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La enfermera y el militar

en Hetero: General

La enfermera y el militar.

Trabajo como enfermera en un hospital militar de El Ferrol donde suelen venir a hacerse revisiones soldados y oficiales de marina de los distintos destacamentos de la zona. Me llamo Lola y tengo 40 años. Me divorcié hace una década y no he vuelto a tener pareja estable desde entonces.

Soy bastante alta, morena, ojos castaños, pechos grandes, cintura estrecha y piernas estilizadas. Evidentemente gracias a mi trabajo tengo la oportunidad de conocer a chicos guapos y fornidos, a algunos de los cuales me cuesta no meterles mano mientras los preparo para las revisiones (casi siempre consigo contenerme).

No hace mucho, sin embargo, tuve un encuentro con un oficial de carrera, que creo merece la pena contar. Estaba realizando mi trabajo de rutina cuando al pasar por una de las salas de recreo abierta recientemene, vi a un par de marinos vestidos con traje de faena y jugando con una pelota de fútbol. Uno de ellos tenía el culo más coquetón que he visto en un hombre. Supongo que notó que alguien le estaba mirando, porque se dio la vuelta. Su abultado centro de gravedad quedaba perfectamente marcado a través del pantalón del chándal que llevaba. 

Le dije "adiós" y seguí caminando, moviendo mi trasero de la manera más sexy posible. No estaba muy convencida de que esta maniobra pudiera provocar reacciones positivas, ya que en aquel momento llevaba puesta una ámplia bata de quirófano, nada sexy. Sin embargo causó efecto, porque no tardé en oir a mis espaldas algo así como "menudo meneo, guapa". Tenía un rato libre y en lugar de ir a la cafetería me dirigí a la sala de televisión a ver un informativo. Estaba tan atenta a las noticias que no advertí que entrara nadie, hasta que noté calor de un aliento en la nuca. Al girarme vi al sargento del culo estupendo y el bulto en la bragueta, respirando en mi oreja.

Le sonreí y sentí una vibración familiar en la entrepierna. Se sentó a mi lado. Me dijo que se llamaba Carlos, me puso el brazo sobre los hombros y preguntó si trabajaba allí. Afirmé. Estaba destinado en Vigo, que es donde vivo yo, aunque entre semana me quedo en El Ferrol para evitarme los viajes.

De pronto, me preguntó si me apetecía salir con él aquella misma noche. Era viernes y tenía libre el fin de semana. Yo tampoco tenía guardia, pero me lo pensé un poco, ya que albergaba bastantes dudas acerca de sus intenciones....  El caso es que mis minutos de descanso habían terminado y le propuse que nos encontráramos a la hora de comer para concretar planes para la noche. Procuré terminar más tarde de lo normal para no coincidir en el bar con los compañeros de todos los días y poder comer tranquílamente con mi nuevo amigo. Me decepcionó no encontrarle ya allí y me senté sola en una mesa próxima a la ventana. Cuando estaba a punto de comer el postre, resignada a pasar una aburrida noche del viernes frente al televisor, volví a notar aquel aliento en mi oreja.

Carlos se sentó pegado a mí y empezamos a hablar. Me comentó que había venido en un autocar con los reclutas del cuartel, pero como no estaba de servicio no regresaría con ellos y podía volver conmigo en el coche. Contesté que no existía ningún inconveniente. Me dio las gracias y a continuación me preguntó si me apetecía pasar juntos todo el fin de semana. Yo pensé ¿todo el fin de semana?. Aquel tipo estaba dando demasiadas cosas por sentadas, aunque mi coñito no tenía ni la más mínima duda de lo que le interesaba y palpitaba de alegría.

Nos dirigimos al cuartel. El viaje resultó estupendo, hacía un tiempo espléndido y puse la música a tope. Carlos no se cortaba ni un pelo y mientras yo conducía mi coche (el único capricho caro de mi vida), empezó a tocarme los pezones, cada vez con más intensidad. Aquello me estaba poniendo algo nerviosa y, debo confesarlo, cada vez más caliente.

Cuando llevaba una hora conduciendo, de pronto mi coche empezó a perder potencia. Nos detuvimos en un pueblo y avisamos a una grúa. Para entretener la espera, compramos unas latas de cerveza y pudimos soportar las tres horas que tardó en aparecer la dichosa grúa. Mantuvimos una animada conversación mientras esperábamos, una charla salpicada de caricias y besuqueos.

La cosa se complicó cuando el mecánico dijo que él no podía reparar el coche y que dudaba de que en aquel pueblo tuvieran piezas de recambio. Nos aconsejó que nos trasladáramos a Vigo o a La Coruña, porque en ambas ciudades había un concesionario. Decidimos que era mejor volver a La Coruña, más cerca de allí. El mecánico agregó que podíamos ir en el coche, una vez instalado el remolcador, o bien arreglarnos por nuestra cuenta. 

Aceptamos la primera posibilidad. Nos metimos en el vehículo y nos acomodamos. La idea de poder viajar en el coche con las manos libres me excitó el chocho. No estaba en absoluto disgustada por la avería. Carlos me rodeó con sus brazos y me besó en la boca. Noté sus gruesos labios acariciándome el cuello y su ardiente aliento poniéndome a cien. 

Me desabrochó la blusa y me acarició las tetas, cubiertas solo por una camiseta. Me pidió que reclinara el asiento cuanto me fuera posible, cosa que hice en el tiempo record de dos segundos. Luego me subió la camiseta y me soltó el sujetador. Suspiré largamente y empezó a chuparme los pezones. Tengo que admitir que jamás me los habían estimulado de aquella manera.

Estuvo comiéndome las tetas durante un buen rato. Incrementé mi calentura hasta que ya no me sentí con fuerzas de resistir más sin correrme. Necesitaba su polla en mi agujero. Se lo dije. No surtió efecto. Se apartó de mis pechos lo justo para contestar : "son las tetas más deliciosas que he probado en mi vida y quiero seguir disfrutando de ellas". Así que continuó con su frenética actividad, que solo detenía de vez en cuando para besarme en la boca o mordisquearme la oreja. 

Decidí cambiar de táctica y dirigí mi mano hacia su entrepierna, que estaba como tenía que estar, dura como una piedra. Su delicioso paquete se había convertido en una montaña que parecía tener vida propia. Le bajé el pantalón del chandal y alcancé el objetivo previsto : liberar de su encierro a aquella polla. 

Empecé a meneársela con suavidad, pero cuando noté que se le contraían los huevos aproveché para incorporarme y meterme el magnífico rabo en la boca. Primero le pasé la lengua por el capullo y luego a lo largo de la polla y por las pelotas. Aceleré el ritmo y la fuerza de las chupadas y no tardé en oir los gemidos de Carlos. 

Que nadie me pregunte por qué, pero en aquel instante pensé que nunca había advertido tanta necesidad de satisfacer a un macho. Cuando la verga comenzaba a palpitar, la rodeé con la mano y se la meneé. Se corrió soltando chorritos de leche que bebí hasta la última gota. Al terminar, permaneció unos segundos como atontado. No dejé de chuparle el manubrio hasta que volvió a ponérsele duro. Aseguró que le había hecho la mejor mamada de su vida y añadió que se sentía obligado a devolverme el favor. 

Me desabrochó los pantalones, apartó las bragas a un lado y me metió un dedo en el coñito. Me echó hacia atrás para disponer de más espacio, y me quitó las botas. Me bajó las bragas, tirando de ellas con los dientes, y olió el aroma de mi sexo. Luego me abrió los labios vaginales y procedió a chupar el clítoris con la lengua de forma muy estimulante. Cada vez que me daba un nuevo lengüetazo, se me electrizaba el cuerpo. A ello contribuía la inserción de sus dedos en el interior de mi almeja.

Me acercaba al orgasmo a pasos agigantados, pero de pronto, Carlos se detuvo y me dijo que mirase por la ventana. Levanté la cabeza y vi detrás mismo de nuestro coche una furgoneta que nos hacía luces. Estaba ocupada por una pareja y era evidente que habían sido testigos de nuestra actividad erótica. Le pedí a Carlos que continuara. No dudó ni un instante en obedecer mis órdenes. Siguió comiéndome el coño hasta que le llené la boca de jugos. Debieron de parecerle deliciosos por lo mucho que los lamía.

Llegamos al concesionario de La Coruña justo en el momento en que terminábamos de subirnos los pantalones y sin que apenas nos hubiera dado tiempo para arreglarnos el pelo. Era demasiado tarde y tenía que dejar el coche allí hasta el lunes. Uno de los empleados del taller se ofreció a acompañarnos hasta la estación de autobuses. Total, tres cuartos de hora de espera hasta la salida del autobús, minutos que aprovechamos para besarnos y magrearnos en un rincón. 

El autobús iba prácticamente vacío y nos situamos en los asientos traseros, esperando con impaciencia a que arrancara. Ardíamos en deseos de proseguir nuestras estimulantes actividades. Empecé a chupársela y Carlos me metió mano en el chocho al mismo tiempo que me mordisqueaba el cuello. Yo seguía echando a faltar algo en mi interior. Necesitaba que me hundiera la verga hasta el fondo de mi coñito. 

Le desabroché los pantalones y me senté sobre su polla dándole la espalda. Sabía que si lograba correrme de aquella manera aliviaría mis tensiones. Cuando la deslizó hasta lo más profundo de mi vagina, noté que los fluidos me bajaban por las piernas. Dejé escapar un débil gemido, que no debió ser tan débil porque un hombre que ocupaba un asiento delantero se dio la vuelta. Le sonreí y seguí montando la polla de Carlos. Advertí los primeros síntomas de un orgasmo largamente esperado. Las rodillas me flaquearon y el cuerpo se tensó cuando estallé. Carlos me susurró al oido : "¿Te ha gustado?, de verdad puedo lograr que te estés corriendo así todo el fin de semana".

Cuando llegamos a nuestro destino buscamos el hotel más cercano, tomamos unos refrescos en la cafetería y subimos a la habitación. Seguiamos muy excitados y no queriamos desperdiciar ni un minuto. La boca de Carlos descendió por mi cuello, su lengua se había convertido en una suave pluma que me recorría el pecho y dejaba a su paso caricias de fuego. Sus manos habían quitado ya mi blusa y mis pechos habían quedado expuestos a sus ojos, sus dedos y su boca.

Se dedicó a besarme cada una de mis tetas, las encerraba entre sus manos y se quedó un buen rato besándolas, lamiéndolas, tocando con la yema de sus dedos mis pezones, recorriendo el contorno y pellizcando el centro para despues hacer lo mismo con su lengua. Sentía que el extremo de mis pechos quemaban y que solo calmaría ese fuego su boca, su saliva, el contacto de su dura lengua al acariciarlos, al besarlos, al succionarlos como lo hacía.

Mi espalda no podía dejar de arquearse y elevarse hacia él, mis caderas seguían soldadas a las suyas y su erección me quemaba, no veía el momento de poder quedar libre de toda esa ropa y poder sentir de una vez por todas todo el esplendor de su cuerpo contra el mío y ofrecerle la pasión que me estaba matando.

Mientras el seguía dedicado a mis mamas, comencé a quitarle la camisa y mis manos así se deslizaban por su espalda, sintiendo la suavidad de su piel, esa piel que me fascinaba, sintiendo sus músculos tensos, duros, listos para dejar que su cuerpo se amoldara perféctamente al mío. Acaricié su espalda en círculos, subí y bajé por sus hombros, descendí un poquitito con mi boca para poder besarle su pecho, y me entretuve mordiendo levemente sus tetillas y así escuchar como aumentaban sus leves gemidos hasta convertirse en profundas exhalaciones de placer. 

Alternaba los mordisquitos con caricias de mi lengua en ellos, los endurecí, los retuve entre mis labios y los solté hasta que los sentí duros como los mios, fuí de uno a otro, me entretuve enloqueciéndolo así y no podía creer que fuera capaz de esas cosas, cosas que mi instinto me dictaba, cosas que jamás me había enseñado nadie pero que a Carlos parecía enloquecerlo, porque se arqueaba hacia mi boca con desesperación y seguía gimiendo.

No pronunciábamos palabra, nos dejamos llevar por las sensaciones y los únicos sonidos que se escuchaban eran los de nuestros besos y nuestros gemidos.

Mientras seguía besándome, sus manos comenzaron a acariciarme las piernas, la cara interna de los muslos y llegó a mi entrepierna. Separó mis muslos delicadamente, abrió la palma de su mano y me acariciaba por encima de la tela con su mano abierta, pasaba su palma de arriba hacia abajo, encerraba mi vagina en su mano y apretaba delicadamente viendo como mis ojos se humedecían más y más al sentir esa descarga eléctrica que significaba la mano de un hombre en ese rincón tan íntimo de mi cuerpo.

Su proposito era calentarme al extremo, que yo llegara al delirio con sus caricias, que me dejara lista para todo lo que vendría después, pareciamos no tener límite de tiempo, estábamos consumidos de deseo y yo no podía más, estallaba ante cada movimiento de Carlos.

- "Estás muy húmeda", me decía suavemente, casi susurrándome, y era cierto, hacía rato que había sentido como me estaba humedeciendo y ahora él lo podía comprobar al sentir la humedad por sobre la tela de mi ropa interior.

- "¡Te deseo tanto!, ¡te deseo tanto!",  repetía mi boca una y otra vez en sus oidos.

El mismo camino que habían hecho sus manos ahora lo estaba haciendo su boca, con lo cual, en menos de dos minutos, sus labios estaban besando la entrada de mi vagina, siempre sobre mi ropa interior. Sentía como me olía, como aspiraba mi excitación, como su lengua rozaba la tela humeda.

- "¡Sácame las bragas, por favor, sacamelas!" no pude evitar decírselo, la necesidad de sentir sus labios en mi carne era muy grande, no aguantaba más.

No las sacó : me las arrancó con los dientes... y fué el comienzo de mi real delirio. Sus manos descendieron hacia mi chocho, me lo acarició, lo moldeó, sus dedos separaron los labios de mi coño y se humedecieron con mis líquidos.

El dedo índice de Carlos se empapó de mi flujo y recorrió internamente mi vagina, fué y vino, fué y vino, hasta que suave y lentamente lo metió, abriendo camino dentro de mí, lo metió y lo sacó tiernamente, excitándome aun más si cabía. Ante cada arremetida de su dedo dentro de mí, mi cuerpo se elevaba hacia el cielo, sentirlo allí era una delicia y Carlos  gozaba viendo mi cara y escuchando mis gemidos. 

- "¡Bésame, quiero que me beses ahí!", ese era uno de los deseos más profundos que tenía, sentir la boca de Carlos dentro.

Mientras seguía abriéndome los labios con sus dedos, su lengua me recorría completa, me acariciaba por dentro, por fuera, me saboreaba, me degustaba y se entretenía haciendo círculos pequeñitos en mi carne... me estaba enloqueciendo y eso parecía darle más placer a él, estaba dispuesto a que ese momento fuera completamente inolvidable para mí y lo estaba logrando.

Yo sentía como me penetraba con su lengua, como la dejaba entrar y salir despacio, prolongando mi delirio, dejando que su aliento me cubriera y podía sentir como su respiración caliente me inundaba y yo respondía mojándome más y más, desde mi lugar podía sentir mi propio aroma de mujer escapándose y llenando la habitación, ese mismo aroma que me excitaba tanto a mí como a él.

Su lengua me enloquecía, la acompañaba con sus dedos, era fascinante sentir que había un verdadero hombre entre mis piernas, que hacer el amor era mucho más que una simple penetración, que había miles de formas de alcanzar el delirio y la boca y los dedos de Carlos me estaban arrastrando al borde del éxtasis. Pero yo quería darle algo más que caricias, quería volver a sentir que su hombría se vería bien satisfecha conmigo.

Lo alejé de mi entrepierna y así, con su boca llena de mí, empapada de mi flujo, lo atraje hacia mi boca, lo besé con pasión, supe lo que era mi propio sabor, lo que se sentía al tener mi flujo entre sus labios, el sabor agridulce de mi interior. Dejé vagar mi lengua entre sus labios, metí mi lengua dentro de su boca y recorrí su paladar, batallé con la de él, absorbí la punta de su lengua con mis labios... Le mordí levemente los lobulos de las orejas, metí la punta de mi lengua dentro de ellas y suspiré pesadamente en su interior, sintiendo como su cuerpo se arqueaba contra el mío al sentir la calidez de mi respiración ; bajé con mi boca por su pecho, repetí la operación de morder y succionar sus tetillas, arrastré mi lengua por su pecho, dejándole una estela de saliva hasta llegar a su ombligo, donde me detuve acariciándolo en círculos y apoyé mis mejillas en su entrepierna, donde advertí que su excitación era enorme.

Acaricié su entrepierna con los pantalones puestos, mis manos fueron y vinieron por sobre la rústica tela que cubria ese tesoro que estaba duro, hinchado, inflamado de deseo. Acerqué mi boca y besé levemente la zona y con mis dientes fuí bajando lenta pero cuidadosamente el cierre que lo atrapaba.

Le bajé los pantalones y al liberar su prisión, sentí que Carlos suspiraba aliviado y ahora se dedicaba a gemir cada vez que sentía como mi boca subía y bajaba por sus muslos. No podía dejar de admirar esa polla, la tomé delicadamente entre mis manos y le dí pequeños besos como suspiros. Dejaba que mi lengua descansara sobre la punta rosada y humeda de su miembro, que lo recorriera a lo largo. Luego descendí hasta sus testículos, que lamí con pasión. 

Llené de saliva toda la zona, no dejé de lamerlo un solo instante, lo tomé firmemente entre mis manos y dejé que su punta húmeda recorriera mis labios. En un arrebato de pasión, lo metí completo en mi boca y la pelvis de Carlos se elevó al cielo, permitiendo así que su nabo se metiera más aun dentro de mi paladar... sentía que me llegaba hasta la garganta y crecía dentro y eso hizo que una corriente eléctrica me recorriera el cuerpo y solo consiguio liberar más pasión y más instinto, con lo cual metí y saqué su polla freneticamente de entre mis labios, escuchando que él me pedía más y más, que elevaba su torso para poder ver mi boca llena de su polla, para poder ver mi expresión lamiéndolo, comiéndolo entero, engulléndolo.

Me deslicé hacia arriba un poco, justo para que mis pezones quedaran a la altura de su cipote y con mis manos lo refregue sobre cada uno de mis pechos para que cada cm de mi piel entrara en contacto con la de él, para seguir aumentando esa calentura que nos consumía a los dos. El aire de la cabaña estaba denso, ardiente, el aroma a sexo inundaba cada rincón, el sillón se hundía más y más pero nada importaba, excepto nosotros dos y ese momento glorioso.Carlos me separó de él, y sin dejar de besarme, me colocó nuevamente de espaldas en el sillón.

- "¿Estás lista, Lola?"

- "¡¡¡Síii, por favor..., SI!!!".

Abrió mis piernas delicadamente con sus manos y las elevó tanto como para poder facilitar la penetración, colocó la punta de su verga sobre los labios de mi vagina, acarició la zona y, de una sola vez, dejó que se deslizara dentro, de un solo y seco empujón se metió en mí y me folló con máxima pasión.

El ritmo de sus embestidas era frenético, además lo hacía con fuerza, empujaba con violencia hasta el fondo de mis entrañas, incluso me arrancó un pequeño quejido de dolor pero rapidamente dejó paso a la sensación de querer retenerlo dentro, de no querer que me abandonara. Dejé que mi instinto me guiara una vez más y comencé a moverme, a seguir el ritmo de sus embestidas salvajes.

- "Me gusta, me gustaaa..., me gusta mucho, no pares, SIGUE, SIGUE FOLLÁNDOME POR FAVOR !!".

Sentir su cipote friccionando las paredes de mi chocho ante cada entrada y salida me enloquecía, el ruido de mi flujo absorbiendo su miembro era delicioso, sentía que dentro de mi coño había zonas que su nabo rozaba que me estaba enloqueciendo. Con sus manos separaba más mis piernas, elevaba mis caderas hacia él y me penetraba más y más... Instintivamente, coloqué mis piernas alrededor de su cintura y ese movimiento me dio todavía más placer.

Sin saberlo, contraje naturálmente los músculos internos de mi coño y encerré dentro de mí su polla y parece que eso lo transportó..., porque escuché que me decía que eso le fascinaba, que no lo dejara salir, que lo apretara más y así hice, encerré su polla cada vez más, dificultando así las salidas y las entradas para que el roce fuera más intenso. Cada vez que sacaba su miembro para acariciar mi clítoris con su punta, sentía que miles de rayos me atravesaban el cuerpo y le pedía que volviera a meterlo, que me llenara cada rincón. En un momento dado, sacó su caliente cipote y sentí que lo ubicaba en la entrada de mi culo... Me asustó la idea de que me penetrara por ahí, jamás creí que fuera a hacerlo, sin embargo la calentura podía más.

¡Qué gran placer mezclado con dolor fué sentirlo dentro de mi culo!, hizo lo mismo que antes, excitó la zona con su punta y cuando me quise dar cuenta, estaba dentro, bombeando, cogiéndome sin piedad, entrando y saliendo por ese agujero estrecho pero casi tanto o más placentero que el tradicional. 

El calor de nuestros cuerpos hacía que ambos estuvieramos transpiradísimos y era una delicia sentir la piel de Carlos mojada de calor y placer, sentir como ambos cuerpos resbalaban al contacto, como el esfuerzo nos excitaba y nuestros gemidos nos llevaban más allá del éxtasis. Su boca dedicaba los besos y los mordiscos más tiernos a mis pechos, sus manos separaban mis piernas y las mías masajeaban su espalda, palpando la tensión de cada músculo. Yo sentía que oleadas de calor subían y bajaban desde mi frente hasta mi vagina, como si estuviera en medio de una marejada, como si flotara en agua caliente, me dejaba llevar por sus movimientos y los golpes de su pelvis contra la mía.

Cuando ninguno de los dos pudo más, cuando el estallido era inevitable, Carlos sacó su polla de mi coño y estaba dispuesto a terminar sobre mi vientre cuando de pronto, sin saber como, me encontré con su miembro entre mis manos, y lo masturbé a la vez que le pasaba la lengua por la punta del capullo. Después de unos minutos, coloqué el rabo dentro de mi boca y empecé a mamarlo con desesperación.... logrando que su semen se esparciera por mi paladar y el contacto de su leche con mi lengua me llevó a un orgasmo increible.

Cuando aparecí por el hospital el lunes por la mañana, mis compañeros me preguntaron a qué se debía que sonriera todo el rato. "Por nada", fué mi única respuesta. Indudablemente aquella había sido mi experiencia más positiva desde que trabajo como enfermera. Respecto a Carlos, seguimos intimando varias veces al més.

tororojo12000@yahoo.es

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