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AMAR EN EL INVIERNO DE LA VIDA. Capítulo 1º

en Erotismo y Amor

AMAR EN EL INVIERNO DE LA VIDA

CAPÍTULO 1º

Se conocieron gracias a toda una suerte de “carambolas” que se concitaron para consentir el evento. Podría decirse que, involuntariamente, desde luego, un familiar de él fue el “puente” que los puso en comunión: Tal familiar “pegó” un “post” en su “muro” del Facebook, “post” que él leyó y se le ocurrió comentar. Casualmente, ese familiar de él, pertenecía a una especie de asociación religiosa en la que, casualmente, también ella comulgaba, asociación con página propia en Facebook, a la cual ambos, ella y el familiar de él, se asociaron; así que, aunque  ni repajolera idea tenían el uno de la otra, y viceversa, sí pasaba que, de vez en vez, ella se encontraba, en el “Personas que quizás Conozcas” de  su muro, al familiar de él… Así que Fortuna quiso que, por cuando él comentara el “post” de su familiar, ella “pinchara” en el nombre de tal persona, leyera el comentario de marras y le pusiera un “Me Gusta”… El, a los días, vio ese “Me Gusta” y le llamó la atención que una desconocida hiciera tal cosa… Tuvo curiosidad al respecto, y entró en la página de ella... ¡Y lo que allí vio, le deslumbró! ¡Qué sensibilidad, qué fuerza anímica la que emanaba de las fotos, pero mucho más la que transmitían los textos subidos por esa mujer! ¡Qué profunda intensidad de pensamientos!... Allí, las citas de grandes pensadores, grandes filósofos, eran de lo más común: San Agustín, Tertuliano, Aristóteles… Y un muy largo etcétera…

Comenzó por compartir en su muro no pocos de estos “post”, puede que hasta veinte, para enseguida enviar a la mujer una solicitud de amistad y un primer mensaje de presentación, al que ella respondió casi en directo. Fueron varias las veces que así, de tiempo en tiempo, se pusieron en contacto por el Facebook. El “Face” que, apocopando el nombre, ella decía… E, insensiblemente, esos contactos, intermitentes en el tiempo en forma de muy de tarde en tarde, fueron acortándose en sus secuencias hasta acabar, mes arriba, mes abajo, en hacerse cotidianamente asiduos, terminando por ser conversaciones que cada día mantenían a través del chat del “Face”… Y así, lo que comenzó como un trivial conocimiento, comenzó a afirmarse en una más que sólida amistad, crisol de un profundo cariño que, día a día fue uniéndolos más y más

En muchos aspectos, se encontraron como almas gemelas, algo así como el ideal complemento el uno del otro… Él de ella, ella de él… Y es que los dos participaban de muchas cosas, aunque otras muchas les separaran; como a veces le decía ella: “Si fuéramos exactamente iguales, no nos soportaríamos, pues nuestra relación sería de lo  más aburrida”. Coincidían en esa marcada  sensibilidad de que ella hacía gala en su “muro”, un sentido del cariño muy íntimo, sin inconveniente alguno en expresárselo en palabras directas; en unos “Te quiero mucho” que no se escatimaban entre ellos, sin que tales expresiones de cariño traspasaran el sentido de franca, buna amistad; eran buenos amigos, amiga y amigo que de verdad, como tales, se querían, y no paraban mientes en decírselo, en expresárselo. También resultaron ser los dos apasionados; de ese tipo de personas que ponen alma y corazón en todo cuanto les interesa… En las aficiones, la amistad… El amor… No coincidían en la forma de vivir la vida; ella era muy vitalista, muy activa…Digamos, que no podía estarse quieta, siempre tenía que estar  haciendo algo… Vamos, que era lo que por aquí se llama una “polvorilla”… Él, en cambio, era la personificación de la tranquilidad; lo que más le gustaba era estar apaciblemente en casa, leyendo, oyendo música…

Llevarían como un mes conversando asiduamente por el chat cuando a él se le ocurrió hablarle de una de las primeras impresiones que de ella sacó

  • ¿Sabes? Me da un poco la impresión como si en ti hubiera algo de monja; tan espiritual como eres, tan devota… Diría que en ti hay algo de vocación truncada por un hombre que se te cruzó en tu camino de futura religiosa

  • Pues nada más inexacto que lo que dices, pues las monjas me dan una grima… Ja, ja, ja… No las soporto, de verdad… Tan santitas, tan pazguatas… En realidad, yo, de inclinaciones al celibato, ni media… La verdad es que los hombres me encantan… Sí, señor; me gusta el “sexo fuerte”… Ja, ja, ja… Pero dentro de un orden, ¿he?... Que no te creas que “too el monte es orégano”… Ja, ja, ja… ¡Ah!... Y entre comillas lo de “sexo fuerte”, ¿vale?... Que los hombres sois mucho más débiles que las mujeres… Se dice, que si los hijos debieran alumbrarlos uno la mujer, y el otro el hombre, el tercer hijo, llegaría, porque la mujer volvería a “quedarse” y alumbrarlo, pero el cuarto ni hablar del peluquín… No tendríais arrestos para repetir la experiencia, si así fuera

Él rio la ocurrencia, u ocurrencias, de ella, gráficamente, con un “Ja, ja, ja” en el chat del “Face” y, de corrido, y al hilo de lo de que le gustaba mucho el “sexo fuerte” se le ocurrió gastarle una barrabasada por lo fino, preguntándole

  • Y tú; ¿eres muy “juguetona”?

En el mismo momento en que pulsaba el “Enviar”, se arrepentía de lo que acababa de hacer, barruntándose en el próximo horizonte algo más que marejada… Vamos, hasta “mar arbolada” podía caerle encima como respuesta a su “gracieta”… Y, en principio, pareció que en sus ominosos barruntos no andaba tan descaminado, pues ella tardó en responderle unos cuantos instantes más de lo esperado, cosa que parecía indicar que se estaba pensando la respuesta. Por fin, esta llegó, con una especie de aire gélido que a él le pareció que acompañaba tal respuesta, pues más seria no parecía ser

  • ¿A qué te refieres con lo de “juguetona”?... ¿Qué quieres decir con eso?

Y él se dijo para sí mismo aquello de ”¡Trágame, tierra!”, e intentó salirse por la tangente

  • No; a nada en particular… Hablaba en general… Si eras muy juguetona en tu vida diaria… Si te gustaba reír… Nada en particular, de verdad

Con lo que el buen hombre mentía cual bellaco, pues bien tirado que iba ese “¿eres muy juguetona?” Pero, finalmente, ella no pareció tomarse “eso” demasiado a mal

  • Ja, ja, ja… Me parece que eres un rato pillín… Esto, era una pillería de hombre… De “macho ibérico carpetovetónico”… Pero ¿sabes?; te voy a contestar. Pues sí; soy juguetona… Me gusta reír, disfrutar de la vida… Soy alegre, a pesar de que la vida no me haya tratado muy bien… Pero no quiero hablar de eso… Ahora no, porque soy feliz… Me gusta estar así, hablando contigo… Ya sabes… Te quiero mucho, amigo… Y sí; también soy “juguetona”…en la cama… Sí; me encanta “hacer el amor”… Pero no te confundas conmigo, que no soy una mujer fácil… Para “hacerlo”, tengo que estar enamorada…amar al hombre… Entonces, cuando amo, me doy en cuerpo y alma, y lo  busco… Busco amar y ser amada… Soy gallega, y las gallegas de pro somos así cuando nos enamoramos; nos damos al ser amado sin reserva alguna…

Esa declaración, esa explosión de sinceridad de la mujer, le llegó hasta lo más hondo de su anímica intimidad; en fin, que en una de sus más inmediatas conversaciones le pidió que, si le parecía bien, le envara alguna foto, para poderla ver…conocer, siquiera, así, en fotografía; y ella, casi al momento, le envió tres: Una, tomada desde muy lejos, que apenas se divisaba nada, de espaldas a la cámara, sentada en unas rocas, frente al mar, intitulada “Meditando”; la segunda, tomada de frente, pero de perfil, de nuevo con el mar de fondo. Aparecía de pie, con una blusa blanca de manga corta y falda oscura, azul, diríase que marino y calzada con zapato bajo, tipo sandalia, un tanto rústica, además. Las prendas le quedaban antes ceñidas que holgadas, y no poco, además; la falda, por medio muslo, resaltando unas piernas bien torneadas, bonitas de verdad, y los muslos se adivinaban francamente esplendorosos… La blusa, marcando generoso busto mas sin abundancias antiestéticas No era gruesa, pero sin tampoco faltarle “materia donde agarrarse”… Tal vez con algo de barriguita… En fin, que dejaba apreciar un conjunto la mar de apetecible… La tercera foto era en medio urbano; totalmente de frente a la cámara y tomada desde más cerca; subtitulada “De Compras”, aparecía con un conjunto de chaqueta y pantalón a juego, azul eléctrico; manga larga y pañuelito al cuello, con zapatos también bajos, en sandalia, pero ya éstas de vestir… Del rostro, poca idea podía hacerse, pues en ambas fotos lo velaban unas enormes gafas de sol que se lo cubrían casi por completo

Y finalmente resultó que a él, paulatinamente, casi sin enterarse, ella se le fue metiendo adentro, y adentro y más y más adentro, hasta que, unos dos, tres meses más adelante,, tuvo que admitir, sin lugar a duda alguna, que se había enamorado de aquella mujer que, realmente, ni conocía, como un loco… Un loco de atar, sí señor; un loco de atar… Y se lo confesó: “Te amo, te amo, te amo… Con toda mi alma…con todo mi ser… Sin remisión… Per in sécula seculorum”… Y ella, no le decía ni sí ni no… Sólo, que el tiempo diría lo que tuviera que decir…

Pero también sucedió que, poco a poco, pasito a pasito, también ella fue variando en su forma de tratarle, de llamarle, comenzando a menudear los “corazoncito mío, de melocotón”, “pichoncito mío”, “mi pichurrín”, que a él le transportaban al séptimo cielo… Y al filo de este nuevo rumbo, por decirlo así, de la relación, surgieron confidencias de lo más íntimo, que a cada uno revelaron ignotas cosas del otro

Así, él supo que ella era divorciada de ya veinte años, tras otros tantos de infernal matrimonio con un hombre que la tundía a palos. Se marchó a Madrid con dos perras gordas en el bolsillo y allí trabajó en lo que pudo y le salió, fregando aquí y allá; en Madrid conoció a otro hombre, que fue bueno con ella; convivieron unos años, pero con muy limitada intimidad, pues él padecía diabetes, lo que lo hacía “inútil p’al servicio”. Este hombre, de siempre había sido jugador, pero al tiempo mudó en compulsivo, jugándose hasta las pestañas, con lo que ella acabó a pan pedir, pues él ya ni pela le daba, amén de que cuando en el “tapete verde” se quedaba “limpio”,  arramblaba con cuanto había en casa para seguir jugando. Así que también a este otro lo abandonó, cuando encontró trabajo en un hotel de Benalmádena. Pero sucedió que unos años atrás, el jugador reapareció en su vida; se había rehabilitado del juego, pero estaba tremendamente enfermo; en un accidente, perdió el bazo, un riñón y parte del hígado, amén de desarrollar una grave cardiopatía y con el azúcar manga por hombro (descompensada) que no tan de tarde en tarde precisaba hospitalizarle l, pues se le podía subir a casi quinientos. Eso sí; se vino con todo cuanto poseía hecho efectivo, y no poco, por cierto, además de una pensión de invalidez, que tampoco era manca

  • De verdad que no lo hice por eso; no le amé nunca, pero sí le quería… Le quiero… Como a un hermano… Y casi como hermanos convivimos de siempre… Ya sabes… A veces, pues eso… Tenía que “desbravarle” algo…ya me entiendes…los “trabajos manuales”… Y tal… También, entonces, él solía aliviarme a mí, que una de piedra no es… Pero también he de admitir que un dulce, a nadie le amarga, así que, con él, pude dejar de trabajar y vivir en casa propia, no en la habitación del hotel, compartida con otra compañera

Y ella supo que él estaba casado, y no soltero o viudo, como pensaba; y con tres hijos, ya casados y con hijos a su vez. Pero su matrimonio hacía años, casi veinte, que estaba roto; él y su mujer ya ni se hablaba, durmiendo en habitaciones separadas desde más de diez años atrás… No peleaban, digamos que habían llegado a un “statu quo” por el que, hasta cierto punto, se respetaban, sin insultarse y tal, pero cada cual iba por sus respetos

Pero es que también entre ellos dos, ella y él, hubo sus más y sus menos, con hasta cuatro encontronazos bastante sonados que a punto estuvieron de dar al traste con la relación tan peculiar que mantenían. El culpable era él, por insistente en aparecer en su página del Facebook. Al principio, cuando para él sólo era una amiga; que le caía muy bien, pero sólo eso, una amiga, por su muro pasaba casi que de uvas a peras; la asiduidad se limitaba al chat y punto; pero desde que ella empezó a ser otra cosa para él, desde que se sintió más que enamorado de ella, sus visitas al muro de la mujer se multiplicaron como margaritas en verano, comentando casi todo lo que ella subía, refrendando esos comentarios con algún corazoncito cariñoso que otro. Ella le advirtió que no “enseñara tanto la alpargata”, pues casi todos los que visitaban su página eran cofrades de su asociación religiosa y en ese entorno relaciones tan íntimas como las que él evidenciaba, no gustaban, con lo que la ponía a ella en evidencia. Él dijo “vale”, y algún tiempo estuvo mordiéndose el dedo para no entrar, pero un día se “pasó siete pueblos”, pues se lo llenó todo de corazoncitos y demás… Romántico que estaba él el tal día… Y ella le formó un pifostio de la de Dios es Cristo, pues genio tenía, y un rato largo, y cuando se cabreaba era temible…

Aquella tarde acabaron mal, pues ella llegó a mandarle a freír espárragos, cortando el diálogo por lo sano, con un “Me voy; estoy cabreada y no me apetece seguir”  No pasó nada al final, sino que al día siguiente vino una más que dulce reconciliación, en la que ella le pidió perdón por lo de la víspera hasta en arameo. Siguió mes y bastante de idílicos diálogos… Fue entonces cuando ella comenzó a llamarle “Pichurrín”, “Pichoncito”, “Corazoncito mío de melocotón”… Y otras lindezas varias… Pero sin “explicarse” palmariamente… Él le decía que la quería mucho, que la amaba más que la trucha al “trucho”, que soñaba con ella… Y tal y tal y tal, a lo que ella respondía con su sempiterno “El tiempo dirá a lo que tú y yo podamos llegar algún día”… Aunque también hubo uno en que ella le preguntó, abiertamente     

  • Pero, ¿de verdad estás enamorado de mí?

  • ¿Puedes dudarlo?... Te quiero como nunca quise a mujer alguna… Como nunca volveré a querer a nadie… Con toda mi alma… Sin remedio… Hasta las trancas te quiero, te amo, te adoro

  • Pero si no me conoces… Si nunca me has visto… Si llevamos tratándonos apenas unos meses

  • Bien lo dices: Nunca te he visto… Mira, cuando te pedí las fotos ya estaba enamorado de ti… Y ni en foto te conocía…Te había visto nunca… No es la primera vez que me enamoro de una mujer, pero como de ti, de ninguna, pues las otras veces, lo primero que me atrajo fue su cuerpo… Su ser de mujer… Contigo no ha pasado así; de ti me enamoré sin haberte visto nunca… Me enamoró no tu cuerpo, sino tu alma… Esa sensibilidad que muestras en tu muro, esa dulzura que transmites, esa grandeza de alma que se te vislumbra al tratarte… Me enamoré de tu alma, de tu ser de buena persona… De persona y mujer cariñosa… Mujer que “se entrega en cuerpo y alma” al hombre que tenga la suerte de enamorarla… Que sea lo bastante inteligente para saber enamorarla… Y eso es lo que yo quiero: Enamorarte; enamorarte hasta las trancas… Hasta que no puedas vivir sin mí… Eso es lo que yo deseo: Saber, ser lo suficientemente bueno para poder enamorarte así, como quiero que te enamores de mí 

Ella no respondió al momento, sino que, una vez más, dejó pasar algún que otro segundo de más antes de responderle… Como para pensarse lo que contestarle… Como para poder asumir todo cuanto él le decía tan vehementemente

  • Me parece que eres un zalamero; un zalamero mentiroso… Embaucado de inocentes señoras… Ja, Ja, ja… Pero sabes; también yo te quiero mucho… De verdad, que te quiero mucho… Pero no te embales, ¿he?... Que te conozco y me la lías. ¡Ja, ja, ja!

Bellas palabras las suyas, pero con el correspondiente jarro de agua fría al final. Pero ya llegaría; ya llegaría, el dulce momento en que ella le admitiera amarle como él la amaba a ella. Y siguieron transcurriendo los de tal guisa, con él cada uno que pasaba más encendido por ella; más enamorado; más vehemente, lo que se traslucía en candentes mensajes por el chat que siempre lograban de ella lo mismo: Lo de zalamero, mentiroso y embaucador de cándidas maduritas… Tomándoselo a broma, riéndose, a lo que él le respondía que era cruel con él, al no soltarle prenda… La prenda que tanto él deseaba recibir de ella, el sí a su encarnizado amor… Incluso hizo con esa mujer lo que en jamás de los jamases fue capaz de hacer… ¡¡¡Escribirle poesías!!!... Sí; poesías… Ni a sus diecisiete, dieciocho, veinte años, cuando todo mancebo enamorado que se precie las hace, él ni mu… Pero entonces, con esa mujer, se puo un día, y como si en su  pastelera vida hubiera hecho otra cosa… Hasta un ramillete de media docena, en unos cuantos meses, llegaron a salirle, inspiradas en el amor que ella le inspiraba. Así se iban desarrollando las cosas hasta que uno de esos días ella le dijo

  • ¿Pero es que no te das cuenta de que, para que entre nosotros pueda haber algo, tendríamos que romper amarras con lo que tenemos?… Que tú tendrías que dejar a tu mujer y yo a mi pareja...

  • Pues claro que me doy cuenta… Que no soy tonto…

  • ¿Y tú lo harías? ¿Dejarías a tu mujer?

  • A ojos cerrados… Sin dudarlo un momento… Y a mis hijos… Como dice un bolero, “Si tú me dices ven, lo dejo todo”…

  • Pues yo no podría... Ya te lo he dicho, lo sabes… No le amo, pero le quiero mucho… No puede vivir sin mí; si yo le abandonara, seguro que en nada se moriría… Y no solo de tristeza, sino porque sin mí, él no se medicaría como debe… No podría… No puedo dejarle… ¿Entiendes?

Ya lo creo que lo entendía; demasiado bien lo entendía… Se consternaba, se lo llevaban los demonios… Eso, ella se lo repitió muchas, pero muchas veces: “No podría… No puedo dejarle… ¿Entiendes?”, y, en tales ocasiones, a veces, era él quien cerraba el diálogo, entre enfurruñado y amargado. Al día siguiente, ella era más dulce, más cariñosa que nunca… Los “pichoncito”, “pichurrín mío”, “corazoncito mío”… Los “Te quiero mucho”… “No te enfades; entiéndeme” menudeaban que eran una delicia para él. Y aquél casi idilio que mantenían se hizo más dulce, más íntimo desde entonces; solía suceder, que tras una de arena, ella extremaba las paletadas de cal, en una suerte de compensación por los sinsabores que a veces le daba. Se dieron los números de móvil, para llamarse de vez en cuando, escuchar la voz, él de ella, ella de él, y las direcciones electrónicas, con lo que, cuando terminaban la charla por el chat, más de una vez y más de dos, él seguía diciéndole cosas a cal más encendidas, a cual más cargadas de llameante amor…

Y así es cómo metió él el zanco, hasta el corvejón, por segunda vez, dos meses y algo tras la primera. La verdad era que er “probetico” si, adrede, se empeñara en “jorobar la marrana”, mejor no lo haría. La cosa fue que, liándola que la liaré, anduvo haciendo el indio con la dirección electrónica de ella. Pinchándola, entró en un grupo que ella tenía en Google y, sin saber ni lo que hacía, sólo “pinchando” aquí, allí, allá y acullá, sucedió que, como quién no sabe  es como el que no ve, acabó por enviar una solicitud de amistad al mismísimo “maromo” de ella Y, al día siguiente, ahí fue Troya, con ella lanzando venablos por la boca, que me le diga, por los dedos, que se quedaba sola… Él, tras pedirle perdón ni se sabe las veces, acabó por cabrearse, que también tenía su alma en su almario y cuando “le llenaban el gorro de guijas” (lo exasperaban del todo), también sabía sacar las uñas, por lo que estuvo un par de días sin quererla responder, hasta que ella le dijera a esos dos días de mutismo: “¡Respóndeme, por favor!” y, a la vista de eso, el excelso “rebote” que se traía encima, se esfumó como por arte de magia. También sucedió que la pareja de ella, ante la aparición de él,

Pero las cosas variaron algo entre ellos; para empezar, sucedió que el “maromo” de la mujer se la armó a ella con lo del último desaguisado de él, más “mosca” que pavo en Navidad, presumiéndose algo así como un par de cuernos “adornándole” la frente, con lo que empezó a no perderle ojo a su susodicha, con lo que él dejó de entrar en el chat del Facebook a buscarla, esperando a que fuera ella quien entrara buscándole, para estar seguros de que “no había moros por la costa”. Y, para continuar, “ipso facto” dejó de ser el “pichoncito”, el “pichurrín”, el “corazoncito de melocotón” etc. etc. etc… Durante un tiempo mantuvieron una especie de ten con ten, con las consabidas ardorosas declaraciones de amor de él, y los no menos sabidos “el tiempo dirá lo que deba decir de nosotros”…

Pero dos, tres, semanas, como mucho, de la última vez, él volvió a sacar los pies del tiesto, que parecía hacerlo adrede. Fue una noche en la que él, entretenido en una serie de juegos de ordenador que le “molaban” cosa fina, se le fue el santo al cielo, y no entró a buscarla a eso de las diez y media, como de común hacía, sino que lo hizo pasadas ya las doce, encontrándose con que ella, harta de esperarle, casi acababa de cerrar, despidiéndose hasta la siguiente mañana. Y al “jincho”, desilusionado por no haber estado más “al loro”, (atento), no se le ocurrió cosa mejor que, desde la una de la madrugada, liarse a enviarle a su amada mensajito tras mensajito, con florecicas, palabricas “d’amoug”, pero que muy, muy “d’amoug”, amén de “”Te quiero” a graneles varios  “Urbi et Orbe”… Y la recaraba en avecicleto.

Lo malo es que, al siguiente día, la que ella le echó fue algo así como minina… Las “cratastorfes” más “cratastórficas” del mundo mundial, agua de borrajas frente al “globo” que se pescó la “prójima”…

  • ¡Cómo se te ocurre enviarme semejante cantidad de mensajes, uno tras otro, sin que yo estuviera para recibirlos!... ¿No comprendes que él puede cogerme el móvil y verlos?... Si tal pasa, de la impresión se me muere… ¡Se me muere! ¿Entiendes?... ¡¡¡SE MUERE DE LA IMPRESIÓN!!!... Y, ¿sabes?... Si él se muere por tu culpa… Te odiaría… ¡¡¡A TI TE ODIARÍA…TE ODIARÍA, CON TODA MI ALMA!!! ¿TE ENTERAS?....

Una vez más, lo dejó en la estacada, mandándolo más lejos que las estrellas y, como las anteriores veces, dándole con la puerta en las narices, dejándolo más tirado que alpargata vieja… Roto, deshecho… Fueron varios días dos, tres, que ella ni se dignó entrar con él, y él se deshacía de dolor… Maldecía haberla conocido… Y las noches sin dormir, ni siquiera con las pastillas que al efecto logró que la doctora le recetara. Así, hasta que al tercer o cuarto día, ya más a la noche que en la tarde, ella volvió a buscarle. Venía, de todas formas, con las de “Alberi”, (de mala leche): Que ya no le aguantaba; que parecía un niño… Que si tal…Que si cual… Por finales, le planteó que, de cariñitos, ni medio… Nada de “Queridita mía”, nada de “Mi reina…mi sultana de Al Hamrá”, nada de “Te quiero, como la trucha al “trucho”… Que si quería, como amigos y sanseacabó, “e sin non”, “puerta” macho… Él llegó a pensárselo, pues el panorama le atraía menos que tirarse por la terraza desde un octavo piso, por lo que le pidió “tiempo” para fumarse un cigarrillo. Se lo pensó…y lo aceptó, pues “mejor es algo que nada”… Aunque echando as muelas

Fue un cambio de actitud muy, pero que muy acusado; aquella misma tarde-noche, se hablaron muchas cosas; para empezar, él mismo, ante ella, se encontró ridículo por todo lo que había hecho  

  • Desde luego, que a mis 71 años me haya puesto a escribirte poesías… A enamorarme de ti como me he enamorado… ¡Me he comportado como un crío! ¡Qué ridículos podemos ser los hombres, cuando nos enamoramos!... ¡Y, a mis años!... ¡Comportarme, casi, casi, que como un mozalbete!.. Qué vergüenza, Dios mío; qué vergüenza…qué cosas más ridículas en que podemos caer cuando perdemos la cabeza---

  • ¿Setenta y un años tienes?

  • Pues sí; Y oye, que yo a nadie engaño… Que no soy como otros, que esconden, obvian, su año de nacimiento… Que yo lo tengo buen clarito en el Face: 1943

  • No… No lo sabía; no lo sabía sé… No lo he mirado… No me he fijado… Creía que tenías cincuenta y tantos… Sesenta y alguno…

  • Pues no nena; setenta y un “tacos de almanaque”… Uno tras otro, además… Oye; y ya que estamos de confidencias de edades… ¿Tú cuantos tienes?...La verdad, yo te calculo unos cincuenta y ocho-sesenta

  • No; si yo ya sé que hasta con lupa me has mirado… Para no perderte ni una arruga…

  • En absoluto; simples matemáticas: Veinte años casada y otros veinte divorciada, cuarenta años… Más dieciocho o veinte que tuvieras al casarte… Y te decía eso, porque sé que en Galicia, os casáis jóvenes; más que en el resto de España… Bueno; en Asturias, no sé yo…

  • Pues no, que me casé con quince años… Eso sí; para dieciséis… Pero tenía quince todavía al casarme… Luego, ahora, cincuenta y cinco… Y no hace nada que los cumplí…

  • ¡Dios mío!... Dieciséis años que te llevo…

    FIN DEL CAPÍTULO

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