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Invitado a una boda

en Hetero: Infidelidad

Invitado a una boda.

Hacía bastante tiempo que no volvía a Albacete y me hizo mucha ilusión cuando abrí el buzón de mi piso y vi una carta de un antiguo compañero mío, Ferrán, invitándome a su boda. Hacía más de un año que no lo veía ni a él, ni al resto del personal de la oficina donde trabajé durante un periodo bastante agradable de mi vida. 

Yo ahora tenía veintisiete años, y pensé que me vendría bastante bien reunirme con mis viejos compañeros, y contarnos como nos iba. ¿Y qué mejor momento que en la boda de uno de ellos?.

Llegué a Albacete un día antes de la ceremonia. Fui directamente al hotel que me recomendó Ferrán en su invitación, y en cuyos salones se celebraría la cena del gran día. No quise complicarme la vida llamando a otros hoteles más baratos y decidí que era buena idea hospedarse en el mismo donde era la celebración. Así no tendría que coger el coche.

Nada más subir las escaleras y encaminarme hacia mi habitación, me llevé la primera sorpresa. Me encontré con otro ex-compañero de oficina y con su mujer, los cuales estaban en una habitación cercana a la mía.

- "¡Manuel!, ¡cuánto tiempo!", le dije, a la vez que nos dábamos un fuerte abrazo.

- "¡Hombre, Andrés, qué alegría!", me contestó.

- "¡Me alegro de verte!.¡Ah, disculpa, Isabel!. ¿Cómo estás?", dije saludando a su mujer.

- "Así que has decidido regresar también al viejo Albacete, a recordar viejos tiempos, ¿verdad?", me preguntó Manuel.

- "¡Claro!. Hacía más de un año que no nos veíamos, y espero que lo pasemos muy bien", les dije yo.

- "Seguro que sí. Creo que vamos a venir todos. Hemos hecho el esfuerzo por Antonio, aunque la mayoría de nosotros hemos tenido que venir desde otras ciudades", comentó.

- "Sí, pero merecerá la pena. ¿Ya no queda nadie en la oficina de los que estábamos?", le pregunté yo.

- "Sólo Jiménez y Luis. Los demás hemos tenido que irnos lejos, como tú. ¿Y qué mejor ocasión ésta, para reunirnos todos otra vez?", dijo él, no sin razón.

Una boda era un sitio ideal para volver a encontrarse viejos compañeros. Esa noche nos fuimos los tres por los viejos sitios de Albacete que ya conocíamos y estuvimos hablando hasta bastante tarde.

Al día siguiente, lógicamente, me desperté tarde. Pero en cuanto bajé a la cafetería a desayunar algo, comencé a encontrarme uno detrás de otro a casi todos mis viejos compañeros. Saludé a Antón y a sus hijos, a Luis Miguel y su novia, a José y a su hermano, y finálmente, me senté en la mesa de Carlos y María, que entraban en la cafetería a la vez que yo, y me invitaron a compartir el desayuno.

Todos estaban casi igual, apenas habían cambiado. Y sus mujeres, seguían tan guapas como siempre. Unas eran más simpáticas, y otras más introvertidas. A unas las conocía más y a otras menos. A María, la mujer de Carlos, no la conocía mucho, puesto que se había pasado poco por la oficina. Pero las pocas veces que la vi, debo confesar que me pareció una mujer bastante simpática y bastante guapa, pese a no tener un cuerpo de escándalo, ya que era más bien delgadita. 

Esa mañana, pude constatar mi idea sobre ella, ya que descubrí que era una gran conversadora, y que tenía una gran belleza, con unos ojos negros profundos que me impactaron, un pelo corto totálmente oscuro y una piel muy morena. Tendría unos cuarenta años.

Mientras desayunaba con Carlos y María, no podía dejar de fijarme de reojo en las mujeres de los demás compañeros. Isabel, con quien habíamos estado la noche anterior tomando copas su marido y yo, tenía unas piernas muy bonitas, y le favorecía el pantalón corto que llevaba en ese momento.

Carmen, la mujer de Antonio, no era muy guapa, pero tenía un cuerpo bastante apetitoso, ya que tenía unas caderas anchas, y un buen culo, y llevaba para desayunar una falda azul claro que dejaba mostrar también unas fabulosas piernas.

La mujer de Juan, Sonia, lucía a esa hora de la mañana un generoso escote, con una camiseta morada bastante ajustada. Ella era algo más joven que las demás, y quizá la más guapa de todas, y la de cuerpo más perfecto.

De vez en cuando, mis pensamientos eran interrumpidos por alguna pregunta de María en la que de forma sutil, confirmaba si la estaba escuchando, dándose cuenta seguramente, de que se me iban los ojos viendo a las esposas de mis compañeros. Fue una gran idea ir a esa boda, porque además de vernos todos y pasárnoslo muy bien, tendría la oportunidad de ver a todas las mujeres de ellos vestidas con sus mejores galas. 

A la hora de la siesta, Carlos, María y yo, que también habíamos compartido el almuerzo, decidimos subir un rato a las habitaciones para descansar un rato, y ya por fin ducharnos y prepararnos para el gran acontecimiento. Me despedí de ellos y me metí en mi habitación. Bajé un poco las persianas y me tumbé casi desnudo en la cama, mientras intentaba ver en la televisión algún programa interesante.

No pasó mucho tiempo, cuando justo en la pared en la que se apoyaba el cabecero de la cama, comenzaron a escucharse unos pequeños golpecitos rítmicos. Bajé el volumen del aparato, y puse atención para intentar descifrar el origen de aquellos ruidos. Cual fue mi sorpresa, cuando en el silencio de mi habitación pude oír perfectamente a Carmen, la mujer de mi compañero Antonio, de tan apetitosas caderas, gemir gustosamente y dedicarle maravillosas palabras lascivas a su marido. 

Estaban echando un gran polvo, justo al otro lado de aquella pared. Seguí escuchando, y no pude evitar una erección, al imaginarme a ellos dos haciendo el amor a escasos metros. Así que, no tuve más remedio que masturbarme con aquellos gritos de Carmen, soñando con que era yo el que estaba encima de aquella hembra, en lugar de su marido.

Cuando apenas faltaba una hora para la boda, decidí darme una ducha y comenzar a vestirme. Me engominé el pelo, y me coloqué mi traje con su corbata correspondiente, y salí un rato al pasillo para dar un breve paseo. Allí fue donde ante mis ojos de gozo, comenzaron a desfilar ante mi algunas de las esposas de mis compañeros, enfundadas en sus maravillosos vestidos. La primera que vi fue a Sonia, que lucía un bonito vestido rosa, largo hasta el suelo, bastante ancho por abajo, y sin tirantes, apretándole su bonito pecho.

- "¡Hola Andrés!. Estás muy guapo", dijo, con una bonita sonrisa al cruzarse conmigo.

- "Tu también, Sonia", le contesté.

Al rato vi a Eva, la novia de David, salir con otro vestido largo, azul brillante, de tirantes y sin cerrar aún por la espalda, dejándome ver el cierre de un sujetador rosa que seguro era precioso, y entró en la habitación de María, donde la pude escuchar como le pedía que le terminara de abrochar el vestido.

Decidí seguir paseando un poco por los pasillos del hotel, y fui encontrándome a más compañeros y a sus esposas. Manuel e Isabel ya estaban preparados y se dirigían hacia las escaleras. Ella llevaba un bonito vestido negro con flores estampadas y con un generoso escote.

Al pasar de nuevo por la puerta de mi habitación, salió Carmen de la suya, que estaba contigua a la mia, con un precioso vestido rosa, acabado en volante a la altura de las rodillas, y sujetándose los tirantes, que se los debería anudar al cuello, para que no se le bajara el vestido.

- "¡Hola Andrés!. ¿Has visto a mi marido?", me preguntó ella al verme.

- "No, no lo he visto", le dije.

- "¿Dónde se habrá metido este hombre?. ¡Vamos a llegar tarde!. Anda, ¿te importaría anudarme el vestido al cuello?", dijo.

- "Claro que no me importa, ven aquí", le dije. 

Y poniéndose de espaldas a mi, subió sus tirantes por detrás del cuello, se recogió un poco su bonito pelo rubio, y procedí a hacerle un nudo suave pero firme, mientras aspiraba el maravilloso aroma de su perfume y de su pelo limpio.

Prolongué la operación todo lo que pude, para deleitarme viendo la parte superior de su espalda desnuda, ya que el vestido no la cubría hasta más abajo. Me acordé de los gritos que estaba dando hacía tan solo una hora, y comencé a notar una pequeña erección en mi pene.

- "Gracias, Andrés", me dijo cuando terminé de ayudarla, con otra bonita sonrisa.

Pero la mayor sorpresa me la llevé cuando Carmen se metió de nuevo en su habitación y yo me di la vuelta. Allí pude ver algo que se me quedó en el recuerdo para siempre. Unos metros más allá, estaba María, la mujer de Carlos, en la puerta de su habitación, observando como le había colocado los tirantes a Carmen. En ese momento, me pareció la mujer más bonita y elegante que jamás había visto. 

Estaba acostumbrado a verla casi siempre en pantalones, y me sorprendió agradablemente, verla enfundada en un precioso vestido negro, muy moderno, sujetado tan sólo con un tirante en el hombro izquierdo, llevando el derecho desnudo, ceñido al cuerpo, moldeando su pequeño pecho y sus caderas, terminando en volante abajo, más largo por el lado derecho que por el izquierdo, donde acababa por encima de la rodilla. El conjunto estaba rematado con unos bonitos zapatos negros de sandalia, con un tacón alto y brillantes en las tiras que lo unían, y con unos finos cordones anudados al estilo romano en sus finos tobillos.

- "¿Qué te pasa, Andrés?", me dijo ella, al darse cuenta de la cara de tonto que se me había quedado.

Entonces fue cuando la miré a la cara, estaba guapísima, con un maquillaje muy natural, unos labios pintados en algún color oscuro y sombra en los ojos. Su pelo corto, negro azabache, caía lacio por los laterales de su cara.

- "Nada María. Que estás muy guapa. Y ese vestido te sienta muy bien", le dije, intentando volver en mi.

- "Gracias. Tu también estás muy guapo. Esta noche seguro que más de una caerá rendida a tus pies", bromeó ella.

- "Eso espero", contesté yo, justo antes de que Carlos saliera de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

- "Bueno, ¿qué?. ¿Nos vamos?", dijo.

- "Venga, yo ya estoy listo. Cuando queráis", contesté.

Cuando llegamos a la iglesia, nos sentamos los tres juntos. María se sentó entre Carlos y yo, con mucho cuidado de no arrugarse su vestido. Entre los invitados había mujeres muy guapas y muy elegantes, pero a mi, esa tarde, me pareció María la más bonita de todas. 

Su marido pronto se comenzó a fijar en otras mujeres jóvenes que pasaban por su lado, mientras su esposa se daba cuenta perfectamente que las miraba más a las demás que a ella. También se dio cuenta de que yo la miraba más a ella que a las demás, ya que varias veces me pilló mirando sus rodillas, apenas cubiertas por el vestido, y su hombro desnudo.

La ceremonia fue corta. Después de ella, los invitados nos dirigimos al hotel, que estaba en las afueras, donde en uno de sus salones se celebraría la cena. Allí en el jardín, nos fueron dando algunas copas de vino, y algunos canapés, para hacer tiempo mientras los novios realizaban el reportaje fotográfico en algún bonito rincón de la ciudad. Aunque yo hablaba con todos mis compañeros, poco a poco, me fui centrando más en el matrimonio de Carlos y María, y como él cada vez bebía más y más, pronto sólo conversábamos ella y yo.

Me estuvo contando muchas cosas de su vida, de su matrimonio, de sus hijos,... y yo le iba contando también detalles de mi nueva vida, de mi nuevo trabajo, etc. De vez en cuando pasaba un camarero, y yo cogía dos copas de vino, una para ella y otra para mi. La verdad es que, pese a tener trece años más que yo, congeniamos muy bien desde el principio.

Más tarde, los camareros nos indicaron que ya podíamos pasar a ocupar nuestros lugares en el salón. María y yo entramos juntos, y su marido Carlos, algo bebido ya, venía detrás de nosotros. Al llegar a nuestra mesa, le sujeté la silla caballerosamente mientras ella se sentaba. Su marido se sentó a su lado izquierdo y yo al derecho. Allí seguimos conversando, riéndonos y cenando.

Y llegó por fin la hora del baile y de la barra libre. Los novios abrieron con un vals. Y poco a poco nos fuimos sumando a ellos el resto de invitados. Como Carlos pasaba más tiempo con los compañeros que con su mujer, quien no estaba sola aquella noche gracias a la compañía que yo le estaba brindando, decidí pedirle que bailara conmigo, a lo que ella aceptó encantada.

Durante el baile, poco a poco, la fui llevando a un rincón apartado, donde estaba la familia de la novia, a la que no conocíamos. Seguimos bailando allí y hablando. Yo la agarraba a ella por la cintura, y ella tenía sus brazos detrás de mi nuca. De vez en cuando, lo atraía un poco más hacia mi, intentando no ser muy descarado, para notar la delicadeza de sus pechos contra mi. Otras veces, dejaba caer una de mis manos tontamente por debajo de su cintura, pero sin llegar a palparle el culo, justo hasta donde yo notaba el borde de sus bragas por encima del vestido.

Debido al alto volumen de la lenta música, para que ella me entendiera debía hablarle al oído, enterrando mi boca y mi nariz en su pelo, y aspirando su suave aroma. Tenía unos pendientes preciosos y al final de cada frase, le besaba discretamente la oreja. Ella sonreía y me contestaba también cerca del oído, aprovechando para juntarse más junto a mi y apoyarme su pecho junto al mío.

- "Estás muy guapa, María", le susurré.

- "Gracias. Tu también", me contestó.

- "Es una lástima que tu marido le esté prestando más atención a los amigos que a ti", le comenté.

- "Sí que es una lástima, pero ya estoy acostumbrada".

- "No contestes si no quieres, pero, ¿es que tenéis algún tipo de problema?", le pregunté, intentando no parecer muy violento.

- "No tenemos ningún problema concreto. Él es así desde hace ya bastante tiempo. La pasión aquella del principio se terminó a los pocos años de estar casados", dijo.

- "¿Y a ti también se te apagó la pasión?".

- "A mi no. Yo le sigo queriendo, y creo que él también a mi. Lo que pasa es que llega un momento en que te dejas de llevar como novios, y te llevas más como amigos", me aclaró ella.

- "Pero debe ser un poco difícil acostarte todas las noches con alguien con el que se ha perdido ese puntito de picante. Hacer el amor sin pasión debe de ser bastante aburrido", le dije.

- "Pues sí. Si falta la pasión, hacer el amor se convierte en algo monótono y aburrido. Se empieza a hacer más como rutina que como placer, y poco a poco, se van distanciando las veces que lo haces. Y te acostumbras, porque llega un punto en que te da igual hacerlo que no hacerlo, puesto que la diferencia es poca".

- "Es una pena, María, que tu siendo aún joven y guapa, y con un precioso físico, tengas que hacer el amor por rutina y no disfrutes de ello".

- "Ya lo sé que es una pena, pero, ¿qué le voy a hacer?".

- "Todavía estáis a tiempo de arreglarlo. Sólo hay que poner un poco de interés y hacer cosas nuevas. Seguro que tu te reprimes de cosas que desearías hacerlas. Seguro que en una noche como hoy, que te vistes y te maquillas para él, te gustaría que te dijera cosas bonitas, que estuviera pendiente de ti, y que deseara con todas sus fuerzas verte sin el vestido", le dije.

- "Claro, eso es normal. Hay tantas cosas que me gustarían y no pueden ser. Hay que aguantarse. En la vida no se puede hacer todo lo que uno quiere, sino lo que se puede", dijo ella.

- "Sí, pero hay que arriesgar e intentar que lo que uno quiere, se pueda hacer. Piensa qué te gustaría hacer esta noche con él y prueba a ver que pasa", le aconsejé.

- "Lo que yo quiero que pasara es imposible que pueda ser. Me gustaría que me cogiera, que me besara como hace tanto tiempo que no lo hace, que despertara en mi un sentimiento de deseo, que me llevara a algún lugar apartado y que me hiciera el amor como al principio. Pero eso no puede ser. Primero, porque está bebido, y segundo, porque ni siquiera me ha dicho como me queda el vestido. Ni me ha visto. Aquí el único que me ha dicho lo guapa que estoy eres tu", me confesó ella.

- "Pues déjame entonces que el que te bese, y el que te lleve a un lugar apartado sea yo. Imagínate que soy tu marido sólo por esta noche", le dije a María a la vez que la empecé a acariciar la espalda suavemente.

- "No creas que no me gustaría, pero no puedo", contestó ella, intentando forzar una sonrisa de disculpa.

- "¿Por qué no?", le pregunté.

- "Porque esa no es manera de solucionar las cosas. El matrimonio se compone de más cosas además del sexo. Y porque falle esto último, no tengo porqué echar a perder tantos años de convivencia", me dijo, apartando la vista de mi.

- "No tienes por qué echar nada a perder. Yo sólo quiero ayudarte a que satisfagas un deseo que tienes esta noche. Te gustaría que te dieran cariño y él no quiere dártelo. Déjame que te lo de yo, sólo hoy. No quiero casarme contigo ni nada de eso. Ni entrometerme en tu relación con él. Sólo quiero satisfacer un deseo que tienes", intenté explicarle.

- "Te lo agradezco, pero no estoy preparada. Me pillas de sorpresa...".

La interrumpí con un tierno beso en los labios, aún sabiendo que podíamos ser vistos por mucha gente que nos conocía, pese a estar bailando en una zona oscura y mezclados con otra gente a la que no habíamos visto nunca.

- "¿Ves que fácil es realizar los deseos?", le dije suavemente, y la volví a besar, esta vez más profundamente. Ella se agarró a mi nuca y apretó mi cabeza con la suya, mientras que su lengua se movía como salvaje dentro de mi boca. Noté como su cuerpo se apretaba al mío, y su pecho se me clavaba en mi torso, mientras yo acariciaba su espalda y cintura con mis manos.

- "Vamos fuera un momento, quiero decirte una cosa", dijo ella separando su boca de la mía bruscamente.

Salimos a los aparcamientos y nos fuimos a un rincón tranquilo, detrás de muchos coches, donde nadie podría vernos.

- "Prométeme que no le dirás lo del beso a nadie. Sería un duro palo para mi que alguien se enterara", me confesó.

- "Tranquila, María. Confía en mi. No quiero hacerte daño. Estoy aquí sólo para que disfrutes y que lo pases bien. Deja a tu cuerpo llevarse por sus instintos, déjalo que él actúe y tu sólo párate a disfrutar. Nadie se tiene por qué enterar de ésto y tu y yo no tenemos por qué darnos explicaciones mañana, cuando ya ninguno de los dos estemos aquí".

- "Mira Andrés, no te molestes, pero no tengo ganas de hacer el amor contigo. No es que no me gustes, pero nunca he hecho algo así, y creo que nunca podría hacerlo", me dijo.

- "Yo no voy a ser el que te presione a hacer nada que no deseas. Perdona si te he podido ofender, pero es que te confieso que me vuelves loco. Te deseo", le solté de sopetón.

Ella apartó un poco la vista. Creo que se sentía un poco incómoda.

- "O sea, que tu lo que buscas en mi es algo sólo físico. No te importan los sentimientos", me dijo.

- "Así es. Te soy sincero. Lo único que quiero es que hagamos el amor tu y yo, y que disfrutemos al máximo de nuestros cuerpos. Que tu te aproveches de mi y yo de ti. No busco nada más", le confesé.

María esbozó una sonrisa de sorpresa y se apoyó en el capó de un coche cruzando los brazos.

- "¡Joder!. ¡Qué directo!".

- "Es verdad, María. Dime que tu no deseas eso también. Es duro decirlo, pero lo único que busco es sexo por sexo. Nada más. ¿Y con quien mejor que con una mujer tan elegante como tu y que me da tanto morbo?. No sabes lo que daría por arrancarte este bonito vestido y ver como vistes por dentro", le dije mientras le acariciaba la cintura.

- "No me creo que me estés diciendo esto, Andrés", me dijo con una sonora carcajada.

- "Bueno, ¿qué me dices?. ¿Te apetece?", le pregunté yo.

- "No Andrés, de verdad. No insistas. Seguro que estaría bien, pero no me atrevo. Pero gracias de todas formas por preocuparte por mi y por estar acompañándome esta noche", me contestó.

- "Como quieras, María. No te insisto más. Pero te pido un favor, por lo menos para llevarme un recuerdo tuyo", le pedí.

- "¿Cuál?", preguntó.

- "Nunca te había visto con vestido. Esta noche es la primera vez que he visto tus piernas, aunque sea sólo de rodillas para abajo. ¿Te importaría subirte un poco el vestido para que yo pueda ver el resto?. Estoy convencido de que son preciosas y quiero comprobarlo", dije.

Ella comenzó a reírse diciendo que estaba loco.

- "No me pidas esas cosas que me da mucha vergüenza. Son unas piernas de lo más normales", me aclaró ella.

- "Por favor, María. Agradéceme la compañía que te estoy dando, ¿no?", le pedí una vez más.

Se sonrió.

- "¡Qué cara tienes, Andrés!".

Y acto seguido, agarró el vestido y se lo subió un poco.

- "Más, María. Así no se ve nada", le dije. Y ella se subió el vestido hasta la mitad de sus muslos.

- "¿Te vale así?", me preguntó.

- "Si subes un poco más, podré ver tus muslos completos", le aclaré.

- "¡Si hombre, y también me verás las bragas!", dijo riendo.

- "¿Y qué mas da?. Pues como si estuvieras en bikini", la intenté convencer.

- "Venga, más de ésto no me lo voy a subir", me dijo mientras se lo levantó algo más, justo hasta el filo de sus bragas negras, que fugázmente pude ver cuando ella hizo algún movimiento. Y así, por fin, pude ver sus bonitas piernas, más bien delgadas y largas.

- "Lo que yo me suponía. Son preciosas. No se por qué no te pones más faldas, tu que puedes. ¡Umm!, y tus bragas son de encaje. También muy bonitas", dije riéndome justo en un momento en que pude verlas.

- "Pues nada, ya las has visto. Las piernas y algo más", dijo mientras soltó su vestido, el cual tomó su posición original.

- "Muchas gracias, María. Eres muy amable. Pero no te avergüences de que te haya visto las bragas. También he comprobado que eres elegante por debajo. Sin duda, una ropa interior que invita a verla, no es para llevarla tapada.
¿Llevas sujetador?", le solté de golpe.

- "Sí", contestó ella sonriendo.

- "Yo creí que no, como llevas el hombro derecho desnudo", le dije.

- "Sí llevo, lo que pasa que es sin tirantes", me aclaró.

- "¿Y a juego?".

- "Sí, a juego", dijo mientras se bajaba muy poco un costado del vestido, justo por debajo de un brazo, y con la otra mano, dejó asomar un poco de tela del sujetador, también negro y de encaje.

- "¡Ah!. Muy bonito también, seguro. Vamos, que ya te estoy imaginando sin vestido, y debes de estar impresionante con esa lencería".

- "Pues no te imagines tanto porque te decepcionaría", me dijo ella.

- "Lo dudo mucho. Nada más que viendo el perfil que te dibuja el vestido, ya te puedo imaginar, y te aseguro que tienes un cuerpo muy apetecible. ¿No te has fijado la cantidad de mujeres que hay en la boda que llevan medias para intentar disimular un poco los defectos de sus piernas?. Y tu fíjate, sin medias ni nada artificial, tienes las piernas más bonitas de toda la fiesta".

Viendo que ella se reía, y que cada vez estaba más relajada y distendida, me aventuré a dar un pequeño paso más.

- "Muéstrame de nuevo tus piernas, María", le pedí.

- "¿Otra vez?", preguntó ella.

- "Sólo una vez más", dije intentado convencerla. Y María se volvió a subir el vestido, no tanto como la primera vez, pero dejando a la vista gran parte de sus muslos.

Sin pensármelo dos veces, le puse suavemente la mano sobre su rodilla, y la acaricié delicadamente.

- "¿Ves como no necesitas medias?. Tienes unas piernas muy suaves y bronceadas".

Ella no dijo nada, pero me dejó acariciarle las rodillas. Yo seguí hablando y disimuladamente, cada vez subía unos centímetros más arriba mi mano. Hasta que cuando ya iba por medio muslo, ella me interrumpió.

- "¡Para, que estás subiendo  muy arriba!", me advirtió.

- "No creo que quieras que pare", le dije incrédulo.

- "Por favor... para, no subas más", me dijo mientras me agarró los brazos por las muñecas.

- "¿No quieres que te acaricie las piernas?. No voy a hacer nada malo".

Puesto que su resistencia no era mucha, poco a poco fui subiendo más y más, mientras ella me agarraba los brazos tímidamente. Estaba ya muy cerca de sus bragas, y noté que ella empezaba a respirar pesadamente. Ante su inofensiva defensa, aventuré una de mis manos por dentro de sus muslos, acariciándolos suavemente, rozando ya casi el encaje de su ropa interior. 

Y en ese momento  no pude más y agarré con todas mis ganas su entrepierna. Ella dio un  respingo y un pequeño grito y, acto seguido, me soltó una bofetada que me hizo retroceder abandonando el hermoso juego que había empezado.

- "Perdóname Andrés, lo he hecho sin pensar. Ha sido un acto reflejo".

- "No, perdóname tú, María, creo que me he pasado contigo", le dije.

- "No quiero seguir con este juego. Será mejor que entremos dentro antes de que mi marido me eche en falta".

- "Es una pena que no quieras seguir, porque creo que te estaba gustando. He notado cierta humedad en tus bragas", le comenté yo.

- "Eso no es verdad", afirmó ella.

- "¿Qué apostamos a que sí?. Te estaba gustando, no lo niegues", insistí.

- "No es cierto".

- "Tócate tus bragas, a ver si es mentira lo que digo. Están mojadas".

- "No necesito tocarme. Sé cuando estoy excitada y cuando no", dijo.

- "No te creo. Eres una mentirosa", insistí.

- "Te aseguro que lo que tu has tocado no es producto de una excitación. Es sudor", intentó convencerme.

- "Mentirosa. Te estabas excitando y tu lo sabes".

- "¿Eso crees?. Pues ven a comprobarlo y te darás cuenta", dijo algo molesta.

María me cogió el dedo corazón de la mano derecha y subiéndose el vestido, lo introdujo por entre sus piernas hasta que noté como llegó a sus bragas.

- "Toca. ¿Crees que es excitación?".

- "Yo diría que sí", le contesté.

Y no contenta con aquella respuesta, noté como utilizó mi dedo para apartarse las bragas y lo puso sobre su raja, moviéndolo a todo lo largo de ella.

- "María, creo que sí es excitación. Tienes toda tu raja mojada", le dije mientras no paraba de pasarle el dedo por sus labios. Y viendo que, verdaderamente, su emanación de flujos iba en aumento, seguí moviendo el dedo ya sin el control de ella, metiendo la primera falange en su húmeda cavidad incluso y llegando a acariciarle el clítoris.

María cerró sus ojos y comenzó a respirar profundamente, dejando escapar de vez en cuando algún tímido gemido.

- "Creo que te está gustando bastante ésto", le susurré.

- "No pares, Andrés", fue lo que me contestó ella. Mi erección no se hizo esperar y pronto noté gran presión en los pantalones.

Ante la creciente excitación de ella, yo cada vez me fui animando más, y pronto puse mi otra mano sobre su pierna derecha y fui subiéndole el vestido hasta que pude tocar su bonito culo. Mientras la masturbaba con mi mano derecha, le sobaba el culo por encima de las bragas con la izquierda.

María ya me tenía abrazado por los hombros y cada vez quería que me pusiera más cerca de ella. A veces, echaba su cabeza hacia atrás mostrándome su hermoso cuello que yo no dudaba en chupar y morder. Pronto, la mano que sobaba su culo la subí despacio por su cintura y por encima del vestido, hasta sus pechos. Así se los estuve acariciando un buen rato e intentando localizar sus pezones duros por encima de la tela.

- "¿Me dejas que te lo coma?", le susurré al oído.

- "Sí, por favor", fue su respuesta.

Sin perder un segundo, la ayudé a que se subiera al capó del coche en el que estaba apoyada y separé todo lo que pude sus piernas, subiendo su vestido hasta casi su cintura. Me incliné ante ella y comenzando a besarle las rodillas, fui subiendo muy despacio por la cara interior de sus muslos hasta toparme con sus bragas mojadas. 

Allí, con una mano, se las aparté suavemente y metí la punta de mi lengua entre sus dos labios dilatados. La moví muy despacio intentando separarlos. Ella gemía tímidamente y mientras que con una mano se apoyaba en el capó del coche, con la otra me sujetaba la cabeza.

Pasé mi lengua por el interior de sus labios y la metí todo lo que pude en su vagina. Después, subí hasta el clítoris y lo succioné varias veces. Ella intentaba controlarse, pero su cuerpo le jugaba malas pasadas, haciéndola estremecerse de placer.  Cuando noté que su orgasmo no se haría esperar mucho más, le dije:

- "Vas a correrte con mi polla dentro".

Yo me incorporé y, bajando mi bragueta, saqué mi pene ya totálmente erecto. Me metí entre sus piernas y separándole más aún las bragas, puse la punta sobre sus labios vaginales. Hasta que ella, con un sutil empujón, se la metió hasta el fondo. Su gemido fue más intenso. Comencé a moverme cada vez más rápido, mientras que ella intentaba moverse también a mi ritmo encima del capó.

Ella me rodeó con sus piernas, y noté los tacones de sus zapatos en mi culo. Nuestros movimientos eran ya muy salvajes, y debido a nuestra gran excitación, ninguno de los dos pudimos más, siendo desbordados a la vez por un maravilloso orgasmo común. Ella intentaba reprimir sus gritos como podía, mientras notaba como su vagina se llenaba con mi semen.

Al terminar, los dos nos incorporamos y arreglamos nuestras ropas.

- "Ha sido genial, María. Lo haces muy bien", le dije.

- "Tu también, no sabes cuanto tiempo hace que no me corría así", me comentó ella.

- "Si quieres subimos a mi habitación y seguimos. Todavía queda mucha noche", le propuse.

- "Me encantaría. Voy a ver a mi marido y en cinco minutos subo a tu habitación", concluyó, algo excitada.

Fue una suerte que la boda se celebrara en el mismo hotel donde nos hospedábamos. Yo tenía fe en que aquella noche haría alguna conquista, pero nunca pensé que me acostaría con la mujer de mi compañero, trece años mayor que yo.

Subí rápidamente a la habitación y encargué una botella de cava y dos copas. Llegaron a la par que María. Yo dándole la propina al camarero y ella que aparecía por el fondo del pasillo. En cuanto llegó a la puerta de mi habitación, me abrazó y metió su lengua en lo más profundo de mi boca.

- "Todavía estoy caliente", me dijo.

- "Pasa, que te voy a follar como hace tiempo que no te lo hacen", le animé.

Ella se sentó en el borde de la cama y yo descorché la botella de cava y serví dos copas. Se la acerqué y brindamos por nuestro inminente polvo. Después, María rápidamente se abalanzó sobre mí, dejando caer su copa sobre la moqueta de la habitación. Me mordisqueó el cuello, me chupó las orejas, me besó en la cara y en la boca y poco a poco se tumbó encima mía. 

Yo la abracé y también le mordisqueé por donde podía. En ese nudo de pasión en el que nos encontrábamos, vi por casualidad la cremallera de su vestido en la espalda, y no dudé en bajarla.  Ella se incorporó un poco, y estando sentada a horcajadas sobre mi, se sacó el vestido por arriba, dejándome contemplar su maravilloso cuerpo, tapado tan solo por un bonito sujetador negro de encaje sin tirantes, y una braga a juego.

Ella tampoco dudó en desabrocharme la camisa y despojarme de ésta. Y en cuanto mi torso quedó al desnudo, María se abalanzó sobre él, besando y mordisqueteando mis pezones y mi cuello. Poco a poco fue bajando, hasta que llegó a mi pantalón. Lo desabrochó y me lo quito en un ágil movimiento. Acarició mi pene por encima de mis calzoncillos, siguiendo todo el recorrido que marcaba.

Después se dio la vuelta, y dándome el culo, me quitó los calzoncillos y me comenzó a besar la punta de mi miembro. Yo mientras, como pude, le quité las bragas y pude contemplar su bonito culo por fin. La cogí por las piernas y puse su vulva en mi cara, desde donde pude beberme los flujos que todavía tenía del polvo anterior en los aparcamientos. Hicimos un maravilloso sesenta y nueve.

Cuando estábamos nuevamente excitados al máximo, ella se incorporó y se puso en cuclillas sobre mi, acercándose la punta de mi pene a su vagina, e introduciéndolo poco a poco.

- "Ummm. ¡Qué durita está!", me dijo ella.

- "Tu me la pones así, María", le contesté. 

En aquella posición, cabalgando sobre mi pene, quise terminar de desnudarla y como el sujetador no tenía tirantes, se lo bajé y se lo coloqué por debajo de sus hermosas tetas morenas, adornadas con un dilatado pezón oscuro.

- "Haces top-less, ¿verdad?", le pregunté.

- "Sí", contestó ella como pudo, porque había empezado a acelerar sus movimientos y mi polla entraba y salía muy rápido de su cavidad. Sus pechos bailaban al compás y yo los comencé a acariciar y a sujetarlos.

- "¡Pellízcame los pezones mientras, Andrés, que eso me dispara!", consiguió decir.

Lógicamente yo le hice caso en todo lo que me pedía, y pronto nos vimos los dos saltando como locos y gritando de placer mientras nuestros sexos se fundían a gran velocidad. Aquella postura era muy buena para que yo le acariciara el clítoris mientras la penetraba, y no dudé en hacerlo.

- "¡Ohhh, eso, eso, así, así, no pareees!", gemía ella.

Su orgasmo no se hizo esperar y pareció incluso más intenso que el de los aparcamientos, a juzgar por su manera de gritar y de gemir pidiéndome que no parara de follarla.

Ésto consiguió llevarme a mi también a un punto en que no había vuelta atrás, y descargué nuevamente con todas mis ganas el semen contra lo más profundo de su vagina.

¡Qué orgasmos tan intensos tuve con María aquella noche!. Estuvimos haciéndolo hasta que se hizo de día. Y su marido ni se enteró. Cuando ya a las nueve de la mañana, ella se duchó y se vistió para volver a su habitación, él estaba dormido y no se despertó hasta después de la hora de comer.

María y yo nos despertamos pocas horas después como si nada hubiera pasado. Nos saludamos en los pasillos y fuimos a comer al restaurante cada uno por nuestro lado. No nos hemos vuelto a ver más y ni tan siquiera nos hemos llamado por teléfono, pero los dos sabemos, que el próximo día que nos encontremos en algún sitio, volveremos a pasar una noche tan apasionada como la de aquella vez. Besos, María, donde quiera que estés.

tororojo12000@yahoo.es

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