidad intentado llegar a todos los rincones de tu boca. Notaba como tu deseo también aumentaba, te pegabas a mí, sabía que notabas mi excitación a través del bulto que se estaba formando en mis pantalones.

Con mis dos manos sobre tus duros glúteos, te apreté contra mí, fuerte, me miraste un solo segundo con tus ojos llenos de un brillo que me puso, si cabe, aún más alterado. De un salto me rodeaste la cintura con tus piernas. Besabas mi lengua, mojabas mis labios y yo, sin poder parar de acariciar ese culo que me estaba volviendo loco, sentía la dureza de tus pechos sobre la camiseta... menos mal que paraste en ese momento, dándote cuenta que la gente ya estaba disfrutando también de nuestro espectáculo. Me mordiste el labio inferior con tal fuerza que al poco empecé a notar como un líquido caliente se posaba en mi lengua y no era mi saliva precisamente. "No ha estado mal", dijiste con un tono y un gesto en tu cara que hacía que todo tu ser pasase de lo angelical a lo pecaminoso en un solo segundo. No pude evitar fijarme en ese culo que hacía poco había tenido en mis manos mientras te dirigías a la puerta. Sabía que tenías que ser mía, que me deseabas como yo a ti, y te tendría que poseer aunque fuese lo último que hiciese en mi vida. La atracción animal era inevitable.

Nunca te lo he dicho, pero estuviste increíble cielo, te juro que porque paraste, si no te habría hecho el amor allí mismo. En los 3 meses que estuvimos saliendo antes de cumplir mi objetivo, no pude quitarme de la cabeza la idea de que estuvieses desnuda delante de mí. Me imaginaba tu pubis, tus pezones erectos pidiendo a gritos que los chupase... con razón me decían que iba con cara de salido todo el día. ¿Quién no lo estaría si estuviese saliendo con la chica más bella y atractiva del mundo?. Pero a los tres meses... Mi casa se quedó sola, mis padres de viaje y mis hermanos en no sé qué estúpida exposición en Madrid. Sabías lo que podría pasar, pero aceptaste mi invitación a cenar. Una cena tranquila y suave, vino, música de fondo, sé que la música no era lo más convencional del mundo, pero no hay mejores baladas que las baladas rock y heavy. De postre mousse de frambuesas, sabía lo que te gustaba. Después de la cena sentados tranquilamente en el sofá del salón, hablando, sabía que me estabas contando algo importante pero mi mano iba en piloto automático y ya iba acariciando tu muslo, besaba tu cuello, tan suave, y con tu piel tan tersa. 

Besos suaves, delicados, para que sintieses el tacto sobre tu piel, sabía lo que te gustaba; lo notaba en tu respiración, iba aumentando, sólo con unos besos y unas inocentes caricias. Tus manos ya me iban quitando la camisa y las mías sintiendo la cara interna de tus muslos por encima del pantalón. Mis besos seguían aumentando el ritmo, detrás de tus orejas, rozando los lóbulos, iba hacia tu barbilla e intentaste besarme, pero yo fuí más rápido y seguí mi camino hacia el otro lado de tu cuello, parándome unos segundos en el escote de tu top. Notaba tu corazón bombear al ritmo de tus caricias en mi espalda. Besaba tus hombros y de nuevo a tu barbilla, quería que disfrutases poco a poco... y cuando mis labios llegaron por fin a unirse con los tuyos, mi mano también llegó por fin a tu entrepierna, subiéndola y bajándola por encima de la ropa, notando el calor que desprendía mientras nuestros besos se iban volviendo salvajes. Jugabas con el pelo de mi pecho entre tus dedos mientras mi mano izquierda que había permanecido fuera de escena hasta ahora, empezó a abrirse paso desde tu cintura y por tu espalda por debajo del top. 

Suaves caricias por la columna, siempre con la yema de los dedos pero... vaya, un sujetador de esos sin tirantes, creía que sólo se utilizaban para los vestidos de noche. Mientras acariciaba tu entrepierna con insistencia, como si quisiese desgastar el pantalón, mi otra mano ya desabrochaba el obstáculo que había encontrado. El suspiro que se escapó de tus labios en ese momento ayudó a completar totálmente mi erección. Estando ya fuera tu sujetador, mi mano se esmeró en sentir tus pechos, acariándolos primero por debajo, sintiendo la curvatura, la calidez y la suavidad. Tú ya ibas por mi bulto habiendo desabrochado el pantalón, por encima del bóxer. 

Nos seguíamos besando, mordiendo nuestros labios para no empezar a gemir como locos. Mis dos manos se dirigieron a tus pechos, agarrándolos con firmeza. Tú ya estabas desabrochándote el pantalón y tirándolo muy lejos. Mis manos disfrutaban jugando con tu pecho, tus pezones erectos parecían querer perforarme las palmas. Me dirigí a tu cuello mientras mis manos empezaban a pellizcar tus pezones, estirándolos, acariciando la aureola, siempre en círculos, a veces con los dedos y a veces con toda la palma. Tu respiración en mi oído. ¡¡Fuera el top, MMMMmmm!!, tus pechos botando por el movimiento... mi boca se abalanzó sobre ellos mientras mi mano se dirigía de nuevo a tu entrepierna, notando el calor y la humedad que se estaba formando en tus bragas. 

Verte así, desnuda a excepción de las braguitas, disfrutando de mis chupetones en tus pechos y mi masturbación por encima de tu ropa interior... me ponía muy cachondo, notar tus estremecimientos al apartar las bragas y acariciar el clítoris directamente con mis dedos. Me encanta lamer tus pechos, intentar atrapar tus pezones con mi lengua, envolverlos con los labios y morderlos suavemente... alternar de un pecho a otro. Y tu pubis con un pelo muy cuidado, tu flujo empezaba a mojarme las manos, tus labios hinchados por la excitación... abarcar toda tu vulva con la palma de mi mano y apretar de arriba abajo, en círculos y pasar un dedo entre tus labios menores, entre toda la raja que forman, intensificando en el clítoris y deteniéndome en la entrada de tu ya muy húmeda y caliente vagina. Notaba palpitar todo tu sexo, tu respiración entrecortada en mi oído, notaba tu aliento y saber que estabas disfrutando con mis caricias hacía que mi excitación subiese con la misma velocidad que mi pene, que se endurecía tanto que ya empezaba a asomar por la abertura de mi bóxer.

"Sigue con mis pezones, por favor, no pares", fueron tus palabras que se convirtieron en mis propios deseos. Las caricias sobre tu clítoris aumentaban mientras mi lengua se movía en círculos sobre tu pezón. El sabor salado de la excitación y el sudor ya inundaba mi paladar. Mi pulgar y mi índice apretaban esa guinda que coronaba tu magnífico pecho mientras esperaba a ser acariciado por mi lengua. Intentaba estar en todos los sitios a la vez, hacerte sentir como nadie te había hecho sentir jamás. Mi propio orgasmo se acercaba a la misma velocidad que el tuyo, sólo quería que disfrutases y me lo hicieras saber con tus propios jadeos y gemidos, que aumentaban con la intensidad de mi dedo internándose en tu interior. Sentía como los músculos de tu vagina se cerraban alrededor de mi dedo, así podía sentir perfectamente ese calor que me quemaba la yema cuando tocaba tus paredes... lo sentía empapado en tu propia esencia, no pude evitar la curiosidad de a qué sabrías. Saqué mi dedo, aunque la presión que ejercías sobre él aumentaba la dificultad, y al fin pude saborear tus fluidos. Un sabor agridulce, muy profundo e intenso de un olor maravilloso que me dejó con ganas de probar más. En ese momento volví a ver ese brillo en tus ojos.

Bajaste, poniéndote en cuclillas ante mí, arrancándome los pantalones. Entonces, pudiste ver lo que me hacías sentir reflejado en mi total erección, dejaste en libertad mi polla que ya desde hacía un rato lo necesitaba. La tocaste suavemente como con miedo, una corriente eléctrica me recorrió por completo y me la envolviste con tu mano, subiendo y bajando lentamente, masturbándome y haciendo crecer aún más mi miembro. No pude más que cerrar mis ojos y disfrutar de lo que me estabas haciendo, mi respiración se convirtió en casi asmática. Ésta era la mejor paja de mi vida, llevaste mi prepucio hacia atrás, hasta el límite, dejando mi glande, que ya tenía un color purpúreo, al descubierto. Abrí los ojos para ver cómo lo ibas introduciendo en tu boca, cómo iba desapareciendo entre tus labios. Cuando ya te habías tragado casi la mitad de mi polla, apretaste los labios y empezaste a subir y a bajar la cabeza mientras agarrabas la raíz. 

"Ufff, MMMMmmm, AAAAHHHHHH.", eran todos los sonidos que podía articular. No era la primera mamada que me hacían, ni siquiera la mejor, pero nada más sentir tus labios alrededor de mi pene, casi llego al orgasmo. Quería disfrutarlo, quería aguantar lo máximo. Subías tu cabeza hasta que sólo mi punta quedaba entre tus labios para luego volver a bajar cada vez unos centímetros más. Se veía que no tenías mucha experiencia pero recuerdo que ímpetu y ganas no te faltaban. Casi llegaste a tragarte los cerca de 21 cm. de mi polla y sentía chocar mi grosor contra la comisura de tus labios. En ese momento sentía que iba a acabar de un momento a otro, antes de que pudiese avisarte debías haberte dado cuenta, porque te retiraste cayendo el primer chorro de semen sobre tu barbilla y el resto sobre tus pechos. Mi respiración pasó a ser unos bufidos de placer mientras eyaculaba sobre tu piel. Era uno de los mejores orgasmos de mi vida, y desde ese momento, "Nothing else matters" se convirtió en mi canción preferida, porque era la que se escuchaba de fondo en ese instante.

Creía que ahí se acabaría todo, al menos por hoy. Pero te incorporaste y me dijiste seductóramente al oído: "Ahora quiero yo mi parte. Quiero hacerlo contigo ahora mismo." Mis ojos debieron quedarse abiertos como platos mientras volvías a bajar y tomabas mi pene ya casi flácido entre tus manos, volviendo a masturbarme suavemente y retirando los restos de semen con tus dedos. Aquello le sentó muy bien a mi polla porque lo agradecía aumentando su tamaño como si lo que hubiera pasado hace nada no hubiese sido suficiente. Nos levantamos y fuimos hacia mi cuarto, te tumbaste en la cama y empezaste a acariciarte los pechos mientras yo buscaba el preservativo que tenía por ahí guardado. Mientras lo abría y me lo ponía, empezaste a acariciarte por debajo de las bragas que todavía llevabas puestas, pudiendo ver una gran mancha de humedad en ellas. 

Aquella escena que presenciaba me puso tan nervioso que no atinaba a ponerme el condón correctamente. Al ver mi torpeza, sonreíste y dijiste: "Espera, anda... que voy a probar una cosa". Te acercaste gateando hasta el extremo de la cama en el que estaba y, poniendo el condón sobre mi glande, apoyaste los labios sobre el látex y como si me la estuvieras mamando de nuevo llegaste a desenrollar el látex sobre mi pene. Me quedé sorprendido de tal muestra de habilidad y originalidad, desde ese momento la colocación del condón pasó a ser unos de nuestros juegos favoritos. "Lo vi en una película", me dijiste. No pude evitar sonreír mientras te tumbaba sobre la cama. Retiré tus braguitas lentamente, como si estuviese dejando al descubierto un gran tesoro, que reálmente es lo que era, un gran tesoro que estaba deseando penetrar. 

Tenías el vello recortado y arreglado, lo que me excitó más al pensar que ese detalle pudiera ser en mi honor. Abrí tus piernas pudiendo ver tus labios sonrosados y el vello brillante a causa de tus propios flujos. Tenía ganas de recorrer con mi lengua ese maravilloso coño que se exponía ante mí. Pero tu mirada de pura lujuria y unas palabras apremiantes me obligaron a cambiar de modo de actuar. "Venga, vamos, yo también necesito mi orgasmo...". Tus manos guiaron mi glande a la entrada de tu vagina, sentía el calor a través del fino látex. Iba lentamente, pero a mitad de camino de mi glande el esfuerzo que necesitaba para introducirlo era cada vez mayor. Me retiré y empecé a estimular tu coño con mi dedo, intentando dilatar la entrada que me impedía el paso a tu interior. Froté mi pene contra tu rajita para mojarlo con los fluidos que segregaba, rocé tu clítoris levemente y tu espasmo fue tal que supuse que ya estabas preparada. Volví a apoyar el glande contra la entrada de tu vagina, apretando, llegué hasta el borde de mi glande, volvió a negarse a dejar pasarlo, pero un pequeño empujón solucionó el problema.

"AHHHHHHHHHHHH..." Pensé que te había hecho daño, pero los gemidos que continuaron al grito me hicieron ver que no, sólo necesitabas que los músculos se adaptasen al nuevo grosor. Esperé un poco, y empecé a meter y sacar mi polla de tu coño, lentamente, esperando a que tu vagina segregase suficiente fluido. Al ver que el movimiento era cada vez más fácil, introduje todo mi miembro de una vez con un golpe de riñón.

"AAAHHHHhhh, sí... sí... mmmm". Tus gemidos eran como un grupo de animadoras que me animaban a continuar, a soportar durante más tiempo mi peso sobre mis brazos para seguir haciéndote el amor durante horas y horas. Podía ver cómo te estrujabas los pechos con auténtico placer, retorciéndote los pezones, estirándolos... Veía cómo te mordías el labio para no ponerte a gritar. "No lo guardes... grita, gime, pide más... dime que te gusta". Me encantaba oírte gemir y demostrar tu placer. Empezaste a exteriorizar lo que sentías, a desinhibirte y a disfrutar de cada sensación.

"SIIIiiiiiii, me gusta y quiero más... MMMMMmmmm... más fuerte... AAHHHHHHH... así ASÍ,... MÁS, más fuerte, más adentro...". Quería darte más fuerte, más adentro, sentía cómo mis testículos golpeaban con tus nalgas, cómo apretabas mi polla dentro de tu coño, cómo si se fuera a salir. Con una de tus manos empezaste a acariciarte el clítoris salvajemente, apretando y en círculos. Sabía que estabas muy cerca de correrte y aumenté la velocidad todo lo que pude, tus manos bajaron a acariciarme la polla mientras entraba y salía. Tus piernas me envolvieron, apretando mis nalgas con los talones, apretándome más a ti, tu vello contra el mío. Comenzaste a arañarme suavemente la espalda, apretando aún más mis nalgas con las manos... "No pares, no pares... por favor. MMMMmmmffff... Prométeme que no vas a para nunca, por favor... PROMÉTELO". Aquello era lo más excitante que había vivido nunca, me encantaba oírte pedírmelo por favor. "No pienso parar... MMMMMMmmm... te lo prometo. Te prometo que vamos a estar follando toda la vida..."

Llegaste al orgasmo, tu vagina se contrajo alrededor de mi polla... creía que me iba a correr yo también allí mismo, qué fuerza... sentía que se me podía partir allí dentro en cualquier movimiento brusco. Aguanté como pude... disminuí el ritmo, sentía todo el vello de mi pubis lleno de perlas de tu flujo. Se podía oír perfectamente el ruido de mi polla entrando y saliendo de tu coño lleno de flujo, un olor almizclado inundó la habitación, ese olor me excitaba mucho y al notar como tu respiración se iba normalizando, tus jadeos disminuyendo y la contracción de tu vagina se iba perdiendo... Saqué casi por completo mi falo y de un golpe directo volví a introducirlo, con firmeza... con una velocidad frenética. Tus gemidos aumentaron en la primera embestida y notaba cómo un nuevo orgasmo se iba aproximando.

"Qué bien lo haces... por Dios... más rápido, más rápido... MMMfffff, AAAAAHHHHHHHH, UMMMMM". Tu coño abrazó mi polla de tal manera que ya no pude evitar correrme, no podía ni moverme, tus piernas me ayudaron a soltar los últimos restos de semen mientras me arañabas la espalda y me dabas pequeños mordiscos en el cuello. Sólo pude dejar mis brazos y caer sobre ti, abrazándote, sintiendo tu respiración en mi cara y pasar mi lengua por tus labios, aliviando la sequedad de mi boca con tu saliva y acariciando tus pechos con suavidad. Nunca había pensado que un polvo pudiera ser como aquel, en mi vida, y por tus palabras ví que tú tampoco, "Nun... ca... me lo... habían hecho... así... ¿Dónde has aprendido?". Mi contestación fue bastante tajante, "No lo sé... Es mi primera vez". Nos empezamos a reír como dos estúpidos y ya sólo recuerdo que nos besamos durante un largo rato y me quedé dormido.

A la mañana siguiente, más o menos fue como ésta, me levanté muy temprano y como estabas profundamente dormida, decidí quedar bien en nuestra primera noche juntos y preparar el desayuno. El olor a café te tuvo que despertar... pero el beso de buenos días se fue convirtiendo en una serie de besos, estos a su vez en una serie de caricias y estos en los dos de nuevo desnudos en la cama. Pero esta vez no, esta vez no pasaría sin probar tu delicioso fluido directamente de tu coño, notaba ya tu humedad cuando te rozabas con mi pierna. Me dirigí muy decidido hacia tu entrepierna mientras marcaba mi camino con besos. No pude evitar entretenerme en tus pechos, sabía lo sensible que eras a las caricias en esa parte de tu cuerpo. Mis manos intentaban recorrer todo tu cuerpo, desde el cuello a los muslos, pasando por tu cintura, tus suaves caderas y tus duras nalgas que me encantaba apretar y amasar.

No sé lo que me pasaba, pero una sensación salvaje se apoderaba de mí, era como si mis hormonas se rebelasen y decidiesen tomar el control. Mis lametones se hicieron casi brutales, intentaba devorar tus pechos por completo, tus pezones eran castigados por mi lengua y mis dientes mientras tus caderas se empezaban a mover rozándose contra mi vientre. Tu respiración animaba a mis hormonas a tomar el control por completo, iba mojando tu cuerpo en dirección a ese olor que me guiaba, se me hacía la boca agua sólo de imaginarlo, mi lengua dejaba una estela de saliva por tu vientre, alrededor de tu ombligo, por tu cintura... 

Empecé a besar tus muslos, lentamente, después dando pequeños mordiscos, acercándome a tus ingles. El olor era cada vez más fuerte y notaba el calor y la humedad en mis mejillas mientras iba lamiendo tus labios mayores, totálmente mojados. Mis manos se anclaron en tus caderas, sólo se movían para apretar tu culo; tus gemidos aumentaban cuando mi lengua decidió atacar tu clítoris escapándose un "¡AAHHHHHhhhh... !" que me hizo enloquecer. Mis brazos rodearon tu cintura y te elevaron apoyándote en mi cuerpo, te llevaba en volandas hacia el sillón mientras nuestras lenguas y nuestras bocas luchaban la una con la otra. No hizo falta decirte nada, porque nada más dejarte posada en el sillón y arrodillarme ante tí, pusiste tus piernas sobre mis hombros. Ahora todo tu sexo estaba a mi completa disposición, recorría tu rajita totálmente, de arriba abajo con mi lengua, saboreando los líquidos que tu coño destilaba. Me encantaba. Mis labios chuparon tu clítoris ante tus insistentes palabras, "CHÚPALO, MUÉRDELO... NO PARESSS". 

Hacía presión con mi lengua, la movía en círculos, le ayudaba a salir completamente de su envoltura. Cuando intenté penetrarte con mi lengua, noté tus manos aproximándome aún más a tu fuente de placer. Acariciaba tus paredes estimulando con un dedo tu clítoris y ayudándome con la otra mano para separar tus labios, permitiéndome penetrar aún más esa cálida gruta. Entró un dedo, sin ninguna dificultad, se movía en círculos mientras aprovechaba para mirar tu cara, con los ojos cerrados, tu pecho subiendo y bajando, viendo tus pezones completamente erectos. Entró un segundo dedo, que se separaba y juntaba con su compañero mientras mi muñeca los hacía girar. Hacía arrastrar la yema por las paredes de tu vagina, quería que los sintieses ayudados por el movimiento de tus caderas. ¡Un tercer dedo! Mi lengua se encaró de nuevo con tu clítoris... sentía cómo te estabas acercando al momento de tu clímax, así que envolví mis labios alrededor de tu entrada mientras mi lengua se contorsionaba para entrar lo máximo. Acabaste corriéndote entre gemidos entrecortados e inundando mi boca con el fruto de tu orgasmo. Mi lengua continuó saboreando unos segundos más los últimos restos de placer que podía provocar. Me abracé a tí besándote, para que compartieses el sabor que tanto me gustaba mientras notaba cómo mi polla se rozaba contra tu clítoris... pero decidimos desayunar un café ya frío y unas tostadas ahora casi incomibles.

Tuvimos claro desde un principio que había una atracción especial entre los dos, una atracción casi animal, ya que nos entendíamos perfectamente en el sexo. No necesitábamos hablar ni decir lo que nos gustaba, el otro lo intuía y eso nos ayudó muchísimo para disfrutar completamente en la cama sin necesidad de cohibirnos. Cariño, ¿te acuerdas de aquella noche en el hotel?. Aunque te acordases no me ibas a responder, así que te lo cuento de todas maneras. Era para celebrar los 6 meses juntos, bueno, hay que ser sinceros, era una excusa como otra cualquiera para tener intimidad y poder hacer el amor durante toda la noche, sin interrupciones y poder dormir los dos juntos. Yo ya conocía las habitaciones de ese hotel y nada más decidir que íbamos a ese, mi mente se puso en marcha, era la oportunidad perfecta para realizar una de mis muchas fantasías. Sabía que no te negarías porque eres maravillosa y me ayudas a llevar a cabo mis fantasías, dices que es porque tú no tienes ninguna... Eso ya lo veríamos.

Llegamos al hotel, y ya estábamos tan excitados pensando en lo que podría ocurrir esa noche que empezamos a besarnos y a acariciarnos como si hiciese meses que no nos viéramos. Ya notaba tus pezones por encima de la camisa, sabías perfectamente lo cachondo que eso me ponía, una camisa delgadita que me permitiese introducir mis manos y acariciarte con total comodidad, y sin sujetador, notando tus pezones a través de la tela cuando te abrazaba. Me empezabas a quitar la ropa mientras yo ya empezaba a explorar tu piel por debajo de la camisa. Besabas mi torso desnudo, mi cuello, lamías mis pezones mientras ibas desabrochando mis pantalones. Mi erección era más que evidente a través de mi ropa interior. Yo también te iba desnudando, quedando ya en ropa interior los dos, mientras te acariciaba las nalgas por debajo de las bragas.

Nos íbamos dirigiendo a la cama, te tumbaste en ella y yo te dejé completamente desnuda. No te sorprendiste cuando te até una mano al cabecero de la cama con un pañuelo. Cuando te estaba atando la segunda mano, me preguntaste: "¿Qué haces?, ¿acaso no te fías de mí?". Te respondí mientras ya empezaba a hacer lo mismo con tus tobillos a los pies de la cama. "No me gusta estar en inferioridad de condiciones, y lo sabes". Perfectamente lo sabía, pero esta vez me tocaba a mí llevar la voz cantante. "Ahora quiero que te relajes y que confíes completamente en mí, estate tranquila porque no va a ser nada doloroso." Te empezaba a notar nerviosa y eso no era lo adecuado. "Ahora voy a vendarte los ojos con este pañuelo, quiero que te concentres en lo que vayas sintiendo, que no hagas ruido y por supuesto que no hables. No me hagas utilizar otro pañuelo para amordazarte". Esa última frase reconozco que me salió con voz malévola. 

"Pero... ¿en qué consiste el juego?", preguntabas con insistencia. "¿Qué te he dicho?, ¡no hables!". Tú seguías hablando, preguntándome, pero mi silencio era todo lo que obtenías por respuesta. Ummm... desnuda, bajo mi control en una enorme cama. Te sobresaltaste al sentir una caricia extraña sobre tu piel. Al sentir la suave textura de la seda te relajaste. Iba acariciando tus brazos con la punta del pañuelo, en un principio te reías por las cosquillas que te producían esas caricias, pero el silencio demoledor que invadía la habitación hizo que guardases un silencio respetuoso. Cuando el pañuelo iba por tu cuello, noté como tus pezones se estaban erizando. Esto marchaba. Tu respiración se volvía agitada, notaba los estremecimientos de tu cuerpo cuando las suaves caricias llegaron a tu vientre. El pañuelo se movía muy lentamente, para que lo sintieses recorrer todo tu cuerpo poco a poco.

Le llegó el momento a la curva de tus pechos, que subían y bajaban al ritmo de tu respiración, que junto con los latidos de nuestros corazones era todo lo que se podía escuchar. Te notaba ansiosa, y unas pequeñas perlas de sudor afloraban por tu piel al igual que tu sexo también se iba humedeciendo. El nerviosismo se estaba convirtiendo en deseo. Suavemente, la seda acariciaba tus pezones y tus aureolas alternativamente, sin cortar el contacto del pañuelo con tu piel. Círculos lentos por tus pezones, caricias rápidas a continuación y ya empezabas a morderte el labio... buena señal. Me dirigía poco a poco hacia tu pubis, me tumbé a tu lado, para que sintieses mi aliento en tu cuello. Pretendías besarme, pero eso no formaba parte del juego. El roce de la seda en tu clítoris te gustaba mucho a juzgar por el movimiento de tus caderas y por tus gemidos, que intentabas reprimir para no romper el silencio reinante. Se acercaba la parte importante del juego. Seguí por la cara interna de tus muslos, por tus caderas, las pantorrillas y los dedos de los pies... volví a tu irresistible rajita, que cada vez estaba más mojada, seguramente más por imaginar lo que vendría que por las propias caricias. Estuve así un rato hasta que me puse encima de tí, con una rodilla a cada lado, a la altura de tu pecho, con el pañuelo rozando tu cuello y tus labios.

Notaba tu excitación y tu calor, saqué mi pene y lo puse a la altura de tus labios, casi rozándolos. Me besaste el glande lentamente, para después acariciarlo con tu lengua, humedeciéndolo aún más y saboreando el sabor de mi propia excitación. Alzaste el cuello y te metiste todo el glande en la boca, recorriéndolo con tu lengua. Ahora era mi respiración la que se agitaba, habías aprendido mucho desde la primera mamada que me hiciste y se notaba. Me adelanté un poco y empezaste a lamer mis testículos, con delicadeza, con dedicación. Los besabas, intentabas meterte uno de ellos en la boca, los rodeabas con tu lengua. Volví a meterte mi polla entre los labios, metiéndola y sacándola lentamente, me rozabas levemente con los dientes y tu lengua acariciaba mi frenillo y el borde de mi glande. Decidí que participases un poco más y desaté una de tus manos. Inmediatamente la llevaste a mi escroto, acariciándome como una auténtica experta mientras seguías con esa magnífica mamada. Estimulabas la cabeza de mi polla con la boca mientras tu mano me masturbaba con delicadeza. "MMMMmmm, sigue... así me gusta... se nota que has aprendido mucho." Me encantaba notar tus labios en mis más de 5 centímetros de grosor, y tú también sabías todo lo que habías mejorado por la dedicación que le estabas poniendo. 

Mis caderas se movían al compás de tu mano como si estuviese introduciendo mi polla en tu coño y no en tu maravillosa boca. Estaba a punto de correrme, pero decidí que ese no era el momento adecuado, así que desaté tu otra mano y me retiré. Ibas a quitarte la venda de los ojos... "Quieta cielo, todavía no, queda un poco más. Cuando te desate las piernas, ponte de rodillas encima de la cama". Obedeciste sin rechistar, te estaba gustando mucho este juego. El pañuelo empezó de nuevo a acariciar tu piel, esta vez tu espalda, tus nalgas... hasta que cogí el cabo del pañuelo con la otra mano y lo pasé entre tus piernas. Te estremeciste con aquel roce, ahora estabas como sentada encima del pañuelo. Mis manos lo movían lentamente, de adelante a atrás, rozándolo bien entre tus labios y tu clítoris. "Ufff... AHMMMmmm...". Tus caderas me pedían aumentar el ritmo, y tus manos se frotaban contra tus pechos, pellizcando salvajemente tus pezones. Retiré el pañuelo unos segundos y tus gemidos de queja me hicieron darme prisa en hacerle un pequeño nudo en la mitad.

Volví a la posición de antes, y ahora ese bulto rozándose contra tu coño te hacía disfrutar mucho más. Noté cómo tu orgasmo se acercaba, así que, al oido, te susurré: "Ya puedes gemir y gritar lo que quieras". Empezaste a gemir y a pedir velocidad. "Dame más fuerte... AAAAHHHHhhhhh... Ssssí... más, MÁS". Yo simplemente obedecía, hasta que llegaste al orgasmo y tras rozarte un poco más con el pañuelo, ya empapado, te tumbaste en la cama. Me tumbé a tu lado y te quité la venda, besándote en los labios. Te abrazaste a mi cuello y empezaste a besarme con auténtica pasión, te pusiste encima mía mientras dirigías tus besos hacia mi polla. Cuando llegaste, acariciaste mis testículos mientras lamías todo mi tronco con tu lengua y tus labios, me la acariciabas lentamente, subiendo y bajando hasta el límite. La engulliste con gula siempre lamiendo la longitud que se encontraba en ese momento en tu boca. 

Yo acariciaba tu pelo y tu cuello, haciendo presión y marcando el ritmo que me gustaba. Empezaste a girarte, así que supuse que querrías que te comiese ese precioso chochito que ya tenía a la vista. Empecé a lamerlo y a saborearlo como si fuese un manjar que me fuesen a quitar de la boca de un momento a otro, con mis manos agarrando tu culo y mi lengua introduciéndose en tu coño. Me sentí tentado de saborear ese estrecho agujero que parecía que llamaba mi atención, así que empecé a lamer tu ano; en un principio con la punta de mi lengua alrededor y luego intentando penetrarlo. "Me corroooo...", mascullé, para que terminases la mamada con tus manos como siempre, pero esta vez me agarraste las nalgas y te introdujiste todo mi miembro en la boca, sin parar de lamer mi glande, que en aquellos momentos lanzaba grandes chorros de semen en el interior de tu garganta. 

Te metí dos dedos en tu vagina mientras lamías los restos de leche que no habías podido tragar, dejándome la polla limpia y reluciente. Al poco tiempo, mi polla empezó a resucitar, pidiendo un poco más de guerra. Te levantaste a por el condón y lo colocaste como ya era costumbre, con tus cálidos labios. Todo estaba sucediendo muy rápido desde que te quité la venda, yo tumbado boca arriba, con mi pene totálmente erecto y envuelto en látex, y tú de rodillas encima mía dirigiendo tu coño hacia mi polla. La agarraste y te la empezaste a introducir. Cuando sólo tenías unos centímetros dentro, te sentaste, de repente, introduciéndotela entera de golpe. Nuestros gemidos se confundieron y mis manos te estrujaban los pechos mientras me cabalgabas al trote. 

Te movías como loca encima mía y yo no sabía si acariciar tus pezones o tomar tus caderas y controlar un poco el ritmo antes de que me rompieses. A riesgo de tener un dolor de polla durante unos días, decidí que tú marcases el ritmo. Te alzabas y te volvías a sentar de golpe sobre mí polla. Nunca te había visto de esa manera. Te echaste sobre mí, sintiendo tus pezones taladrarme mi propio pecho, mis caderas se movían al compás de las tuyas, mis manos amasando tus glúteos y mi boca besando tu cuello y mordiendo tu lóbulo, al igual que tú, que estuviste a punto de arrancarme la oreja. Cuando te corriste gritándome al oído y sintiendo tu vagina apresar mi polla, no pude evitar correrme a los pocos segundos e intentar atrapar tu lengua con la mía.

Después de aquel polvo salvaje, me diste un masaje en la espalda por la compensación del trote que me habías dado. Estaba completamente relajado, pero cuando te echaste sobre mí con los pezones erectos, pensé que otra vez querías repetir lo de antes. Por suerte para mí, empezaste a hacerme un delicado masaje tailandés con tus pezones y tus pechos. Aquello era la gloria, tus manos por mis hombros y mi cuello y tus pechos corriendo por mi espalda. Sentía tus pezones por mis glúteos y me sobresalté al sentir el mordisco que me diste. ¡Qué mala eres cuando quieres y cómo te reías de mí!. Pero continuaste, me hiciste dar la vuelta y continuaste por mi torso mientras te besaba y mordía tu labio inferior. Me estaba relajando tanto que de vez en cuando se me cerraban los ojos, así que para espabilarnos decidimos tomar un baño en la gran bañera de la habitación (que precisamente por eso la habíamos pedido). Los dos desnudos en el agua caliente, enjabonándonos y tú sentada delante mía abrazándote por la espalda. Frotabas tus nalgas contra mi pene, que se ponía de nuevo en acción, pero sólo querías excitarme. Yo te masajeaba el clítoris lentamente, mientras un dedo se introducía por tu coño, sintiéndolo aún más caliente que el agua. Así llegaste a un suave orgasmo y nos quedamos un rato hablando entre risas y jabón.

¡Cielo, cuánto te quiero!, si es que eres maravillosa. Dulce, agradable, muy simpática, guapísima y muy sensual. Aparte de que también tienes una capacidad de sorprenderme que me mantiene en vilo. Como aquella vez, ¿te acuerdas?, cuando celebramos nuestro aniversario en tu casa porque tus padres iban a visitar a unos parientes durante todo el puente. Dije en mi casa que me iba a Granada a ver a mi amigo Rafa, ya que éste no venía a Córdoba durante el puente. Les pareció muy normal, cuando en verdad iba a pasar contigo los tres días mejores de toda mi vida. Después de una cena ligera, me dijiste que me tenías preparada una sorpresa y que tenías que prepararte. Yo me sentía nervioso, como si fuese la primera vez que nos quedásemos solos. Daba vueltas por el salón, no sabía si poner la televisión o poner música... cuando me decidí a poner algo de Metallica, saliste de tu habitación y entraste. 

¡Dios mío!, me quedé con la boca abierta. Estabas en la puerta con un uniforme de colegio, dos coletas y una cara de niña buena que casi me tira para atrás. No me lo esperaba y ni siquiera lo imaginaba, ya que nunca te había hablado de tal fantasía. Te acercaste a mí y me cogiste de la mano, llevándome hacia una silla en medio del salón. Me sentaste y, dándole al play de la cadena HI-FI, me dijiste: "Disfruta del espectáculo". Ufff... me ibas a hacer un streeptease, no sabía si aguantaría o si por el contrario me levantaría en mitad del baile para violarte allí mismo. Respiré hondo y me mentalicé para disfrutar de aquel baile que me estabas dedicando. Primero la chaqueta, dejando ver una de esas camisas que a mi tanto me gustaban; después la camisa, ¿desde cuando usabas esa ropa interior?. Me entraron ganas de arrancártela de un mordisco. Pero no me dió tiempo a reaccionar, porque ya te acercabas a mí y me empezabas a desnudar al ritmo de la música. 

Me dejaste sólo en slips, sentado mientras te quitabas la falda. MMMmmmm, ¡qué braguitas!, me empecé a empalmar nada más verlas. Lo notaste y te acercabas a mí, me empezaste a bajar el slip lentamente, con la cabeza a la altura de mi entrepierna (ese fue un detalle que me gustó mucho). Me empujaste en la silla y te sentaste sobre mis muslos mientras me besabas con una pasión casi desconocida, yo me dejaba llevar y disfrutaba con todo aquello. Cogiste mis manos y abrazaste el respaldo de la silla, empezaste a frotarte contra mi polla, que ya estaba en su máximo apogeo, juntaste mis muñecas al respaldo y de repente... click click. ¡Me habías esposado a la silla!. En un principio no me hizo gracia; yo desnudo y unido a una silla, ¡qué pinta debía de tener!. Estuve a punto de levantarme cargando con la silla y exigirte que me soltases, pero como si leyeses mi mente, me dijiste al oído: "Es para que no se te ocurra moverte antes de que acabe el espectáculo". "¿Y como venganza, no?", contesté yo con algo de enfado. "¡Ah, sí eso... y venganza, se me olvidaba!".

Qué sonrisa de malvada cruzó por tu cara en ese momento. Decidí esperar a ver hasta dónde eras capaz de llegar. Te levantaste y seguiste bailando. Aquellos movimientos de cadera y esa manera de acariciarte hicieron que la flaccidez de mi pene por la sorpresa de las esposas se fuese remediando. Moviste un sillón, hasta ponerlo a unos dos metros enfrente de mí, aquello me estaba pareciendo divertido, no sabía lo que pretendías y eso me excitaba. Te sentaste con las piernas abiertas y empezaste a acariciarte los muslos, el vientre y los pechos por encima del sujetador. Notaba como tus pezones se iban endureciendo al igual que tus braguitas se humedecían. Te acariciaste por encima de tu íntima prenda mientras me mirabas directamente a los ojos, y de vez en cuando mirabas mi polla que ya estaba con ganas de fiesta.

Metiste tu mano por debajo de la braguita, y empezaste a masturbarte lentamente, haciendo muy expresivos tus gestos y tus gemidos. Sabía que lo hacías a propósito, pero aquello me excitaba de todas maneras. Te desabrochaste el sujetador y me lo tiraste, te acariciabas los pezones con una mano mientras que con la otra te seguías masturbando. "MMmm... AAhhhhh... ¿te gusta mirarme?". No sabía a qué venía esa pregunta, pero quería que pensases que seguía enfadado, así que respondí con mi voz más indiferente: "No está mal, pero las bragas me impiden ver el proceso". Esa mirada que me echaste me dejó totálmente tirado, sabías que iba de farol y me lo demostraste con esa mirada de prepotencia, de quien sabe que tiene la sartén por el mango. 

Te levantaste y te adelantaste un paso, te diste la vuelta y, flexionando tu cintura, simplemente empezaste a bajarte aquella prenda que aún te quedaba. Tenía un primer plano magnífico de tu redondo trasero, eso no valía, jugabas con ventaja, pero eso era lo que te gustaba. Con tus braguitas por los tobillos, abriste un poco tus piernas y volviste a masturbarte, en esa misma postura, a un metro escaso, inclinada, dándome la espalda y también una espléndida panorámica de tu coño mientras te acariciabas. Se me hacía la boca agua sólo de verlo, lo hacías bien, muy bien; masturbándote lentamente, dejándome ver todos los movimientos, introduciendo dos dedos con suavidad y gimiendo, haciendo ver que estabas disfrutando con aquello. Giraste la cabeza y, con un movimiento que no me esperaba, te llevaste los dos dedos a la boca, saboreando tus propios fluidos. Ufff... ¿dónde estaba mi niña?. Esa persona que estaba delante de mí chupando con deseo sus dedos índice y corazón no era la chica que conocía y no sabía si esa me turbaba o me excitaba.

Estuviste así un rato, para luego incorporarte, entonces me di cuenta... Te habías depilado perfectamente el coño, excepto por un pequeño triángulo en la zona del pubis. Echaste una mirada a mi entrepierna y te arrodillaste enfrente de mí, tomándome la polla con tus manos, suavemente, como si fuese la primera vez que la tenías entre tus manos. Subías y bajabas el prepucio, masturbándome lentamente; me miraste a los ojos y me dijiste con voz seductora: "¿Te gustaría que te la chupase?". "Ssss, si, ss... si", Respondí entrecortadamente. "Sí... ¿qué más?", insistías. "Sí, me gustaría que me la chupases... por favor". "¡Así me gusta, que seas educado y pidas las cosas por favor!".

Una sensación de rabia acudió a mí, pero se esfumó en el mismo momento que tus labios rodearon mi polla y tu lengua recorría el glande con una fuerza desconocida. Me masturbabas a la vez con tu mano y con tu boca, tu lengua no se paraba ni un segundo, rodeando todo el glande, acariciando el frenillo. Lamías todo el tronco, desde la raíz, no quedaba un centímetro sin humedecer. Hacías correr tus labios por los laterales de mi pene y tu mano acariciaba mis huevos con gran maestría. Era la mejor mamada que me habías hecho nunca, no podía parar de gemir. "MMMmmmm... sí... así... AAAhhhh". "¿Te gusta cómo te la estoy mamando, cielo?". "Sí, me encanta... no pares... sigue chupándomela". "Me gusta saber que es toda mía, a mi disposición, erecta y palpitante por las caricias de mi boca". "Sí, toda tuya. Pero sigue chupándomela, por favor, no pares".

No me lo podía creer, hubiese sido capaz de todo en esos momentos para que siguieras mamándomela de esa manera, con tus labios suaves y carnosos rodeándola, mordiéndome el glande con suavidad y tu lengua que aumentaba la velocidad a la vez que tu cabeza subía y bajaba a lo largo de mi polla. "¿Desde cuándo has aprendido a chuparla de esa manera?, mmm... me encanta, eres genial... ¡cómo la chupas!, sigue así, no pares, lámeme los huevos... así, así, así". Me estaba volviendo loco, salvaje. Mi instinto animal no hacía más que crecer y crecer al igual que crecían mis ganas de que me la siguieses mamando hasta correrme en tu boca. 

Pero de repente paraste. Te iba a pedir encarecidamente que siguieses, pero te acercaste a mí con una sonrisa, y te sentaste sobre mis piernas mientras me besabas. Empecé a besarte los pechos y a morderte los pezones cuando noté como tu mano dirigía la punta de mi pene hacia la entrada de tu coño. Iba a quejarme, pero me besaste para callarme mientras te introducías toda mi polla de un solo golpe. "MMMMmmmm... ay Dios". Aquello era fantástico, sentía por primera vez todas las paredes de tu vagina directamente sobre mi polla, el calor era abrasador. Notaba como contraías los músculos, notaba perfectamente la humedad de tus fluidos que se iban deslizando por toda mi polla mientras tú comenzabas a metértela y a sacártela moviendo sensuálmente las caderas. Me encantaba sentirte directamente, y aún era mejor en esa posición cuando movías las caderas en círculos introduciéndote al máximo mi polla. Lo hacías lentamente, sin prisa, sintiéndolo y haciéndomelo sentir a mí también. Yo besaba, lamía y mordía tus pechos, mientras notaba tu respiración y tus gemidos en mi oído. Lamentaba no tener mis manos libres para poder agarrar tus glúteos y ayudarte a meterte mi polla hasta lo más profundo que pudiese. 

Sentía como tu instinto animal también se iba despertando, aumentabas tu ritmo, te alzabas hasta casi sacártela por completo para luego volver a metértela de una vez. Tu respiración y tus gemidos eran cada vez más fuertes "AAhhh... Sí... ¡Cómo me gusta follarte, cielo!... La quiero más adentro, ¿te gusta?". Escucharte hablar así, hacía que mi orgasmo estuviese inminente, entonces, como si me despertaran de un sueño, me dí cuenta: ¡Estaba a punto de correrme y no tenía puesto el condón!. Aguanté como pude, pensando en las cosas más raras que se pueden imaginar para no correrme en tu interior. "Alba, Alba... para, que estoy a punto de correrme". Tu sonrisa en esos momentos me dio miedo, no parabas de moverte cada vez más rápido cuando me dijiste al oído: "Llevo más de un mes tomando la píldora, ¡sorpresa!".

Ufff, me sentí tan relajado y tan contento en ese instante que, junto con la tensión de segundos antes, tuve uno de los mayores orgasmos de mi vida, acompañado de una eyaculación acorde con el momento. No sé si sería por sentir mi semen en tu interior, pero pocos segundos después te corriste tú. La fuerza que ejercías con tu vagina sobre mi polla era increíble, consiguiendo extraer las últimas gotas de semen. Acabé hecho polvo, y eso que había estado esposado en todo momento. Me cogiste la cabeza y me besaste mientras te ibas separando, notando como tus fluidos iban cayendo a medida que mi polla dejaba libre el paso de tu coño. Te volviste a arrodillar y me empezaste a limpiar el miembro con tu lengua y tus labios. Yo me dejaba hacer totálmente rendido, pero no podía hacer caso omiso a los lametones a los que me sometías. 

Justo cuando mis hormonas empezaban de nuevo a tomar posiciones, te levantaste y sin ni siquiera hacer caso del gran empalme que estaba sufriendo en esos momentos, te fuiste hacia el baño diciendo: "Voy a limpiarme un poco, cariño, no vayas a moverte, ¿eh?". ¡¡Pero tendrías cara!!, no me quedaba más remedio que esperar a que llegases y te diese la gana de quitarme las malditas esposas. Tardaste sólo unos minutos, y con cara de niña que nunca ha roto un plato me quitaste las esposas. Inmediatamente te cogí, desnuda como estabas, y empecé a acariciarte y a besarte. Mis manos no daban abasto entre tus nalgas y tus pechos. Tú no oponías resistencia, sólo te dejabas hacer. Te obligué a que te apoyases en el respaldo de la silla, me puse detrás, pudiendo ver tus nalgas y tu coño perfectamente ofrecido. Empecé a acariciarlo mientras besaba tu espalda y tus hombros, y mi mano libre pellizcaba tus pezones.

Me arrodillé y comencé a lamer tus ya gruesos y rosados labios, agarraba tus caderas para poder hundir mi cara totálmente entre tus piernas. De vez en cuando, besaba tus glúteos, los mordía ligeramente y de repente me entraron ganas de lamer tu ano, suavemente, estimulándolo con la lengua. Ya notaba tus jadeos y tus gemidos, y el movimiento de tus caderas me animaban a continuar con mis caricias. Tras un rato de estimular tu clítoris con mi lengua y con mis labios, me incorporé, apoyando mi glande en la entrada de tu muy húmedo coño. Lo introduje de una sola vez, escapándose de tus labios un gemido. Mientras una de mis manos te acariciaba las caderas, la otra estimulaba tu clítoris. Cuando noté mi dedo índice empapado, una idea pasó por mi mente. Llevé mi dedo mojado a tu ano, mojando el orificio totálmente. Empecé a penetrar tu ano con mi dedo. Los gemidos aumentaron, y ya no sabías cómo mover tus caderas, si contra mi polla para penetrar tu coño o contra mi dedo para penetrar tu ano. Lo introduje totálmente, comenzando a sacarlo y a meterlo lentamente para luego moverlo en círculos. Notaba que aquello te gustaba, entonces, apoyándome en tu espalda, te dije al oído: "¿Te gustaría...?", a lo que respondiste sin dejarme acabar la frase: "¡¡Sí, venga, me está gustando!!".

Notaba la excitación en tu voz, así que saqué mi polla de tu cálida vagina para concentrarme en la dilatación de tu ano. Mientras continuaba moviendo mi dedo en círculos dentro de ti, tú empezaste a masturbarte como loca. Mojé un segundo dedo en tus fluidos e intenté introducirlo junto con su compañero, costó un poco pero el movimiento circular y tu propia excitación ayudaron a que entrase completamente. Penetraba tu ano con mis dedos y tus caderas se entregaban completamente a la profanación de tu orificio. Aquella dilatación no sería suficiente si pretendía que mi polla entrase sin hacerte daño, por lo cual un tercer dedo se fue abriendo paso muy lentamente. Notaba rasgos de dolor en tus gemidos, por lo que ayudé con mi propia saliva a la lubricación. Cuando entraron los tres dedos, los mantuve quietos en tu interior. Cuando notaba que tu ano se relajaba, comencé a moverlos de nuevo en círculos, entrando y saliendo.

Dilataba a marchas forzadas, así que saqué mis dedos y te dije en una mezcla de pasión e impaciencia: "Chupámela... vamos". Sin preguntar siquiera te diste la vuelta y me la comenzaste a lamer lentamente, mojándome completamente la polla con tu saliva. Te la introdujiste totálmente en la boca, ensalivándola con la lengua. Yo estaba tan excitado que no sabía si directamente acabar en tu boca o terminar lo que había empezado. Con un poco de voluntad, comencé a sacártela lentamente de entre los labios y volviste a la posición original, tenía de nuevo tu ano (ya dilatado) ante mí. Lo lamí una última vez con mi lengua y apoyé la punta de mi pene en el orificio. No sabía cómo hacerlo menos doloroso para tí, pero en ese momento...: "¿ A qué esperas para metérmela, a que te den permiso por escrito?".

Aquello me marcó la pauta a seguir, estabas tan excitada que el dolor sería mínimo, así que empecé a abrirme paso con mi polla por tu culo. Cuando conseguí introducir mi glande totálmente, un grito que me asustó salió de tu garganta. Tu respiración era entrecortada, así que decidí no moverme hasta que tu esfínter se habituara al nuevo grosor. Al minuto más o menos, tus caderas pedían más, así que poco a poco seguí metiendo centímetros de mi polla. La presión de tu ano en mi polla era mucho mayor que el de tu vagina, no sabía si aguantaría mucho en ese estado. Paré de nuevo cuando mi polla estaba completamente enterrada entre tus nalgas. En ese mismo instante, ví cómo te introducías dos dedos en la coño, masturbándote con furia. Yo continué con mis movimientos, penetrando tu ano, sintiendo tus jadeos y los movimientos de tus caderas. "AAAHHhhhh... Así, más rápido, más rápido... me gusta". Yo aumentaba el ritmo, sabiendo que me correría muy pronto a tal velocidad. 

Como había supuesto, al poco tiempo noté cómo mi orgasmo llegaba, me corrí en tu interior y al poco tiempo llegó el tuyo gracias a las caricias que tú misma te producías. Notaba cómo te temblaban las rodillas, así que saqué mi pene ya algo fláccido de tu ano y te dejé apoyada en el respaldo de la silla completamente rendida. Fuí al baño, puse el tapón en la bañera y abrí al agua caliente. Cuando vi que la bañera ya estaba medio llena con agua templada, volví al salón. Estabas de rodillas apoyada en la silla, casi dormida. Me acerqué y cogiéndote en brazos, te llevé a la bañera. En ese momento abriste los ojos, y con una sonrisa me dijiste: "¿No me acompañas?". Sin dudarlo un segundo, me metí en la bañera contigo. Empezamos a enjabonarnos y quedó claro que te había gustado, había sido menos doloroso de lo que pensabas, pero donde esté un polvo original que se quite lo demás. Dormimos hasta las tantas, sin saber qué haría el otro para sorprendernos al día siguiente.

La mañana siguiente fue de lo más normal, desayunando tranquilamente, hablando y riéndonos, descansando un poco después de la agitada noche que habíamos tenido. Dimos un paseo y después volvimos para cocinar algo para almorzar. Decidiste cocinar tú. Sin problemas, me gusta tanto ver a una mujer cocinar como cocinar para una mujer. La sensualidad que emanabas mientras cocinabas... te observaba cortar, picar, freír. Sé que te parecerá estúpido pero te hubiese violado allí mismo si no tuviese la certeza de que te enfadarías conmigo. Para calmarme un poco, bajé al videoclub mientras terminabas, y alquilé varias películas para la sobremesa. Nuestra preferida, "Gattaca", y "Nueve semanas y media". Nunca la había visto, aunque parezca mentira, y me apetecía verla contigo. 

Mientras comimos vimos "Gattaca", pero a las dos horas de que acabase me preguntaste: "¿No habías alquilado otra?, ¿por qué no la pones?". Yo respondí bastante nervioso: "Es.. que... la había guardado para un poco más tarde... es Nueve semanas y media". Empezaste a reírte y me apremiaste para ponerla. Había una escena que nos mantuvo a los dos completamente atentos, Kim Basinger con los ojos vendados mientras la fresa, el cubito de hielo... pasaban por su cuerpo. Nos miramos durante un instante... ¿y por qué no?... parecimos pensar los dos a la vez. Te dije suavemente al oído: "¿No te gustaría servirme de plato?". Aceptaste y rápidamente fui preparándolo todo, fresas, la típica nata (aunque sabía que no te gustaba), chocolate líquido, frambuesas y champán para acompañar a las fresas. Desalojamos la gran mesa del comedor y comencé a desnudarte, yo ya estaba nervioso aunque tú parecías un témpano de hielo. Aquello me extrañó porque siempre te excitabas cuando íbamos a probar algo nuevo. No le dí mayor importancia, y completamente desnuda, te tumbé sobre la mesa.

Empecé por besar todo tu cuerpo, lamer tus pezones, acariciar suavemente tu pubis, simplemente rozando el clítoris con la yema de mis dedos. Sólo quería excitarte. Comenzaste a relajarte y disfrutar. ¿Por qué empezaría primero?. Decidí comenzar con las frambuesas. Cogí una y la pasé por tus labios. La lamiste suavemente con tu lengua, la puse entre mis labios y te la dí a saborear. Después, cogí otra, y la puse entre tus labios para probarla yo. Tras un par de frambuesas, decidí pasar directamente a las fresas. Cogí una, y tras el ritual de pasarla por tus labios y que tú la humedecieses con tu lengua, la pasé por tu barbilla, luego fuí bajando para pasarla entre el canalillo de tus pechos, después por tus pezones que ya estaban totálmente duros. Te dí a morder la fresa para luego pasar el resto por tus pezones, impregnándolos del jugo de la fresa. Lamí tus pezones con fuerza, los succioné saboreando el néctar de la fruta. Después, terminé de comerme el resto de fresa. 

Descorché el champán. "¿Alguna vez has probado las fresas con champán?", pregunté sabiendo perfectamente la respuesta. Negaste con la cabeza, y te dí a morder una fresa, dí un sorbo de champán y te lo dí a probar directamente de mi boca. "Mezcla los sabores, nota el sabor dulce de la fresa junto con las burbujas, concéntrate en la amalgama de sabores". Ví como te mordías el labio inferior, eso quería decir que te gustaba. Te dí a comer otra fresa más de esa manera. "Ahora me toca a mí", dije. Cogí una fresa, la mordí, tomé la botella y derramé un poco sobre tus pechos. Comencé a lamerlos, sin desperdiciar una sola gota del champán sobre tu cuerpo. Notaba como tu respiración se agitaba y tus gemidos comenzaban a brotar. Me encantan las fresas con champán, sobre todo sobre tus pechos. 

Derramé algo más del contenido de la botella sobre tu vientre, cogiste una fresa y empezaste a lamerla mientras mirabas como mi lengua recogía el líquido de tu ombligo. Aquello te estaba excitando tanto o más que a mí. Pensé que por qué no probar el champán junto con tus sabrosos fluidos. Vertí un leve chorro sobre tu pubis, viendo como el burbujeante líquido corría entre tus labios menores, sobre tu clítoris... Mi lengua ya se estaba ocupando de saborear esos dos líquidos de tan diferente textura y sabor, pero estaba delicioso, movías tus caderas y escuché como mordías la fresa presa como estabas de la excitación. Continué saboreando el champán en tu coño, derramando de vez en cuando unas gotas más hasta que noté como un suave orgasmo tuyo inundaba mi paladar. "Ahora quiero probarlo yo", dijiste. Me acerqué y comencé a besarte, dándote a probar con mi lengua lo que hace unos segundos había saboreado. Tus manos bajaron y sacaron mi erecto pene de la prisión que le suponía mis pantalones. Lo acariciabas, lentamente, me masturbabas con delicadeza mientras nuestras lenguas luchaban una contra la otra. Con la otra mano me cogiste de la nuca y me dijiste completamente excitada: "Quiero lamerte la polla impregnada en champán". 

Con una sonrisa, me dirigí a coger uno de los vasos largos de champán, lo llené y metí mi glande empapándolo bien. Llevé mi polla a tus labios, primero lo saboreaste con tu lengua, rodeándome toda la punta de mi polla. "Me gusta, quiero más". Volví a mojar mi polla en el champán, pero esta vez te metiste toda mi verga en tu boca mientras tu mano acariciaba mis testículos. Sentir el contraste del frío champán y la calidez de tu saliva me volvía loco, me lamías toda la polla, metiéndola y sacándola de tu boca. Sólo parabas para que la volviese a impregnar de líquido. Me rozabas el glande levemente con los dientes, lamías mi frenillo y envolvías el glande con los labios mientras tu lengua no paraba de darme placer. Notaba que estaba a punto de correrme así que decidí parar. "Cielo, todavía no hemos acabado". Notaba en tus ojos una mirada de "¿por qué?, me estaba gustando tanto...".

Fuí a por la nata e hice un pequeño montículo sobre tus aureolas y tus pezones. Nuevamente, me dediqué a saborear el alimento directamente sobre tu cuerpo. Comenzabas de nuevo a gemir mientras mi lengua intentaba atrapar tus pezones y mientras mis dientes saboreaban tu piel edulcorada por la nata. Empezaste a acariciarte tu vulva mientras mamaba de tus pechos como un bebé. Cuando no había restos de nata sobre tu cuerpo, me dirigí a tu entrepierna, llenándola de nata y saboreándola como un hombre hambriento. Tus gemidos y jadeos me hacían lamerte con más fuerza, intentando penetrarte con mi lengua, succionando tu clítoris y mordiéndolo como un caramelo. Notaba que un nuevo orgasmo se acercaba, pero... después de la nata viene el chocolate, ¿no?.

Te dejé pidiendo más, mientras bañaba tus pechos en chocolate líquido te dí a probar la nata sobre mi glande. Lo lamías, lentamente, haciéndome sufrir, deseando follarte la boca y descargar en tí. Me lancé a tus pechos, chupándolos completamente, haciéndote pedir más fuerza, haciendo que te masturbases salvajemente con dos dedos en tu interior. No parabas de gemir y ya no quedaba más chocolate en tu cuerpo. Me terminé de desnudar y me tumbé en la mesa, colocándonos en un 69 maravilloso. Me comías la polla como si tú también estuvieses hambrienta, no pude aguantar mucho más. Me corrí en tu boca, sobre tu lengua que no paraba de recoger el semen que salía a borbotones de mi glande. A los pocos minutos, alcanzaste el orgasmo mientras succionaba y lamía tu clítoris, introduciendo dos dedos en tu coño y uno en tu ano.

Casi caigo desmayado. Te levantaste para dirigirte seguramente al cuarto de baño, pero te cogí fuertemente de la cintura. "¿A dónde vas?, no hemos acabado todavía, ¿o qué te creías?". Reía mientras te subía de nuevo a la mesa y te colocaba a cuatro patas. Me coloqué detrás de tí, rozando mi polla contra tu clítoris y contra tu ano. Volvía a recuperar la dureza que necesitaba para penetrarte como lo estaba deseando. Te metí la polla de una sola embestida, escapando de tus labios un hondo gemido mientras penetraba tu coño. Me apoyé sobre tu espalda, acariciando tus pechos con mis manos, pellizcando los pezones, estrujando esos dos maravillosos globos de carne. Tus caderas ayudaban a la penetración, nuestros gemidos y jadeos se confundían mientras alcanzábamos un orgasmo profundo pero silencioso, amable y cariñoso, lleno de pasión pero interno, sabiendo lo que sentía el otro sólo con el simple contacto de nuestra piel.

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