EN EL AMAZONAS
Nos encontrábamos junto a uno de los meandros que el Amazonas descarga cerca de Manaos y no muy lejos de Ovidos, en Brasil, cuando aquella araña me picó en el tobillo izquierdo. La araña resultó ser una temida "Viuda Negra", por lo que rápidamente, la expedición de la que formaba parte organizó un hospital de urgencia para atenderme lo más cómodamente posible.
La enfermera, una ATS brasileña de piel morena, culo en pompa y unas bonitas tetas que a escondidas había podido mirar cuando se duchaba en los campamentos que organizábamos, vino solícita a atenderme aunque yo no me quejaba. Suavemente me acomodó la mochila como almohada.
- No te preocupes -me susurró al oído- Antes de que haga
efecto el veneno que poco a poco te irá paralizando hasta asfixiarte, pasaremos
un buen rato tú y yo juntos.
- ¿Qué? ¿Tan mal estoy? -pregunté preocupado, sin entender completamente lo que
acaba de decirme- ¿Cuándo empiezan a sentirse los primeros síntomas?
- Después de una hora, más o menos -me respondió.
¡Caray, en una hora yo podría disfrutar de la negrita y cortarme la pierna si hacía falta!
- Pues no se hable más -le dije al oído- Pongámonos en marcha.
Hizo salir a todos los que estaban en la tienda de campaña montada exclusivamente para ocuparse de mí (de la puta viuda negra no porque la partí en dos de un machetazo). Con dedos expertos me desabrochó el cinturón y me bajó el pantalón hasta los tobillos. Me besó suavemente, haciéndome llegar su olor a almizcle y centeno y su aliento a menta y café. Recuerdo que una gota de su sudor se mezcló con el mío. Mi mano izquierda se dejó guiar con vida propia hacía sus pechos turgentes, enhiestos, desafiantes... Sentí una de sus manos tomar mi pene erecto. Comenzó en el glande, continuó hasta su base, abrió la mano, la palma de la mano y tomó mis testículos, suavemente.
Comencé a sentirme en la gloria, más allá del cielo, mucho más allá. De repente apretó mis testículos con todas sus fuerzas causándome un dolor que no deseo a nadie. Siguió apretando mientras con el otro brazo me apretaba el cuello, lo que me impedía incorporarme. Observé entonces a Carlunho, el indio que nos guiaba, salir de debajo de la cama y cauterizarme el picotazo de la araña con un hierro candente.
Me desmayé por el dolor de huevos, pues no sentí el hierro ardiendo. Cuando desperté una hora más tarde, descubrí que la negrita me había hecho eyacular después de todo pues llevaba la polla aún húmeda de semen.
Tres días después, una vez repuesto y con fuerza ya para caminar, levantamos el campamento para seguir camino. Intenté intimar un poco con Maireia, que así se llamaba, para ver si podíamos repetir lo de la tienda de campaña, pero esta vez completamente despierto y llevándolo todo a buen fin. Pero la tía no me hacía caso alguno, me rehuía, me daba de lado.
Eso sí, el indio Carlunho me miraba con ojos muy cariñosos.