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¡Mi hermana, mi mujer, ufff!.- Epílogo. Versión 2

en Amor filial

PREAMBULO.

Como veréis, me he decidido a publicar esta nueva versión del relato antes ya publicado como segunda parte al de ONIBATSO. Esta es la versión que en un principio escribí como segunda parte de “MI HERMANA, MI MUJER, UFFF!, pero me pereció muy light para lo usual en esta categoría y le rehíce en la forma que antes publiqué. Pero el comentario que me hizo una lectora, recomendándome variar la Info de Mi Perfil, me indicó que me equivoqué al variar mi primitiva idea, pues ese no es mi estilo sino algo forzado en mí. Y surgió esta otra versión, más mía, pues no hago concesión alguna: Vuelvo a escribir para mí mismo, aunque ello no signifique, ni mucho menos, que no aspire a que algún lector se moleste en leerme y, no digamos, si esta otra versión le complace.

Al propio tiempo deseo también explicar algo: En general, no soy afecto al llamado Amor Filial. No por nada en particular, que a estas más que alturas, “arturas” de la vida, no me voy a espantar por eso. Es, simplemente, porque no hay en ellos, como en todos los relatos puramente sexuales, otro interés que la excitación masturbatoria a modo y eso, francamente, no me agrada, con todos los respetos a quienes gusten de este tipo de relatos.

Pero a veces, pocas, se encuentra algún relato que, a fin de cuentas, habla del amor sincero entre un hombre y una mujer sólo que resultan ser hermanos. En consecuencia suelo leer algunas de estas historias, de las que incluso unas pocas he agregado a mis Favoritos y a un archivo personal de “Historias Para Recordar”.

Así leí “Mi hermana, mi mujer… Uff!” de Onibatso, que me enganchó desde el principio. Pero el fin de la historia fue como si me echaran un balde de agua helada encima. No es que ese final no me gustara sino que hasta me hizo daño. Lo siento, pero si una historia me interesa la vivo pues me “meto” en la piel del personaje y mientras leo su vivencia es mía.

El asunto lo llevé en la mente tiempo y tiempo, dándole vueltas. La volví a leer y releer una vez y otra hasta que a partir de la psicología de los personajes, que Onibatso traza magistralmente, creo que encontré algunas cosas:

El marco general del ambiente en que se desarrolla el relato lo percibo así: Dani y Ana, los auténticos protagonistas, son seres tremendamente patéticos por infelices y solos. Viven una existencia vacía de ilusión, de aliciente alguno. En soledad en medio de la gente pues su soledad es interna, no externa.

Y aquí está lo yermo del final de la historia, lo que me repelió tanto. En su final Onibatso deja a estos personajes abandonados a su suerte, sempiternamente infelices, sin resolver el problema que les aqueja desde el principio: El amor que desde adolescentes les atrae.

Por cierto, que Onibatso, en ese final, comete una verdadera monstruosidad: Hace que Ana disfrute de esa violación, que le “suban la temperatura” las “manipulaciones” que Dani le prodiga, previas a penetrarla. Señor Onibatso, señores autores que repiten este tópico  tristemente machista, la violación constituye la peor afrenta a cualquier mujer: Ahí están las tremendas secuelas que sufren las que tuvieron la desgracia de sufrirlas, y escribir tal barbaridad es una grave y gratuita ofensa a esas víctimas. La cosa, hoy día, llega al punto de usarse la violación como arma de guerra.

Pero hete aquí que semejante monstruosidad, si la llevamos a un plano real, a suponer que en la realidad una mujer normal pueda someterse con gusto a la violación, constituye una hipótesis muy interesante. Pero así, poniéndola en el plano de la realidad, no como Onibatso plantea en el relato, pues si el autor considerara esa posibilidad, que Ana colabora y goza de algo que por sí tendría que haber sido terrible para ella, máxime al provenir de su hermano en quien, por instinto, confía, en quien instintivamente busca protección, estas mis segundas partes carecerían de razón de ser, pues ya estaría escrita por el propio autor.

Aquí creo necesario indicar el caracter psicológico que, estimo, Onibatso da a sus personajes:

1)     Gloria es un personaje lineal, sin matices que la hagan  interesante: No es más que un ser degenerado en quien todo se reduce a sexo, sexo y más sexo. Esclava de su sexualidad no tiene otro objetivo en la vida que satisfacerla, amén del marcado sadismo de que hace gala. Así, a su modo, vive feliz. Luego prescindamos de ella.

2)     Dani es un ser mediocre, débil, inseguro. Pero sobre todo cobarde. Parece masoquista pero no lo es: Se rebela a los “juegos” de Gloria pero, por pura cobardía, entra en ellos una vez tras otra: Espera, incansable, unas “migajas” de sexo que nunca consigue. ¡Tiene miedo de perder lo más bien nada que tiene! Desde luego está enamorado de Ana y de antiguo, desde adolescente: Así lo indican las referencias que hace la historia a la etapa adolescente. Y así también se aprecia en el final de la historia: Tras la noche de los horrores, la que se va del pueblo, contra Gloria no usa violencia alguna, simplemente pasa de ella. ¿Por qué? Porque no la quiere, la desprecia, y no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Pero con Ana estalla en una tormenta de ira y venganza: La golpea donde más duele, donde más se puede humillar a una mujer: Violándola. ¿Por qué? Porque a ella sí la quiere y más que como hermano como hombre. La humillación de Ana es lo que más le ha dolido: Primero, cuando se va con otro tío casi en sus narices, después cuando se “deja” con Gloria ante sus propias narices, ya sin el casi

3)     Ana es un ser falto de amor, de atenciones masculinas, lo que la lleva a sufrir intenso estrés. También parece ser mujer apasionada y ardiente, tal vez obsesionada por la falta de sexo. Ama a su hermano Dani desde la adolescencia: Entonces, cuando empezaba a sentirse mujer, se apostaba con su amiga Gloria cual de las dos sería antes la mujer de Dani. Y ahora, con el final de la historia, en las escenas violentas de su casa como consecuencia de la noche fatídica en el pueblo, ese amor permanente por Dani se confirma: Se defiende primero de la violación de Dani, pero después, cuando Dani intentaba salirse de ella, al ir a eyacular, Ana se lo impide, le obliga a descargarse  dentro de ella. Y esto, en una mujer normal, sólo es razonablemente asumible si el violador no es sino el objeto del amor sincero y, naturalmente, de su pasión y deseo ancestral que, en ese momento, al sentirse llena por vez primera del ser amado, sus sentimientos se desbordan e imponen sobre su razón de ser normal que largamente ha constreñido ese sentimiento, entregándose a lo desde tan antiguo deseado. Ese es, creo, el único razonamiento que justifique tamaña contradicción en Ana.

De esta forma, partiendo de estos razonamientos, decidí escribir estas dos segundas partes al relato original, entendiendo que la historia se lo merece: Esta pareja protagonista, más que pensarlo lo siento, merece un mejor final a su situación que el que Onibatso les da.

 

 

 

MI HERMANA, MI MUJER, !UFFF!

EPÍLOGO NARRADO POR ANA

VERSION 2

Tan pronto Dani acabó en mis entrañas cayó sobre mí agotado: Le recibí toda amorosa entre mis senos, acariciando suavemente su cabeza... Todo él olía a sudor, a sexo; seguro que ese olor era en sí nauseabundo, pero para mí embriagador.

El al momento se durmió, yo no: En mi cerebro bullía todo el tropel de sensaciones que los últimos acontecimientos habían desatado. Cuando él iba a penetrarme ni sé cómo me sentía: Una mezcla de excitación, rabia y miedo, casi terror. Entonces a Dani, desde luego, le quería; pero a la vez le odiaba, le odiaba profundamente por lo que me estaba haciendo… Porque… ¡Me estaba violando! ¡Sí, así, violándome, violándome con todas sus letras! ¡Y a conciencia, no en un arrebato, no, sino muy consciente de lo que hacía! ¡Había venido para eso, para violarme única y exclusivamente! Era su venganza, su forma de vengarse por lo de aquella última noche en el pueblo. Pero al mismo tiempo estaba excitada, casi se podría decir que lo deseaba, que deseaba a Dani; no sé por qué, pero insistentemente mi pensamiento iba a lo que casi al llegar me recordara Dani, aquella tarde en la piscina del pueblo. Indudablemente me estaba “metiendo mano”. ¡Mi propio hermano me estaba “metiendo mano”, “magreándome” con absoluta desvergüenza! Pero eso, con toda franqueza, no me estaba sentando mal, no me sublevaba; antes bien, lo disfrutaba, me dejaba llevar por sus “manipulaciones” que me encendían, me llenaban de placer… ¿Cómo era posible, si era mi hermano? Me preguntaba también entonces, mientras me sentía en la gloria. Y ahora lo estaba reviviendo, mientras sabía perfectamente lo que pasaría en un segundo… Y, ahora sí, ahora me sublevaba esa posibilidad que ya no era ninguna hipótesis, sino una seguridad absoluta… ¡Me iba a penetrar, a consumar de la forma más brutal la violación! Y en toda la línea, sin contemplaciones, pues sabía que aunque le suplicara que no se viniera dentro de mí no lo iba a hacer. Ante ese pensamiento, esa seguridad, me invadía una rabia sorda, le odiaba sinceramente por ello, pero al propio tiempo recordaba también sus ojos, los ojos con que, cuando los dos éramos adolescentes, él me miraba con la pasión de su amor adolescente reflejada en sus ojos. Y, como entonces, también ahora me embriagaba el recuerdo de esos ojos.

Y llegó el momento: Dani presionó y me penetró consumando en mí la tremenda afrenta de su violación. Entonces todo cambió pues todo se aclaró: Cuando le sentí dentro de mí, cuando su carne se unió a la mía en una sola carme la muralla que con tanto empeño levanté en mi cerebro, negándome la terrible evidencia, se derrumbó y ante mí quedó nítida la realidad de que amaba a Dani, a mi hermano sí, con toda mi alma, que desde siempre, desde que era una cría de 12-13 años le amaba, estaba enamorada de él perdidamente. Y me entregué a él en cuerpo y alma, ansiosa de amar y ser amada por ese hombre, por Dani, mi Dani, el hombre que se adueñara de mi querer hacía tantos años y que yo, horrorizada ante tal contingencia, me había empeñado en negar, en no querer admitirlo en forma alguna. Pero esa tarde, cuando Dani consumó la unión de cuerpos, de carnes enamoradas, todo se derrumbó y el amor se impuso arrollador, destruyendo barreras, pulverizando todo muro que intentara contenerle. Y disfruté de una dicha hasta ese momento totalmente desconocida para mí, por vez primera, realmente, disfrutaba plenamente del amor de un hombre. Lo que sentí en la intimidad con el que fue mi marido no era nada comparado con lo que aquella tarde fue para mí. Y debo reconocer que lo más importante no fue el inmenso placer que Dani me proporcionaba sino la felicidad, la dicha serena, tranquila, de sentirme amada y amante, la íntima seguridad que aquello no era un acto sólo motivado por el instinto más ancestral y bestial del hombre, de ese animal biológico que también anida en todos nosotros, conviviendo con el ser racional, el ser humano que también todos somos.

Sí, amaba al hombre que era mi hermano y me sentía amada por él como la mujer que también yo soy. Pero ese amor tampoco  es ajeno al lazo de sangre que nos une, sino que ambos conviven en uno sólo, complementándose para refrendar y fortalecer la unión del hombre y  la mujer que biológicamente somos.

Más de una vez Dani quiso salirse de mí, de hecho se salió, y entonces yo me sentí morir de desencanto ante la brusca interrupción de esa dicha inigualable, y le pedí, le supliqué que no se saliera, que continuara dentro de mí pues quería que ese momento se hiciera eterno; deseaba intensamente, con todas las fibras de mi ser, ser amada por él y amarle yo a él siempre, ininterrumpidamente por el resto de mi vida, por el resto de nuestras vidas, que aquella felicidad durara mientras viviéramos, los dos juntos para siempre ya, viviendo en pareja. Y Dani no volvió a salirse de mí, se mantuvo dentro de mí, como yo quería; y cuando sentí fluir dentro de mí su germen de vida, cuando sus potentes chorros fecundadores golpearon fieramente el fondo de mi más femenina intimidad la dicha que gozaba se tornó excelsa.

Cuando Dani acabó agotado dentro de mí, cuando se derrumbó sobre mí, casi enterrando su rostro entre mis senos y se durmió, como digo, yo quedé de momento en vela, como celando el sueño del hombre amado. Era feliz, muy, muy feliz; plena con mi amor satisfecho y arrullada por la más grandiosa de las dichas, pero terriblemente cansada, agotada, casi tanto como Dani había quedado. Indudablemente, desde entonces era suya, suya para mientras viviera y pasara lo que pasase, pese a todo y a todos. Y también a él, a Dani le sentía mío, unido a mí de por vida. Mi marido desde este momento y yo su mujer, de nuevo pese a todo y a todos, por encima de nuestra fuerte consanguinidad, por encima de nuestra mutua familia, nuestra madre... Por encima de todo y de todos. Me quedé mirándole embelesada, porque Dani es guapo, guapo de verdad, al menos para mí. Y en esos momentos le veía como al hombre más apuesto y arrebatador de este mundo. Me acurruqué en su pecho como si en él buscara abrigo, protección casi podría decirse y pasando el brazo sobre su pecho hasta el hombro contrario a mí me estreché a él en amoroso abrazo. Al propio tiempo le pasé la pierna sobre sus muslos sintiendo la dulce y cálida caricia de esos muslos varonilmente hirsutos sobre mi intimidad femenina. Y así, acabé por dormirme yo también.      

No sé el tiempo que pasé dormida, pienso que algunas horas. Cuando me desperté Dani seguía durmiendo. Recordé los pensamientos que al dormirme me dominaban. Pero ahora, menos exaltada, veía más claramente mi situación desde hoy: Yo, no cabía duda alguna, era y sería siempre suya, no podía ser de otra forma; pero él era de su esposa, Gloria, y de sus hijos; no podía ser mío. Yo nunca me interpondría entre ellos pues al final ppdría apartarle de sus hijos, cosa que mi amor no lo consentiría pues nunca me lo perdonaría. Tenía que renunciar a él, por más que eso me destrozara. Y, con el corazón roto, me decidí a despertarle:

“Dani despierta. Te voy a preparar algo de cena antes de llamar a Gloria y decirle que en unas horas regresaras a casa”

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Haría poco más de un mes desde que Dani viniera a casa y pasara lo que pasó cuando una tarde, al regresar a casa tras comer con mis hijos a  un “burger” por el cumpleaños de la pequeña, encontré en el buzón un sobre con sólo mi nombre a ordenador, sin sello. Por remite sólo un nombre: Dani. El corazón me dio un vuelco cuando lo vi. Una carta de Dani. Atropelladamente hice subir a los niños a casa y, muy nerviosa, con el corazón a mil, abrí la carta

La carta era larga, estructurada en varios bloques. Comenzaba pidiéndome perdón por la forma de tratarme aquella tarde que vino a casa, asegurando que eso no sucedería otra vez y que nunca volvería a molestarme.

Seguía diciendo algo que me emocionó muchísimo: Que me quería, que me amaba desde adolescente y recordaba que en aquellos días mis ojos le enviaban promesas de amor que él recibía embobado.  

Luego insertaba algo un tanto raro que me pareció algo así como un lema:

“Morir no es tan terrible como parece 

                 Mucho más terrible es vivir siendo un cobarde”

A renglón seguido del lema se culpaba de haber sido cobarde cuando no debió haberlo sido y de ahí cuanto mal ahora le corroía: Por cobarde se casó con Gloria sabiendo que era a mí a quien amaba; por cobarde no se lanzó por mí en la piscina del pueblo, dando en cambio un paso atrás cuando yo empecé a separarme de él; por cobarde no me separó de Andrés, como debía y quería haber hecho.

A continuación aseguraba dar un gran giro a su vida. Casualmente había visto algo, creo que en la tele, que le intrigó y, buscando luego en Internet, se convenció de haber encontrado al fin el camino que le llevaría a la paz y serenidad que necesitaba. También me aseguraba que se mantendría por entero apartado de mí, saliendo así definitivamente de mi vida, siendo casi seguro no volver a vernos en la vida, por lo que esa carta era también una despedida, lo más seguro definitiva. Un poco melodramático me pareció esto último, pero en fin...

Después decía algo que me conmovió: Esperaba que, al final, Dios le entendería y le perdonaría pues su único pecado había sido amar, amarme a mí y en el amor está, precisamente, la base del mensaje que Jesús, El que es Dios verdadero y fue Hombre verdadero, predicó por los polvorientos caminos palestinos. Así, esperaba estar conmigo en paz y eternamente en el Más Allá.

Terminaba con esto que me sonó a poema y que pensé se referia a aquello de reunirse conmigo en la Otra Vida, seguro al parecer que sólo así volvería a verme:

“Por ir a tu lado a verte

                                                                                      Mi más gentil compañera

                                                                                      Me hice novio de la muerte”

¡Cuántas sensaciones pasaron por mí leyendo esta carta! Lloré de alegría al ver el gran amor de Dani por mí y de dolor al sentir en el alma el sufrimiento que le atenazaba por mi supuesto desamor. Hubo momentos en que quise llamarle y decirle que viniera por mí, pues sin él ni podía entonces ni puedo ahora vivir.

Casi aturdida hice y di la cena a los niños y los acosté. Luego fui a la cocina. No tenía hambre, no podía comer nada, por lo que simplemente me hice café. Me senté a la mesa, allí, en la cocina, sola, y encendí un cigarrillo para serenarme y pensar con calma. Al fin tomé una decisión: No hacer nada, dejarlo todo a la solución del tiempo, ese amigo que acaba por arreglarlo todo

Antes o después Dani saldrá del abatimiento y volverá a la armonía con Gloria. Al parecer y por lo que Dani dice en la carta, ella ha tenido, hasta ahora, poco éxito en su intención de recuperar a mi hermano, pero el tiempo actuará en favor de Gloria, pues la alta sexualidad de él la ayudará. Que ellos recuperen su normalidad marital será lo mejor para los niños. Ellos, tan pequeños aún, precisan estabilidad a su alrededor para desarrollar con normalidad su psique. En toda separación los niños son los primeros en pagar los vidrios rotos y yo no quiero ser la causa de esa separación. Nunca me interpondré entre ellos, nunca provocaré su ruptura… Pero si ésta sucede por cualquier otra causa pues...    ¡Bienvenido sea ese rayito de esperanza!

Luego, unos veinte días después de recibir aquella carta y a cerca de dos meses de lo de aquella famosa tarde con Dani en mi casa, me decidí a ver a mi ginecólogo pues arrastraba ya dos faltas menstruales. Esa visita me confirmó lo que tanto temiera: Estaba embarazada de casi dos meses... ¡Embarazada de Dani, de mi amor, de mi hermano! Mis reacciones al respecto fueron distintas: Por una parte tener un nuevo hijo me crearía cantidad de problemas, sin contar con mi madre y cómo se lo tomaría; pero por otra tener un hijo del amor que surgiera entre mi hermano y yo me hacía una inmensa ilusión: ¡Sería el único hijo que podría tener que verdaderamente lo sería del amor, pues él, Dani, era el único y autético amor que en mi vida había sentido y seguro que el único que por siempre sentiría! Pues ese hijo lo era del amor al que una tarde  sus padres se entregaran y que, a pesar de todas las cosas, todavía se mantenía. ¿Cómo pues podría abortar de él, matar realmente al único hijo que del hombre que fue y es el gran amor de mi vida? No, no lo podía hacer; era pues un hijo muy querido para mí. Pero del que su padre no debería saber nada, al menos mientras estuviera con Gloria.

Además tampoco Dani debía conocer la fecha del parto, pues restando nueve meses a esa fecha deducir quién era el padre, más fácil que sumar dos y dos. Por tanto no me quedaba otro remedio que ocultarme y ocultar el parto, lo que imponía dejar mi casa.

Salí de mi casa y en principio alquilé un piso en mi propia ciudad. Allí estuve cerca de dos meses, hasta que la incipiente “barriguita” que semanas atrás empezara a emerger se convirtió en una señora “barriga" de casi cuatro meses. Entonces, inquieta ante la posibilidad de encontrarme con alguien conocido que pudiera luego decir algo a mi hermano o a Gloria, si alguna vez se les ocurriera aparecer por allí, para verme simplemente incluso; o hasta poderme encontrar con alguno de ellos mismos cualquier día por tal motivo, decidí que lo mejor sería ir con mi madre, a su casa del pueblo.

Para esas fechas estábamos ya metidos en las Navidades y el 21 de Diciembre telefoneé a mamá preguntándole si Dani o Gloria habían dicho algo de pasar alguno de esos días allá, con ella en el pueblo. No, no habían dicho nada respecto a eso. Además, el 18 había llamado ella a casa de Dani para cerciorarse de si los cuatro, el matrimonio y los dos hijos por fin pasarían con ella alguno de esos días, como de antes solían hacer; solamente pudo hablar con Gloria pues Dani no estaba entonces en casa: Mi cuñada le dijo que no, que ese año no irían ningún día por allá. Así que lo hice yo con mis hijos, aunque con bastante miedo a sus reacciones ante mi estado, que se produjeron tan pronto me vio:

  •  Ana…pero… ¡Qué es eso!…

Una noche de fiesta con amigas en una “disco”, bastantes copas y barriga al canto le dije. Como era de suponer mamá me armó la de Dios es Cristo, pero al final se lo tragó y tan contenta de volver a ser abuela. Eso sí, le pedí que ni a mi hermano ni a Gloria les dijera nada para que no me consideraran un pendón desorejado. Al menos hasta que “pescara” un novio que diera la cara por mí y así pareciera menos promiscua. Le dije que tan pronto diera a luz y me recuperara me pondría a la “faena” de “cazar” un tío con todo entusiasmo, y como yo aún era un casi “bombón” no me resultaría difícil lograrlo. Todo esto mi madre lo encontró muy a propósito, por lo que pienso que mi madre no se “chivará” del parto.

Con mi madre pasé como otros dos meses más, cuando los cinco de embarazo quedaban atrás y el sexto iba ya mediado. Esto no quiere decir que todo el tiempo estuviera fija en el pueblo. Allí pasé tranquila todas las Navidades, pero hacia el siguiente 10 de Enero me dirigí a la capital de la provincia a tantear las posibilidades de instalarme allí definitivamente, cerca de mamá, distante escasos 25-30 Km. de la capital y con buenos servicios a mano, desde asistencia médica decente, tocólogos y maternidades incluidos, hasta buenos colegios e institutos para los niños. Y las perspectivas fueron buenas pues la oferta de venta inmobiliaria no era pequeña, tanto de particulares como por parte de Agencias. Incluso no faltaron Agencias que se ofrecían a valorar mi piso y pagarme la diferencia. En fin, que tranquila me volví al pueblo y pasé allí los días hasta que, como digo, llevaba mediado mi sexto mes de embarazo, momento en que me decidí por fin a volver a la capital a ver pisos, esta vez en firme, para señalarlo y quedármelo. No me ocupó mucho el asunto, pues al tercer día de estar allí me quedé con un ático que vi el primer día y que me gustó mucho, pero por aquello de ver algo más no lo quise apalabrar de momento, a la espera de lo que viera más adelante, pero en este tercer día comprendí que algo mejor sería difícil encontrarlo, pues la verdad es que era inmejorable: Situado en el mismo centro de la ciudad, con una gran terraza sobre la plaza Mayor y entrada por la calle Mayor, que parte de la plaza, tres habitaciones y plaza de garaje. Y el precio mejor no podía ser: Aún valorando mi piso por lo bajo, me sobraba un buen pellizco, pues nuestro pueblo, donde tanto Dani como Gloria y yo naciéramos, así como nuestras familias ancestrales era castellano viejo, y su capital una pequeña ciudad provinciana, eso sí, muy tranquila y económica, pero de pocas posibilidades de futuro, en tanto allí donde Dani y yo vivíamos eran núcleos muy industriales y populosos, donde el suelo valía bastante más.

En fin, que dejé la operación prácticamente cerrada, con una pequeña señal de 1200 euros, sólo a la espera de volver con todo lo mío que todavía tenía en mi casa, muebles, ropas y demás enseres y, por último, cerrar la casa y dar las llaves a la Agencia, haciendo entonces efectiva las operaciones de venta y compra

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Allí estaba, en mi casa. Ya llevaba allí, con éste, tres días. Tres días de trajines intensos. Hasta que se levanta una casa no somos conscientes de la cantidad de cosas que allí hemos venido acumulando a través de los años, no pocas de ellas inútiles o puramente superfluas, prescindibles que en tal caso es preferible tirar a la basura. Empacar vajillas, juegos de cama y mesa, cuberterías… y qué sé yo la cantidad de enseres, recuerdos que quieres llevar contigo… un verdadero maremágnum. Buscar y contratar una empresa de mudanzas que se te lo lleve todo, desde muebles hasta enseres y equipajes… En fin, el acabose del ajetreo.  

Y esta sería la última noche que aquí pasara. No creo que será de extrañar mucho que me sintiera un tanto triste, hasta pelín abatida. Allí llegamos juntos el que fuera mi marido y yo para pasar nuestra noche de bodas y de allí partimos para el fugaz viaje de novios, no a ningún destino exótico, como ya por entonces, hace 10 años, era lo más común que se hiciera. No, nosotros fuimos a la más prosaica Palma de Mallorca, la meta nupcial de los ya lejanos fines de los años sesenta y los setenta, cuarenta y algún años atrás. Yo me había casado bastante joven, con 21 años, los mismos que, un año antes, tuviera Dani cuando se casó con Gloria. Ella y yo somos de la misma edad, con 31 años que ella ya tiene y que en un par de meses cumpliré yo, en tanto Dani nos lleva un año, con lo que ahora hace un par de meses que estrenó los 32.

¿Fui feliz el tiempo que duró mi matrimonio? La verdad que hoy día, mirando hacia atrás, pero sin ira, no sabría decirlo. Desde luego disfruté de la intimidad con mi marido y, cuando pude acunar a mis hijos entre mis brazos me sentí la mujer más feliz y realizada del mundo, pero ¿le quise de verdad a él? Creo que no. O no, eso no es del todo cierto, pues no, no le quise; o mejor dicho, no le amé en ningún momento. Quererle sí que llegué a quererle, pero como se quiere a un amigo, hasta como a un hermano casi; pero como a un hombre no. Más bien creo que con él me pasó como a Dani con Gloria, que busqué en él una especie de remedio que me quitase de la cabeza a mi auténtico amor, a Dani, ese querer maldito que siempre se interpuso entre los demás hombres y yo, impidiéndome amar a ningún otro más que a él. Y sé que mi marido lo llegó a saber, llegó a descubrir ese amor prohibido, pues no podía ser de otra manera cuando, en los momentos álgidos de nuestra intimidad, sobre todo al final de nuestro matrimonio, gritaba su nombre una y otra vez: “¡Dani, Dani, Dani… mi amor! ¡Sigue, sigue, no pares!… ¡Dani, Dan! Imposible que no se diera cuenta de que no estaba en esos momentos con él, sino con otro, con Dani, con mi hermano… Por cierto, nunca se llevaron bien, no se podían juntar pues siempre acababan peleando… parecían dos gallos… Sí, dos gallos, pero no de pelea sino de corral, dos gallos en un mismo corral y pasaba lo normal de estos casos, que ambos querían eliminar al rival frente a la misma hembra de su especie.

Y claro, pasó lo que tenía que pasar. El, mi marido, Carlos, sí que me quería con toda su alma, pero… ¿Qué hombre aguantaría vivir con una esposa que ama a otro hombre, que invoca, piensa en ese otro hombre cuando están en la intimidad del matrimonio, que es a ese otro hombre al que se está entregando entonces? Y mi marido no era ni un “masoca” ni tampoco una excepción. Luego acabó por encontrar otra mujer que sí se entregaba a él cuando se unían, que el nombre que gritaba en esos momentos de exaltada sexualidad era el suyo, que él mismo y no otro era el hombre que daba placer a su compañera en esos momentos porque él y no otro era el hombre que deseaba esa compañera. Porque esa compañera sí que le amaba, como toda mujer ama a su hombre, a su único hombre.

Carlos acabó por dejarme para ir con esa verdadera esposa que por fin había encontrado, y desde luego ya amaba más que a mí, porque ella sí que le hacía plenamente feliz.

Sí, me abandonó, pero sin un reproche ni ninguna mala palabra. Me dejó en paz y concordia conmigo, incluso con cariño de amigo, pues se despidió así de mí.

  •  Adiós Ana. Que algún día te atrevas a ser feliz con ese ser que tanto amas. Si no lo haces, nunca conocerás lo que es el amor entre una mujer y un hombre… Y eso sería una pena, algo que no te mereces, pues mereces ser la más feliz de las mujeres. De verdad Ana, atrévete a ser feliz de una vez por todas. Ah, y siempre podrás contar conmigo, pues nunca dejaré de ser tu amigo, aunque tú no lo quieras.

Pero entonces, cuando me dejó, me hundí. Paradójicamente, entonces me sentí abandonada, despreciada como mujer. Sencillamente, mi marido me había dejado por otra mujer, había preferido a otra antes que a mí. Y eso afectó, y mucho, a mi aprecio como mujer. Y sí, me hundí llena de conmiseración hacia mí misma, abatida, sola y desgraciada.

Y sí, una vez más, el apoyo de mi hermano entonces fue fundamental para superar la incomprensible crisis que me sobrevino. Y digo incomprensible, porque la verdad es que cada día me costaba más aceptar los momentos de pasión que mi marido me solicitaba, pues nunca me impuso nada, sólo me acariciaba buscando mi aceptación y yo hasta alguna vez se la negué sin que él me formara escena alguna. Simplemente se aguantaba… y me respetaba.

Además, tal vez me había acostumbrado un poco a la vida con él, pues la verdad es que fue antes buena que mala. El era solícito conmigo y yo disfrutaba de una vida agradable, falta de amor, de pasión y emoción marital, eso sí, pero en sí amable y, por qué no decirlo, económicamente muy satisfactoria.

Y no es que al separarnos me quedara mal, no, pues él se portó muy bien conmigo, como siempre había sido. Acordó conmigo una pensión más que suficiente para mantenerme siempre dignamente, pues anualmente me la adecuaba con creces al distinto coste de vida. Y, aparte, la manutención y gastos de nuestros hijos. Y respecto a   la custodia de nuestros hijos tampoco hubo problemas para que yo la ejerciera, eso sí, compartiéndola lealmente con él, pues nunca puse trabas a una perfecta relación padre-hijos. Incluso les estimulaba a que visitaran a su padre con más frecuencia de la que lo hacían.

Y… Dani… ¿Qué sería de él ahora? ¿Cómo viviría? ¿Sería feliz ahora? Desde luego que sí, desde luego que sería feliz y dichoso con Gloria, con su mujer, como debía ser. Seguro que habría vuelto a la armonía con Gloria. Y los dos tan felices.

Pero… ¿Y yo? ¿Podría algún día ser feliz, rehacer mi vida? Francamente estaba segura de que no. O bueno, no de aquella forma, plena, llena del amor de un hombre, de mi hombre, pues eso era un imposible que solamente una vez pudo hacerse posible, pero sí me quedaba la felicidad, la dicha, de alumbrar a mi hijo, de criarle junto a sus otros dos hermanos, amamantarle, arrullarle entre mis brazos, mecerle en su cuna… y verle crecer, hacerse hombre junto a sus hermanos. Disfrutar, en definitiva, de esos tres tesoros que los dos únicos hombres de mi vida me han dado, el que fuera mi marido y el que es el gran amor de mi vida.

Pero, de nuevo… ¿Y Dani? Desde que se marchara de mi casa aquella tarde, tan dura, tan cruel pero también tan gloriosa, no le había vuelto a ver, no había vuelto a oír su amada voz ni aspirar ese aroma de hombre que me embriaga… y esa noche, esa última noche en esta casa donde por primera y única vez viví, supe lo que es amar al hombre amado quería… pero al propio tiempo no quería, hablarle, escucharle… Y al final se impusieron mis ansias de mujer enamorada y le llamé

  •  Ah, hola Gloria…
  • ¡Hombre, dichosos los oídos que te escuchan, “tortolita”! ¿Digo tortolita? Pues no, tortolita no, ¡Golfa, más que golfa! Claro, con lo ocupada que estás “tirándote” noche y día al “tortolito”, ¿no “so” golfa? pues no has tenido tiempo de decir ni “mu” a las amigas. Se te habrá “remojado” ya la perenne “sequía” de “huerto” que padecías. ¿No es así guapa? Ja, ja, ja… ¡Pero mira que serás golfa Ana! ¡Mira la “mosquita muerta”!
  • ¡Pero qué dices deslenguada! Anda, anda Gloria, déjate de tomaduras de pelo, que es lo que me faltaba. Para que lo sepas rica, mi “huerto” sigue tan árido como siempre. Así que déjate de gilipoyeces y ponme con Dani hermosa… que estás más loca que de costumbre.
  • ¿Con Dani? Tendrás cara golfa… ¡Si está contigo! Mala amiga, ¿Crees que está bonito?…
  • Pero Gloria, qué quieres decir… ¿Que Dani no está contigo? ¿Qué hace meses que falta de casa? ¡Ay Gloria que se ha marchado! ¡Que se marchó de nosotras dos!
  • ¿Pero a dónde? Señor, es que… es que… ¿Se volvió loco?... Ana, te lo prometo, créeme, estaba segura que estaba contigo… por eso no estaba preocupada… ¡Pero ahora!... ¿Y cómo encontrarle, cómo saber dónde está? Qué es de él... cómo estará… ¡Ay Señor, Señor…! ¿Qué locura pudo entrarle, qué busca por ahí? Dios, Dios…
  • No te preocupes Gloria, le encontraré, le encontraremos. Estoy segura de que él nos ha dejado a dónde ha ido, en dónde está… Y lo encontraremos.
  • ¿Ahora eres tú la loca? ¿Dónde nos va a haber dejado eso que dices?
  • Sí Gloria, nos lo ha dejado, sin quererlo pero nos lo ha dejado, o mejor, ME LO HA DEJADO… En el ordenador, estoy segura. El subconsciente le ha traicionado y seguro que no ha borrado nada de lo que buscó, lo que consultó en Internet para marcharse. Porque estoy segura de que quiere que vaya tras él, que lo encuentre, aunque él mismo no sea consciente de ese deseo subliminal. Y le voy a encontrar… ¡Pero para mí, Gloria, para mí! Lo siento por ti, pero me lo voy a quedar para ser su mujer y él mi marido. Te lo repito Gloria, lo siento por ti, pero te lo quito definitivamente… Y espero que por ello Dani no pierda a sus hijos…
  • Ni lo sientas ni tampoco te preocupes por los hijos que Dani tuvo conmigo… Desde ahora también deben ser un poco hijos tuyos, pues debieron serlo del todo… ¿Sabes lo que pienso Ana? Que nosotras nacimos con los papeles cambiados. Porque tú naciste para ser de Dani, para ser su mujer y no su hermana, y yo, en cambio, para ser su hermana, su amiga, pero no su esposa. Estoy convencida de que el haber nacido así, tal y como somos respecto a Dani, fue un trágico error de la naturaleza. Tú sabes que yo tengo mucho más de atea que de creyente en Dios alguno; pero si en verdad existe ese Dios Todopoderoso, El y sólo El solucionó el error poniendo en vuestros corazones este amor que más os tortura que os bendice, pero que cuando os unáis en pareja quedará resuelto el error. Y como dicen los católicos a machamartillo “Lo que Dios ha unido el hombre no lo separe”, ni siquiera vosotros, él, Dani y tú Ana. Pues si es así, El os unió hace ya mucho tiempo. Cuando nacisteis lo hicisteis ya unidos por ese Dios en el que más bien yo no creo, pero… ¡Quién sabe!
  • Gracias Gloria por ser como eres, tan frívola, tan insustancial… Hasta tan egoísta tantas veces, tan esclava de tus deseos y caprichos inmediatos… Pero también tan profunda y seria como ahora mismo… Y tan generosa también. Mira, no sé si mañana podré estar allí, en tu casa, pues no veas el follón que se me echa aquí encima, pero a lo más tardar pasado mañana… o puede que al siguiente, estaré contigo y ya verás cómo acertamos con las pesquisas en el “ordenata”

Al día siguiente me puse manos a la obra ante el nuevo proyecto de vida en común con Dani que ante mí se abría. Ya no era necesario dejar tan perentoriamente mi casa, podía de momento mantenerla pues ahora ya lo que deseaba es que Dani supiera cuanto antes que de nuevo iba a ser padre pero ahora conmigo, que los dos íbamos a tener un hijo fruto de aquella tarde de violencias pero al final de amor y sólo amor. Francamente, me urgía que lo supiera, que supiera la felicidad inmensa que ello me causaba y que ahora, ante la perspectiva de tener a nuestro hijo, criarle y educarle los dos juntos, sus padres, y que pudiera crecer en un hogar donde el cariño entre todos nosotros le hiciera el más amable y acogedor del mundo, se había disparado a las más altas cotas del goce y la alegría.

De manera que lo que ahora más me urgía, amén de buscar a Dani, era deshacer la operación inmobiliaria en la capital de nuestra provincia natal. Eso, aquella misma mañana quedó resuelto. Desde luego, perdí la señal otorgada, pero eso fue un mal menor.

Luego quedaba resolver lo de la mudanza pendiente. A este respecto ya a primera hora, tan pronto abrió la empresa que la llevaría a cabo yo estaba en sus oficinas para anularla, pero previsoramente les apercibí de que, posiblemente me pondría tiempo después en su contacto para que la realizaran, bien a otro domicilio que quién sabe dónde podría estar, bien a un guardamuebles. Ya conocerían entonces los detalles.

Pero también había otra cosa. No quería dejar cabos sueltos tras de mí. Mi marcha, mi búsqueda de Dani no sabía dónde podría llevarme, como tampoco a qué podría conducirme. Lo que tenía por entero claro es que esa búsqueda sería un paso decisivo en mi vida que daría sin titubear ni un segundo. Mi vida desde ahora mismo daba un giro que no sabía dónde ni en qué podría acabar. Pero lo que era seguro es que nunca más me separaría de él, que viviríamos donde él, mi amado, mi querido Dani quisiera y sería lo que él quisiera ser, lo que él fuera. El sería el norte de mi vida.

Luego quién sabe las necesidades que pudieran luego presentarse, ni si algún día mi casa nos sería necesaria o no, si precisaríamos el dinero que ella representaba para lo que fuera. Y convenía estar preparada ante cualquier contingencia.

Así que también me dirigí a una Agencia inmobiliaria próxima a mi casa, para sondear su posible venta. Me informé de su valor actual, que como esperaba era superior a lo que la Agencia donde pensé antes adquirir mi nueva vivienda me lo tasara, y dejé todo listo para que en caso necesario procedieran a su venta, sin incluso estar yo presente, sólo a petición mía a través de una notificación notarial al efecto, razón por la cual también visité una notaría, dejando allí instrucciones notariales para que la notaría formalizara la venta del piso en mi nombre y el dinero me fuera ingresado en mi cuenta. Allí dejé también un juego de llaves para que se entregara a la Agencia en su momento, como también, y previamente a la Agencia de transportes para que procediera al traslado de mis muebles y enseres depositados en la casa a donde yo indicara.

Como imaginara, esto se prolongó por tres días, y ello gracias a la energía puesta para resolverlo todo cuanto antes. Luego al cuarto de haber hablado con Gloria pude por fin verme allí, en su domicilio.

Como era de esperar la primera reacción de ella al verme fue de asombro ante mi estado no ya de buena esperanza, sino de esperanza que dejó de serlo al convertirse en espléndida realidad.

  • ¡Pero qué es esto golfanta, más que golfanta! Ja, ja, ja.
  • ¿Es que no lo ves so tontaina? ¡Pues toda una señora barriga de más de seis meses!  No, si verlo ya lo veo. ¡Cualquiera no lo ve!    Pero… ¿Quién es el autor de la barriga?
  • Eso, de momento, no te interesa, deslenguada, más que deslenguada. Pero dejémonos de “cumplidos” y vayamos a lo que interesa. ¿Has averiguado algo?  

Entonces me encontré con una desagradable noticia. Desde que habló conmigo Gloria había intentado entrar al ordenador de Dani sin conseguirlo. El cancerbero de una clave secreta le impedía el acceso y la dichosa clave no había forma de encontrarla. Ya había revuelto la casa entera buscando hasta en el último rincón sin hallar nada de nada que de lejos pudiera ser lo buscado. Y en especial, el estudio de pintor de Dani, donde él pasara casi por entero los últimos días que estuvo en esa casa, comiendo, cenando y durmiendo allí, aislado de todos, hasta de sus hijos. Eso sí, sabía, porque lo había advertido, que casi todo el tiempo ensimismado en el ordenador. Yo de inmediato impuse volver a registrar ese estudio, pues el sentido común me decía que de haber alguna pista de la maldita clave, ésta estaría allí y no en otra parte. Lo malo es que enseguida también yo desesperaba de poder encontrar nada. Estaba casi desesperada, y Gloria también. Bueno, ella, cuando llegué al fin, casi que ya lo estaba, luego sencillamente, el estado de desánimo simplemente se le había acentuado hacia el final del día.

Pero entonces, cuando casi me daba ya por vencida y pensaba que eso sólo lo podríamos solucionar acudiendo a algún especialista en Informática, un buen técnico capaz de neutralizar esa clave. la rabia de Gloria estalló dando un violento empujón a una especie de vetusto escritorio, casi desvencijado ya, que acabó de descuadernarse al fuerte golpe, de manera que una de las tapas laterales que mantenían al viejo mueble en pie se fue al suelo con estrépito y al santo suelo también fueron a parar los cajones que el mueble tenía.

Y con los cajones también cayó una pequeña libretita que debía haberse colado entre cajón y superficie que lo sustentaba, pasando pues desapercibido por invisible al registro que primero le sometió Gloria y ahora las dos juntas, Gloria y yo. Ansiosas tomamos la libretilla y la releímos cuidadosamente, aunque de momento sin lograr tampoco éxito alguno. Nada de interés: Direcciones telefónicas y de domicilio, notas inocuas para nosotras, apuntes para algún boceto, alguna idea de cuadro, anotaciones de citas concertadas, números sueltos que parecían de teléfono o de cuentas bancarias… Nada de interés como decía. De modo que vuelta a analizar la libreta, hoja a hoja, línea a línea, sin dejar de observarlo bien todo… Hasta que me fijé en una serie de números que, en principio, me parecían sin sentido. Le pregunté a Gloria si veía algo en esos números que le recordara cualquier otra cosa… pero nada, como para mí, para ella tampoco tenían sentido esos números. Iba ya a pasar de ellos, cuando me di cuenta de su significado. Colocados uno tras otro, como formando una sola cifra, estaban… ¡Las fechas de nacimiento de Dani y la mía! Aquella pues debía ser la ansiada clave que tanto buscáramos

Entramos por fin en el ordenador y fuimos directas a “Videos”. Lo que allí encontramos me dejó perpleja y a Gloria no digamos. No lo podía creer, no lo podíamos creer: Todo, todo, versaba sobre la Legión. Incomprensible pues mi hermano nunca se interesó por asunto militar alguno; más bien, era opuesto a todas esas cosas, por lo que el asunto me asustó un poco y con más interés aún, pero con el alma encogida fui abriendo los videos.

Eran cinco o seis y giraban en torno a dos temas, un Cristo crucificado, el de la Buena Muerte, y una canción: El Novio de la Muerte. Me impresionó la imagen de ocho o diez soldados con banderas al pié de la imagen de ese Cristo situado sobre una  especie de montículo artificial en cuyo frontis se leía: “Morir en combate es el mayor honor”. También me impresionó, en otro vídeo, La “Oración por los Caídos” con el Cristo a hombros de soldados que, en el punto álgido, izan  la imagen, alzando los brazos los que portan la cabeza y arrodillándose los que llevan los pies. Y después, la guinda del horror: Esos soldados entonando a coro, a pleno pulmón y con todo entusiasmo, lo que llaman “Espíritu de la Muerte”.

Para entonces estaba aterrorizada: Allí, con esa gente medio loca quería irse Dani. ¡Estaba loco! ¡Dios Dani cuánto daño debí hacerte! ¡Me pides perdón y soy yo la que debo pedírtelo!

Me volví a Gloria, que la veía también preocupada:

  • ¿Te das cuenta? Esa gente da culto a la muerte... ¡están locos! Y con ellos quiere irse Dani. Estoy aterrada, muerta de miedo.
  • Anda Ana cariño, no te pongas así. Dani no está loco; idiota sí, al marcharse y no ir a buscarte, pero loco no.  Esto no puede tener nada que ver con su desaparición. No lo puedo creer, no es posible
  • ¡Que sí Gloria, que sí! Mira lo que pone en la carta que me dejó al marcharse: Los dos textos que dice sacó de Internet son, el primero de lo que llaman “Espíritu de la Muerte” y el segundo de la canción “El novio de la Muerte”. Seguro andaba obsesionado con La Legión. ¡Y con morir, para reunirse conmigo en el Más Allá! ¡Hasta Allá se despedía en la carta!
  • ¡Por favor Ana, no me asustes más! ¡Eso sería terrible!

De inmediato abrí la carpeta del correo, y allí la confirmación de mis horrores: Tras varios e-mail sin interés, el último era del Gobierno Militar de Madrid, fechado dos días antes; decía que allí, a la disposición de Dani, había un pasaporte para viajar a Viator, (Almería), donde debía  presentarse en el Centro de Instrucción del Tercio Juan de Austria IIIº de La Legión/VIIª Bandera en plazo no superior a quince días. Ya no había duda alguna. Y rompí a llorar; Gloria me abrazó diciéndome con toda vehemencia:

  • ¡Corre a buscarlo Ana, corre! ¡Y te lo traes con una cadena si hace falta! Por los niños no te preocupes, estarán conmigo cuanto sea necesario. ¡Pero tráetelo, no le dejes con esos descerebrados!. ¡Que nos lo matan!

Aquella misma madrugada tomé un tren a Madrid, y allí, sobre las 10.30, un avión a Almería donde llegué a las 11.30. Desde el aeropuerto en un taxi me dirigí a la Estación de Autobuses. Cuando llegamos el mismo taxista me acompañó hasta encontrar la empresa que cubría el servicio a Viator y el Campamento Militar.

Unas dos horas más tarde ya estaba en el Campamento Alvarez de Sotomayor, sede del Tercio Juan de Austria, tras atravesar la imponente entrada al centro militar. El autocar aparcó en una plazuela de no muy pequeñas dimensiones, que luego supe era la Plaza de Armas, donde formaba el Tercio en los fastos militares.

Hasta allá no éramos muchos lo viajeros que habíamos llegado: Tres o cuatro legionarios que debían regresar de algún permiso, con esos grandes sacos que suelen portar y que también después me enteré que son los “petates”; un par de chicas jóvenes, sin duda novias de algún legionario y otro par de grupos familiares, padres y hermanos de legionarios que vendrían también a ver a su hijo o hermano.

Me acerqué a un grupo de dos legionarios, con correaje y machete al cinto, que se habían acercado a charlar y bromear con los legionarios que llagaran con mi mismo autobús, inquiriendo dónde podría preguntar por un legionario que venía a ver. Uno de los que lucían correaje y machete me preguntó si sabía en qué Bandera estaba a lo que respondí que me parecía en la VIIª y el chaval se ofreció a conducirme hasta el Cuartel General de la Bandera

Me llevó hasta el edificio que albergaba dicho C.G. y allí me dejó. Al punto salió de dentro otro legionario, también con correaje y machete, pero con galones de cabo, que vino a mi encuentro. También a él le pregunté por Dani y su respuesta para mí fue como un jarro de agua fría.

  • Señora, o viene demasiado tarde o demasiado pronto, porque Daniel ya no está aquí. Salió hace unas tres semanas hacia Afganistán, con el relevo de la fuerza que hay allí. Estará por allá seis meses, por lo que hasta dentro de algo más de cinco no regresará.

Al escuchar esto, no es que creyera desfallecer, es que tambaleé, y no di con mis huesos en tierra por que el cabo me sostuvo, gritando en el acto

  • ¡Rápido Juan, un vaso de agua para la señora! ¡Ayudadme a sujetarla y tenderla en la banca!

Mientras salían otros dos legionarios y un tercero acudía con el vaso de agua en las manos, el cabo ya me había cogido en brazos y me acercaba a un gran banco corrido adosado a la pared del vestíbulo del edificio, una especie de pasadizo arqueado que daba a un gran patio interior y con una puerta a un lado que daba paso al Cuerpo de Guardia del edificio.

  • ¡Por favor señora, serénese, que esto no es el fin del mundo! No se preocupe por Dani, él volverá. Tardará algo, pero volverá, ya lo verá como es así. Es hijo suyo, ¿Verdad? Y usted es su mujer, sin duda.

Bebí unos sorbos de agua y empecé a reponerme, pero rompí en fuertes sollozos. El mundo se me venía encima. Con esto sí que no contaba, con no encontrar aquí a Dani. Por una parte, la zozobra, no, la angustia de saberle allí, en la guerra… ¡Y por mí, yo le había llevado allí!... Pero también estaba mi propia situación: ¿Qué hacer? Desde luego, no me marcharía de allí sin Dani; había venido no ya a buscarle, sino a vivir con él, a unir mi destino al suyo, y como la antigua fórmula del matrimonio romano ponía en labios de la mujer, como aceptación de su marido, “Unde tú es, ego sum”, es decir, “Donde tú estés, estaré yo”, así estaré yo, Ana, donde tú estés, Dani. Así que de allí, de Viator no me movería en tanto no volviera “mi marido”. Pero qué duro era enfrentar ahora la vida allí.

Era un sitio y un ambiente extraño a mí; incluso casi hostil me parecía ahora, desorientada allí, abandonada allí me sentía. ¿Qué podía yo tener en común con estas gentes? ¿Con este conjunto de seres desequilibrados y a buen seguro soeces, hasta de muy poco fiar seguramente?

Pero… ¡Qué equivocadas pueden estar las personas! Pues esas gentes al parecer desequilibradas, esos seres a primera vista burdos, camorristas y hasta de poco fiar después me resultaron ser las personas más solidarias ante la desgracia ajena y con un sentido del deber de compañerismo, de ese no abandonar al compañero en apuros pase lo que pase y contra viento y marea nunca igualado por nadie. Y teniendo en cuenta que de ese deber de compañerismo no están excluidas las personas afines al compañero, sus seres queridos, en especial su mujer. Y eso lo pude apreciar en ese mismo día en que, por vez primera, entré en contacto con ese mundo que es la Legión y de la mano de aquel cabo que de inmediato me atendió, solícito como un familiar muy cercano pudiera haberlo hecho:

  •  Señora, imagino que deseará esperar aquí, en Viator, a que Daniel regrese. Luego… ¿Tiene usted sitio donde habitar mientras tanto?
  •  (Sollozando aún) No señor, no… Acabo de llegar… No conozco nada de por aquí,… Tampoco a nadie… ¡Ni siquiera sabía, hasta ayer, que Daniel estaba aquí, que era legionario!… ¡No tenía ni idea!… Mucho menos de que estuviera en ese horrible lugar… ¡En… en esa horrible guerra!
  •  Luego… ¿Dani no sabe nada de este hijo que le va a nacer?
  •  No, no sabe nada.

Entonces, sin saber bien por qué, tal vez por la amabilidad, la solicitud que para conmigo aquel hombre mostraba hizo que le tomara confianza hasta el punto de confesarme en cierto modo con él, dando suelta al tremendo remordimiento que me atenazaba el alma.

  •  Sí, soy la mujer de Daniel y el hijo que llevo en mis entrañas es suyo. Pero él aún no sabe ni una ni otra cosa. Me porté muy mal con él, un día… no, dos días en realidad. Le hice daño, mucho, muchísimo daño… La primera vez… la primera vez… me porté como una ramera… y a su vista… ante sus ojos… Ante sus mismas narices… ¡me fui con otro hombre, un amigo de ambos!… Y… eso… ¡Me lo “hice” con él! ¡Sí, con el amigo de ambos! Fue el verano pasado. Cierto que entre Dani y yo, entonces, no existía compromiso alguno, aunque sabía que Dani ya me quería. En realidad Dani me quiere desde que éramos críos. Y lo grande es que desde entonces, desde que éramos críos adolescentes, yo también le quiero… Pero asuntos familiares parecían interponerse entre los dos. Tabúes familiares ancestrales, ya que Daniel y yo somos parientes muy próximos, y por ambas ramas, paterna y materna. La segunda vez fue menos ominosa: Simplemente, por primera y única vez cedí al amor que nos tenemos y… pasó lo que tenía que pasar. Lo malo fue que, después, cuando pude pensar con más calma, le mandé a casa; los tabúes familiares volvieron, pero de otra manera… Dani está casado, tiene mujer y dos hijos de ella… y yo no podía interponerme entre ellos, pues podría interponerme también entre él y sus dos hijos… ¡Y eso yo no me lo podía permitir, precisamente porque ese día admití, de una vez por todas y para siempre, que le quiero con locura, con el cuerpo y con el alma, a él, a Dani, al que es casi mi hermano, que soy suya y siempre lo seré. Pero ayer supe que entre él y su mujer hace tiempo que ya acabó todo, que no se quieren, que, realmente, ya no están juntos. Y lo peor es que, también hasta ayer, no tenía ni idea de que el plantarle aquel segundo día fue decisivo para traerle aquí, para llevarle a esa horrible guerra…

De nuevo rompí a llorar desconsoladamente, y de nuevo el cabo

  •  Vamos, vamos señora, no llore. Vamos, deje de llorar… ¡Ya verá, todo saldrá bien, de verdad, ya lo verá! Pero, vamos, vamos, serénese, deje de llorar. A ver, a ver… cómo sonríen esos ojos tan bonitos… O, ¿quiere que así, con esos ojos llorosos la vea su hijo cuando nazca?… ¡Que ya no puede tardar tanto en hacerlo!  O, ¿quiere que la vea así Daniel cuando vuelva? ¿No será mejor que vea esos ojos en todo el esplendor de su belleza, después de tanto tiempo sin verlos?

Y sí, aquel rudo soldado, con ese gracejo de su tierra andaluza, de su Cádiz, de su “Tacita de Plata”, al final me hizo sonreír.

  •  ¡Así quiero verla señora, sonriendo! ¡Y así la querrá ver su hijo! ¡Y, sobre todo, su hombre, Dani, cuando por fin regrese para volver a mirarse en ese océano profundo y bello que son esos ojos que usted tiene, y comérselos a besos del gozo y felicidad que será reencontrarse con su dulce mujercita! Verá, yo soy José Romerales, el cabo Romerales, el “Come-Legías”(“Legía=Legionario en la jerga legionaria) que trajo a mal traer al pobre recluta Daniel X… durante su duro periodo de Instrucción… pero lo cual no evitó que hoy seamos amigos, muy buenos amigos. Y tampoco evitó que Dani sea un gran amigo de Rosa, mi “media naranja”, una mocita más bien chiquita,… ¡Pero con un geniecito… que ya, ya! Ja, ja, ja… Pues bien señora, en el próximo coche a Viator, es decir, el mismo que la trajo hasta aquí que regresa a Almería dentro de un poco, se irá usted allá. Y para entonces, en la parada de Viator, ya la estará esperando mi preciosa Rosa, que se la llevará a usted a nuestra casa para que esté usted con nosotros cuanto sea necesario; usted, sin preocuparse ni por el tiempo ni por nada. Y no hay más que hablar, compañera legionaria, pues, aunque todavía usted no lo sepa, usted ya es una de nosotros, la gente de la Legión.

Gracias a este cabo, que habló por mí al sargento y al teniente que mandaban la guardia, el sargento me cedió su propio cuarto en el Cuerpo de Guardia para que allí esperara la salida del autobús y el teniente facilitó que, en la central telefónica me pusieran  telefónicamente con Gloria, por lo que informé a ésta de la situación que Dani y yo atravesábamos. Como a mí antes me pasara, también ella se alarmó cuando supo lo de mi hermano, pero respecto a mí, dijo que no me preocupara por nada, que los niños estarían con ella el tiempo que hiciera falta, pero que no me marchara de aquí, de Viator, en tanto no pudiera volver con Dani. En el cuarto del sargento empecé una larga a Dani, que luego pude acabar, ya instalada en el domicilio del cabo José Romerales y su pareja, Rosa.

La pareja que formaban el cabo Romerales su “media naranja”, la buena de Rosa, resultaron ser unos entrañables amigos desde un principio. Rosa en especial, y desde el mismo momento que me recogió al pie del autobús cuando éste aparcó en Viator, no es que fuera una gran amiga, es que se me reveló como una verdadera hermana. De ella empecé a aprender y, sobre todo, entender lo que es la hermandad legionaria. El, el cabo José Romerales, enseguida pasó a ser mi buen amigo Pepe, el buen amigo Pepe tanto de Dani como mío. En consecuencia su casa, ese hogar al que una tarde llegara toda cohibida, muy pronto pasó a ser también un hogar para mí.

En la primera noche que pasé en esa casa acabé de escribirle a Dani. Lo primero que le decía es que le amaba con toda mi alma, que yo sería su mujer, que siempre me mantendría a su lado como una fiel y amante esposa, haciendo buena aquella fórmula del viejo matrimonio romano, el de la Roma de la República, cuando la sociedad romana aún mantenía sus viejas tradiciones, no la del Imperio. En esa fórmula, la mujer decía al marido en señal de aceptarle y recibirle: “Unde tú es, Caius, ego sum, Caia”: “Donde tú estés, Cayo, estoy yo, Caya”. Donde él esté, ella estará; donde él vaya, ella le seguirá; lo que él sea, ella será. Por eso ella toma el nombre del marido renunciando al suyo, indicando que desde entonces ella será lo que él sea, y de ahí el tomar los dos patronímicos Cayo y Caya por ser Cayo el más normal entre los hombres en tanto que el femenino Caya era muy poco corriente entre las mujeres romanas; es decir, un nombre forzado.

Y de mi embarazo. De que aquella dichosa tarde entre los dos dio su fruto en el hijo que ambos íbamos a tener en no mucho tiempo ya. De mi ilusión al llevar en mis entrañas ese hijo que lo era del amor que aquella tarde nos unió en una sola carne, como dice el Génesis, ese hijo que era suyo, del hombre que era el amor de mi vida.

A esta primera carta siguieron otras muchas, casi que una cada noche, cuando me quedaba sola en el cuarto que me dedicaran en su amistad Pepe y Rosa. En ellas le contaba mil y una naderías, pero siempre con el tema central de lo mucho que le añoraba, lo muchísimo que le echaba de menos, y, sobre todo, las ganas que tenía de que volviera a mí, para estar otra vez entre sus brazos, para disfrutar otra vez de él, de su cariño que lo era todo en mi vida, que frente a él nada para mí valía… ni el hijo que tendríamos. Y bueno, que esto era una tontería, pues a los dos los tendría siempre conmigo, amándolos a los dos… Claro, que de forma muy, pero que muy distinta. Ja, ja, ja

También hablé por teléfono con Gloria, que se preocupaba mucho por mí. Me hablaba también de los niños, de mis hijos y los suyos, que estaban tan ricamente los cuatro primos juntos, de lo bien que se lo pasaban y, sobre todo, de lo bien que entre ellos se llevaban, lo compenetrados que se les veía entre ellos, que casi más parecían hermanos los cuatro que primos. Pero también de lo que mis hijos preguntaban por mí. Desde luego, me echaban de menos, y eso también lo pude comprobar cuando Gloria me los ponía al teléfono. Pero también me preguntaban por su hermanito, que si todavía “no lo había traído la cigüeña”, o que “esa cigüeña no les gustaba nada, pues tardaba mucho en traer al hermanito”

Por cierto, que no hizo falta decir a Gloria quién era el padre niño, pues ella solita lo descubrió, pues tuve el error imperdonable de olvidar en su casa, cuando partí en busca de Dani, la carta que éste me dejara en casa cuando se fue de nosotras dos. Los primeros días parece que no se fijó en ella, pero al fin la recogió de donde yo la dejara, junto al ordenador que durante días Gloria ignoró, y la leyó entera, no los cortos párrafos que yo le leyera. Y las veces que de nuevo me puso de golfa pues… ¡Para qué contarlas! Yo le decía “Envidia cochina” y ella espetaba “De eso nada rica, que te regalo a Dani para siempre… Para lo que ya me servía… ¡Que te aproveche! Pero ni se te ocurra devolvérmelo, “pa” ti “pa” siempre, y sin retorno. Ja, ja, ja”

También telefoneé a Carlos, mi ex marido.

  •  Hola Carlos. ¿Cómo estás?
  •  Hola Ana. Bien gracias. ¿Tú?
  •  Muy bien Carlos. Escucha, no quiero  que me envíes más dinero. Vivo con mi hombre. Espero un hijo de él en menos de dos meses. No está bien que me sigas manteniendo.
  •  El, ¿verdad?
  •  Sí Carlos, él.
  •  ¡Por fin te decidiste a aceptar lo inevitable! Me alegro.
  •  Lo sé Carlos. Ya ves, por fin seguí tu consejo.
  •  Con que vas a tener un nuevo hijo. Te felicito Ana. Yo también tengo otros hijos. Me adelanté a ti. Cuida de los nuestros, y que él los quiera también a ellos, no sólo a los vuestros, a los suyos de antes. Por cierto… ¿Su mujer?
  •  (Aquí me reí) ¡Su ex mujer querrás decir! Ja, ja, ja. ¡Porque ahora su mujer soy yo, por favor! (Vuelta a reír)… Bien Carlos bien. Tan amigos todos. ¡Simplemente, cambiamos los papeles! (de nuevo, risas). Y no te preocupes por los chicos, ya sabes cómo los ha querido desde siempre, luego ahora, que está conmigo…  
  •  Sí Ana, lo sé. Olvida lo que dije de ellos. En cuanto a lo de los papeles entre vosotras dos… (Riendo él también) ¡Los teníais cambiados hace tiempo ella y tú! Bueno Ana, eres orgullosa y sé que no admitirías más mi ayuda, luego será como dices. Adiós Ana, de verdad, que seas muy feliz. En fin,  seamos generosos, que los dos seáis felices.
  •  Gracias Carlos. Que también tú seas muy feliz. Bueno, de acuerdo Carlos, que también vosotros dos seáis felices. Besitos a tus hijos. Adiós Carlos, mi gran amigo
  •  Adiós Ana. Hasta siempre. Y ya sabes, cuenta conmigo para lo que sea.   

Por entonces empecé a preocuparme más en serio por preparar la llegada del bebé. Y me volví loca comprándole ropita. Ya antes, cuando estuve con mi madre, empezamos las dos a comprarle algo de ropita, pero todavía tenía poca. Y ahora todo me parecía poco para él. Hasta juguetitos, de esos de látex, le compré. Y sonajeros, masticadores para cuando le salieran los dientecitos… Vamos una locura. ¡Parecía primeriza! ¡Y, realmente lo era, pues este era el primer hijo que de “él” tendría!

Hasta me llegué a preocupar por mis otros dos hijos, con esta locura que por el pequeño Dani me estaba entrando. ¡Porque, desde luego, tenía que ser un niño y se llamaría Daniel, como su padre! ¡Faltaría más! Pues bien, me decía: ¿Los hijos que tuviera con Dani iban a desplazar a mis anteriores hijos, mis dos joyitas actuales? ¡Ni por soñación! Pero… El pequeño Dani era, indudablemente, el pequeño Dani, mi primogénito con él, con mi amor de toda mi vida, desde mis 12-13 años, mi único y verdadero amor. Y eso es… ¡Pues eso! 

Pero ese pensar en mi próximo hijo, el estar pendiente de preparar su llegada me llevó también a pensar que en casa de Pepe y Rosa no podía continuar. No es ya que me pareciera demasiada cara el seguir allí después de no menos de veinte días, pensar que no tenía derecho a seguir abusando de su amistad, pues seguir en su casa a estas alturas era un verdadero abuso por mi parte, sino que debía preparar ya nuestro propio hogar, el de Dani y mío, el de los hijos que ambos ya teníamos, pues desde luego mis dos mayores vivirían con nosotros, con Dani y conmigo normalmente, pero los otros dos hijos de Dani también estarían buenas temporadas con nosotros. Seguramente tanto o más que con su madre. Y, desde luego, los hijos que Dani y yo tuviéramos, pues yo tenía claro que el pequeño Dani no sería el único, pues yo quería más pruebas vivientes de nuestro amor.

O sea, que íbamos a ser una gran familia, una familia numerosa. Además, que los casados, casa quieren. Y mi amor con Dani lo quería disfrutar en mi propia casa, en mi propio hogar. Y eso Pepe y Rosa tendrían que entenderlo.

Y lo entendieron. Como mujer que es, la primera en comprender mis razones fue Rosa. Ella comprendió perfectamente que yo quisiera que, tanto mis hijos como los de Dani y Gloria, estuvieran conmigo para cuando naciera el pequeño pues los cuatro primos serían, por igual, hermanos del pequeño Dani y los cuatro deseaban ver al nuevo hermanito cuanto antes, y yo también quería que los cuatro le vieran y conocieran tan pronto naciera.

Rosa, con paciencia y tacto, ese tacto y paciencia de las mujeres de antes que todavía algunas mujeres de hoy mantienen, acabó por convencer a Pepe de que yo tenía que salir de la casa de ellos para formar nuestro propio hogar, el de Dani, yo y nuestros cinco hijos… ¡Dios, qué lío de familia íbamos a formar Dani y yo!

Fue Rosa la que me encontró una casita perfecta para mis deseos: Casi frente por frente a la de Pepe y Rosa, de una sola planta, como la de ellos y las de la mayoría del barrio. Con sólo dos alcobas, pero bastante amplias: Una con un dormitorio de matrimonio completo y espacio suficiente para una buena cuna; la otra con dos camas de las antes llamadas sobre cameras, es decir de 1,05, donde cabrían dos niños de ser necesario. Además, su saloncito, su baño y su cocina, con una buena despensa que realmente era una minúscula habitación. Y la joya veraniega de la casa: Un recoleto patio sombreado por un tupido emparrado, de esos tan típicos por estas tierras del sur español, que, amén de uvas, en verano dan un frescor tan bueno que hasta anula el tórrido calor de las canículas andaluzas, al menos desde que cae la tarde.

Y si Gloria también venía podríamos alojarla en casa de Pepe y Rosa. Aunque esto no me gustaba nada, pues… ¡Menuda golfa es Gloria!... ¡Lo mismo liaba al bueno de Pepe, como diversión para su estancia! ¡O a la misma Rosa, que no sé cuál de las dos cosas sería peor!

A todo esto yo ya había tejido toda una historia para explicar a satisfacción la tan peculiar familia que Dani y yo formaríamos. Según esta farsa, Dani y yo éramos primos hermanos y por ambas ramas, paterna y materna: Mi padre, hermano del de Dani y mi madre hermana de la de Dani. A partir de ahí, lo realmente sucedido: Nuestro adolescente enamoramiento negado por la gran consanguinidad, nuestros matrimonios y mi divorcio; lo sucedido el verano pasado en el pueblo con Andrés y la tarde en mi casa con Dani, presentada como una tarde “tonta” entre él y yo; mi rechazo a continuar esa relación por pensar que él pertenecía a su esposa e hijos… y mi embarazo, decidida a llevarlo a espaldas de él.

Y, por fin, el tan tardío conocimiento de la ruptura de Dani con Gloria, su huída de casa y su enrolamiento en la Legión, lo que rompió toda barrera que me alejara del hombre amado casi, casi que desde niña, y mi presencia allí, en Viator para esperarle hasta su vuelta.

Los días transcurrieron y tras los días se fueron las semanas. Y tras las semanas llegó el mes octavo de mi embarazo, con el consiguiente incremento de las molestias propias de mi estado. Pero aquellas semanas, aquellos días pasados no lo fueron en balde, pues trabajé bastante. Llené nuestro pequeño y modesto hogar con las más de las comodidades posibles. No quería nada ostentoso, como los muebles y enseres, vajillas y demás, que tenía en mi vieja casa, pero sí le llené de cariño en todo cuanto allí llevé. Y comodidad, pues el precio de las cosas no tiene por qué influir en su eficiencia. Así, logré un hogar cómodo aunque lleno de sencillez: Alegres cortinas en las ventanas, muebles cómodos que complementaran los que ya tenía la casa cuando entré en ella, juegos de cama y mesa de hermosos bordados, no hechos por mí, pues Dios por esos caminos no me llamó, pero bien realizados por hábiles costureras, todas ellas vecinas mías que como favor y regalo nupcial me hicieron sin permitir contrapartida alguna a su generosidad. “Total, esto no es nada, no me cuesta nada hacerlo; me entretiene… Así que ya ves el sacrificio…” me decían.

Y planté una estupenda cunita en el que sería nuestro dormitorio, de Dani y mío y que yo todavía no quería ocupar, durmiendo en la habitación de dos camas. Cuando los niños vinieran ya vería lo que hacía para dormir.

Y con este octavo mes encinta me llegó la inmensa alegría de tres cartas de mi añorado Dani que recibí juntas, las primeras tres cartas que me escribiera de  doce a catorce días atrás, tras unos veinte desde que yo le enviara mi primera carta, hacía ya poco más de un mes. En la que llevaba la fecha más antigua, primera que me escribió, me hablaba de lo loco de alegría que le puso mi primera carta. También de la enorme alegría, la inmensa felicidad que le produjo saber que en mis entrañas anidaba el bienhadado fruto de aquella tarde de sublime amor, pero a renglón seguido afirmaba que tamaño goce no era nada ante la delicia de saber que yo correspondía su encendido amor con igual o superior viveza. Que ante esa profunda dicha nada, nada valía…

El pobrecito mío ni encontraba palabras para expresar lo que para él representaba saberse amado por mí con toda mi alma. No me extrañaba, pues a mí me ocurría algo semejante cuando intento expresar mis sentimientos hacia él.

Las otras dos cartas, fechadas en un plazo de entre dos y cinco días después, eran semejantes a las que yo le escribí tras la primera: Hablarme de lo que me extrañaba, las ganas que tenía de volver a estar conmigo, de que pudiéramos vivir nuestra vida juntos los dos hasta el fin de nuestros días, amándonos como aquella divina, inolvidable tarde en que, por primera y única vez hasta hoy, vivimos plenamente nuestro viejo, eterno amor, tan incomprendido antes, sobre todo por mí, pues él lo tuvo claro bastante antes que yo.

Ahora, recapacitando, considerando más y mejor el asunto, pienso que en aquello que realmente fuera una violación ejercida sobre mí, más que violencia vengativa, más que violencia que buscara hacerme daño, por más que él mismo así lo considerara, fue una angustiosa llamada de amor, un muy angustioso y, por ende, muy violento grito en demanda de mi amor que sabía existía, mis ojos se lo habían transmitido muchos años antes… Por eso aquella tarde la violencia de Dani se trocó en solicitud y ternura hacia mí cuando sintió que mi cuerpo respondía a su demanda amorosa, cuando sintió que mis sentidos más hondos se entregaron sin reservas al amor tan largamente anhelado; esos sentidos que escapan a todo control de mente y voluntad, obraron por su cuenta, sólo obedientes al subconsciente que sabe lo que en el fondo de tu ser existe, eso que la razón se negaba tercamente a admitir, ese amor latente en mí desde niña y que en esos momentos el amor de Dani hizo explotar como si fuera una carga de dinamita que arrasó cuanto sentido racional decía en mí que eso no podía ser. Vamos, que eso… ¡”Caca”!

Pero cinco o seis días después de recibir las cartas de Dani llagó también la terrible noticia. Eran las primeras horas de la tarde, cuando en muchas casas del barrio se estaban las mesas tras el almuerzo de medio día, y la noticia corrió por todos nuestros hogares cual el socorrido reguero de pólvora, llevando el horror a todos esos hogares: En Afganistán, unas  veinticuatro horas antes, se había producido una masacre entre nuestros hombres. A qué narrar las escenas de dolor, de verdadera locura, que tuvieron lugar, en particular entre nosotras, las mujeres cuyos hombres estaban allí, pues todavía no había detalle alguno de la tragedia, sólo que los nuestros habían sido atacados y que había muchos heridos y muchos muertos. Yo, como cuantas mujeres estábamos implicadas con los hombres que la Legión tenía destacados en aquella “Misión Humanitaria”… ¡Que tiene gracia la palabreja!, creí volverme loca. Quise salir corriendo al Cuartel General del Tercio, allá, en el “Alvarez de Sotomayor” pero Pepe y Rosa  me lo impidieron y con razón, pues era más locura aún intentar correr los ocho o diez kilómetros que median hasta allí. Sufrí entonces un ataque de nervios y gracias a que Pepe me sujetó no caí redonda al suelo.

Cuando desperté, ni sé cuánto tiempo después, debieron ser horas, pues la tarde ya estaba lo suficientemente en retirada como para permitir a las sombras nocturnas enseñorearse del espacio. Entonces el asunto estaba algo más claro: El objetivo del ataque había sido un convoy con cuatro vehículos acorazados y una cincuentena de hombres a bordo, al mando de un teniente y un sargento que, respectivamente viajaban en el vehículo que abría y cerraba la marcha, los más vulnerables por su posición en el convoy y que resultaron muertos los dos con las primeras explosiones del ataque.

El lugar, un punto en la senda por la que el convoy circulaba que se estrechaba entre dos lomas pétreas, no muy pronunciadas, pero de escarpadas laderas que descendían casi en vertical hasta el lecho de un arroyo tiempo ha seco que, sembrado de peñas de regular tamaño en las orillas, constituía un trecho de la pista o senda, que ni a camino llegaba, pero lo suficientemente angosto para impedir maniobrar a los vehículos, por lo que la retirada de los dos centrales del convoy se hacía imposible, pues tanto el vehículo de cabeza como el “escoba” estaban reventados y en llamas.

El ataque, según parece, empezó con sendos disparos de cohete anti-carro que explosionaron en los vehículos de delante y detrás del convoy que al momento explotaron y empezaron a arder, arrojando al exterior cuerpos en llamas, muertos o todavía vivos, y hostigando con fuego de ametralladora, mortero y fusilería los dos blindados del centro del convoy, quedando los nuestros cercados.

La situación de los nuestros se agudizó por el viento que, con fuertes rachas, impedía el vuelo de los helicópteros que hubieran podido dar cobertura a nuestra gente, ahuyentando incluso a los atacantes. Y la fuerte tormenta que por aquellas latitudes se desató mediada aquella aciaga tarde, impidiendo el envío de columnas motorizadas en su auxilio. Así que los nuestros quedaron, de momento, abandonados a su suerte, sin más horizonte que resistir, hasta morir incluso, la embestida talibán. 

Uno de los dos cabos primeros que completaban el cuadro de mandos tomó el mando y organizó a la gente que se acogió al precario abrigo de las peñas repartidas por la base de las laderas de las lomas o los vehículos atrapados en aquella trampa que amenazaba con ser la tumba de esos hombres.

Tras una tarde de restallidos de fusilería, ladridos de ametralladoras disparando sin tregua y más espaciadas explosiones de mortero, a la que siguió una noche con más de lo mismo, amaneció el día de la liberación de ese puñado de “legías” que se defendieron hasta entonces con el tesón y abnegación propios de los Caballeros Legionarios.

Con las últimas sombras de aquella madrugada los fuertes vientos vinieron amainando, lo que trajo una amanecida con los helicópteros de ayuda en el aire, cargados de mortales sistemas de cohetería aire tierra y bombas napalm ahítas del terrible fósforo blanco que arrasa e incinera cuanto encuentra a su paso. Y de un centenar de paracaidistas, españoles y estadounidenses, que los helicópteros de transporte descolgaron sobre las arrasadas cimas de las lomas, acabando en minutos con la agresión talibán, cuyas gentes aún ilesas tuvieron que buscar la vida en la inmediata huída, cosa que no todos lograron conseguir.

Seguidamente, los helicópteros tomaron tierra junto a los nuestros cercados, evacuándolos al instante a la base de partida. Y a todos los que de aquella base militar española partieran, pues tampoco quedaron atrás los cuerpos inertes de nuestros muertos para poder ser enterrados en las tierras que les vieran nacer y entre sus familias y seres queridos.

Eso, sucintamente, fue ocurrido. Pero ahí están obviados los muchos momentos de sacrificio y entrega a la causa común de defender el convoy, pues su defensa era la de todos y cada uno de los camaradas allí atrapados, tratando de que los más de ellos salieran lo menos mal parados posible de aquel avispero que por momentos se tornaba infierno mortal. Y a la no menos causa común de rescatar de los vehículos incendiados los más cuerpos posibles, para evitar su carbonización, y, siempre que ello fue posible, salvar la vida del compañero en llamas o atrapado en el infierno de calor y llamas que los vehículos se tornaron en minutos. Los actos de verdadero heroísmo de muchos de aquellos hombres que no dudaron en abordar esos vehículos abrasadores a fin de rescatar del interior los cuerpos de sus camaradas, todavía con vida o muertos ya, costándoles no pocas veces graves quemaduras su abnegación de francos camaradas, eso de “No abandonar nunca al camarada en apuros”. Pero todavía no había una exacta relación de víctimas ni de su estado.

Eso sí, para entonces ya el Tercio había establecido un servicio de autobús que continuamente enlazaba el barrio con el campamento “General Alvarez de Sotomayor”, donde incluso se prestaba apoyo tanto médico como psicológico a quienes lo precisaban. Hasta alguna ambulancia había venido del Campamento al Barrio para llevarse a alguna persona, mujeres especialmente que precisaran asistencia urgente, madres en avanzado estado de gestación, como yo, que amenazaban complicaciones serias en su estado por el tremendo estrés sufrido. Yo todavía me podía valer un poco más que otras, y pude trasladarme al Campamento con un autobús, acompañada por Pepe y Rosa que cuidaban de mí como verdaderos hermanos.

También telefoneé a Gloria, informándola de lo poco que del ataque sabía.

Ya en el “Alvarez de Sotomayor” cayó por entero la noche, que se hizo dolorosamente interminable. Lo único que, de momento se sabía, era que durante ese día en que nuestra gente fuera rescatada al fin, se estaba operando de urgencia a los heridos e identificando a los muertos para repatriarlos a España, y ser enterrados en los terruños donde vieran por vez primera la luz del sol, o donde sus familias decidieran. También se propalaba la posibilidad de que algún que otro herido fuera también repatriado, para ser tratado aquí, en España. Indudablemente, el Estado Mayor del Tercio debía tener más información, pero no la transmitía.

Por finales, pasó lo que tenía que pasar. Desde que tuve las primeras noticias de lo ocurrido, a favor de la terrible impresión, del miedo, verdadero miedo que me atenazó por mi amado Dani, las molestias de mi estado encinta se agravaron, hasta que llegó un momento, en aquella noche de zozobras y temores entreverados por más bien infundados rayos de esperanza, pues eso, la esperanza, se dice que es lo último que los humanos perdemos. Un momento en que Pepe y Rosa temieron un desenlace fatal de mi embarazo, pues los síntomas de un posible aborto empezaron a hacerse insostenibles, por lo que requirieron la presencia de un médico.

A Dios gracias, la autoridad médica del Tercio hacía tiempo, desde que empezaron a llegar al campamento las mujeres embarazadas, que éramos una pocas, tomó la precaución de solicitar asistencia de Toco-Ginecólogos al Mando de la Legión en Ronda, asistencia que estuvo disponible en el campamento desde fines de esa tarde, con el equipo necesario, incluso, para cualquier intervención quirúrgica que al respecto se hiciera necesaria.

En consecuencia fui internada en el hospital del “Alvarez de Sotomayor” mediada ya la madrugada del nuevo día, y tratada con preventivos de aborto y, sobre todo, calmantes al desastroso estado de mis nervios, verdadera causa del riesgo de aborto que, ciertamente, llegué a correr. De modo que acabé durmiendo plácidamente en una cama del hospital el resto de aquella noche y parte de la mañana que siguió a la noche.

Cuando al fin pude despertar, a eso de las doce de la mañana, noté un ambiente raro a mi alrededor. Era como si tanto Pepe como Rosa, y cuantos me visitaban, que eran muchos de mis vecinos, desearan taparme algo. También me extrañó la ausencia de unas amigas muy queridas, cuyos hombres, como el mío, estaban destacados allá.

La cosa era que, en las primeras horas de la mañana, cuando plácidamente dormía, el Estado Mayor del Tercio había dado noticia exacta de lo ocurrido allá, en Afganistán, con los nombres de los 14 fallecidos, entre los que se encontraban los maridos de las amigas cuya ausencia me había intrigado y los 27 heridos habidos con 16 de ellos graves y muy graves, entre los que se contaba Daniel, mi hermano y marido. De aquella fuerza, con un total de 49 efectivos, sólo habían resultado ilesos ocho hombres, pero no completamente indemnes, pues la mayoría de ellos sufrían heridas muy leves, rasguños y demás, pero ninguno, ni tan sólo uno de ellos, había escapado a las “caricias” de los malditos talibanes.

Dani fue de los hombres que rescataron cuerpos de los vehículos incendiados, del de cabeza exactamente, cuyas llamas no pudieron extinguirse por lo que no se pudo rescatar todos los cuerpos allí atrapados, alguno incluso algunos todavía con vida, que tuvieron que ser abandonados ante la imposibilidad que las llamas constituían. Increíbles los lagrimones como puños que aquellos hombres, duros, avezados a tantísimas cosas como aquella infernal campaña imponía, dejaban correr por sus mejillas, de pura impotencia ante la tragedia de sus camaradas, achicharrados ante ellos mismos, que se tapaban los oídos para no escuchar los gritos desgarradores de los compañeros que, aún vivos, las llamas les asaban los cuerpos. La agonía de casi todos esos desgraciados la acortaron los piadosos disparos de cetme que, realizados con los ojos bien abiertos para no fallar pero arrasados en lágrimas y las mandíbulas enclavijadas por el furor, el odio ciego hacia ese adversario cobarde por incapaz de arriesgarse en un cara a cara, acabó rápidamente con sus vidas.

En consecuencia, tanto él mismo, Dani, como la mayoría de los compañeros que participaron en el atroz rescate, sufrió quemaduras de distinta consideración en manos, brazos, piernas y torso, con incluso una parte del rostro afectado, aunque éste, por suerte, de menor consideración, lo que no descartaba una posterior cirugía plástica, reparadora de las casi seguras feas cicatrices que dejarían las quemaduras, por menos graves que fueran.

No obstante, como los demás camaradas que sufrían quemaduras, con éstas cubiertas por engrasados vendajes, tomó el cetme y se puso a las órdenes del cabo primero jefe accidental del grupo, aprestado a la defensa de lo que quedaba del convoy.

Hacia el final de aquella tarde sufrió el acierto de un disparo en un muslo, que lo atravesó limpiamente, sin interesar hueso alguno, sólo dos redondos orificios que taladraron el músculo y que, tras vendarle un sanitario que, además, le administró un calmante, mantuvo su posición cetme al brazo y disparando de nuevo sin tregua, sin concederse un segundo de descanso, como los demás “legías” allí atrapados, sanos o heridos de no mucha consideración, pues esa era una lucha a muerte, una lucha por la supervivencia.

Pero ese tesón, esa firme decisión de resistir costara lo que costase, tuvo que rendirse cuando, ya en la madrugada que precursó la mañana de la liberación, una esquirla de mortero se le alojó en el pecho, desgarrándole un pulmón y sumiéndole al momento en una benéfica inconsciencia de la que sólo salió una vez en el hospital de campaña de la base. Sólo entonces, cuando cayó en tierra desvanecido, soltó el cetme y dejó de disparar.

Por sorprendente que parezca, el tener noticias firmes de Dani, de momento me tranquilizó. Y es que ahora sabía lo que, exactamente, le había pasado. Sabía que estaba herido, herido muy grave, sí, pero estaba vivo y ya atendido… Y lo antes aludido: La esperanza es lo último que el ser humano pierde y, además, mientras haya vida habrá esperanza. Luego, para mí y entonces, lo importante era que Dani estuviera vivo. Seguro que saldría de ésta, que se recuperaría y volvería a estar bien. No podría ser de otra manera, no podía admitir alternativa alguna a esa esperanza, infundada, claro, pero a la que ese día me aferraba como se aferra el naufrago a la tabla salvadora.

De inmediato hice saber a Gloria el estado de Dani, herido y muy grave pero vivo, vivo, que era lo que entonces más podía interesarnos.   

Mediada la tarde de aquel segundo día de insufrible espera, se nos anunció que los cuerpos de los fallecidos en el ataque y algunos de los heridos más graves, cuyas heridas no se podrían tratar con la debida eficiencia allá, en los hospitales destacados en Afganistán, serían evacuados a Madrid esa misma noche o primeras horas de la subsiguiente madrugada, pero la nómina de éstos últimos aún no se podía facilitar, por no ser todavía enteramente segura. De todas formas, se informaba también de que el Mando de La Legión habilitaría los vuelos necesarios para que los familiares de los evacuados, heridos o muertos, pudieran trasladarse a Madrid y recibir a sus deudos a su llegada.

En principio estos vuelos despegarían del Sector Militar del aeropuerto de Granada, con más capacidad que el pequeño aeropuerto de Almería, a las 22 horas de esa noche, pero ese despegue se fue postergando, primero una hora, después dos, de modo que al fin despegaron a las 12 de aquella noche.

Pasadas las ocho de la tarde-noche de aquel día se hicieron públicas, por fin, las listas oficiales de los que serían repatriados, unos en la bodega del C-130 Hércules, dentro de sendos féretros, otros en la cabina de pasaje del avión militar, los heridos, en camillas-litera y bajo la atención de médicos, sanitarios y enfermeras que viajarían con ellos.

Entre estos heridos vendría Dani, por lo que también yo ocupé asiento en los dos autobuses del Ejército que, a las 22 horas, partieron destino al aeropuerto de Granada.

Casi a la una de la madrugada los dos Falcon del servicio de Transporte VIP de la fuerza Aérea Española que, desde la Base Aérea de Cuatro Vientos, en Madrid, llegaran a la Zona Militar del aeropuerto de Granada sobre las ocho de la tarde, aterrizaron con nosotros a bordo en la Zona Militar del aeropuerto de Barajas, en Madrid.

De inmediato a estar ya en tierra en Barajas se nos indicó que allí, en ese aeropuerto, no podríamos permanecer, pues tanto féretros como heridos serían, inmediatamente después de que su avión tomara tierra, trasladados. Los primeros, los que venían en féretros, al Cuartel General del Ejército donde se instaló la Capilla Ardiente y donde en la mañana se diría una misa de Réquiem para después ser entregado cada féretro a su familia. Los segundos, los que venían heridos al Hospital Militar Gómez Ulla, en los Carabancheles, para ser operados tan pronto allí llegaran.

Por tanto, subí al autocar del Ejército del Aire que nos llevó al Gómez Ulla. Tan pronto allí puse el pie en tierra, acudió a mi encuentro Gloria, pero sin los niños. Al pronto le pregunté, alarmada, por ellos a lo que Gloria, lacónicamente respondió

  •  Con tu madre.

Al punto, la alarma se trocó en miedo, angustia cas, ante lo que mi madre al respecto pudiera saber. Lo que Gloria hubiera aducido para dejarle a los cuatro críos.

  •  ¿Qué le has dicho para dejarle a los niños? ¿Qué te ha preguntado? Vamos, ¿qué sabe?

Gloria, evasivamente, repuso

  •  Chica, ahora eso es lo que menos debe preocuparte. Tú no estás del todo bien, menos al menos que deberías estar, y Dani quién sabe cómo llegará. Creo que ambas cosas son bastante más importantes que lo que tu madre pueda o no saber de todo esto. Como supondrás, le tuve que decir que Dani estaba mal, que tú estabas aquí, con él, y que yo también me venía a Madrid. Pero no te apures, que no pasa nada de especial particular. Tú, pendiente sólo de ti, y del hijo que llevas en tu vientre, el hijo de Dani que tanto ansías… Y de Dani cuando puedas ocuparte de él. ¡Y de nada más, mujer terca y “puñetera”!

Tuve que reconocer que a Gloria no le faltaba razón y, aunque a duras penas” logré desentenderme algo de lo de mi madre. ¡Para qué pensar en lo que ahora, realmente, no era ningún asunto inminente! ¡Ya me preocuparía de ello cuando no cupiera otro remedio!

Todavía tuvimos que esperar poco más de una hora para que las ambulancias que traían a los heridos empezaran a aparcar en el hospital militar. Entonces, al acercarme a esos compendios del dolor, pero también de la abnegación y, por encima de todo, del HONOR que eran nuestros heridos, nuestros muertos, por primera vez desde aquella tarde en mi casa de nuevo pude ver a Dani. Allí estaba, todo lleno de vendajes sanguinolentos tras horas de no ser cambiados, barba descuidada de varios días, pálido y delgado en demasía… Literalmente roto, casi aniquilado…

Y ante esa visión ya no pude aguantar más: En un momento un dolor intenso, desde lo más profundo de mis propias entrañas, se apoderó de mí; la vista se me nubló, las piernas perdieron toda fuerza negándose a sostenerme y, por finales, rodé por el suelo pues nadie se apercibió a tiempo de lo que me sucedía, de lo rápido que todo se produjo y sucedió.

La tremenda impresión al ver así a mi hombre, a mi idolatrado marido, desencadenó un parto prematuro: Había empezado a romper aguas y el bebé se empezaba a abrir camino para salir de aquel claustro, poco antes cómodo, cálido y confortable pero que en las últimas horas se le hacía más y más intolerable, insufrible en realidad, pues incluso casi le llegó a asfixiar, a matarle en alguna ocasión. E inmediatamente fui conducida a la zona de quirófanos. Allí, mientras Dani era operado en uno casi contiguo al que a mí me llevaran, nació nuestro primer pequeño, de Dani y mío: El pequeño nuevo Dani, pues efectivamente y como a ojos cerrados estaba segura que sería, fue un hermoso niño tras poco más de ocho meses de gestación, lo que impuso los cuidados de una incubadora por unos pocos días. Allí iba yo cada día para amamantarle… y verle arrobada, desde que pude levantarme y caminar, cosa que pudo ser en sólo un par de días.

Pues, a Dios gracias, pude recuperarme en tiempo récord, increíblemente rápido para lo mal que llegué al Gómez Ulla, terriblemente quebrantada tras aquellas largas horas de tremenda inquietud e intranquilidad por la falta de noticias concretas acerca de mi Dani, que me hacía pensar, aterrada, en lo peor respecto a mi eterno amor. Por más que intentara desechar tan negros presentimientos no podía, pues el pensamiento realmente es libre y aunque te empeñes en aventar los más horribles temores en el fondo no es posible, no puedes. Tu mente no lo permite, no cree que todo acabe bien, posiblemente por que el propio terror que ese “pasarle lo peor”  le causa, al propio tiempo trastorne esa mente.

La intervención de Dani fue un completo éxito, gracias a Dios. ¡Sí, cuántas gracias a Dios pude dar en esa noche, cuando casi todas esas circunstancias que verdaderamente me estaban matando últimamente, se fueron resolviendo poco a poco.

Hacia las seis de la mañana del día que fue el primero en la vida de mi bebé y con éste en la incubadora , vino a verme a la habitación que ocupaba el médico que acababa de operar poco antes a Dani, para tranquilizarme con la noticia de que, si bien mi marido tendría que estar una temporada en la Unidad de Cuidados Intensivos, la UCI, podía considerarse que ya estaba fuera de peligro, a menos que surgieran complicaciones en las próximas horas, cosa que honradamente entendía bastante improbable.

Llevaría Dani un par de días en la UCI, casi permanentemente inconsciente dados los dolores que sufría, que se los combatían con fuertes calmantes que, si bien no eran morfina ni nada que se le pareciera, sí que le mantenían bajo una soporífera somnolencia que le mantenía dormido casi todo el día, cuando inopinadamente y conmigo totalmente asustada tan pronto como la vi, se presentó mi madre. En esa primera visita a sus hijos, la mujer se condujo con un tacto y sangre fría increíbles. Me saludó muy, pero que muy afectuosamente, con todo su cariño de madre hacia mí, besándome en la frente y ambas mejillas, diciendo a continuación.

  •  Ya me enteré de lo de tu marido, mi querido sobrino además de mi yerno, y no sabes lo que celebro que saliera tan bien de la intervención quirúrgica.

Se volvió entonces hacia su hijo que había nombrado como sobrino y yerno, haciendo buena la especia que, respecto a Dani y yo, yo misma había propalado y mantenido. Lo difícil que tal cosa pudo resultarle, asumir y respaldar tamaña superchería, ella sólo lo sabrá por siempre, pero su propio amor de madre, absoluto y por entero desinteresado, le impuso el sacrificio aceptado por finales con la mejor de las disposiciones en aras de la propia y ajena estimación de sus tan queridos hijos. ¡Qué gran mujer y, sobre todo, qué gran madre nuestra madre!

Pues bien, como decía, la mujer se acercó a la cabecera de su hijo-yerno y con suma ternura de madre acarició el rostro, el pelo del ser entonces inconsciente, ignorante a cuanto a su alrededor sucedía. Seguidamente, ese rostro, esa cabeza tan amada, cubrió con sus besos de madre con el corazón roto por tanta, desde luego para ella, tragedia familiar junta: El saber a sus hijos unidos en pareja sexual de hambre-mujer, y el ver a su hijo casi roto, destrozado su cuerpo por una metralla que aún no podía comprender por qué le alcanzó, por qué tenía él que estar allí, tan lejos de ella, de sus nietos, los hijos de su hijo. El por qué ese hijo se había enrolado en esa milicia de verdaderos desequilibrados, que para ella era, había sido y siempre sería La Legión Española.

Pero así habían resultado ser las cosas, tercamente, contra toda razón para ella explicable, y ante la palpable realidad se había rendido y admitido, aún sin podérselo explicar.

Permaneció todavía un tiempo con nosotros, Dani y yo, en aquel cuchitril de la UCI, eso que en la jerga hospitalaria llaman Box, caja o cajón, que más a propósito el nombre no se lo podían haber puesto, con los servicios de médicos y enfermeras-enfermeros presentes, controlando la estabilidad de quienes estaban allí internados, y la no afluencia en exceso numerosa o extendida en tiempo, limitado a media hora, de las visitas.

Salimos al fin de la UCI y mi madre expresó su deseo por conocer a su nuevo nieto. Gloria callaba durante todo aquél tiempo de intensa tensión por mi parte, y supongo que también por la de mi madre. Entonces, yo quise explicarme con mi madre, pero ella me detuvo.

  •  Déjalo Ana, no te molestes en explicar lo que ya sé. No te preocupes ahora por nada, salvo por ti, tu… Bueno, tu Dani, sin más denominaciones o adjetivos, y por tu hijo, ese que lo es tuyo y de Dani, el que es doblemente nieto mío, por ser hijo tanto de mi propio hijo como de mi propia hija.

Y allí quedó, de momento, el asunto. Estas visitas de mi madre a se fueron repitiendo desde entonces casi a diario, pues a veces se alternaban Gloria y ella.

Y es que mi madre realmente llegó a Madrid la noche que Dani fue ingresado en el hospital Gómez Ulla, muy poco antes de que su hijo llegara al hospital.

Aquella misma mañana, tan pronto Gloria tuvo noticias fidedignas de Dani tras mi llamada, al filo del medio día tomó el coche, metió dentro a los cuatro niños y, un par de horas después, estaba en casa de mi madre.

Entonces, directamente, le plantó que Dani se alistó hacía meses en la Legión y ahora estaba, herido y grave, en Afganistán. La inmediata reacción de mi madre fue de desconcierto. Y de ira hacia Gloria.

  •  ¿Qué hiciste a mi hijo, mala hembra?
  •  Yo nada, madre. (Así llamaba Gloria a su suegra) Pregúntale a Ana, a tu hija.

Gloria entonces no quiso enfrentarse a esa madre por adopción. Mantuvo la calma y, sin acritud alguna, pero con toda firmeza en el gesto se limitó a dar a mi madre la carta que Dani me dejara en el buzón el día que se fue y yo olvidé en casa de Gloria.

Mi madre la tomó en silencio y en silencio la leyó, aunque con el dolor e indignación que esa lectura le provocaba marcados, momento a momento, en su rostro.

Cuando acabó la lectura tampoco comentó nada; simplemente devolvió la carta a Gloria al tiempo que decía.

  •  Deja aquí a los niños y ve donde debas ir. Pero, por favor, mantenme informada de cuanto pase con mis dos hijos…

Tan pronto Gloria supo por mí que Dani llegaría esa noche al Gómez Ulla se lo hizo saber a mi madre, que de inmediato se desplazó a Madrid con un taxi, llevando a sus nietos con ella.

Esa noche y las dos siguientes pernoctaron en el mismo hotel donde Gloria se hospedaba, pero en el tercer día todos ellos ocuparon un piso de tres habitaciones que la víspera alquilaran por un par de meses. 

Ah, se me olvidaba. Por primera vez desde que los soldados de España participan en eso que, en puro eufemismo, nuestro gobierno habla de “Misiones Humanitarias”, cuando a donde realmente manda a los hombres de España es a verdaderas guerras que se cobran sangre y vidas españolas, no se sabe bien a cambio de qué, ese gobierno se dignó conceder cruces al Mérito Militar con distintivo rojo, propio de acciones de guerra, que por tanto llevan emparejadas, amén de una mayor distinción militar, también una pensión  mensual vitalicia para el distinguido que puede pasar a su viuda, no sé si íntegra o minorizada. Pues bien, como digo, estas cruces se concedieron a todos los muertos y también a los heridos más graves, por lo que Dani se encontraba entre los así distinguidos.

Yo estaba ya por entero recuperada pero, al estar mi hijo todavía en la incubadora, para mejor amamantarle a sus horas determinadas también a mí me mantenían ingresada en el hospital. La verdad es que el Gómez Ulla se portaba estupendamente con las familias de los hombres allí ingresados por lo de Afganistán.

Pero tres semanas escasas después al bebé le dieron el alta hospitalaria, por lo que también yo debía salir del hospital, por lo que pasé a alojarme con el bebé en el piso que mi madre y Gloria ocupaban en Madrid. Entonces, los cuatro niños pudieron conocer a su hermanito. Aunque mis sobrinos no entendían bien cómo ese niño podía ser su hermano, lo aceptaron con el mismo entusiasmo que mis hijos, aunque tampoco éstos comprendieran, ni por asomo, cómo sus primos podían ser hermanos del pequeño… ¡Sin también ser hermanos de ellos dos!

Lo dicho: ¡Menudo lío de familia tenía formado!

Dani también mejoraba, de manera que a partir de llevar unos diez días en la UCI la potencia de las dosis de calmantes que le administraban fue reduciéndose, con lo que los ratos de consciencia se fueron incrementando poco a poco, de modo que al mes más o menos eran ya lo normal de su estado y unos diez días después, tras cerca de mes y medio de UCI, por fin fue trasladado a planta, a una habitación individual. 

Pero como él no podía salir de la UCI y allí el bebé tampoco podía entrar, mi hermano y marido no pudo conocer en todo ese tiempo a su hijo.  

A los dos días de estar Dani en planta, mi madre se empeñó en que las tres, ella, Gloria y yo fuéramos a verle dejando a los niños en una guardería próxima con la que ya había hablado. Así lo hicimos pero llevando al bebé con nosotras.

Cuando entramos en la habitación de Dani, (nos permitieron pasar al bebé para que su padre lo conociera), allí estaba el médico que le operó y desde entonces le atendía, con una enfermera, reconociéndole. Nos dijo al vernos que parecía increíble la forma en que se recuperaba, por lo que en un par de semanas, como mucho, le daría el alta hospitalaria con lo que podría volver a casa para terminar de recuperarse allí del todo. Quedaría la cosa de las quemaduras, ya prácticamente cicatrizadas, pero que como creía desde un principio, le iban a quedar secuelas en la cara sobre todo, no muchas, pero que mejor sería que un cirujano plástico las reparara; eso no sería difícil, sin riesgos en la práctica por lo que lo consideraba conveniente, pues podría recuperar por entero las facciones que antes tenía.

El médico y la enfermera acabaron lo que allí hacían y se marcharon. Entonces Dani tenía en sus brazos al bebé, y mi madre, muy seria le pidió a Gloria que se asomara a la puerta y avisara si alguien venía hacia acá. Se volvió entonces hacia mí y me dijo que me acercara a Dani y allí me arrodillara, uniendo mi mano a la de Dani. Me intenté resistir a eso pero Gloria intervino diciéndome, muy seria

  •  ¡Haz lo que tu madre dice, Ana!

Hice pues lo que mi madre quería, aunque sorprendida y un tanto recelosa. Y mi madre empezó a hablar  

  •  Daniel, puestos ante Dios Todopoderoso, y esperando Su perdón y comprensión a cuanto vamos a hacer, te requiero en Su nombre:
    • ¿Quieres a Ana aquí presente, como tu legítima esposa, para amarla, honrarla, cuidarla y respetarla hasta que la muerte os separe?
    • ¿La aceptas como tu esposa y mujer, siéndole absolutamente fiel hasta que la muerte os separe?
    • ¿Te otorgas a ella como su esposo y marido hasta que la muerte os separe?

Tras las positivas respuestas de Dani, más blanco y pálido entonces que una hoja de papel níveo, a cada una de estas preguntas, se dirigió a mí, que ya las lágrimas de emoción ante la entereza y comprensión de esa mujer, nuestra querida madre, hacia nosotros, sus hijos, siguió con esas preguntas del ritual canónico del sacramento del matrimonio

  •  Ana, puestos ante Dios Todopoderoso, y esperando Su perdón y comprensión a cuanto vamos a hacer, te requiero en Su nombre:
    • ¿Quieres a Daniel aquí presente, como tu legítimo esposo, para amarle, honrarle, cuidarle y respetarle hasta que la muerte os separe?
    • ¿La aceptas como tu esposo y marido, siéndole absolutamente fiel hasta que la muerte os separe?
    • ¿Te otorgas a él como su esposa y mujer hasta que la muerte os separe?

Y yo, llorando a lágrima viva y abrazada a Dani y nuestro hijo, que observaba la escena en completo silencio, sacando cuanto jugo podía a su chupete, absorto en lo que veía, como si pudiera comprender aquello que estaba pasando, respondí a todo que sí, sí, sí, como si afirmando a cada pregunta una sola vez no fuere suficiente.

La emoción, la… ¡Ni sé cómo explicar ni qué palabras usar para mejor expresar lo que entonces yo sentía! Solo atiné a tomar de la mano a mi madre, acercarla hasta nosotros tres, Dani, nuestro bebé y yo misma y hacer que los tres adultos nos fundiéramos en el abrazo más estrecho que imaginarse pueda, en una mar de lágrimas de dicha y felicidad los tres, que abarcaba también, por parte de cada uno de nosotros tres al pequeño nuevo hijo, nuevo nieto.

Nuestra madre, más repuesta ya que nosotros dos, Dani y yo, mirándonos con esos sus ojos llenos de tierno amor maternal por sus dos hijos, acariciando nuestras mejillas con sus manos, una para Dani, la otra para mí, nos besó a ambos en la frente y, alzándose, nos dijo.

  •  Que os queráis siempre mucho, tanto o más que ahora mismo. ¡Y que pronto me hagáis otra vez abuela, que esto de ser la única abuela posible de mis nietos, no está nada mal! ¡Pero que también Dios nos perdone a todos por esto, aunque… ¡No sé yo, porque esto es muy, pero que muy gordo!

F  I  N

 

  

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