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Compañeros de clase

en Sexo con maduras

Os voy a contar la experiencia que tuve con la madre de una compañera de clase a la que apenas conocía. Yo iba de camino a la parada del autobús cuando vino por detrás y se puso a caminar a mi lado.

- Hola -me dijo al subir al autobús- Tú eres Miguel, el compañero de clase de mi hija, ¿verdad?
- Sí -acerté a contestarle yo- Usted es la madre de Rosana, ¿no?
- No, por favor. No me hables de usted -me corrigió, riendo.

Nos sentamos juntos en el autobús y nos pusimos a charlar de todo un poco, de las clases, de lo que solía hacer los fines de semana... Yo estaba muy nervioso porque, aparte de que apenas conocía a la hija de aquella mujer y no sabía cómo había llegado a conocerme a mí, la señora estaba imponente, era un pedazo de hembra y, por lo que parecía, estaba en celo. No sé cómo, la conversación derivó hacia su vida sexual.

- Mi problema es que mi marido siempre estaba fuera en viajes de negocios -empezó a decirme- Nunca está en casa cuando más le necesito para satisfacer mis necesidades sexuales.
- Te entiendo -mentí, pues no me podía quejar en lo que a sexo se refiere, pero quería averiguar a qué iba a llegar aquello- A mí me pasa lo mismo. Es muy difícil encontrar a alguien cuando más lo necesitas.
- ¿Ah, sí? -me preguntó curiosa- Sabes que se me ha ocurrido una idea. Como los dos tenemos el mismo problema... ¿qué te parecería ser mi juguete sexual durante algún tiempo? Te prometo que no te arrepentirás...
- Por supuesto -le contesté rápidamente.

Llegamos a un acuerdo allí mismo, en el autobús, y acto seguido me llevó a su casa. Era una casa suntuosa, muy distinta a mi pequeño piso de estudiantes al lado de la universidad.

- Espera un momento en aquel sofá mientras me pongo algo más cómodo -me dijo con una pícara sonrisa.

Cuando volvió, llevaba puesto un camisón de seda. Me puse de pie y empezamos a besarnos. Le acaricié el culo y luego empecé con sus tetas. Entonces, me llevó al sofá de nuevo y empezó a quitarme los pantalones. Lo que siguió fue la mejor mamada que jamás me han hecho. Cuando acabó, se quitó el camisón y debajo llevaba un sujetador de encaje y un tanga. Meció su culo justo delante de mi cara.

- Vamos, cómemelo -me pidió.

Le quité el tanga y empecé a lamerle y a chuparle el ojete. A los pocos segundos noté que su coño estaba completamente empapado. Empezó a gemir y a gritar como una posesa.

- Sí, sí... -jadeaba, presa de la excitación.

Entonces le quité el sujetador y empecé a chuparle las tetas. Aquello no duró demasiado, ya que al poco se dio la vuelta, se puso a cuatro patas en el suelo.

- Taládrame el culo con tanta fuerza como puedas -me rogó.

Así lo hice durante los siguientes diez minutos... Y es que no me dejaba parar. Por fin paramos, le di la vuelta y empecé a follarme su coño. Enseguida su raja se puso muy húmeda y empezó a gemir sin parar. Al cabo del rato, me corrí dentro de ella con todas mis fuerzas. Aquello era increíble, y no había hecho más que empezar.

Yo seguía allí tumbado, sintiéndome el hombre más feliz del mundo cuando, sin previo aviso, se metió mi polla hasta la garganta. Justo cuando estaba a punto de correrme, la puerta de la casa se abrió y entró su hija mayor (la chica más cachonda de toda la universidad) Al principio pareció sorprendida, pero luego se quitó la camisa y empezó a acariciarse las tetas.

- Vamos, acércate, no tengas vergüenza -le dijo su madre.

Obedientemente, se puso a mi lado y empezó a chuparme la polla. La hija y yo follamos mientras su madre nos observaba y se masturbaba. Cuando acabamos, escribió una nota para mi profesor inventándose una excusa por haber llegado tarde a clase y nos llevó a los dos a clase. Ahora, casi todos los sábados voy allí (cuando no hay nadie en casa) y entre los tres nos montamos una verdadera orgía.

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