EN EL METRO
Iba en el metro como cada mañana, sentado en un vagón de esos
que llevan los asientos en grupos de cuatro, dos a dos mirándose... Al sentarme,
tenía delante de mí a una joven morena, con pelo más bien corto, unas pequeñas
patillas negras, gafas de pasta negra, y una cara redonda y agradable. Llevaba
una chaqueta negra y una camisa de color granate oscuro. Las curvas que marcaba
bajo la chaqueta insinuaban unos buenos pechos. Completaban su vestuario un
pantalón negro y unos zapatos también negros con unas pequeñas plataformas de no
más de 6 centímetros. La piel blanca le hacía destacar sus manos sobre un bolso
negro.
Yo iba leyendo el periódico. Llevaba mi abrigo oscuro de cuello de ante, mi
chaleco de punto, con una camisa amarilla y unos pantalones de algodón grises
oscuros muy bien planchados y mis zapatos de ante marrones. Al principio solo
veía que ella iba mirando al lado, como si mirase por la ventanilla. Estaba
quieta y casi no pestañeaba, pero al buscar con mi mirada lo que miraba,
descubrí su rostro mirando mi reflejo en el cristal que con la oscuridad del
túnel hacía de espejo. Me quedé mirándola fijamente hasta que la luz de la
próxima estación difuminó su imagen en el cristal, momento que aproveché para
mirarla a la cara. Ella también hizo lo mismo sin inmutarse y como en un desafío
ninguno apartó la mirada de los ojos del otro.
De nuevo entramos en el túnel y nuestras miradas buscaron el cristal de la
ventana... Seguimos mirándonos los dos quietos y sin mover un músculo. Me estaba
poniendo nervioso, no sé si de excitación o de timidez, pero no dejé de mirar.
Al llegar a la siguiente estación dejamos de mirar el cristal y volvimos a
mirarnos a la cara. Esta vez no pude aguantar y bajé la mirada. Entonces vi que
sus blancos dedos se movían como si siguieran la música de una canción. La miré
de nuevo a la cara y vi que llevaba los pequeños auriculares de un walkman que
llevaba en un bolsillo. Sin apartar la mirada empecé a mover mis dedos al mismo
ritmo, bajé la mirada y ella hizo lo mismo mirando mis manos. Una leve sonrisa
se dibujó en sus labios cuando descubrió que mis dedos seguían su ritmo. La
complicidad había empezado... No se me ocurrió otra cosa que cerrar los dedos de
la mano derecha y dejar únicamente el índice estirado. Empecé a moverlo
suavemente como si lo estuviera acariciando, como si estuviera frotando un punto
muy sensible de su propio cuerpo. Me miró a la cara y enseguida desvió la mirada
de nuevo a mis dedos mientras se movía sobre el asiento como buscando encontrar
una postura más placentera. Empezó a abrir y cerrar las piernas levemente, de
forma casi imperceptible, apretando sus muslos y volviéndolos a liberar. Yo
seguía moviendo mi dedo en pequeños círculos sobre un clítoris imaginario, pero
parecía como si ella lo sintiera, seguía moviendo sus piernas. Mi pie tocaba su
zapato y al mismo tiempo sentía una presión contra el mío. Antes de apartarlo,
yo también apreté en sentido contrario. El vagón estaba lleno de gente. Al lado
mío había un jubilado con un diario deportivo, al lado de ella otra joven leía
el último libro de Carmen Posadas.
Mi dedo seguía acariciándola imaginariamente. Abrió sus piernas y puso una mano
bajo el bolso. Miré su cara y por un momento vi cómo entornaba sus ojos para
seguir mirando mi dedo. Yo empezaba a estar muy excitado, sentía una presión
familiar en mi pantalón. De repente me llevé el dedo índice a los labios y con
un movimiento rápido lo pasé por ellos, para luego volver a bajar mi mano y
seguir con mis caricias. Ella no perdió detalle y lanzó un pequeño suspiro. Su
brazo se escondía bajo el bolso que tenía entre las piernas, moviéndose
lentamente, pero sus ojos entornados la delataban... se estaba acariciando, allí
en el metro, entre el jaleo de las puertas que se abren y se cierran y la gente
que sube y baja... Al llegar a una parada, con un pequeño golpe seco me indicó
algo, la miré y con sus ojos me señaló la estación. Se levantó y yo detrás de
ella, lleno de excitación. Bajamos los dos, yo a un metro de distancia a su
lado. Ella me seguía mirando de reojo. Yo no sabía qué estaba haciendo pero en
aquel momento pensé que lo mejor que podía hacer era seguirla.
Subimos las escaleras deprisa y salimos al exterior. La mañana era clara y
limpia. Seguí sus pasos decididos por la acera. La calle estaba concurrida de
gente, pero solo la veía a ella. Entró decidida en un Burguer King y el local
estaba bastante lleno. Realmente no sabía qué hacíamos allí, pero al ver que en
vez de ir al mostrador subía las escaleras que iban al piso superior, empecé a
hacerme una idea. Las mesas estaban vacías, la seguía con mi mirada. Ella seguía
caminando sin girarse, oía mis pasos. Se dirigió a la puerta naranja de los
lavabos, la abrió, se giró y me invitó con un gesto a que entrara. En el
interior había dos puertas, caballeros y señoras. Abrió la puerta del de señoras
y volvió a mirarme. Yo, nervioso, la seguí hasta entrar en un lavabo. Tenía
miedo de encontrarme con alguien que se preguntara qué hacía allí dentro.
Entramos en el pequeño recinto, cerró el pestillo de la puerta y sin decir una
palabra se bajó los pantalones y se sentó en la taza del water. Yo me giré,
incómodo por la situación, pero ella me cogió por la cintura y me dio la vuelta.
- Sabes, siempre me pasa igual, no me puedo aguantar. Siempre tengo que entrar
aquí y hasta mi trabajo todavía me queda un rato de camino -dijo ella.
Yo miré hacia arriba. En ese momento noté cómo cogía mi cinturón y lo
desabrochaba. Por unos momentos el agobio de la situación me había hecho olvidar
la excitación anterior. Bajó mis pantalones, bajó mis calzoncillos... Mi miembro
estaba flácido. Lo cogió con sus frías manos y se lo llevó a la boca. No acababa
de creerme lo que me estaba pasando. Noté cómo sus labios llegaban a mi vientre,
lo tenía todo dentro. De pronto, la excitación volvió, notaba cómo crecía en el
interior de su boca. Sentía cómo lo acariciaba su lengua. Ahora sus manos
apretaban mis glúteos contra ella. Yo no sabía dónde mirar. El calor de su boca
hacía que sintiera cómo toda mi sangre bajaba hasta mi miembro, hinchándolo.
En el lavabo contiguo oí cómo había entrado alguien. Ella seguía sentada,
mientras yo con los pantalones bajados permanecía de pie. Retiró su boca, mi
pene estaba ya erecto y duro. Su hábil lengua acariciaba mi glande. Sus labios
recorrían toda la longitud de mi miembro, aumentado mi excitación. Sus manos
acariciaban la cara interna de mis muslos, mientras su cabeza se movía cada vez
más rápido en mi vientre. Miré su cara. Sus labios húmedos rodeaban mi verga. Su
ojos me miraban.
Seguía con sus gafas puestas. Ella tenía el control de mi placer. Mis piernas
empezaron a temblar cuando empezaron mis espasmos. Quise retirar su boca de mi
miembro. No me dejó. Me aferró fuerte por el culo contra ella, mientras empezaba
a descargar la consecuencia de mi placer. Sentía como su lengua presionaba mi
glande, mientras una corriente eléctrica recorría mi cuerpo. Seguíamos en
silencio, retiró su boca de mi miembro y se levantó del water. Con una mano
acabó de bajarse las bragas y los pantalones. Liberó una pierna, bajó la tapa y
puso un pie encima de la taza.
- Ahora te toca a ti -me dijo señalándome su sexo,
Desnuda de vientre hacia abajo me ofrecía su rosado sexo, rodeado de oscuro
vello, sus muslos abiertos me invitaban a llevar mi cara hasta su entrepierna.
Desde el interior del lavabo se seguía oyendo el ruido que se producía
alrededor. Mis labios rozaron suavemente su sexo y sus piernas reaccionaron con
un temblor. Mis manos rodearon sus glúteos y aferrándola con fuerza empecé a
saborear con los labios sus carnosos y rosados pétalos. Con la punta de mi
lengua separé su sexo hasta llegar a su clítoris. Empecé a dar pequeños golpes.
Ella respondía con movimientos compulsivos de su pelvis.
Mi lengua aceleraba su ritmo. Mientras le apretaba el culo con una mano, pasaba
por su sexo los dedos de la otra, buscando su palpitante vagina. Los movimientos
de su pelvis cada vez eran más rápidos. Con una mano apoyada en la pared se
aguantaba mientras con la otra presionaba sobre mi cabeza. Yo seguí agachado con
mi cara entre sus muslos. Primero fue un dedo el que entró en su vagina. Estaba
mojada. Después pude meter dos dedos más, iniciando un movimiento de
penetración. Notaba sus palpitaciones en mis dedos, su cuerpo se tensaba, sus
piernas empezaron a temblar.
Yo tenía la cara mojada por mi saliva y sus jugos. Arqueó su espalda, tensó todo
su cuerpo y una sucesión de espasmos me anunciaron el inicio de su orgasmo. Yo
seguí con mi lengua rozándole suavemente el clítoris, mientras mis dedos unidos
entraban y salían de su vagina con vigor. Apretó mi cara contra su sexo mientras
sus movimientos remitían y recuperaba su respiración. Me levanté y con toda la
cara empapada, la besé dulcemente. Nos apresuramos a vestirnos.
Ella abrió la puerta y observó que no había nadie. Aproveché para salir del
lavabo de señoras. Ella avanzó delante de mí. Salimos a la calle, se giró y sin
decir nada se despidió con la mano. Yo volví hacia la entrada del Metro. En mi
cara todavía sentía sus aromas.
Ahora cada día subo al metro a la misma hora y me siento en el mismo vagón...