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Una tarde en el cine

en Hetero: General

UNA TARDE EN EL CINE

Lo cierto es que no me acuerdo ni de la película que quería ver. Pues sí que empezamos bien... Lo que si recuerdo es que estaba ella sola, en aquel pequeño recinto de cuatro paredes y media, que era a la vez la taquilla y la sala del proyector. Le había tocado encargarse de todo aquella noche. El proyector solía estar a cargo de un tío pequeño y con gafas, mientras ella se postraba tras la taquilla, con aquel par de preciosos "reclamos" colgándole del pecho.

Siempre que atendía dicho puesto acostumbraba a vestir un poco provocativa, sobre todo de cintura para arriba (sin olvidar nunca las limitaciones que le imponía su matrimonio, claro). Le gustaba vestir con cortas minifaldas, mostrando aquellas piernas de ensueño, pero cuidaba mucho más su "aspecto superior". Algo que parecía ser sagrado para ella era el escote, aunque prefería jugar con la imaginación del posible "espectador" más que llenar sus ojos de abundancia. Una oscura cueva se formaba con el valle de sus senos y la ajustada prenda que los cubría, una cueva que despertaba un tremendo deseo de adentrarse en ella, de explorarla a base de caricias. Con un cuerpo como el suyo, tan acorde con los estándares de belleza actuales, el deseo era irrefrenable para cualquier hombre, y más aún para mí, que desde siempre la había visto como un ejemplo de belleza pura, como la más hermosa de todas las mujeres.

Sin embargo aquel preciso día no llevaba escote. ¿Porqué? Vaya, que mala suerte... por una parte, pues sin embargo no le quedaba nada mal aquella ropita, un vestido de una única pieza, de un tejido tipo pantalón vaquero. Sin escote, pero tan ajustado a sus adorables curvas que resaltaba enormemente sus pechos, manteniéndolos estupendamente erguidos. Observando detenidamente incluso se podía percibir el suave relieve de sus pezones. Si, claro, también resaltaba su trasero, y sus caderas, pero lo que más destacaba en las onduladas formas de aquel pedazo de tela y lo que mejor se veía por la ventanita de la taquilla eran sin duda aquel par de bellas protuberancias. Pues sí, ella solita a cargo del cine. Ni siquiera su marido estaba por allí. Ella misma tendría que hacer de portera cuando llegase el momento de abrir la puerta. Pero aquella noche no se iba a cansar demasiado. Yo era el único que se había dignado a asomar la nariz (y la pasta) por la taquilla. Sólo una pareja se acercó un poco, pero se fueron abrumados por la multitud. Sí, señor, el método perfecto para clasificar las películas: Si hay gente es buena, si no hay gente no es buena. Lógico ¿no?

Vi cómo se alejaban murmurando especulaciones sobre la mala calidad de la película. No pude evitar mandarles unos cuantos insultos mentales ante aquella muestra de ignorancia. Si supiese de antemano lo que iba a ocurrir allí dentro habría pagado para que no entrasen ni ellos ni nadie más.

La miré a través del cristal, tratando de no fijar demasiado mi vista en sus formas. No quería parecer demasiado descarado. Había pasado mucho tiempo desde nuestro primer contacto, y quizás su matrimonio se había estabilizado demasiado como para seguir permitiéndome aquellas miradas. Vi cómo me sonreía.

¡Vaya! ¡Me sonreía! E incluso parecía mostrar cierto sentimiento con su sonrisa. No era de las que me dejaban intrigado, pensando qué me había dicho con ella, mientras los vasos se acumulaban en el fregadero. Aquella sonrisa parecía mostrar aprecio, o algo así. ¿Que significaba exactamente?

En aquel instante, a menos de medio metro de su cuerpo, con su imagen llenando mis sentidos, y con su mano rozando casi imperceptiblemente la mía (mientras me daba el cambio), aquella sonrisa sólo podía significar una cosa: "Ven conmigo y pasémoslo bien...". Ahora, fuera del trance, supongo que sólo sería un "Me alegro de ver a alguien por aquí" o como máximo "Me alegro de verte por aquí".

Llegué a pensar que se negaría a poner todo en marcha sólo para una persona. Supuse que no resultaría rentable. Me equivoqué. Faltaba aún un cuarto de hora para que empezase la película cuando ella me abrió la puerta. Entré sonriéndole calladamente y le eché una última ojeada por si acaso venía su marido a sustituirla durante la peli, privándome de aquella bonita vista al salir del cine.

La puerta de la sala estaba ya abierta. Hasta mi nariz llegó un aroma a ambientador barato que no me desagradó. Pasé a través de unas gruesas cortinas y me dispuse a tomar asiento. No tendría que pelear con nadie por un buen sitio. Tenía las 98 butacas a mi disposición. En un alarde de originalidad me senté en el sillón de siempre y esperé.

Pasaron al menos diez minutos y no llegaba nadie más... Ella bajó la intensidad de las luces y puso en marcha la cinta con los anuncios de las próximas películas. Había un par de ellas que parecían interesantes. Anoté mentalmente sus títulos.

Se apagaron las luces. Iba a comenzar la película. Ella estaría bien atareada cambiando los rollos. Me la imaginé moviendo sus curvas por aquella minúscula habitación. Sólo el foco del proyector iluminaba un poquito la sala. Normalmente (es decir, cuando se encargaba su marido o el pequeñajo de las gafas) los focos laterales permanecían a media luz mientras el rollo con la película no empezaba a dar vueltas.  Ella parecía liarse con todo aquello. No sé porqué. Probablemente no habría cola para las entradas, y el panel de luces era de lo mas simple. Esta claro que lo que mejor se le daba era atender la taquilla...

Varias veces había pensado pedirle trabajo allí en el cine. Me daría muchas ventajas. Podría ver las últimas películas ganando algún dinerillo al mismo tiempo. Pero estar con ella en aquel estrecho recinto... Sólo por eso ya valdría la pena el trabajo.

Recuerdo lo bien que me lo había pasado la última vez que había trabajado para ella, allí mismo, cuando aquel pequeño cine era un gran mesón. Sabía lo cabrona que podía llegar a ser con sus empleados, pero no podré olvidar nunca lo bien que se portó conmigo al final... bueno más o menos...

Bueno, continuaré mi relato... Estaba yo en medio de la sala, con la pantalla iluminada débilmente. Ni un alma a mi alrededor. Acababa de bostezar pasivamente cuando de repente la luz del foco desapareció. El leve rumor de los altavoces dejó de sonar. La oscuridad se había tragado toda la sala y a mí con ella. Ni el más ínfimo rayo de luz llegaba a través del agujero del proyector. Supuse que se trataría de un apagón. Mis ojos buscaron las luces piloto por todos lados sin encontrarlas. Creo que no las tenía. Un apagón asolaba el centro de la urbe.

Tras unos segundos de indecisión me levanté y busqué a tientas la salida. Después de un par de rodeos y otro par de saltos sobre alguna butaca (más por diversión que por necesidad) las puntas de mis dedos sintieron el tacto sedoso de las gruesas cortinas. Empujé la puerta con suavidad cuando sentí que esta se me escapaba de las manos. ¡Inmediatamente algo se abalanzó sobre mí! ¿Un oso salvaje? ¿Un asesino callejero?

- ¡Ostia! -grité bastante acojonadillo.

Me caí al suelo intentando apartar con las manos lo que se me venía encima. El fuerte golpe hizo que mi espalda se resintiera sobre el frío suelo. Al principio me asusté un poco. La oscuridad me inquieta a menudo. Lo del oso vale que no era muy probable, pero que alguien entrase allí para mutilarme y atracarme no sería tan raro. Bueno, quizás sí, pero en aquel momento no me lo parecía. Mis manos, extendidas hacia el cielo, tocaron algo blando. Empezaba a hacerme una idea del asunto que tenía entre manos.

- Mierda... -sonó la quejumbrosa voz de una mujer joven, a 10 centímetros de mi cara.

¡Era ella! ¡Tenía aquel pedazo de carne femenina encima (otra vez)! ¡Ella! ¡Y estaba encima de mí, con el mismo vestido vaquero completamente ceñido a sus carnes y sin escote. ¡Aquellos muslos divinos que tanto había echado de menos al mirar por la taquilla estaban ahora entre mis piernas...! Resumiendo: Un apagón, oscuridad absoluta, yo tirado en el frío suelo sin enmoquetar de un cine en miniatura, con una tía buenorra encima. Escena más ridícula que esa imposible.

- Auch -dije disimuladamente, estrechando con brazos y piernas aquel pedazo de mujer.

Su peso la empujaba contra mí. Su vientre descansaba contra mi entrepierna. Creo que fue entonces cuando comencé a excitarme físicamente (psíquicamente llevaba excitado desde que había visto su cara a través de la taquilla, nada más llegar).

Sentí cómo los pelos más largos de mi cabeza tocaban una columna. En el antiguo mesón la columna se erguía pegada a la barra y quedaba la mar de bien. Pero allí en el cine quedaba como una patada en los dientes, e incluso había impedido la colocación de un par de butacas más. Aquella columna estaba a escasos centímetros de mi cabeza. Cuando pienso que podía habérmela pegado contra aquel cacho estorbo me dan escalofríos.

Ella dijo algo más, indescifrable para mis sentidos medio aturdidos y medio excitados, para acto seguido apoyar sus manos en el suelo, a ambos lados de mi cabeza, con la intención de levantarse. ¡No! ¡Cualquier cosa menos levantarse! Intenté impedírselo agarrándola con firmeza por las nalgas, a la vez que empujaba aún más su entrepierna contra la mía, justo allí donde algo crecía...

- ¿Ehhhh...? -empezó a decir.

Luego se quedó quieta y calladita durante un par de segundos. Quizás estaba pensando qué hacer conmigo, quizás estaba sintiendo con todo detalle cómo algo mío se enderezaba apretándose contra algo suyo. No lo sé.

- ¡Tenías que ser túuuu....! -dijo, fundiendo sus últimas palabras en un suspiro- Tú tenías que ser.... -añadió, hablando muy despacio, con un tono de voz que interpreté como asombro y resignación a partes iguales.

Intenté imaginármela. Si, la tenía encima y aún así necesitaba su imagen en mi mente. Ella... Sus bonitos ojos casi casi cerrados. Sus labios, un poco brillantes, apretados. Su cuerpo inmóvil, sintiendo Dios sabe que extrañas sensaciones femeninas, y su mente pensando vete tu a saber que cosas.

Posó sus manos suavemente sobre mis hombros, valiéndose de ellos como puntos de apoyo, y fue arrastrando su pubis entre mis piernas hasta sentarse sobre el mío. Su vestido fue deslizándose poquito a poquito hacia arriba, pasando de la mitad de sus muslos hasta las caderas. Entonces sus bragas quedaron en pleno contacto con la cremallera de mi pantalón, justo encima de una colina que quería ser montaña. Quizás fue mi fervorosa imaginación, pero me pareció sentir el cambio de tacto incluso a través de mis pantalones. Mis manos descendieron hasta su cintura. Ella, sin decirme nada, permaneció en aquella postura por lo menos unos 20 segundos. Lo que tenía bajo su entrepierna intentaba abrirse camino a través del pantalón para llegar a ella, para poder... ¡Diosss! ¡Demasiada presión! Empezaba a dolerme... Contuve mi respiración. Pretendía oír la suya pero o ella también la contenía o respiraba demasiado bajito para oír. Hice otra reconstrucción mental de su postura... en mi mente.

Empezaba a dudar si estaba pensando o bien se había quedado dormida cuando se dejó caer sobre mí, más o menos en la misma posición que tras la caída, pero dejando caer su cabeza para apoyarla en mi pecho. Dejó escapar un híbrido entre suspiro y quejido que me sonó a duda. Estaba como sumida en un trance.

Por primera vez desde la caída me di cuenta de la posibilidad de un NO más o menos rotundo. Olvidé que no tenía encima a la misma mujer que había tenido debajo casi un año antes. La que antes había sido una mujer aburrida y/o defraudada por su matrimonio podría ser ahora una esposa fiel. Yo la veía a menudo por la calle y nunca había prestado atención al cambio. Cuando la miraba sólo la veía a ella. Su matrimonio podía haber mejorado bastante desde nuestro encuentro, y quizás una cosa tenía que ver con la otra.

Pensé en inclinar la balanza a mi favor. Después de todo, si dudaba es que no quería negarse. Intentar convencerla de alguna forma, palabras, caricias, ternura... no me pareció justo ni necesario. Me quedé quietecito deseando que se decidiese antes de que algo mío se rompiese en pedazos bajo algo suyo. Sí... la primera vez ella estaba bastante cabreada con su respectivo... Nada le impedía hacer lo que finalmente decidió hacer. Pero aquella vez... casi seguro que habían cambiado las cosas... Posiblemente se sentía un poco más unida al hombre que la había llevado al altar. Si era ese el problema no querría dejarse llevar conmigo... a mi pesar...

- No -pronunció finalmente. No supe determinar si era una negación o una interrogación.

Suspiré intentando disimular mi propia decepción. Esperé un par de segundos más e intenté incorporarme. Ella seguía sobre mí. No se había apartado luego de negarse, y cuando levanté un poco la espalda me detuvo, buscó mi mano y la agarró.

- Espera. -dijo.

¿Esperar a qué? Si no quería liarse conmigo pues en fin, tampoco me iba a poner a llorar. No podía disgustarme, después de todo ella era feliz en su matrimonio. Yo debería estar contento por ello. ¿O tal vez no...?

- Si no quieres... -empecé a decir, pero me interrumpió inmediatamente.
- Shhhh...

Le hice caso, intrigado. Si no quería liarse conmigo ¿que quería entonces? ¡Que me dejase ir, por lo menos!

- Espera -repitió.

Resignado y aún muy excitado volví a tumbarme sobre el suelo. Esperé aproximadamente un minuto y pico. Para ser sincero empezaba a aburrirme. Afortunadamente su cuerpo seguía sobre el mío, y podía sentir sus carnes contra mi entrepierna, que resistía a relajarse del todo.

Entonces la oí murmurar algo, unas dos o tres palabras indescifrables. Su tono tampoco me revelaba nada. Sus manos jugueteaban con la mía, que tenía agarrada. Fue entonces cuando tiró de ella y la llevó hasta sus pechos. Allí la dejó unos segundos más antes de soltarla y acercar su cara a la mía, hasta que nuestras narices se tocaron.

- De acuerdo... -susurró. Inmediatamente terminó de acercar su cara y me besó aún con cierta timidez.

Yo estaba atónito ante su repentino cambio de idea. Estuve a punto casi de preguntarle si estaba segura pero temiendo otro cambio repentino de opinión me quedé calladito y di gracias al señor por los buenos momentos que me ofrecía. Deslicé mis manos, por fin libres ambas, por sus piernas, desde la parte trasera de sus rodillas, subiendo por sus caderas hasta donde se había quedado su falda. No me paré allí, y enganchando aquella prenda con las yemas de los dedos seguí subiendo, arrastrándola muslos arriba mientras saludaba con profundas caricias a sus curvas... Aquellas suaves nalgas, su estrecha cintura... Allí, en la cintura fue donde temporalmente estacioné la arrugada falda de su vestido.

- Mmmhhh... -gimió tímidamente, aún con sus labios en mis labios. Dentro de mi boca, su lengua buscaba la mía.

Entre caricia y caricia agudizaba mis sentidos, para captar la más ínfima prueba de goce o satisfacción. Era imposible que el placer la hiciese gemir sin que yo me diese cuenta. Cada uno de aquellos gemidos, cada alteración en el ritmo de su respiración eran para mi la mejor recompensa. Me entraban por los oídos, revolucionaban mi interior y me animaban a seguir complaciéndola. La abracé fuerte, y por segunda vez la estreché contra mi cuerpo lo más apasionadamente que pude. Me colé bajo sus bragas, acaricié aquellas nalgas firmes y con extremada delicadeza recorrí el valle que se formaba entre ambas, desde lo más profundo, allí donde su pubis era más espeso, hasta lo mas liso, en la incierta zona donde sus nalgas se unían con la cintura. Sus pechos reposaban aplastados entre ambos cuerpos. Podía sentir su calor, agradable, que invadía todo mi tórax. Separó su boca, dando por terminado el primer beso de la noche. Se incorporó sobre mi. Perseguí sus senos en la espesa oscuridad. ¡Deseaba besarlos... pero estaban tan lejos...! Allí arriba. Oscilarían en un leve baile si la ajustada vestimenta no los mantuviese quietos y esbeltamente erguidos... Moví una y luego la otra mano, hasta que ambas estuvieron sobre ellos. Aquellas estupendas partes suyas se amoldaban perfectamente a mis manos o viceversa. En aquella posición mis dedos reptaron muy lentamente, en un armonioso masaje sobre el vestido.

- ¡Mmmhhhh! Sí... síííí.... hagámoslo... ¡Mmmm...! -gimoteaba muy bajito.

Separó sus piernas. Ahora me tenía ella a mí entre sus muslos. Sin llegar a levantarse alzó su trasero y llevó su mano a mi entrepierna, donde abrió la cremallera y el botón de mi pantalón. Con un rápido juego de manos (experiencia o ansiedad, quien sabe) liberó por fin al oprimido y dejó que este terminase de enderezarse entre sus dedos. Cuando se consideró preparada asió fuertemente mis hombros, y lista para la penetración susurró un tierno "venga..."

Dirigí mi órgano placedor hasta la entrada del suyo, deseando no equivocarme de orificio. Llevé mi mano hasta su pubis para apartar un poco sus bragas y comencé el ensamblaje. Sentí cómo la punta se abría paso entre los lubricados pliegues. Ella misma deslizó su cuerpo hacia atrás, haciéndome meterme en ella, mientras apretaba un poco más sus manos a mis hombros. La introducción terminó con un gemido de cada uno, casi al unísono. Estábamos listos para el vaivén pélvico, y ninguno de los dos se hizo esperar.

Mi papel era el más pasivo de la postura. Ella tenía un mayor control del acto. Era ella quien marcaba el ritmo, aunque yo podía apoyar mis manos en sus caderas y asistirla en el suave movimiento. Al principio imponía un ritmo lentito, como recreándose en la unión, pero poco a poco el furor la iba dominando y el desenfreno aceleraba el vaivén. Dejó de filtrar sus gemidos y estos dejaron de sonar ahogados y distantes, para llegar a mis oídos tal como los emitía: en su máxima intensidad y con gran esplendor.

- ¡AHHHH, AHHHHH, SIIIII, AAAAHHHH...!

Lo reconozco, me gustaba que fuese ella la que dirigiese el acto. Una de las cosas que me habían dado más miedo en nuestra anterior relación (mi primera vez) era que yo llevaba las riendas. Tenía miedo de ocuparme sólo de mi propia satisfacción, olvidando la suya. Pero ahora, con ella encima, con una mujer experta (o eso suponía) llevando el volante me sentía seguro, pues sabía que ella haría lo mejor para si misma, y a mí me iría bien por cualquiera de los caminos que siguiese. Sentí que ella separaba poco a poco sus piernas. Supuse que buscaba una penetración más profunda ¿para aumentar su goce? Poquito a poquito, sin separar en ningún momento nuestros sexos y sin detener el vaivén, fue abriendo sus piernas hasta arrodillarse de todo en el suelo, conmigo en medio. En aquella postura yo mismo comencé a sentir que en cada embestida entraba un poco más y salía un poco menos. Pero no era suficiente. Una vez arrodillada enderezó su tronco, hasta sentarse sobre mi, completamente derecha. Las penetraciones eran más y más profundas. No parecía haber límite. Notaba mis pelotas cerquita de su entrepierna. Pronto me impedirían entrar más. En el movimiento intervenían ahora la fuerza de sus piernas para el ascenso y el peso de su cuerpo para el descenso.

- Si, ¡ouhhhh! ¡Venga, más más! -gemí muy bajo, casi para mi mismo.

Busqué por su cuerpo sus pechos. Seguían cubiertos por el vestido de tela vaquera. Mi tacto deseaba un contacto directo. Llevé mis manos hasta la cintura, donde recordaba haber dejado la falda. Si, allí estaba, toda arrugada a mitad de camino. Si el vestido no fuese de una pieza ya estaría sin la parte de arriba. Quizás fue una coincidencia, o quizás se dio cuenta de lo que yo buscaba, pues dejó de moverse un par de segundos, se bajó la cremallera del vestido y se lo quitó por la cabeza. Poco después de oír el ruidillo de la cremallera volví a sentir su cuerpo danzando sobre mi. No tardé nada en aprovechar su desnudez superior. Deslicé mis manos bajo su fino sujetador para juguetear con sus pezones y notar un excitante contraste entre lo rígidos que eran estos y lo blando que era el resto de la zona.

Pasamos la tira de tiempo moviéndonos y gimiendo... Fuertes e incontrolables gemidos de gusto. Es difícil saber con exactitud, pero creo que fueron al menos unos 15 minutos. Sentía tanto placer que me daban ganas de gritar, y no siempre podía reprimir esas ganas. Ella tampoco. Las palabras no abundaron, sólo las suficientes para saber la parte del "camino" en la que estaba cada uno.

La más apasionada de las descripciones resultaría demasiado fría comparada con lo que realmente llegué a sentir, pues lo cierto es que hay sensaciones que ni el habla ni la escritura llegarán a expresar. Si ella sentía sólo la mitad de lo que sentía yo ya estaría en la gloria. Al oír y al sentir su cuerpo entrechocando con el mío me daba la impresión de que pasaba de la mitad esa.

- Ohhhhhhh... ¡Dios mío...! ¡¡ME VIENE!! ¡¡Si, si!! ¡¡SIIII!!

Arqueó su espalda sacando sus senos de mi alcance. Separó sus piernas aún más. La oscuridad me impedía verla, pero estoy seguro que si la viese en aquella postura, tan... tan abierta... me darían escalofríos. Sus rodillas, que hasta entonces habían tenido tan cerca se alejaron un buen trozo de mi. Su cuerpo descendió. Opuestamente, mi miembro se enterraba en ella más, más, más...

- ¡AAAAAAAHHHH! ¡OOOOHHHHHH! -gritaba.

Iba a correrse de un momento a otro. Por segunda vez, parecía querer dejarme atrás. Aquella no era una mujer normal.

Mi miembro estaba completamente dentro de ella... Sentía sus pliegues peludos y mojados empujándose contra mis testículos. El vaivén casi había desaparecido, y solo quedaba esa pugna por llegar a lo mas hondo. ¡Parecía querer tragarme! Ella hacía enormes esfuerzos para intentar profundizar más, pero ¡era físicamente imposible! ¿O no? ¡¡Tenía que sentirse tan... llena!! ¡¡Yo me sentía tan unido a ella!!

Era como si fuésemos un único cuerpo, palpitante de placer, de goce, de éxtasis sin fin. Aquello me hacía sentir tan fuerte, tan potente... no deseaba separarme nunca de ella (ahora sé lo ridículo que resultaría, pero en ese momento ¡lo DESEABA con todas mis fuerzas!) ¡Pero ella quería más! ¡Más profundo! ¡Más unidos! ¡Más...! ¡MAS! Cesó lo poco que quedaba del antes vigoroso vaivén y empezó a corrérseme encima, mientras gemía agotada. Al momento sentí un calorcito en la entrepierna y una humedad en el pubis... todo suyo...

Me sentí muy resbaladizo. Dejé caer mis manos al suelo e intenté dar unos últimos golpes de pelvis antes de correrme yo también. Inesperadamente sentí algo MUY extraño...

- ¿MMMMHHH...? -gimió débilmente con lo que parecía un tono de ¿sorpresa?...

¿Había sentido lo mismo que yo? ¡Había sentido lo mismo que yo! Empezó a suspirar cada vez más fuerte, llegando a tal punto que parecía exagerar... Yo seguía sintiendo algo raro allí dentro... algo que no había sentido en nuestro otro encuentro. No podría explicarlo bien, pero era como si... no sé, como si algo allí dentro y no en la entrada de su vagina me impidiese entrar más... ¡No! Como si la punta de mi miembro estuviese tocando alguna parte del interior de ella. No es que lo tocase en aquel preciso momento... más bien... como si llevase un tiempo tocándolo pero lo notase en aquel preciso instante. ¡¿Qué demonios era aquello?!

Empezaba a creer que ella no exageraba lo más mínimo...

- ¡¡AAAAAAAAAAAAHHHHH!! ¡¡AAAAAAAAAAAAHHH!! ¡¡DIOSSSSSS!!

No gemía... GRITABA.

- ¡¡DIOOOOOSSSSSSSSSS!! ¡¡¡TUUUUUUUUUuuuuuuuu......!!!

¿Yo qué...? ¿Pero no se había corrido ya había un momento? ¿Que demonios le pasaba? Aquello no era normal... nada normal... Y la forma en que gritaba aquel ¡TU! ...su tono de voz... sonaba como si estuviese asustada, como si de repente el techo de la habitación se le viniese encima... Me asusté.

Ya no se movía ni lo más mínimo. Estaba quieta, inmóvil, con la punta de mi miembro rozándole algún rincón recóndito de sus entrañas, cuando de repente dio un salto. Sí un saltito, rápido, como si un escalofrío le recorriese la espalda, o algo así... nunca sabré lo que sintió en aquel momento...

- Mmmhgg... -murmuró muy, muy bajito justo antes de desplomarse sobre mí, como si le fallasen las fuerzas y no pudiese sostenerse.

Dejé de sentir el "contacto" y su boca húmeda cayó sobre mi pecho luchando por controlar la respiración. Yo seguía aterrado. Más aún si cabe. Llegué a pensar que su respectivo nos había pescado dándole un mal uso a su cine y la había tumbado de una patada en la cabeza. ¡Allí en la oscuridad cualquier cosa era posible!

Tardé un buen rato en calmarme. Al ver que el posible cornudo no me partía la cara empecé a suponer que lo que le había pasado a mi compañera se debía a lo que allí estábamos haciendo. Quizás era un orgasmo de esos raros que tanto hablan en las revistas de mujeres. Sentía mi pubis caliente y muy húmedo, pero no sabía si era ella otra vez o es que seguía el de antes. Lo que sí sé es que era imparable. ¡Casi creía oír aquella humedad viscosa derramándose allí donde los pelos de su pubis se mezclaban con los míos! ¡Creía oír!

Supuse que todo era normal, dentro de lo que cabe... Así que la abracé con fuerza y me moví intentando recibir mi parte. ¡Pero era como hacerlo con un saco de patatas! ¡No se movía lo mas mínimo! De no ser por su respiración aún entrecortada creería que me estaba follando un cadáver!

¡Ella no participaba nada! Yo apenas podía moverme con ella encima, y poco a poco perdía lo que antes había estado a punto de estallar. Así no llegaría a nada. Pensé en alguna alternativa... Darle la vuelta y ponerme encima resultaría poco original. De hecho, así lo habíamos hecho la vez anterior. ¿Y si la sentaba en el respaldo de alguna de las butacas? ¡Si, aquello podría estar bien!

- Déjame llevarte a una butaca -dije apresuradamente, y sin esperar a que contestase me incorporé y la cogí en brazos.
- Tío... haz conmigo lo que quieras... -respondió muy lentamente, como si no pudiese hablar con fluidez.

Caminé despacito hasta que encontré una fila de butacas, y allí mismo la dejé, sentada sobre el primer respaldo que encontré. En un par de segundos la acomodé. Parecía ir recuperando las fuerzas y me rodeo con sus piernas. También me abrazó para no caerse. Finalmente pude volver a metérsela y empecé a embestirla. Estaba a una altura casi perfecta. Apenas tenía que doblar mis piernas para hacerlo bien.

¡Aquello era otra cosa...! ¡Que placer...! ¡Maravilloso...! Recuperé lo que casi había perdido y cuando menos me lo esperaba ZAS, lo eché todo. ¡Sííí...! Por fin el orgasmo que tanto ansiaba. Iba a ponerme a gemir como un loco cuando ella me besó. Eso no contuvo para nada mi placer, e incluso lo hizo más tierno. La besé largo y tendido, mientras sentía cómo el semen manaba violentamente.

Ahora que lo pienso, me parece raro que no me impidiese echárselo todo dentro, tal y como había hecho la otra vez. Estaba medio aturdida y quizás no se dio cuenta... y yo estaba demasiado excitado para ponerme a pensar si era dentro o fuera. Agarré sus muslos mientras terminaba de vaciarme en ella.

Llevó su mano a donde nuestros cuerpos se fusionaban. Dejó mi palpitante miembro entre dos de sus dedos y frotó nuestros pubis, esparciendo su jugo por los pocos lugares a los que no había llegado el sólo.

Sí, ahora que recuerdo eso estoy casi seguro... Era consciente de que la había llenado. Quizás no le importaba lo que mi semen pudiera hacer dentro de su cuerpo. También es posible que estuviese usando o tomando algo. ¡Yo que sé! Ha pasado el tiempo suficiente como para descartar un posible error. La saqué de allí dentro y le besé el cuello.

La cogí en brazos y me senté con ella en la butaca que tenía detrás. Poco después la electricidad volvió a fluir y el foco del proyector volvió a iluminar débilmente la sala. Pude ver su cara. Allí sentada en mis piernas, casi completamente desnuda, ella me miraba relajadamente. Seguía siendo tan preciosa como antes tras la taquilla, solo que ahora la tenía conmigo y no detrás de un cristal...

Estuvimos así un buen rato, mirándonos uno al otro, como dos tontos sin saber que decir. Yo no necesitaba decir nada. Me bastaba con tener cerca aquella mujer casada tan joven por la que empezaba a sentir "algo más". Mi vista se llenó con su sonrisa...

Ella misma decidió besarme...

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