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El reencuentro - Capítulo 4

en Erotismo y Amor

EL REENCUENTRO

Capítulo 4

 

El 3 de Agosto dormimos ya en la casona ancestralmente familiar y al día siguiente, tras ducharme y tomar el desayuno que mi madre nos impuso a todos, salí a dar una vuelta por el pueblo, paseando en el más absoluto incógnito hasta llegar la plaza Mayor, única por cierto del pueblo, y a pocos metros de casona.

Al llegar a la plaza me planté casi en su centro, admirando la belleza arquitectónica que en sí es esa plaza que en mis lejanos años mozos no aprecié como debía: Construida en el siglo XVI es de planta rectangular cerrada en tres de sus lados por magníficos edificios de estilo renacentista con pórticos corridos en sus bajos soportados por arcos de medio punto, todo ello construido en piedra. El cuarto lado se abre a una pequeña plazuela donde se alza la iglesia parroquial, de estilo gótico con extensiones renacentistas a sus costados. Entre estas extensiones renacentistas se incluye la hermosa torre del campanario de curiosa planta rectangular. Llama la atención una segunda torre, también de forma rectangular, que aparece al lado derecho de la del campanario, separadas ambas por un angosto callejón que rinde en la plaza. Esta segunda torre pertenece al conjunto de uno de los edificios porticados que cierran la plaza y el conjunto de las dos torres ofrece una vista impresionante cuando se accede a la plaza desde la calle Mayor. Bueno, lo verdaderamente impresionante es la misma visión del conjunto de esta plaza al acceder a ella desde la citada calle Mayor. Resulta verdaderamente impresionante por su belleza sobria, sencilla pero monumental; una de las muestras arquitectónicas más bellas de España. En esta plaza se encuentran, amén de la iglesia parroquial, el ayuntamiento y el casino además de varios bares

Llevaría pocos minutos plantado allí, en mitad de la plaza, cuando me sorprende una voz a mis espaldas

·        ¡Javier, Javier Andrade! ¡Dios, cuánto tiempo

De inmediato reconocí la voz. ¡Ella, Carmen! ¡Señor, que tuviera que ser precisamente ella la primera persona conocida con quien me encontrara al regresar al pueblo después de tanto tiempo! ¡Suerte la mía!

Quedé uno segundos sin reaccionar al fin de los cuales me empecé a girar hacia donde venía la voz, pero no me dio tiempo a nada, pues de pronto me encontré con Carmen que, llevando sus manos a mis hombros, me besaba en ambas mejillas

·        ¡Cuánto tiempo, Javier, cuánto tiempo! ¡No me puedo creer que estés aquí

Carmen se había separado de mi, y, ¡Dios mío, qué guapa estaba! Los años se habían portado muy bien con ella, pues estaba mucho más hermosa y deseable que nunca. Desde luego, el matrimonio, el o los embarazos le habían sentado estupendamente. ¡Maldita suerte la mía!

Cuando logré reponerme algo le devolví los ósculos en las mejillas y pude empezar a hablar

·        Hola Carmen, yo también me alegro de verte. Sí, ha pasado algún tiempo desde la última vez. Exactamente, el próximo día 15 hará doce años.

Carmen se puso seria de golpe y bajó los ojos un momento. Pero enseguida también ella se repuso y, alzando de nuevo la cabeza, siguió hablando.

·        Te veo muy bien Javier, desde luego cambiado, muy cambiado, pero bien. ¡Hasta me pareces más guapo!

·        ¡Tú sí que estas, no ya más guapa, sino por entero espléndida!

·        Hombre, gracias por el cumplido. Tú, tan galante como siempre. ¡Pero cuéntame, Javier, ¿qué es de tu vida? Supongo que te habrás casado, ¿cuántos hijos tienes?

·        No Carmen, no me casé, sigo soltero... y sin compromiso. Tú creo que sí te casaste, incluso me dijeron que tienes un hijo. Bueno, a estas alturas supongo que más de uno. Me alegro por ti Carmen, de verdad que celebro que seas feliz

El rostro de Carmen por un momento se ensombreció y su mirada se perdió en una nada más allá de mi, del horizonte diría, pero fue sólo eso, un momento. Enseguida volvió hacia mi sus ojos, e intentando esbozar una sonrisa me dijo.

·        Sí Javier, me casé... y sí, tuve un hijo... Lo siento Javi, pero no me puedo entretener más. Lo dicho, me alegro mucho de volverte a ver. Hasta otro momento.

Quedé allí, donde estaba, viendo cómo se alejaba de mi y desaparecía calle Mayor abajo, sin moverme. No entendía esa reacción,... ¿Por qué se había ido así? ¿Había dicho yo algún inconveniente? Pienso que no, nada de particular le había dicho, pensaba yo al menos.... ¡Bah, mujeres! Me dije y también yo marché calle Mayor abajo a mi casa.

Pasó otro par de días, tal vez tres, a lo largo de los cuales volví a ver algún viejo amigo que otro, pero el tiempo no pasa en balde y lo que en otro tiempo nos uniera ya no existía. Sí, nos conocíamos, recordábamos juntos tiempos pasados pero el presente no nos unía, en este aspecto realmente éramos desconocidos, nada había en común entre ellos y yo. Entre ellos sí, pues para ellos el tiempo sí transcurrió en común.

En fin, que todo se acaba algún día en este mundo. Empezaba a estar incómodo en el pueblo y me arrepentía de haber venido, incluso pensé decir a mis padres que prefería volver a Madrid, o mejor aún, a la casa de la sierra madrileña pero al cuarto o quinto día de estar allí volví a ver a Carmen.

Era ya media tarde, como las siete o tal vez las ocho, cuando la vi venir calle Mayor abajo hacia mi. Yo estaba sentado, solo como casi siempre, en la terraza que la confitería del pueblo montaba en la calle Mayor durante el verano, confitería que también funcionaba como cafetería y heladería bastante aceptable. Y tan pronto como la vi acercándoseme me levanté saliéndole al encuentro y con toda mi cara me hice el encontradiza con ella, aunque bien sabía que ella me había visto allí sentado. Audacias que a uno de vez en cuando se le ocurren. 

·          ¡Hombre Carmen, qué grata sorpresa coincidir otra vez contigo!

·        Hola Javier, lo mismo digo. Celebro verte.

Me emparejé con ella y caminamos calle abajo hablando de naderías, frases hechas y conversación insulsa, hasta que llegamos a su casa

·        Bueno, supongo que te quedas aquí, luego creo que aquí nos separamos

·        No Javier, la verdad es que me apetece seguir paseando otro poco. ¡Hace una tarde tan buena, tan fresca!

Seguimos paseando calle Mayor abajo pero, sin saber por qué, los dos, Carmen y yo habíamos guardado silencio. Yo intuía que ella quería hablar de algo en concreto, pero al parecer le costaba trabajo empezar, y yo tampoco quería forzar otra conversación intrascendente que a nada conducía, prefería darle tiempo para que encontrara la forma de decir lo que de seguro quería decirme. Inconscientemente le tomé una mano, ella se volvió a mirarme y sonrió un momento... ¡pero no retiró su mano de la mía! Seguimos caminando otro trecho, también en silencio. Apreté la mano que de ella retenía con la mía y ella, mirándome de nuevo en silencio, volvió a sonreír.

Pasamos el arco que se alza a la altura del piso de la casa del médico, pariente mío por parte de mi madre. Bueno, el pariente realmente es la mujer del médico, prima hermana de mi madre. Y seguimos calle abajo

·        Verás Javier, yo me quería disculpar contigo por la forma que tuve de separarme de ti el otro día. Sé que estuvo mal

·        Carmen, tú no te tienes que disculparte con nadie y menos conmigo. Tus razones tendrías y con eso a mí me basta.           

·        No Javi, no es suficiente. Gracias por la confianza que en mi tienes, de verdad que lo valoro. Eres el amigo fiel y leal de siempre; y eso a pesar de todos los pesares, de bonanzas o duras tempestades... provocadas además, por mi misma. Por eso quiero darte esta explicación, porque la mereces, porque mereces saberlo todo de mí. Verás, aquella tarde lo pase mal, muy mal viéndote, viendo cómo tú lo estabas pasando. Cuando te marchaste yo también me fui. No aguantaba más la alegría del casino, la música... en fin todo eso. No te amaba ni creo que te ame, la verdad Javi,... lo siento pues mereces que yo correspondiese a tu amor pero, ya sabes, en eso no se manda ni el cerebro raramente atiende a razonamiento alguno, pero te quiero de verdad, y bastante más de lo que seguramente imaginas. De modo que marché a casa rogando a Dios que “aquello” te durara poco, que lo superaras y que pronto te fijaras en otra chica que pudiera quererte como mereces. A la mañana siguiente, cuando supe tu desaparición, el mundo se me cayó encima. Me sentí culpable de cuanto pudiera sucederte. Fui a pie al Santuario de la patrona y, postrada a sus pies, le rogué por ti; hasta hice propósito de aceptarte por novio si aparecías. Pero no apareciste. Con mis padres volví a Valencia antes aún de las fiestas, que por cierto estuvieron a punto de no celebrarse. Y no volví al pueblo hasta hace tres años, que regresé para el verano y desde ese año he vuelto todos los veranos. A los tres años de lo “tuyo”, conocí a un hombre en Valencia, un sargento de los paracaidistas del Ejército que casualmente pasaba unos días de turismo junto al Turia, y Javi, me enamoré de él hasta el tuétano, con lo que otros dos años después me casaba con él y enseguida quedé encinta dando a luz a un niño. Pero él, Esteban, era un hijo de mala madre, uno de esos mujeriegos compulsivos que me “los puso” con todo lo que llevara faldas y pasara a su vera. Un cazador de hembras que no perdonaba ocasión para añadir nuevos “trofeos” a su ya extensa colección. Luego supe que, hasta en el viaje de novios se citó con una para cuando volviéramos a Alcantarilla, donde estaba destinado. Pero además resultó ser un violento, uno de esos tíos muy “machos” que para imponerse a las mujeres no dudan en arrearles palizas de muerte. Y a mí me la pegó una noche que no quise satisfacerle por que ya estaba en un estado muy avanzado de mi segundo embarazo y me encontraba muy mal, con muchas molestias y dolores; y es que ese embarazo lo estaba llevando muy mal desde el primer momento. Acabamos en el hospital y yo abortando de una patada que me dio. Cuando me recuperé, cogí a mi hijo y con él me marché de casa. Esteban, cuando supo que lo había abandonado ni se molestó en buscarme. ¡Poco a gusto que debió quedarse campando a sus anchas!. Como sabes, yo hacía magisterio y cuando me casé llevaba casi tres años ejerciendo en una escuela nacional (1) pero cuando me casé pedí una excedencia, con lo que al dejar a mi marido lo primero que hice fue requerir volver a ejercer, pero resultó que para entonces no había plaza libre por lo que tuve que esperar tres años hasta que logré plaza en propiedad de nuevo

A todo esto, paseando y paseando, llegamos al final de la calle Mayor, a una especie de plazoleta ajardinada y con bancos para sentarse, que se abría justo enfrente del llamado Camino de la Virgen, un caminillo de tierra que bajaba serpenteando hasta la carretera nacional que bordeaba el pueblo por el oeste, y por el que los fieles subían la imagen de la Virgen Patrona al pueblo en el día de su fiesta. Nos habíamos sentado ya cuando Carmen calló.

·        Siento todo cuanto te ha pasado Carmen. Pero los malos tragos tienen de bueno que algún día se acaban, y paréceme que para ti eso ya pasó. Lo importante Carmen es que disfrutes con tu hijo, que te devores la vida y no vuelvas nunca la vista atrás, sólo hacia delante, que es el futuro, la solución muchas veces de casi todo lo que nos pasa en la vida, por que el futuro es el tiempo que todo lo cura. Alegra tu vida, Carmen, ríe a la vida y disfruta todo lo que puedas. Es la solución definitiva para casi todo: Disfrutar de cuanto la vida nos pueda ofrecer lícitamente.

·        Gracias Javier. Sí, es un buen consejo. Y realmente, eso es lo que hago desde hace algún tiempo. ¡Qué buen amigo eres y cuánto te quiero por ello! Qué bien me encuentro contigo Javier, qué bien.

E, inopinadamente, se incorporó y me besó en la mejilla. Seguimos hablando un rato aún, en tono menos trascendente desde luego, hasta que, consultando un momento el reloj, Carmen se levantó diciendo

·        ¡Señor, qué tarde se nos ha hecho, si son ya casi las diez y mi hijo con su abuela desde casi las cinco! Me voy Javier, mañana nos vemos si quieres, a eso de las seis de la tarde te espero en casa, ¿de acuerdo?

Volvió a inclinarse sobre mí poniendo sus labios otra vez en mi mejilla y se incorporó levantándose a continuación, para empezar a caminar calle arriba. Se detuvo un segundo, volviéndose hacia mí, como esperándome. Yo también me levanté, caminé unos metros hasta ella y la tomé de la mano, pero no para emparejarme con ella y regresar así hacia su casa. No, no hice eso, sino que atrayéndola hacia mí con su mano, con suavidad pero con firmeza, hasta tenerla muy, pero muy cerca de mí. Entonces, mientras seguía reteniendo su mano en la mía y así la seguía acercando a mí, el brazo libre se lo pasé por la cintura de forma que la palma de la mano quedó hacia la mitad de su espalda. Y me la acerqué hasta estrechar su pecho contra el mío, en tanto que mis labios buscaban la miel de su boca, quedando ambos labios unidos por unos segundos, ¿un minuto tal vez? No sé, puede que más. ¡Y Carmen no me rechazó! Ni un intento por separarme o apartarse ella de mi; ni siquiera intentó liberar su mano de la mía, sino que la mantuvo allí, abandonada a mi mano. Pero tampoco respondió a mi caricia, su boca se mantuvo cerrada, sin la menor oportunidad para que me embriagara en la dulzura de su boca, de su saliva, de su lengua...  Nada, ni la menor concesión a este respecto. Simplemente se quedó pasiva, dejándose hacer... No obstante, con claridad llegaron hasta mi los latidos de su corazón, diría que algo más acelerados de lo que debía ser lo usual.

Por fin, corté el contacto con sus labios y la miré hondamente. También ella fijó en los míos sus divinos ojos oscuros como piélago, me acarició por un momento la mejilla con enorme ternura y, con gesto un tanto serio pero en absoluto adusto, dijo

·         Esto no estuvo bien Javier.

Y, dándome la espalda, se empezó a alejar de mí a paso vivo. Estaba ya a un trecho de donde yo estaba, cuando se detuvo, se volvió hacia mí y añadió

·        Javier, no creas que me voy así, tan deprisa por nada en particular; es simplemente que mi madre lleva ya bastantes horas con su nieto, y tampoco eso está nada bien. Hasta mañana Javier, ya sabes donde te espero, en casa hacia las seis de la tarde.

Me envió otro beso con la mano y siguió hacia su casa, a paso aún más vivo.

Me quedé allí, donde estaba, de pie, hecha un pequeño lío mi cabeza. ¿Qué significaba todo aquello? Desde luego, no había respondido a mi beso pero no sólo no me había rechazado sino que, al parecer, mi acto no la había ofendido, ni siquiera parecía haberla molestado.

Lo único que hizo fue no colaborar conmigo, pero me había acariciado con dulzura cuando me separé de ella, eso lo tenía claro; y quería seguir viéndome, pasear conmigo... Lo dicho, ¿qué significaba todo eso? ¿Ese sí pero no, o no pero sí? No me lo explicaba. Y tampoco quería explicármelo entonces, no quería pensar en ello, ni entonces ni después. Mejor dejar así las cosas. Otra cosa también tenía clara: Carmen me quería, me quería muchísimo, como amigo, sí, pero ahora... mejor era eso que nada. Luego, ya se vería, Dios lo dirá. 

El día siguiente lo pasé en ascuas, haciéndoseme eternas las horas hasta dar las seis campanadas en el reloj de la plaza. Entonces, presuroso y con el alma en la mano, anhelando verla, me dirigí a su casa, vamos, la de sus padres. Cuando llamé a su puerta me abrió ella misma, vestida, dispuesta a salir con un precioso vestido azul celeste que le quedaba como hecho para ella por el mejor modista de París. Y bonita, muy, muy bonita, de verdad hermosa. Y me dije: “Javier, fíjate, se ha preparado para ti, para gustarte, gustarte a ti, no a otro.” Al menos, así lo pensé.

Como venía siendo ya costumbre, me recibió con un beso en la mejilla, saludé un momento a sus padres y me dijo ella entonces.

·        Javier, ¿tendrías inconveniente en que venga mi hijo con nosotros?

Como es de esperar contesté que no, que ni hablar. Que además no le conocía y quería conocerle. Por finales dije: “Sabes que todo lo tuyo me interesa, y un hijo tuyo más.” Ella agradeció el cumplido con otro beso, también en la mejilla claro, y con un: “Eres un cielo Javier” 

Y por fin salimos a la calle. Quise que el chaval fuera entre nosotros dos, tomándole cada uno de la mano, pero Carmen dijo que no. Tomó a su hijo con la mano derecha y con la izquierda se colgó de mi brazo. Antes de despedirnos le pregunté si no le gustaría que hacia el medio día nos sentáramos en alguna terraza de la plaza a tomar lo que todavía se decía el “vermu”, es decir, cualquier bebida alcohólica, vino o cerveza prioritariamente, con algunas “tapas”, gambas, sepia, calamares o algo más prosaico como oreja de cerdo, callos o simples “patatas a la inglesa”, a lo que me dijo que le gustaría mucho, con lo que pasaba ya a buscarla a eso de las doce del medio día y estábamos juntos, casi siempre solos los dos, hasta las dos y media de la tarde en que la devolvía a su casa para volver a buscarla a las seis de la tarde. 

Estas salidas desde aquel primer día, cuando la besé, se hicieron diarias. A veces, las menos, Carmen acudía con su hijo al que le tomé cariño: Veía en él al hijo que hubiese querido tener con ella y no era raro que yo mismo le tomara a veces en brazos. Hubo días que iba a buscarla antes, a veces incluso antes de las cinco de la tarde y pasaba una hora o más en su casa, departiendo con sus padres. A veces, cuando Carmen no tenía ningún trajín que hacer en casa, (ella se ocupaba prácticamente de todo en casa, sin dejar a su madre hacer prácticamente nada) también mi “novia”, como muchos por el pueblo empezaban a llamarla, se unía a nosotros, sentándose junto a mi y con su hijo bien en las rodillas de ella o bien en las mías. Me gustaba jugar con él, levantarlo a lo alto entre sus risas, incluso francas carcajadas, y no era raro que alguna vez besara su rostro o su frente.

Y sí, llegamos a parecer “novios” al andar por la calle. Yo enseguida me tomé la libertad de pasarle el brazo sobre los hombros al principio, pero después empecé a enlazar el brazo por su cintura y ella lo aceptó así desde el primer momento, enlazando además mi cintura con su brazo en un abrazo más que evidente. Incluso si llevábamos al niño con nosotros así íbamos, con el niño cogido bien de su mano libre bien de la mía. Hasta se dio que cuando nos internábamos en zonas de la calle poco iluminadas, ella a veces gustaba de reposar su cabeza en mi pecho, allá donde éste está más cerca del omoplato. 

Y con esto los líos de mi cabeza iban en aumento. De nuevo la vieja pregunta: ¿Qué significaba aquello? Que... ¿por fin me aceptaba, que aceptaba mis caricias, que podría besarla, tomar entre mis manos sus dulces senos y acariciarlos, besarlos, lamérselos, hasta chupar y succionar sus pezones, esas piedrecitas duras y erectas que a veces adivinaba bajo sus blusas y camisas, bajo el leve tejido de sus vestidos? Y siempre concluía en que mejor no intentar nada que la pudiera enojar y ponerla en guardia frente a mi. Aquello que libremente me daba me transportaba al cielo que nunca llegaría a alcanzar por completo, me hacía feliz y dichoso, y si un día lo perdía... También me decía que eso no podría durar mucho, que algún día se presentaría un hombre que se la volvería a llevar con él... ¡Pero mientras ese día llegara!... 

Así pasaron otros pocos días, hasta que una tarde-noche, en aquella plazoleta del final de la calle Mayor, frente al Camino de la Virgen, con ella recostada sobre mi pecho sin hablar, en uno de esos silencios que entre nosotros a veces se producían, de pronto empezó a hablar sin mirarme siquiera

·        Javier eres lo mejor que en años me ha pasado. Esteban me hizo pasar mucho y esas heridas las he llevado a flor de piel hasta ahora mismo. En mi hijo encontraba las fuerzas y ganas de vivir que de otra forma no sé si hubiera encontrado. Pero regresaste, te encontré y volví a vivir por mí misma. (Separó el rostro de mí, se incorporó y, mirándome, prosiguió) Me has rodeado de cariño... y seguridad. Me estás haciendo otra, alguien más cercana a lo que fui. Pero tú, mi Pigmalión (2), no eres el mismo que fuiste: Apenas si sonríes y no te he visto reír ni una vez. Antes eras muy niño, muy ingenuo y por eso a veces parecías delicioso pero otras insufrible. Ahora en tus ojos, en tu mirada no hay ingenuidad, infantilidad menos. Todo eso se trocó en seguridad, pero una seguridad fría como acero. Y mucha dureza, dureza que impone, que casi asusta. ¿Qué te ha pasado Javier? Ni yo ni nadie en el pueblo sabe nada de ti, de lo que has sido, lo que has hecho, a lo que te has dedicado todos estos años de ausencia. Sólo que un día desapareciste, nadie se explica por qué pero yo sí, y que ahora has reaparecido. ¿Quién eres Javier? Repito, ¿qué te ha pasado en todos estos años para cambiar así? Javier, me siento responsable, culpable de lo que te haya pasado y necesito saber, saber lo sucedido. No me atrevía a preguntarte nada y lo hice a tu hermana. La vi antes de ayer y la abordé para saber algo de ti. De nada me sirvió pues no me soltó prenda. Solamente saqué en limpio que no vives en casa sino por tu cuenta y que vives muy lejos. Por favor Javi, háblame, dime lo que te ha pasado. Necesito saberlo, de verdad que lo necesito.

·        Carmen, lo primero que debes tener en cuenta es que tú no eres responsable de nada y, aún menos, culpable de cosa alguna. En el amor no se manda, el amor no responde al razonamiento ni la voluntad, es espontáneo y surge o no surge. En mi surgió pero en ti no. ¿Es eso culpa de alguien? No Carmen, nadie es culpable de ello ni tiene responsabilidad que valga. Quítate de la cabeza esos pensamientos, esos pesares y vive Carmen, disfruta de la vida, por ti y por tu hijo. En cuanto a lo otro, sí, vivo muy lejos, nominalmente en El Aaiún, Sahara español, aunque efectivamente sea en pleno desierto, entre sus arenales y pedregales. Allí, en una pequeña aldea saharaui, está mi puesto de mando como teniente jefe de una sección de vigilancia fronteriza de la Legión. Sí Carmen, soy militar, Caballero Teniente Legionario exactamente.

Y le conté todo. Mi plan de “suicidio heroico” con la fuga a Madrid, la descarga de camiones, el alistamiento en la Legión con la renuncia a tal suicidio; la guerra en el Sahara... y Edchera con las dos heridas y, cómo no, mis dos medallas. La experiencia mercenaria en Katanga y el horror allí vivido, mi decisión de hacerme oficial y cómo lo logré. Pero sobre todo mi identificación total con la Legión, con ese espíritu que me redimió e hizo de mi un ser diferente: Lo que ahora era.

Carmen me había escuchado en silencio, sin decir palabra, sin interrumpirme en ningún momento. Sólo su rostro, el gesto de sus labios se tensó, se contrajo en algunos momentos, y a ratos hasta creí que rompería en llanto, de lo apretados que ponía los dientes. Y cuando acabé de contar siguió en silencio, pero me abrazó, me abrazó de verdad pues, por primera vez en la vida, me echó los brazos al cuello y, rodeándole con ellos, presionando con sus brazos para estrecharse contra mí, me besó... ¡En los labios!... Quedé de una pieza, sin saber qué hacer; y me quedé quieto, sin tomar iniciativa alguna, dejando que fuera ella quien las tomara. Mis esperanzas de que, por fin, me diera un beso de amor, se me entregara al fin, aunque solo fuera un poquito, se fueron al traste pues ella no hizo intención alguna de abrirme su boca. Pero algo era algo y notarla tan cerquita de mi, sentir el divino calor de su cuerpo junto al mío era más que suficiente. Nunca, nunca antes había estado tan unida a mí. Me trataba con un cariño como jamás me tratara. Y las esperanzas de que alguna vez me viera como algo más que un amigo.... No, mejor ni pensar en eso.

Y pasaron más días: Se celebró, un año más, la festividad de la Asunción de la Virgen al Cielo, la famosa en España Virgen de Agosto del día 15, con su baile en el casino al que asistimos Carmen y yo bailando y conversando los dos solos toda la tarde y hasta bien entrada la noche seguimos juntos, paseando por la calle Mayor hasta bajar hasta la gasolinera. No teníamos prisa ni ganas de separarnos, juntos, muy juntos los dos, enlazados mutuamente por la cintura con ambos brazos como novios, pero de aquellos novios que eran no ya nuestros padres sino nuestros abuelos, de acrisolada castidad, sin un mal beso o tocamiento mínimamente erótico. Al fin ella, mirando su reloj que decía que ya era casi la una de la madrugada me dijo.

·        No me separaría nunca de ti Javier, pero es ya muy tarde y mis padres pueden estar hasta alarmados por mi tardanza. (Riendo) ¡Gajes de ser chica! A ti en cambio, como hombre, no te dirán nada cuando llegues a casa. Además, ¿quién se atreve a decir nada a un bravo legionario?

Ahora rió abiertamente, a carcajada limpia. Y los dos juntos, sin separarnos ni romper el abrazo que nos unía emprendimos el regreso a su casa, calle arriba aunque a veces fuera más bien cuesta arriba. Cuando llegamos a su puerta insistí en entrar con ella para dar la cara ante sus padres por la tardanza. Yo era consciente que en mi sus padres veían no ya al buen amigo de su hija sino al novio de ella, a un novio formal del que estaban seguros que la haría feliz, y yo entraba en su casa con esa confianza. A veces hasta me parecía que también ella me trataba así, tanto cuando estábamos los dos solos como en su casa con sus padres. Su confianza para conmigo estaba más a ese nivel de familiaridad que al de simple amigo.

Los días siguieron pasando uno a uno, más rápidamente de lo que desearíamos y se acercó el día fatídico en que mi permiso se acabaría debiendo volver al desierto. Entonces, cuando paseábamos, juntos y abrazados como nunca, apenas si hablábamos, sólo sentíamos la proximidad de la separación. Porque estuve seguro de que para ella era tan duro e indeseable como para mí, incluso estoy seguro de que más indeseable que para mí. Lo demostraba con sus arrebatos de cariño muy poco propios de amiga sino de novia atribulada ante la próxima separación, eso sí, novia a la antigua, sin asomo de erotismo en sus caricias pero vívidamente sentidas. Me besaba las mejillas y hasta los labios alguna vez, sin abrirme francamente la boca, eso sí, pero con una intensidad, una muestra de bastante más que amistad que me embriagaba. Pensé en proponerle que viniera conmigo cuando tuviera que marcharme pero no me atreví. ¡Ahí es nada, proponerle venir a enterrarse conmigo en el desierto! 

Pero este asunto fue ella misma quien lo resolvió. Fue el 28 de Agosto, dos días después de la tradicional subida al pueblo de la Virgen Patrona desde su ermita. Como ya era costumbre de estos últimos días juntos pasamos casi toda la tarde casi sin hablar, solo disfrutando los dos de la mutua compañía. Acabó por caer la noche y el frescor de esas horas hizo que Carmen se acurrucara más en mi pecho y yo, galante, le pasé por los hombros una chaqueta de punto que traía puesta. Como también era ya costumbre estos encuentros se prolongaban hasta más tarde, hasta las doce y más de la noche a veces. Entonces, cuando serían algo más de las doce y a punto de separarnos, ella rompió el silencio. ¡Y de qué manera! 

·        Javier, te lo dije antes y lo repito: Eres lo mejor que me ha pasado desde hace tiempo; tú y mi hijo sois lo único que realmente tengo. Quiero ser sincera contigo. No sé si te quiero o no como tú deseas que te quiera, pero sí sé que el cariño con que me rodeas, tan tierno, tan suave, tan lleno de dulzura me gusta y dependo de él como del aire para respirar. Y que me encanta cuando me miras embobadito, saltándote de los ojos ese amor inmenso con que me distingues. Pero, ¿sabes? Lo que más me gusta de todo es ver en tus ojos la pasión, el deseo tan profundo que te causo; sé que no es el deseo animal de un macho, sino el deseo que un hombre inspira el amor por la mujer que adora. Sí Javi, me chifla verte tan... tan... “así” por mí. Y, ¿sabes una cosa? El recuerdo de esos sentimientos que tu compañía me provoca se apodera de mi…. cuando estoy sola en mi cama; invariablemente, me planteo: ¿Cómo habría sido mi vida si te hubiera aceptado hace doce años? Y… ¿sabes? Entonces sé que quiero estar contigo, acostada contigo y que me embriague tu amor; entonces quiero abandonarme a ti, dormirme entre tus brazos, arrullada por tu cariño y contigo aún dentro de mí haciendo reverdecer mi jardín como la lluvia primaveral hace florecer la campiña. Y despertarme por la mañana en tus brazos henchida de tu amor, para en la noche dormirme otra vez como en la anterior. Y volver a despertarme al otro día igual que el día de antes.... y así proseguir todas las noches y las mañanas por el resto de nuestra vida

Carmen calló pero, lanzándome los brazos al cuello, buscó mi boca… abriéndome por primera vez la suya; yo, por pura perplejidad ante el hecho, aún mantenía la mía cerrada; entonces de nuevo fue ella quien, tomando por entero la iniciativa de nuestros actos, con su lengua, empujando suave, dulcemente sobre mis labios, la abrió e invadió mi intimidad bucal con un cariño enternecedor que, sin embargó despertó en mí todos esos anhelos de amor largamente guardados para mí que explotaron arrebatadoramente en la respuesta a su maravillosa caricia.

Cuando nuestros labios se separaron un momento para recuperar algo el resuello, Carmen volvió a hablar.

·        ¿Me aceptas Javier, cariño mío? ¿Nos aceptas a mí y a mi hijo? ¿Querrás ser mi marido y como un padre para mi hijo? Porque yo no puedo renunciar a ninguno de vosotros dos, ni a ti ni a mi hijo, ambos sois mi vida, mi bien, mi razón de existir. ¿Querrás querido?

·        Carmen… ¿Esto no es un sueño? ¿No tendré que despertar luego?  Carmen cariño, por el niño no te preocupes, es nuestro hijo, el que debimos haber tenido tú y yo hace años, el mayor de los hermanitos que seguro le seguirán

Carmen volvió a embriagarme con su boca, se incorporó y, arrastrándome tras ella, enlazados como novios, como pareja de enamorados, emprendimos la marcha hacia su casa, su cuarto, su lecho que esa noche, por fin compartiría conmigo.

Al tiempo, mientras besaba mi mejilla, decía.

·        Javier ¿te he dicho antes que eres un cielo de marido? 

Cuando a la mañana siguiente despertamos y salimos a desayunar los padres de Carmen ya habían desayudo. Con ojos chispeantes nos saludaron diciendo

·        Vaya “tortolitos”, que ya era hora de que os despertarais

Ni Carmen ni yo despegamos los labios, un tanto cohibidos por haber salido del dormitorio en pijama y camisón, con el pelo revuelto y cogidos de la mano, ante los padres de ella. Pero esto, el ver nuestro embarazo ante la situación, les hizo romper a carcajadas, en tanto que el padre nos decía.

·        ¡Menos mal que al fin os decidisteis! Ya creía que por finales, tú Carmen, ibas a dejar que Javier volviera a marchar solo. ¡Porque lo que es por mi querido yerno…! Aviados estábamos, con su sentido del respeto y caballerosidad hacia ti hija. Porque desde luego tú Carmen has sido la que solucionó el asunto.

Aquí también nosotros rompimos a reír, satisfechos por la reacción de los padres  de ella; vamos, los que ya eran mis suegros.

Desayunamos amenamente, aunque los colores a la cara nos los volvieron a hacer aflorar, en especial a Carmen que se puso roja cual amapola cuando su madre le espetó.

·        Por cierto Carmen, que anoche fue “movidita” de verdad porque hija…¡Menudos gritos que soltabas!

Pero quien puso la “guinda” esta vez fue su padre cuando añadió  

·        No, no eran gritos lo que soltaba, ni siquiera alaridos, sino rugidos, rugidos de tigresa en… bueno, tigresa en… “eso”

Y lo que ya resultó el acabose fue cuando su hijo, Esteban claro, saltó diciendo.

·        Es verdad mamá, ¿Por qué gritabas tanto anoche? ¿Te hiciste mucho daño? ¿Fue Javier el que te lo hizo? Porque si fue él ya no le voy a querer más.

Eso ya fue demasiado para Carmen, cuyo rostro había adquirido a esas alturas una rojez casi bermellón y estaba por entero envarada en su asiento, lanzando miradas asesinas a sus padres. Pero eso resultó ser peor aún para ella, pues mis suegros rompieron en francas carcajadas a las que de buena gana me sumé yo, para verdadera condenación de mi mujer, que a punto estaba de salir corriendo a esconderse en su cuarto. Yo entonces me levanté a sosegarla un poco, con besos en las mejillas y diciéndole que no se enfurruñara, que sus padres sólo le lanzaban bromas por lo grato que les resultó sentir cómo nos queríamos. Y mi suegra ayudó a mejorar el ambiente para su hija al coger en brazos a su nieto mientras le decía

·        Esteban, cariño mío, Javier no le hizo anoche ningún daño a mamá. Lo que pasó es que la quiso tanto que mamá empezó a gritar por la alegría del cariño de Javier.

Nadie hubiera podido explicar mejor y con más sencillez que aquella sencilla mujer lo que para Carmen fue la noche pasada, cuando disfrutó por fin del amor de un marido rendido a ella y ella misma pudo disfrutar también del mismo amor que a su vez entregaba a su marido. 

De aquella nuestra “Noche de Bodas” nos separan ya bastantes años, casi treinta, y tanto Carmen como yo mismo nos abocamos a la sexta década de nuestra vida.

Desde entonces Carmen me ha seguido fiel y amorosa allá donde la Legión tuvo a bien enviarme. Vino conmigo y nuestro hijo Esteban, ese que ella me donó cuando me eligió como el definitivo compañero de su vida, a El Aaiún, desde donde quiso venir tras de mí hasta la aldea donde, en pleno desierto, tenía mi puesto de mando. Pero yo se lo impedí, me negué en redondo. Esteban, nuestro hijo, tendría que asistir al colegio y después al instituto y eso sólo sería posible en la capital del Sahara. Así lo entendió también ella y alquilamos una casita; vamos un piso, coqueto pero algo pequeño, con sólo dos alcobas, pero suficiente para nosotros entonces, luego Dios diría. Piso que Carmen supo hacer acogedor y confortable con esa maravillosa sensibilidad que posee, ese cariño que es capaz de poner en todo. Pero tampoco dejaba crecer la hierba en el camino entre El Aaiún y la aldea, pues cada dos por tres allí se presentaba, con o sin nuestro hijo. Me decía mientras reía de buena gana.

·        No quiero que mi maridito pase muchos días sin la “cosita” de su mujercita ni tampoco quiero yo pasar demasiados días sin la “cosita” de mi maridito del alma.

Después vino tras de mí a Ceuta y Melilla, y de nuevo al Sahara, a Villa Cisneros esta vez, para pasar luego por Fuerteventura, Viator (Almería) y por fin en Ronda donde actualmente vivimos y espero nos afinquemos por fin pues estoy a punto de pasar a la Reserva. 

La familia que Carmen y yo formamos con nuestro hijo Esteban se fue enriqueciendo con el nacimiento de otros tres hijos más, tres niñas precisamente, que nuestro mutuo amor nos ofrendó. 

Por cierto que mi hijo mayor, Esteban, me ofreció una gratísima sorpresa cuando alcanzó su mayoría de edad. Ese día, sin decir palabra a nadie, ni corto ni perezoso se dirigió al Registro Civil y abrió expediente de cambio de nombre: Su natal Esteban F…le trocó en Javier Andrade, aduciendo que esos eran el nombre y apellido de su verdadero padre. Fue la primera y única vez que en mi vida he llorado; sí, llorado de emoción pero, sobre todo, de orgullo de padre pues Esteban-Javier siempre fue para mí el mayor de mis cuatro hijos. 

Ah, y otra cosa. A los seis años más o menos de unirme a Carmen y con nuestras tres hijas ya nacidas, tuvimos noticias de Esteban, el impresentable padre biológico de nuestro hijo mayor. Fue por medio de una escueta carta que el Ministerio del Ejército dirigió a Carmen: La  informaban del fallecimiento de su esposo, el sargento paracaidista D. Esteban F…, en trágico incidente. El trágico incidente consistía en una “ensalada” de tiros liada entre el indecente de Esteban y otro sargento a cuya esposa el “tenorio” había seducido y convertido en su amante: Y  Esteban a la tumba mientras su contrincante a un castillo o prisión militar. 

Como es natural a Carmen y a mí sólo nos causó el efecto de vernos al fin libres para casarnos como Dios manda, cosa que hicimos ante la Virgen Patrona del pueblo, en su hermita, en ese verano que, como todos los que siguieron a aquella nuestra primera noche, los pasamos allá, con sus padres y los míos.

 

F I N

NOTAS AL TEXTO

1.     Es el nombre que por aquellos años y desde muy antiguo se aplicaba a los colegios públicos

2.    Pigmalión fue uno de los héroes de la Mitología griega, cuya historia es narrada por el poeta romano Ovidio, en su “Metamorfosis”: Pigmalión, rey de Chipre, buscaba una mujer perfecta para hacerla su esposa. Pero al no hallar a ninguna desistió de su propósito de casarse y se dedicó a modelar estatuas de mujer en marfil. Una de estas esculturas le salió tan perfecta que se enamoró de ella. Compadecida de él Afrodita (Venus) hizo que al tocarla Pigmalión cobrara vida. El llamó Galatea a la estatua hecha mujer y se casó con ella.

 

 

 

 

 

 

 

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