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LIDA.- Capítulo 3

en Erotismo y Amor

L I D A

 

CAPITULO 3

 

 

El camarada Yevgeny

Sergevich Kitev, comisario político del campo de prisioneros del coronel

Meteliev, ese día se había levantado de muy mal humor, tal y como la noche

anterior se acostara. Aunque mejor sería decir que se había acostado y

levantado abatido y de ahí el mal humor. El asunto es que cuando ya acababa la

tarde del día de antes le telefoneó su superior inmediato dándole una buena

reprimenda. Se habían puesto en él grandes esperanzas pero los resultados

obtenidos las defraudaban. Sibilinamente se le invitó a cambiar de táctica en

su cometido, cosa que no supo a qué venía.

¡Qué culpa tenía él de que

esos odiosos criminales fascistas siguieran siendo tan orgullosos y tercos,

negándose a aceptar el progreso del marxismo-leninismo! ¡Qué culpa tenía de que

el coronel Meteliev llevara el campo de forma tan benévola que hasta la

asistencia a sus clases de reeducación era voluntaria! Seguro que si el coronel

usara más mano dura los resultados habrían mejorado. Incluso en algún momento

pensó dar cuenta del coronel pero al final no se atrevió pues era conocida la

influencia de su hermano en las altas esferas, ante el propio Camarada Stalin

incluso. Y a los poderosos mejor no molestarlos pues podía resultar fatal para

la salud.

Pero al final del día todo

cambió en él. Se sintió eufórico pensando que, al fin, daría buenas noticias a

la superioridad. La cosa fue que a primera hora de la tarde acudió a su

despacho el teniente médico Helge Ursbach, un oficial querido y respetado por

los prisioneros alemanes, tanto oficiales como tropa. ¡Y, ni más ni menos, le

comunicó su adhesión a la causa leninista! ¡Le pidió ser instruido a fondo en

las teorías marxistas-leninistas, a fin de colaborar eficazmente en el

adoctrinamiento de sus camaradas!

El camarada comisario

Kitev felicitó efusivamente al teniente Ursbach por tan acertada elección, que

denotaba una mente abierta al progreso humano. De inmediato comenzó a

instruirle en  marxismo-leninismo,

enseñanzas que el alemán seguía atentamente, incluso interrumpiendo a veces la

disertación del camarada Kitev para pedir le aclarara tal o cual punto que no

entendía bien, con lo que demostraba un gran interés por aprender. A eso de las

veinte horas, cuando las sombras de la noche hacía tiempo que se adueñaran del

ambiente, el teniente Helge Ursbach abandonó el despacho del camarada comisario

político, tras concertar el horario que en adelante seguirían en sus charlas de

instrucción.

Para entonces el camarada

Yevgeny Sergevich estaba que no cabía en sí de gozo: No sólo había roto el

aislamiento alemán sino que tenía un verdadero discípulo en Ursbach, dispuesto

a difundir el ideario leninista entre sus camaradas.

Desde hacía ya varias

semanas venía intrigado por el cambio radical observado en el oficial alemán.

El carácter abierto del teniente médico se había tornado taciturno; casi

siempre estaba solo, sin apenas relacionarse con sus camaradas y aparecía en

general muy pensativo. Ahora se explicaba lo que a Ursbach sucedía en ese

tiempo: Seguro que meditaba implicarse en el ideario leninista.

Al día siguiente, muy de

mañana telefoneó a su superior informándole de su gestión con el teniente

Ursbach, extendiéndose en explicar la buena disposición del médico alemán, su

ascendiente entre los reclusos alemanes en general y demás. El superior de

Yevgeny Sergevich se interesó mucho en el asunto y felicitó al camarada

comisario por su buen hacer, indicándole cuidara mucho a su discípulo pero sin

fiarse de él demasiado por el momento. Debía observarle muy bien a fin de

comprobar que todo cuanto el alemán le dijera era verdaderamente cierto y no

una añagaza urdida por el prisionero, quien sabe con qué objeto. De todos modos

el superior ordenó a Sergevich le informara de la marcha de Ursbach cada

semana.

Así pasaron los días hasta

que, a las dos semanas más o menos, fue el propio Ursbach quien organizó y

convocó una reunión de reeducación política con la consiguiente expectación del

comisario ante tal evento.

 

 

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A unos doce-catorce días

de recibir al teniente Helge Ursbach en su despacho, el coronel Meteliev

recibió una llamada telefónica de su hermano informándole que su petición de

contar con la camarada Lida Ilianovana entre su personal estaba aceptada y en

breve, seguramente ese mismo día, recibiría la respuesta oficial a su demanda.

Y en efecto, la respuesta

oficial a su petición llegó unas tres horas más tarde en forma de un

radiomensaje de la jefatura de la organización GULAG(4) que empezaba reproduciendo una orden del

Ministerio de Defensa por la cual Lida Ilianovna era incorporada al servicio

activo integrada en los Servicios Sanitarios del Ejército Rojo como teniente

médico odontólogo y asignada a la Organización GULAG. Después venía la orden en

sí de ésta Organización por la cual Lida quedaba destinada al equipo médico del

campo de prisioneros que Meteliev regentaba.

De inmediato el coronel

ordenó se le preparara su vehículo y unos cuarenta minutos más tarde salía por

la gran portada del campo el convoy con el “todoterreno” de Meteliev más dos

blindados de escolta, uno abriendo la marcha y el otro cerrándola.  

Algo más de una hora

después el coronel Meteliev aparcaba ante el Hospital de Yakust y se

entrevistaba con su director. No fue necesario mostrar a éste las órdenes por

las que Lida Ilianovna se incorporaba a un nuevo destino pues ya allí había

llegado una orden de Defensa disponiendo que la muchacha era movilizada en esa

fecha como teniente médico y debía mantenerse dispuesta a incorporarse a su

nuevo destino tan pronto como la autoridad militar lo demandara. Luego

simplemente el director del hospital hizo que la joven doctora acudiera a su

despacho para ponerse a las órdenes de su nuevo superior. Lida se presentó en

el despacho, saludó marcialmente a Meteliev y ambos salieron del hospital. Ya

en la calle ella quiso mostrar su agradecimiento pero el coronel la cortó,

ordenándole silencio en tanto no estuvieran en su despacho, por lo que el viaje

de vuelta lo hicieron en silencio para subir al despacho tan pronto estuvieron

de vuelta en el campo.

 Una vez a solas Meteliev y Lida, ésta se llevó la sorpresa más

grande y agradable de su vida. ¡Su amado Helge Ursbach no sólo estaba vivo sino

allí, en ese mismo campo! En un principio no se lo podía creer; no, no podía

ser eso verdad. Algo extraño debía haberle pasado. Pensó que todo lo vivido

últimamente era falso, una mala jugada de su mente. Y se dijo: “¿No estaré

dormida y soñando?. Sí, eso debe ser, duermo y sueño con él, con volver a

verle, sentirle a mi lado... ¡Señor, Dios de mis padres.. ¿Por qué me haces

esto? No creo en Ti pero tampoco soy tan mala....”

Entonces recordó los

versos de ese poema del gran poeta español Francisco de Quevedo y Villegas, que

tanto le gustaban y tantas veces leyera:

 “Mas desperté del dulce desconcierto

y vi que estuve vivo con la

muerte.

  Y vi... que con la vida estaba muerto

Sí, así era desde luego:

Dormía, soñaba con él gozando de toda esa dicha; pero despertaría y volvería a

sentirse vacía, muerta en vida.. Entonces Lida, vencida por la tremenda

tensión, la tremenda emoción que padecía, no pudo más y se desmayó.

Despertó al poco en una

habitación del hospital del campo, con un médico alemán a su cabecera y el

coronel Meteliev expectante a su lado. Entonces, al no reconocer dónde estaba y

recordar lo que recientemente le ocurriera, las noticias que el coronel le

dijera, su incredulidad al respecto, su desmayo... y se convenció de que todo

era cierto, que su amor vivía y estaba allí, a pocos metros de donde ella estaba.

¡Qué dulce le pareció entonces la vida y cuanto le debía al coronel Meteliev,

bueno, cuanto le debían los dos, Helge y ella misma. Pero no dijo nada de todo

ello, sólo agradecer los cuidados que le habían dispensado y dar disculpas por

las molestias causadas. El médico alemán dictaminó que el desmayo debió

producirlo una linotipia debida a un bajón de azúcar o de tensión momentáneo.

No obstante recomendó que Lida permaneciera en reposo un poco tiempo más para

observar cómo evolucionaba a corto plazo y Lida se mantuvo en cama unos

cuarenta minutos más, tal vez una hora, al cabo de lo cual el médico germano

volvió a sacarle una muestra de sangre y a tomarle la tensión; de ésta dijo que

estaba bien, que le había subido respecto a lo que antes tenía y que el nivel

de azúcar en sangre a la mañana siguiente lo averiguaría tras analizar las dos

muestras tomadas, al llegar a atenderla y ahora. Según él la joven mostraba un

buen estado general, tal vez algo baja de energías por lo que debería cuidar

más su alimentación, pero opinó que nada más aquejaba a la joven por el

momento. De manera que solicitó permiso al coronel para retirarse y abandonó el

hospital.

Tan pronto el médico

desapareció de la habitación Lida se incorporó, levantándose de la cama donde

la tendieron al desmayarse diciéndole entonces el coronel Meteliev:

  • ¡Menudo sobresalto me

    llevé! Se impresionó usted mucho, ¿eh camarada Ilianovna?

  • Mucho camarada coronel,

    mucho. Pensé que todo debía ser un sueño del que debía despertar y volver a la

    triste realidad. Pero al despertar aquí, en esta habitación.... ¡supe que todo

    es verdad, que Helge vive y está aquí, a pocos metros de mí! ¡Qué maravillosa

    es ahora la vida y qué ganas de vivirla tengo! Y todo gracias a usted...¿Me

    permitirá que, por ésta vez al menos, le llame querido amigo?

  • ¡Desde luego, querida

    amiga Lida Ilianovna! Esta vez y en tanto me distinga con su apreciada amistad.

    Tanto a usted como al teniente Ursbach les considero amigos pues ambos me caen

    muy bien, son excelentes personas

  • ¡Pues eso, muchas

    gracias querido amigo Iván Ivánovich Meteliev!

  • No hay de qué darlas

    amiga mía. Pero dejémonos de esto pues se hace tarde y todavía tenemos mucho

    que tratar.

Seguidamente el coronel

Meteliev informó a Lida que la habitación que ocupaba en el hospital desde

entonces sería su vivienda, poniéndola a continuación al corriente de todo lo

convenido con Helge Ursbach días atrás, con especial hincapié en la actitud que

debían  mantener entre sí siempre que no

estén completamente seguros de no ser vistos.

Por la mañana, poco antes

del medio día, recibió el coronel Meteliev a Lida Ilianovna en su despacho,

donde ya se encontraba el equipo médico, cinco doctores alemanes liderados por

el comandante médico Graaf von Blücher, un eminente cirujano de Koenigsberg

antes de la guerra; y un grupo de diez o doce oficiales soviéticos encabezados

a su vez por un comandante, segundo en el mando del coronel Meteliev. También

se hallaba allí el Comisario Político camarada Yevgueny Sergievich Kitev.  

El comandante von Blücher

no le cayó nada simpático a Lida Ilianovna. Se adivinaba en él un hombre frío y

distante, a pesar de su impecable cortesía. Su mirada, dura cual acero de Krup,

denotaba en él uno de esos viejos aristócratas prusianos, orgullosos hasta la

soberbia. Y, efectivamente, Graaf von Blücher provenía de una antigua familia

de la más añeja nobleza prusiana; con una cosa a su favor: Como casi toda la

aristocracia alemana, no sólo la prusiana, y el propio alto generalato alemán,

nunca fue afecto al nazismo. Antes bien, tanto aristócratas como altos

generales sentían un hondo desprecio hacia el Fürer Adolf Hitler, al que en

privado a menudo llamaban “el cabo austriaco”. Curiosamente, uno de los pocos

generales de la Werhmacht afiliado al partido Nazi fue Erwin Rommel.

Tampoco le resultó

agradable el camarada comisario político, típico funcionario del dispositivo

represivo que la MVD representaba, brazo ejecutor de los criminales designios

del camarada Generalísimo Stalin. Lida en ese personaje vio un reptil, una repugnante

serpiente venenosa, silencioso como la muerte y tan letal como colmillos de

esos reptiles.

Y llegó uno de los

momentos más esperados por Lida Ilianovna y Helge Ursbach al ser oficialmente

presentados por el coronel Meteliev: Tras siete largos años volvían a verse.

Les pareció increíble ¡Qué dulce momento cuando por breves segundos sus manos

se enlazaron! ¡Qué sensaciones, con el corazón lanzado a toda velocidad y la

sangre pulsando fieramente por sus venas, en sus sienes! ¡Cuantas cosas dijeron

sus ojos en esos breves instantes! Y cuando se había alejado un tanto de él

Lida no pudo resistir el impulso de volver fugazmente la mirada hacia él para

encontrarse con los ojos de su amado clavados en ella. Al instante se

arrepintió de tal torpeza; miró rápidamente a su alrededor pero nadie se había

fijado en ello. Seguidamente le fueron presentados los oficiales soviéticos a

los que apenas prestó atención.

Tras concluir las

presentaciones los asistentes marcharon al comedor de oficiales para comer. El

coronel Meteliev se acomodó en el centro de la larga mesa comunal, según su

costumbre, presidiéndola. Por indicación de Meteliev Lida tomó asiento a su

derecha en tanto que al otro lado, a la izquierda del coronel, se sentó un

comandante soviético que ejercía como segundo jefe del campo. A la derecha de

Lida Ilianovna se puso el comisario político Yevgeny Sergievich Kitev. Al otro

lado de la mesa se sentaban los cinco facultativos alemanes con el comandante

von Blücher en el centro, justo frente a Meteliev y dos capitanes médicos a

ambos lados de su jefe. Los restantes médicos alemanes, dos tenientes,  junto a sus capitanes de modo que Helge

Ursbach ocupaba sitio frente a Lida Ilianovna ligeramente a su derecha. Los

restantes sitios de la mesa los ocuparon los oficiales soviéticos.

Así que Lida Ilianovna y

Helge Ursbach podrían charlar abiertamente 

en comidas y cenas, aunque de momento mantendrían la prudencia de no ser

asiduos al conversar entre ellos; mejor aparentar que poco a poco surgía entre

ellos una cierta amistad.

Por la tarde, una vez

finalizada la comida, Lida Ilianovna entró por vez primera en la consulta de

odontología del hospital; lo primero que hizo fue comprobar el equipo e

instrumental disponible: Todo penoso, muy penoso, obsoleto y en extremo escaso.

Aquello más parecía la consulta de un dentista de los años 30 y no de las mejor

instaladas aún para entonces: El sillón de pacientes no era más que un

anticuado butacón de madera de gran respaldo y con el instrumental sólo podrían

practicarse extracciones dentarias, diría que ni tan siquiera un simple

empaste.

Por todo ello, Lida

procedió a elaborar una relación de todo lo necesario para poner la consulta al

día, relación que sometió a la aprobación del coronel Meteliev que al momento

firmó y remitió a la jefatura GULAG.

A continuación la joven

odontóloga estableció el turno de trabajo a seguir desde entonces, incluyendo

tres horas extras voluntarias cada día para atender pacientes de medicina

general. Este incremento de trabajo se debió a una solicitud que, durante la

reciente comida, hizo el comandante von Blücher al coronel Meteliev rogando la

ayuda de Lida Ilianovna Selenko al equipo de médicos alemanes sobrepasados por

la cantidad de pacientes que a diario atendían (para obtener el título de

doctora en Medicina Odontológica debió cursar antes Medicina General) De

manera que Lida incrementó su jornada de siete horas, establecida por la

Constitución de la URSS de 1936 como máxima para todos los trabajadores

soviéticos, en otras tres horas más, una por la mañana, de doce a 13 horas, y

dos por la tarde, de 14,30 a 16,30 horas, acabando por tanto el día a las 19,30

horas.

Este exceso de trabajo

Lida lo recibió con gusto pues multiplicaba los momentos que podría estar cerca

de su médico alemán y las ocasiones de estar juntos sin despertar sospechas

nefastas.

El domingo siguiente a la

llegada de Lida Ilianovna al campo de prisioneros Helge Ursbach empezó su

actividad de reeducación política respecto a sus compañeros de cautiverio. Y lo

hizo con éxito regular, pues por de pronto los poco más de doce-catorce

asistentes que lograba congregar en sus charlas el camarada comisario político

se convirtieron en algo más del medio centenar. Al domingo siguiente, metido ya

de lleno en su papel de “Apóstol del Marxismo-Leninismo”, los asistentes al

acto eran del orden de cien. Y cinco domingos después, a mes y medio más o

menos del inicio de su “apostolado” Hursbach congregaba ya a varios cientos de

asistentes a sus “prédicas” bolcheviques, con incluso seis o siete oficiales

alemanes entre ellos uno de los cuales era un capitán del equipo médico, para

disgusto de von Blücher y gozo del camarada comisario político Yevgeny

Sergievich Kitev, que apenas podía creerse tamaña ventura. Por que más de una

veintena de prisioneros alemanes, casi todos de tropa aunque también con cuatro

suboficiales, habían visto la luz del comunismo “libertador” de la clase

trabajadora y empezado su instrucción proletaria tanto por el camarada

comisario político como por el teniente Ursbach, al que los soviéticos ya

llamaban “camarada teniente Ursbach” como si fuera uno de ellos.

Con lo que los informes

que el camarada Yevgeny Sergievich enviaba a sus superiores referidos al

“camarada Helge Ursbach” no podían ser mejores, ensalzando hasta lo más alto su

absoluta entrega al leninismo y la gran labor que a esa causa venía realizando

entre sus camaradas. Estos informes habían calado hasta en las altas esferas

del Comisariado Político, que había puesto al corriente de ello a la cúpula del

poder, el Soviet Supremo, incluso al Camarada Generalísimo Stalin y a la

jefatura del Partido Comunista Alemán (KPD), cuyos dirigentes seguían muy de

cerca el proceso de adhesión del oficial médico alemán.

A lo largo de este mes y

medio la relación entre Lida Ilianovna y Helge Ursbach no podía ir mejor, por

más que paso a paso. Con entera libertad mostraban su amistad, lo que

facilitaba una relación más íntima y frecuente, ocupando su conversación casi

todo el tiempo de comidas y cenas y las sobremesas que solían seguir a los

ágapes, aunque manteniendo la necesaria prudencia:  Nadie podía imaginar, por la forma de relacionarse, que entre

ellos existiera algo más que amistad y compañerismo profesional.

¡Pero cuanto les costaba

mantener esta prudencia! No tocarse en ningún momento, no poderse besar con la

pasión que desearían ni, sobre todo, no entregarse uno al otro con el ardor que

sentían, cada día más intenso.

Esa forma de relacionarse

empezaba a convertirse en pura tortura, sobre todo para el pobre Ursbach que,

como hombre, soportaba esa situación peor que Lida, pues como mujer era más

consciente y prudente.

Desde que empezara

diciembre el trabajo en el hospital del campo aumentó notablemente pues las

hipotermias y principios de congelación abundaron por las temperaturas de

-40º  y a veces más bajas. Aunque sin

punto de comparación con los demás campos de trabajo donde los penados eran

explotados hasta morir en muchas ocasiones.

En el campo que Meteliev

regentaba a esos extremos no se llegaba. Para empezar la alimentación era mejor

y en invierno se aumentaba, con lo que la resistencia de los hombres mejoraba;

además había buenas herramientas, sierras y tronzadores a mano con algunas

motosierras accionadas con petróleo; el hacha, herramienta esencial en el GULAG,

se usaba sólo donde era lo más idóneo. Estas medidas resultaban más efectivas

logrando mayor productividad que en casi todos los demás centros de trabajo del

GULAG.

Por otra parte a los

primeros síntomas de hipotermia o congelación los prisioneros iban al hospital

reemplazados por otros, pues no eran llevados todos desde un principio a

trabajar sino que al menos un tercio quedaba en reserva, de forma que el

trabajo se mantenía durante las 10-12 horas diarias con lo que la productividad

apenas si bajaba.

Así llegó el día más

festivo del año en la URSS, la festividad de Año Nuevo. La festividad no llegó

a la población reclusa en general, sólo se beneficiaron de ella los oficiales

médicos que vivían fuera del recinto interior del campo, de donde el resto de

los prisioneros no podía salir si no era para trabajar, y compartían el comedor

de los oficiales soviéticos. Esto no obstante ese día el trabajo se redujo, de

forma  que sobre las cinco de la tarde

regresaron de los bosques las brigadas de trabajo, en lugar de regresar a las

19,30 como de común ocurría en invierno.

La cena servida en el

comedor de oficiales fue suntuosa y bien regada de bebidas alcohólicas, que se

renovaban al agotarse y hasta bien avanzada la madrugada. También en los

barracones de suboficiales y tropa soviética se sirvió un menú más sabroso y

abundante de lo común, con prodigalidad de vodka, única bebida que se les

distribuyó.

En cambio, en los

barracones de los prisioneros alemanes el menú de esa noche fue semejante al de

cualquier otro día, mejor elaborado tal vez y algo más abundante. Incluso se

dispuso de algo de vodka, nada excesivo desde luego, pero al menos les permitió

compartir algún brindis que otro por el Año Nuevo.

En el comedor de oficiales

soviéticos la cena transcurrió con mucha alegría. Se bebió abundantemente y se

comió casi más profusamente aún. A las 12 de la noche la radio transmitió las

doce campanadas desde Moscú y al instante se brindó con exótico champagne. Poco

después de la media noche Helge Ursbach, pertrechado con dos o tres botellas de

vodka, salió del comedor y se encaminó al recinto interior del campo

dirigiéndose a uno de los barracones de oficiales donde dejó el vodka. Estuvo

allí un rato, brindando junto a sus camaradas oficiales. También allí reinaba la

alegría y las tres botellas que Ursbach llevara se agotaron en poco tiempo. Al

rato, acabada la bebida y tras entonar varias viejas canciones de marcha

alemanas, “Alte Kamaraden” (Viejos Camaradas) “Preussens Gloria” (Glorias

Prusianas) y las inevitables “Erika”, “Anna Catherine” y “Rosemarie”,  Helge Ursbach se despidió para volver al

comedor de oficiales soviéticos. La velada resultó muy agradable al oficial

médico. ¡Cuantos recuerdos vinieron a él de tiempo atrás, el teniente Bauer que

mandara su vieja 4ª Compañía, su excelente amigo Peter Heslih y tantos otros

antiguos camaradas! ¿Qué habrá sido de ellos? Desde su captura en Novo Slóvoda

nada más supo de ellos.

Sumido en estos recuerdos

y empapado en el alegre ambiente vivido minutos antes, no se percató de que un

grupo de hombres, cinco o seis al menos, se le echaban encima por sorpresa e

inmediatamente, sin  siquiera Ursbach

enterarse de nada, le inmovilizaron, encapucharon y arrojaron al suelo. Al

encapucharle y lanzarle al suelo Ursbach perdió el gorro de piel de zorro y

estilo ruso que de inmediato los atacantes le pusieron sobre la capucha; pero

también le medio metieron un puño en la boca, de forma que la piel de la

capucha, introducida un tanto en la boca, servía de mordaza. Seguidamente le

arrastraron al angosto callejón abierto entre ambos barracones de oficiales y

le golpearon a placer durante un rato. La agresión duró escasos seis u ocho

minutos al cabo de los cuales le arrastraron hacia la extensa explanada que se

abría entre los barracones de oficiales y suboficiales por un lado y los

barracones de la tropa por otro, frente por frente unos de otros.

Tan pronto el grupo humano

de atacantes y atacado se acercó al rectángulo despejado quedó atrapado en la

luz de los reflectores que hicieron saltar las alarmas del campo. En un segundo

los agresores dejaron caer al suelo el cuerpo de Ursbach y en segundos

desaparecieron entre las angostas callejas que separaban los barracones de

oficiales. Las ametralladoras de las torres rompieron a disparar pero, por

suerte para el médico alemán, el fuego se dirigió alto, buscando las figuras

que corrían para ponerse a salvo y no contra el cuerpo caído en tierra, boca

abajo e inmóvil.

En minutos el recinto fue

invadido por la guardia de retén del recinto, doce o quince soldados con un

sargento y un teniente a su mando salidos del pequeño barracón que al efecto

estaba junto al portón de entrada al recinto.

El teniente se dirigió al

cuerpo caído en el suelo y le puso boca arriba, reconociendo en él al “camarada

teniente Ursbach”. Al momento requirió la presencia de los sanitarios

soviéticos para que evacuaran al maltrecho Helge Ursbach al hospital del campo.

Al tiempo el sargento y

los soldados marcharon en busca de los agresores lanzando cortas ráfagas con

sus AK47, pero sin ningún resultado pues el grupo agresor había desapareciendo

quien sabe dónde, aunque sin duda en los barracones de oficiales o

suboficiales.

La noticia de la agresión

al teniente Ursbach se propagó de inmediato por todo el campo de prisioneros, aunque

al comedor de oficiales sería casi donde primero llegaría pues al instante el

coronel Meteliev recibió la novedad telefónicamente. De inmediato el coronel

ordenó que los prisioneros alemanes formaran por brigadas de trabajo con sus

mandos al frente y permanecieran así hasta nueva orden.

Antes de que Meteliev

colgara el teléfono, apenas lo descolgó y dijo las primeras palabras “¡Pero qué

dices! Que el teniente Ursbach..” Lida Ilianovna, como proyectada por un

resorte, saltó de la silla y a paso rápido marchó hacia la salida del

restaurante de oficiales para dirigirse al hospital. Pero no fue ella quien

primero se puso en pié. Tan pronto el coronel soviético tomara el teléfono y

antes de pronunciar el nombre del teniente médico, el comandante von Blücher

saltó de su asiento y a grandes zancadas salió del comedor rumbo al hospital.

Casi de inmediato también partieron al hospital un médico alemán, el capitán

que regularmente asistía a los mítines que el teniente Ursbach departía en ese

mismo comedor, la estancia más amplia del campo de Meteliev, y un teniente

soviético, Pavel Basilievich Marchenko, que tenía cierta amistad con el

teniente Ursbach. Al poco, también el coronel Meteliev salió hacia el hospital.

Cuando el coronel abandonó

el comedor ya se había ausentado el comandante segundo jefe militar del campo

de prisioneros en dirección al recinto interior donde formaba la población

reclusa, con precisas instrucciones de Meteliev.

Al quedarse solos los

restantes oficiales soviéticos y los dos médicos alemanes, un capitán y un

teniente, el salón quedó en profundo silencio. La tensión en el ambiente era

evidente, con los alemanes bastante incómodos ante las hostiles miradas de los

soviéticos. La agresión a Ursbach había vuelto a abrir la brecha entre ambos

grupos, alemanes y soviéticos, que la paciencia y tacto de Meteliev cerrara

hacía tiempo. Pero esa tensión se fue diluyendo desde que un teniente soviético

se levantara apurando el vaso de vodka que ante sí tenía y, tomando una botella

del mismo licor dijera.

  • Camaradas aquí ya no hay

    nada que hacer, luego me voy a mi cuarto a seguir celebrando el Año Nuevo.

Dicho esto, y con la

botella de vodka en la mano abandonó la habitación. Casi de inmediato sus

compañeros le siguieron, pertrechados también con botellas de licor; y los

alemanes, respirando aliviados, hicieron lo propio, aunque con menos provisión

alcohólica que los oficiales rusos.

Cuando Lida Ilianovna, el

comandante von Blücher y el capitán médico alemán llegaban al hospital también

arribaba allí la ambulancia que portaba a Helge Ursbach. Lida abrió la puerta y

guió a los camilleros que llevaban al maltrecho alemán hasta una sala de curas

donde lo depositaron en la mesa clínica. A continuación Lida Ilianovna dijo a

los camilleros.

  • Camaradas ustedes deberán

    quedarse aquí, en la sala de espera, pues llevarán luego al paciente a una

    habitación.

Pero,

por favor, digan a los camaradas de la ambulancia que se retiren a sus puestos

habituales.

Los sanitarios soviéticos

saludaron militarmente a la teniente Selenkaia y se retiraron de la sala de

curas

Cuando los sanitarios se

marcharon, dijo el comandante von Blücher a Lida Ilianovna.

  • Gracias por su ayuda

    teniente Selenkaia, pero ya puede usted retirarse. El capitán Müller y yo somos

    suficientes para atender al teniente Ursbach.

  • ¡Ni lo piense

    comandante! Yo me quedo aquí.

El

rostro de Lida estaba hierático, frío, sin mostrar emoción alguna, pero su

mirada expresaba una firmeza absoluta

El comandante von Blücher

quedó un momento pensativo, miró a Lida Ilianovna por unos segundos y dijo.

  • De acuerdo teniente

    Selenkaia; entre usted y yo atenderemos al paciente. Capitán Müller retírese

    por favor.

  • A las órdenes de usted,

    mi comandante.

El capitán Müller se puso

firmes con un fuerte taconazo, dio media vuelta y salió del hospital en busca

de su barracón-vivienda.

Para entonces ya se

encontraban también en la sala de curas 

el coronel Meteliev y el teniente Marchenko, preocupados ante el

lastimoso estado que presentaba Ursbach.

De inmediato von Blücher y

Lida Ilianovna iniciaron la exploración clínica de Ursbach, rayos X incluidos.

El resultado de la exploración no fue muy negativo: Desde luego el paciente

había recibido una tremenda paliza, pero de muchos puñetazos y pocas patadas:

En fin, bastantes magulladuras, la nariz y ambas cejas rotas, la mandíbula

inferior dislocada y alguna fisura en la tibia de la pierna izquierda. Vamos,

nada que 30-40 días de escayola y descanso no cure. 

Estas noticias disiparon

la intranquilidad del coronel Meteliev y del teniente Marchenko, aunque

entonces la rabia de éste explotó:

  • ¡Malditos asesinos

    fascistas! ¡Debimos colgarlos a todos! Pero se van a enterar, ahora mismo voy a

    su cubil y veremos si no les saco a los culpables.

Meteliev, con toda

tranquilidad, dijo al teniente.

  • Marchenko, si los

    hubiéramos matado a todos, también estaría muerto su amigo Ursbach. Cálmese.

    Sí, vaya usted al recinto interior con gente de refuerzo al retén de

    vigilancia. Póngase a las órdenes del comandante Lischenko; él tiene

    instrucciones mías al respecto de lo que hay que hacer.

  • A sus órdenes camarada

    coronel.

El teniente Marchenko

saludó al coronel Meteliev, lanzó un saludo a su amigo alemán, una breve mirada

a Lida Ilianovna y salió del hospital.

A continuación Meteliev se

volvió a Ursbach, le expresó su satisfacción por haber salido mejor parado de

la agresión de lo que temía y también abandonó el hospital.

A todo esto, tanto von

Blücher como Lida Ilianovna habían procedido a reparar las magulladuras de

Helge Ursbach, escayolarle nariz y pierna y reducir la mandíbula dislocada, lo

que hizo viera las estrellas de dolor.

Una vez hecho todo

esto  los sanitarios soviéticos le

trasladaron a una de las habitaciones libres, tras lo cual Lida les despidió

definitivamente. Cuando ambos, Lida y von Blücher quedaron a solas con Ursbach,

ella, con mirada llameante se dirigió al comandante médico alemán.

  • ¿Esta es la civilización

    que ustedes decían defender? ¡Sí, desde luego, la civilización asesina del

    nazismo fascista! ¡La que aún, a pesar de los años de prisión, siguen

    asumiendo! ¡La de la agresión cobarde, a traición, y a uno de los suyos

    precisamente! ¡Son ustedes despreciables!

Von Blücher no respondió a

Lida Ilianovna, se limitó a mirarla y sostener la mirada de odio de la mujer;

pero en sus ojos, aunque parecían tan fríos como siempre, asomó una sombra

curiosa, algo que no se podía definir bien: ¿Un destello de comprensión hacia

Lida?

Helge Ursbach intervino

entonces.

  • Basta Lida, déjalo.

    Cálmate, por favor, y déjanos solos al comandante y a mí. Ya ves que no estoy

    tan mal. Saldré de esto en poco tiempo, no te excites ni te preocupes de nada.

  • Lo que tú digas, Helge.

A todo esto, desde que

Ursbach empezara a hablar, la expresión de von Blücher había variado. Su

natural gesto, frío y distante, se trocó en franco interés. Observaba a ambos

jóvenes atenta y alternativamente. Al cabo afloró a su boca una sonrisa

burlona, un tanto pícara, casi cariñosa, digamos que como sonreímos al

sorprender a un niño en una travesura.

Lida seguía mirando a von

Brücher con innegable odio, escupió 

hacia donde éste se encontraba y marchó hacia la puerta.

Entonces von Blücher se

acercó a Lida Ilianovna diciendo: 

  • Permítame un momento

    teniente Selenskaia. Sus diatribas no me han ofendido. Antes bien me agradó ver

    cómo defiende a mi oficial. Pero he visto algo preocupante: Están ustedes

    jugando con fuego y si el juego se descubre en ciertas instancias a usted, Lida

    Ilianovna, le iría muy mal, podría incluso costarle la vida.

Aprecio

en usted, amén de su gran hermosura, a una mujer digna, fuerte y leal; le pido

sepa guardarse. Y en especial del teniente Marchenko. Desconfíe de él, sé que

va detrás de usted y un hombre despechado puede resultar muy peligroso.

Con esto von Blücher se

despidió de la odontóloga bajando la cabeza ceremoniosamente, como en otro

tiempo hiciera a las damas alemanas.   

Al escucharle Lida quedó

confusa.¡El odiado comandante que tan seco y soberbio, hasta cruel, le parecía,

resultaba que no era así! Se sintió desarmada por sus palabras, pues entendió

que ese hombre no mentía, la apreciaba sinceramente. Le miró agradecida, aún y

cuando siguiera sin entender cómo tal personaje se hubiera implicado en la

agresión a su amado Helge, pues de ello seguía estando segura: Von Blücher, por

lo menos, estaba al corriente de cuanto se preparaba contra Helge Ursbach. Pero

prefirió olvidar eso de momento. Como bien le dijera su amado éste había

resultado bastante bien parado y la agresión, al final, podría incluso serles

beneficiosa.

De modo que, dirigiéndose

al comandante alemán con gesto franco y afable dijo:

  • Me ha sorprendido

    usted,... mi comandante (aquí, a propósito, usó la típica cortesía militar

    alemana)

Le

creía de otra manera, hasta cruel, y francamente hoy llegué a odiarle. Pero veo

que estaba equivocada, por lo que retiro cuanto antes le dije y le pido perdón.

Deseo

además, si me lo permite, ofrecerle mi amistad.

  • Amiga Lida Ilianovna,

    como ve con gusto acepto su amistad; en cuanto al perdón, huelga, no ha lugar a

    ello. Que la vida la trate bien, Lida Ilianovna Selenkaia.

Seguidamente Lida se

despidió de Helge Ursbach con un “Hasta ahora Helge” y salió de la habitación.

Al quedarse solos rompió

el silencio el teniente Ursbach.

  • Mi comandante, con todo

    respeto solicito permiso para hablar con libertad.

  • Adelante Ursbach, diga

    lo que desee.

  • Mi comandante, soy

    consciente de que la agresión de hoy es una advertencia a mi reciente actitud.

    Sé que es consecuente al fallo del Tribunal de Honor al que me han sometido mis

    camaradas oficiales. Y estoy seguro de que usted no es ajeno a ese Tribunal.

    Por mi parte, acepto y comprendo todo en aras a la disciplina que es preciso

    mantener, pero deseo aclarar que cuanto se haga por “reformarme”, agresiones

    incluidas, será baldío. Mi decisión de ser un buen comunista y “apóstol del

    bolchevismo” entre quien quiera escucharme es firme y para que ceje en ello

    tendrán que matarme.

  • Lamento oírle amigo

    Ursbach, aunque no me sorprende. Lida Ilianovna es una mujer por la que uno

    llegaría a sacrificar hasta la vida: Carácter fuerte y a la par delicado cuando

    así debe ser, resuelta y firme en la adversidad y de una entrega y lealtad al

    ser que ama sin igual. Es, sin duda, prototipo de la mujer ideal, tiene cuanto

    el hombre más exigente pueda demandar.

Pero

teniente para nosotros, soldados alemanes, hay otras cosas no ya importantes,

sino sagradas: Su deber y lealtad para con sus camaradas, no sólo oficiales

sino antes bien hacia los soldados cuyo mando y cuidado nos confió la patria.

Pero

sobre todo está el deber y lealtad hacia la Patria Alemana a la que juramos

defender hasta la muerte. Faltar a esos deberes patrios, teniente Ursbach, al

final solo le acarreará desazón, incongruencia consigo mismo. Su conciencia

nunca se lo perdonaría y nunca le dejará vivir en paz.

bien que la actitud de que en estos últimos meses hace gala no es más que pura

fachada; usted de bolchevique no tiene nada y tras su comedia comunistoide sólo

está su amor por esa mujer, un amor que al final les llevará a ambos a la

destrucción moral. A la larga su conciencia le martirizará Ursbach y los

remordimientos les hará a los dos, Lida y usted, la vida insoportable pues

vivir junto a usted llegará a ser inaguantable.

Hágame

caso teniente sacrifique ese amor en el Altar de la Patria y acabarán ganando

los dos, Lida y usted.

  • Mi comandante pienso que

    se equivoca en sus apreciaciones. Esa Patria Alemana a la que invoca....¡No

    existe! ¡La Alemania que conocimos, a la que juramos lealtad hasta morir y

    dejamos atrás para combatir se desvaneció, se hundió entre las bombas, la

    muerte y el horror de sus ciudadanos, la destrucción de sus edificios, sus

    obras de arte.... su cultura en definitiva!

¿Qué

es hoy Alemania? Dos estados enfrentados entre sí, dos  títeres al servicio de los dos grandes

vencedores de la guerra que perdimos. Dos estados que separan a los alemanes

como pueblo, surgidos por la decisión de soviéticos y americanos para

utilizarnos en su tablero político por la supremacía del uno frente al otro.

Luego

¿Cual es esa “Patria” que invoca? ¡Ninguna, no existe! No hay ninguna Alemania libre

de decidir soberanamente, por sí misma, su destino.

Así,

nuestro deber y lealtad debe ser para el Pueblo Alemán, las gentes alemanas.

Para con nosotros mismos, nuestros seres queridos, familiares, amigos... y,

cómo no, nuestros camaradas cautivos, oficiales, suboficiales y tropa, como

parte inseparable del Pueblo Alemán. Y nuestro mayor deber hacia ese Pueblo es

regresar allá, con los demás alemanes para trabajar junto a ellos por una

Alemania económicamente fuerte, única forma en que volveremos a tener una

Patria Alemana libre y soberana.

Hasta

aquí he respondido a cuanto me dijera respecto al deber y lealtad para con la

“Patria”.

Ahora

quiero decirles, a usted y mis camaradas, mi particular idea de mi deber y

lealtad hoy día: Sólo se la reconozco a la persona que me sostiene el ánimo

cada día, que cada mañana hace que me levante con ganas de vivir sólo por

volverla a ver, pues simplemente con verla soy feliz y me siento contento. Es

decir, para con Lida Ilianovna Selenkaia. 

Ahora,

si me lo  permite, quisiera estar solo y

descansar.

  • Perfectamente Ursbach,

    le dejo para que descanse.

Von

Blücher se llegó hasta la puerta, tomó el pomo para abrir, titubeó un momento y

volvió la vista a Ursbach diciendo:

  • Teniente en sus palabras

    hay mucha verdad. Intentaré que nuestros oficiales lo entiendan. Pero no le

    garantizo nada, ya sabe usted cómo son estas cosas.

Diciendo

esto el comandante alemán salió de la habitación y del hospital hacia su

alojamiento.

NOTAS.

(4) GULAG es acrónimo  ruso  de “Dirección General de Campos de Trabajo”.

Este organismo

dependía

del Ministerio del Interior soviético y estaba dirigido por la policía política

del Estado, en su tiempo la NKVD después la MVD

N.B: NKVD  no era

sino el acrónimo de “Comité Nacional para la Seguridad del Estado”

un

organismo del Ministerio del Interior que controlaba y dirigía todos los

servicios de policía de la URSS, y que entre 1938 (aproximadamente) y 1946 por

sí misma, con sus propias siglas desempeñó directamente todos los servicios de

policía. En ese año 1946, volvió a desdoblarse en diferentes estamentos

policiales, correspondiendo las siglas MVD a los servicios de contraespionaje y

contra revolución, es decir, el brazo íntimamente represor del régimen

soviético.

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