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LIDA.- Capítulo 4 y último

en Erotismo y Amor

L I D A

 

CAPÍTULO 4

 

 

El

aspecto disciplinario derivado de la agresión al teniente Ursbach al final tuvo

una rápida solución. Aunque el coronel Meteliev iba que echaba chispas, por lo

enfurecido, cuando llegó al recinto interior del campo resultó aplacado, poco a

poco, por quien menos se podría imaginar: El camarada comisario político.

Desde

que tuvo noticia de la agresión al “camarada Helge Ursbach”, el pobre Yevgeny

Sergevich Kitev estaba que no vivía. El programa de reeducación político-social

de los “criminales fascistas” que tan buenos resultados estaba dando, se

encontraba a punto de ir al traste, y con él las firmes esperanzas de prosperar

en el escalafón. ¡Hasta  comisario

político de una brigada, tal vez una división, se veía! Y todo eso podía irse a

la basura si el coronel Meteliev no trataba con el debido tacto el asunto de la

agresión. ¡No señor, no lo permitiría!

Luego,

tan pronto vio entrar al coronel Meteliev en el recinto interior se fue a él a

exponer sus temores: Que la situación era crítica pues ojos muy interesados les

observaban desde instancias muy altas, gratamente impresionados por el éxito

que se estaba logrando en la reeducación de los “criminales” alemanes, por lo

que todo lo hasta entonces conseguido podría perderse, con los perjuicios que

para ellos dos, responsables militar y político del campo, seguro acarrearían.

Yevgeny Sergevich atacó a fondo al coronel, logrando “amansarle” al cabo de un

tiempo, con lo que el conflicto entró en proceso de solución.

El

4 de enero de 1951 se firmó, en el despacho del coronel Meteliev, un compromiso

entre éste y los oficiales alemanes, representados por su miembro de mayor

rango, el teniente coronel de Infantería Ludwig von Lebnitz, por el cual los

oficiales se comprometían a trabajar en los bosques cual simples soldados hasta

tanto Helge Ursbach no fuere dado de alta y se reincorporara a su quehacer

médico. Además, y durante ese mismo tiempo, las raciones de comida de los

oficiales se reducirían a la mitad.

A

que la propuesta del coronel fuera aceptada por el grupo de oficiales alemanes

no fue ajeno el hecho de que Meteliev, desde el mismo día uno de enero

dispusiera que las raciones de comida de todos los “criminales” alemanes, desde

von Lebnitz hasta el último soldado, se quedaran en la mitad y que von Blücher,

haciendo suyo el razonamiento de Ursbach, insistiera en que su primer deber,

como oficiales, era hacer que todos sus hombres, y ellos mismos, pudieran

volver a sus casas, con los suyos, y en el mejor estado posible.

Por

otra parte, tan pronto Meteliev se separó de Yevgeny Sergevich se dirigió al

comandante Lischenko informándole que desde ese momento, por su seguridad, el

teniente Ursbach pasaba a residir, permanentemente, en el hospital del campo,

en la propia habitación que ocupaba ahora.

La

premonición de von Blüger a Lida Ilianovna respecto al teniente Marchenko se

hizo realidad en los primeros días de Enero. Ya en la comida especial que se

celebró en el restaurante de oficiales a cuenta del día de Año Nuevo de 1951 el

oficial ruso, aprovechando que su amigo Ursbach no estaba para monopolizar a la

doctora, empezó a dar especial conversación a la muchacha y desde ese momento

trató de acaparar la atención de Lida Ilianovna siempre que le era posible. Por

las noches, después de cenar, acompañaba a Lida Ilianovna en sus paseos nocturnos

y ella lo aceptaba pues antes hacía lo propio con Helge Ursbach. ¡La dichosa

precaución que debían mantener ambos, Helge y ella! Así, una de esas noches,

Marchenko intentó “tomar al asalto la plaza sitiada” y allí se encontró con una

resistencia por entero inesperada, pues Lida le dejó bien sentado que no le

interesaba relación íntima alguna con hombres. La sorpresa del teniente fue

mayúscula; no se podía creer que una hembra se resistiera a sus bien probados

encantos masculinos, luego sólo una explicación encontró al asunto: Sin duda,

la bella odontóloga era lesbiana, lástima. Y así lo propagó por todo el campo,

lo que evitó a Lida ser objetivo de nuevos “tenorios” inoportunos. 

La

recuperación de Helge Ursbach fue bastante rápida. A los cinco o seis días el

baldamiento general, los dolores repartidos por todo su cuerpo a causa de la

tremenda paliza recibida empezaron a ceder. Incluso la sensación de postración,

de decaimiento anímico en que la agresión de sus camaradas, a los que

sinceramente apreciaba, le sumiera fue desapareciendo poco a poco a lo largo de

los días y se empezó a sentir mejor, la alegría de la vida volvió a su

espíritu. A esta mejoría la presencia de su amada odontóloga no fue ajena en

absoluto: Aunque con menos asiduidad de lo que deseaba, la muchacha pasaba

junto a él la mayor parte de tiempo posible, el que sus deberes médicos le

dejaban pues a esas alturas su cometido profesional tenía bastante más que ver

con la Medina General que con su especialidad odontológica, y el trabajo en el

hospital creció notablemente a partir de la madrugada de Año Nuevo por las

consecuencias que la larga exposición de los prisioneros alemanes a la

intemperie de aquella noche, con casi -50º provocara. Hasta mediados de mes, el

trabajo hospitalario y ambulante en los barracones de los prisioneros fue

incesante.

Tras

cinco días de descanso absoluto guardado en cama, Ursbach inició los “pinitos”

para levantarse de la cama y dar los primeros pasos ayudado por un par de

muletas. En un principio sus “paseos” por los pasillos apenas llegaban a la

media hora, al cabo de lo cual volvía rendido a la cama, pero poco a poco fue

afianzándose más y más. Convenía recuperar la movilidad de la pierna sana tras

cinco o seis días de inmovilidad y lograr seguridad en el uso de las muletas,

adminículo del que dependería en tanto no le sostuviera completamente la pierna

herida al andar. Ahora sabía lo penoso que era cargar con todo el peso del

cuerpo colgado de ambas muletas, con la pierna escayolada pesándole toneladas,

así le parecía. Resultaba todo ello un esfuerzo enorme que los músculos de sus

brazos se negaban a asumir y precisaba una gran fuerza de voluntad para saltar

al suelo, cosa que con tesón lograba, no sólo cada día sino varias veces a

diario.

Entre

tanto, el día 7 de enero se presentó en el hospital el teniente coronel von

Lebnitz para interesarse por el paciente. Tras un rato de trato en extremo

convencional llegó un momento en que jefe y oficial quedaron a solas en la

habitación, momento que von Lebnitz aprovechó para presentar a Helge Ursbach,

en nombre de sus compañeros oficiales, excusas por la agresión sufrida y

asegurarle que no se preocupara en el futuro por cosas de ese cariz, que no se

volverían a producir. Admitía el jefe alemán que algunos de los oficiales no se

avenían a estas excusas, pero todos renunciaban a nuevas medidas disciplinarias

contra él.  En fin, que el teniente

médico sintió entonces que sus relaciones con sus apreciados camaradas podrían

volver a ser normales.

El

18 de enero se dio de alta a los últimos pacientes que quedaban en el hospital

afectados por lo ocurrido en la madrugada del día uno. Y el 31, tras 30 días de

escayola y ante la buena mejoría de Ursbach, se liberó su pierna del yeso que

la aprisionaba. Entonces empezó un nuevo suplicio para él, pues recuperar su

maltrecha pierna le costó “sudor y lágrimas”, como suele decirse; pero se

aplicó al “tajo” con su proverbial empeño y tesón, aguantando firmemente el

dolor y cansancio que ello le generaba. Unos ocho-diez días después tanto von

Blüger como Lida Ilianovna estuvieron de acuerdo en que Ursbach estaba muy

recuperado: Andaba bastante bien sobre sus dos piernas con el sólo apoyo de una

muleta e incluso llevaba un par de días ayudando dos o tres horas en las

consultas, pues decía que así calmaba mejor sus nervios. Calculaban además que

en no más allá de una semana se le podría conceder el alta definitiva con lo

que se reincorporaría a su labor profesional. Así que von Blüger decidió que,

tras retirar a Ursbach los servicios de la cena, el sanitario que desde el día

primero de enero pernoctaba en el hospital marchara a su barracón.

De

modo que, tras consumir Ursbach su cena, el sanitario abandonó el hospital en

simultáneo con von Blüger y Lida Ilianovna al encaminarse éstos al restaurante

de oficiales para a su vez cenar. Tras la cena, como tenía por costumbre, Lida

paseó un rato acompañada de von Blüger, única persona que ya se prestaba a

ello. Y tras el paseo, algo más corto que otras veces, Lida se volvió al

hospital para dormir....

Lida

Ilianovna alcanzó la puerta del hospital sobre las 22,40- 22,50 y al notar

Helge Ursbach que la mujer se disponía a abrir la puerta introduciendo la

llave, corrió hacia la puerta para ayudar a Lida a correr los pesados cerrojos

y poner en su sitio la enorme tranca de madera que condenaba la puerta por el

interior, según venía haciendo ya unos días al llegar la doctora y mientras el

sanitario que habitualmente allí pernoctaba cerraba las pesadas contraventanas

de maciza madera. Pero esa noche era la primera que quedarían solos los dos en

el amplio edificio.

Cuando

Lida abrió la puerta se encontró de bruces con su ser más querido. Se miraron

unos segundos, frente a frente uno del otro, hasta que los dos se fundieron en

un apasionado beso, boca sobre boca, lengua junto a lengua. Pero lo más

importante, corazón junto a corazón en perfecta comunión de amor sincero....

leal y eterno. Libres también, sin tenerse que esconder de nadie, con esa

naturalidad que tienen las cosas más normales, más naturales del comportamiento

humano.

Así

permanecieron unos cortos minutos al cabo de los cuales, unidos por sus manos,

fueron a cerrar las contraventanas que antes cerrara el sanitario. También en

ello invirtieron otros cuantos minutos, más, muchos más que antes cuando se

besaban, pero lo hicieron los dos juntos, al unísono, cerrando cada uno una

hoja de contraventana y sin perderse ni un segundo de vista, con la mirada fija

en los ojos del otro en esa perpetua comunión de amor.

Una

vez cerradas todas las contraventanas quedaron aislados; no ya del resto del

campo de prisioneros sino del mundo entero. Se sentían a salvo de todo y de

todos, pues el universo se reducía al propio hospital y todo cuanto le fuera

ajeno no existía. Ellos dos, Helge y Lida, eran los únicos seres de ese

universo privado cual nuevos Adán y Eva.

Entonces

Lida se acercó aún más a su amado, le rodeó el cuello con sus brazos y unió, de

nuevo, su boca a la de él. Luego deshizo ligeramente el abrazo para acariciar

levemente la nuca del hombre con sus uñas y hundir después sus dedos en el

ensortijado, dorado cabello de su amado. Volvió a enroscar los brazos en torno

al cuello de Ursbach, se apretó aún más a él aplastando prácticamente sus senos

contra el pecho masculino, acercó sus labios al oído de él diciéndole muy quedo

pero muy insinuantemente:

  • Cariño, ¿dónde prefieres

    que durmamos, en tu habitación o en la mía?

Helge

Ursbach estaba entonces en el cielo; no, en el cielo no: En el limbo, pues era

incapaz de articular palabra, de pensar siquiera. Todo en él era vivir,

disfrutar el momento abandonándose a la dulce realidad de su adorada Lida

Ilianovna sin pensar en nada más, sin preocuparse de otra cosa que no fuera

sentir, más contra él que junto a él, ese adorado cuerpo de mujer.

Pero

Lida insistió y entonces Helge salió de su ensoñación.

  • Donde tú decidas mi

    amor, siempre lo que tú desees.

  • Entonces en tu

    habitación pues aquí, en Rusia, la mujer sigue a su hombre, a su marido. Donde

    él esté ella estará, lo que él sea ella será

Unidos

por la cintura ambos dos, enfilaron juntos el largo pasillo para llegar a sus

habitaciones situadas una frente a otra al inicio del pasillo.

  • ¿Recuerdas la primera

    vez que nos besamos? Lo que no sabes es que aquella fue la primera vez que puse

    mi boca, mi lengua en un beso. Tampoco sabes que cuando esta noche me desnude

    para ti será la primera vez que para un hombre me desnude y que cuando tus

    manos, tus labios acaricien esta noche mi cuerpo desnudo..... serás también el

    primero que lo haga....

  • ¡No me digas  que....

  • Sí Helge, mi amor, soy

    doncella, me conservé así para ti. Te he esperado desde mi adolescencia, al

    hombre que amara... como a ti te amo, para entregarme a él en cuerpo y alma.

Helge

no dijo nada; siguieron caminando un momento antes de que Lida volviera a

hablar.

  • Tú.... tú... no me has

    esperado a mí, ¿verdad?

 El siguió en silencio unos momentos antes de

contestar.

  • No...no Lida..; a mi

    primera mujer la conocí hace ya bastantes años. Creo que yo tendría unos 16....

    Era una vulgar ramera, lo normal por aquel entonces... Después vinieron

    otras,... algunas no eran prostitutas, pues no se me daba del todo mal. Pero

    nada serio, te lo juro, sólo  a ti he

    amarado en la vida.

  • No jures. No porque no

    te crea; pero tengo entendido que sólo se le jura a Dios y yo soy bolchevique,

    comunista, luego atea.

(A los ojos y labios de la mujer asomó una sonrisa,

o más bien una mueca de dolor)

Todos

los hombres sois iguales, también los rusos: Pocos son los que conocen su

primera mujer en la noche nupcial. Os enamoráis, amáis y deseáis a la mujer

elegida, pero también deseáis a las demás mujeres, no importa si las amáis o

no....

(Lanzó un hondo suspiro y prosiguió, pero con algo

más de alegría)

En

fin, más vale ser la última que no la primera.

(Aquí

la sonrisa se hizo francamente risueña y los ojos le chispearon alegres,

burlones y pícaros, todo a un tiempo)

¡Por

que yo seré la última que desees en tu vida Helge, no te quepa duda! ¡Conocerás

cómo aman las mujeres alemanas pero no sabes lo que es una mujer rusa cuando de

verdad ama a su hombre!¡No es una hembra, es una fiera, una leona, una tigresa

en celo.... y a su hombre le convierte en tigre para ella!

Esto

último Lida lo dijo segura. Sus ojos brillaban como ascuas reflejándose en

ellos una increíble decisión; y su rostro estaba no ya arrebolado sino rojo y

no de ira o furor sino de pasión 

incontenible.

Ambos

estaban ya frente a sus habitaciones respectivas y se detuvieron. Lida volvió a

besar a Helge para decirle después.

  • Espérame unos momentos

    en tu cuarto que enseguida estoy contigo. Ah, y no te preocupes que no estoy en

    mi época fértil; hace dos o tres días que quedó atrás.

Helge

Ursbach marchó a su habitación mientras Lida lo hacía a la suya. Pensando en

ella entró en el cuarto: ¡Qué pedazo de mujer era! ¡Qué energía desprendía al

tiempo que toda la dulzura del mundo! ¡Era la mujer perfecta, la que cualquier

hombre soñaría! ¡Y era suya! No creía en la inmensa suerte que tenía. Y... ¿se

la merecía?. No estaba seguro de ello, pero sí de que siempre haría lo

necesario para merecerla.

Se

desnudó, se puso un pijama y se sentó en la cama fumando un pitillo.

No

llevaría más de cinco o seis minutos esperando cuando ella entró: Venía

envuelta en una bata de zorro ártico, impolutamente nívea. Al entrar, Lida

estaba enteramente arrebolada, con las mejillas muy rojas. Se apreciaba lo

nerviosa que estaba. Cuando avanzó hacia la cama le empezó a morderse el labio

inferior, denotando que su nerviosismo iba a más; hizo ademán de desprenderse

de la bata, pero se detuvo indecisa. Helge fue consciente de que a la muchacha

la perdía el pudor, le costaba mostrarse desnuda ante él, pues desde luego

desnuda por entero estaba, lo había apreciado al abrir ella levemente la bata.

Caballeroso y solícito para con la muchacha, Ursbach hizo ademán de apagar la

luz, pero Lida se lo impidió.

  • ¡No, no apagues,

    enciende la luz! Quiero que me disfrutes por entero, mi desnudez también.

    ¿Crees que no me fijé, allá junto al Donetz al conocernos, en la forma que

    mirabas el triangulito oscuro de mi pubis? ¡Te lo comías con la vista amor!

No

es que Lida hubiera vencido su pudor ante la desnudez, no, ni mucho menos; sus

nervios iban en aumento y el calor en sus mejillas se hacía casi inaguantable,

pero su amor por el ser querido, su deseo de complacerle le dio la audacia

necesaria. Se despojó de la bata con seguridad y fue acercándose al hombre

lentamente, contoneándose, irradiando un erotismo del que se creía incapaz.

Cuando estuvo a medio metro de él, tal vez más cerca incluso, se detuvo y con

el rostro arrebolado, el pecho subiendo y bajando a ritmo frenético pero feliz

por lo hecho, desafiante incluso, dijo:

  • ¿Te gusta lo que ves?

  • Me encanta.

Helge

alargó sus manos atrapando las de Lida atrayéndola hacia él. Lida se dejó

llevar hasta la cama, se sentó y tras desprenderse de las zapatillas se metió

en la cama mientras decía:

  • Anda tonto, métete en la

    cama. ¿O quieres que pase más vergüenza aún?

El

no respondió pero entró también en la cama. Entonces fue Lida Ilianovna quien

apagó la luz y se arrebujó junto a su amado. Luego le besó con ternura y,

llevándose a los senos las manos masculinas, dijo:

  • Acaríciame Helge.

Helge

Ursbach siguió en silencio, pero sus manos y labios al instante acariciaron

esos senos tanto tiempo soñados para de inmediato con los labios atrapar los

pezones, dulces como la miel y duros como piedras. Los rodeó con firmeza,

succionándolos con suavidad y energía al mismo tiempo. Lida se encontró

trasportada a un mundo mágico, pleno de placer y felicidad. En esos momentos

amaba a su hombre como jamás pensó amar a nadie.

Ella

intentó apretar contra sus senos los labios de Helge, pero él se libró para con

manos y boca recorrer la topografía del cuerpo femenino: Vientre, pubis, muslos

y piernas, llegando a los dedos de los pies en un viaje de caricias y besos. Al

final Helge inició el viaje de vuelta hasta los muslos de Lida. Para entonces

la mujer temblaba como una hoja con el cuerpo sacudido por incesantes espasmos

de placer, gimiendo, jadeando sin parar. Así, cuando él acariciaba su pubis,

Lida le abrió las piernas cuanto podía y con las manos empujó las nalgas

masculinas tirando de él hacia sí misma mientras adelantaba caderas y pubis al

encuentro de la virilidad de ese ser querido musitando en su oído:

  • ¡Penétrame Helge hazme

    mujer, tu mujer! ¡Por favor entra en mí, te he esperado tanto, tanto

    tiempo....!

Entonces

Lida y Helge iniciaron el primer asalto de ese su primer combate amoroso.

Durante ese primer asalto Lida conoció el dolor consecuente al desgarro y

destrucción de su doncellez, pero también el mundo de placenteras sensaciones

que el amor conyugal conlleva. La muchacha se sumergió en un mar de delicias

nunca antes conocidas que alcanzó su clímax cuando notó el vendaval de placeres

que en el fondo de su intimidad más femenina se formaba para enseguida avanzar arrollador

hacia la entrada de esa intimidad taponada entonces por la virilidad de su

hombre. Y supo que en breve iba a tener el primer orgasmo de su vida. Desde

hacía rato Lida venía gimiendo y jadeando, abrazada fuertemente al cuerpo

amado, pero el estallido de gozo que todo su cuerpo disfrutó cuando aquel

vendaval rompió fue único. Se apretó aún más contra el cuerpo de Ursbach, sus

piernas presionaron fieramente los muslos del hombre estrechando hasta el

infinito la unión de ambos pubis en tanto su boca y dedos se enclavijaban,

salvajes, en las mejillas, cuello, hombros y espalda masculinas mordiendo y

hundiendo las uñas en carne y piel donde quedaron evidentes huellas de su

apasionamiento. Al tiempo los gemidos y jadeos de la mujer arreciaron

acompañados no ya de gritos sino alaridos. De su boca salían palabras

entrecortadas, casi ininteligibles, que expresaban la dicha de esos momentos.

Ver

así a Lida, por entero entregada, enardeció a Helge hasta niveles  desconocidos para él. Empezó también a gemir

y jadear, dedicando arrebatadas palabras de amor a la mujer amada en tanto el

ritmo de su pubis y caderas crecía hasta hacerse frenético. ¡Qué gozada de

experiencia estaba siendo aquello para ambos! Y la naturaleza siguió su curso

haciendo que el hombre también explotara en espasmos de ensueño que vaciaron su

germen de vida dentro de ella.

Lida

acababa de estallar en un primer y maravilloso orgasmo, pero al sentirse

invadida por la masculinidad de su amado fue consciente de que el divino

vendaval de amor renacía, más arrollador que nunca para romper a los pocos

segundos en acusados espasmos de supremo gozo, simultáneos a los que vaciaban a

su hombre.  

El

cenit de Lida fue más prolongado que el de Helge por lo que éste, siempre

gentil y rendido para con ella, aguantó lo suficiente para que la mujer acabara

sus espasmos con la necesaria satisfacción. Después se derrumbó agotado sobre

el cuerpo adorado; Lida le recibió amorosa, entre besos y caricias, mientras

intentaba recuperarse de su propio y feliz agotamiento. Al poco, Helge intentó

salirse del cuerpo femenino pero ella se lo impidió cerrando más sus piernas y

pidiéndole, muy quedo, que todavía no la abandonara.

Durante

quince, veinte, tal vez más minutos siguió el íntimo intercambio de besos y

caricias hasta que, con susto, Helge se apercibió de que las caderas de Lida

volvían a moverse en un lento vaivén. Asustado de verdad ante su todavía

agotamiento protestó.

  • ¡Lida que no podré,

    todavía no me he recuperado!

  • ¡No te preocupes mi

    amor, te recuperarás, ya lo verás! Te lo dije antes, la mujer rusa, amando a su

    hombre, puede ser una tigresa capaz de convertir en tigre a su amado.

¡La

tigresa preconizada por Lida aquella misma noche acababa de aparecer! Y Lida

tuvo razón: Helge superó el agotamiento del primer asalto del combate amoroso y

llevó a buen fin el segundo... también el tercero.... y no se sabe bien si

hasta el cuarto. En verdad que, como Lida Ilianovna pronosticara, Helge Ursbach

resultó ser una verdadera fiera, un tigre de aquellas gélidas tierras, un tigre

siberiano: Fuerte, duro, temible e indomable.

Aunque

ese primer combate amoroso en el futuro se repitiera con regular asiduidad,

aquella primera noche que ambos amantes disfrutaron juntos, para los dos se

hizo inolvidable por el resto de sus vidas.

 

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Los

años han pasado desde aquella inolvidable noche. El campo de prisioneros junto

al Lena, Yakutia, hasta Siberia quedaron atrás, reducidos a algo nebuloso y

lejano en las mentes de Helge Ursbach y Lida Ilianovna.

Ella

fue quien primero abandonó el campo de prisioneros para ocupar el nuevo destino

solicitado: Berlín Este, como oficial médico odontólogo del Grupo de Fuerzas

Soviéticas en Alemania. Once meses más tarde, mayo de 1952, también llegó al

Berlín Este, repatriado, el teniente médico Helge Ursbach. Reclutado enseguida

para la recién creada Policía Popular Acuartelada, rápidamente fue incorporado

a la misma. Allí, en Berlín Este, “casualmente” se encontraron los antiguos

“conocidos” del campo de prisioneros junto al Lena que, también por

“casualidad”, intimaron en una profunda amistad que les llevó a vivir juntos

como pareja y a que Lida diera a luz una niña, una Lida Ursbach, en septiembre

de 1953. Para esas fechas hacía ya meses que el “padrecito” Stalin falleciera y

en la URSS parecían correr otros “vientos” políticos, digamos que algo más

“frescos”. La ocasión le pareció propicia a la pareja, Helge y Lida, para

casarse con lo que solicitaron los necesarios permisos tanto al mando del Grupo

de Fuerzas Soviéticas como al Ministerio del Interior de la RDA, permisos que

al fin llegaron pero que se hicieron esperar por aquello de la impenitente

burocracia del funcionariado, más aún el de la URSS con sus inveterados

informes, investigaciones y demás, por lo que la boda debió posponerse hasta

1955. Pero no obstante iban aventajados, pues para cuando por fin Lida fue la

señora Ursbach ya había dado a luz su segundo hijo, otro Helge Ursbach.

En

1956 la RDA creó el Ejército Nacional Popular con lo que se disolvió la Policía

Popular Acuartelada, embrión que fue del recién nacido Ejército y en el que sus

efectivos se integraron, con Ursbach ascendido a capitán médico.

Ocho

años más tarde Helge Ursbach, ya comandante y con tres hijos el matrimonio que

formó con Lida (desde la boda Lida Ilianovna Ursbach, no Lida Ilianovna

Selenkaia), fue destinado al Ministerio para la Seguridad del Estado, la Stasi,

la temida policía política del régimen germano-oriental.

Desde

aquel momento Helge Ursbach dejaba de ser médico para convertirse en policía al

acecho de disidentes, desertores y, cómo no, médico oficial de selecciones

deportivas que viajaran al extranjero por cualesquiera motivos pero agente

oficioso cuya misión era vigilar a los deportistas e impedir, por cualquier

medio, su evasión al país anfitrión.

Así

llegó 1968 y con él los XIX Juegos Olímpicos celebrados en Méjico del 12 al 27

de Octubre. Al comandante Helge Ursbach le fue confiada la “atención” al equipo

femenino de natación y él solicitó a la superioridad se permitiera a su esposa

e hijos acompañarle, pues deseaban disfrutar de un viaje turístico a tan

exóticas tierras, solicitud que rápidamente le fue atendida.

A

poco de aceptarse el viaje turístico de la familia Ursbach a México 68, el

comandante Ursbach recibió una invitación para viajar a Méjico el día 8 de

Octubre en un avión militar que trasladaría al país de los aztecas un grupo de

personajes del Régimen y sus familias para asistir a los Juegos Olímpicos, con

lo que al atardecer del 8 de Octubre estaba toda la familia Ursbach en el Aeropuerto

Berlín Schönefen, despegando hacia Méjico DF sobre las 21 horas.

Hacia

las 03 horas del día 9 el avión, con sus distinguidos pasajeros, tomaba tierra

en el Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la gran urbe que es la

capital mejicana, aunque tras casi trece horas de viaje. Esta incongruencia

horaria, seis únicas horas de diferencia respecto a la de salida en vez de las

trece reales de vuelo, se debe a los diferentes husos horarios de ambas

capitales, la mejicana y la alemana. En realidad, las tres de la madrugada que

entonces eran en Méjico DF correspondían a las diez de la mañana que eran en

ese momento en Berlín, y las 21 horas del despegue del avión en Berlín

correspondían a las 14 horas que en aquellos momentos eran en Ciudad Méjico.

Al

pié del avión, esperando a los egregios pasajeros se encontraba el Embajador de

la RDA con su secretario de Embajada más diversos funcionarios de la misma, y

un autobús para llevar a los viajeros hasta el hotel que el Ministerio de

Exteriores germano-oriental les había reservado.

Tras

la calurosa bienvenida con que el embajador les recibió, éste se puso a

disposición de sus eminentes huéspedes, ofreciéndoles cuanto fuera preciso para

hacer su visita  lo más agradable

posible. De inmediato todos ellos estuvieron de acuerdo en disponer de un

automóvil para sus diarios desplazamientos por la ciudad, la mayoría

prefiriéndolos con shofer, aunque Helge Ursbach y otos dos viajeros prefirieron

conducir ellos mismos sus vehículos. El embajador accedió de buen grado a todo

ello, asegurando que por la mañana tendrían los autos a su disposición ante el

hotel, pero incluyendo la asistencia de un guía turístico a los tres huéspedes

que preferían conducir ellos mismos, para su “comodidad” por supuesto, y que a

cada familia le asignaría la escolta de otros dos funcionarios de la embajada

para su seguridad, que les seguirían en sendos automóviles cada vez que usaran

los autos cedidos, y les acompañarían también siempre que decidieran deambular

a pié por las calles de la ciudad. No hubo la menor objeción a nada de eso por

parte de los “turistas” que, agotados por el largo viaje, subieron rápidamente

al autobús partiendo enseguida en busca de las cómodas habitaciones.

A

la mañana siguiente la familia Hursbach despertó pronto. Bueno, los más

jóvenes, Lida, Helge e Iván Hursbach, 

fueron los que despertaron pronto y ya no dejaron dormir a sus padres,

impacientes como estaban por verlo y conocerlo todo. De manera que tanto ese

día como el siguiente estuvieron todos ellos callejeando tanto en automóvil

como a pié por la ciudad, viendo monumentos, algún museo y, sobre todo,

comprando; desde ropa hasta mil y una chucherías diversas, unas muy baratas

otras en cambio bastante caras.

Al

otro día, 11 de octubre y tercero de su estancia en Méjico, Helge padre tuvo

que asistir al entrenamiento del equipo de natación, último antes de las

competiciones, dada su condición de médico oficial del equipo, por lo que sólo

pudo acompañar a su esposa e hijos desde mediada la tarde.

El

12, día de la solemne inauguración de los XIX Juegos Olímpicos, todos los

turistas que llegaran en la madrugada del día 9 asistieron con todo entusiasmo

al espectáculo, vibrando y aplaudiendo a rabiar a sus representantes, la

bandera y los atletas germano orientales, extendiéndose las celebraciones hasta

bastante tarde.

El

día 13 para el equipo de gimnasia era de descanso, por lo que Ursbach y su

familia de mañana salieron a pasear en automóvil por la ciudad. Desde muy

pronto el “guía turístico” estaba desconcertado: A los miembros de la familia

Ursbach, casi desde que subieron al vehículo, les veía nerviosos a todas luces

y eso el funcionario no lo entendía, y cuando él no entendía una cosa se ponía

también nervioso. Algo le decía en su interior que se mantuviera muy atento,

pues su instinto de policía experimentado le avisaba que se avecinaba algo

peligroso. Lo que veía en aquellas personas le prevenía de un intento de fuga,

de deserción al capitalismo, pero eso no era posible, ¡en el comandante Helge

Ursbach y en la camarada capitán médico Lida Ilianovna, heroína de la Unión

Soviética no, en modo alguno! Su servicio era de simple rutina, por seguir la

norma habitual cuando cualquier ciudadano de la RDA salía del país. Además, su

comportamiento había sido hasta el momento de lo más normal, incluso habían

salido sin equipaje alguno, dejando en el hotel las costosas compras

realizadas. ¿A qué hacerlas si planeaban huir. Item más, iban sin más ropa que

lo puesto.... No , no era posible...

Tan

perplejo iba el pobre “guía” que por un momento perdió la atención sobre Helge

Ursbach y no se enteró de que éste enfilaba la avenida donde se ubicaba la

embajada de los EEUU. Cuando se dio cuenta de las cosas era demasiado tarde: En

un momento Ursbach dio un violento volantazo torciendo casi en ángulo recto

sobre la puerta de la embajada americana y, derribando la barrera de entrada,

se precipitaba en su interior dando un tremendo frenazo al encontrarse dentro

del jardín de entrada al edificio. Entonces fue cuando el pobre hombre reparó en

lo que ocurría: Desenfundó en el acto su arma pero para entonces Ursbach ya se

encontraba fuera del vehículo, del que prácticamente se había arrojado por la

portezuela de conducción, lanzándose al suelo mientras a gritos pedía asilo

político. Y otro tanto hacían Lida y sus hijos, lanzándose también al suelo por

las portezuelas posteriores reclamando asilo político a su vez.

De

modo que los dos disparos dirigidos al comandante Helge Ursbach sólo acertaron

en el suelo del jardín mientras el “guía”, sólo en el auto, se vio encañonado

por dos de los marines de servicio entonces en la embajada y conminado a soltar

el arma. Lentamente el guía, abatido, la dejó caer levantando las manos a

continuación.

Lo

primero que los funcionarios americanos hicieron, una vez que la familia

Ursbach estuvo a buen recaudo dentro de la embajada, fue interrogar al

comandante de la Stasi fugado a occidente, para en el mismo día despachar a

toda la familia a Washington para allí ser Ursbach interrogado más a fondo.

Lo

curioso fue que, una vez desarmado el guía y cuando éste empezó a darse cuenta

del peligro que corría al volver a su embajada, también optó por desertar, con

lo que a su vez solicitó también él asilo político, sin importarle en lo más

mínimo la posterior suerte de su familia. De sobra sabía que su esposa era el

agente puesto por la Stasi para vigilarle pues él mismo era el de la mujer.

 

-----------------------

 

En

Junio de 1969 la pareja Helge Ursbach y Lida Ilianovna con sus hijos volvieron

a Alemania, a la capital federal Bonn, con pasaporte de la RFA tras de que el

gobierno alemán occidental les concediera la nacionalidad estando aún en los

Estados Unidos. La noticia de la deserción del comandante Helge Ursbach a

Occidente dio la vuelta al mundo saliendo en todos los medios de comunicación,

lo que les dio seguridad respecto a las medidas represivas que contra ellos

tomaran los servicios secretos germano-orientales o soviéticos, pues sería

demasiado evidente su implicación en la suerte que ellos corrieran. De todas

formas, la policía de Alemania Occidental tomó medidas, protegiendo durante

años la seguridad de la familia.

Las

noticias de la huida dio al doctor Graaf von Blücher, por entonces un

acreditado cirujano del Berlín Oeste, la forma de localizar a su antiguo subordinado.

Le telefoneó ofreciéndole un sitio en su equipo pero Helge prefirió declinar el

ofrecimiento: Mejor vivir en la recoleta ciudad que era Bonn que en la populosa

antigua capital alemana; se abriría camino aquí, en Bonn, como médico, incluso

como cirujano y viviría bien con su familia. Von Blücher respetó la voluntad de

su colega y también amigo y desistió de insistir. Sabía de su valía profesional

y no le cabía duda de que Ursbach saldría adelante logrando sus propósitos.

Esto no obstante intervino ante un cirujano de Bonn que, en unos días, buscó a

Helge presentándole a la dirección de un hospital de la ciudad para que cuanto

antes empezara a ejercer, cosa que, desde luego, Ursbach aceptó y agradeció.

Y,

efectivamente, Helge Ursbach logró salir adelante, justificando la confianza

que en él pusiera su antiguo superior von Blücher, y llegando a ser un cotizado

médico cirujano de la ciudad de Bonn.

El

tiempo siguió transcurriendo, y en las navidades de 1973 la hija mayor de Helge

y Lida se les casó con 20 años casi recién cumplidos.

La

noche del día en que su hija se casó fue un tanto difícil para la pareja. Nunca

hasta entonces se había separado nadie de la familia y la ausencia definitiva

de la hija les afectó bastante, a pesar de saber que se casaba con un buen

hombre que sinceramente la amaba, médico también e hijo de médico, un colega y

buen amigo del cabeza de familia, y que con asiduidad les visitaría. Pero eso

no anulaba el hecho de la separación: Las frecuentes visitas de su hija no

serían lo mismo que tenerla cada día en casa. Lida se dio cuenta del estado de

su marido y con esa dulzura y cariño con que siempre le trataba le consoló

acariciándole, besándole como sólo ella sabía hacerlo y Helge empezó a

encontrarse más animado, la pesadumbre fue desapareciendo al admitir que, como

ella le decía, lo de la pequeña Lida Ursbach era la ley de la vida: Antes o

después los polluelos abandonarían el nido donde nacieron para crear su propio

nido. Y era bueno que eso sucediera, pues así luego tendrían la alegría de

acunar a sus nietos. ¡Los nietos! Qué viejo se sintió Helge ante este

pensamiento.

En

tales elucubraciones estaba cuando la voz de Lida se impuso a sus pensamientos.

  • Esta es la noche de

    nuestra pequeña Lida, la noche en que será mujer, la mujer de Wolgans Lübek...

    ¡y es tan niña todavía!

  • Quien sabe Lida... Los

    tiempos han cambiado mucho y la sociedad diría que más aún.... las chicas no

    son como antes... puede que la pequeña Lida no sea tan niña e inocente como

    crees.... eso sería lo normal hoy día... que en ese aspecto ella y Wolgans se

    conozcan ya... y de bastante atrás quizás. ¡Llevan casi dos años de relaciones¡

  • Te equivocas Helge, ella

    llega esta noche a Wolgans como yo llegué a ti la primera vez que dormimos

    juntos.

  • ¿Y eso cómo lo sabes,

    por qué estás tan segura?

  • (Lida soltó una

    risita traviesa) ¡Porque ayer me lo confesó ella misma! Sí Helge, nuestra

    Lida es muy niña todavía. Ayer me llamó a su cuarto: Estaba muy nerviosa, mejor

    dicho, asustada; quiere mucho, muchísimo a Wolgans y esperaba esta noche con

    mucha ilusión, pero al tiempo le asusta. Le dije que no se preocupara, que

    confiara en Wolgans; él la quiere mucho y sabrá ser cariñoso y delicado con

    ella en esos momentos, tal y como su padre lo fue conmigo. Que no pensara en

    nada más que en amar y desear a su hombre, a su marido y en que él la ama

    también a ella y... la deseaba. Así, todo iría bien y esa noche terminaría por

    ser inolvidable para los dos.

Por

unos minutos la pareja quedó de nuevo en silencio hasta que de nuevo Lida

rompió a hablar.

  • Y puede que el año

    próximo nos hagan abuelos.... ¡Helge... abuelos!... ¡Qué vieja soy ya, 51 años

    y 52 en nada....! (Se volvió hacia su marido y prosiguió) ¿Te sigo

    gustando Helge, todavía te parezco atractiva? ¡Estoy vieja, sé que estoy vieja,

    que no soy la chica de 22 años que conociste ni la mujer de 29 con que dormiste

    aquella nuestra primera noche juntos! Mis senos están caídos y ya no son

    firmes, mi piel....

Lida

no pudo seguir hablando. Helge la había tomado de la cintura atrayéndola hacia

él y con un beso le cerró la boca, para responderle luego.

  • ¡Lida, eres la mujer más

    maravillosa del mundo, la más bella, la más atractiva... ¡En modo alguno estas

    vieja, sigues siendo la hembra más apasionada del mundo, mi tigresa..!  ¡Para mí lo eres todo y sin ti no sería

    nada! ¡Te adoro y contigo soy el más feliz de los hombres! ¡Ni se te ocurra

    volver a pensar así!

A

su vez Lida, mientras él la atraía más y más contra sí mismo, se estrechaba

contra Helge hasta casi asfixiarse mutuamente. Le besaba, le acariciaba al

tiempo que el hombre hacía lo propio con ella.

  • ¿De verdad me sigues

    viendo atractiva, te sigo gustando? ¿Sigo siendo tu tigresa?

  • No te quepa duda. ¡Me

    tienes loco por ti y siempre me tendrás rendido a ti, a tu ser, a tu alma de

    mujer excepcional... y a tu cuerpo que para mí es divino, maravilloso! Te lo

    juro Lida: ¡Eres una mujer de belleza realmente espléndida, única!

  • ¡Helge eres un sol! Y

    digo.... ¿Por qué no nos callamos y hacemos el amor, cariño mío?

  • (Riendo) ¡Nunca

    dejará de sorprenderme tu aguda sabiduría!

Y

los dos rompieron a reír alegres, felices y satisfechos por estar juntos,

juntos hasta que Dios quiera

FIN

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