miprimita.com

Descubriendo la isla de Bali

en Hetero: General

Descubriendo la isla de Bali.

Mi nombre es Carla. En esta historia narro los acontecimientos que vivimos Ernesto (un buen amigo) y yo en una preciosa isla de Indonesia llamada Bali. Espero que os guste y excite.

En el aeropuerto nos espera una furgoneta blanca con un conductor y un guía a nuestra disposición, Kelapa y Pinsag, que hablan perféctamente inglés y nos saludan ceremoniósamente. Son jóvenes, muy morenos y lucen delgados bigotes sobre sus anchos labios. Mientras nos llevan al hotel acordamos el precio de su servicio, 100.000 rupias, gasolina aparte, para los cinco días de estancia sin límite de horas ni de kilómetros. Pinsag, que es quien mejor habla inglés acepta el trato tras protestas y aspavientos que paso por alto.

Nuestro hotel está ubicado en Sanur, junto al mar. Cruzamos un palmeral por una pista sin asfaltar y bacheada que parece nos vaya a conducir a un infecto arrabal, y aparece de pronto un bellísimo hotel tropical de vestíbulo abierto, flanqueado por esbeltas columnas de madera y ornado con las flores más olorosas del planeta. Tenemos dos bungalows reservados junto a la playa,dos hermosas cabañas de madera con todo el lujo imaginable que pueda soñar un occidental, jardín privado y un sofisticado cuarto de baño.

- "¿Qué te parece?", me pregunta Ernesto.

- "Una gozada, si no fuera por los tres enormes lagartos que tengo en el techo".

Me quejo en la recepción del hotel por la presencia de los reptiles y provoco una sincera risa entre sus empleados. El menos tímido de los muchachos me explica que los lagartos son buenos amigos del hombre, que me limpiarán la habitación de insectos y otros animalejos desagradables.

A las seis y media estamos cenando un suculento buffet libre en el comedor abierto junto a la playa. De vez en cuando entra un enorme murciélago que aletea por encima de la comida, describe varios círculos alrededor de los comensales y sale por el otro extremo del comedor. Una orquesta formada por seis músicos muy serios y elegántemente vestidos con trajes de seda brillante y que se ciñen a la cabeza sendos turbantes blancos acompañan la velada con los sonidos extrañísimos que obtienen de los xilófonos y gongs de todos los tamaños con los que crean su curiosa música. Comemos arroz al curry, carne de cerdo con almendras y piña (los balineses en su calidad de hinduistas pueden comer cerdo, y de hecho lo devoran a todas horas), huevos escalfados, extraños pasteles de arroz y coco y un café fortísimo.

- "¿Qué tienes pensado hacer esta noche?", dice Ernesto suplicante.

- "Dormir si no me cae ningún lagarto en la cara. Tengo un sueño que me muero. Mañana te aconsejo que cargues bien tu cámara y compres películas en abundancia, Bali lo merece".

Al siguiente día, le pregunto a Kelapa, el conductor, qué significado tienen los colgantes de flores que penden del espejo retrovisor de la furgoneta y el arroz, pétalos de orquídeas y montoncitos de azúcar contenidos en barquillas de hoja de palma que tiene sobre el salpicadero del automóvil. "Ofrendas a los dioses" me contesta. La religión impregna la vida de Bali. Hay ofrendas para los dioses buenos, pero también las hay para los dioses malos, precísamente para que no se enfaden. El pueblo balinés es muy ceremonioso, aparte de extraordináriamente laborioso. Con la salida del sol se dirigen al río para bañarse, pues la mayor parte de las modestas viviendas balinesas no dispone de agua corriente, y si se tiene suerte y paciencia se los puede observar a ellos y a ellas jugueteando desnudos en el agua sin atisbo de pudor. Tras el baño, precedidos de sus bandas de musicos de gamelan, ascienden a uno de los cientos de templos que hay esparcidos por toda la isla y ofrecen a los dioses sus regalos en forma de sofisticados pasteles de arroz de colores o frutas tropicales entrelazadas, que forman curiosas esculturas vegetales, y que han estado preparando durante la jornada anterior, y tras la ceremonia religiosa cada uno se dirige a su respectivo taller de escultura (madera, bronce, marfil o piedra), pintura o música, pues cada balinés lleva en sí un artista.

La furgoneta nos lleva hasta Ubud, la ciudad de los pintores. El arte pictórico balinés es decididamente naif. Escenas campestres, en su mayoría, que muestran inmensos arrozales en los que trabajan campesinos cubiertos con el gorro cónico tradicional, mujeres llevando fardos sobre sus cabezas, búfalos de agua arando las tierras inundadas y rebaños de patos. Tras mucho titubear y regatear, el balinés es un buen comerciante aparte de un excelente artista, me decido por dos de los cuadros, dos baticks pintados sobre tela de seda que el vendedor enrolla murmurando que he hecho un buen negocio.

Hay un anciano pintor llamado Jauk Kapal que expone en una estancia del hotel. Su sala de exposiciones es una cabaña abierta por los cuatro costados, con suelo de madera, en la que permanece sentado, que se encuentra muy próxima a la piscina. Me llama la atención la calidad de sus pinturas. Kapal no pinta con el estilo tradicional naif de los demás pintores de la isla, sino que intenta un tipo de retrato algo más realista. Kapal es un enamorado de las formas femeninas. Sus cuadros representan siempre a bellas mujeres ataviadas con turbantes, vestidas con faldas, con los pechos desnudos, tal como iban reálmente las mujeres en Bali hace cincuenta años, antes de que empezaran a taparse precísamente con la llegada masiva de turistas, motivos pictóricos impensables en la vecina y musulmana Java, pero que los artista balineses, tanto en pintura como en escultura han conservado, y es que la mujeres balinesas son de las más bellas de Oriente.

- "No las devores con los ojos, son bellezas puras, no son ofrendas carnales" le dije a Ernesto.

- "Debe ser cosa de la alimentación, de que comen cerdo. Son las mujeres más tetudas de Oriente", dijo él que no cesa de disparar fotos en cuanto divisa a una de esas hermosas muchachas moviendo armoniósamente sus caderas ceñidas por el sarong, la tradicional falda hasta los pies.

Hemos invadido el estudio de Kapal a media tarde y el pintor me ha hecho una reverencia al mismo tiempo que se levanta del suelo y me mostraba sus cuadros más hermosos. Hay uno que me gusta en particular. Es una muchacha con el cabello muy negro, recogido en un espectacular moño en la nuca, retratada sobre un fondo de un rojo intenso. Le pregunto por el precio y el pintor me mira de arriba a abajo y hace un signo negativo con la mano. Me descorazono. No me lo quiere vender. Insisto de nuevo mientras Ernesto toma fotos de alguno de sus cuadros y del mismo Kapal que resulta un ser pintoresco y fotogénico con su cuerpo enjuto y sus ojos tan vivos. Y cuando el artista comienza a enrollar la tela con cuidado, entiendo que me regala el cuadro.

- "No puedo aceptar el regalo", le digo a Kapal, "Este cuadro tiene un precio, ¿cuanto?" , insisto. Se vuelve despacio con el cuadro perféctamente enrollado. A continuación me dice :

- "Quiero que pose para mí, quiero tenerla como modelo para un cuadro. ¿Cómo se llama?". 

- "Carla".

- "Nombre bonito. Pues Carla pagar esta pintura con otra pintura".

Acepto encantada y quedo con él en pasar al día siguiente al mediodía. "Yo no lo hubiera aceptado" me suelta Ernesto durante la cena. "Estás loco, es un hombre encantador y un magnífico pintor", contesté.

Al día siguiente, acompañados de nuestros guías, visitamos los templos de Besakin y Puru Goa Lawah, dos de los más hermosos y visitados de Bali. Comemos en un pequeño restaurante junto a la playa. Pescado y nasigoreng, el tradicional arroz indonesio conveniéntemente especiado y que tiene un sabor delicioso. Kelapa y Pinsang comen aparte, en otra mesa. 

- "¿No encuentras extraños que en Bali, siendo una isla, no veas apenas barcos de pesca ni a los balineses en la playa o nadando?".

- "No me había dado cuenta", dice Ernesto.

- "El balinés tiene pavor al mar, cree que está poblado por siniestros monstruos que le engullirán en cuanto se haga a la mar", contesté.

Terminamos de comer y comprobamos que nuestros guías dormitan apacíblemente bajo la sombra de un cocotero, lo que nos confirma la universalidad de la siesta española :)  Paseamos por el arenal y Ernesto dispara su camara sobre el mar orlado de espuma, sobre los gigantescos cocoteros inclinados y las cabañas de hojas de palma desperdigadas por el arenal. Nos acercamos a uno de aquellos habitáculos. En Bali, como en casi todo Oriente, las casas modestas no tienen paredes y lo que se hace en el interior de las viviendas es de dominio público. En aquella choza, sobre una estera, en una esquina, hay cuatro críos pequeños durmiendo y la otra punta, un hombre y una mujer se disponen a hacer el amor. Los observo en silencio mientras Ernesto monta su teleobjetivo y enfoca la escena. Le digo que no me parece ético, pero no me hace caso.

Los cuerpos morenos de los amantes están desnudos. El hombre ha deslizado por las piernas el sarong que cubre las caderas de ella, y ambos se entrelazan en un formidable abrazo atraídos por el poderoso imán del sexo. El hombre la besa en la boca, en la barbilla y luego en cada uno de los pechos cónicos de ella, lamiendo despacio los oscuros pezones en que terminan sus espléndidas tetas.

Observo la verga grande y dura del hombre entre sus piernas, imagino como la hunde en el sexo de ella y les oigo gemir de placer. Hacen el amor sin prisas, despacio, tampoco lo podrían hacer de otro modo con el calor de mediodía. Ella se ha soltado el pelo recogido en el moño y éste le cubre la espalda, y sus puntas acarician sus sensuales nalgas. Luego ambos se sientan y permanecen de esta forma, enfrentados, unidos por la carne, copulando, besándose en la boca y tanteando con las manos los cuerpos. Invierten la postura. Él se tiende sobre la estera y ella se mueve despacio encima de su hombre, con toda la cabellera cayéndole sobre la espalda, azotándole las nalgas cada vez que se mueve, se levanta y se deja caer con los muslos abiertos sobre su pene. 

Él acaricia sus tetas, pasa los dedos por los pezones, los frunce mientras jadea. Ella se balancea suávemente sobre él unos segundos más, asegurando su eyaculación, y se tiende a continuación a su lado. Los dos amantes se funden en un abrazo mientras encuentran un sueño reparador. Los niños continúan durmiendo y Ernesto se lamenta de haber terminado el carrete de fotos.

- "Un maravilloso reportaje que me ha dejado con la boca seca", comenta mientras regresamos al restaurante en donde dormitan nuestro chófer y nuestro guía.

Siento una enorme vergüenza cuando me desnudo y el pintor me indica cual debe ser mi posición mientra me pinta. La luz rojiza del sol del atardecer me da en la cara y en los senos, y yo permanezco en cuclillas, con los muslos muy juntos, sentada sobre mis nalgas, siguiendo el pincel del artista. Kapal me mira y comenta que soy muy hermosa, que soy la mujer más hermosa que haya pintado nunca, que le gustan la forma de mis senos, su volumen, el color de mis pezones, y yo sonrío halagada y nerviosa mientras él extiende el lienzo sobre el suelo y con un lápiz traza una silueta y luego , de esa silueta, comienza a emerger misteriósamente una figura femenina, mi figura, que se llena de colores, de formas, de sombras y luces, hasta quedar retratada con tal realismo que parece vaya a salir del cuadro.

Ignoro el tiempo que puede haber pasado, pero se ha hecho de noche y dos focos potentes han sustituido la luz del sol y el pintor pasea alrededor de su cuadro para agacharse de vez en cuando y trazar un trazo de pintura, crear una sombra, perfeccionar una curva. Levanta el cuadro y me lo acerca desplegado para que lo vea. ¿Cuantas horas había empleado en pintarlo? Lo ignoro, cuatro, cinco horas a juzgar por el entumecimiento de mis piernas y el cosquilleo que invade mis muslos. Es el cuadro más carnal que haya visto nunca desde Modigliani. Me avergüenzo de mi propia carnalidad. Tocando la tela se pueden tocar mis formas, seguir el contorno exuberante de mis pechos, palpar la frondosidad de mi sexo, sentir la humedad de mis muslos. Es como si ese anciano pintor, delgado y de aires aristocráticos, me hubiera hecho el amor mientras me pintaba. Me siento húmeda mientras contemplo esa imagen salida de su arte y de su deseo. Sólo puede haberme pintado así quien me haya deseado. Y miro al hombre que tengo ante mí, y él me devuelve la mirada. Acto seguido, le comento :

- "¿No te apetece hacerme el amor?" (repito varias veces la palabra amor en inglés mientras me acaricio con suavidad una de mis tetas y hundo mi otra mano entre los muslos).

Kapal deja encendido uno de los focos y se tiende a mi lado. El sarong cubre sus caderas y sus piernas, y yo espero ansiosa que se desprenda de él para acariciar y estimular su pene, pero no lo hace. Me besa, me acaricia suávemente, pasa las yemas de sus dedos rugosos por mis pezones, recorre con ellas mis senos, los hunde en mi vulva complétamente licuada y me hace jadear de placer durante un buen rato.

Cierro los ojos y abro los muslos en un gesto de abandono. Deseo que me penetre, deseo hacerlo feliz entre mis brazos y encender su pasión en su cuerpo anciano y hacer brotar el néctar de su placer, pero sólo me besa , me chupa, me lame, desde los pies a la cabeza, el interior de mis muslos, la fronda de mi coño, las tersas axilas, los rugosos pezones, los estremecidos senos y yo me dejo hacer durante diez larguísimos y placenteros minutos, sin respirar, reprimiendo los jadeos.

- "¿Ese fotógrafo que te acompaña es tu novio?".

Abro los ojos. Él se ha sentado a encenderse una pipa sin perder de vista el cuadro y yo me incorporo despacio, busco mis ropas, mi sarong del que no me desprendo durante todo el día, y mi blusa blanca de amplio escote.

- "Es un amigo", contesto.

- "¿Te hace el amor?".

- "Sí, claro, cuando nos apetece".

- "Me gustaría veros hacer el amor".

- "¿De veras?".

- "Sí, me gustaría muchísimo", dice a través de la nube de humo de su pipa.

- "¿Y el cuadro?".

- "El cuadro es mío", dice con una sonrisa, "Este cuadro no lo voy a vender, así siempre tú serás mía".

- "Pero, ¿dónde coño te has metido?, estaba asustado, iba a llamar a la policía. Te has perdido la cena, ¡son las once de la noche!, ¿qué estabas haciendo?".

- "Me ha estado pintando el pintor del hotel".

- "¡Te habrá estado jodiendo, que es diferente!".

- "Qué va hombre, es muy viejecito, no creo que pueda sin ayuda".

- "No hay que fiarse de la edad, por cierto le habrá dado tiempo a pintar doscientos cuadros".

- "Pues no, solo uno".

- "Me has puesto muy nervioso".

- "Eso es que me quieres un poquito".  Me mira sorprendido, se ríe, y se hace la pregunta a sí mismo.

- "¿Te quiero?, hombre, cuando te follo será porque algo te debo querer".

- "¡Mira que eres bestia!".

- "¿Te ha metido mano ese vejete?".

- "Sí, porque yo se lo he consentido. Acariciaba muy bien, ummmmmmm, me ha puesto a cien".

- "¿Dejas que te toquen ancianos? Ahora si que empiezo a sospechar que estás loca.

- "La edad no puede con el deseo, Ernesto".

- "Bueno, estoy cansado, me voy a dormir".

- "¿No me invitas a tu cuarto?" (Ernesto no sabe que decir).

- "¿Quieres entonces que acabe lo que él ha dejado por la mitad?".

- "¿Quieres follarme o no? ¡Decide!, porque si no me voy a la habitación y me masturbo delante del espejo y ya está".

Me coge por la cintura y me besa con fuerza en la boca. Me ahoga. Siento su erección bajo el pantalón, rompiéndolo. Me arrastra al interior de su bungalow  y, sin dejar mis labios, cierra la puerta de una patada. Me abre la blusa y comienza a besuquear mis pezones mientras yo con un movimiento de cintura hago caer al suelo mi sarong. "Despacio, despacio", le ruego. Pero él no hace caso. La polla emerge erecta por la bragueta de su pantalón corto y juguetea con mi pubis, de pie, mientras me toca el culo, frota la vulva con las manos, me besa las tetas, el cuello. 

Me encaja la polla de pie, y aprieta con fuerza en mi interior. Siento en toda su extensión la penetración, la barra de carne caliente y trémula que me traspasa. Me duele su primera embestida, pero no la tercera ni la cuarta. Me sienta sobre la cómoda de bambú y sin sacar la polla se quita el pantalón y con un movimiento de cintura lo hace discurrir por sus muslos, y lo aparta luego con un pie. Le mordisqueo en los pezones, le araño el pecho, luego la espalda y me fundo en un beso largo y profundo mientras siento como ya su polla me taladra a buen ritmo ya, imparable, sobre la cómoda de bambú. 

- "El pintor quiere vernos follar", le digo en uno de los breves instantes que me deja libre la boca. Está a punto de sacar la polla. Me mira a los ojos y se extraña de mi risa desvergonzada. "Le apetece vernos follar, le debe excitar. Es lo menos que podemos hacer por él".

- "¡Cabrón de pintor!", ruge metiéndomela hasta el fondo y luego permanece quieto en mi interior, sin moverse, mientras me toma por los senos, los chupa, los lame y luego se produce la terrible convulsión que precede a la descarga que le hace feliz y le realiza.

- "Ya", (resopla), "Me moría de ganas de follarte".

- "Sí, lo entiendo. Las balinesas son carnálmente inaccesibles, a no ser que quieras casarte con ellas", le digo sonriendo.

Hoy es el día de las danzas. Nuestros guías nos llevan hasta Saha Dewa muy de mañana. Se trata de una población pequeña donde cada mañana los componentes de un grupo de danza local ofrecen a los viajeros sus artes. La danza que se nos ofrece es el Barong. Un danzante se cubre la cabeza con la máscara del espectacular dragón Barong, una divinidad buena, mientras otro lo hace con la de la terrible bruja Rangda. El bien y el mal se enfrentan durante durante veinte minutos de una coreografía envolvente y simbolista durante la cual los danzantes se enfrentan moviendo brazos, pies y manos dentro de un estudiado baile gestual que acaba finalmente con el triunfo del bien y la muerte de la bruja.

Al atardecer, llegamos al templo de Tanah Lotl, donde un numeroso grupo de danzantes (casi un centenar) se prepara a ejecutar una de la más espectaculares danzas balinesas, el fascinante kecak. Los bailarines se sientan en el suelo, hacen círculo alrededor de una hoguera y repiten una y otra vez, en distintos ritmos, un misterioso y rítmico canto que suena a chak-a-chak mientras alargan los brazos y los mueven al mismo tiempo que aletean sus manos. La ceremonia dura media hora, y el espectáculo de los danzantes, casi en trance, inmóviles en el suelo, lanzando sus gritos rítmicos sin ningún acompañamiento musical, y el del sol hundiéndose definitívamente en la línea del horizonte, hacen que el momento sea especiálmente mágico.

- "He conseguido buenas fotos. Primeros planos de los bailarines con el reflejo del fuego en sus caras y de sus expresiones de trance", me dice Ernesto.

Cuando acaba la ceremonia, desciendo hasta el escenario y me fundo entre los bailarines. Van desnudos de cintura para arriba y se cubren las piernas y las caderas con los tradicionales sarongs floreados. El sudor realza sus caras, sus torsos. Son en mayoría muy jóvenes, increíblemente bellos y musculosos. Me gusta el color de su piel, el grosor de sus labios y la expresión de sus ojos. Uno de ellos me mira y yo le sonrío. Desde que estoy en Bali he aprendido a sonreir, sonrío a las muchachas, a los ancianos, a los niños. En Bali nadie parece alterarse, ni enfadarse, ni ser violento con los demás. El bailarín me coge de la mano y me lleva fuera del grupo. La situación me excita. Debiera decirle algo a Ernesto o a los guías. La playa está oscura y me llega el rumor sedante de las olas del mar besando la orilla. El desconocido no suelta mi mano y me arrastra lejos de allí para luego, de repente, dejarse caer en la arena.

Apenas veo su silueta en la playa, pero percibo su excitación.Me siento a su lado y busco bajo la tela del sarong su pene, lo tiene duro y él rie ante mi sorpresa. Ríe como un niño. Es muy joven, pero no puedo asegurar su edad, es algo que resulta casi imposible entre los orientales. Sólo sé que me gusta, que me excita su cuerpo sudoroso y esa polla que tengo bajo mi mano y crece de forma inexorable y se caliente bajo mi caricia. 

La beso mientras me desembarazo de mi blusa, y él palpa mis senos. Comienzo a chupársela muy despacio. El momento tiene una magia especial. No lo conozco, no sé quién es, apenas recuerdo su cara, y sin embargo estoy allí con él, en esa lejana playa de Oriente, intercambiando sexo bajo el rumor de las olas. Me hace un gesto para que me detenga y me monta por atrás. Me desprende de mi sarong y siento su polla encabritada rozarme las nalgas, buscar la vulva y dudar unos segundos antes de encajarse. Tengo la sensación de que está llorando mientras me folla, hace unos sonidos extraños con la boca mientras hunde una y otra vez su polla en mi vulva y aprieta su vientre contra mis glúteos. Me tumbo complétamente en la playa, hundo mis tetas en la arena y dejo que me barrene a su placer. Siento su polla sobre mi culo, sus huevos golpeando mis nalgas y presiento el momento de su corrida por cierta tensión de su pene. Le absorbo el semen, lo succiono, lo aspiro y me agrada luego sentirlo sobre mí, tierno y dulce, besándome la nuca, su pecho desnudo aplastado contra mi espalda mientras agradece en inglés mi generosidad sexual.

Vuelvo donde está Ernesto, tengo miedo a que lo descubra, miedo o vergüenza a que reconozca la mujer en celo que soy, a que descubra mi olor a hombre o sospeche de mi cuerpo sudado, de mi blusa semiabierta, de mi sarong mal anudado por las prisas.

- "¿Pero donde te has metido, Carla?".

- "Tenía ganas de orinar".

- "Pues joder, te debes haber ido a Barcelona, has tardado una eternidad. Venga, sube a la furgoneta".

Fiel a mi palabra hemos ido a la casa del pintor. No vive muy lejos del hotel, su vivienda es una choza sencilla de hojas de palma junto a la playa y dentro no hay más luz que la que proporciona un quinqué, ni más muebles que una estera que cubre el suelo. Le hemos dicho a nuestro chófer y a nuestro guía que esperen fuera o que vengan a recogernos más tarde. En las paredes de la cabaña se amontonan sus cuadros, pero el mío no lo veo, y por el suelo, sobre platillos de hojas de palma verde hay todo tipo de ofrendas infestadas de hormigas.

Kapal nos hace una reverencia al entrar, nos dá la mano a los dos y nos ofrece una taza de excelente té. Ernesto está algo nervioso y no sabe donde fijar la vista. Toma unas cuantas fotografías del habitáculo y del anciano pintor con flash.

- "Y bien" , me dice nervioso, "¿Qué hacemos?, ¿lo tenemos que hacer así, en frío, para que este degenerado se empalme? ¡estás loca, Carla!, ¿por qué no nos vamos?".

Me levanto , me alzo de puntillas y le beso en la boca mientras localizo su polla bajo el pantalón blanco y se la masajeo a través de la ropa. Ernesto casi siempre está a punto. La erección es automática, a su pesar. Yo aprovecho su excitación para sacarme la camiseta ceñida que moldea mi busto y bajarme el sarong y las braguitas. Debo estar exultante de sensualidad a juzgar por la mirada lúbrica del pintor, sentado en una esquina de la habitación, sobre sus propias piernas, y la erección que parece querer romper el pantalón de Ernesto.

Me arrodillo, le bajo los pantalones, le bajo los calzoncillos y me trago su polla. Ernesto mueve su miembro en mi boca con movimientos de pelvis mientras cierra los ojos transido de placer. Yo, mientras se la chupo, miro de reojo al pintor que permanece inmóvil.

- "Fóllame por atrás, pero muy despacio", le digo, sacándome su polla de la boca y ofreciéndole mi culo.

Ernesto prescinde completamente del anciano pintor, sólo ve mi grupa sudorosa y la posibilidad de penetrarme. Hace un calor insoportable allí dentro y huele a tabaco de pipa. Ernesto se arrodilla detrás de mí, me toma por las caderas y aproxima mis nalgas a su polla. Siento su polla rozarme el ano antes de encajarse diréctamente en mi vulva. Sin soltarme de la cintura comienza a moverse, luego libera una de sus manos para hacerse con una de mis tetas y exprimirla con fuerza, y hace lo mismo con la otra. Me folla y yo estoy en posición sumisa, con la cabeza baja, sintiendo sus embates en la espalda, los pechos bamboleantes y el cabello sobre la cara. Me folla con toda su violencia, entra y sale de mis entrañas como un pistón. No lo veo, pero lo siento lúbrico, babeante, con los ojos cerrados, trabajándome a fondo el coño. Me dejo llevar por el primer orgasmo, gimo, lloro, entierro la cabeza entre mis brazos mientras alzo aún más las nalgas y consiento que su pene llegue hasta el fondo de mis entrañas.

En esa posición Ernesto se aprieta contra mi culo y farfulla todo tipo de obscenidades e insultos. Me llama una y mil veces puta mientras mete y saca su polla una y otra vez de mi lubricado coño.... estoy delirando de placer. Miro a través de los cabellos al pintor, que fuma su pipa y contempla la escena. Le veo tenso contemplar esa brutal escena de amor ante sus ojos que forzosamente tiene que excitarle. Tengo los labios de la boca húmedos de placer, tan húmedos como los labios del coño, y hago un gesto explícito con ellos al pintor. Quiero transmitirle todo el placer que Ernesto me está proporcionando, hacerle partícipe de él. Ernesto muge como un toro y yo, que lo conozco bien, deduzco que se va a correr. Muevo mi vulva al mismo tiempo que él mete y saca su polla en ella, a un ritmo cada vez más frenético, golpeándome las nalgas con su vientre. Presiento el momento exacto antes de la explosión y, antes de que esta llegue, saca su polla de mi sexo y me la pone en la boca. Me dejó los labios y toda la cara llena de su néctar espeso y caliente.

Despues de esto, nos despedimos de Kapal, dándole Ernesto la mano y yo un cariñoso beso. Estaba segura de que él había disfrutado tanto como nosotros, y nos lo agradeció entregándonos el maravilloso cuadro que, por supuesto, se encuentra en un lugar destacado de mi casa.

tororojo12000@yahoo.es

Mas de Vudu blanco

Yo tambien te odio

Enfermera en practicas

La subasta

Pequeño curso de fotografía erótica

Dos a la vez

Fantasía brasileña

Pequeño KAMA-SUTRA ilustrado

La cojita

Los domingos

La jefa de enfermeria

Cometas

Férmin Biela

Un fin de semana hace diez años

Una tarde en el cine

Miradas que lo dicen todo

Pasión en Nueva York

Mi amiga es una calentona

Lavando el coche

La espia que me amo

La sumisión de Ana

La ejecutiva

Invitado a una boda

La enfermera y el militar

En el metro

Graciela

El poder del recuerdo

En el amazonas

El aceite de Jojoba

De la piscina al cielo

Diversión humeda

Dos amigas de clase

Clases particulares

A medianoche

Buscando a la mujer perfecta

El club de los suicidas sonrientes

Mini manual de sexo anal femenino

Deboradora de semen

Depilación íntima (2)

Depilación íntima

Las zonas erogenas de la mujer

Ducha helada

Tomando medidas

Secretaria

La chica de la limpieza

Ana

Curiosidad de padre (II)

Deseo anal

Casa de Verano

Curiosidad de padre (I)

Compañeros de clase

Dos chicas

Dos grandes amigas

Modelo sexual

El cumpleaños de Jaime

Sexo en la sauna

En el granero

Katia (2)

Obsesión

Partes intimas de cuerpo

Una rubia de 16 años

Estudios en el extranjero

Pepa

Katia (1)

Desafio

Ropa interior

Doctor, me pica aquí...

Ascensor tormentoso

Mi hijo, mi nuera... y yo

Algo más que amigos

La scouts

La mulata

Mama PornoStar (III)

Victoria

Adicta al semen

Al borde del extacis en Salamanca

Aeropuerto sexual

Adoración por las tetas

El ladrón

El nacimiento de una esclava sexual (IV - Final)

El nacimiento de una esclava sexual (III)

Gabriela

El malvado doctor Avery

El nacimiento de una esclava sexual (II)

Mi bebida favorita

Mama PornoStar (II)

El nacimiento de una esclava sexual (I)

La enfermera

Joana y Julia

Leche

Todavia Virgen

Travesuras en la oficina

Mi dolor de testículos

Secretaria para todo

Tammy bajo la lluvia

Trío con mi novia y su madre

Una pareja muy pervertida

Una buena maestra

Yo sola

Mama PornoStar (I)

Paloma y sus sueños

El amigo de mi primo

Lola y Manuel

La portuguesa