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L I D A . - Capítulo 2

en Erotismo y Amor

L I D A

 

 

CAPITULO  2

 

 

 El 13 de Julio de 1944 el mariscal Iván Koniev, con el 1º Frente

Ucraniano lanzó la ofensiva Lvov-Sandomiertz. En este 1º Frente Ucraniano se

encuadraba la compañía Baida, ahora bajo el mando de la teniente Lida Ilianovna

Selenkaia, tras caer Stella Antonovna en Agosto de 1943. Al siguiente día, 14

de julio, los soviéticos estaban a la vista de la ciudad de Brody, a unas 84

verstas (80 Km) de Lvov, primer objetivo de la Ofensiva, preparándose a asaltar

la ciudad. Pero el 17 de julio un nutrido fuego de artillería alcanzó de lleno

el puesto de mando de Lida, hiriéndola de extrema gravedad al atravesarle el

pecho la metralla. Varios días estuvo entre la vida y la muerte, con alto

riesgo de producirse hemorragia interna. Pero, para suerte de Lida, su puesto

de mando se hallaba junto al hospital de la División cuyos médicos lograron el

milagro de salvar su vida, aunque la recuperación se prolongó hasta enero de

1945.

Cuando fue dada de alta,

se le propuso destino en la Escuela Especial de Tiro, a las afueras de Moscú

como Instructora Jefe, pero ella prefirió solicitar la baja del servicio por

motivos de salud, cosa que enseguida se le concedió.

Fuera ya del Ejército,

Lida marchó a la aldea donde nació, en un fértil valle de la ladera europea de

los Urales. Allí disfrutó del amor de su madre, de tranquilidad y del cariño y

devoción de sus paisanos. Era la heroína del lugar, luego le dedicaron una

calle y dieron su nombre al centro de reuniones del Koljos. El soviet local en

pleno fue a visitarla, pero también el pope de la aldea hizo lo mismo. Este, en

una clandestinidad a voces, cada domingo celebraba misa en un almacén del

koljos mientras el soviet local miraba para otro lado. A esta misa la madre de

Lida acudía cada domingo y, en una agradable sorpresa, Lida quiso acompañarla

al domingo siguiente. La muchacha no supo por qué lo hizo pero desde que

invocara al Dios de sus padres por primera vez al separarse de Ursbach en Novo

Slóvoda, varias veces volvió a invocarle.

Entonces, cuando decidió

acompañar a su madre a misa, volvió a pensar que ese Dios, en el que no creía

ni quería creer, sólo era una reminiscencia del más remoto pasado humano; de la

negra era en que el individuo, privado de racionalidad, inventó mitos y

leyendas con que  superar sus miedos

ante lo desconocido e inexplicable.

Mas lo cierto es que en

aquel improvisado templo se encontraba bien, a gusto. Recordó su niñez, cuando

acompañaba a sus padres a misa, y mucho más a escondidas que ahora lo hacían.

Siguió siendo la perfecta

bolchevique que siempre fuera, la consciente atea que siempre había sido pero,

sin poder explicárselo, su asistencia a la misa dominical junto a su madre se

prolongó mientras permaneció en la aldea.

Pero nada es eterno y llegó

marzo de 1945, cuando Lida decidió que era hora de regresar a Moscú y

matricularse en su Universidad en el curso 1945-46 y acabar el semestre que le

quedaba para obtener el título de Médico Odontólogo.

Cuando dio su nombre en la

Universidad comprobó que a nadie le decía nada, era una simple alumna más, y

calló su pasado militar. Tampoco ella deseaba llamar la atención, menos aún ser

el centro de nada. Así, ignorada y anónima, es como quería aparecer ante todo

el mundo.

Lida había cambiado mucho

en los últimos meses. No era sólo que el odio feroz que antes sintiera hacia

los alemanes se trocara incluso en compasión, sino también el sosiego que ahora

disfrutaba, sosiego que en su aldea natal, junto a su madre, se acrecentó

Este cambio empezó al huir

de Helge Ursbach en Novo Slóvoda y se profundizó en el sanatorio militar donde

se recuperó de sus graves heridas. Allí tuvo tiempo de recapacitar en su

situación de mujer enamorada. Por de pronto Lida asumió un hecho inevitable:

Helge Ursbach estaba muerto; muerto para ella pues no volvería a verle. O mejor

dicho, enterrado: Con mucha suerte bajo la sagrada tierra rusa y si no en

cualquiera de los terribles campos de prisioneros de la URSS, donde los presos,

alemanes o rusos, morían lentamente de agotamiento, hambre, enfermedades.. De

sufrimiento en definitiva. Ante esa perspectiva ella se estremecía de dolor y

prefería pensar que su amado reposaba bajo la tierra rusa. Así, al menos, sus

suplicios terminaron al morir.

Y si él estaba muerto ella

era su viuda; viuda de un oficial alemán con el que nunca se casó, con el que

nunca hizo realidad su amor en una Noche Nupcial. Pero le daba igual, el

recuerdo de aquella noche en la asolada granja junto al Donetz le era

suficiente: Al menos durante esos efímeros minutos supo lo que era amar y ese

recuerdo le valía por toda una vida de sexualidad sin amor.

También asumía que nunca

amaría a otro hombre. En un principio llegó a plantearse cerrar el capítulo de

su vida que Helge Ursbach representaba y rehacer su vida: Conocer a un buen

hombre, casarse, tener hijos... ¡Imposible! Sólo pensar en sentir otras manos

masculinas en su piel, otra boca masculina en sus labios, el hálito de esa boca

junto a la suya, junto a su cuello le resultaba insoportable, la asqueaba.

Nada ni nadie borraría el

recuerdo de su amado Helge y su vida ya no tendría otra razón de ser que

venerar su memoria pasara lo que pasase. Pero también tenía que mitigar el

hondo dolor que la atormentaba. Y entendió que lo único que lo lograría sería

el trabajo, el trabajo al servicio de los seres más desgraciados de la URSS.

De modo que decidió acabar

su carrera de odontóloga y ejercer en un lugar remoto, donde nadie quiera ir. Y

tales sitios están, principalmente, en la inmensa Siberia.

Pasó marzo, pasó abril y

llegó mayo. En la mañana del día 9 (2) todas las emisoras, periódicos y demás medios de comunicación

soviéticos lanzaron a los cuatro vientos la gran noticia: Alemania se ha

rendido, la Gran Guerra Patria ha terminado y la URSS la había ganado.

Al conocerla, el primer

sentimiento de Lida fue de profunda alegría: La Patria estaba libre de

invasores y las muertes habían terminado. Pero un momento después se llenó de

inquietud, pues las celebraciones oficiales del evento no se harían esperar.

Con gusto Lida se sumaría a los festejos populares, asistido a los desfiles

militares vitoreando hasta enronquecer a los heroicos hombres y mujeres del

Ejército Rojo. Pero bien sabía que esos desfiles comúnmente finalizan con la

exhibición de prisioneros alemanes, paseados por la Plaza Roja expuestos a la

ira, la venganza del pueblo soviético. Y en cada rostro alemán ella vería el de

su amado, cada insulto, cada pedrada u otro objeto lanzado contra ese cortejo

casi fúnebre ella lo sentiría en su alma pues sentiría que quien lo recibía era

su querido Helge. Y eso Lida no lo podría soportar.

Y la muchacha rompió en

llanto. ¿Por qué las rosas siempre tienen que estar entreveradas de espinas?

¿Por qué la alegría está, casi de continuo, acompañada del dolor? Cuando se

cansó de llorar decidió salir de Moscú al instante; se iría a su aldea donde

las cosas no serían tan crudas como en la capital moscovita.

Consecuentemente al día

siguiente, 10 de mayo, muy de mañana Lida Ilianovna abandonó Moscú camino de su

aldea al pié de los Urales. 

Como esperaba, las

celebraciones del fin de la guerra en la aldea carecieron de los tintes

revanchistas que tanto abundaron en las grandes ciudades. Allí, los lugareños

se limitaron a vitorear a pleno pulmón a la gran patria soviética, al camarada

Stalin y a los bravos soldados del glorioso Ejército Rojo. Claro, también a la

gran heroína local, la propia Lida, y a los jóvenes y no tan jóvenes que

partieron hacia los frentes de combate, voluntaria o forzadamente, y a los que

aún se esperaba. Y por todos ellos se brindó hasta la total embriaguez de no

pocos vecinos... y vecinas. De todo ello Lida disfrutó de lo lindo, lanzó vivas

hasta perder la voz y no declinó ninguno de los brindis que se le ofrecieron,

aunque supo también administrarse de forma que no se “pimpló” en lo más mínimo.

Incluso asistió a los bailes tradicionales, los modernos estaban prohibidos por

antisoviéticos y contrarrevolucionarios, que tuvieron lugar en la Casa del

Pueblo de la aldea, aunque sin participar en ellos pues no aceptó las muchas

invitaciones para unirse a los danzantes. Bueno, esto no es exacto, sí que

salió a bailar tres veces: Con un hermano de su madre y con otros dos buenos

amigos de la familia que cada uno juntaba casi tantos años como entre su madre

y ella misma, aunque se conservaban fuertes como robles. Y también aquí,  con las evoluciones de los danzantes, se

divirtió como una loca.

Disfrutando de nuevo de su

madre y sus paisanos permaneció Lida en su aldea hasta que agosto amenazó con

concluir, momento en que la chica regresó otra vez a Moscú para iniciar el

último semestre de odontología en la universidad moscovita.

En septiembre de 1945 Lida

Ilianovna empezó el curso académico. Al momento su lozana belleza se ganó el

interés de buena parte de sus compañeros masculinos, lo que se tradujo en

múltiples proposiciones de salir a pasear, al cine o a frecuentar cualquier

salón de té, proposiciones que en ningún momento ella aceptó. Dejaba bien claro

a todo el mundo que, de momento, sólo quería estudiar y aprobar lo que le

restaba de carrera, por lo que las proposiciones poco a poco decrecieron hasta

desaparecer por completo.

Pero los años pasados

combatiendo por la patria y sin mirar un libro se dejaron sentir conforme el

curso avanzaba, con lo que en los exámenes 

de marzo de 1946 suspendió varias asignaturas, lo que determinó que

tuviera que iniciar nuevo curso en septiembre de ese año con la fortuna de que

en los exámenes de recuperación previos a la fiesta de Fin de Año consiguiera

aprobarlas todas, con lo que en enero de 1947 obtenía el título de Médico

Odontólogo expedido por la Universidad de Moscú, firmado y sellado, en nombre

del camarada Generalísimo Stalin, por el ministro de Cultura y Educación.

Como sabemos, el propósito

de marchar a Siberia una vez tuviera en sus manos el título venía de antes de

su ingreso en la universidad, pero durante su estancia en la residencia de

estudiantes universitarios, mirando como tantas otras veces el mapa siberiano,

su vista se posó por casualidad en el extremo nordeste del inmenso territorio,

en la región de Yakutia, el país de los yakutos, una de las etnias más

primitivas y pobres del universo, y se dijo: “¿Por qué no ir aquí, a Yakutia?.

Pues dicho y hecho. Allí apareció en Yakust la capital, única localidad del

territorio con algo semejante a un hospital, en aquel día de la primavera de

1947.

 

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Pero volvamos al presente,

a la mañana de un día de septiembre de 1950 en Yakust.

Cuando Lida Ilianovna se

serenó decidió hallar ese lugar, el presunto campo de prisioneros alemanes y

solicitar allí empleo de Odontólogo. Deseaba ayudar en lo posible a esos pobres

alemanes, pues cuando se los imaginaba veía el rostro, las maneras de su amado

Helge; su pelo rubio, casi dorado, su sonrisa.... En fin, todo lo que él era. Y

una inmensa compasión hacia esos hombres se adueñó de ella, empujándola a

intentar que el día a día de esos hombres no fuera tan duro como en general

sabía era en esos campos. Estaba segura de que, dadas las duras condiciones de

su vivir diario, su salud dental sería arto deficiente y una de las cosas que

más tortura a una persona es un dolor dental.

Así que empezó a indagar

el paradero del campo entre los nómadas yacutos y pronto lo localizó. Estaba en

un área muy boscosa al noroeste de Yakust, sobre el río Lena a unas 60-70

verstas(63-73 Km.) Y también supo algo de su comandante, el coronel Iván

Ivánovich Meteliev, al parecer un hombre muy tratable, tolerante y que parecía

tratar a sus prisioneros con bastante benevolencia. Le pareció persona muy

accesible, justo lo que Lida necesitaba, pues el propósito que abrigaba era

peliagudo. ¡Que una autoridad soviética autorice auxiliar a los que

oficialmente eran “Criminales”, no “Prisioneros de Guerra”(3) ¡Casi nada!

Unos días más tarde, muy preocupada

y con el corazón en un puño, Lida emprendió el viaje al lugar donde localizara

el campo de prisioneros en un mapa de carreteras, no porque allí apareciera el

campo, que no aparecía, sino porque las informaciones allí lo ubicaban.

Le costó encontrarlo y

llegó un momento en que ni camino de tierra alguno parecía llevarla hacia allá;

pero se le ocurrió seguir una vereda, más bien una senda de renos salvajes, y

lo descubrió a lo lejos. Un rectángulo enorme cercado por una valla de madera

altísima, de unos cuatro metros, con torres de vigilancia a tramos regulares.

La senda pasaba a varios metros de la gran portada flanqueada por dos torres,

de la que partía un camino de tierra que se unía a la senda a setenta u ochenta

metros. Después la senda se perdía entre la frondosa arboleda del bosque que

cubría el entorno.

Pero súbitamente, casi que

por ensalmo, del bosque surgieron dos vehículos blindados, aullando sirenas y

gritándole a través de altavoces.

  • ¡Por favor camarada,

    deténgase y baje lentamente del coche! ¡Con las manos bien a la vista e

    identifíquese!.

Seguidamente uno de los

vehículos se situó sobre la senda, cortándole el paso en tanto el otro le

cerraba la retirada situándose a su espalda

Lida frenó lentamente su

automóvil, procurando no alarmar a aquellos hombres, pues sabía lo peligroso

que podía resultar; pausadamente bajó a tierra con los brazos en alto, portando

en ambas manos no sólo su cédula personal sino también cuantos certificados

avalaban su condición de teniente, Heroína de la Unión Soviética y cuantas

condecoraciones se ganara en la guerra.

Nuevamente el altavoz

ladró.

  • ¡Por favor camarada

    acérquese lentamente, brazos en alto!

Lida se aproximó tal como

le indicaban al vehículo que le cerraba el paso; al llegar a un par de metros

del blindado se apeó de él un sargento que se llegó hasta la muchacha, la

saludó militarmente y tomó los documentos que Lida le ofrecía. Apenas vio un

par de ellos su rostro se transformó, cambiando el duro gesto que hasta

entonces mantenía por otro de estupor, temor incluso. Volvió a saludarla

extremando la cortesía militar, casi como lo haría ante un general, diciendo.

  • A sus órdenes, camarada

    teniente. Con su permiso informaré a mi superior

No fue preciso que el

sargento llegara hasta el blindado pues apenas saludara éste a Lida, un

teniente se arrojó al suelo llegando hasta el sargento casi antes de que éste

pudiera dar media vuelta, arrebatándole con cierta violencia la documentación

de Lida. Su sobresalto fue igual, si no mayor, que el del sargento. Se cuadró

con absoluto rigor y dijo.

  • Camarada Lida Ilianovna

    Selenkaia es un honor conocerla y, si me lo permite, estrechar su mano.

           (Lida ofrece su mano al teniente)

    Y ahora

dígame, ¿en qué podemos ayudarle camarada?

  • Deseo ser recibida por

    el camarada comandante, el coronel Iván Ivánovich Meteliev.

  • Comprenderá camarada que

    debo comunicar al camarada coronel su petición y él decidirá.

  • Lo entiendo teniente, no

    se preocupe. Cumpla con su deber.

El teniente volvió al

blindado y unos minutos después, asomándose por la cúpula de la torreta

artillada, dijo a Lida.

  • Camarada, por favor,

    sígame.

Lida subió al automóvil y

la comitiva se puso en marcha. En minutos cruzaron la gran portada del campo,

que estaba abierta y en la explanada que ante ella se abría, la figura del que

sin duda era el coronel Meteliev, al parecer esperándoles pues tan pronto se

detuvieron en esa explanada se acercó solícito al coche de Lida, saludándola al

estilo militar y tendiéndole la mano para ayudarla a descender a tierra, al tiempo

que decía.

  • Es para nosotros un

    honor recibirla en nuestra casa, camarada Lida Ilianovna Selenkaia. Por favor

    pasemos a mi despacho donde podremos hablar tranquilamente, pues supongo que

    esta visita no será protocolaria. Por gusto nadie visita un campo de

    prisioneros, luego imagino que usted viene con un propósito muy definido. Venga

    pues conmigo camarada, por favor.

Lida se había limitado a

estrechar la mano que el coronel le tendía. Y sin responder a su discurso

marchó a su lado hacia una edificación de ladrillo que presidía la gran

explanada abierta frente a la portada.

Ya acomodados en el

despacho del coronel, ocupando unos mullidos butacones que a un lado de la mesa

de despacho había, con una mesita baja de centro situada ante las butacas. Allí

un camarero luciendo una elegante chaqueta blanca y pantalón negro, como en

cualquier buen hotel se podría encontrar, les sirvió sendas tazas de té y una

bandeja de plata con pastas y pastelillos de miel. E iniciaron la conversación. 

  • En fin camarada, dígame el

    objeto de su visita que si está a mi alcance no dude que será un placer

    complacerla.

  • Camarada coronel, mi

    deseo es colaborar con ustedes en este campo de prisioneros como médico

    odontólogo. Tengo el título por la Universidad de Moscú y ejerzo en el Hospital

    de Yakust. Pretendo asistir aquí por las tardes, tras mi consulta en Yakust. Y

    por el sueldo no se preocupe, no será problema. Sólo pido que, amén de atender

    a su guarnición, pueda atender también a los prisioneros.

  • Desde luego que su

    petición es insólita. Pero, aunque lo encuentre raro, veo su propósito

    encomiable.

La

misericordia es algo hermoso que define a la persona que es capaz de sentirla;

y si se dirige a un enemigo tan cruel como el invasor fascista, es hasta

heroico.

Pero

pienso que en sus motivos falta algo; un interés así no surge por simple

piedad. Pienso que hay mucho más, algo muy profundo, muy personal en usted.

Sincérese

conmigo querida Lida Ilianovna; no tema nada por mi parte al confesarme lo que

sea. Dígame sus reales motivos.

En ese momento Lida perdió

su aplomo; la tensión nerviosa que desde su salida de Yakust la acosara hizo

crisis y la chica rompió a llorar. Así, entre sollozos y muerta de miedo,

confesó al coronel Meteliev lo de su amado Helge Ursbach, pero sin pronunciar su

nombre, sólo un genérico “médico alemán”.

Meteliev la escuchó en

silencio, sin interrumpirla. Y al finalizar Lida su relato dijo a ésta con

suavidad, sin acritud alguna; como consolándola, casi como un padre hablaría a

la hija atribulada.

  • ¡Qué bella historia la

    suya! ¡El amor surgiendo en medio del Infierno que fue la guerra!

No

la censuro camarada ni la acuso de nada. El amor es lo más hermoso que los

humanos poseemos, puede que sea el rasgo más humano de nuestra psique pues nos

hace generosos.

Pero

ya entenderá usted que atender su propuesta no es cosa fácil. No tengo

autoridad suficiente para permitir que trabaje aquí; en todo caso tendré que

solicitar un permiso especial a la superioridad. Pero le prometo hacer cuanto

pueda. Por de pronto su concurso nos sería muy valioso, pues quien se ocupa

aquí de ese menester no pasa de sacamuelas.

Confíe

en mí camarada. Deme unos días para gestionarlo. Vuelva a visitarnos en

digamos....  un mes. Le informaré de lo

que vaya consiguiendo.

Con esa promesa el coronel

Meteliev daba fin a la entrevista y Lida, agradeciendo la buena disposición, se

levantó y regresó a Yakust.

Iba esperanzada, pero

también preocupada. El coronel parecía asequible y benévolo, pero.... ¿y si

todo no fuera sino una trampa para mantenerla incauta en Yakust y en cualquier

momento aparecían los de la MVD?

Pero debía afrontar el

riesgo pues con ocultarse nada lograba; debía volver al campo, no podía ser de

otra forma y si era como temía en el acto la detendrían. Luego sólo le quedaba

aguantarse y esperar. Lo que tuviera que pasar, pasaría sin remedio.

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Mas Lida Ilianovna estaba

equivocada en sus temores, pues el coronel Meteliev no tenía las intenciones

que tanto la asustaban.

Unos dos o tres meses

antes había recibido una Instancia del teniente Helge Ursbach, uno de sus

médicos alemanes, para cursarla a la superioridad. En esa Instancia el teniente

renunciaba a ser repatriado pues afirmaba estar arrepentido de su pasado

fascista, de haber colaborado con los nazis invadiendo y haciendo la guerra a

la URSS, luego quería purgar sus delitos contra el pueblo soviético.

Así mismo se declaraba

ganado al marxismo-leninismo, por lo que pedía que, al ser liberado tras su

condena, pudiera vivir en la URSS por considerar a ese país su patria, la

patria de todo proletario. 

En fin, una retahíla que

no se creyó el coronel soviético pues sabía que Ursbach era la antítesis de lo

que manifestaba.

Luego quiso saber la

verdadera razón de semejante locura. Y Ursbach confesó su amor por “una

fusilera soviética” a la que ya libre buscaría por toda la URSS si era

necesario hasta dar con ella.

Y claro, cuando Lida

Ilianovna le relató su “historia” con un “médico alemán” Meteliev reconoció la

coincidencia de ambas narraciones: Las mismas fechas, el mismo escenario junto

al Donetz... hasta las condiciones en que se conocieron eran idénticas en ambos

relatos: La granja junto al Donetz, la miliciana roja herida..... Todo, todo

era idéntico

Luego Lida Ilianovna era

la “fusilera soviética” que el teniente alemán ansiaba encontrar y Helge

Ursbach el “médico alemán” cuyo rostro ella veía al pensar en los prisioneros

alemanes.

Cuando la camarada

Ilianovna dejó su campo de Prisioneros, Meteliev pensaba en los relatos de

ambos jóvenes y se sintió impresionado, o mejor, emocionado. No podía creer

aquello.

¡Que en medio de aquel

infierno de odio, muerte y destrucción que fue la guerra en Rusia surgiera el

amor! Era tan increíble como si en mitad de un estercolero brotara una delicada

y bella flor.

Y esa misma tarde el

coronel ruso tomó una decisión. Intentaría que los sueños de ambos jóvenes

algún día pudieran ser una hermosa realidad.

Pues pensó o, más bien, su

conciencia le dictó que semejante amor, por el que Lida se enterrara en la

inhóspita Siberia y Ursbach estuviera dispuesto a afrontar muchos años más de

cautiverio; ese amor de absoluta entrega al ser amado, en el que el individuo

se olvida de sí mismo y se sacrifica por el ser amado merece toda ayuda y él se

la iba a prestar. A pesar de lo que fuera.

Pero había que meditarlo

bien todo pues sabía lo difícil que resultaría. Casi imposible realmente.

De inmediato la mente del

coronel empezó a trabajar a toda máquina, pero sin encontrar nada que resultara

ligeramente práctico: Sólo soluciones excéntricas e irrealizables.

Así pasaron algunos días

hasta dar con algo al menos un tanto lógico, mínimamente viable. De inmediato

empezó a dar forma al proyecto que cuanto más lo meditaba más le gustaba.

Dos días después de que a

Meteliev se le ocurriera lo que entendía un plan realizable un teniente Helge

Ursbach perfectamente afeitado y uniformado, aunque despojado de emblemas

nazis, pedía permiso al coronel ruso para entrar en su despacho.

  • A las órdenes de usted,

    mi coronel. ¿Da usted su permiso?

  • Pase usted teniente

    Ursbach. Baje la mano y siéntese por favor. ¿Un cigarrillo?

  • No mi coronel, no me

    apetece. Muchas gracias mi coronel.

  • Bueno teniente, vayamos

    al motivo por el que le hice llamar.

Hace

unos quince días, tal vez menos, recibí la visita de una joven odontóloga con

una propuesta casi tan insólita como su Instancia: Trabajar aquí, en este

Campo. Y sólo para ocuparse de ustedes, los alemanes. Simplemente por

ayudarles.

Al

pronto me desconcerté, pero enseguida entendí que eso era raro. Tanta piedad no

es normal. De modo que logré se confiara a mí y me narró una historia que

resultó idéntica a la suya teniente Ursbach.

Seguidamente el coronel

Meteliev contó al teniente Helge Ursbach lo que Lida le confesara; hasta su

huida de él en Novo Slóvoda, cosa que por cierto no comentara Ursbach en su

relato. 

Mientras hablaba Meteliev

observaba al alemán, sin perder detalle de su rostro que reflejaba las

emociones que la narración le producía. Y vio cómo, al final, sus ojos

brillaban pugnando por retener las lágrimas.

  • ¿Le recuerda a alguien

    este relato teniente?

  • (Rehaciéndose Ursbach

    un tanto) Sí, a Lida Ilianovna...

  • Lida Ilianovna

    Selenkaia. Verá teniente, cuando usted me presentó su Instancia me pareció una

    locura que no le serviría de nada, sólo prolongar vanamente su cautiverio.

    Créame usted Ursbach, al quedar libre le repatriarían a Alemania sin más.

De

modo que la guardé en un cajón de mi mesa olvidándome de ella y aquí está

todavía.

Pero

la visita de Lida Ilianovna me hizo cambiar de opinión. Aprecié en toda su

magnitud el hermoso amor que se profesan, y me 

conmoví profundamente. Me dije que tal cariño merecía cuanta ayuda se

precise para que ustedes dos vean sus sueños hechos realidad.

De

inmediato, tan pronto Lida Ilianovna marchó me puse manos a la obra buscando un

plan que haga posible ese buen final. Plan que hace un par de día creo hallé y

al que ayer pienso haberle dado forma muy realizable.

Para

empezar, dígame Ursbach. Por reunirse con esa mujer ¿está dispuesto a

comportarse como un ferviente comunista, digamos que....  mientras usted viva?

Sin

dudarlo, el teniente alemán respondió al instante.

  • ¡Desde luego ...

    camarada coronel! Debió darlo por supuesto.. 

    camarada, pues en la Instancia que le presenté eso va implícito. Habrá

    observado además que desde entonces me comporto... digamos que más dócil, pues

    acudo a cuantos mítines políticos nos obsequia el camarada Comisario Político.

  • ¡Perfecto teniente! En

    efecto lo suponía; y su cambio de actitud tampoco me ha pasado desapercibido. Y

    no sólo a mí, sino que también al camarada comisario Yevgeny Sergeievich Kitev,

    que alguna confidencia al respecto me ha hecho.

Le

daré una buena noticia: Ayer pedí a mis superiores que Lida Ilianovna se

incorpore como odontóloga a nuestro equipo médico y puede dar por hecho que

ella esté con nosotros en breve; puede que en este mismo mes aunque mejor

espérela para dentro de mes o mes y medio. Ah, una cosa. Cuando se vean de

nuevo deberán comportarse como dos desconocidos, pues ustedes, oficialmente, se

conocerán aquí, en este Campo. Item más, mientras estén aquí y a la vista de

cualquier testigo, ni un gesto de....digamos 

excesiva afectividad entre ustedes.   

Pero

vayamos al plan previsto. Escuche atentamente y cumpla mis instrucciones al pie

de la letra.

Seguidamente el coronel

puso a Ursbach al corriente de su plan para dar por terminada la entrevista

cuando entendió que Helge Ursbach se había enterado de cuanto debía saber.

NOTAS  (2) Aunque 

la  rendición incondicional de

Alemania ante americanos, británicos y franceses se

firmó

en Reims (Francia) en la madrugada del 7 de mayo de 1945, la firma de la misma

ante la URSS no se produjo hasta las últimas horas del día 8, en el Cuartel

General del mariscal Zhukov en Berlín, y cuando en Moscú eran casi las 2 de la

madrugada del día 9.

Por

eso Rusia y los países ex URSS festejan el fin de la guerra el 9 de mayo y el

resto de Europa, junto con EEUU, Canadá y buena parte de los estados

suramericanos  el 8. 

(3)Esto,  no 

tratar  a  los 

prisioneros alemanes como “Prisioneros de Guerra”, no

fue

exclusivo de los soviéticos. Realmente esto fue un acuerdo tomado en la

Conferencia de Yalta (Abril 1945) a propuesta de Stalin, secundado con fervor

por el presidente USA F. Roosevelt y al que W. Churchill intentó oponerse pero

al fin lo tuvo que aceptar, aunque luego Gran Bretaña no lo aplicó nunca. El

acuerdo comprometía a los firmantes a tratar a los prisioneros alemanes como

delincuentes comunes, es decir, como “criminales”.

Y,

aparte de la URSS, los americanos lo cumplieron a rajatabla, al menos con los

efectivos alemanes capturados tras la rendición alemana. Al efecto los

clasificaron como “Fuerzas Enemigas Desarmadas” para burlar los acuerdos de

Ginebra sobre Prisioneros de Guerra suscritos por los EEUU. Y claro, así

evitaron ser culpables de Crímenes de Guerra ante Ginebra.

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AMAR EN EL INVIERNO DE LA VIDA. Capítulo 2º

Cuento de d. alfonso el bueno” y la archiduquesa 3

Cuento de d. alfonso el bueno” y la archiduquesa 1

Cuento de d. alfonso el bueno” y la archiduquesa 2

AELA.- Capítulo 3º

ADELA.- Capítulo 2º

ADELA.- Capítulo 1º

Mal de amores...a mis años...

Canción

Un ramito de violetas

Desayunando

La buena educación

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 3º

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 4º

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 2º

Jugando al gato y el ratón

La chica del parque

Historia de dos mujeres.- capítulo 4º

Historia de dos mujeres.- capítulo 3º

Historia de dos mujeres

Historia de dos mujeres.- capítulo 2º

¡ay, morita!

Euterpe y tauro

Pretty woman

Ángélica

La casa de las chivas

Mi amada prima

Nos habíamos odiado tanto

D o ñ a s o l e

Carmeli

J u n c a l

La segunda oportunidad.

La primera vez de curro “el patas”

El matrimonio de d. pablo meneses. capítulo 2º

El matrimonio de d. pablo meneses.- capítulo 3º

El matrimonio de d. pablo meneses. capítulo 1º

Pepita jimenez

Romance en caló

Romance en caló.- capítulo 2

Hanna müller.- capítulo 2º

Hanna müller.- capítulo iº

Don ismael y la madre de paco

El destino es caprichoso

El cabo fritz lange

Historia de un idiota

Porque te vi llorar

La tía tula

En busca de sus orígenes

Unos años en el infierno.- capítulo 1º

Unos años en el infierno.- capítulo ii

El patito feo

Cuando mario embarazó a claudia

Tio juan

Entre el infierno y el paraiso

Una historia de amor y chat

C a r m e l i.

Mi historia con gabi

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 3º y Ultimo

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 2

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 1

Primavera en otoño

ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 2

ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 1

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.-Capítulo 4

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.- Capítulo 1º

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.- Capítulo 3

JUGANDO AL GATO Y AL RATON.- Capítulo 2

La segunda oportunidad

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD.- Capítulo 2.-

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD.- Capítulo 1

¿amar? ¿no amar?

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 4

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 3

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capìtulo 2

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 1

El futuro vino del pasado

¡Mi hermana, mi mujer, ufff!.- Epílogo. Versión 2

Madriles

La fuerza del amor

El reencuentro - Capítulo 4

El reencuentro - Capítulo 3

El reencuentro - Capítulo 2

El reencuentro - Capítulo 1

Gane a mi mujer en una apuesta

Mi hermana, mi mujer, ufff!.- autor onibatso

Mi hermana, mi esposa ¡Uff!.- Epílogo a cargo de

LIDA.- Capítulo 1º

LIDA.- Capítulo 3

LIDA.- Capítulo 4 y último