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Mi dolor de testículos

en Amor filial

Jamás imaginé que contaría nunca a nadie la siguiente historia. Siempre pensé que sería un secreto que me llevaría a la tumba o que bien desahogaría en el diván de algún psiquiatra.

¿Qué tiene el verano que despierta las más intensas pasiones? Fue en el verano de 1993 justo cuando cumplí 18 años. Siempre he sido bastante tímido, hasta tal punto que aún ahora no he logrado tener una relación estable. En ese entonces mi vida giraba en torno a tres pilares básicos: el instituto, mi casa y mis amigos, quienes por cierto tampoco habían tenido mucha suerte. Y fue precisamente en casa donde sucedió. El verano no sólo causo efectos pasionales en mí sino también en mi hermana Ana María. Tenía 15 años recién cumplidos y acababa de dejar las muñecas y los cuentos de hadas para caer en las banalidades de la chicas de esa edad: la ropa, el maquillaje, los grupos musicales de adolescentes... y el despertar sexual.

Alguna vez llegué a leer en esos estúpidos tests que salen en las revistas que mi hermana traía a casa que yo siempre había sido para ella un modelo a seguir y que incluso físicamente yo era algo próximo a su ideal. Aunque yo sabía que tenía ciertas aptitudes como la de ser buen estudiante, nunca me había considerado atractivo.

No creáis que no me había fijado en mi hermana como mujer, había comenzado a desarrollarse desde los 11 años de una manera increíble. Tiene unas tetas preciosas, grandes y perfectamente redondas, de su amplia cadera sobresale un culo bien formado y redondo, y unas piernas largas y torneadas que te dejan sin aliento. Y qué decir de su cara, enmarcada con rizos que caían sobre sus hombros, con esos ojos grandes y expresivos y esa boca roja como un coño excitado. Mi hermana y yo siempre nos hemos llevado muy bien, pero el deseo de un contacto sexual con ella era algo muy remoto en mi mente, aunque no voy a negar que alguna vez lo había llegado a pensar.

Ese día mis padres no estaban en casa y yo llegué de una fiesta casi al amanecer, así que permanecí dormido buena parte de la mañana. Entre sueños me percaté de que Ana María había entrado en mi cuarto, vestida sólo con una camiseta larga y su ropa interior debajo, a cogerme una camisa que le encantaba. Con el calor de la mañana yo estaba en calzoncillos, destapado a la mitad del cuerpo y con mi mano izquierda lejos de mi cuerpo, reposando con la palma y los dedos hacia arriba. Me llamó un par de veces para asegurarse de que estaba dormido pero no le respondí, sin embargo abrí un poco los ojos sin que se diera cuenta. De repente, mi hermana comenzó a frotarse el coño delante de mí y cerrando los ojos empezó a disfrutar de una espléndida masturbación. ¿Era posible que se estuviese masturbando con mi media desnudez? Estaba a punto de quitarme esa idea de la cabeza cuando se levantó la camiseta y se dejo caer encima de mi mano abierta. Pude sentir su caliente culo y la raja de su coño entre mis dedos. Comenzó a balancearse en mi mano como si mis dedos fueran el objeto fálico que deseaba. Yo no podía hacer o decir nada en ese momento, estaba atónito. Sin previo aviso, después de algunos minutos se levantó y se fue.

A partir de ese día Ana María comenzó a volverse una obsesión para mí. Comencé a interesarme por ella como mujer y siempre buscaba algún mínimo roce. Ella no demostraba tener el menor interés hacia mí pero algunos detalles demostraban lo contrario. Por ejemplo, cuando se bañaba dejaba la puerta entreabierta para que yo la viera desnudarse. Así pude ver cómo se acariciaba el coño una y otra vez, provocándome un tremendo dolor de testículos, además de otro de conciencia al recordar el parentesco que nos ligaba. Así estuvimos varios meses. Mis padres salen por lo general muy poco pero cuando lo hacen siempre se llevan a mi hermana. Eso ha hecho que siempre me haya quedado la sospecha de que sabían algo. Por fin, comencé a diseñar una estrategia para satisfacer mis deseos con ella.

Mis padres tenían una boda a la que ni mi hermana ni yo habíamos sido invitados. Para ese entonces mi hermana tenía 18 años y yo 21. Ana María, queriendo aumentar su independencia, les rogó a mis padres que la dejasen quedarse en casa conmigo pues siempre que ellos se iban y nos dejaban solos preferían llevarla con mis tías. Esa noche por fin accedieron a que se quedase. Yo, aprovechándome del miedo que le ha tenido siempre a las películas de terror, alquilé una del vídeo club y empezamos a verla. Antes de que acabase, y aprovechando que estaba absorta en la pantalla, me levanté y en silencio apagué el interruptor general de la luz lo que nos dejó completamente a oscuras. Aún recuerdo con excitación esos momentos. Mi hermana gritó mi nombre hasta que corrí a su lado. Obviamente, por más que ella esperaba que volviese la luz esto no se producía y la hora de dormir se aproximaba muy a su pesar.

Llegaron las diez de la noche y fingiendo muchísimo sueño me fui a dormir a mi habitación. Mi hermana hizo lo propio e intentó dormir. Al cabo de un rato, cuando estaba seguro que ya se habría acostado, comencé a hacer ruidos en la puerta de su dormitorio. Como yo había previsto, su reacción no se hizo esperar. Empezó a gritar pidiéndome que fuera a su cuarto y cuando aparecí escuché su respiración entrecortada.

- Alfredo, quédate a mi lado hasta que me quede dormida -dijo realmente asustada.

Todo iba como yo lo había planeado. Ya en su cuarto comenzamos a hablar de lo que pensarían nuestros padres si nos vieran en tal situación. Una cosa llevó a otra, hasta que me preguntó con cuántas mujeres había dormido. Le sorprendió saber que con ninguna. Seguimos hablando pero por fin el sueño la venció. Esperé unos minutos para asegurarme y empecé a tocar todo su cuerpo.

Primero la toqué con gran delicadeza por encima del pijama que llevaba, después con mucho cuidado metí mi mano dentro de su pantalones de franela y sus braguitas y toqué su cálido y duro culo hasta meter mi dedo en su entrada trasera. Ella no parecía darse cuenta, así que decidí ir más allá. Repetí la operación por la parte frontal para sentir el vello de su coño y oler la excitante fragancia que su sexo desprendía. Después pasé la mano por sus tetas pero sin meterla por debajo del pijama. No podía más así que, levantándome de la cama y poniéndome de pie frente a ella, saqué mi tiesa polla y pasé la empapada punta por toda su cara. Disfruté mucho introduciendo la punta en su boca abierta y llena de saliva. Cuando estaba a punto de correrme la aparté de allí y eyaculé en mi mano cuidando no dejar rastro de mis actos.

Minutos después de haber terminado este encuentro sonó el teléfono lo que hizo que mi hermana se despertase. Cuando acabó de hablar me dijo que mis padres no llegarían hasta el día siguiente porque habían decidido quedarse en casa de nuestros abuelos. Al parecer no se había dado cuenta de nada de lo que había pasado en su dormitorio, ya que me pidió que volviera a quedarme junto a ella. La noticia de que mis padres no iban a venir la había dejado un poco triste, pues en el fondo al ser la pequeña siempre ha dependido más de ellos. Yo le propuse que lo mejor sería que durmiéramos en mi habitación pues mi cama era mucho más grande. Ella aceptó sin titubear.

Nos acostamos y enseguida empecé a recordar lo que había pasado apenas unos minutos antes, no pudiendo evitar sufrir una tremenda erección. Ana María, que estaba de espaldas a mí, se percató de mi excitación pues en uno de sus movimientos había notado algo duro entrando en contacto con su culo. Dándose la vuelta, volvió a sacar el tema del sexo. Fue entonces cuando, casi como jugando, me pidió que le enseñara la polla porque no había visto nunca una y menos en erección. Hábilmente, le pedí algo a cambio de tal espectáculo.

- ¿Y tú que me enseñarás?
- Lo que quieras...

Sin dudar le pedí que me enseñara el culo que desde siempre había sido mi gran pasión respecto a ella y a casi todas las mujeres. Me bajé el pantalón del pijama y los calzoncillos y ella hizo lo mismo. Los dos tuvimos el mismo impulso y, sin mediar palabra, comenzamos a tocarnos sin cesar. Ella cogió mi verga y comenzó a moverla de un lado a otro sin cesar. Ya encima de mí y sin sus braguitas, empecé a introducir un dedo en su culo ante los gemidos de Ana María que parecía una leona experimentada. Sin pedirle permiso le quité la camiseta y el sujetador y al final los dos quedamos desnudos. La cogí en brazos y la tumbé sobre la cama, colocándome yo encima. Mirándonos fijamente a los ojos con la tenue luz de luna que entraba por la ventana, convinimos sin palabras en que era la hora de culminar ese momento. La agarré de los muslos y avancé a través de sus piernas.

De pronto, algo muy raro sucedió. Al intentar penetrarla, algo en nuestras conciencias nos detuvo. Yo me hice para atrás al tiempo que ella cerraba las piernas, tomaba su ropa y escapaba hacia su cuarto.

Nunca hemos hablado Ana María y yo de lo sucedido aquella noche. Sin embargo, nuestra relación de hermanos, muy lejos de haberse deteriorado, fue mejor que nunca a partir de ese momento. En los meses siguientes, todo siguió igual. Mi hermana seguía con sus exhibiciones en ropa interior por la casa cuando no estaban mis padres y su striptease en el cuarto de baño ante mis ojos indiscretos.

Sin embargo, pasado un tiempo pasó algo que desconozco pero que hizo que Ana María se cuidase mucho de mostrarse como antes ante mis ojos, aquellos desfiles en ropa interior no volvieron a repetirse en un buen tiempo. Esas actitudes por parte de mi hermana, lejos de hacerme olvidarla, consiguieron que sintiera un profundo desenfreno por consumar nuestra relación sexual. Desde ese día hasta hoy Ana María se ha convertido en una obsesión para mí. Cuando me masturbo dedico mis pensamientos casi siempre a ella, a aquella noche. Además, mi timidez me ha impedido hablar con ella de aquella experiencia que compartimos tanto tiempo atrás.

Una vez, al llegar ella de clase, se fue a echar la siesta a su cuarto. Entré en silencio y la vi allí tumbada en la cama, durmiendo enroscada como siempre lo ha hecho. En esa posición se marcaban a la perfección sus curvas. Sin pensarlo, levanté con mucho cuidado su falda para ver aquel culo que yo sabía algún día sería mío. Lo acaricié por encima de sus braguitas y aspiré con todas mis fuerzas el dulce aroma de su sexo. Estaba a punto de salir hacia el baño para masturbarme con aquella agradable sensación, cuando escuché la voz de mi hermana a mis espaldas.

- ¡Sigue haciéndolo! -dijo con voz ronca y sexy.

Dándome la vuelta, volví sobre mis pasos y sin decir nada continué acariciándole el culo. Tanto me excité que quise quitarle las braguitas de algodón para tocar la suave piel de su culo.

- ¡NO! -gritó rotundamente y me sacó a empujones de su cuarto.

Situaciones muy parecidas siguen sucediendo y por más que he querido sacar de mi mente lo que acabo de contaros, no lo puedo hacer. Sé que estoy obsesionado con ella, pero no puedo evitarlo. ¿Por qué juega conmigo? ¿Por qué no logro olvidarla? ¿Por qué el deseo de penetrarla no se me ha quitado con el paso de los años? La mujer es un eterno misterio y espero de todo corazón que alguna otra me haga olvidarla... así como este dolor de testículos.

¿Continuará...?

tororojo1200@yahoo.es

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