EL ACEITE DE JOJOBA
- La jojoba es humectante de la piel, protege las partes más
delicadas contra radicales libres y radiaciones solares -me explicaba con el
soniquete de haberlo repetido muchas veces una deliciosa mujer de unos 22 años,
vestida a la antigua usanza en una especie de Mercadillo Medieval que se había
instalado en mi ciudad- Fuerza, salud y vida para el cabello. Fácil de aplicar
en cualquier parte del cuerpo.
Era una chiquilla encantadora, con un talle perfecto, pechos ampulosos, pero de
tamaño justo, y unos ojos tan profundos que al cruzar mi mirada con ellos me
podría haber ahogado, o mejor, perdido en una gruta maravillosamente larga, en
donde -aunque extraviado- deseara uno no encontrarse nunca, o no buscar la
salida.
La melena al viento le daba ese aspecto de princesa medieval que todos hemos
visto en las películas, pero esta vez, de carne y hueso, estaba aquí, enfrente
mío... Y parecía no interesarle para nada ni mi presencia, ni la de otros
clientes que nos rodeaban. Ese tono como de abandono me hizo bromear con ella.
- ¿No tiene alguna aplicación más específica?
- Deshidratación, arrugas, envejecimiento, escamaciones, irritaciones, rozaduras
-me contestó rápida y segura de sí misma me contestó- Es útil como aceite de
baño, aceite de masaje, loción para manos, para afeitado, y otras muchas cosas
más que si desea acercarse cuando cerremos podrá comprobar mejor en una
demostración más amplia...
La desgana con que lo seguía comentando y el retintín de guía de turismo me hizo
no pensarlo más y abandonar el olor humano acumulado en el gentío que se
interesaba por ese aceite y otros productos de su puesto. Pero me dejó pensativo
esa última frase de la demostración. Tenía dinero de sobra para comprar un
frasquito de tamaño mediano, pero la curiosidad que suscitó en mí eso de la
demostración a la hora del cierre me estuvo rumiando el pensamiento toda la
tarde.
Por fin, a la hora del cierre, me acerqué de nuevo al puesto de los aceites. El
lugar había comenzado a quedar solitario y la dama seguía esperando a algún
interesado para la última demostración del día. La luz de las velas que
adornaban el puesto se entremezclaba con la mortecina iluminación de la calle.
La chica, al parecer cansada de esperar, entró en una especie de toldillo que
caía hasta el suelo en la parte de atrás y que aparentemente servía de almacén y
sala de demostración. Me di cuenta de que el único cliente interesado en la
demostración era yo, así que decidiéndome, me acerqué al puesto.
- Pase... -dijo ella nada más traspasé el toldo de su tenderete. No creía que
las velas que iluminaban la estrecha estancia fueran a ser suficientes para ver
nada, pero vi lo equivocado que estaba cuando la luz amarillo-rojiza de las
velas comenzó a iluminar la piel de mi dama que poco a poco se iba descubriendo
ante mis atónitos ojos.
- ¿Te gusta? -me preguntó mientras se desnudaba con una voz de la que había
desaparecido el anterior tono cansino, reemplazado por otro mucho más sugerente
y envolvente- Te escogí a ti entre muchos de los clientes que me han visitado
hoy. ¿Te hace ilusión el llevar a cabo esta demostración?
La famosa demostración consistía en dejar nuestros dos cuerpos al descubierto y
rociarnos uno a otro todo el aceite de jojoba de una pequeña botella de no más
de 200 mililitros, eso sí administrándolo sabiamente.
- Para que no quede ningún sitio libre en nuestras pieles, ahora desnudas, hay
que frotar mil veces mil, con paciencia, con relajación... Verificar uno a uno
todos los rincones de nuestro cuerpo, tan sugerente, y no dejar escapar
ninguno.
Y ese aceite, impregnado de esa manera, con parsimonia, con dulzura... poco a
poco... me hizo pasar los momentos más plácidos de mi vida... Independientemente
de lo que sucedió después, que al menos merece contarlo, porque ya no pronunció
palabra alguna, pero sus gestos, sus manos y su cuerpo pronunciaron la oratoria
más interesante que se haya escuchado nunca en el mundo. Sus manos y su cuerpo
no pararon de hablar en toda la noche... Nunca había sentido un discurso tan
agradable.
El untado del aceite con esas manos firmes y delicadas no se centró para nada en
mi sexo y entendí que ella tampoco lo quería así. Su cuerpo era un poema. Una
leve señal de un tratamiento quirúrgico en la espalda parecía el manifiesto de
la imperfección, pero mi recorrido por ese dibujo parecía complacerle tanto que
pidió con gestos que me entretuviera un ratito, una especie de caminito por su
piel tersa y maravillosa, un conjunto de señales para no perderse por él.
El aceite de jojoba fue el mejor lubricante para asomarse a sus pezones,
subrayado con la lengua, y mis labios recordando imágenes lejanas de recién
nacido, y ese aceite endemoniado, que hacía de su piel el sabor mejor recordado
de mi vida... Como los pelos de su pubis, humedecidos por el aceite tomaban
caminos inimaginablemente mágicos para mí... camino de la parte interior de sus
muslos, de los labios carnosos de los límites de la cavidad vaginal, extendiendo
el aceite con mi lengua y mi saliva, cual fruto carnoso de melocotón,
absorbiendo su jugo a lengüetazos, muy poco a poco, aproximando mi lengua a su
clítoris, que a poco asomaba lentamente por la parte superior, y mi lengua lo
buscaba, desesperadamente....
Ella alternativamente a retazos de lengua y dedos administraba el aceite y la
saliva con bastante meticulosidad, como abandonada a su tarea, concienzudamente,
y esta manera aparentemente mecánica, hacía de mi miembro un asunto de rigidez
extrema.
Mirándome el glande con curiosidad -acaso profesional- y completamente
convencida de que el aceite en esta parte no estaba untado de manera ortodoxa,
prefirió centrar toda su atención en él. Sus ojos y sus manos lo examinaron con
sus preciosos ojos, como los de un cirujano, para trazar un dibujo mental con
las partes a las que el aceite no cubría a su satisfacción, y con sus dedos
pulgar e índice, completaron la tarea, frotando con cada uno de sus dedos
empapados, por separado, todo el contorno, y deteniéndose en la parte baja, de
donde arranca el frenillo, para centrarse en esa zona mucho más, que por las
dificultades de su geografía merecían tratamiento más minucioso, y esa que es
justamente la parte más sensible, hizo en mí un principio de orgasmo detenido
por ella con maestría para prolongarlo... Y me estaba lanzando un reto, que me
mi caso era dificilísimo de igualar, porque me insistió con sus gestos los
mismos problemas en su clítoris, que de farragoso en su forma, no había tenido
la fortuna de extender bien el aceite... Y a ello me puse, con lo que tuve que
separar los labios de la vagina y con el dedo meñique, y aún era demasiado
grande, insistir mucho más, porque se empeñaba en que no estaba concluida la
tarea.
Frotando con mucho cuidado el pequeño surquito que rodea a esa pieza clave en la
sexualidad femenina, conseguí después de mucho rato que se sintiera
complacida... Porque resulta que en la punta de mi pene sobraba un poquito de
aceite, que justamente faltaba en el extremo superior de su clítoris, con lo que
con mil esfuerzos tuve que equilibrar el reparto como pude. Nos frotamos con la
punta de mi sexo, con la punta de su clítoris, con lo que conseguimos primero
una mini penetración al revés, introduciendo su órgano sensible en el extremo
último de mi miembro viril.
Ese orgasmo a trocitos que fui viviendo poco a poco, concluyó con una
penetración por detrás, conmigo de pie -no habría otro remedio- porque nuestra
tensión emocional requería un final, y un último retoque de aceite en su
trasero, que también tenía problemas de distribución del mismo. Por si acaso, mi
dedo índice, apretujado entre su culo-colchón y mi cuerpo dando saltos
longitudinales sobre él, teniendo aceite suficiente, lo distribuyó a su
interior, con lo que un gesto, un latigazo y posterior inflexión de sus piernas
que ya no podían aguantar ni la postura, ni su peso, ni su ORGASMO CON
MAYÚSCULAS me indicó que debía corresponder con ese último párrafo de mi orgasmo
casi a la vez, y que provocaron por el aceite y la lubricación, unas pedorretas
que nos hizo mirarnos nuevamente y sonreír a continuación...
La arropé en su improvisado camastro, puesto que el descanso se le hacía
necesario, y tuve que abandonar el tenderete en silencio, con tanta paz
interior, que se me olvidó, al menos recoger el frasco con la cantidad de aceite
que había quedado de la experiencia, y que me hizo pensar -aparte del
inolvidable recuerdo- lo práctico y maravilloso que resulta el aceite de jojoba.
Lo busqué al día siguiente, y en muchas ocasiones después, pero no lo he
encontrado nunca más... Porque al buscar este dichoso producto, lo más probable
es que tendría la esperanza de encontrar a la que me enseñó a usarlo...