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ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 2

en Erotismo y Amor

ARRABALES DE LENINGRADO

Capítulo 2

Cuando Yelena escuchó y reconoció a Iván en aquel “ispansky” erguido ante ella, con la pistola en ristre y presto a disparar, lanzó un grito gutural; un grito de espanto, de horror. Y cayó de rodillas derrengada por la impresión. El arma que empuñaba, una Walther MP-40, cayó al suelo desde una mano que había quedado muerta, inerte. Se tapó la cara con las manos, sollozando; y, entre sollozo y sollozo, musitaba “Por qué ha tenido que ser, por qué. Por qué él tenía que enterarse así”

Al momento se desató una algarabía de voces rusas que gritaban: “¡Que nadie dispare!” “¡Es Iván, el “hombre” de Yelena!” “Kolia, no disparéis! ¡Es Iván, el amigo de Yelena” Al punto las armas del grupo partisano dejaron de enfilar a quien sólo conocían como Ivan, pasando a quedar en posiciones de descanso, pues el “ispansky” había dejado de ser un enemigo para aquella gente, acostumbrada a verle como buen amigo. Pues la mayor parte de los integrantes del grupo, hombres y mujeres, eran de la aldea, como por ejemplo Tonia, la primera que empezó a gritar pidiendo que no se disparara sobre el “ispansky”; y Andrei, Mihail y varios más de la aldea que también reclamaron a voz en grito a sus camaradas la integridad física del enemigo que para ellos no era tal, a pesar del uniforme que vestía.

Pero Juanjo no se enteró de lo que aquellas voces decían, pues su conocimiento del idioma de Tolstoi, Pushkin, Glinka y demás no alcanzaba a descifrar aquello, expresado además en esa forma rápida en que los rusos hablan entre sí y que entonces él no entendía ni jota de lo hablado entre ellos. Luego de lo único que en ese momento estaba seguro era que el fin había llegado. Involuntariamente casi bajó la pistola, convencido no sólo de su inutilidad, sino de que le sería imposible usarla. No contra Yelena. Luego sencillamente se dispuso a morir. Se sorprendió al comprobar que no sentía miedo; que, por  contra, estaba tranquilo, casi feliz. Por un momento pensó en Dios, en el Más Allá… Pero ello no le inquietó; él en su vida había hecho daño a nadie, y de nada grave ante el Altísimo se veía culpable… No, tampoco temía al Juicio de Dios… El es Misericordioso y sabría tolerar las mil y una “faltillas” que desde luego le encontraría….

Pero no sonó la esperada descarga de fusilería, sino que aquellas sombras empezaron a dejar de serlo al ir surgiendo, por aquí y por allá, verdaderas figuras humanas con el arma colgada del hombro o al brazo, pero sin asomo de actitud amenazadora. Se le fueron acercando y pudo ver el anhelante rostro de Yelena, los de Andrei y Mihail y el de Tonia, la semi novia del pobre Eusebio, ignorante a las andanzas de quien, de verdad, le enamorara. Bueno, y a qué extrañarse…  También estaba allí Yelena…

Lo comprendió al instante. Sabía, ninguna duda tenía de ello, que ella le quería. Y mucho. Y seguro que también Tonia a Eusebio. Pero eran rusas y ellos estaban allí, en su tierra, en su Sagrada Tierra Rusa… No, ni él, ni Eusebio ni tampoco ningún otro compañero de la Blau habían ido allí a combatir a los rusos, al noble pueblo ruso. Ni a los ucranianos, los bielorrusos… A ningún ciudadano soviético en general. Sólo habían ido a combatir al bolchevismo, al comunismo internacional, al estalinismo en suma. Y, en consecuencia, también por ellos mismos, por los rusos y demás gentes esclavizadas por el comunismo leninista-estalinista. Así sentían ellos realmente, que esos civiles rusos no eran enemigos Pero eso.. ¿Cómo explicárselo a ellos, a ellas? Hasta entonces, había dado por sentado que ellas, ellos, las sencillas gentes de la aldea, de todas las aldeas soviéticas así lo entendían; que ni ellos, los spankys, ni siquiera los “nemetsky”, los alemanes, eran otra cosa que aliados de todos ellos… Pero, desde entonces supo que no era así. Que aquellas gentes sencillas, casi ninguna comunista y todas, todas ellas víctimas del Padrecito Stalin, también y en primerísimo lugar eran rusos; rusos nacionalistas y patriotas que en ellos sólo veían al invasor, a quién le trajera la guerra a casa…

Juanjo estaba confundido, muy confundido. Y le dolía tanto la cabeza que la sentía a punto de estallar. No quiso seguir pensando, no podía pues la cabeza le dolía demasiado para ello… Que pasara lo que Dios quisiera…

Entonces, cuando tenía a Yelena a un paso de él, sintió cómo una mano se posaba, por la espalda, en su hombro derecho. Giró hacia atrás y se vio ante un auténtico hombretón. Un sujeto alto, fornido, de espaldas casi kilométricas y enormes manos. Pelo muy rubio y muy claro, casi como el de Yelena. Barba hirsuta de varios días, pero gesto simpático. Ese rostro, desde luego no preludiaba amenaza alguna. Muy serio, le habló a Juanjo  

  • ¿Ti Iván? (¿Tú Iván?) 
  • Ya Iván    ( Yo Iván )
  •  Ya Kolia, Nikolai.- Ti jarashii. Ti moi drug. Niet voyna mui ti (Yo Kolia, Nikolai. Tú bueno. Tú mi amigo. No guerra nosotros tú)

El hombretón no sabía ni jota de castellano, pero se expresó en un ruso muy elemental, pronunciando cada palabra lentamente; en fin, que Juanjo le entendió a la perfección. Supo que de ellos no tenía nada que temer; eran amigos. Cuando el hombretón acabó de hablar abrazó a Juanjo y él aceptó el abrazo, abrazando a su vez al hombretón.

Cuando se separaron, interrogó con la mirada a Yelena, que le dijo

  • Es Kolia, mi hermano

Entonces le sorprendió una reacción de Kolia: Alzando al cielo la boca de fuego del subfusil alemán Walther MP-40, sin duda capturado, abrió fuego al aire, lanzando dos o tres ráfagas. Al acabar, se quedó mirando, como sorprendido, a Juanjo, al tiempo que le hacía señas que el español no llegaba a comprender. Miró inquisitivo a Yelena y ésta, riendo a carcajadas, le dijo

  • ¡Quiere que tú también dispares al aire! Es costumbre rusa. ¡Alegría!

Juanjo, riendo también a carcajadas, alzó la pistola y disparó hasta vaciar el cargador.

De nuevo el hombretón, Kolia, se abrazó a Juanjo riendo también a carcajadas y seguidamente todo el grupo partisano se reunió con Juanjo, Kolia y Yelena. Unos estrechaban la mano de Juanjo, otros le abrazaron. Entre éstos, los dos amigos de Yelena que conociera en la aldea, Mihail y Andrei.

La cosa terminó con todos asegurando a Juanjo que eran sus amigos del alma. Muy, pero que muy amigos… ¡Hermanos casi!.... Lo que son las cosas; minutos antes, dispuestos a matarse entre sí y ahora…

Al fin, a Juanjo le pareció que la vida era bella y merecía la pena vivirla… Al menos, en aquella Noche Buena que tan bien refrendaba aquello de “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”… Por esa noche, para ellos, entre ellos, la guerra desapareció, la habían roto… La amistad entre los hombres había vencido a la guerra y a su funesto cortejo de muerte, dolor y destrucción..

Los miembros de la partida partisana se alejaron un tanto de Juanjo y Yelena, permitiendo que ambos se sentaran en solitaria connivencia a la orilla misma del camino, allá por donde los abedules se asomaban a la vereda.

Entre español, ruso, alemán y un poco por señas, pudieron mantener, más o menos exacto, un diálogo semejante a este

  • Así que Kolia es hermano tuyo
  • Y partisano…. ¿Sois bolcheviks, comunistas?
  • Somos rusos. Mujiks rusos, campesinos rusos. Ivan, aquí siempre ha sido así, siempre ha habido un amo al que el mujik debe someterse y obedecerle ciegamente. Antes eran el Zar y sus nobles, ahora los bolcheviks… Mira Ivan, nosotros, los mujik rusos, seremos ignorantes, apenas si sabremos escribir y la política nos viene ancha: Simplemente lo aceptamos todo, obedecemos y nos sacrificamos. Pero la tierra es nuestra razón de ser. La Sagrada Tierra Rusa es nuestra Santa Madre, y la defenderemos siempre con uñas y dientes.  

Juanjo comprendió que por ese camino no debía seguir, pues el abismo entre él mismo, “ispanskys” y “nemetskys” por un lado y “ruskis” por otro era abismal. Demasiado para que las rusos entendieran nunca que ellos, los españoles al menos, no habían ido a luchar contra el “ruski”, sino contra los bolcheviques; contra Stalin y sus secuaces; contra la NKVD; contra la horda del Ejército Rojo que asesina al propio campesino ruso, al mujik ruso. Pero ahora entendía que ese Ejército Rojo era también, y en definitiva, el propio campesino ruso, el mujik, pues el 80% casi largo de la población rusa es campesina y los “mujik” la columna vertebral del Ejército Rojo

  • Nunca me hablaste de Kolia
  • Nunca me preguntaste
  • ¿Tienes más hermanos?

La muchacha bajó la mirada.

  • Tenía otro, Misha. Cayó en el Wolchow… Ante vosotros, los ispanskys.

Juanjo no quiso seguir preguntando a ese respecto. Tampoco era el más adecuado. ¡Dios, y qué difícil que se le estaba poniendo todo!

Cambió de tema. La verdad es que encontrar allí a Andrei le molestó cosa mala. ¡Estaba celoso! Muy, muy celoso de aquel aldeano ruso pues ya no le cabía duda de que cortejaba a Yelena; o, al menos, trataba de cortejarla. Y quién sabe si con el agrado de ella.

  • ¿Andrei es tu novio?

Cuando al fin Yelena pudo entender lo que Juanjo quería saber, se rió con ganas

  • ¡Ni hablar! El va detrás de mí como perro en celo tras una perra… ¡Pobrecillo!... Lo único que en mí busca es un “revolcón”. ¡Pues va listo! Eso a mí no me interesa. Yo necesito amor: Que me amen a mí y que ame yo…
  • Pues una vez me lo ofreciste…
  • Y tú no quisiste… Como yo necesito que el hombre me quiera, tú necesitas que la mujer te ame… ¡Tú, al menos me querías! Me quieres aún, lo sé...
  • Y tú… ¿Quieres así a alguien ahora?

Elena calló unos minutos, como recapacitando. Luego, sin mirar a nadie, sólo a la lejanía, respondió

  • ¿A quién?
  • Eso no te lo voy a decir… Adivínalo…

Juanjo al momento lo adivinó; adivinó que quien enamorara a la bella Yelena no era otro sino él mismo. La tomó de la mano con su derecha al tiempo que con la izquierda acariciaba dulcemente el rostro y los cabellos de la muchacha; entonces ella llevó hacia él su cabeza hasta dejarla descansar en el pecho más que en el hombro masculino, mientras sus dos manos retenían con infinito cariño la mano del hombre amado que asía las suyas.

Así pasaron un tiempo; tiempo en el que ninguna otra caricia se produjo entre ellos, en acto no sólo de respeto a la decisión que tenían que tomar y respetar, sino de absoluta asunción de esa decisión. Entre ellos nunca podría haber más caricias. Compartían un amor terrible por imposible; un amor que nunca podría ser efectivo pues nunca podrían unirse en paz porque entre ellos la Paz no era posible, nunca sería posible pues era demasiado lo que se interponía entre ellos. Y mejor asumir eso desde ya, desde esa misma noche y para siempre.

Del remanso del momento vinieron a sacarles Kolia, Andrei y alguno más, invitándoles a unirse a la “fiesta” que se había organizado entre la vereda y ambos linderos del bosque de abedules. De atrás habían salido a relucir botellas de vodka, aunque no del mejor, lo que a esas alturas poco importaba y tanto Juanjo como Yelena trasegaron lo suyo. La “juerga” se sublimó en las imprescindibles canciones al efecto, comenzando el “orfeón” ruso con lo más típico de su repertorio, el infaltable “Kalinka”, con eso de “Kaaa… lin… O kalín… O kalín… Kalinkaaa….! Etc. Tampoco podía faltar el “Ochi Chornye”, Ojos Negros, con el “Ochi chornye, Ochi strastnye, i prekrasnye”… etc. O las también intensamente líricas, intensamente sensitivas, con toda la increíble sensibilidad del alma eslava en general y en particular del alma rusa: Las “Noche Oscura”, “Allá a lo lejos, a través del río”, “Mamuska”, “Las Grullas”… Todas ellas canciones que sonaban entonces mismo por toda emisora de radio soviética que se sintonizara (1)

También Juanjo largó sus canciones al aire, con la “Chaparrita la Divina” en dos versiones: Una traída desde España y la muy “sui géneris” adaptada por la Blau.

  Chaparrita la divina

            La que va muy de mañana

    A la iglesia para rezar

       A pedirle a San Antonio

                 Que le conceda un buen novio

Para poderse casar

 

   Lleva rojas las mejillas

   La falda hasta la rodilla

Si será por el calor

 Lleva los ojos pintados

Y las ojeras moradas

Y los labios de color

 

Chaparrita la divina

La que a todos asesina

Con su forma de mirar

   Ella a veces también llora

Y el llanto la decolora

Pero se vuelve a pintar

 

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                          “Panñequita la krasiva      (Muchacha guapa)

La que me dice “spasiva”

Cuando la voy a besar

Llora de manera extraña

Pidiendo la lleve a España

                Cuando me largue “tudá”         (Allá) 

 

Lleva pañuelo en la cara

Y las orejas tapadas

Y la boquita “cerrá”

   Y calza botas de fieltro

        Y medias largas por dentro

    Que no te dejan ver “ná”

 

Me dice que es una rata

Que juguemos a la gata

                    Como se hace en “sudá”            (Aquí)

Yo le digo que en España

A la novia no se engaña

      Cuando hay amor de “verdá”

Vamos, que eran ya las tantas de la madrugada cuando, entre Yelena y Tonia llevaron a Juanjo a la Plana Mayor del batallón, como dos buenas chicas rusas que habían estado celebrando la Noche Buena de los “ispanskys” con ese “ispansky”. Y es que Juanjo llevaba encima la mayor “tranca” que en la Plana podía recordarse.

Por cierto, que por lo de haber pasado las dos chicas la Noche Buena con el sargento Juanjo se hizo algún que otro chiste a cuenta de que las chicas pasaran una buena noche con el sargento “ispansky”, con mención muy especial a esas afirmaciones algo más que machistas, como eso de que “Los españoles somos la pera”

También Tonia, tímidamente, preguntó por el cabo 1º Eusebio Delgado. No pudo resistirse a ver una vez más al que, a pesar de todos los pesares, fuera el dueño de sus más recónditos anhelos. Sí, Tonia respecto al cabo 1º Eusebio Delgado era lo mismo que Yelena respecto al sargento Juan José Jimeno. Pero no pudo ser porque para esas horas el 1º Eusebio hacía ya tiempo que dormía una impresionante “mona”. Cosas de la Noche Buena y… ¡Qué se le va a hacer!

A la mañana siguiente, el enlace encontró por fin su tan añorada BMW casi en medio del atrincheramiento de la 5ª compañía. Imposible fue averiguar cómo desapareció ni tampoco cómo se restituyó a su lugar, pues apareció a pocos metros del lugar de donde desapareció. Eso sí, necesitada de un buen arreglo, cosa que al bueno del enlace le pareció del mal el menos, pues si le llegan a “birlar” definitivamente su BMW, del tirón a primera línea; además excelentemente “recomendado” para presentarse “volunario” a la primera misión que surgiera de “asegurado apiolamiento” por Dios y por la Patria.

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A fines de Noviembre de 1944 Juan José Jimeno, el otrora alegre sargento “Juanjo” de la 5ª Compañía del 2/269, estaba harto de guerra, harto de sangre, harto de tanto sufrimiento… A ciencia cierta ni sabía ya por qué estaba todavía allí, en el Frente del Este, en el Frente Ruso, aunque ya no estuviera en Rusia sino en Letonia, exactamente en aquella carretera al suroeste de la península de Kurlandia, más cerca que lejos del Báltico, arrellanado en el asiento posterior de un kübelwaagen. Iba ensimismado en sus pensamientos y con la mente realizaba un etéreo viaje a través de su pasado más reciente. El por qué llegó a Rusia con los primeros voluntarios de la “Blau” estaba claro como el cristal, pero ya no estaba tan claro el por qué no regresó con los sucesivos reemplazos, prácticamente anuales, que se sucedieron desde 1942; y menos el por qué no regresó a España con el grueso de la División en Noviembre de 1943 cuando el general Franco ordenó el retorno a la Patria de la División Española de Voluntarios, quedándose en cambio con esa Legión Española de Voluntarios, unos dos mil, para “Quedarse con los muertos, sin idea de repatriación y a extinguir en el frente”. Es decir, quedarse allí, bajo la Sagrada Tierra Rusa junto con los muertos anteriores, pues no otra cosa significaba lo de “A extinguir en el frente”. Pero es que, cuando en Marzo de 1944 Franco dispone que regrese a España la Legión, Juan José Jimeno vuelve a rebelarse contra la nueva orden de volver a la Patria y otra vez opta por quedarse, pero ya no como tropa española, sino como terco combatiente anti-bolchevique apátrida, pues Franco niega la nacionalidad a todo español que milite, arma al brazo, bajo ajenas banderas….

¡Qué lejana le parecía entonces aquella Noche Buena de 1942, cuando por última vez viera a Yelena!... ¡Yelena!... ¿Qué sería de ella, dónde estaría? “Qué simple soy” pensó. ¿Dónde iba a estar sino en su casa, toda vez que los malditos invasores fascistas ya no hoyaban la Santa Tierra Rusa? Y casada lo más seguro. Tal vez con aquel bueno de Andrei, el medio polaco… ¡Mejor para ellos dos! Que ella fuera feliz es lo que entonces más deseaba.

Pero como una cosa lleva a otra, recordar aquella Noche Buena le llevó a recordar momentos posteriores mucho menos felices: La práctica aniquilación del 2/269 en la batalla de Posselok y los altos de Siniaivino, cuando, de los casi 540 hombres que entraron en línea el 21 de Enero de 1943, al retirarse la unidad el día 28 sólo regresaron 27 a Slurtz: un oficial, el teniente D. Francisco Soriano Frade, seis suboficiales y 20 soldados; atrás quedaron 223 heridos, 73 congelados de pies o manos, 124 muertos y 92 desaparecidos. Los muertos se enterraron con honores en una fosa común del cementerio militar alemán de Mestelevo. Luego, la sangrienta y terrible batalla de Krasny Bor, entre los días 10 y 11 de Febrero de 1943, cuando unos 5.500 españoles hicieron frente a la embestida del 55º Ejército soviético, unos 45.000 hombres, 100 carros de combate y entre 800 y 1000 piezas artilleras de 182 y 205 mm “ablandando” el frente a lo largo de dos horas. Increíblemente, los españoles aguantaron en sus posiciones rodeadas por la marea humana soviética; un archipiélago de islas emergiendo en medio de un océano no azul sino “rojo”. El día 11 el poblado de Krasny Bor cayó en manos soviéticas, pero allí acabó la ofensiva soviética y la Operación “Estrella Polar”, cancelada antes de empezar; todo ello gracias a la tenaz resistencia española que logró frenar la ofensiva al precio de unas 2500-3000 bajas, mitad por mitad muertos y heridos, pero cobrándose unas 11.000 bajas soviéticas, más de la mitad en muertos (2)

Luego, ya con la Legión Azul, los combates de los días 24 y 25 de Diciembre de 1943 y en Enero de 1944 la defensa de la población de Liuban, pero sobre todo de su estación ferroviaria vital para la retirada de las unidades alemanas del Grupo de Ejércitos Norte…

Y… Luego… ¿Qué?... ¿Cansancio?... ¿Desilusión?... ¿Qué?... Desde luego, desilusión no. Rotundamente no, pues conservaba la misma ilusión, la misma determinación de lucha contra el marxismo que le animara en 1934 cuando se alistó en Falange Española o en Julio de 1936, cuando abrazó las banderas de quienes querían extirpar de España el marxismo-leninismo del frentepopulismo que destrozaba España; o en Julio de 1941, cuando quiso venir a Rusia a combatir ese marxismo-leninismo en el propio cubil de la fiera, en Rusia. Cansancio sí era posible, aunque lo que más sentía realmente era hartura por no decir hartazón. Sí, entonces Juan José Jimeno como en verdad se sentía era harto, pero harto de vida, harto de vivir a sus 30 años y muy pocos meses. Y es que la guerra le pesaba, las muertes le pesaban, la sangre vertida en ambos bandos le pesaba más que la losa de la tumba y querría estar ya muerto. No porque realmente deseara morir, no, qué tontería; sino porque no dudaba que ese sería su destino: Morir allí, en esa guerra que nadie pensaba ya que se pudiera ganar. Se perdería, la perderían todos ellos, todos los idealistas que allí fueran a vencer y extirpar al demonio leninista del orbe universal; tal vez, los últimos románticos que quedaban sobre la Tierra. Luego… ¿A qué esperar más? ¡Ven ya, miedo de fuertes y de sabios! ¡No te tengo miedo, no me asustas, Jinete del Apocalipsis! ¡Como tampoco me asustó antes ni me asusta ahora ese otro compañero tuyo a la jineta en el Apocalipsis: La Guerra!

Ni lo sintió ni tampoco lo escuchó llegar; pues no escuchó su mortal silbido, ya que la velocidad de una granada de mortero es mayor que la del sonido. Sólo oyó el fuerte estampido de la explosión y sintió el estremecimiento de todo el kübelwagen al recibir el impacto directo seguido al instante por la cabriola en el aire que hizo que el vehículo diera una voltereta de 180º para enseguida caer sobre el suelo, fuera de la carretera, patas arriba; o, dicho con más propiedad, ruedas arriba. El impacto del mortero de 81mm había alcanzado de lleno el morro del motor del kübelwagen y la onda expansiva había afectado de plano su área de conducción, matando en el acto a sus dos ocupantes, el sargento conductor y el teniente letón ayudante del ya para entonces Hauptmann o Capitán de la SS Waffen 19 Grenadier Divisionen. El Hauptmann Juan José Jimeno no siguió la suerte de sus camaradas porque los asientos de delante hicieron de parapeto, con lo que la cosa se quedó en lanzarle hacia el exterior, quedando con medio cuerpo en la carretera y boca abajo. Intentó alzarse pero no pudo: Por una parte se lo impidió un tremendo dolor en el muslo derecho pero es que, además, el más que frío gélido contacto de la boca de un arma de fuego en su nuca le dejó más gélido todavía y, claro, a ver quién es el “guapo” que se atreve a moverse aún antes de escuchar las palabras que, medio en ruso y medio en chapurreado alemán le decían a su espalda.

  • ¡Stoy “Nemetsky”! ¡No mover tú, alemán!

En el rostro de Juan José Jimeno apareció una mueca que quería ser sonrisa; sonrisa sin alegría, sonrisa sin gloria alguna pero con mucha pena. ¡Las vueltas que el destino podía dar! ¡Encontrarla de nuevo allí, tan lejos de su patria!... Aunque… ¿Lejos ella de su patria, cuando apenas si cien kilómetros la separaban de allá?.. Entonces… ¿El dónde estaba? ¡En las antípodas europeas de España!... No obstante la orden recibida, con mucho esfuerzo se volvió hacia donde proviniera la voz femenina, miró cara a cara a la mujer y dijo

  • ¡Hombre Yelena!… Parece que volvemos a encontrarnos….

Al Hauptmann Juan José Jimeno no le fue posible decir nada más pues entonces el shock producido por la explosión le venció y se desvaneció.

Yelena, pues una vez más era la muchacha quien aparecía en la vida de quien entonces no tenía muy claro si era español o apátrida, tan pronto le reconoció arrojó lejos de sí el arma que empuñaba y se precipitó sobre el cuerpo amado mientras los ojos se le llenaban de lágrimas que no lo eran amargas sino de viva, inmensa felicidad

  • ¡Iván! ¡Iván! ¡Cariño mío, vida mía! ¡Amor, amor, amor mío!....

Y se abrazó a él, cubriendo el rostro entonces inerte con besos y caricias, en las que se apoderó de esa boca adorada que presidía el centro mismo de la tan querida faz.

Con la figura de Yelena habían surgido del bosque circundante varias figuras más, las de la mayoría de los partisanos que constituían la partida de Kolia, el hermano de Yelena, y a los que la vehemencia típica de la muchacha se había adelantado a la hora de apoderarse del o los “nemetsky”, pero a la que casi todos habían seguido con las armas prestas. Armas que perdieron el talante ominoso tan pronto como identificaron a su entrañable amigo Iván. Así, hacia el grupo que formaban el entonces inconsciente caído y la joven guerrillera se aproximaron las inconfundibles figuras de Kolia, por gigantesca, y de Andrei y Tonia por todo lo contrario. Llegados allí, suavemente apartaron a Yelena y acabaron de extraer el cuerpo de Iván de dentro del destrozado vehículo, que de rato atrás  amenazaba con explotar, alejándolo lo más posible del fatal vehículo al tiempo que también arrastraban con ellos a Yelena. Y a tiempo lo hicieron, pues apenas llegados a las primeras anfractuosidades boscosas, libres ya de peligro, el kübelwagen explotó con horrendo estrépito, iluminando la noche el subsiguiente incendio.

Entonces apareció ante la vista de todos la astilla metálica que, arrancada de la carrocería del vehículo, se clavara en un muslo del amigo “ispansky”.   

  • Camaradas, mi hermana y yo nos quedamos con Iván; precisa nuestra ayuda y no le abandonaremos. Ella, además, le ama y seguro que no consentirá en separarse nunca más de él. La guerra está ganada y la Patria libre de invasores luego, igual que tomamos las armas cuando fue preciso, ahora las dejamos. Desertamos. Vosotros, haced lo que entendáis como vuestro deber. Disparad contra nosotros si entendéis que eso es lo correcto.

Quien así había hablado era, lógicamente, Kolia, que al momento dio la espalda a sus hombres para acudir junto a su hermana que de nuevo acariciaba el rostro de “Juanjo”, pues desde ese momento el hauptmann de las SS Waffen se esfumaría haciendo revivir al viejo sargento de la 5ª compañía del 2/269, un tanto borrachín, sí, a qué negar la luz del día, pero animoso hasta ser alegre y, sobre todo, henchido de vida. Y ahora además rebosando ganas de vivir, de disfrutar la vida que Dios le diera junto a la mujer amada, junto a su adorada Yelena. En una dichosa felicidad que, al reponerse del shock, ni siquiera se creía de lo gloriosamente maravilloso que era.

Al momento surgieron las voces de Andrei y Tonia para decir que también ellos se unían a Yelena y Kolia. De inmediato tronó la voz de Mihail, que acababa de sumarse al grupo junto a dos individuos más, un hombre y una mujer, portando las piezas del desmontado mortero, afirmando que también él desertaría por aprecio a sus amigos, mas no por cobardía; nadie más quiso seguir ese camino, aunque para todos estaba algo más que claro que la lealtad entre ellos prevalecería siempre sobre cualquier otra contingencia. Por eso, cuantos fueron fieles a lo que entendían era su deber inalienable para con la Patria jurarían y perjurarían en todo momento que los cinco desgajados del grupo murieron a manos de los fascistas y fueron enterrados en los bosques de la Patria soviética, pues ¿qué otra cosa eran las tierras bálticas, incorporadas a la URSS en Junio de 1940?

Allí y entonces se bifurcaron los caminos de los cinco partisanos que desde ese momento seguirían un camino de paz segregados de los que eligieran el camino bélico que les llevaría hasta Berlín, la capital de aquel Reich de los Mil Años que Hitler tan erróneamente prometiera.

Los cinco apartados del sendero bélico partieron con sus armas portátiles, subfusiles Walter MP-40, un trineo donde iba el todavía inerte Juanjo-Iván más la impedimenta de todos ellos y las típicas “raquetas” que facilitan la marcha sobre la nieve y el hielo.

La claridad diurna se acercaba cuando Kolia, Yelena y demás llegaban a la vista de Grobin, localidad letona ni grande ni pequeña, donde esperaban encontrar la ayuda sanitaria que Iván entonces precisaba en un médico del lugar que, según informes, era más que simple “mata-sanos”. Y allí, en lo profundo de la boscosa floresta que rodeaba ese entorno, esperaron los cinco “ruskis” a que las sombras de la noche volvieran a ser la nota predominante del contorno. A las cuatro de la tarde se empezó a poner el sol, y a las cinco era ya noche cerrada, mas todavía esperó el grupo hasta más allá de las ocho en espera de que las calles de Grobin se sumieran en la soledad, vacías casi de vecinos. Entonces, la comitiva se puso en marcha internándose en silencio por las oscuras calles. Era la primera vez que entraban en Grobin, pero deambularon por su interior como si fuera la cosa más habitual para ellos, pero es que la información de que disponían las patrullas partisanas que operaban en tierras no conocidas solía ser excelente, por lo que durante todo ese día habían estudiado al dedillo el plano de la población, localizando su objetivo, la casa del médico, con todo detalle. De manera que en pocos minutos estuvieron ante la puerta buscada, pues Grobin no era, precisamente, ninguna gran urbe y allí todo estaba a tiro de piedra.

Cuando el bueno del médico, un letón cincuentón y furibundo nacionalista, abrió la puerta en respuesta al reincidente repiqueteo, el pavor del “Día del Juicio” le dejó allí clavado y casi sin sangre en las venas al encontrarse de sopetón con cinco bocas de fuego apuntándole a bocajarro. Luego entendió que sólo se requerían sus servicios profesionales para atender a un herido con, contra toda lógica, uniforme alemán y sus dudas, hasta el terror ante tanto “ruski” armado, cedió como por ensalmo, poniéndose en seguida manos a la obra con todo entusiasmo, pues el hombre sería un letón nacionalista de “aquí te espero, Lucas”, pero antes que nada era médico, y para él un enfermo, un herido, no vestía más uniforme que el del ser humano que precisa de su sapiencia médica.

Al herido, a Juanjo-Iván, antes de escindirse el grupo partisano le habían extraído la astilla metálica a fin de tratar de cortarle la inherente hemorragia, quedando lavada, taponada y vendada la herida, pero sin el necesario tratamiento profiláctico anti infeccioso por carencia de medios. Y la intervención del doctor letón no pudo llegar más oportunamente, pues la herida estaba ya en principios infecciosos que si no se atajaban rápidamente cualquiera sabe a dónde podría llegar el riesgo. Pero la intervención médica fue eficaz y dejó el muslo dañado en franca vía de recuperación. Como el médico les dijo al dar la operación por concluida, en adelante sólo requeriría el paciente alimentarse lo mejor posible y mantener absoluto reposo quince, veinte días… A lo sumo, un mes.

Al médico no le pasó desapercibida la incongruencia de unos “ruskis” cuidando un “boche” con riesgo, incluso, de sus vidas. De modo que al sentirse poco a poco más seguro entre aquellos “ruskis” que no parecían tan fieros y letales como cuantos camaradas suyos antes viera, se decidió a mantener una corta conversación con el gigante ese que parecía el jefe de todos. Así se enteró que el “nemetsky” no era tal, sino “ispansky” y, además, amigo de todos ellos, pues a sus familias ayudó mientras estuvo cerca de su aldea. Luego preguntó por la mujer que se pasaba casi todo el tiempo llorando y acariciando al herido, enterándose de que era hermana del hombretón y enamorada del “nemetsky-ispansky”.

Al médico, el grupo aquel acabó por caerle bien, pues enseguida supo que su único propósito era dejar atrás Letonia y la guerra para tratar de vivir tranquilos y en armonía con todo el mundo allá donde no hubiera guerra ni odios entre los Hombres, sino que con todas las personas se pudieran mantener relaciones amistosas y de buena vecindad, sin enemigos que valieran, sólo, sólo amigos y gentes de buena voluntad. Pues en esas ambiciones entendió que estaban las de cualquier persona buena y honrada, de buen corazón; esa persona que, en el fondo, todos los seres humanos llevamos dentro por eso, porque somos humanos, porque nuestro proceso evolutivo nos separó del ser bestial que fue nuestro común antepasado más ancestral confiriéndonos una mente capaz de distinguir entre el bien y el mal, lo deseable y lo indeseable. Que desarrolló en nosotros sentimientos típicamente humanos como los fuertes lazos de la amistad y los del amor perdurable entre machos y hembras; entre hombres y mujeres. O ese sentimiento que hace que hasta nos arriesguemos a perder la vida con tal de salvar la de un amigo, en mayestático gesto de generosidad, gesto de generosidad que alcanza su más excelsa altura cuando decidimos arrostrar miserias, peligros e incomodidades con tal de llevar ayuda y consuelo a quienes nada tienen y que lo común es que ni tan siquiera se conozca.

Así, les indicó que lo mejor sería que se dirigieran a cualquier pequeño pueblo costero de pescadores donde podrían encontrar algún “Alma Caritativa” que accediera a llevarles hasta Suecia, país neutral muy próximo. Y si no encontraban a nadie lo suficiente dispuesto a favorecerles, las muy eficaces medidas de persuasión usadas con el propio médico, seguro que serían “mano de santo” para resolver la más terca oposición a prestarles ayuda.

Les retuvo unas horas en su casa a fin de proveerles a todos, el “nemetsky-ispansky” incluido, de ropas de campesinos letones para así pasar más inadvertidos en la noche. Pero las horas se convirtieron en los cuatro días siguientes pues enseguida el médico apreció que su paciente precisaba descansar, reponerse lo más posible antes de reemprender viaje. Y allí estuvieron esos días, protegidos por el médico y su familia como también por casi toda la vecindad del médico.

Serían entre las 17,30 y las 18 horas del quinto día que los “ruskis” y el “Nemetsky”-“Ispansky” vieran amanecer en casa del bueno del médico letón y sexto desde que Yelena, Kolia y demás de separaran del resto de partisanos, cuando por la gran portada de carruajes que se abría a la parte trasera del facultativo del lugar, salía una camioneta no muy grande con el médico al volante y su mujer más un vecino junto a él, en el asiento corrido de la cabina de conducción; atrás, en la caja cubierta por un toldo, los seis fugitivos con las dos hijas del doctor más otros tres o cuatro vecinos de Grobin, hombres y mujeres. Todo ello a fin de hacer parecer que no eran sino un grupo de pacíficos y leales aliados del Reich alemán, por si acaso les saliera al paso cualquier patrulla alemana; las partidas partisanas, rusas y letonas, que de todo había, eran menos peligrosas, pues no solían molestar a los paisanos letones. Por el momento, al menos, pero ya se andaría todo en no mucho tiempo…

En menos de una hora la camioneta discurría por la solitaria calle central de una pequeño poblado de pescadores hasta desembocar en el minúsculo puerto pesquero; allí, bajaron a tierra Kolia, Yelena y Andrei escudriñando a fondo el muelle portuario donde amarraban varios barcos que, en general, se aprestaban a hacerse a la mar. Llamó su atención un muy pequeño barco, tanto que apenas parecía algo más que una gran barca dotada de motor y una insignificante cabina de pilotaje; jurarían que, de haber algo bajo cubierta, se reduciría a una escueta bodega de carga de menos de un metro de alto. En cubierta sólo se divisaban  tres hombres afanándose en sus redes, disponiéndolas para salir a faenar de un momento a otro.

La camioneta se puso de nuevo en marcha hasta llegar, lentamente, a la altura del minúsculo pesquero. Allí y entonces, bajaron definitivamente a tierra los cinco partisanos desertores provistos de sus MP 40 pidiendo pasaje hasta Suecia para ellos cinco y un herido que llevaban consigo, petición que al instante fue acogida con todo entusiasmo por los tres tripulantes del barquito; y es que haber quien se resiste a la “amable” solicitud de cinco MP-40 apuntando directamente a pecho y barriga…. En fin, que el “nemetsky-ispansky”, pues para el doctor, su familia y vecinos, todavía no estaba muy claro cuál de las dos cosas era el paciente, fue trasladado a bordo y se dieron las despedidas entre aquel grupo de personas que Dios, el Destino o lo que fuera quiso que por unos breves días fueran amigos entrañables pero que, tras la despedida, nunca más volverían a verse ni saber nada los unos de los otros….

El barquito o casi barca motora más bien, emprendió la travesía de las 86,4 millas, es decir, 160 km. más o menos que les separaban de la isla de Gotland, punto de Suecia más cercano, poco después de las 19, 30 horas, pues antes de zarpar los “viajeros” atendieron la indicación de los tres tripulantes, padre y dos hijos varones, respecto a la conveniencia de acumular la mayor cantidad posible de combustible a bordo, pues el viaje consumiría bastante más de lo entonces disponible.

La navegación por mar abierto fue para no olvidarla en tiempo, pues las borrascas se sucedían de continuo, con olas que se elevaban sobre el barquito varios metros para al momento descargar, abatiéndose hasta azotar la cubierta de proa a popa, de babor a estribor, haciendo temblar y estremecerse a la casi barca, que además se encabritaba de vez en cuando, saltando sobre la superficie líquida hasta presentar la quilla fuera del agua o hundirse, ora por la proa ora por la popa, empujada por el tremendo oleaje, amenazando con zozobrar a cada momento. Esto, en las bajuras costeras, no era así, pues por allí, a no más de dos, tres millas de la costa la mar mostraba bastante más calma; también allá azotaba algo el temporal, pero sin punto de comparación a cómo lo hacía a diez, doce o quince millas mar adentro.

La noche iba ya a punto de extinguirse cuando a no demasiados minutos de las ocho de la mañana la barca o barco pesquero bordeaba la costa nororiental de Gotland en querencia de la costa continental sueca, para alcanzar entre las 12 y las 13 horas la localidad de Oxselosund, que por aquel entonces tan sólo era un más bien pequeño pueblo pesquero y no la ciudad que es hoy día. Está muy cerca de Nyköping, la capital de la provincia, y bastante cerca de la capital de la nación, Estocolmo. Vamos, un buen lugar para no llamar demasiado la atención al arribar a Suecia y al mismo tiempo bien situada y comunicada.

Pero cuando la pequeña nave atracaba en el puerto pesquero ya tenía allí, esperándola, una patrulla de la Policía sueca de Fronteras, que procedió a la detención cautelar de los “inmigrantes ilegales”, conduciéndolos a la comisaría de policía del puerto. Allí, los “desertores” solicitaron asilo político como escapados de países beligerantes, y los tripulantes del barquito presentaron denuncia por secuestro ilegal, que se tradujo en simple repatriación a Letonia en tanto la barquita quedaba decomisada en espera de lo que la justicia sueca decidiera. A los “exiliados” se les dio un provisional “pase” de permanencia en espera de lo que el Ministerio de Exteriores decidiera respecto al tratamiento de “Exiliado Político”.

Al “hauptmann” Juan José Jimeno se le enviaría a un hospital en Nyköping para acabar de restablecerse de sus heridas, lo que determinó que el resto del grupo, los cinco “ruskis”, también partieran para la capital de la provincia; de todas formas, antes de salir hacia allá Juan José Jimeno envió un cablegrama a la embajada española en Estocolmo, pidiendo le aclararan su actual situación de súbdito español.

El alta hospitalaria le llegó a Juanjo algo después de las tres semanas de estar ingresado, con lo que pasó a habitar el sucinto apartamento que los otros cinco ocupaban. Unas dos semanas antes, más bien cortas pues apenas llegó a los doce días de desembarcar en Oxselosund, les llegó la aprobación sueca a su condición de “Refugiados Políticos”, con lo que adquirían plena libertad de permanencia en Suecia y de movimiento por todo el país, lo que se tradujo en el viaje a Estocolmo, dos o tres días después, de Kolia, Yelena y Tonia. Ya en la capital sueca se dirigieron a la embajada de España allí, portando además una carta del todavía entonces hospitalizado Juanjo, conformado el escrito por la dirección del hospital y la Jefatura de policía para la provincia. Ese escrito recababa de las autoridades civiles y eclesiásticas españolas la documentación necesaria para contraer matrimonio en y los rusos solicitaron Asilo Político en España, dada su condición de anti-estalinistas. Lo de anticomunistas prefirieron no resaltarlo, dado que Kolia aún mantenía alguna que otra duda al respecto.

Pasó el tiempo y llegó 1945, y con el año su mes de Mayo y el fin de la guerra en Europa tras la incondicional rendición alemana. Pero Mayo no sólo trajo el fin de la contienda, sino también muchas y muy buenas noticias para el grupo de “Exiliados”: De bastante antes, desde cerca de los dos meses de permanecer en Suecia, Juanjo recibió respuesta a su cablegrama, confirmándole su condición de ciudadano español a todos los efectos; pero casi más importante para él fue recibir cuanta documentación necesitaría para casarse con Yelena: Certificado de nacimiento y de bautismo, más Fe de Soltería tanto civil como eclesiástica. A Yelena le bastó, dada su imposibilidad de solicitar documentación alguna a la URSS por su condición de exiliada, la misma documentación librada por el Comisario Político de la División Partisana donde el grupo de Kolia se integrara como Unidad Operativa Independiente, es decir, que “hacía la guerra por su cuenta”, sin seguir instrucciones superiores que valieran.

De modo que un día de mediados de Mayo de 1945 y en una iglesia católica de Nyköping, entraron Juan José Jimeno y Yelena, ambos dos luciendo elegantes trajes de calle, él del brazo de su madre, madrina de la boda, y ella del brazo de su hermano Kolia como padrino del enlace; ante el altar un sacerdote sueco les unió en matrimonio. Los padres de él, junto a su hija y hermana de Juanjo, llegaran desde España dos días antes de la ceremonia. Concluida ésta, contrayentes, padrinos y demás acudieron la tenencia de Alcaldía del distrito de la iglesia y cumplimentaron el matrimonio civil.

Aquella noche la pareja vivió su enésima noche de bodas, pues desde que Juanjo saliera del hospital la parejita no perdió el tiempo precisamente, y menos en “gollerías” insustanciales. Simplemente, Yelena se plantó ante su amado reclamando que ya era tiempo de que él la librara del “precinto” de nacimiento, con lo que eso de la “liberación precintal” (¡Toma “palabreja” que me acabo de inventar!) era un “Sí u Sí”. ¡Y vaya si se produjo la famosa liberación! ¡Desde entonces pasaron los días sin que la muchacha dejara a su amado salir de la habitación del apartamento que el resto del grupo les cedió en exclusiva desde que Juanjo se integrara en esa comunidad, teniéndole “en el tajo” casi ininterrumpidamente. Tras casi una semana de durísimo “trabajo”, el pobre Juanjo pedía urgente árnica para su “cosita” y oxígeno para sus pulmones que andaban ya más que extenuados, “cosita” y pulmones, con semejante “laboreo” cotidiano. En fin, que la cosa llegaba a tal extremo de consunción masculina, que la fogosa rusa creyó conveniente dar unos días de vacaciones al probo varón y sacarle por ahí a que se airease un poco el pobre Juanjo, o seguro que no le duraba ni un telediario más. De notar la perspicacia de la buena Yelena, si tenemos en cuenta que por entonces, de “tele” en Europa, nada de nada. Adelantada a su tiempo que era la joven enamorada.

Bueno, dejémonos de Juegos Florales y otras fruslerías que para nada vienen al caso, obsesos  de mi alma, y volvamos a la narración seria, cual corresponde a persona tan conspicua cual el “menda” que viste, calza y suscribe, es decir HanibalBarca o Antonio, como queráis.

Pues bien, la cosa es que tras las dos ceremonias nupciales, ambos interesados, aprovechando un momento entre sendos homenajes amorosos de inmenso tronío, tuvieron a bien presentarse en la Embajada española ante la corte sueca para legalizar su nueva situación ante las autoridades españolas, que respondieron a tan noble proceder entregando a la pareja su Libro de Familia más sendos pasaportes españoles pues Yelena, dado su matrimonio con el ciudadano español Juan José Jimeno, pasaba a ser ciudadana española de pleno derecho.

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Ha pasado el tiempo, casi nueve años desde aquel Mayo de 1945, pues nos encontramos en Marzo de 1954. En Madrid residen Juanjo, su esposa Yelena, Kolia y Tonia, pues Andrei y Mihail prefirieron quedarse en Suecia, pues las “vikingas” les encandilaron pronto.

La parejita Juanjo-Yelena habita en un coqueto pero amplio piso del elegante Barrio de Salamanca. El acabó los estudios de Derecho dos veces antes “colgados”: La primera, cuando en Julio de 1936n se alistó voluntario en las Banderas de Falange Española que combatieron en la Guerra Civil y la segunda también en Julio, pero de 1941 para combatir al Comunismo Soviético en el “Cubil de la Fiera” como entonces algunos voluntarios de la División Azul decían. Reemprendió los estudios en el curso 1945-46, en Septiembre del 45 y los acabó en el curso 1947-48 por tener que repetir el de 1945-46 dado el natural desentreno estudiantil, por lo que en Junio de 1948 obtuvo la Licenciatura en Derecho, tras lo cual se dio de alta en el Colegio Oficial de Abogados de Madrid pasando a ejercer en el bufete que su padre mantenía en la capital de España. Resultó ser un buen abogado que se sacaba las “castañas del fuego” por sí mismo para mantener su hogar más que dignamente, pues la situación económica que adquirió tenía más de envidiable que de otra cosa. Su amante esposa, Yelena, se pasaba el día en casa, andando más que de coronilla con los tres vástagos, niña, niño, niña, que Dios, la naturaleza o como quiera que deseemos decir, quiso regalar a la pareja como fructífero fruto de su amor conyugal. Lo cierto es que los zagales llegaron casi de corrido, pues la niña mayor llegó a primeros de Diciembre de aquel mismo año 1945, con lo que se deduce que Yelena llevaría la barriguita un tanto “cargadita” ya cuando dio el sí a Juanjo ante el altar; pero no se dice eso de que “Al mejor escribano se le va un borrón”… Además, que el duro “trabajo” al que sometió al bueno de Juanjo los meses precedentes para algo habrían de servir. ¿O no? Pues eso. Luego, los dos subsiguientes llegaron puntuales a los diez u once meses del precedente, por lo que cuando empezó 1948, año de la licenciatura de Juanjo, la familia tenía ya tres sucesores, el último o, para mayor precisión, la última, sin llegar al mes por esos primeros de Enero del 48.

La “fábrica” por ese Marzo de 1954 no es que estuviere cerrada y mucho menos en quiebra, pero la sacrificada esposa pedía una época de “huelga fabril”, al menos hasta que la pequeña no precisara de tantas atenciones maternas como a la sazón precisaba. Porque, la verdad, el cierre definitivo de la “Fábrica”, ni se sabe cuándo llegaría, pues esos tres retoños a Yelena le sabían a bastante poco, pero en fin, que de momento se impuso lo de “Trabaja, pero seguro”. Porque lo que se dice parar el “trabajo”, nada de nada, queridos, pues la amante y dulce esposa cada noche, o casi, sometía a su sufrido maridito a duros “trabajos forzados” que tenían a Juanjo que a veces no se le tenían ni las pestañas, por la falta de sueño con que como aquel que dice cada mañana se levantaba para ir al bufete; o peor, a la Audiencia Provincial de Madrid directamente. Así sucedió que una mañana el propio cliente al que representaba tuvo que despertarle en plena vista de un asunto civil que cualquiera sabía ya de qué narices se trataría. Pero no pensemos que el sufrido Juanjo se prestara a los desvelos de su mujercita de ninguna mala forma; ni hablar de ello, de ninguna de las maneras, pues lo diario es que secundara los requerimientos de su “santa” con un entusiasmo de verdadero encomio. Es más: Había veces en que la dulce esposa parecía no estar muy por la labor; pues bien, en muchos de tales casos el amante esposo, llevado de su probado espíritu de “sacrificio” hacia su tierna esposa, no dudaba en proponerle el duro “trabajo forzado” de una forma por entero espontánea y entusiasta, pues… ¡Qué no haría él por su Yelena!... Aunque claro, tampoco eran ajenas a tales muestras de “sacrificio conyugal” el apreciar, tan pronto como se metía en la cama con ella, lo riquísima que estaba su Yelena en camisoncito tipo “picardías”, y si pensaba en cómo estaba sin siquiera tal camisoncito, pues ya era la caraba de cómo se ponía de brava la “cosita”.

Pero para entonces no eran ellos los únicos matrimoniados, pues Kolia llevaba ya dos añitos de perpetua con una pizpireta madrileña que conoció dos años largos atrás en una muy madrileña Verbena de San Antonio. La nena le hizo algo de tilín al hombretón ruso, pero la madrileñita quedó prendada del gigantón de ojos verdes y cabellos rubios cual trigo en sazón. Salieron unos cuantos domingos de algún que otro mes, pero a la chica le parecía que el bueno de Kolia no estaba muy por la labor del casorio, luego la muchacha tomó la heroica decisión de hacerle pasar por el aro, quisiera o no quisiera. Así que, hábilmente, casi que sin que el bueno de Kolia se percatara de ello, la nena se lo llevó al “huerto”, no zafando en el noble empeño hasta que empezó a lucir una clara barriguita que acabó por ser un barrigón de mucho cuidado. Y claro, el buen Kolia llevó a la nena al altar, con mucha, mucha gloria y alegría pero sin pena alguna… ¡Pobrecito infeliz!... O… ¿No? Pues bien mirado, seguramente que no, pues la mocita, amén de estar como un tren, que ya quisiéramos muchos habernos casado con semejante pedazo de “pibón, resultó también buena chica que quiso a Kolia con locura y desde el principio le hizo el ser más feliz de la tierra…

Pero volvamos a ese día de fines de Marzo de 1954, exactamente el día 28. En casa de Juanjo y Yelena está también Tonia, llamada con urgencia por su amiga. Tonia para ese entonces es inmensamente feliz, pues Juanjo la acaba de informar de que, según ha sabido a través de la Hermandad de excombatientes de la División Azul, su querido Eusebio Delgado, dado por desaparecido y prácticamente muerto en Enero de 1943 en Posselok, estaba vivo y de regreso a España en el “Semíramis”, que atracaría en Barcelona el 2 de Abril de ese año 1954.

Y allí, en el puerto de Barcelona, estaban todos ellos, Tonia en primer lugar pero también Juanjo, Yelena, Kolia y el “pibón” de madrileña que Kolia tenía por esposa.

Y cómo creéis que acaba la historia, sino como Dios manda: Con tres bodas a través del tiempo, pues a las de Yelena-Juanjo y Kolia-“pibón” madrileño se unió poco después de aquel 2 de Abril de 1954 la de Tonia-Eusebio.

Y, colorín colorado, esta historia se ha acabado….

Aunque me digo: ¿Hay quién dé más en un relato, como esas tres bodas? Pues eso, que soy espeluznantemente casamentero… Y qué queréis que le haga, mis muy queridos usuarios de estas páginas de TR, si Dios, la Naturaleza o lo que sea me hizo así…

 FIN DEL RELATO

 

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