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Historia de un legionario

en Erotismo y Amor

 CAPÍTULO 2º

Y por fin, un día de inicios de Septiembre de ese año 1957, con 19 años más casi tres meses, se acabó el periodo de instrucción y al fin pude, pudimos, lucir el gorro legionario, el “chapiri”, con la larga borla roja cayéndome casi hasta la nariz.

Mi entusiasmo ante el evento fue desbordante ¡Casi no me creía haberlo logrado! Ante mí, yo era el tío más grande del universo. Y, lógico, al resto de los 17 les pasaba lo mismo. Como es fácil imaginar, las celebraciones batieron records de alcohol...y alguna visita que otra a “ciertos” bares, clubes y casas con señoritas tras la barra o en las salitas de recibo de los “visitantes”.

Pero las celebraciones se cortaron en seco nada más empezarlas pues al tercer día de ser Caballeros Legionarios nos embarcaron en otro Ju-52 que nos trasladó a El Aaiún, capital del territorio del Sahara español, donde íbamos destinados a la XIII Bandera, a su 3ª compañía, la “Juan de Austria”, en los acuartelamientos de Rayán Mansur, campamento base de la Bandera.

Las cosas por aquella tierra aún española cada día iban peor (1) por lo que en Junio de este año 1957, la IV Bandera del Tercio Duque de Alba, IIº de la Legión, fue enviada a Villa Cisneros.

El 23 de Octubre unos muyahidines (soldados o combatientes) del Ejército de Liberación Marroquí, el ELM, (2) atacó y ocupó las aldeas del cinturón de Sidi Ifni, Goulimine y Bou Izarguen y el 27 son tiroteados desde tierra tres JU-52 de la Fuerza Aérea Española. Estos sucesos hacen que a principios de Noviembre se envíe a la IIª Bandera, Tercio “Gran Capitán”, Iº de La Legión a Ifni y la VIª Bandera, Tercio “Duque de Aba”, IIº de La Legión a El Aaiún. Además, a la capital del Sahara Occidental también se transfirió al Batallón de Castigo de Cabrerizas, un suburbio de Melilla. Además de todo eso, también fueron enviadas al territorio de Ifni y del Sahara Occidental unidades de Regulares y del remplazo obligatorio; de la “mili”, vamos.


A pesar de todo, la situación se mantenía casi en calma. Pequeños golpes de mano, ataques a líneas de comunicación como el sufrido por el coche correo de Villa Bens a El Aaiún y alguna escaramuza que otra. Hasta que el 23 de Noviembre, un mes justo después del ataque a Goulimine y Bou Izarguen, supimos del asalto que el ELM lanzó ese día contra Sidi Ifni, sucesiva pero infructuosamente ante la firmeza de los paracaidistas de la IIª Bandera, que en Agosto relevó a la Iª.
El 25 de Noviembre fue mi bautismo de fuego, la primera vez que en mi vida me vi metido de hoz a coz en un combate, la primera vez que sentí cómo los proyectiles silbaban a mí alrededor y las explosiones de los disparos de mortero levantaban nubes de tierra y piedras muy cerca de mí. También el bautismo de fuego de Mario y otros tres chavales de los que vinimos desde el Banderín de Leganés. Estábamos encuadrados en la Sección que mandaba el teniente Caballero Legionario D. José Mª. Alonso Magariños, la 2ª de la Compañía “Juan de Austria”, a la que se encomendara la seguridad de la playa Hasi Aotman, punto donde desembarcaban los víveres y pertrechos necesarios para el sostenimiento de El Aaiún. Fuimos atacados con fusilería y bombas de mano. El ataque se resolvió con las bandas enemigas puestas en fuga y con el teniente Alonso Magariños, el cabo primero Eduardo Jiménez Huertas y los Caballeros Legionarios Alfredo Guirado y Manuel Suárez heridos (3)

Y, para mi asombro, cuando me vi metido hasta el cuello en el “fregao”, más que asustarme aquello acabó gustándome. En mi vida me había sentido más vivo que entonces, nunca antes sentí pasar el tiempo por mi vida, minuto a minuto, segundo a segundo como cuando fui consciente de que me la estaba jugando y que cualquier segundo podría ser el último. Lo curioso era que no sentía miedo alguno ante la muerte. Me parecía estar borracho, no de alcohol sino del olor de la pólvora, el estruendo de los estampidos de la fusilería, las bombas de mano y los disparos de mortero, con la adrenalina circulando a todo meter por mis venas bajo el “paqueo”(4) de los marroquíes. Me movía por instinto, sin pensar en lo que hacía; parecía un autómata que obrara según circuitos impresos, una máquina sin inteligencia ni voluntad propia que insensiblemente tiraba hacia atrás del cerrojo del arma expulsando la vaina vacía para, de inmediato, empujarlo hacia adelante introduciendo un nuevo cartucho en la recámara y volver a disparar sobre el enemigo. No sentía el tremendo estrés que me dominaba ni el cansancio que, cuando al fin acabó aquello, me derrumbó agotado al suelo.
Aquella escaramuza más que combate acabó en breves minutos, no más de veinte o treinta, cuando el sargento que tomó el mando tras caer herido el oficial nos reagrupó y, tras ordenar “Calad los machetes”, nos lanzamos al asalto de las dunas desde donde nos disparaban, con los machetes-bayoneta firmemente asegurados al cañón del “máuser”. El choque con el enemigo fue espantoso. Por primera vez en mi vida maté directamente a un hombre. Supongo que ya antes debí de matar o, al menos, herir a alguien al disparar sobre los moritos, respondiendo a su paqueo, pero entonces no les vi la cara, no les vi caer, no les vi morir. Ahora sí les vi; vi y sentí cómo la bayoneta entraba en las carnes desgarrándolas, haciendo brotar la sangre palpitando a borbotones; noté perfectamente cómo los huesos se partían destrozados al golpe del machete Todo ese horror lo viví directamente, horrorizándome yo mismo y de mí mismo, pero bajo un estado de semi-shock que seguía haciendo de mi un casi autómata. Eran los efectos de la adrenalina combinada con las endorfinas circulando imperiosas por todo mi ser de organismo biológico.

Cuando el cerebro detecta un peligro inminente automáticamente se dispara la producción de adrenalina preparando al organismo para afrontar bien la lucha por la vida, bien la huida en busca de salvación. En principio crea un estado de tensión que agudiza la agilidad mental del individuo, permitiéndole tomar decisiones rápidas, sobre la marcha; al tiempo, se produce un notable incremento del ritmo cardíaco y respiratorio aumentando el flujo sanguíneo con lo que alcanza máximos la alimentación de oxígeno y glucosa a los músculos, reforzando su fortaleza y elasticidad, en especial los de las piernas, y de oxígeno a los pulmones que permite sostener una respiración más agitada y frecuente para así compensar el tremendo esfuerzo físico.

La tensión generada por la adrenalina a su vez dispara la producción de endorfinas, la hormona del placer. La primera reacción de esta hormona es despertar en el individuo una sensación de euforia que reafirma la seguridad en sí mismo y le predispone a querer superar el miedo y las dificultades. Además es un poderoso analgésico e hipnótico. La acción analgésica suaviza el dolor hasta casi hacerlo desaparecer en los momentos críticos, salvo que se deba a heridas medianamente graves y dolorosas, amén de eliminar las sensaciones de cansancio, incluso de agotamiento, y la acción hipnótica vela las imágenes más crudas del enfrentamiento haciendo al soldado casi inmune a la vista del horror del combate. Y todas estas reacciones se incrementan cuando lo que se avecina es un choque cuerpo a cuerpo, de hombre a hombre, pues en este tipo de combate es cuando más resistencia y empuje se requiere.

Por todo eso, un asalto a la bayoneta, llegar al combate cuerpo a cuerpo, hombre contra hombre, es algo horrible. Pero el asalto acabó en minutos con la resistencia marroquí, pues casi al momento se lanzaron a la fuga en desbandada. Aún les perseguimos un trecho, cayendo nuevos “muhadiyines” bajo nuestros disparos, acabando su vida, más de dos, de tres y de cuatro de ellos, ensartado en una bayoneta española. Y cuando todo aquello terminó, rotos ya mis nervios, me desplomé vomitando, pues todo aquello acabó por revolverme el estómago, y de qué manera, además.
Cinco días después, el 30 de noviembre, volví a entrar en combate, pero esta vez con toda la compañía al completo. Ésta salió como escolta de un convoy que se dirigía a la playa Hasi Aotman. Casi a mitad de camino, la IIIª sección que avanzaba en vanguardia fue atacada por elementos hostiles de cierta importancia; sus efectivos, pie a tierra de los vehículos, respondieron al ataque repeliéndolo. Al propio tiempo las otras dos secciones, Iª y IIª, desmontando también de los vehículos, iniciamos un movimiento envolvente que prácticamente cercó a los atacantes. Estos, advirtiendo por finales nuestra maniobra intentaron darse a la fuga, cosa que no muchos lograron; al final sobre el campo dejaron nueve cadáveres, veintitantos heridos y, más-menos, medio centenar, un tanto pasado, de prisioneros. Nosotros sufrimos la muerte del legionario Germán Taboada Guiña y cuatro heridos. Lo malo fue que un par de días después, cuando regresábamos a El Aaiún, un franco-tirador solitario que, para más INRI, despareció en el desierto, mató de un certero disparo en la cabeza al capitán de la compañía, D. Venancio Pérez Guerra, un viejo soldado veterano de aquella famosa guerra de Marruecos que acabó con el desembarco de Alhucemas y de nuestra guerra civil. Había ingresado en la Legión (el Tercio se decía entonces) en 1922 como simple “lejía”, y por méritos de guerra alcanzó el empleo de oficial. D.E.P. (5)

A lo largo de Diciembre las operaciones se limitaron a escoltar convoyes, socorrer y apoyar retiradas de puestos avanzados, cuya posición era indefendible, como Cabo Bojador. Las noticias indicaban que buena parte del territorio estaba controlado por los marroquíes: Tantán, Tifariti, Smara estaban ocupadas y las bandas rebeldes acampaban en Lemlihas, sobre el río Jat, a unos 30 Km. al sur de El Aaiún.

El 13 de Enero de 1958 a mi bautismo de fuego se unió el de sangre en la dura batalla de Edchera. Durante los días 20, 21 y 22 de Diciembre los marroquíes habían estado hostigando la ciudad de El Aaiún con paqueos, fuego de mortero y alguna pieza artillera de bajo calibre. No produjeron graves daños, pero era conveniente reconocer bien el terreno y alejar de a las bandas hostiles de la ciudad.
Para ello el mando ordenó la salida de la XIIIª Bandera al completo, con su jefe, el Caballero Legionario Comandante Rivas Nadal, al mando. En columna motorizada debía avanzar siguiendo la orilla derecha de la Seguía el Hamrá (6) en dirección al paso de Edchera realizando un reconocimiento de la zona y obtener información de contacto del enemigo.
Cuando la Bandera se hallaba a unos 2Km. de Edchera, tras dejar atrás el pozo Bujcheibía, cayó en una emboscada tendida por los marroquíes que allí nos esperaban. El combate fue terrible. La Bandera atravesaba el fondo del lecho seco de la Seguía en tanto el enemigo ocupaba las alturas que coronaban, a ambos lados, los bordes del cauce del río seco. Y desde esas alturas disparaban a placer sobre nosotros con esa puntería endiabladamente eficaz que siempre caracterizó al tirador marroquí, con lo que las bajas entre los nuestros empezaron a abundar. Pero La Legión tenía la fibra, la dureza y acometividad de sus legionarios, de modo que, resguardándonos como podíamos y Dios nos daba a entender respondíamos con no menos eficacia al fuego enemigo, barriendo las alturas nuestras ametralladoras y bombardeándolas los morteros del 81. Al propio tiempo, la gente intentaba ascender hasta lo alto, subiendo a través de las escarpadas laderas de los bordes del lecho seco, a costa de sangre, mucha, mucha, sangre. Cuando al fin los marroquíes abandonaron el campo, el tributo en sangre legionaria era de 107 bajas, con 43 muertos y 64 heridos. Entre los muertos se contaba el jefe de la compañía “Duque de Alba” capitán Jáuregui, los tenientes Martín Gamborino de la compañía “Duque de Alba” y Gómez Vizcaíno, nuevo jefe de nuestra compañía como sustituto del también caído en combate Capitán Pérez Guerra, el brigada Fadrique, que mandaba una sección y fue Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo (7)... Y mi amigo Mario, caído en los primeros momentos. Entre los heridos se contaban otros dos tenientes... y yo mismo.

Dos veces había sido alcanzado en espacio de minutos, y puede decirse que sin la rápida acción de mis camaradas lo más seguro es que fueran 44 los muertos, pues me tenían centrado en sus armas al menos dos marroquíes. De inmediato me cogieron entre dos y, a rastras, me sacaron del “avispero” llevándome al puesto médico que nos acompañaba, atestado ya de heridos. El primer disparo me acertó en el costado izquierdo y el segundo en el muslo del mismo lado. El del costado fue uno de esos disparos de suerte, pues pudo haberme, incluso, costado la vida, pero sólo se trató de un arañazo un tanto profundo que se llevó por delante un trozo de piel con pingajos de carne, sin penetrar el proyectil en carne sino que continuó su trayectoria hasta perderse quién sabe dónde. Pero me dejó una herida de dos o tres centímetros que casi dejaba al aire una costilla. En carne viva como estaba dolía mucho y sangraba más, pero en sí no revestía mayor importancia, a pesar de la costilla que casi me fracturó, la que en parte asomaba al fondo de la herida. Otra cosa era la herida del muslo. Con sólo orificio de entrada, el proyectil quedó dentro tras partir el fémur. Esta sí presentaba más riesgo, pues incluso podría impedirme un poco el movimiento en el futuro, pero hubo suerte y me recuperé por completo al cabo de varios meses de convalecencia.

En el puesto médico se limitaron a taponar la herida del costado, después de espolvorearla con antibiótico, entablillar la pierna interesada, manteniéndola inmovilizada, más antibióticos en vena para prevenir infecciones, una anestesia local en el muslo y calmantes diría que fuertes pues enseguida me quedé más que dormido, amodorrado, pasando así unas cuantas horas. El dolor no cesó del todo, pero se hizo soportable y más aún desde que un enfermero, de extranjis, (con disimulo), me pasó un pitillo bien atacado de chinas de kiffi. Cuando se pudo fui evacuado en ambulancia al hospital militar de El Aaiún donde me operaron el muslo y entre hospitalización y convalecencia permanecí allí, en El Aaiún hasta mediados de Octubre.

Las operaciones militares se dieron por concluidas a fines de Febrero de ese año, 1958, exactamente entre los días 25-26, cuando se consideró que los efectivos hostiles habían sido expulsados del territorio español o capturados; pero la solución política del conflicto se demoró hasta el 1 de Abril, cuando se firmó el tratado de Angra de Cintra entre España y Marruecos.

En Agosto de 1958 se instituyó la modalidad legionaria de “Tercios Saharianos”, para la guarnición de la ya Provincia Española del Sahara Occidental. En consecuencia los Tercios “Juan de Austria” IIIº de La Legión y “Alejandro Farnesio” IVº de La Legión se constituyeron en “Tercios Saharianos”, encomendándose la defensa de la zona norte, la Seguía el Hamrá al Tercio “Juan de Austria” y la zona sur, Río de Oro, al Tercio “Alejandro Farnesio”. Ambos Tercios se habían reorganizado en base a absorber en ellos a la mayoría de veteranos de la reciente campaña contra el ELM, por lo que cuando fui dado de alta en el hospital se me destinó a la Xª Bandera del Tercio Sahariano “Alejandro Farnesio” y encuadrado en la 11 compañía y allí destacado a uno de los puestos fronterizos con Mauritania, en pleno desierto, donde ni las águilas se atrevían a pasar: Alguna caravana de nómadas que alguna vez, pocas en cualquier caso, acertaba a pasar...y ni un ser humano más. La vida transcurría monótona, sin más compañía que los compañeros de puesto, con las únicas excepciones de los cortos períodos de permiso que podíamos pasar en Villa Cisneros, capital de la zona sur sahariana.

Desde que me escapara del pueblo me había vuelto bastante taciturno, rehuía la compañía de la gente en general, prefiriendo andar solo, a mi aire. Pero desde que ingresé en la Legión, aún allá en Leganés, cambié a pelín sociable, sin pasarme de todas formas; y durante los meses de campaña me hice más sociable aún, pues bajo esas condiciones de alarmas continuas, noches al raso envueltos en mantas sobre el duro suelo y sometidos a los “paqueos” del enemigo día sí, día también, lo normal es que los lazos de amistad/compañerismo se agudicen. Es una forma de combatir el miedo que, de todas formas, nos invade y que no queremos asumir de manera alguna: “Soy legionario y no debo estar asustado” Pero lo estábamos, pues seríamos legionarios pero también seres humanos corrientes y molientes. Y así, en compañía de los demás, con chistes, “chismes” y baladronadas sobre mujeres, bromas, el cigarrillo con la "china" de grifa-hachís de mano en mano y el miedo se calmaba y la falsa alegría florecía. Pero desde que fui herido y evacuado al hospital volví a ser el introvertido de antes. Y la cosa no mejoró al incorporarme al puesto fronterizo: Catorce hombres habitando el cuchitril que conformaba el puesto, incluyendo al sargento que mandaba el pelotón, un radio-operador que cubría las comunicaciones y un sanitario, más curandero que enfermero. Pues bien, ninguno de ellos me resultó ni un tanto así de simpático, que ya es suerte la mía. Luego mi hermetismo se acentuó más todavía.

Además ese panorama, ese desierto inhóspito y solitario se me hacía más odioso de día en día, hasta que acabé por no aguantarle. No sé por qué, pero cada día me sentía peor, más arto de todo aquello y la vida allí acabó por hacérseme insufrible. Como es lógico, procuraba escaparme a Villa Cisneros siempre que podía, donde a menudo me encontraba con viejos conocidos con los que cenaba o comía, según el momento, reponiéndome así del ostracismo del desierto; pero también hubo veces que acababa paseando conmigo mismo como única compañía o sentándome en un banco de cualquier parque de la ciudad.

Y de amistades femeninas menos, pues no se puede llamar amigas a las “señoritas” que de vez en cuando visitaba para atender alguna que otra “necesidad” de la masculina naturaleza. Aunque he de admitir que durante algunos meses, aunque más bien diría semanas, mantuve una, digamos, “amistad muy especial” con una morita casi española de preciosos ojos negros y candorosa sonrisa de ángel que cautivaba al mirarla, hija de un buena pieza de Jaén al que le tocó hacer la ”mili”, casi dos años, en las Tropas Nómadas del Sahara y para consolar su “morriña” peninsular no se le ocurrió cosa mejor que “liarse” con una mora, morita, mora, pero mora de verdad, de padre y madre, a la que no tuvo a mal dejarle el recuerdo de esta preciosidad de niña cuando le licenciaron y de inmediato regresó a los olivares de su pueblo sin jamás acordarse ni de la madre ni de la hija.

Pienso que esa bella morita me quiso de verdad, pero yo me limité a dejarme querer, con el agravante de que, además de agradable compañía nocturna, también disponía de buena cama, sábanas casi limpias, comida si no muy sabrosa sí preparada con sumo cariño y alguien que se cuidaba de mi ropa y me preparaba un poco de comer cuando me despedía los lunes para volver a mi puesto en el desierto.

Pero también era consciente de que ella, Amina, me lo estaba dando todo sin recibir nada a cambio, pues ella para mi, al menos en un principio, no era más que un objeto con el que saciar mis necesidades de macho humano. Mas el tiempo hizo que le tomara cariño, no amor de hombre sino, simplemente, aprecio de amigo, de hermano incluso si así se quiere ver, pues lo cierto es que así, casi como hermana, llegué a quererla, ya que de otra forma no podía ser dada su absoluta entrega, su trato en extremo agradable. Y me dije que eso no debía ser, no estaba bien pues ella se merecía mucho más de lo que yo nunca podría llegar a darle. De modo que una mañana de lunes, unas diez/doce semanas tras de empezar a vivir en su casa, me volví a despedir de ella, pero para siempre: Nunca más volví. Esa fue la única vez en mi vida en que estuve muy cerquita de serle infiel a Carmen, pues hasta llegué a plantearme el casarme con ella.

Andando el tiempo, casi dos años más tarde, volví a verla un día que me la crucé por la calle; pero no iba sola sino acompañada por un hombre que empujaba un cochecito donde un “rorro” plácidamente dormía. A él le conocía aunque casi solo de vista: Un chico del Grupo de Tiradores natural creo que de Salamanca y me constaba que era un buen muchacho por lo que de él me indicaran amigos comunes, serio y formal, uno de esos antiguos castellanos viejos reciamente honrados, de esos que ya apenas si queda alguno. En los ojos de Amina creí ver, amén de sorpresa, un tantico de alarma ante la posibilidad de que se descubriera ante el de Tiradores nuestro “pastel”; pero no la saludé, sólo dirigí al acompañante un “Hola Fulanito” al que me respondió con un “Hola Javier”, incliné ante ella la cabeza tal y como haría ante cualquier señora, y proseguí mi camino sin siquiera detenerme.

La sorpresa me la dio ella, Amina, cuando dos o tres días después se presentó en el cuartel general del Tercio, donde provisionalmente residía siguiendo un curso de ascenso, preguntando por mí. Me visitó para agradecerme lo del día en que nos cruzamos en la calle, confesándome el apuro que por un momento pasó al verme. Me contó lo feliz que por fin era: Se enamoró del muchacho de Tiradores que anduvo tras ella algún tiempo hasta lograr interesarla, se casó con él, como Dios manda, y unos meses antes “vino” el bebé que viera en el cochecito. Yo, sinceramente, me alegré, pues de verdad que se lo merecía. Nos dimos un beso más de hermanos que de amigos y nos separamos, esta vez sí que para siempre pues nunca la volví a ver.

FIN DEL CAPÍTULO

 

NOTAS AL TEXTO

El 16 de Junio de 1957 una sección de la Iª bandera paracaidista es atacada con fuego de mortero y ametralladora, con un herido entre los paracaidistas En Agosto toda una sección de Tiradores de Ifni, integrada por nativos, asesina a los mandos españoles y se pasa al enemigo con armas y bagajes.
El ELM (Ejército de Liberación Marroquí) se formó como consecuencia de la lucha por la independencia marroquí y la fidelidad a la dinastía alauita personificada en el sultán Mohammed V por parte l partido Istiqlal (Hizb al-Istiqlal/Partido de la Independencia) En 1953 Francia depone al sultán Mohammed V, por su apoyo al nacionalismo independentista, exiliándolo primero a Córcega, luego a Madagascar y pone como nuevo sultán a Mohammed ibn Arafa, pariente de Mohammed V. Entonces el partido Istiqlal agrupa las diversas bandas nacionalistas marroquíes que hostigan a los franceses creando un casi ejército, el Ejército de Liberación Marroquí o ELM. Cuando en 1956 se produce la independencia de Marruecos, con el reconocimiento francés en Marzo y el de España en Abril de la soberanía de Mohammed V sobre Marruecos, pues de soberanía nacional nada de nada ya que el pueblo pintaba/pinta poco en las decisiones estatales dejadas al puro y duro arbitrio del monarca, una parte del ELM forma el nuevo Ejército Real Marroquí, en tanto que la mayoría del ELM, como bandas incontroladas pero perfectamente dirigidas por el Istiqlal, bendecidas por Mohammed V, y apoyadas en logística y armamento por el Ejército Real; es decir, por Marruecos, los EEUU y la CIA, se vuelven contra España en un intento de integrar los territorios de Ifni y Sahara español en el Reino Alauí
2.1. Por cierto, uno de los organizadores del Ejército Real Marroquí en1956-57, como Inspector General del Ejército Real, fue el que fuera Teniente General del Ejército español Mohamed ibn(ben) Mizzian que, además, fuera amigo íntimo, personal, del general Franco al que salvara una vez la vida en 1924, durante la guerra del Rif contra el rebelde Abd el Krim, que acabó con el desembarco de Alhucemas. Por entonces Franco era teniente coronel jefe de la Legión e ibn/(ben) Mizzian acababa de ascender a comandante por méritos de guerra. De ese incidente vino la gran amistad que ambos trabaron.

Cuantos nombres y empleos militares que señalo, es rigurosamente cierto, tomado todo del Diario de la 3ª Cia. “Juan de Austria” de la XIIIª Bandera de “La Legión”
El término “paqueo”, muy típico entre las tropas africanistas, procede de la famosa Guerra del Rif o de África 1908/1925. Por entonces los rebeldes rifeños solían usar fusiles de alto calibre, que hacían unos respetables agujeros en la carne y un ruido tremendo que sonaba como “Paac Umm” que en la jerga militar pronto se convirtió en “paacoo” y de ahí, los “pacos”, los fusiles o fusileros rifeños y el “paqueo” el nutrido fuego graneado rifeño o, por extensión, marroquí en general. Por cierto, que desde siempre, los marroquíes, en particular los rifeños, han sido unos tiradores de primera, con una puntería asombrosa
Las dos acciones que se describen son verídicas, como también las unidades.
La Seguía el Hamrá (Acequia Roja) es el lecho seco de un río, tal vez arroyo, que en tiempos irrecordables llevaba un nada desdeñable curso de agua, a lo que se deduce de que antes los nativos la llamaran La Seguía el Jaddra (Acequia Verde), según decía la tradición local transmitida por el típico boca a boca.
Por la acción de Edchera se concedieron dos Laureadas, la más alta condecoración militar española, por cierto, las dos últimas concedidas por España: Al ya citado brigada D. Francisco Fadrique y al Caballero Legionario D. Juan Maderal. Ambos cayeron, para siempre, en Edchera

 

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