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LA PRIMA MERCHE. Capítulo 1º

en Erotismo y Amor

LA PRIMA MERCHE

Capítulo 1º

Merche era hija de un hermano de mi madre que, por cuestiones de trabajo, se fue a Alicante muy joven; se casó allí y allí vivían; nos veíamos poco, tan poco que más cabría decir nada que poco, pero en fin, alguna que otra vez sí que coincidíamos cuando, de uvas a peras, ellos, mis tíos y mis primos, pues también estaba Luis, hermano de Merche, se descolgaban por el pueblo, en Albacete, patria chica de mi madre y de toda mi familia materna, de mi tío también, a pasar unos días, nunca más de quince, en verano, hospedándose con nosotros en casa, un caserón de mucho cuidado, de esos antiguos, dos plantas, con patio central la mar de fresco y un montón de habitaciones, las más de ellas, cerradas, que no se usaban, salvo en ocasiones como cuando venían mis tíos y primos. No obstante, y a pesar del poco contacto que teníamos, lo cierto es que nos llevábamos muy bien; mis tíos eran adorables, muy, muy cariñosos con mi hermana y conmigo, y mis primos lo mismo. La verdad es que me llevaba mejor con mi prima que con mi primo, a pesar de sacarme más edad ella, algo más de cinco años, que él, tres escasos.

Nuestras vidas iban desenvolviéndose en base a esa normalidad, hasta cumplir yo diecinueve años y Meche casi veinticinco. Ella había hecho Magisterio, y entonces vino a Madrid a preparar oposiciones a catedrático de Instituto; la elección de Madrid no era poco lo que tenía que ver con que casi acabara de romper con un novio que, prácticamente a los pies del altar, la dejó por otra, que, para más Inri, era amiga suya desde sus años colegiales, por lo que, también, quiso “poner tierra de por medio”, por una temporada al menos. Y claro, mi madre no  consintió  que su sobrina de su alma se alojara en una residencia para señoritas, estando mi habitación libre, siempre y cuando yo me trasladara al comedor, a dormir en lo que entonces, 1959, se decía una “cama turca”, un simple catre de 60-70cm. de ancho; en fin, que mi primita se instaló en mi dormitorio en tanto yo me quedaba en el comedor… Y gracias.

Así fue pasando como mes y pico, casi dos, sin mayores acontecimientos que señalar, salvo que mi primita se pasaba la vida entre las clases en la academia y en casa, estudiando y aburriéndose como una ostra, en especial los domingos, y no digo el fin de semana porque, por aquellos ya más que lejanos tiempos, tal lujo, no es que no existiera, es que ni proyecto, ya que el sábado era un día laborable, como cualquier otro de lunes a viernes; para ella, la cosa era algo peor que para los empleados normales y corrientes, con jornada laboral de mañana y tarde, ya que sus clases eran de ocho a una por lo que tenía toda la tarde para mirar a las musarañas, cosa que, la verdad sea dicha, muy entretenida no es… Y el domingo, ya el desiderátum: Misa de once con mi madre y, a veces, mi hermana, diecisiete añitos entonces Así que un día mi madre vino a mí, de manera más que circunspecta, para dejarme algo así como planchado; yo, por aquellos entonces, estaba en lo más álgido de mi gran afición a los “guateques” dominicales, que nosotros llamábamos más bien, reuniones, para bailotear de lo lindo con las amigas… Y si podía irse un tanto la “manita tonta” con la nena que llevabas entre tus brazos, pues miel sobre hojuelas, aunque, reconozcámoslo, era casi más fácil que se te apareciera la Virgen de Fátima, a que, de verdad, te atrevieras a tal osadía, porque las nenas de entonces solían gastárselas mortales con los nenes que se les pasaban de la raya, pues en cuanto te “descuidabas” y por una manita de nada en ciertos lugares, que me sé y me callo, podían arrearte “ca” guantazo que valía un duro… por lo menos…

La cosa fue del “ostraístico” (¡toma cha, “palabro” “qu’acabo” “d’inventarme”!) aburrimiento de mi primita, ante todo dominical. Y es que mi mamaíta, tan afectuosa ella, tan cariñosa ella, llevaba fatal eso de ver a su sobrinita haciendo vida de monja de clausura, así que vino para decirme: “Antonio, hijito querido; no te da pena de tu prima, que hasta ojeras le van a salir de lo mustia que está?... Anda, cariñito… ¿Y por qué no la invitas a salir algún domingo?... Podías llevártela a esos bailoteos que os organizáis… A lo mejor, se le animaba un poco esa carita de ángel desterrado del Cielo que tiene”… Aquí señalar que mi “mami”, tenía una “mano izquierda” con mi padre y conmigo, más con él, que no en balde dormían juntos, que “pa” qué las prisas… Y claro, a ver quién se mantiene terne que terne en lo de “ni borracha te crees que yo haga eso” En fin, que claudiqué, en toda la línea ante mi mami. Una esperanza me quedaba: Que mi primita me soltara un “No” de antología a lo de salir conmigo, con mis amigos… Mas, qué se le va a hacer; estaba de Dios que “mi gozo en un pozo”, pues la Merche me soltó un “SÍ” por todo alto, tan pronto se lo insinué, que a proponérselo formalmente, ni llegué, por innecesario, ante el entusiasmo con que acogió mi simple insinuación

Y así llegó el momento del “tremor y crujir de dientes”, el siguiente domingo… Hacia las cinco menos algo de la tarde, ella salió, la mar de pimpante, de su/mi cuarto… Y a mí, nada más vela; se me cortó la respiración. Si entonces no me dio el infarto fulminante, es que el tal infarto nunca me dará… Y es que, ¡”menúo piazo jembra” (“jembra”=hembra) estaba hecha mi primita!... ¡”Cossa má rica e titi, mare e mi vía”!... Sin ser “rompetechos”, su metro sesenta y siete/sesenta y ocho, para para la estatura media de la época, podía pasar por alta, sacándome cinco o seis centímetros, otros tantos dedos, como los que tenía entonces, no como los que ahora tengo. Carita bella, muy bonita, con su toque de ternura; cabello liso, largo hasta algo más arriba de media espalda; vestido azul oscuro, elegante, largo hasta dos-tres dedos por debajo de la rodilla; desmangado, ceñido, escote en “V” profunda, marcando generoso canalillo; senos firmes, altos, desafiantes, de ese tamaño que te llena la mano, sin que nada falte ni tampoco sobre; cinturita estrecha, preludiando unas caderas más anchas que menos, heraldos de culito respingón, contundente, pero sin estridencias, de nalguitas firmes, redondeadas,  que lo ceñido de la falda dejaba, más que adivinar, constatar… Piernas largas, casi inacabables, esbeltas, de ática perfección, enfundadas en medias color carne claro, que transparentaban la morena blancura de su piel tostada al playero sol de su tierra… Y, rematando el conjunto, zapatos de tacón moderadamente alto, en tono beige claro, color piel o, como ahora se dice, “nude”

Bajamos a la calle y ella, confianzuda, se me colgó del brazo… Y yo, de pocas no me desmayo de la impresión de llevar así semejante pedazo de mujer, hecha y derecha… Ni en mis más irreales sueños, pensé nunca en tan venturosa realidad. Eran las cinco y nada de la tarde y pensé que aún era pronto para hacer mi triunfal entrada en la reunión o guateque, pues todavía habría allí poca gente… Por de pronto, mis más allegados “coleguis”, Carlos, Fernando, Pedro, Félix y Luis, ante los que más me apetecía lucirme, para verlos verdes, amarillos, de envidia no estarían todavía, liados con copas y más copas en el tugurio de nuestro amigo Jose, un tío de lo más legal que uno pueda echarse a la cara, mayor que nosotros “puñao” de años, pero que como si fuéramos nosotros de su edad, que no él de la nuestra, nos trataba, aunque serio y formal lo era  un rato largo, esperando se diera más el  pleno en la reunión o guateque… Si lo sabría yo, que era el único que de tan “selecto club” faltaba. Así que propuse a mi  primita pasar antes por una cervecería-cafetería de allí mismo, nuestra misma calle, la de Alcalde Sainz de Baranda, a un paso de casa, a tomar café, o lo que prefiriera; y con su aquiescencia, allí nos metimos. Y resultó que, al decirle que yo tomaría una copa de coñac “Magno”, de Osborne, ella me replicó que también tomaría el coñac. Charlamos de tonterías, mil y una cosas baladíes, hasta que, tomándome de la mano, me dijo, como en confidencia 

  • Primico, porfa, no me dejes sola esta tarde… Baila conmigo, ¿quieres?... Es que no conoceré a nadie, y me dará corte si me quedo sola… Lo siento si, por mi culpa, tienes problemas con la chica con quién estés… Explícaselo, ¿quieres?... Que somos primos, y yo no conozco a nadie en Madrid… ¿Vale, primo?... ¿Me harás el favor?...

Yo me reí divertido; primero, por lo de “hacerle el favor”, pues, en realidad, era ella quien me lo hacía a mí al querer bailar, casi en exclusiva conmigo…por no decir que sin casi; luego, por lo de “la chica con quien estés”, ya que ni en broma me “ligaba”  titi que valiera… O dejara de valer

  • No; no te preocupes, que no existe tal chica

  • ¡Mentiroso!

  • Verdadoso… Es verdad, te lo prometo… Ni existe ahora, ni antes existió… Nada de nada…

  • ¿Tan exigente eres?

  • ¡Qué va!... ¡Pobrecito de mí!... Ja, ja, ja… Las exigentes son ellas, y se ve que no encajo en sus estándares mínimos

  • ¡Ahora sí que estoy segura de que me mientes!... No me digas que un chaval como tú, bien plantado… Aunque eso sí, poquitín bajito… Guapete, simpático, no tenga, ni haya tenido nunca, “detalle” alguno… Lo que me parece es que eres un golfo… Sí; un madrileño golferas, que a las chicas les mientes más que hablas… Venga dime, en confianza; ¿a cuántas llevas al retortero?... Porque tú, me parece, que dos mejor que una…y tres, mejor que dos…

  • Que no Merche, que no; que es verdad que ni un “rosco”… Nada de nada, te lo prometo… Te lo juro, si quieres

  • Entonces, es que las madrileñas son idiotas rematadas… En Alicante, tierra de mujeres guapas de verdad, se te rifarían las nenas de quince a dieciocho años… Y alguna que otra algo mayor, también…

Por fin subimos al piso de la reunión e hicimos, hice, la entrada triunfal, en aquella estancia más llena que mediada de gente… Y pasó lo que suponía y quería… Que la gente se quedó en babia, con la boca abierta, ante el monumento femenino que llevaba de mi brazo… Y, como quería y esperaba, a mis “coleguis”, de principio, se les paralizó el corazón nada más ver a Merche, y de segundas, verdes y amarillos de envidia…  Pero yo, displicente, y más orgulloso que pavo real por el rotundo éxito logrado, la presenté “urbi et orbe” (a la ciudad y al mundo)

  • Chicos, chicas, mi prima Merche; está en casa una temporada por cosa de estudios…

Y ni quise presentarle a nadie, en especial chicos, no fuéramos a fastidiarla, que, a ciencia cierta, quién sabe lo que puede pasar en un momento dado. Así que, sin más, la invité a que bailáramos y ella se abandonó en mis brazos… Comenzamos a bailar normal, algo separados, para separarnos del todo enseguida, pues apenas tardaron nada en empezar con los “rock’s”, la música que, ya por entonces, hacía furor entre los jóvenes y no tan jóvenes, con Bill Halley, sus “Cometas” y su “Rock around the clock”, el famoso “Rock del reloj”, y Elvis Presley, con sus rock’s y baladas…  Pero, a Dios gracias, a alguien se le ocurrió poner toda una sesión de música más lentita, más romántica…  Siempre se hacía así: Tras una buena sesión de rock, en que nos destornillábamos casi, otra de melodías suaves, lentitas, romanticonas, que invitaban a las parejas a juntarse un poco, o un mucho; y el corolario, de los diez minutos de luces apagadas, por si alguna nena se animaba un poco con el “chorbo” de turno…que más de una, más de dos, y de tres…y hasta más de tres, a veces, solían “animarse” cosa fina, en besitos subiditos de tono, y algún que otro “achuchón”, aunque más simple que un cubo… La masculina manita a un pechito, acariciándolo por encima de la ropa, y gracias, que a tales pequeñeces no creáis que era tan fácil llegar, que las nenas eran de un “estrecho” que tiraba de espaldas… Aunque tampoco era tan difícil… En fin, que de todo había en la “viña del señor”…

Cuando empezó la música intimista, mi primita volvió a sorprenderme cosa fina, pues en un santiamén, me echó los brazos al cuello, abrazándome casi más que estrechamente, pegándoseme como una lapa… A mí, que para nada me esperaba tal reacción, me pegó un vuelco el corazón que para mí se quedó…y me sentí transportado al Paraíso… Y a ver qué iba a hacer yo, sino “arrimarme” como buen torero, que la ocasión la pintan calva de tanto agarrarla por los pelos, y aquello no era de dejarlo pasar… Y qué “quirís” que pasara, más que, en un pis plas, la “herramienta” se me pusiera cosa mala de “aguerrida”… Y a ver qué iba a hacer yo en tal tesitura, sino empujar y empujar y empujar con unos bríos que ya, ya… Y, ¡oh, milagro, milagro!, mi primita, antes que pararme, antes que recular ante mis ímpetus, se me arrimó más todavía, buscando el más íntimo contacto posible

Se apagaron las luces, estaban las persianas bajadas, por lo que la estancia, el comedor de la casa, la habitación, normalmente, más espaciosa en todas las casas, quedaba bastante más a oscuras que en penumbra, por lo que, si se quería luz, había que “tirar” de la artificial; y, Merche, sorprendida, se echó a reír

  • ¡Pero qué golfantes sois!... Conque, ¡a lo oscuro, a lo oscuro!, y a meter mano a las chicas… Paréceme a mí que sabéis más de lo que os enseñaron en el colegio… ¡Golfantes, pedazo de golfantes!... Ja, ja, ja

Sí; Merche se reía a base de bien de esa pillería nuestra, tremendamente infantiloide, muy, muy, cómica en sí misma, por lo simple, lo ingenua, que en verdad era, mucho, muchísimo antes que  escandalizarse ante el hecho, como, por ejemplo, mi abuela, que se hacía cruces, diciendo que iríamos todos al Infierno de cabeza; pero es que, mi prima, tras casi cuatro años de fallido noviazgo estaba más que curada de ni se sabe los espantos, y claro, eso le hacía una gracia enorme

Pero volvamos a lo de mi fiero “arrempujamiento”; como decía, mi primita no opuso mala voluntad alguna ante mi acoso, sumándose de buen grado al mismo, hasta llegar a colaborar con ello… Pero como todo tiene un límite, también al de aquella delicia le llegó, si bien no en forma asaz expedita, pues el “corte” lo planteó más en broma que otra cosa, cuando, susurrándome al oído, me dijo

  • Primico… Que te estás alegrando demasiado…por ahí abajo… Que se te está poniendo “eso” muy “bravo”… Y eso no está bien…que soy tu primica… Anda; sepárate un poco, primico

Pegué un respingo, y salté hacia atrás… Estaba entre asustado y avergonzado; muy avergonzado… Me sentía desazonado, aturdido… Y azorado…muy, muy azorado… Eso, hacer lo que había hecho, “apalancarme” a una chica de la forma que lo hice con Merche, en mí era inusitado… A decir verdad, a mis diecinueve años, ni  un “rosco”; ni uno solo… Y no; no penséis en lo que, seguro, estáis pensando, que lo del “rosco” se refiere única y exclusivamente, a lo que, más menos, acababa de pasar con Merche, “arrimarme” bien arrimada a una nena, ponerme algo, bastante, más que bravo, y embestirla…eso sí, a través de las murallas troyanas de mi pantalón y su falda… Vamos, que ni siquiera, ni “pensao”, lo de la “manita tonta” a los senos y por encima de la ropa, que de ahí “p’alante”, mitología pura… “Historias para no dormir”… Porque, la verdad, yo era de una “fachenda” “acajonante”… Vamos, que parecía “comerme el mundo”, pero la triste verdad era que el mundo me comía a mí, pues a la hora de la verdad, me rilaba con solo pensar en hacer lo más mínimo a una chica… En el fondo, me daban pánico… Me desarmaban con solo mirarme… Me arrugaba cosa fina en los más decisivos momentos… Y es que, realmente, era un tímido de tomo y lomo…aunque tratara de ocultarlo a fuerza de fanfarronadas

Y ya lo que faltó, que en tal momento a quién fuera, cachis en su señora mamaíta, y que descansaíca debió quedarse, se le ocurrió encender a luz, y allí estaba yo, de rojillo subido, que el rostro creo que más que rojo debía tenerlo bermellón… Y la guinda, la puso la “godía” Merche, que la emprendió a carcajada limpia nada más “hacerse la luz” y verme… Y ya lo que me faltaba para el duro: Que, riéndose, la muy “pugnetera”, me abrazó y me estampó todo un sonoro beso en la mejilla, diciéndome, toda cariñosa

  • ¡Pero qué tonto eres, primico; ponerte así por una tontería!... ¡Si no pasa nada, hombre!... Anda, sigamos bailando…

Se volvió a enlazar conmigo, y, ¡Dios santo!... ¡Qué manera de arrimarse otra vez, para mi dicha pero también para mi desgracia, pues qué queréis, aquella parte tan preciada de nuestro masculino organismo, volvió a responder al momento, enardeciéndose en plan toro semental. Pero lo que antes había pasado no quería que se repitiera; volver a pasar los apuros antes, ni en pintura, por lo que, con disimulo, como quien no quiere la cosa, con la mayor naturalidad, puse entre los dos el suficiente espacio como para que pasara toda una compañía militar en perfecta formación, hasta con bandera y banda… Y Merche aceptó aquello con la mayor naturalidad también; se cortaron los abrazos y seguimos bailando cual pareja de simples amigos, sin intimidad alguna entre ellos

Así, se hicieron las nueve de la noche y las nenas empezaron a desfilar rumbo a su casa, pues por entonces los “papurris” eran la mar de suyos, y pobre de la hija, mocita o joven ella, que no estuviera en casa antes de las diez de la noche, hora en que se cerraban los portales, abiertos hasta entonces desde las seis de la mañana que, bien el portero/la portera del edificio, bien el sereno, o el vecino que primero saliera a la calle, los abrían… vamos, que en tal caso, la que se liaba en casa, con la chica, podía ser homérica. Y Merche me dijo que estaba cansada y quería volver ya a casa; nos marchamos, bajamos a la calle y nos encaminamos a casa… A nada de distancia, cien, ciento y pico metros, en la misma calle… Como cuando íbamos para allá, a la casa donde teníamos la reunión, la de mi gran amigo Carlos, mi amigo de toda la vida, desde el colegio, desde primero de bachillerato, cuando yo tenía once años y él diez, Merche se me había colgado del brazo, y yo, como entonces, en la Loria bendita sintiéndola a mi lado

  • Primico, me lo he pasado de muerte… ¡He bailado lo que en años no he hecho!... Y, no veas lo que me gusta bailar… Pero a mi novio…bueno, al cabrito que fue mi novio, ¡mala puñalá le den!, no le gustaba… ¡Ja, ja, ja!... Bailaba como un pato… Por cierto, que cómo lo haces tú… Da gusto bailar contigo… ¡Y lo que te echen, rock, rumba, guaracha, cha-cha-cha!… ¡Pareces un bailarín!...

  • ¡Pues anda que tú!... En mi vida he tenido una pareja como tú… ¡La Madre de Dios, le das a todo!... Y a todo, bien…¡como los ángeles!

  • Ja, ja, ja… ¡”Desagerao”… Échala gorda, “pa” que se vea…

  • Que no, Merche; que no… Es verdad; menuda pareja de baile eres tú… ¡La mejor que he tenido!... ¡¡¡Y LA MÁS GUAPA!!!

  • Hala, hala!... Lo que digo, que eres un “desagerao”… Y un adulador… Seguro que has estado toda la tarde deseando bailar con cualquiera de las nenas que allí habían… Oye, bien monas casi todas, ¿he?... Pero que bien monas

  • Ninguna como tú… Ni a la suela del zapato te llega ninguna…

Se me arrimó aún más, y, bajando la voz, en un plan muy, muy intimista, me dijo

  • ¿De verdad te lo has pasado bien conmigo?...

Me la quedé mirando; estábamos muy cerca uno del otro… Muy, muy cerca… Como me llevaba casi media cabeza, se había inclinado sobre mí, y  su aliento me daba, directo, en la cara… En la boca… Su aliento…su aroma… Ese su aroma de mujer; de mujer de una vez, de pies a cabeza… Una mujer como nunca, nunca, tendría conmigo… ¡Dios de mi vida!... Si me sentía anonadado, embriagado en su aroma…de ella…de toda ella!… Penetrado, por la esencia de una diosa hecha mujer 

  •  ¡Como nunca hasta ahora!… Como creo, estoy seguro, nunca volveré a pasármelo

  • ¡Gracias, primico!... Sé que no eres sincero… Que no ha sido para tanto… Pero, de todos modos, gracias; muchas gracias a tu amabilidad para conmigo…

Volví a mirarla; a los ojos, con intensidad… Con mi corazón en los ojos

  • ¿Tú crees que no es más que amabilidad?... ¿De verdad, crees que sólo es amabilidad?

Ahora fue ella quien me miró con toda atención…con toa seriedad…con todo interés… Al fin, bajó los ojos, se irguió…y se soltó de mí… Seguimos andando hacia casa, pero ya en silencio; un silencio casi ominoso… A veces se dice, cuando se entra en una situación placentera entre dos o más personas, que es “como si hubiera pasado un ángel”… Y algo así es lo que pasó entonces entre nosotros, Merche y yo; sólo, que al revés de lo que da pie a la frase hecha, pues sí parecía que acababa de pasar un ángel, pero un ángel oscuro, de sombra y muerte… Un Ángel maldito… Un Ángel del Averno…

Llegamos a casa y Merche recuperó su habitual talante, cariñoso, con mi madre, con mi hermana… Pero a mí, ni mirarme… Me evitaba a luces vistas…. Y yo, decidí evitarla a ella… Así fuimos pasando la semana, día tras día… Todo muy amable, todo muy normal, pero entre mi prima y yo había un manifiesto desencuentro… Era la primera vez, en toda nuestra vida, que tal sucedía. Cierto que en todos los años de mi vida apenas si nos habíamos visto cinco o seis veces; y, entre mis ocho-nueve años y mis actuales diecinueve, cuando más fresco estaba todo en mi memoria, dos, tres veces… Treinta-cincuenta días en total durante diez, once, años… Pero siempre, siempre, el encontrarnos mi prima y yo eran como momentos de magia… El cielo se abría para mí al verla y sé que a ella le pasaba lo mismo cuando me veía… Nos juntábamos y el tiempo se nos iba sin darnos cuenta, con sólo eso, estar juntos… Entonces sí que era como si un ángel de Dios se hubiera paseado entre nosotros, esparciendo paz, sosiego… Auténtica, verdadera, plena, felicidad…

Pero eso, desde ese domingo, se había roto… Ya no era igual…igual que antes…igual que siempre… Los días de la semana fueron pasando y yo, cada día, me sentía peor… La necesitaba; necesitaba a mi prima…a mi amiga, mi compañera por excelencia de toda la vida… Aunque las veces que nos veíamos, que podíamos estar juntos, compartiendo el tiempo, más espaciadas no podían estar… Pero eso, sea como fuere, y a pesar de todos los pesares, para mí, era como una necesidad vital… Y me mataba que ella, me parecía, ya no quisiera nada conmigo… Llegó el jueves, y tras él el viernes, y ya no pude más; me fui a ella y, con suma timidez, casi balbuceando, le pregunté si le apetecía volver a salir conmigo, a la reunión, el siguiente domingo… Ella me miró largamente, me sonrió como sólo ella sabía hacerlo, y me respondió

  • Si me invitas…Si me invitáis, pues claro que sí… Ya te lo dije, me lo pasé muy, pero que muy, muy bien…

Y, de nuevo, el cielo se me abrió, de par en par. Llegó el domingo y de nuevo bajamos los dos a la calle; como el anterior domingo, Merche se me colgó del brazo, y, como entonces, comenzamos por ir a la misma cafetería a tomarnos las correspondientes copas de coñac, para después, cinco y media pasadas, encaminarnos a casa de mi amigo Fernando, en el edificio junto al nuestro, donde teníamos la reunión. Pero ocurrió que, de pocas, “no me sale el tiro por la culata”, pues apenas llegamos, los muy “cabritos” de mis “leales” “compis”, se echaron encima de mi primita cual jauría de lobos sobre tierna corderita, y me la bloquearon, sin permitir que “usuario de pantalones” alguno se arrimara a la “chorbi” lo más mínimo… Vamos, que se me la quedaron en absoluto usufructo bailoteril, los muy “eso”, y la pastelera madre que los “trujo”. Así se hicieron las siete, y las siete y media…y yo, sin comerme un colín con mi primita…que, también, había que ver y cómo se reía la muy “pugnetera” con este, con el otro, y con el esotro “amigo”  mío que la llevaba entre sus brazos evolucionando por la improvisada pista de baile

A fuer de sincero, debo admitir que tampoco yo me quedaba tan manco, pues también bailoteaba, y de lo lindo, con aquesta, la otra y la esotra, pero sin perderla de vista ni un segundo, y recomiéndome por dentro, que de vida mía no tenía nada, sino, más bien, de muerte mía… Muerto de celos, aunque de eso, de los tremendos celos que me asaltaban cada vez que la veía con otro, aún no me había “coscado” (enterado) pero que lo que se dice nada… Por fin, faltando ya poco para las ocho de la tarde, y una hora para que “cada mochuelo se largara a su olivo”, ella vino a mí, radiante, feliz, contenta… Desde luego, se lo estaba pasando de “pastelera” madre p’arriba, la muy “eso”. Yo estaba junto a la mesa donde estaba la bebida y la comida dispuesta para la ocasión, la combinación que nosotros decíamos, un mejunje a base de vino tinto peleón, coñac de garrafa y gaseosa de limón; y, junto a ello, las “medias noches” y los canapés de “foie gras”, sobrasada, jamón, chorizo y salchichón. Se llegó hasta mi lado y me dijo   

  • Anda, primico; sírveme un vaso de eso, que estoy seca… ¡Dios, y lo que he podido bailar!... Gracias, primico, por invitarme... ¡Me lo estoy pasando “pipa”!... ¡Genial!... Pero estoy molida… Aunque… ¡Qué más da!... Ya descansaré… Ahora, ¡a divertirme!...que son tres días…

Terminó el brebaje, y me dijo

  • Anda, primo; invítame a bailar… ¡Que me tienes abandonada!... Ni un momento…ni siquiera una vez, te has acercado a mí para que bailáramos… ¡Si serás “ciezo”! (cenizo, de mal carácter)

Y, como de otra forma no podía ser, la tomé de la mano para sumarnos a aquella especie de aquelarre que era la improvisada pista de baile. Nos enfrentamos y la pasé un brazo por su cintura, presto a unirme a ella en la danza, pero Merche volvió a adoptar la actitud de la última vez; despreció la mano que le ofrecía, para echarme ambos brazos al cuello, abrazándose a mí, como naufrago a tabla redentora, al tiempo que se pegaba a mí cuál lapa; y yo, ante tamaña invitación a  la mutua intimidad, también la abracé, en la forma más estrecha que Dios me dio a entender, si es que Dios se ocupa de tales menesteres, que, más bien, me barrunto que no, pues diría que el carnal negociado debe ser imperio del Diablo… Sea como sea, la abracé por la cintura con todas mis ganas, como si en ello me fuera la vida… No era una pieza propicia para tales arrumacos, pues era movidilla, pero eso, tanto a Merche como a mí, nos la trajo fofa, con lo que ambos nos pusimos a bailar algo más que juntitos, adaptando la movilidad del ritmo a uno más que lento y romanticón. Fue algo intangible lo que nos unió… Un mutuo deseo de sentirnos, yo a ella, ella a mí… De ser uno sólo los dos, dos corazones en uno, dos almas en una, dos cuerpos en uno… Y eso es lo que fue; uno los dos… Un solo corazón, una sola alma, un solo cuerpo… Nos penetramos, sintiendo los dos al unísono, nuestra respiración, el latido de nuestro corazón… Hasta el fluir tumultuoso de nuestra sangre… Nos acariciábamos, yo a ella, ella a mí… Yo, en sus mejillas, en su cuello, en sus hombros, ella, básicamente, en mi nuca, con su manita cálida, cariñosa, haciendo que se me erizaran esos pelillos… Era la gloria, el cielo divino, abierto para nosotros, para los dos… Y lo sentíamos; sentíamos el inmenso gozo de cada uno, ella el mío, yo el de ella… Pero lo grande de todo aquello, era lo tremendamente vacías de erotismo, de sexualidad, de aquellas más que dulces sensaciones. Era cariño; un cariño inmenso, insondable… ¿Qué clase de cariño?... ¡Y qué importaba!... Era cariño sincero, limpio, inmaculado… ¿Cariño de hermanos?... ¿Cariño de primos?... ¿Cariño de amigos?... ¿Cariño de amor hombre-mujer? De nuevo respondo lo mismo… ¡Qué importaba eso!… Qué importaba qué clase de cariño era el que sentíamos, uniéndonos en un todo armónico a los dos, casi que indivisiblemente… Eso, la naturaleza de ese cariño carecía de valor, hasta de sentido, para nosotros, quedando sólo eso como vínculo de unión entre ambos, el mutuo e inmenso, cariño

La magia del momento duró lo que tardó el reloj en registrar las nueve de la noche, cuando aquello, la reunión o guateque, se acabó con la estampida de las nenas. Como siempre, volvimos andando, paseando despaciosos, sin prisas, a casa… Y, como era ya habitual, con ella prendida, colgada de mi brazo, apretándomelo a veces en cariñoso gesto… Casi habíamos llegado a casa, cuando ella me dijo

  • ¿Sabes primico? No me apetece subir todavía a casa… ¿Te parece que paseemos otro rato más?

Y a mí, en tales momentos,  no había nada más me apeteciera… Seguimos paseando, juntitos… No sé bien lo que me pasó, pero la cosa es que me zafé de su brazo sobre el mío, para con ese mismo brazo abarcarla por la cintura, estrechándomela más y  más a mí; y ella, Merche, en absoluto me rechazó, sino que, a su vez, me pasó su brazo, el que antes colgara del mío, por mi cintura

  • Jopé, primico, y qué amigos tienes… La verdad es que son simpáticos, divertidos… Me han hecho reír mogollón… Pero qué bergantes que también son… Con una idea fija todos: Meterme mano… ¡Pues iban todos buenos!... ¡Jueguecitos con la hija de mi madre semejante cofradía de pipiolillos!

Lo de “pipiolillos”, la verdad es que no me sentó nada bien, por  cuenta que me tenía, mis diecinueve años, poco más o menos, como ellos, entre los dieciocho y los veinte

  • ¡Hombre, pues muchas gracias por la parte que le toca a mis diecinueve años!… Como ellos, más o menos… Dieciocho a veinte años…

Y Merche se me puso cariñosa, haciéndome esas carantoñas que tanto…tantísimo me gustaban…

  • No te enfurruñes, primico; que contigo no va eso… Tú eres mi primico de mi alma…tal vez, lo que más quiera en este mundo… Y sin tal vez, si no considero a mi padre y a mi madre…

  • ¿Y tu hermano?... ¡No me digas que me quieres más que a él!

  • Mi hermanico es un borde, ¿sabes?... No hace más que “jeringarme” con sus arrogancias de macho ibérico carpetovetónico… Pero claro… Como es el ojito derecho de papá y mamá… ¡Y que a mí me parta un rayo!… La verdad, eres quien mejor me trata, siempre tan cariñoso conmigo…tan atento…tan gentil… Y volviendo a lo de tus amigos… La verdad es que me agobian… Siempre, toda la tarde, encima de mí… Que si quiero bailar…que si quiero bailar… Y tú, ni caso de mí… Dejándome “sola ante el peligro”, como Gary Cooper en esa película…

  • Es que, cualquiera podía acercarse a ti… Parecías “La Chelito” en sus buenos tiempos… (y, agarrándome al clavo ardiendo de lo de los pesados de mis “compis”, le solté) Y, por lo que dices de mis “compis”, si quieres, podemos salir tú y yo…

Me miró con ojos ilusionados

  • ¿Quieres decir tú y yo solos?…

  • Justo, es lo que quiero decir… Claro, si a ti te parece bien, que si no,  nada he dicho

  • Bueno; si a ti no te importa salir con una vetusta joven de 25 años… Pues a mí tampoco con un pipiolillo de 19…

  • ¡Y dale con lo de pipiolillo!... Merche… ¡Vamos a llevarnos bien!... ¿Vale?

  • Vale…

Y así empezamos a salir ella y yo, a “solanas”. La primera vez fue, justo, el miércoles siguiente; a eso de las siete de la tarde la ofrecí bajar al bulevar, a pasar un poco el rato… Paseamos, nos sentamos en un banco, pasamos a un bar a tomarnos unas cervezas y unas “patatas bravas” (fritas, en trozos, no en tiras, con salsa picante) y a casita que llueve… Eso, bajar entre semana al bulevar, se repitió varias veces, menudeando más y más a lo  largo de las semanas, hasta hacerse casi diario; los domingos, ella seguía yendo, por la mañana, a misa con mi madre, mientras yo, de vinos con los amigos por la zona centro de Madrid, calles Victoria, Cruz, Pasaje Matheu, Espoz y Mina… Aunque, lo que son las cosas, en no tanto  tiempo eso de irme de vinos con los amigos empezó a no ser tanto santo de mi devoción, comenzando a ir yo también a misa con mi madre y, sobre todo, con ella, Merche, con la que remataba la mañana yéndonos los dos de vinos por las proximidades, Sainz de Baranda, Ibiza, Narváez, Doctor Esquerdo… Por la tarde, a eso de las cinco, si hacía frío, llovía y tal, al cine, calentitos, aunque nada de “fila de los mancos”, “manitas” y demás cosas halagüeñas “p’al cuerpo”, que nuestra relación era de un casto que daba asco; a ver la “peli” y punto, con visita a la salida a una cafetería a tomar un chocolatito caliente, o un calentito café con leche, con tortitas de nata y sirope. Otras tardes dominicales, las pasábamos en las “Cuevas de Sésamo”, en la calle del Príncipe… Que, mire usted por dónde, ese ambiente de falso existencialismo, a lo Juliette Greco y demás fauna del género, encantó a mi primita, lo que son las cosas… Y a casita que mañana hay que madrugar

Cuando hacía mejor tiempo, preferíamos andar más al aire libre, paseando por el Retiro, a dos pasos de casa, con visita a su embarcadero para tomar una barca de remos por una hora; a veces hora y media, e incluso dos, alguna que otra vez. Pero casi más nos gustaba irnos hasta la Casa de Campo, junto a la plaza de España, con su estatua de D. Quijote y  Sancho, y el Edificio España, el primer “rascacielos” que se erige en Madrid. Solíamos ir a la parte del Lago, alquilando una barca; cuando empezaba a bajar el sol, a eso de las seis y media, siete, desembarcábamos para internarnos por las arboledas, buscando los claros de hierba, más o menos mullida, para tumbarnos, de la manita los dos y con la cúpula celeste por techo. A veces horas; a veces, aún más horas… Nuestro contacto se limitaba a eso, darnos la mano… Sólo eso. Pero era una sensación indescriptible la que me dominaba… Era, digamos, la felicidad, el goce perfecto… Ni un mal pensamiento, aunque tampoco el momento carecía de su matiz erótico, si bien éste fuera muy, muy suave, muy leve…muy tierno, muy dulce… Y es que sobre el sensualismo primaba, aplastante, el sentimentalismo…sobre el sentido, el sentimiento… Era la unión de dos almas, dos cuerpos, en perfecta comunión de cuerpo y alma… Era cariño, un cariño inmenso, lo que, básicamente, nos unía, pero con una fuerza, una trabazón, que ni la más aguda sensualidad , podría, ni de lejos, igualar, “conti más”, superar

Luego, a merodear de bar-cervecería, en bar-cervecería; esos bares, cervecerías con más que sabrosa freiduría, a ponernos “moraos” de raciones, eso sí, de modesto rango, que tampoco nadaba yo en vil metal, y aunque ella insistiera hasta la náusea en compartir el gasto, servidor, caballero español de siempre, a la vieja usanza, servidor, pues, de damas y damitas, por el simple hecho de serlo, de ser féminas, mujeres, nunca quise aceptarlo… ¡Hasta ahí, podían llegar las cosas!... Hoy día, podrá parecer machismo esa actitud mía, pero no era así; en ello no había paternalismo alguno, sino respeto a la femenina condición… Era como esa otra costumbre de entonces, de abstenerse el hombre de soltar palabros, “tacos”, ante la mujer, fuese quién fuese, y de la condición que fuera… Así, generalmente, acabábamos por cenar… Tras la “cena en vaso”, vinos y tapas o raciones, bien a casita, que llueve, bien a acabar la tarde-noche en el cine

Así iban las cosas, hasta que una noche todo cambió… Y para siempre… No fue un domingo, sino un sábado por la noche; habíamos bajado, como tantas otras tardes, al bulevar y, también, como tantos otros días, habíamos acabado el paseo en una cervecería, con una racioncita de cualquier cosa cuyo precio no se subiera, demasiado, a la parra… Pero esa tarde, dado que al siguiente día era domingo, y no había que madrugar, decidimos seguir las rondas de vinos y comida de bar en bar, cenando ya de tal guisa, para después poner broche de oro, o plata, a la tarde-noche en un cine; llamé pues a casa, desde el teléfono público de un bar, que por entonces los móviles o celulares estaban aún muy lejos de aparecer, y llevamos a cabo nuestro plan, “cenando en vaso” y yéndonos luego al cine, el Narváez, exactamente, en la calle de su nombre, a un paso de casa…

Fuimos a la última sesión, la de las diez de la noche, por lo que salimos ya algo pasada la media noche. Volvíamos como últimamente tantas veces lo hacíamos, tomados de la mano; llegamos a la confluencia Narváez-Ibiza, y seguimos adelante… No hablábamos, no nos decíamos nada, sólo nos mirábamos de cuando en cuando, sonriéndonos… No sé por qué, pero una dicha inmensa me embargaba… Y, lo grande, era que yo sentía, notaba perfectamente, que a ella le pasaba lo mismo… Lo mismito que a mí: Que también era feliz, dichosa, a más no poder… Llegamos al cruce con Sainz de Baranda, y encontramos el semáforo en rojo… Un coche venía hacia nosotros, a buena velocidad, desde Narváez arriba… Y a Merche, en tal instante, no se le ocurrió cosa mejor que, tirando de mí, lanzarse a la carrera al semáforo, riendo a mandíbula batiente mientras el coche empezaba a pitar de lo lindo y el conductor, a toda prisa, a frenar lanzado a todo gas, más o menos… Pero ella, reía y reía, corría y corría, conmigo a remolque, gritándome

  • ¡Venga “cagueta”!… ¡Pipiolillo!... Crucemos antes de que él llegue… ¡Ja, ja, ja!…

¡Y vaya si cruzamos!... Eso sí, con mis “testes” de corbatín… Ya al otro lado, en nuestra calle, junto al bar, ya cerrado, que ocupaba el chaflán Narváez-Sainz de Baranda, en la acera de los impares de esta calle, la frontera a nuestra casa, que estaba en los pares, con el bulevar de por medio, siguió riendo y riendo a más y mejor, toda enrojecida, sofocada, por la carrera y la emoción del riesgo corrido… Exultante… Pero también tremendamente bella, magnífica, en su sonrojo, bajo su agitada respiración… ¡Dios; Dios santo…Dios bendito!... ¡Qué esplendidez de mujer era Merche, bajo el beso de una luna casi llena!…  Como una diosa, una diosa griega; una “Venus de Milo”…una “Afrodita saliendo del baño”…una “Afrodita de Cnido”… No sé lo que me pasó, por qué lo hice… Sólo que fue algo así como un deseo irrefrenable… Como el  natural instinto de un ser irracional que le hace hacer las cosas, porque sí…porque así deben de ser, según la inmutable Ley de la Naturaleza… No era yo; no era mi ser consciente, racional, sino mi ser instintivo, irracional por naturaleza, obediente sólo al instinto, no a la razón… Me volví loco perdido…perdí la razón, lo racional de mi ser, por unos instantes, que supusieron un viraje en mi vida, en nuestras vidas, de 180º…

Junto a donde estábamos, a un paso, había un portal, cerrado, desde luego, pero mostrando un quicio más que acogedor… Ella, todavía, se reía y se reía, alegre, risueña, con mi mano entre las suyas; y yo, me apoderé de esa su mano y tiré de ella, arrastrándola hasta el protector quicio del portal; la acogoté contra el rincón formado por la cerrada puerta y la pared del quicio, y la besé… Por primera vez, la besé como un hombre besa a una mujer, en sus labios, intentando abrírselos, abrirle paso  mi lengua ansiosa por libar el dulce elixir de la suya…de su saliva…de su boca… Merche, de momento quedó quieta, sin reaccionar a mi acción; no la esperaba, pues lo mío fue repentino, sin avisar, sin  previa insinuación alguna… Así estuvo unos instantes, unos segundos, hasta que reaccionó… Reaccionó para no oponerse a mi caricia, sino colaborando… ¡Y  de qué manera!

Me echó  los brazos al cuello, abrazándose a mí con pasión, con ansia, al tiempo que me abría el dulce manjar de su boca y su lengua reptaba, introduciéndose en mi boca, buscando la mía para saciarse acariciándola, lamiéndola, emborrachándose de mi saliva…emborrachándome con su saliva deliciosa que degusté hasta quedar ahíto de ella, de su dulce néctar, verdadera ambrosía, auténtico manjar de dioses… Nos dimos un morreo impresionante… Bueno, fue ella quien me lo dio, pues no sé si antes lo dije, pero era la primera vez que así besaba a una chica…a una mujer que era la primera vez que ka besaba como un hombre a una mujer, debo aclarar que, en general, era la primera vez, en todos mis pasteleros diecinueve años que besaba a una chica, a una mujer, estando, pues “verde” total en la materia… Inexperto, torpe… Ella, no es que tuviera tanta experiencia, pero sus cuatro años de noviazgo, la habían aleccionado, y mucho, comparado con mi absoluta nihilidad…

Y yo, loco perdido ya, di otro paso hacia el abismo de no retorno, llevando mis manos a sus senos, sus enloquecedoras tetitas, que comencé a acariciar con esmero, con deseosa pasión, pero leve, suavemente, sin estrujarlas, sino acariciándolas con dulzura, con ternura, rozándolas con las yemas de mis dedos… Y Merche, deshaciéndose en alas del deseo, queriendo, también ella, más y más… Y mucho más… Empecé a soltar los botones que cerraban la blusita del primero al último, de arriba abajo, quedando la prenda enteramente abierta, con el sujetador al aire, y con él, prácticamente, los divinos senos… El sujetador era de estos de media copa, bajísima, limitado a sujetar las tetitas por abajo, pero sin cubrirlas… Mansamente, la íntima prenda cedió a mi insistencia por bajarla, quedando los “meloncitos” libres, a mi vista y disposición… Los acaricié casi que con religiosa veneración, apenas rozándolos con las yemas de mis dedos… Y Merche, a ojos cerrados, sí que se derretía de puro placer, gimiendo, comenzando a jadear… Los besé devotamente, los lamí…Acaricié sus lindos pezoncitos, enhiestos, cual miureños pitones, duros como piedras… Y Merche gemía, y gemía, jadeando a todo jadear… Me susurraba algo, ininteligible, manteniendo cerrados sus ojos, rendida a mis caricias… Y lamí, succioné esa dulce ambrosía de esos pezoncitos que me volvían loco… Pero loco de remate…loco de atar… Pero desatado; desatado en esa locura que me consumía enardeciéndome más, y más, y más… Esa locura que me pedía seguir adelante, hasta el fin, hasta la consumación de no ya mi deseo, sino nuestro mutuo deseo…

Y di otro paso en ese viaje, sin retorno, a locura… La locura, más que del sexo, del amor materializado en sexo… Sexo por amor, sí, pero sexo sin límites, sin mesura… Así que, en ese querer más y más, bajé mi mano buscando el límite de su falda… Se la levanté, hundiendo esa mano, esos dedos, entre sus muslos, que ella, tan generosa como deseosa de “navegar en ansias” conmigo, por los procelosos océanos del querer (“Y así, propuse de NAVEGAR  EN ANSIAS con la Grajal hasta morir”.- “Vida del Buscón llamado D. Pablos”. Francisco de Quevedo y Villegas), me abrió de par en par, facilitándome la ascensión hasta el Sancta Sanctorum de la más genuinamente femenina parte de su anatomía. Llegué donde quería llegar y Merche, loca también ella de deseo, me abrió aún más sus muslitos. Tenté esos femeninos labios con mis dedos, notando lo abultados que estaban, hinchados por el monumental flujo de sangre allí acumulado, preparando ese Sancta Sanctorum para el definitivo paso amoroso… También lo noté enteramente húmedo, por sus más íntimos flujos, soltados casi a grifo… Aparté la tela de la braga, accediendo, directamente, a esos íntimos labios de mujer… Y Merche, soltó lo que fue más alarido que grito de placer… Pero allí se acabó todo, pues ella, reaccionando a la locura que nos subyugaba, me apartó, suave, pero firmemente

  • Para, para, Antonio; amor, cariño… Para, por Dios…Por Dios, no sigas…no sigas… Déjalo… Déjame, por Dios…por Dios… Te lo ruego…te lo suplico amor…te lo suplico…

Yo, en automático, salté hacia atrás, deshaciendo ese íntimo contacto… Me asusté… Me asusté muchísimo… ¿Qué le pasaba?... ¿Qué pasaba?... ¿Qué había hecho yo para un cambio tan radical en ella?

  •  ¿Qué…qué te pasa?... ¿Qué he hecho mal?... ¿En qué te he molestado?… ¿En qué te he ofendido

  • En nada… En nada me has molestado; menos, ofendido… Yo…yo he sido… No debí consentir en nada de esto… No debí venir… No debí aceptar que saliéramos… Ir a bailar contigo… Yo; yo soy la única culpable… La que lo ha hecho mal todo…

Yo no entendía una palabra… La oía, la escuchaba, pero como si me hablara en chino…

  • No te entiendo… No entiendo nada…

  • Pues es muy sencillo: Que yo soy muy mayor para ti… Y tú, demasiado joven para mí… Eso es todo, Antonio, primico querido; esto, lo que ha pasado…lo que con nosotros pasa, no tiene sentido, porque no tiene futuro. Yo…yo no quiero una relación de unos meses, unos años. Yo deseo algo duradero, estable… Un hogar, un marido…unos hijos… Si nos “liamos”, ¿cuándo podrías darme eso?... ¿Cuánto tardarías en verme como, realmente, soy  para ti?... ¿Cuánto tardarías en ver que, para ti, soy muy mayor…en verme vieja…inapetecible?... ¿Cuánto, en dejarme por otra chica más de “tu edad”?... Entiéndelo…compréndelo, Antonio, cariño… Compréndeme… Aún soy joven, pero ya no tanto. El “arroz” se me está pasando ya a pasos agigantados, y yo deseo casarme, un hogar, hijos Compréndelo, por favor, compréndeme, cariño… Sí; cariño, porque, de verdad te quiero Te quiero mucho, ¿sabes? Pero mucho…mucho… Te lo prometo…te lo juro…

Merche casi lloraba, con el dolor, la frustración, en sus ojos… Y yo estaba deshecho, y con una idea martilleándome el cerebro: “Pipiolo…pipiolillo… Eso te llamó ella, y eso es lo que, en verdad, eres… Un “pipiolo”…un “niñato” que quiere jugar a ser hombre… Hombre hecho y derecho, sin serlo”… Ella se estaba echando la culpa, pero el culpable, el verdadero responsable de todo era yo, y sólo yo, por “pisar el acelerador” como lo había pisado Por pretender lo que no puede ser… Alcé la mano, acariciando su rostro, su mejilla… Y ella me tomó esa mano y, llevándosela a los labios, me la besó, mientras yo le decía

  • Tranquil; tranquila Merche… No pasa nada… Nada en absoluto… Te entiendo y te comprendo… Y sé que tienes razón… Dejémoslo, ¿quieres?... Anda, arréglate esa ropa y vayámonos de una vez a casa

  • ¿De verdad…de verdad lo entiendes…lo comprendes?...

  • De verdad, Merche…primita querida…

Se secó las lágrimas que, sin llegar a roda por  sus mejillas, se habían ya apelotonado en sus ojos, en sus lagrimales; se arregló, ajustó, la ropa, se atusó un tanto el pelo, y reemprendimos la vuelta a casa… Sin hablar…sin tocarnos…sin rozarnos nada, pero que nada en absoluto. Y a la mañana siguiente, tempranito, hizo su equipaje y, sin atender los ruegos, las súplicas de mi madre, sin siquiera darle una razón del por qué, tomó el  portante, y se fue de casa… Yo, ni siquiera quise salir de mi habitación en todo el día; no quise despedirme de ella, ni ella me dirigió ni una palabra de despedida… Mi madre sí que entró en mi cuarto, tan pronto ella salió por la puerta con sus bártulos… Y con las de Alberi, (de muy mal genio)… Me acusaba de que mi prima se hubiera ido y, de alguna manera, se imaginaba lo sucedido la noche anterior… Vamos, que estaba casi segura de tener un hijo violador… O, poco menos. Y yo, por primera vez en mi “pastelera” vida, casi, casi, la mandé a freír espárragos, por no decir que a hacer puñetas… ¡Para bollitos, tenía yo entonces el horno!...

FIN DEL CAPÍTULLO 1º

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