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JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.- Capítulo 3

en Erotismo y Amor

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN

 

Capítulo 3

Al día siguiente amaneció bien pasado el medio día y con un dolor de cabeza espeluznante, aunque la resaca que acompañaba al dolor de cabeza no fuera especialmente insoportable, antes, más bien, bastante llevadera, en virtud a que la noche anterior tampoco se pasó tanto con el coñac, sólo lo justo para mejor llamar a Morfeo. De Sol ni rastro en la habitación ni en el comedor, el bar o el vestíbulo del hotel. Preguntó por ella en recepción pero lo único que pudieron allí decirle era que la “señorita” había salido pronto, sobre las once de la mañana más o menos, y tomado un taxi a la puerta del hotel. ¿Dónde fue? Ni idea.

Rafael pasó todo el día en el hotel, sin casi salir de la habitación. Regularmente llamaba a recepción preguntando si la señorita que le acompañaba había regresado ya, recibiendo sempiternamente la misma respuesta: Un no cortés pero rotundo. No muchos minutos después de la media noche apareció Sol en la habitación. Rafael se precipitó hacia ella realmente furioso. Iba a inquirirle por su ausencia, pero no pudo, pues ella le cerró al instante la boca con uno de los más ardorosos besos que jamás le propinara. Luego, cuando más aturdido estaba Rafael, pues semejante demostración de ardor erótico no se la esperaba, ella le preguntó animosa, sonriente y diríase que feliz.

  •  Habrás cenado ya ¿no Rafa?

El sólo acertó a afirmar con la cabeza

  • Yo también he cenado ya. Informalmente. La verdad es que llevo casi todo el día comiendo. ¿Sabes? Ya me habían elogiado mucho las “tapas” madrileñas, pero lo que he encontrado diría que supera lo que me decían. ¡Es fantástico Rafa! Salí esta mañana a dar una vuelta por ahí y me metí en todo el centro de Madrid, en el meollo de los bares y tabernas madrileñas y no veas lo que he encontrado. Me embrujó todo eso. Yo conocía Madrid de bastante antes, pero sólo conocía el Madrid de alta gama, no el Madrid popular. Y es fantástico. ¡Qué gentes más amables, más abiertas! ¡Y qué bares y tabernas! Son antiguas la mayoría y con una cocina… He conocido por primera vez los “callos” a la madrileña y no veas… ¡Para chuparse los dedos, Rafa, para chuparse los dedos!... ¿Sabes? Estoy un poco cansada del trajín de todo el día, de aquí para allá… Se me pasó el tiempo sin pensar. Perdona Rafa, pero ni me di cuenta del paso del tiempo. Me voy a dormir…

Sol empezó a andar camino de la alcoba y Rafael se volvió a quedar en medio del saloncito sin saber qué hacer. Entonces, cuando Sol alcanzaba el marco de la puerta del dormitorio, se volvió hacia él

  • ¿No vienes a acostarte?

Como un corderito Rafael se puso en marcha tras la mujer que le esperó junto a la puerta abierta de la habitación para entrar en ella  los dos juntos, a la vez.

Cuando estuvieron dentro Sol se desvistió con una cierta parsimonia, mirando a Rafael de reojo no pocas veces. Quedó enteramente desnuda pero no se puso nada por encima, nada, nada. Así se metió en la cama que dejó abierta por el mismo lado que entrara en ella, haciéndose hacia el lado contrario. Entonces, manteniéndose más sentada que tumbada con lo que sus divinos pechos quedaban bien expuestos al aire, y mientras sostenía con una mano el embozo de las sábanas por la parte que dejara abierta dijo sensualmente a Rafael

  • Vamos amor, desnúdate y ven a la cama; juntito, muy juntito a mí.

Aquella noche, una vez más, también resultó memorable para Rafael.

El día siguiente Rafael también lo tuvo libre de corridas y, por capricho de Sol, lo pasaron como ella dijo había pasado el precedente: De bar en bar, de taberna en taberna, comiendo y cenando como en castizo solíamos decir en aquel Madrid de los 60-70: En vaso. Es decir, a base de “chatos” de vino peleón aderezados con las estupendas “tapas” que solía servirse en aquel Madrid de mis pecados, pues “alguno” sí que fue cometido por un servidor de ustedes; pero claro, entonces servidor no era tan “serio” y “formal” como ahora es.

En fin, que ese segundo día libre que Rafael tenía la verdad es    que se lo pasaron la mar de bien los dos juntitos, muy, muy juntitos. Y claro, como el día se prestaba a ello, cuando a las tantas la parejita llegó al hotel, tras comer y cenar en vaso, amén de varias meriendas, también en vaso, que mediaron entre comida cena, lo lógico es que llegaran al hotel como llegaron: Con una “alegría” en el cuerpo que no se “pué” aguantar, como dicen por allá abajo, por la patria Chica de ambos, y, consecuentemente, pues pasó lo que pasó, que la noche de ambos, con los dos en la camita más “juntitos” que nunca, también resultó de una “alegría” que no se “pué aguantá”.

El otro día, tercero desde aquel en que le pidiera matrimonio a Sol, Rafael toreó la tercera y última tarde contratada en la Feria Isidril de Madrid. Ese día se presentaba en Madrid Pepe Gallardo, un mocito paisano de Rafael por sevillano, del popular barrio de Triana; espigadito él, de figura un tanto agitanada y marchosa, “guaperas er niño”, “descarao er niño” y con un desparpajo y una “labia” que “pa qué las prisas, María Santísima. Pa que’l pregonero diga aquello de: Madres que tenís hijas, maríos que tenís esposa, ¡Guardallas bien guardás que vié D. Juan, er der Tenorio” Y no era para menos, pues la fama de conquistador y mujeriego “desatao” superaba a la de novillero valentón aunque no carente de arte, que desde dos temporadas anteriores, desde la última que Rafael toreara como novillero, venían precediéndole por donde quiera que fuera.

Esa tarde confirmaría en Las Ventas la alternativa que recibiera en la reciente Feria sevillana, recibiendo los “trastos” de manos de   Andrés Hernando y con Rafael de testigo.

Rafael ya conocía al neófito matador de toros, José Gallardo, pues en su última temporada como novillero habían alternado alguna tarde que otra, aunque tampoco se podría decir que mantuvieran ningún tipo de amistad, pues su relación se había limitado a eso, torear juntos unas cuantas tardes, pocas, la verdad.

Gallardo había cortado una oreja, aunque protestada por casi la mitad del tendido, al toro de la confirmación, el que abrió plaza como es usual al tomar o confirmar la alternativa; el maestro Hernando había escuchado algún aplauso en el segundo toro, aunque sin atreverse a salir ni tan siquiera para saludar y responder a las pocas palmas que se le otorgaban, y casi lo mismo podía decirse del propio Rafael con el tercer toro de la tarde, aunque éste sí salió a tablas a agradecer los aplausos, bastante más graneados que los que sonaron para Andrés Hernando.

Llegó la faena de muleta del cuarto de la tarde que, conforme al orden normal de lidia, era el segundo de Hernando, y tanto Rafael como Pepe Gallardo ocupando el preceptivo Burladero de Matadores. Al cuarto o quinto muletazo del maestro de Segovia, comentó Gallardo a Rafael

  • La “jaca” a la que brindaste el toro está de muerte. Tienes buen gusto Rafael. Te tendrá bien “abastecío” ¿No?

Rafael no contestó a la grosería del compañero de terna que, por cierto, no le gustó nada. Hasta ese momento, hacia Gallardo Rafael no tenía ningún sentimiento en particular. Cierto que en realidad, no le cayó bien nunca; era un “bocazas” presuntuoso, siempre alardeando de aventuras eróticas con “jacas” la mar de “buenas” y baladroneando de su majeza de macho ibérico carpetovetónico, tanto ante el toro como ante las “jacas buenas”, y eso a Rafael le repelió de siempre. El valor, la majeza, ante el toro; ante la mujer, la caballerosidad. Ese fue siempre su modo de ver y entender la vida.

Pero la antipatía hacia el novel matador de toros creció bastantes enteros cuando fue consciente de las insistentes miradas que Gallardo dirigía a Sol, miradas audaces, desconsideradas; en las que brillaban a un tiempo el más insano deseo animal con la osadía y desvergüenza innata en Gallardo al mirar o tratar a las mujeres. Pero lo malo para nuestro torero fue cuando también fue consciente de la reacción de Sol ante esas miradas. En un principio, lo que vio fue una sutil mezcla de desdén y, digamos, sorpresa; luego un cierto interés para pasar a devolver miradas intensas, acompañadas de insinuantes sonrisas que le empezaron a atormentar.

Salió el quinto toro por el portón de chiqueros y Rafael salió a recibirle con lances de capa que intentaban quebrar su rudeza de salida, para a continuación estirarse en imposibles capotazos a la verónica que, poco a poco, con tesón y valor, logró ir cuajando uno a uno hasta sacarle cuatro o cinco lances a la verónica que por pocas no ponen la plaza en pie. Tras el airoso remate de la media verónica y retirarse garbosamente del toro recibiendo la cerrada ovación del público, volvió al toro para llevarlo hasta el caballo en turno de picar y ponerlo en suerte para que se arrancara al piquero, cosa que no hizo por su voluntad, sino que Rafael acabó por meterle bajo el caballo a punta de capote, arrastrándolo tras de sí.

Llegó el tercio de banderillas y Rafael pudo retirarse a tablas para remojarse un poco la cara y las manos, cubiertas de sudor, mientras eran sus peones los que se hacían cargo del astado para banderillearle. Entonces, algo más tranquilo tras descargar parte del estrés nervioso que a lo largo de toda la lidia acosa al torero, siempre alerta ante el toro gracias al gran amigo y aliado que le acompaña mientras el último burel de la tarde no rueda por la arena, el famoso miedo del que tanto se ha hablado y escrito, pero que no es sino un amigo cuando el torero lo domina y gobierna, un amigo que le mantiene tenso y vigilante ante el toro, presto a reaccionar ante cualquier extraño que el toro haga en un intento de prenderle en sus astas. Es, en definitiva, el amigo que le conserva la vida.

Pues bien, en esos breves momentos en que Rafael se podía permitir centrar su atención el algo que no fuera el toro, se le cayó el alma a los pies cuando sorprendió las miradas de complicidad que se cruzaban entre Sol y Gallardo, miradas que decían mucho gracias a las sonrisas insinuantes que entre los dos discurrían. Se volvió loco de celos. Desvió la mirada de la pareja que, en la mayor impunidad, se estaban timando en sus mismas narices, y la dirigió al toro que sus banderilleros estaban a punto de acabar de prenderle los reglamentarios palitroques y se encontró sin ánimo para hacerle nada. Todo le daba igual en ese momento; se sintió muerto, vacío, sin alma que le alentara y sostuviera. Una vez más el convencimiento al que llegara en América, cuando no tuvo a su amada Sol junto a él: Sin ella, la vida para Rafael ya no tenía sentido. Para qué, pues, luchar, arriesgarse, sacrificarse… ¡Dios, si nunca la hubiera conocido! Hasta que aceptó ir a aquella “Fiesta Intima” que se saldó con la primera noche entre los brazos de aquella mujer, su razón de vivir había sido el toro y sólo el toro, pero desde que cayera en la tela de araña tendida por aquella especie de Circe homérica, ya ni el toro era motivo suficiente para hacer vivir, vibrar a Rafael. Desde entonces, ella, su adorada Sol, era lo único que podía moverle a vivir, a vibrar; a torear incluso. Y aquella tarde ocurrió lo que nunca antes ocurriera en su vida: Que se encastilló tras las tablas y no hubo forma de hacerle salir al ruedo. El broncazo fue de pronóstico, cubriéndose el ruedo de las Ventas de almohadillas; de la presidencia le llegaron numerosos avisos amenazándole con excelsas multas gubernativas si no salía al ruedo y, por lo menos, mataba al animal; D. José y “Nacional” se desgañitaron y casi les da el patatús al tratar de convencer a Rafael de que siguiera la lidia… Todo inútil. A nadie ni a nada hizo caso, a nadie dijo ni palabra a sus requerimientos. Se encerró en absoluto mutismo y dio lugar a que le sonaran los tres avisos, con lo que salieron los “mansos” al ruedo para llevarse tras de sí al toro. Entonces, cuando salió al ruedo el último de la tarde y la bronca del público se esfumó merced al interés que el nuevo toro en lid despertó en el “respetable”, el corazón de Rafael volvió lacerarse por la punzada que le propinó el ver la sonrisa burlona de Gallardo por un lado, y la sombra de desdén en los ojos de Sol. Y, ¡Cómo no!, las desgracias de la tarde se acrecentaron con las palmas que el valor zafio que Gallardo supo poner a lo largo de toda la lidia del sexto toro. No logró orejas, pues el astado resultó tan ilidiable como sus hermanos, pero sí obtuvo una jaleada vuelta al ruedo, que mereció el encendido aplauso de Sol, el mismo aplauso que otras tardes ella le dedicara a él. Y para Rafael empezó a ser obvio que su momento junto a la mujer amada estaba llegando a su fin.

Y sí, el calvario de Rafael no había hecho más que comenzar. Aquella noche Rafael la tuvo que pasar en un calabozo de la Comisaría de Ventas, pues el presidente de la corrida, un comisario de policía como era y es habitual, al menos en España, ordenó su inmediata detención y puesta a disposición de la Autoridad Judicial tan prono las mulillas se llevaron al desolladero al sexto toro.

En las primeras horas de la mañana, D. José el apoderado, “Nacional” y “Garabato”, viejo compañero de capeas de Rafael y ahora su “mozo de espadas” y chofer particular, estaban en esa Comisaría y obtenían al momento la libertad de Rafael solventando las multas impuestas por el presidente de la corrida. Al momento, los cuatro partieron hacia Sevilla en el auto de D. José, un estupendo Cadillac más útil y cómodo para viajes largos que el BMV de Rafael.

Durante el viaje no se charló prácticamente nada, pues “no estaba el horno para bollos”; Rafael sólo abrió la boca para preguntar por Sol, enterándose que la mujer había partido hacia Sevilla la misma tarde anterior, nada más acabar la corrida. Nueva espina para él: La dueña de sus sueños se había “largado”, dejándolo a él en prisión. Ni se había molestado en visitarle. Pero si se había marchado, también quería decir que no había estado con Gallardo, pues él no podía haberse ido con ella, ya que al día siguiente tenía que torear en las Ventas. Al pensar así, sintió un tanto de alivio…. ¿No sería todo sino fantasmas creados por su mente? Desde luego, quien no se conforma, es porque no quiere….

Llegaron a Sevilla algo después del medio día y dejaron a Rafael en casa de su familia que, desde luego, ya no era la humilde casi choza de en tiempos, sino una pequeña villa o chalet un tanto digamos clásico más que antiguo o viejo, de estilo muy, muy andaluz y sevillano, con mosaicos y azulejos tanto en el exterior como en el interior y un coqueto patio andaluz central rodeado de galería de arcos de medio punto muy moriscos, con columnas en mármol imitando alabastro y capiteles tanto en la base como en la encimera de la columna, y una fuente con surtidor, dos platos redondos y base octogonal, amén de tota la cerrajería en el típico hierro forjado andaluz.

Rafael se metió en la cama nada más entrar en la casa y durmió hasta bien caída la tarde, que se levantó, tomó un tente en pie y marchó a encontrarse con D. José y “Nacional“ en una típica taberna de la tierra. Allí permanecieron como un par de horas hasta que la noche iba ya entrada y D. José dijo que era hora de retirarse a dormir pues al día siguiente habría que madrugar para ponerse en marcha rumbo a Haro, en Logroño, donde al otro día Rafael debería torear. Se levantaron y cuando llegaban a la calle Rafael dijo. 

  • Id vosotros delante. Yo me quedaré aún un poco por aquí y luego iré a casa

D. José se paró para decir a Rafael

  • Vas a verla verdad.

No había pregunta en sus palabras, sólo afirmación. Rafael asintió con la cabeza y D. José prosiguió

  • Mira Rafael, de lo de ayer ni he querido comentar nada ni tampoco quiero hacerlo ahora. Sólo te digo, que eso no puede repetirse. También te digo: Olvídate de ella Rafael, arráncala de tu corazón o estarás perdido, te destrozará. Tú no tienes ni idea de lo que hacer con tu vida ni con tu carrera. De lo que hagas con tu vida allá tú, pero soy tu apoderado y me pagas para que me ocupe de tu carrera. Tú siempre hablas de arte y valor. Pero he visto a muchos, muchos toreros destrozar sus carreras por mujeres como esa. Provocan la desazón del hombre y el hombre la combate acudiendo al alcohol y el alcohol acaba con el hombre… y con el torero. Les ha ocurrido a muchos toreros mil veces mejores que tú y ahora no son nada, nadie se acuerda de ellos… ¿Quieres acabar así?

Rafael no respondió nada. Simplemente volvió la espalda a D. José y “Nacional” y se alejó de ellos.

En un taxi llegó a la casa de Sol, sólo para que el servicio le dijera que la “señorita” no estaba en casa. Había salido y no sabían dónde ni cuándo volvería. Rafael fue consciente de que le estaban mintiendo; “sabía” que la “señorita” estaba en casa y no quería verle. Estuvo a punto de montar el “pollo” allí mismo, la escandalera, pero no lo hizo. No podía ser de otra manera; ella se había apoderado de él. No sólo de sus quereres sino también de su voluntad. Era como un siervo de ella, como su esclavo o su corderito obediente. Y se marchó de allí. Se fue andando, al fresco del comienzo de la madrugada y el fresco le hizo bien. Llegó al fin a casa y se acostó.

Durmió mejor que esperaba y a la mañana siguiente se levantó fresco y bien. Enfilaron la carretera los dos coches, el cadillac con Rafael, D. José y “Nacional” amén de “Garabato” al volante y el gran coche de la cuadrilla, una furgoneta Volkswagen “Bully” con una enorme baca sobre el techo. Caía ya la noche cuando la caravana de dos vehículos entraba en la ciudad y aparcaba frente al hotel previamente reservado para esa noche y la siguiente.

Al día siguiente, y en contra de los negros vaticinios que tanto D. José como “Nacional” tenían hechos, Rafael bordó el toreo, pues lo hizo como en sus mejores tiempos, si es que no fue mejor aún. Y todo el mundo a su alrededor respiró tranquilo. Parecía que los nubarrones que presagiaban serias tormentas se aclaraban y el sol volvía a brillar en su cielo.

Aquello, el mantenerse alejado de Sol y volver en serio al toro no duró ni un mes, pues a los veinte-veinticinco días Rafael no pudo más y, como un corderito, volvió a llamar a la puerta de aquella mujer que no le dejaba ni morir ni vivir. Hubo suerte, si así lo queremos decir, pues aquella noche sí que estaba la “señorita” en casa. La sirvienta le guió hasta el conocido saloncito y al poco apareció ella, Sol. Rafael la encontró más radiante aún, si ello era posible, y ella surgió ante él luciendo un llamativo traje de calle en su color preferido, el rojo brillante, el rojo fuego; en la boca una sonrisa a todas luces burlona. Se quedó parada en la puerta que daba al pasillo que llevaba a las habitaciones interiores, entre ellas su propio dormitorio que tan bien él conocía. Se apoyó en la jamba de la puerta en actitud displicente

  • ¡Vaya matador, al fin apareces, al fin te acuerdas de mí.
  • Vine a verte al día de “lo” de Madrid y no quisiste verme
  • Te equivocas querido. No estaba en casa. Tuve que salir esa mañana; mi padre me llamó por un asunto familiar y no tuve más remedio que acudir a la finca.

Rafael no respondió, permaneció en silencio. Sabía que le estaba mintiendo pero prefirió cerrar los ojos ante la venalidad de la mujer. Ella, con esa forma de moverse tan insinuante, tan sensual, tan felina también, como si se deslizara más que anduviera, se acercó a él, le echó los brazos al cuello y le besó en la boca de esa forma que sólo ella sabía besar. Luego, murmuró a su oído

  • Eres cruel conmigo Rafa; te he echado mucho de menos estos días

Rafael, de nuevo estaba vencido; y sin condiciones; postrado a los pies de esa mujer que le enloquecía. Correspondió a su beso con otro en el que la pasión se le iba por la boca. Ella respondió a la caricia del hombre como le era intrínseco, entregándose de pleno a su exuberante sensualidad. Estrechó a Rafael contra sí misma hasta casi casi incrustarse en el cuerpo masculino. Con la rodilla separó las piernas del hombre y llevó su muslo hasta aplastarlo contra su entrepierna, restregando la parte más viril del organismo masculino una vez y otra y otra… Y Rafael perdió toda noción de cuanto no fuera ella y el divino momento que vivía. Al fin, de nuevo ella rompió el silencio con fondo de murmullos embriagadores que de ambas bocas surgían en otra ráfaga de murmullos más altos vertidos en el oído del torero

  • Me preparaba para asistir a la cena que estaba invitada; y no pienses mal pues era con Carola y mi padre. Pero prefiero darles plantón y salir contigo a cenar. Y después, volver a casa los dos para pasar la noche juntos. ¿Te cuadra?

¡Cómo no le iba a cuadrar a Rafael el plan! Esa noche pues, fue la de la reanudación de la tormentosa relación entre ambos.

Pero esta segunda etapa de su relación con Sol, la marquesita furcia , para Rafael fue más penosa que gloriosa, pues los cambios de veleta de la marquesita fueron interminables, con épocas de de enloquecedora sensualidad seguidas de otras de tortura no menos enloquecedora. Y, cómo no, la regularidad de su carrera taurina se resintió gravemente, pues las tardes que acababan en tumultuaria bronca menudearon más que las de éxitos apabullantes, aunque también de estas hubo alguna. Hasta tal punto llegó el listón de los broncazos que más de una tarde tuvo Rafael que abandonar la plaza escoltado por la fuerza pública para evitar que los enfurecidos espectadores la emprendieran a golpes con él.

Llegó Septiembre, y con el mes la Feria de San Miguel en Sevilla donde Rafael tenía una de las cuatro tardes contratada. La noche víspera de la corrida, a la marquesita se le emperejiló asistir a un tablao flamenco y restaurante típico donde actuaba uno de los más celebrados conjuntos de la tierra. Hacia las diez de la noche la pareja hizo su entrada en el tablao y un camarero les dirigió hasta una mesa, a la que se sentaron y pidieron un par de cañas de manzanilla con algo de jamón de Jabugo para hacer boca ante la inminente cena.

Pero la mala suerte parecía querer cebarse en Rafael, pues resultó que dos mesas más allá estaba sentado el dichoso Pepe Gallardo rodeado de un grupo de amigos. Aunque Rafael de momento no advirtió su presencia, pues daba la espalda al ser que por entonces más aborrecía, Sol sí le percibió tan pronto se sentó, pues quedaba justo enfrente del joven torero mujeriego y jaquetón; de inmediato prendió en él la mirada, fija e insinuante y le empezó a sonreír como cuando se encontraron en la plaza de Las Ventas de Madrid. Y Gallardo la empezó a sonreír también a ella en un cruce de misivas mudas pero tremendamente eróticas. En la mesa del desvergonzado torero empezaron a cundir las carcajadas y murmullos que al instante dejaron de serlo para convertirse en alardes de sonora desvergüenza

  •  ¿Te has fijado Pepe? Esa gachí no te quita ojo de encima
  • ¡Y cómo está la jaca! ¡Para montarla sin bridas y sin estribos
  • ¡Andale Pepe! ¡Entrale a esa novilla! ¡No ves que el tío es un “panoli”! ¡Esa quiere marcha! ¡Justo de la que tú sabes dar a las titis!

Entonces fue cuando Rafael se empezó a “coscar” de la “movida”, Miró primero a Sol y la halló sonriendo maliciosamente, la misma sonrisa que ya viera en ella aquella tarde de Las Ventas de infausto recuerdo. Volvió la vista atrás, justo en el momento en que Gallardo se levantaba para ir derecho a la mesa de ellos.

  •   Hola Rafael

Rafael no respondió. Sin mirar siquiera a Gallardo, siguió con la copa de fino que bebía en los labios, con indisimulado gesto de fastidio. En cambio, la que sí contestó fue ella, Sol, que sonriendo, casi ronroneando dijo          

  • Hola

Gallardo, envalentonado ante el recibimiento de la mujer, prosiguió

  • Qué, ¿No nos vas a presentar?

Rafael siguió sin posar la vista en Gallardo, como ensimismado en la copa de vino que su mano sostenía y con el gesto agrio de su rostro acentuado

  • Lárgate Pepe

El rostro de Gallardo era la pura imagen del éxito, en tanto que el de Rafael la del fracaso más hiriente. Gallardo estaba como su propio apellido expresa. Sonriente, retador, dueño y señor de la situación. Rafael hundido y, al tiempo, hirviendo de rabia e instintos homicidas. Gallardo, seguro de sí mismo y tranquilo. Lo dicho antes, dueño de la situación, dueño de sus nervios. Rafael, a punto de explotar; a punto de perder los nervios y dar otro penoso espectáculo al público, en el que nada en absoluto ganaría. Era víctima propiciatoria en mor de su propio descontrol; en mor de sus nervios descontrolados que habían anulado su propia capacidad de razonar, de actuar razonada y responsablemente. Sólo los instintos básicos que, como todo organismo biológico también los humanos poseemos, gobernaban en esos momentos su mente.

La audacia o desvergüenza de Gallardo le hizo presentarse a sí mismo

  • José Gallardo, Pepe para los amigos.

Y extendió la mano abierta, por encima de la mesa, hacia la mujer, ofreciéndosela.- Ella la aceptó, presentándose a su vez

  • Sol, Pepe
  • ¿Ve usted Sol? El quiere que me vaya. Sí, quiere que me vaya… Que me vaya porque me tiene miedo. Ya me tenía miedo en la plaza, pero ahora parece que también me tiene aquí, ante usted.

Y Rafael estalló. De un salto se puso en pie encarando a Gallardo como un gallo de pelea

  • Yo soy más hombre que tú en la plaza, aquí y donde quiera que sea. Lárgate Pepe y tengamos la fiesta en paz.

La escena era patética. Rafael, desfondado de sus nervios y al borde de saltar contra ese hombre que aborrecía por encima de todo; derrotado aún antes de pelear porque estaba perdiendo los papeles, el aplomo y confianza en sí mismo y sólo atendía ya a la razón de la sin razón: La fuerza bruta, pues su cerebro estaba en esos momentos anulado.

Rafael, por el contrario, aparecía sonriente, tranquilo, seguro, dueño de sí mismo. Era el triunfo personalizado.

Gallardo, con esa sonrisa cautivadora que sabía poner a las mujeres, dijo a Sol

  • ¿Quiere usted que me marche?
  • ¿Quiere tomar una copa?
  • ¡Un momento! ¡O se va o!...
  • ¡Cállate! ¡Estás borracho!

Rafael perdió los pocos estribos que le quedaban y cruzó la cara de Sol con un golpe, un guantazo de revés dado con el dorso de su mano izquierda que lanzó a Sol sobre la butaca de mimbre de la que se acababa de levantar. Gallardo, muy en su papel de Caballero “Desfacedor de Entuertos”, cogió a Rafael con ambas manos por los hombros y, zarandeándole, dijo

  • ¡Eres muy valiente con las mujeres! ¡Atrévete conmigo!

A Gallardo no le dio tiempo a pronunciar ni una palabra más, pues fue Rafael el que se le echó encima arreándole un puñetazo en pleno rostro que le mandó sobre la mesa adyacente a la que ocuparan Rafael y Sol. Al momento los asistentes cercanos se aplicaron en separar a los dos hombres, que por el suelo se buscaban mutuamente, en tanto Sol echaba a correr para salir del establecimiento.

Las “asistencias” lograron al fin separar a los dos hombres. Rafael buscó a Sol con la vista por la sala y, al no encontrarla, a la carrera salió en busca de la calle. Al momento, y a paso más tranquilo, también José Gallardo salió hacia la salida, recuperada su habitual sonrisa de burla, desprecio incluso hacia casi todo el mundo.

Rafael salió a la calle y de nuevo buscó a Sol con la mirada aunque sin encontrarla; también José Gallardo alcanzó la calle, quedándose casi a nivel con Rafael, si bien muy a su derecha, hacia la salida a la carreta que llevaba a Sevilla y algo retrasado. Segundos después Rafael vio aparecer el deportivo de dos plazas, rojo fuego, de Sol, procedente del “parking” privado del establecimiento. La mujer conducía a alta velocidad; pasó de largo frente a él, pero al instante el coche frenó en seco frente a José Gallardo precisamente. La portezuela del coche se abrió, como invitando a Gallardo a abordar el vehículo, el cual, sin pensarlo un momento se apresuró a llegar hasta el marco de la portezuela, y con un pie ya metido dentro del coche, se volvió a Rafael con una sonrisa de victoria en los labios.

Gallardo se metió en el coche, junto a Sol, y de inmediato el coche arrancó a toda velocidad y “cantando” neumático ante la mirada perdida de Rafael.

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El medio día del día siguiente hacía poco que había quedado atrás, siendo ya más o menos las cuatro de la tarde. En la casa sevillana de D. José, el apoderado de Rafael y domicilio donde el torero se vestía de luces y desde donde salía rumbo a la plaza las tardes de corrida en Sevilla, las cosas andaban bastante revueltas, con los nervios de todos sus habitantes desatados al máximo. En el salón principal de la casa, cuyas paredes estaban cubiertas por cabezas de toros disecadas, cuadros con fotografías o pinturas de toros y también de toreros, entre los que destacaba un gran cuadro al oleo de Rafael en traje de torear y con el capote de paseo entre las manos. Junto a la gran mesa de madera noble ennegrecida que ocupaba el fondo del salón, junto a una  gran chimenea, D. José y “Nacional” hablando acaloradamente, con el banderillero vestido de torero y preparado para salir hacia la Maestranza. Junto a ellos, en silencio, “Garabato”, el mozo de espadas de Rafael. Y en cualquier otra habitación, el resto de la cuadrilla, vestidos y preparados todos ellos para partir a la plaza.

¿Qué pasaba? Pues que Rafael no aparecía. Nadie tenía la menor noticia de él ni se sabía dónde podría estar. Por el teléfono se había indagado en casa de su madre, en la de amigos y simples conocidos. Hasta en dos ocasiones D. José había telefoneado a la casa de Sol, aunque para hacerlo le faltó poco para tener que taparse las narices, dada la aversión que le causaba esa mujer. No logró hablar con ella pues, invariablemente, “La señorita no estaba en casa” y “El señorito Rafael, ni había pasado allí la noche ni tampoco estaba en casa entonces” “No, no tenemos ninguna nueva noticia del señorito Rafael”

Eso fue todo y D. José, rojo de ira estaba dispuesto a telefonear a la Empresa solicitando la suspensión de la corrida por desaparición de Rafael Romera “Macareno”. Hasta entonces, “Nacional” había estado convenciendo a D. José para que retrasara la llamada a la Empresa, logrando que el apoderado diera algún tiempo más para que el torero apareciera por fin; pero la realidad se imponía, y la verdad era que para el inicio de la corrida quedaban menos de dos horas y no se podía aguantar más, si se quería evitar males mayores si el torero no aparecía en la plaza sin anunciarlo antes. Tenía ya D. José el teléfono en la mano, cuando allí apareció Rafael, con una “moña” encima de regulares dimensiones y entre dos tías, cada una agarrada por cada brazo y en no mucho mejor estado etílico que el torero, aunque eso sí, bastante más muertas de sueño y de cansancio.

Vamos, que el conjunto formaba un verdadero cuadro. A D. José le faltó poco para emprenderla a bocado limpio con el teléfono y para “Nacional” quedó muy claro que su señor padre y su señora madre le “fabricaron” a prueba de infartos, pues si entonces no le dio uno, señal inequívoca de que nunca sufriría ninguno.

  • ¡Arrea, qué ambientazo! ¿Estáis de velatorio?
  • “Garabato” prepara el baño. Bueno chicas, se acabó la cosa  por hoy.

Quien así había hablado había sido D. José, sacando un rollo de billetes del bolsillo de la americana para entregárselo a las “chicas”

Pero Rafael tenía algo que decir al respecto

  • ¡Un momento! Estas chicas se quedan. Nos vamos a tomar un baño juntos. Pero antes, decid a estos señores lo que sois
  • ¡Pero qué plomo eres, macho! Somos dos putas cansadas… Pero… ¿Vamos a dormir o qué?
  • Todas las mujeres son unas putas… ¡Vamos, decídselo!
  • Todas las mujeres son unas puuutaaaas…
  • ¡Ya está bien Rafael. La corrida empieza a las seis y no falta ya tanto para las cinco –Dijo ahora “Nacional”-
  • Y para qué te crees que he venido. –Esto lo dijo Rafael en repuesta a “Nacional”. Luego añadió refiriéndose a las chicas- Ahora nos metemos en el baño y nos recuperamos rápido…

Se empezaba a volver Rafael para dirigirse al baño con una chica a cada lado, cuando “Nacional” se acercó a él y agarrándole por un brazo le dijo

  • ¡Estas borracho!...

Rafael se revolvió rápido, soltándose de la mano de “Nacional” de un tirón

  • ¡No me pongas las manos encima!
  • ¿Es que no te basta con que Gallardo te quite a esa zorra? ¿Quieres que también te quite el sitio?

Rafael le respondió con un puñetazo que le rompió el labio y le mandó contra la mesa. D. José acudió en su auxilio, ayudándole a levantarse. Una vez en pie, con la cara descompuesta, “Nacional” se acercó de nuevo a Rafael, mientras del labio manaba un hilo de sangre. Cuando llegó ante Rafael, este se disculpó

  • Perdona “Nacional”
  • Ya puedes buscarte otro banderillero…. Maestro

Y con la cara alta, “Nacional” se dirigió a donde quedara su ropa de calle para cambiarse y marcharse para siempre del lado de Rafael.

Ahora fue D. José el que habló

  • Rafael, también te puedes buscar otro apoderado- Y no te digo que desde ya porque alguien tiene que cuidarse de ti en tanto no estés en manos de los tuyos, tu madre y tus hermanos que, por finales, creo que es lo único que te quedará en adelante. Estás borracho Rafael, y así no puedes torear. Llamaré a la Empresa para que suspendan la corrida y a tu casa para que vengan a buscarte.
  • Haga que suspendan la corrida y le mato. Por estas D. José que le mato si hace que suspendan la corrida. Voy a torear D. José, con usted o sin usted. Hoy toreo; mañana, Dios dirá

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