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El reencuentro - Capítulo 3

en Erotismo y Amor

EL REENCUENTRO

Capítulo 3

Al empezar 1961 de nuevo estaba en un puesto fronterizo del desierto, éste junto a Argelia, pero con las mismas vistas de antes, desierto, desierto y  desierto, sin vestigio de vida aunque eso fuera una ilusión, pues la vida se agarra a la vida, surge y prospera en todos los ambientes, por hostiles que sean.   Pero ahora era diferente. Lo que antes se me hizo insufrible y aburrido esta vez me servía de calmante, daba sosiego y paz a mi espíritu, tan traumatizado por los cuatro meses pasados en el Congo. Cuando con los binoculares de campaña observaba ese paisaje desértico tan cambiante, con sus arenales y espacios pedregosos, las cadenas de dunas de arena arrastrada por los vientos o las someras montañas de dura piedra, todo ello seco, árido, en esta otra vez me tranquilizaba antes que agobiarme. Hasta la atmósfera que allí se respira, agobiante y a veces casi irrespirable por la permanente calima que reina se me hacía más llevadera. Ahora todo eso era para mí como uno de esos gajes de la vida imposibles de sortear y ante lo que sólo queda el remedio de adaptarte y aceptar buenamente las circunstancias

Incluso a veces me sentía monje: Uno de aquellos monjes que a los tradicionales votos de castidad, pobreza y obediencia sumaban el de combatir hasta la muerte por el bien de la Cristiandad, uno de los monjes de aquellas famosas Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara, Montesa, San Juan... El Temple o Templo de Jerusalén, dedicados a proteger a los peregrinos que viajaban a Tierra Santa en el Medievo, tan injusta y cruelmente exterminados con el consentimiento del Santo Padre del Vaticano a la mayor riqueza del rey de Francia y, secundariamente, de cuantos reyes y señores dominaban territorios donde estos monjes disponían de algún bien. ¡Qué lástima, qué pena! que el Papado tantas veces en la historia olvidara las palabras de Jesús el Cristo, el enviado en griego: “Un nuevo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13/34)  “¿Cómo decís que amáis a Dios, a quien ni veis ni conocéis, si no amáis a vuestro vecino con quien a diario convivís?”(1Jn.4/20)

Y lo que antes era una intuición ahora se hacía patente realidad para mí: Amaba esta vida, lo que significaba. Amaba ser lo que era, soldado, legionario, a la Legión en sí misma. Todo eso se hizo parte de mi, de mi propia existencia y supe que eso es lo que sería hasta el fin de mis días: “Legionarius in eternum”  Allí, entre aquellos hombres tantas veces brutos e incultos pero siempre fieles y leales hasta morir por la Patria o en apoyo de un camarada en apuros, haciendo bueno hasta la exactitud aquello que reza el Credo Legionario: “Ayudar siempre al compañero, con razón o sin ella”, encontré una especie de familia. Así, el regreso a la Legión fue como volver al hogar paterno tras largas y abrumadoras jornadas lejos de todo ser querido.

Por un momento recordé a Carmen, ese amado y lejano tormento mío, y el daño que me hiciera hacía... mucho, mucho tiempo para mí entonces. Lo veía tan lejano después de todo lo ocurrido que me parecía que hacía siglos que sucediera. Y comprendí que la decisión aquel día tomada fue un verdadero acierto. No por lo que entonces pensara o buscara, el olvido en el fragor del combate; no, no por eso sino por lo que la Legión ha acabado por ser para mí bálsamo de las heridas del alma y a Dios doy gracias por permitir que aquel día tomara tal decisión.

Otro aspecto que por entonces, cuando ya entraba en la recta final de mis 23 años, centraba mi atención era mi situación personal. Que sería legionario de por vida era algo perfectamente deseado y asumido, pero ¿con qué aspiraciones? ¿Ser simple “legía” toda mi vida? Indudablemente que no. Y esperar años y años a ser suboficial, oficial incluso, mediante la especial Escala Legionaria tampoco era lo que pretendía. El acceso directo a las oposiciones de ingreso a la Academia General Militar de Zaragoza valiéndome de mi título de Bachiller mi edad, 22 años ya cumplidos, me lo vedaba. Pero sabía que había otra posibilidad, seguir la Escala de Complemento. Esta Escala, aunque permitía el ascenso de cabo a alférez en pocos meses, en sí no tiene futuro pues el empleo de oficial no te lo asegura más allá de los 34 años, pero te brinda la posibilidad de poderte presentar a las oposiciones a la General Militar hasta los 27 años, con lo que dispondría aún de cuatro para ingresar.

En mi última escapada a Villa Cisneros me dirigí al Cuartel General del Tercio donde la gente que estaba de guardia, era domingo, me informó de todo lo referente al asunto por los Diarios Oficiales del Ejército. Al parecer, para acceder a los cursos de Complemento era imprescindible ser cabo, y que en unos cuatro o cinco meses podría pasar a ser alférez.

Al día siguiente, lunes, al regresar al desierto pude ver al teniente de la sección para ser incluido en el primer curso de cabos que se convocara. Resultó que había un curso convocado para el 1 de Marzo y con todavía plazas libres, con lo que en primero de Abril pude lucir el galón de cabo y en Septiembre empezar los cursos de la Escala de Complemento de modo que a mediados de Febrero de 1962 lucía la estrella de alférez y me pavoneaba cosa mala entre la “parroquia”. (1)

Ya no estaba en aquel puesto fronterizo, aunque tampoco dejé el desierto, pues me dieron el mando de una sección con cuatro de esos puestos bajo mi control. En marzo de ese año apareció en el Diario Oficial la convocatoria para ingreso en la Academia General Militar y yo presenté mi instancia para concurrir a examen, con lo que en Junio, con 24 años casi recién cumplidos, estaba en Madrid de paso para Zaragoza.

Y ahora, con el corazón encogido y un nudo en la garganta, telefoneé a mi casa. Cuando escuché la voz de mi madre... no pude ni hablar. Ella insistió “Dígame... dígame”… y yo seguí en silencio, incapaz de articular palabra. Iba ya mi madre a colgar diciendo “Otro gracioso que llama sólo por molestar” cuando al fin me salió un sonido, unas palabras de la garganta, y aún estas enronquecidas y casi balbuceando.

·        So... so... soy... soy yo... mamá

El silencio de unos segundos y la voz de mamá.

·        Javier, Javi hijo, ¿eres tú, de verdad eres tú?

·        Sí mamá, soy yo, Javier. ¿Cómo estáis?

La voz de mamá alterada, muy alterada. La impresión agradable de saber, por fin, algo de mi tras estos años se había trocado en un “globo” de impresión.

·        ¿Qué cómo estamos? ¿Tú qué crees, después de...de?.. ¡SEIS AÑO JAVIER, SEIS AÑOs SIN SABER DE TI... ¡Sinvergüenza, golfo, mal hijo!.... ¡DEGENERADO!... ¡Y se atreve a preguntar que cómo estamos!...

Las voces que daba mi madre restallaban en mi oído hasta casi hacerme daño. Retiré un momento el auricular y al volver a acercarlo era la voz de mi padre la que escuchaba

·        … ahora te acuerdas? Mira Javier, ante mi no aparezcas porque.. porque... ¡Te mato...

De nuevo la voz de mi madre, que al parecer le quitó el teléfono a papá

·        No hagas caso a tu padre Javi, que ya sabes cómo es. Pero dime hijo, ¿Cómo estás tú? ¿Dónde estás? ¿Te pasa algo hijo mío?

·        Mamá, si me dejáis hablar podré contestaros algo. No mamá, no me pasa nada y estoy bien, de verdad mamá muy, pero que muy bien. Y aquí, en Madrid.

·        Javier, ¿por qué nos hiciste esto, escaparte? ¿Tan mal te tratábamos? Si estabas mal con nosotros, habérnoslo dicho, ya sabes lo que te queremos y alguna solución habríamos encontrado a los problemas que con nosotros tuvieras. Pero... ¡Escaparte, así, sin una palabra!... ¿Sabes lo que hemos pasado todos estos años? No, no lo sabes... ¡Llegamos a creerte muerto, muerto en cualquier lugar, Dios sabía dónde! (Mamá estaba tan alterada que ni se había enterado de que estaba en Madrid)

·        Sí mamá, lo comprendo. Perdóname por favor, perdonadme todos, papá, tú, mi hermana... Aunque no os lo creáis, os he echado mucho de menos a todos vosotros, os he añorado muchísimo...

Tanto mamá como yo estábamos llorando. Tras otro segundo en silencio, atragantado por la congoja que me dominaba, seguí hablando.  

·        Y no mamá, no me marché por vosotros... fue por Carmen... me hizo sufrir mucho aquella tarde... me rompió por dentro. Tenía muerta el alma y quería morir, morir de verdad... y... ¡Me fui a la guerra!

·          ¡Pero qué dices hijo... ¿a la guerra?... ¿A qué guerra?

·          (Ahora quien hablaba era mi padre) ¡Pero qué dice tu madre! ¿Qué significa eso de la guerra?

·          Pues... eso mismo ¡Que me fui a la guerra, a la de Ifni!

·          ¿Te volviste loco o qué? Y... ¿cómo pudo ser si eras menor de edad? No entiendo nada Javier.... ¡No nos estarás contando un cuento para ablandarnos!... ¿verdad?...

·        No papá, no os miento es todo cierto. Me alisté en la Legión. ¿Cómo pudo ser? Sencillo: Cuando me pidieron la documentación dije que no la tenía, que la dejé en casa cuando me escapé pero juré por todo lo jurable que tenía 21 años cumplidos y... el sargento reclutador... pues hizo como.... si le estuviera contando los cuatro Evangelios...

·         (Papá, tras un pequeño silencio) ¡Alistarte en la Legión, y sin documentación! Lo dicho, estás loco. Y, ¿qué es de ti ahora? ¿Qué haces? Porque imagino que lo de la Legión se acabaría ya.

·          Pues... ¡NO!, sigo en la Legión. Cabo efectivo y alférez... menos efectivo: De la Escala de Complemento. Estoy en Madrid, como le decía a mamá, pero de paso hacia Zaragoza. Esta tarde tomo el TALGO para allá. Voy a examinarme para ingresar en la General Militar y espero aprobar este mismo año, todo lo más el año próximo. Papá, tengo ya dos medallas, la de la Campaña Ifni-Sahara y la de Sufrimientos por la Patria. Sí papá, estuve en la guerra y entré en combate varias veces, aunque lo más duro fue lo de Edchera: Más de cien bajas en una fuerza, la XIII Bandera, que no alcanzaba los 450 efectivos, más del 20% de bajas y casi la mitad muerto. Uno de los heridos fui yo, con dos disparos en el cuerpo. Y eso cuenta a la hora de sumar puntos en el examen; como también el presentarme siendo alférez.

Papá volvió a enmudecer pero enseguida habló de nuevo.  

·        Vaya Javier, te veo bien, muy centrado y eso me tranquiliza. Pero sobre todo me enorgullece cuanto me cuentas. ¡Veterano de Ifni y.... HERIDO DE GUIERRA! ¡Casi nada hijo! Un abrazo muy fuerte Javi. Así quiero yo verte, un verdadero hombre. Sin alharacas y mucho menos alardes de camorrista, pero sabiendo estar a la altura de lo que corresponda, afrontando las responsabilidades y cumpliendo con tu obligación, con tu deber siempre, sobre todas las cosas. Me enorgulleces Javier, hijo mío

Al otro lado del teléfono empecé a escuchar algo de jaleo y distinguí al momento la aguda voz de mi hermana diciendo “Vosotros ya habéis hablado con Javi pero yo no, así que me toca” Y seguidamente su voz en mi auricular

·        Javi hermanito ¿de verdad has estado en la guerra y te han herido?

·        Eso es Mariló, tú directa, sin preguntarme ni cómo estoy Ja, ja, ja. Pues sí hermanita he estado en la guerra y allí me hirieron. Pero dime pequeña, ¿Cómo estás? Seguro que sigues tan guapina como antes, con esa nariz tan respingona. Y también seguro que sigues siendo tan respondona como entonces, pero ¿sabes? (Bajando un poco la voz) Te he echado mucho de menos, aunque me hicieras rabiar tanto y tantas veces. Otra cosa chiquitina, ¿sigues rompiendo el corazón de cuanto chaval se cruza contigo?

·        Javi, sigues tan chinchoso como siempre. Pues no, ya no voy por ahí... como dices. Senté la cabeza y... ¡Soy una señora casada desde hace ocho meses largos!... y... ¡Con una barriga que ya, ya, de algo más de seis meses! ¡Dios y qué gorda estoy! Me miro al espejo y ni me reconozco, yo siempre tan delgadita y pizpireta. Pero soy muy dichosa Javi, esto de esperar ser madre es lo más bonito del mundo.

·        ¡Vaya hermanita, esto sí que no me lo esperaba! ¡Tú casada y esperando prole! ¡Y yo voy a ser tío y sin enterarme! ¡Pero si aún eres una cría!

·        Pues no hermanito, que voy a cumplir los 22 años y ya soy mayor de edad

·        Claro, es verdad, ya eres una venerable ancianita. Y ¿quién es el afortunado mortal? ¿Le conozco?

·        Pues.... sí que le conoces... es... es Eduardo

·        ¿Eduardo Linares? ¿El jirafa?

·        ¡Ves como eres un chinchoso! ¡Pues no es tan alto y desgarbado! Es guapo... y me quiere mucho... y yo a él

Yo reía a mandíbula batiente. ¡Eduardo, el bueno de Eduardo, el Jirafa! Buen amigo y mejor persona pero, Señor, lo más desgarbado y patoso que se pueda uno imaginar. Le gustaban las chavalas más que a un perro un picatoste pero tan pronto tenía una fémina cerca se ponía colorado como un tomate y la lengua se le trababa que era una vida mía.

Menudo espectáculo daba entonces, con el pobre hecho un lío, el rostro a punto de llamear y la lengua no ya trabada, sino casi tartamudeando.

Y mi hermana todo lo contrario. Extrovertida, dicharachera, alegre, con una risa que te envolvía y acababa por embrujarte. Sin ser lo que se dice una belleza resulta muy atractiva. Tenía un don especial, natural, para concentrar en sí misma la atención de todos cuantos la rodearan o, simplemente, se cruzaban con ella por la calle. Los chicos la volvían loca y no podía pasar sin tener siempre alguno al retortero.

Es inteligente, bastante más que yo, pero alérgica a cuanto sea esfuerzo. Cuando llegaban las fechas de las evaluaciones escolares de cada mes, en casa se armaba la de Dios, pues ella, como mucho, venía con aprobadillos raspadetes y más de uno, mejor más de dos suspensos, lo que a mi padre le hacía perder los estribos: El, tan serio, tan trabajador siempre, no podía admitir que su hija, ella precisamente, su ojito derecho, fuera como era. Y de desordenada nada digamos: En su cuarto siempre andaba todo manga por hombro.

Pues bien, estos dos seres, tan distintos como el agua y el aceite que no hay manera de mezclarlos, habían acabado casándose. No lo podía entender. Misterios de la insondable naturaleza.

Pero me alegraba. Eduardo era un gran muchacho que sabría amarla y hacerla dichosa. Claro, que ya sabía yo quién llevaría el bastón de mando en ese hogar. Pobre Eduardo en manos de semejante diablesa, pero también dichoso él, pues Mariló es, como él, una gran persona y sabrá hacerle feliz. Bien mirado, pueden ser una pareja perfecta, no sólo se compenetrarán sino que se complementarán mutuamente, cada uno es el complemento ideal del otro. Sí, creo que ambos serán felices.

Y así se lo hice saber a mi hermana

·        Mariló cariño, perdona, pero ya sabes cómo soy, siempre tomándolo todo a broma. Y de corazón te felicito, no podrías haber elegido un hombre mejor. Ni tampoco él una mujer mejor. Sé que seréis felices porque os lo merecéis, como también sé que mutuamente sabréis haceros dichosos el uno al otro. Y bueno, muchísimas felicidades por el rorro, ese sobrino que entre los dos me daréis. Te quiero mucho a ti y también a Eduardo. Dale un abrazo y la felicitación de mi parte.

·        Gracias Javier hermanito, muchas gracias. Se las transmitiré a Eduardo de tu parte. Verás, él no se pone pues no está todavía en casa. El pobrecito mío se pasa el día trabajando... ¡para que yo me “funda” el dinero ja, ja, ja. Oye, que eso es broma, no vayas a creer que soy una manirrota. Al menos ahora, pues soy una mujer de su casa muy, pero que muy responsable y administro el dinero que tú no veas: Ni un céntimo en gastos innecesarios. Y por que yo me ocupo de ello, pues si fuera por Eduardo, pobrecito mío: Cada día me compraría un vestido, unos zapatos, cualquier cosa. Pero no. No puede ser, nuestro hogar lo tenemos que sacar adelante y somos nosotros, él y yo, quienes tenemos que sacarlo. Y si él se sabe ganar el dinero yo debo saber administrarlo, hacer que cada mes nos llegue para todos los gastos y, si es posible, hacer que sobre algo. Bueno Javier, te dejo pues papá se está poniendo de un pesado que no veas.

Ahora volví a escuchar la voz de mi padre, que ya le oía a lo lejos pedir a gritos a mi hermana el teléfono

·        Que sí Javier, que sí, que también tu hermana sentó del todo la cabeza, a Dios gracias. Desde que se puso novia con Eduardo varió como quien da la vuelta a un calcetín. Y veo que de verdad se quieren los dos. Como imaginas estamos muy contentos con ellos dos. Viven muy cerca, en Menéndez Pelayo, a dos pasos de casa y frente al Retiro. Como le digo, que al chico que venga le vendrá muy bien ir allí. Tu hermana pasa en casa casi todas las tardes, a veces incluso come con nosotros. Luego, sobre las ocho u ocho y media de la tarde viene Eduardo a buscarla. Suelen cenar aquí casi todas las noches y luego se van a su casa. Por eso la has encontrado hoy aquí.

·        O sea papá, que estáis muy bien y contentos a lo que veo. Pues no sabes lo que me alegro.   

·        Una cosa Javier, ¿dónde estás exactamente?

·        Os llamo desde Atocha, desde la cafetería El Rubí exactamente.

·        Y, ¿a qué hora tomas el tren?

·        Pronto papa, cogeré el TALGO a Zaragoza a las dos de la tarde.

·        Pues espéranos un momento que enseguida estaremos allí y comemos todos juntos. Un momento Javi, de verdad

·        De acuerdo papá, aquí os espero.

De nuevo se puso mi madre un momento al teléfono para enviarme nuevos besos y abrazos y colgamos.

Como una hora más tarde aparecieron los tres, mis padres y mi hermana, por la puerta de la cafetería y yo me levanté yendo a su encuentro, pero tan pronto me tuvo a su alcance, mi madre me detuvo en seco de un bofetón. ¡Dios y qué tortazo que me dio! ¡Varios días estuvo doliéndome la mandíbula, no digo más! Mamá es así, muy, muy cariñosa, pues al momento me abrazó y cubrió de besos, pero con una mano más larga... que el manido día sin pan. De crío, cuando me decía “Niño que te doy”, era por que ya llevaba al menos un par de “cachetes” en el culito. Y es que, en aquella época, años 40, 50 y 60 al menos, los padres eran muy suyos y daban “galletas” de a Kilo en cuanto te descuidabas. Y que no se te ocurriera aparecer en una comisaría o juzgado acusándoles de “Maltrato Infantil”, que te devolvían a casa con la coletilla “Señora, que su “niño” les quería denunciar por haberle dado un “sopapo”, porque entonces la paliza sí que podía hacer época. Mi padre nunca me puso la mano encima, pero mi madre se las valía ella solita a las mil maravillas. Y eso, tuvieras la edad que tuvieras: Un padre o una madre siempre eran eso y el respeto se mantenía. La verdad es que razón no le faltaba, pues lo que les hice no tenía perdón: Seis años de tremendo suplicio sin saber nada de su hijo, si vivía o estaba muerto; y si vivía, cómo vivía. Sin podérselo explicar, sin encontrar el por qué de lo ocurrido. Eso de ¿Por qué Señor, por qué? 

Y allí quedé yo, con mi impecable traje legionario de paseo, mi estrella de alférez en el “chapiri” y en la “galleta” (2) al pecho, mis dos medallas luciendo en la camisa y una cara de tonto que para qué te cuento. Y para qué te cuento el cachondeo que se formó en nuestro entorno; la acción de mi madre había hecho de nosotros el centro de todas las miradas y el papelón en que yo quedé, un esforzado miembro de la mítica Legión Española, Caballero Alférez Legionario, y para más “Inri” con dos medallas al pecho, públicamente abofeteado por una señora. Las risitas y algo más que risitas a mi alrededor acentuaban mi cara de tonto que era una vida mía. Y el colmo volvió a ser mi madre que, echándome los brazos al cuello, me plantó dos sonoros ósculos, uno en cada mejilla, al tiempo que decía con voz lo suficientemente estentórea para dominar los ruidos del local:

·        ¡Señores!, es nuestro hijo, el pródigo que escapó de nuestra casa hace ya seis años y hasta hoy al grandísimo sinvergüenza no se le ocurrió decir ni palabra sobre él. ¡Y es que estuvo muy ocupado alistándose en la Legión para hacer la guerra por España en Ifni y el Sahara, muy ocupado en ser herido de guerra por España dos veces, muy ocupado en ser condecorado por España con las medallas de Sufrimientos por la Patria y de la campaña Ifni-Sahara, y en otras mil aventuras más como lo de lograr ascender a alférez por sus propios medios. Pero eso de escaparse y no decirnos ni palabra hasta hoy, como entenderán, no lo iba a dejar impune, que sea lo que sea yo soy y seré siempre su madre. ¡Dónde iríamos a parar si esas cosas se quedaran así

Y el local estalló en un rotundo aplauso, aunque por ello no decayeran las risitas, contenidas unas... sin contención alguna otras y en francas carcajadas alguna que otra. Así que yo me dije: “Calma Javier, mucha calma; ya sabes, serenidad ante la tormenta” Y tieso como un palo, con más orgullo que D. Rodrigo en la horca, tomé del brazo tanto a mamá como a Mariló y me abrí paso hasta la barra, cosa que no me costó ningún trabajo por cierto ya que a todo el mundo le dio por cedernos el paso. Ya en la barra como por ensalmo apareció ante nosotros un solícito camarero dispuesto a tomar nuestra comanda de cuatro cervezas y una ración de gambitas a la plancha, que por una vez me sentí dadivoso y consideré que la ocasión no era para menos, siendo atendida la comanda a velocidad de vértigo. Bueno, las gambas no aparecieron tan vertiginosas pues había que hacerlas antes, pero en fin, casi que como las cervezas. Me chocó de todas formas la rapidez con que apareció el solícito camarero y lo veloz del servicio, pues la barra estaba bien poblada de clientes que a gritos demandaban atención a sus deseos y nosotros no éramos precisamente los primeros en allegarnos a los dominios camareriles, pero en fin, doctores tiene la Iglesia que lo responderán mejor que yo. Con tranquilidad pero lo más pronto que pude acabé, acabamos, lo pedido; pero aquella mañana y en ese local las sorpresas aún no habían acabado, pues cuando solicité la cuenta a pesar de las protestas de papá por pagarla él, el solícito camarero me sale con la noticia de que la casa invitaba al héroe de guerra herido por la Patria. Luego, tras dar las gracias por la deferencia y tomar de nuevo por el brazo a mi madre y hermana, con paso firme, frente alta y envarado cual si palo me recorriera de coronilla a cóccix, enfilé la salida con paso tan ligero como alma que escapara del mismo diablo, haciendo así honor al insistente reclamo de mi cerebro: “Trágame, tierra”. Ya en la calle miré a mamá con un mudo reproche en los ojos a lo que ella, con la mayor desfachatez del mundo replica.

·        ¡No te enfurruñes con mamá cariño!

Y entonces la guinda al pastel. Con el mayor de los desenfados mamá va y me hunde los dedos en el cabello hasta dar con mi hermoso “chapiri” en el duro suelo. Me agaché a recogerlo y, cuando me incorporaba, digo con la voz más quejumbrosa que pude sacar de mi garganta mientras doy una patadita al suelo.

·        ¡Mamá, te acabas de cargar la poca moral legionaria que me quedaba! ¡Me la has hundido hasta el fondo!

Y lanzando una alegre carcajada que fue coreada a modo por los tres, papá, mamá y Mariló, pasé ambos brazos por la cintura de las mujeres para, seguidos por papá y aún riendo todos, meternos en el bar de Atocha más cercano donde nos sentamos en torno a una mesa para consumir dos o tres rondas de cerveza acompañadas por más raciones de gambas y otras de sepia, calamares y no sé qué más.

 

Faltaba algo más de dos horas para que mi tren partiera, tiempo en el que con las raciones pedidas casi comemos, y durante el cual me fueron poniendo al día de lo últimamente sucedido en la familia.

A la semana más o menos de que yo pusiera “pies en polvorosa”, cuando ya se perdió toda esperanza de dar conmigo, ellos tres dejaron el pueblo para regresar a Madrid y nunca más volvieron por allá.

Desde entonces la alegría se esfumó de casa. Nadie hablaba, nadie decía nada, ni mi nombre se mencionaba aunque de las mentes de todo nunca se fuera, siempre pensando dónde estaría, qué sería de mi, qué habría pasado por mi cabeza para tomar aquella decisión que nadie entendía. Mi hermana empezó a salir de ese marasmo al poco, año y algo después, merced a la atención que asiduamente empezó a dedicarle el “Jirafa”, rendidamente enamorado de ella al parecer desde tiempo atrás. Y. ¿qué mejor consuelo para las amarguras de una joven y tierna muchacha que las lisonjas y la mirada de “cordero degollado” de un joven doncel, incluso si es tan patoso y desgarbado como mi amigo Eduardo el “Jirafa”? Y claro, las sinceras muestras de cariño y devoción del bueno de mi amigo, poco a poco, casi imperceptiblemente, empezaron a hacer mella en el romanticoide corazoncito de mi pizpireta hermana hasta acabar enamorada del desgarbado doncel hasta el tuétano.

 

Pero para mis padres el harina fue de otro costal, no podían en forma alguna superarlo. Mi madre se fue apagando poco a poco. Se convirtió en una sombra de la fuerte mujer que siempre fue, deambulando como sonámbula por la casa, la calle que sólo pisaba si ello era imprescindible o por las tiendas, mercado etc. que a diario tenía que visitar para surtir al hogar de lo absolutamente necesario. Antes había sido una mujer no solamente fuerte, sino sobre todo alegre y animosa, amiga de salir con mi padre por las noches al cine, a cenar y bailar y no sé qué más. Hasta más de una noche, cuando alcancé la suficiente edad para entender “esas” cosas, la escuché bramar encendida cuando, al volver a casa, celebraba en la alcoba y con mi padre las alegrías de la salida.

También mi padre llevó su alma en su almario y su carácter, serio y un tanto seco, se tornó agrio, irritable y taciturno. Hasta el despacho llegó a resentirse y en la práctica sus socios acabaron por mandarle a casa, que no trabajara ni apareciera por allí para no espantar más clientes. Y eso acabó por ser peor, pues papá se encerró en sí mismo... y en su despacho de casa de donde, a veces, no salía ni tan siquiera para comer o dormir.

Ahora, hoy me daba cuenta casi exacta del terrible daño que aquel día les hice. Los hijos no podemos darnos cuenta del daño que más a menudo de lo que parece hacemos a nuestros padres. Y es que para de verdad ser consciente de ello es necesario antes ser padre o madre; sólo con esa premisa llegamos algún día a entender el daño que en otros tiempos pudimos hacerles.

A dos años, dos y pico tal vez, mis padres compraron una casita baja con algo de césped o jardín a la entrada en un todavía pequeño y dormido pueblecito de la sierra norte madrileña, la hoy día llamada sierra rica, donde empezaron a pasar los veranos y donde mis padres al fin empezaron a encontrar algo de reposo para sus quebrantados espíritus. Para mi madre pronto aquello se convirtió en un refugio al que retirarse de vez en cuenta a dar serenidad a sus cuitas, la acompañase mi padre o no. Allí, rodeada de silencio y quietud y con la compañía a veces de alguna señora del pueblo con quien hiciera un poco de amistad, mi madre acababa por sentirse en paz y tranquila.

También para mi padre los retiros al pueblecito aquel fueron un descanso pues al ver a mi madre más tranquila y animada él se sentía, a su vez, sosegado y hasta contento.

Pero el gran sedante para los dos fue el noviazgo de mi hermana y su posterior boda. La noticia del embarazo que les haría abuelos cayó en casa como lluvia en páramo yermo. Y las tardes que Mariló empezó a pasar en casa como bálsamo que sana heridas enconadas. A Dios gracias.

A mi me dieron entonces una noticia que creí me hundiría de nuevo en el abismo, pero que cuando me la dieron me dejó casi indiferente: Unos tres años atrás Carmen se casó con un sujeto que poco antes conociera en Valencia y que creían era murciano pues, tras la boda, el nuevo matrimonio pasó a residir en Murcia, o en uno de sus pueblos, no lo sabían bien. Y que al poco les nació un hijo o una hija pues no recordaban qué fue, niño o niña.

Por sí mismos no supieron nada; fue tiempo después, con motivo del viaje a Madrid de un familiar del pueblo que pasó a visitar a mis padres, que lo supieron.

Eso era algo que yo nunca había querido ni plantearme, que Carmen por finales se enamorara y se casara con otro. Me causaba espanto sólo pensarlo, pero cuando el evento se hizo realidad ante mi no fue como esperaba, pues simplemente me dije: “Es lo normal Javier, pasaría antes o después. Bien claro te lo dijo, nunca se enamoraría de ti, no eres su tipo de hombre, y eso no tendría remedio nunca. Encaja y aguanta, macho”. Y encajé y aguanté, sin que un músculo me temblara.

Si dijera que no me afectó la noticia mentiría, pues era el adiós definitivo a una tibia esperanza que todavía anidaba en mi corazón, pero.. ¿Eso iba a abatir a un bravo legionario? ¡Ni hablar!

Lo curioso fue que desde aquel 15 de Agosto de hace seis años ella nunca volvió tampoco al pueblo; solo volvieron sus padres y por poco tiempo, pues más o menos un par de años después también ellos dejaron de ir.

Finalmente, aquel año no logré ingresar en la AGM de Zaragoza, pues me suspendieron en dos asignaturas: Matemáticas y química. La verdad es que tuve poco tiempo para prepararme adecuadamente, cuatro meses escasos.

Pero tuve la compensación, muy importante para mi entonces, de poder pasar tres días en casa, con mi familia. Lo de la AGM podría esperar hasta el siguiente año, que volvería con renovados ímpetus y bastante mejor preparación, que es lo que al final cuenta. Y mi padre sostuvo esta opinión.

Ya cuando les vi en Atocha unos días antes en mis padres no había rastro de lo que antes pasaran, pero la tarde en que volví a casa tras seis años ausente, cuando al fin llegó mi hermana, esta vez con su marido, mi amigo Eduardo el “Jirafa” (que, por cierto así le llamé al abrazarle cuando nos vimos) apareció por casa poco antes de comer. Mariló me dijo algo que me llenó de alegría, pues era la certificación absoluta de que los traumas pasados eran eso, felizmente: Pasado. Y es que me dijo en tono muy, pero que muy malicioso.  

·        Por cierto hermano, ¿sabes lo que pasó el otro día, cuando llegamos a casa tras dejarte en el TALGO? Que papá y mamá me dijeron que les perdonara, que estaban muy cansados y se iban a echar un poco la siesta... ¡Pues no veas cómo “bramaba” mamá al poco, como en aquellas salidas que hacían y las celebraban al volver a casa!. ¡Y no veas cómo “bufaba” papá, que eso era nuevo!... Ja, ja, ja

Mis padres, los dos papá y mamá, se pusieron rojos como tomates maduros; y entonces papá lo acabó de arreglar cuando, poniéndose en pie muy serio y apuntándonos con el dedo, nos espeta: “¡Chicos!” . Entonces ya fue el acabose, el cachondeo que siguió a la intervención de mi padre fue apoteósico, con mi hermana, mi cuñado y yo riendo a carcajadas y a más no poder. Por finales, hasta mi madre rompió a reír, mientras decía.

·        ¡Hay hijos, qué queréis, estábamos muy contentos y durante la vuelta lo decidimos. Además, ¡hacía tanto tiempo!... ¡Y no veáis cómo se portó vuestro padre!

Aquello para mi padre ya fue demasiado y, enfurruñado, desapareció para encerrarse en su despacho, como siempre que se sentía inseguro. ¡Lo odiaba eso de no dominar las situaciones!

Y lógico, mi madre salió tras él aunque riéndose aún. Al rato aparecieron los dos, muy juntitos y amarteladitos, sonrientes y felices como dos colegiales enamorados. ¡La mano izquierda de mi madre, que se las pintó siempre sola para “trastear” a mi padre a su antojo, y perdón papá por la expresión taurina.

 

Desde aquel verano empecé a pasar con mis padres las vacaciones estivales, en la casa que poseían en el pueblecito serrano de Madrid, como también las de Navidad, estas ya en la casa de Madrid.

Allá en ese pueblo también pasaba los veranos mi hermana, con mi cuñado cuando éste tenía las vacaciones, como también los fines de semana, a estas alturas del siglo totalmente popularizadas en casi toda España, y cuando Eduardo tenía que trabajar ella sola.

Ambos compraron otra casa, esta con piscina, (a mi cuñado parecía irle bastante bien) en ese pueblo y muy cerca de mis padres.

Como esperaba en la siguiente convocatoria, Junio de 1963, logré aprobar el ingreso a la A. G. M. con lo que el 1 de Septiembre me incorporaba a la Academia como alférez cadete de segundo curso, pues el empleo de oficial convalidaba el primer curso.

Fue la primera vez que me desprendí de mi querido uniforme legionario para vestir el típico del Ejército, reglamentario en la Academia, qué se le va a hacer.

Así, tras dos años en Zaragoza con los cursos comunes a todas las Armas y Cuerpos del Ejército, más otros dos en la Academia de Infantería de Toledo cursando las materias específicas del Arma, a fines de Junio de 1967 lucía las dos estrellas de teniente en mi uniforme y pedía destino en mi viejo Tercio Sahariano Alejandro Farnesio.

Pero no lo logré, pues mi primer destino fue en el Regimiento de Infantería “Saboya” nº 6, de guarnición en Leganés.

Lo de estar en Leganés a mis padres les encantaba, pues me tenían en casa, pero a mí me desesperaba y, como es natural, empecé a remover Roma con Santiago para poder volver con los “míos”, los “legías”; desde recurrir al coronel jefe del Tercio hasta elevar instancias al Estado Mayor del Cuartel General del Ejército y a la Inspección de la Legión en Ronda.

Y lo conseguí, pero no donde quería, en el Alejandro Farnesio, sino en el Juan de Austria, VIIª Bandera, en El Aaiún, donde me incorporé en Mayo de 1968, a días de cumplir los 30 años.

Ese año obtuve el permiso veraniego en Agosto, por lo que el mismo día uno estaba en casa, dispuesto a pasar el mes en la casa de la sierra madrileña; pero mis padres me tenían preparada la sorpresa de que ese año el verano querían pasarlo, por vez primera en estos últimos doce años, en el pueblo que fuera cuna de todos nosotros desde ni se sabía cuándo. A mí, aquello me fue indiferente, qué más daba un sitio que otro, lo importante era refrescar los calores estivales y descansar un poco. Además, me picaba la curiosidad respecto a los que en aquellos tiempos, más que juveniles de tardía adolescencia, fueron mis amigos. Tremí un poco ante los recuerdos que podían asaltarme, pero pronto deseché todo temor: Qué me podía frustrar ya después de decir el adiós definitivo a Carmen...

Luego dos días después, justo para que descansara algo del viaje, estancia en El Aaiún etc. emprendimos viaje al pueblo, con mi hermana y mi sobrino,(sí, sobrino, un chico que fue lo que Mariló trajo al mundo) en el asiento de atrás con mi madre, mi padre delante, junto a mi que iba al volante. Mi cuñado vendría algún fin de semana y durante la segunda quincena de Agosto.

NOTAS AL TEXTO

  1. Rigurosamente cierto. En la madrugada del 20 de Marzo de 1962 me incorporé al Servicio Militar (entonces todo el reemplazo anual se incorporaba en un solo llamamiento). Aquella noche, mientras junto a los demás chavales que llegamos para la compañía de destinos esperaba a no sé qué ya, veo que se me acerca uno de los veteranos que por allí andaban con el típico “¿Traes jalufo (chorizo, lomo etc.) borrego (recluta infecto)?” con un galón de cabo primero al pecho. Era Adolfo, un viejo compañero de instituto que no veía casi que desde que colgáramos los dos los estudios con el bachiller elemental, unos seis-siete años atrás. Se había incorporado, voluntario, en el último de los tres llamamientos de voluntarios que entonces tenían lugar, y desde Enero cursaba la Escala de Complemento. El 16 de Junio juré bandera y para entonces Adolfo ya llevaba un mes de alférez.
  2. La “galleta era y es un “parche” bien de plástico bien de cartón grueso, forrado de tela acorde con el color del uniforme, que se prende a la izquierda del pecho con las armas o símbolo del Arma o Cuerpo que corresponda y al lado las insignias de mando, el galón propio de tropa y suboficiales o las estrellas de jefes y oficiales.   

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