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ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 1

en Erotismo y Amor

ARRABALES DE LENINGRADO

Iba ya de capa caída aquella tarde de Septiembre de 1942, cuando el sargento Juan José Jimeno, Juanjo para cuántos le conocen, saltó del pescante del desvencijado carro ante el barracón que albergaba la Plana Mayor del 2/269 (2º Batallón/269 Regimiento) al tiempo que decía

  • “Pancho”, enchúfale la “manguera” al “motor” del “hipomóvil” (1), que lo mismo se nos “gripa” en el viaje de vuelta.

Diciendo esto desapareció por la puerta del barracón, mientras el soldado que a su lado sostenía las riendas del “motor” del “hipomóvil” se bajaba del pescante del carro y el cabo que viajaba en la caja del carro hacía lo mismo pero provisto de un costal lleno de avena que colgaron del cuello del “jamelgo” algo más que viejo que tiraba del carro, dejando que el animal se hartara de cuanto grano le apeteciera.

El sargento entró en el barracón quitándose la gorra al tiempo que saludaba a gritos, alegremente, a los allí reunidos.

  • ¡Hola chavales! ¿Qué tal desde la última?

Un coro de voces respondió casi al unísono

  • ¡Hombre Juanjo, dichosos los ojos! Pues ya ves, macho, como siempre; trabajando….
  • ¡Mucho trabajáis vosotros, manada de emboscados! Aquí tranquilitos, con buenos cigarrillos, buena comida y buen vino y coñac de Jerez de la Frontera. Y también buenos “caldos” de Valdepeñas, que lo cortés no quita lo valiente.
  • ¡Menos lobos Juanjo, menos lobos! Que cuando tú entras en los almacenes de intendencia hay que ponerle guardia militar a la zona de bodega.

Del fondo surgió la voz un capitán sentado tras una mesa repleta de papeles

  • Haya paz entre los contendientes... (Aquí, algún que otro exabrupto) Y qué, Juanjo; qué te trae hoy por aquí.
  • ¡Hay mi capitán Hernando! Que el teniente Escobedo me ha tomado por recadero y me manda con un par de “guripas” a buscar provisiones de boca y munición para la compañía
  • Pues el cabo Lorenzo hace ya un rato que salió para el almacén a hacer no sé qué. Seguro que allí lo encuentras para que te dé cuanto precises.
  • ¡Bueno mi capitán, que no creo haya tantas prisas! Digo yo que podría invitarme a un traguito de lo de Domecq o de lo de Terry…   
  • No, si cuando dicen que cuando tú te acercas hay que poner las botellas bajo guardia militar no van muy descaminados macho…. Anda Juanjo, que sabemos lo que es necesidad… Sírvete tú mismo. Y no te doy un vaso pues sé que te gusta beber a morro…. ¡Pero limpia luego el borde del gollete, que las babas ajenas no resultan apetecibles!

El capitán Hernando dijo esto mientras lanzaba por el aire una botella de un muy popular coñac de Terry al sargento Juanjo

  • Y qué Juanjo, qué novedades hay por la compañía
  • Ninguna mi capitán. Todo normal. El rusky zambombazo va zambombazo viene y nosotros rehaciendo trincheras siete días por semana.

Tras dar dos o tres “lingotazos” a la botella Juanjo se la devolvió al capitán mientras decía

  • Muchas gracias mi capitán. Pues nada, me voy a ver si encuentro a Lorenzo y nos podemos marchar cuanto antes, que no me gustaría que se nos haga demasiado de noche a la vuelta…. Esto… ¿Qué tal si mando a los dos “guripas” a que “abreven” algo de esa botella, mi capitán?...
  • ¡Encima!... ¡Anda, anda!... En fin, qué le vamos a hacer… Paciencia y barajar… ¡Mándales para acá, que algo habrá también para ellos!   
  • ¡Gracias por partida doble, mi capitán!

El sargento Juanjo saludó al capitán, salió a la calle y dio la buena nueva a los dos “guripas” que esperaban junto al carro, mientras el “motor” del “hipomóvil” comía tranquilamente del morral que le colgaba del cuello. Mientras el cabo y el soldado corrían hacia el barracón, el sargento dio la vuelta al edificio para dirigirse a otro, de mayores proporciones, que quedaba a un costado del de la Plana Mayor.

Entró en el nuevo barracón que estaba más a oscuras que en penumbra, por lo que cogió una lámpara de carburo que colgaba a la puerta para alumbrarse un poco, al tiempo que gritaba

  • ¡Cabo Lorenzo! ¿Dónde narices andas, condenado vago?... La madre que te…

La retahíla se le cortó a flor de labios. De la oscuridad, de un rincón oscuro, provenían ruidos, jadeos apagados de alguien que pugnaba con algo o alguien, hasta que restalló el claro sonido de un guantazo que más parecía un pistoletazo mientras una recia voz de hombre clamaba

  • ¡Maldita zorra rusa!... ¡Ya te enseñaré yo a morderme!…

Y otra palmada restalló cual nuevo pistoletazo. Juanjo echó a correr en dirección a dónde provenían las voces y jadeos, y al acercarse la escena que vio le llenó de indignación e incontenida rabia. A la luz de la lámpara apareció un cabo que, a pantalón caído, se encaramaba a horcajadas sobre el cuerpo de una muchacha que fieramente pugnaba por deshacerse de él. El cabo, con ambas piernas, mantenía bien abiertas las de la joven, con una mano sujetaba las dos de la muchacha y con la otra, la derecha que indudablemente sería la que acababa de abofetearla por dos veces, trataba de arrancar las burdas bragas a la chica.

Sin pensarlo dos veces, el sargento Juanjo se abalanzó sobre el cabo Lorenzo. Le agarró por el cuello de la guerrera y le lanzó violentamente hacia atrás, donde le asestó un par de puntapiés, lleno de rabia y desprecio

  • ¡Hijo de mala madre!... ¡Debiera vaciarte el cargador en la cabeza, violador asqueroso!...
  • ¡Juanjo!... ¡Sorprendí a esa zorra intentando robarnos!…

Al tiempo que decía esto, el cabo señalaba un saquito con algunas patatas, desparramadas en parte por el suelo, caído casi al lado de la joven.

  • ¡Hijo de perra, para ti, mi sargento! ¡Levántate y cuádrate! ¡Y súbete el pantalón, cacho cabrito! ¡Y abróchatelo, desgraciado hijo de siete padres!

El cabo se levantó y, tras acomodarse la indumentaria, se puso firmes ante el sargento

  • ¡A sus órdenes mi sargento!

El sargento desvió entonces la mirada sobre la joven, que se había erguido ligeramente manteniéndose casi en cuclillas, aferrando contra su cuerpo los girones de la camisa que vestía, en intento casi inútil por cubrirse el pecho, ya que la desgarrada blusa no alcanzaba a hacerlo. Sus ojos todavía expresaban terror al mirar a los dos hombres ante ella, pero también expresaban desconcierto ante lo que acababa de ver. No lo entendía bien, aunque pensaba que, simplemente, los hombres se la estaban disputando a mamporro limpio. Y de ahí su terror, presintiendo que la lucha por defenderse se reiniciaría de un momento a otro.

A Juanjo le pareció que la chica era muy, muy joven: Diez y seis, diez y siete años escasos. Pelo más bien largo y liso, casi lacio, muy rubio, tanto que los cabellos parecían hebras de paja amarillo muy claro. La cara muy sucia aunque dejaba entrever unos rasgos faciales más bien agradables. Ojos entre azules y verdes, muy propios de su raza eslava.

Juanjo se dirigió al cabo Lorenzo

  • Coge un saco de patatas y en otro saco pon cebollas, coles… También un cuarto de canal de cerdo y un par de planchas de tocino. Y grasa de cerdo. ¡Andando!
  • Pero mi sargento… ¡Eso lo van a notar tanto el sargento como el capitán del escalón de Intendencia…
  • Pues tú verás cómo te las arreglas para justificarlo
  • Mi sargento… ¡Que me veo en primera línea!...
  • Más bien… Pero, ¿Qué tal verte ante un Consejo de Guerra, respondiendo de un delito de violación? ¿Recuerdas las leyes penales al efecto? Casi del tirón vas a parar ante el pelotón de ejecución… En fin, tú decides….
  • ¡A sus órdenes, mi sargento!

Allí se acabaron las vacilaciones del cabo. Con inusitada diligencia, reunió cuanto el sargento Juanjo le encomendara, poniendo los dos sacos a disposición del suboficial, que a su vez los acercó a la joven, indicándole por señas que todo eso era para ella.

La joven, ante aquello, entendía aún menos. O, mejor dicho, lo que no entendía era la abundancia del “regalo” que se le ofrecía a cambio de lo que todos los soldados querían de las chicas. Le repugnaba ese tipo de “intercambios” que nunca consintió, pero en casa había excesiva hambre y… ¡Qué le iba a hacer.

La chica se puso en pie despojándose de la desgarrada camisa. Del tosco sujetador que antes cubriera sus senos apenas si quedaba rastro. Seguidamente se empezó a bajar la falda.

Pero Juanjo llegó hasta ella en una zancada; le subió la falda que empezaba a caer y del suelo recogió la desgarrada camisa, tratando de cubrir así el torso desnudo. Se volvió hacia el cabo Lorenzo diciéndole

  • Tu camisa, mamón. ¡Rápido, que es para hoy!

La joven entendía cada vez menos lo que pasaba. De pronto, un rayo de luz vislumbró su desconcertado cerebro. Y más por señas que por palabras, se estableció este diálogo entre la joven y el sargento Juanjo.

  •  Tú a mí comida… Y… ¿Tú no placer?

Cuando logró entenderla, Juanjo se rió con ganas

  • No chica… Yo no placer…Yo soy Juanjo; sí Juanjo… ¿Tú?
  • Yelena (Elena).

Allí se acabó, de momento, el diálogo. El cabo Lorenzo tuvo que acarrear ambos sacos hasta el “hipomóvil” y, ayudado por los dos “guripas” que al poco tiempo llegaron del barracón de la plana, la mar de alegres y apestando a coñac de garrafón más que al embotellado, cargaron también el encargo del capitán jefe de la compañía, la 5ª del 2/269.

Cuando el sargento Juanjo y los dos guripas llegaron por fin al Puesto de Mando de la 5ª compañía, era ya bastante más que noche cerrada y el teniente Escobedo, jefe de la Compañía esperaba a Juanjo con las de “alberi” ante su tardanza 

  • ¿Dónde “puñetas” te has metido? ¡Además, te presentas apestando a coñac! ¡Eres incorregible Juanjo! ¡Y seguro que alguna falda que otra anda de por medio! No, si el coñac y las “nenas” algún día te van a costar caro, macho
  • Mi teniente, tiene usted toda la razón; para usted soy un libro abierto. Mas… ¿Qué quiere que le haga? Soy un español de sangre ardiente, que se chifla por un coñac, mejor bueno que malo, y por una “chavala”, mejor jovencita y guapa que mayorcita y no tan guapa; pero ya sabe usted lo que se dice: “A falta de pan buenas son las tortas” o “A buen hambre no hay pan duro”. Es que, mi teniente, Dios Nuestro Señor me hizo así, y no querrá que yo le vaya a enmendar la plana al Buen Señor y Dios Nuestro….
  • Juanjo, tienes más “jeta” que un saco de perras chicas (2)
  • Sí mi teniente. Tiene usted razón mi teniente
  • Anda y desaparece de mi vista antes de que te largue un puntapié donde ya sabes
  • Sí, mi teniente. A sus órdenes mi teniente.

Y el sargento Juanjo Jiménez hizo “mutis por el foro” de la manera más marcial, aunque eso sí, con la gorra ladeada y caída “demasié” sobre la ceja izquierda, la guerrera y la camisa  lo suficientemente abiertas para presumir de “pecho lobo” y las manos en los bolsillos canturreando despreocupado aquello de “Carrasclás, carrasclás, qué bonita serenata; carrasclás, carrasclás, ya me estás dando la lata”… En fin, que estampa más “marcial” a ver dónde se encontraba.

Y es que sí, el sargento Jimeno, Juanjo para quien quiera que le conozca, había dado un soberano rodeo para regresar a la compañía, pues en el “hipomóvil” no sólo subieron él mismo y los dos “guripas” que le acompañaran junto a cantidad de sacos y cajas, sino que también se encaramó al pescante la joven Yelena, cubriendo sus desnudeces con la camisa del cabo Lorenzo. Y de milagro no tuvo que entregarle también la guerrera, cosa que incluso al sargento Juanjo, bien pensado, le pareció “masié”, por lo que fue él, el propio Juanjo, quien galantemente cedió su guerrera a la joven para que  mejor se defendiera del relente que se empezó a adueñar del ambiente tan pronto la tarde cedió terreno a la oscuridad nocturna allá por las ocho y pico-nueve de aquella tarde-noche, cuando por finales el “hipomóvil” se puso en camino abandonando las edificaciones de la Plana del 2/269. Pero no lo hizo en dirección a la 5ª compañía, sino en forma diametralmente opuesta, pues lo hizo hacia la aldea de Yelena, distante escasos quinientos-seiscientos de metros de la Plana, a cuyas afueras asentara sus reales. A poco de entrar en la aldea la comitiva se detuvo a la entrada de la casi covacha que la muchacha señaló. Una vez allí, los “guripas” descargaron los dos sacos con que el suboficial obsequiara a la muchacha, metiéndolos en la humilde vivienda entre el general desconcierto de sus entonces ocupantes, sencillamente el padre y la madre de ella, pues los dos hermanos de la muchacha faltaban de casa desde que se iniciara la “Operación Barbarroja”, es decir, la ruptura de la frontera germano-alemana en tierra polaca, en Brest Litovsk. Como era de esperar, los anfitriones de la casa obsequiaron a su vez a sus benefactores con lo poco que pudieron, unos cuantos tragos de vodka asaz peleón que por poco no les despelleja el gaznate, aunque ambos “guripas” antes de hacerle ascos casi se relamen de gusto por lo “sufridos” y “sacrificados” que eran, sobre todo en materia alcohólica. Juanjo y Yelena retomaron su charla por señas y es que claro, un joven y una joven, aunque sólo sea por señas, siempre acaban entendiéndose…. Misterios insondables de la Madre Naturaleza… Así, supo que la chica no sólo había rebasado los diez y siete años, sino también los diez y ocho tres meses antes. Pero sobre todo lo que Juanjo constató en ese tiempo es que Yelena no es que sólo fuera guapa de verdad, con esa belleza sensual y profunda de la mujer eslava, sino que era un verdadero ángel cuya presencia y compañía le encantaba.

En fin, que con todo ello eran las mil y quinientas cuando los bravos y entonces, gracias a los largos tragos de vodka peleón trasegados, más que alegres soldaditos españoles reemprendían el regreso a su compañía. Cuando se levantaron para marcharse, Yelena acompañó a Juanjo hasta la misma calle y allí le despidió con un beso en su mejilla, que al sargento no es que le supiera a Gloria bendita, sino que le produjo una especie de vértigo interno la mar de dulce que difícilmente acertó a explicarse.

Total, que desde aquella tarde el pobre sargento andaba a la que caía tratando de "escaquearse" lo más posible para ir de visita a casa de su amiguita rusa. Lo malo eran los más que cumplidos siete u ocho kilómetros que le separaban de allí, pasando previamente por la Plana Mayor del batallón. Pero en fin, las más de las veces encontraba un alma caritativa que, bien en “hipomóvil” bien a lomos de motocicleta o simple bicicleta, alguna vez que otra consentía en acercarle cuando menos un trecho. Esto no obstante, lo más frecuente eran los viajes en el coche de San Fernando, unas veces a pie, otras andando… A gusto del consumidor quedaba el medio de locomoción. Pero… ¡Qué eran siete, ocho, diez kilómetros incluso para un corazón joven y animoso como el de Juanjo! Y ello, sin añadir enamorado, pues ese detalle para el sargento todavía no estaba del todo claro, aunque barruntos de ello, habíalos. Claro que ocho kilómetros, eran ocho kilómetros aún para corazón tan esforzado como el de Juanjo, dos horitas de ida más otras dos de vuelta, que sumadas a las horas muertas pasadas a la vera de la joven, tenían al joven suboficial con unas ojeras que casi alcanzaban el suelo y unas penurias de sueño reparador de aquí te espero, Lucas. Pero todo sea por la efervescencia juvenil, aunque no tanto, pues el bueno de Juanjo dejó atrás los veintiocho años meses ha.

Así, la vida de Juanjo transcurría tranquila y un tanto monótona cuando no estaba junto a su amiga Yelena: Cotidiano esfuerzo de atrincheramiento, cotidiano cañoneo soviético y cotidiano fuego de franco-tirador ruso. Estos, los franco-tiradores, eran lo peor pues pocas veces erraban el disparo, con lo que las bajas mortales menudeaban bastante más de lo deseable, lo que hacía que la gente anduviera más mosca que un pavo escuchando villancicos, por aquello de que el pavo era la casi obligada Cena Navideña de la época, a lo que el bombardeo nuestro de cada día obsequiado con la más exquisita puntualidad por la Artillería soviética, precisamente no ayudaba a paliar, sino que agudizaba todo ese estrés. Pero, aún y así, benditos sean los frentes mínimamente tranquilos por más que sometidos al constante "zurriagazo" artillero y al diario “paqueo” de franco-tiradores, pero exentos del duro cañoneo y bombardeo aéreo de “ablandamiento” previos al asalto de las oleadas de la infantería soviética, del correoso y valiente, a la par que salvaje a veces, soldado ruso, temible por su bravura y capacidad de sacrificio siempre y cuando esté con las armas en la mano, combatiendo, pues tras ser capturado se convierte en el ser más dócil, complaciente incluso, que pueda darse. Inestimables asistentes y ordenanzas de oficiales y suboficiales; hasta de simples “guripas” que los toman bajo su “manto” no para que les límpien las botas, genuino lujo asiático por más que absolutamente superfluo en la vida casi de topo en las trincheras, sino para que les hirvieran el café o les calentaran las latas de suministro, alubias, lentejas, garbanzos y demás, más o menos condimentadas, más o menos sabrosas y con más o menos chorizo, morcillas y otras exquisiteces del sufrido cerdo nuestro de cada día y que no nos falte, latas que acababan siendo compartidas por el hiwy de turno, como los alemanes llamaban a estos rusos que se prestaban a colaborar de mil amores con el invasor “fascista”. O también, para que en las marchas les llevaran armamento e impedimenta personal. Estos “hiwys” solían andar siempre sonrientes y felices entre sus captores y eran trabajadores natos, excepcionalmente útiles en las cocinas y talleres de campaña y no digamos en cuantas tareas penosas a diario se presentaban, resultando insustituibles en las duras tareas de atrincheramiento, donde cavaban y cavaban hasta extenuarse sin perder la alegría y la sonrisa. Incluso, cuando el “Iván” atacaba en firme, solían reclamar un arma para apoyar ellos mismos la defensa; y no sólo los “hiwys” de las unidades españolas, sino de las alemanas también. En Stalingrado, por ejemplo,  a millares desertaron pasándose a los alemanes para combatir contra sus ex camaradas .  Esto lo confirma el historiador británico Anthony Beevor en su obra “Stalingrado” que ha merecido universal reconocimiento a su labor de investigador sereno e imparcial, relatando la pura verdad de lo allí y entonces realmente sucedido.

Obvio, que a tales pretensiones de armas para los “hiwys”, los cautos españoles ni por equivocación suscribían, por aquello de “Hoy no se fía; mañana tampoco”, pero solía suceder que, tan pronto un español era baja, por ensalmo aparecía un “hiwy” que se apoderaba de su arma y se ponía a disparar sobre sus compatriotas con más saña aún que los españoles, al alarido de “Malditos rojos hijos de "tal". Malditos “bolcheviks” que arruináis a la Santa Rusia” Incomprensible, increíble, pero más cierto que durante el día suele alumbrar el sol y por la noche reina la oscuridad. En Internet circulan no pocos Diarios de Campaña de unidades de la “Blau” que lo confirman; Diarios que van desde nivel compañía hasta nivel Batallón o Regimiento. Amén de los testimonios al efecto de casi todos los supervivientes de hoy día   

Mientras la semi calidez de Septiembre y principios de Octubre lo permitió, Juanjo y Yelena solían pasear por las calles de la aldea, siempre rodeados de la chiquillería local al amor de los caramelos, chocolate y otras golosinas de que, al efecto, solía proveerse el bueno del sargento siempre que se dirigía a la aldea; incluso era normal que el suboficial cargara con los chavales a las espaldas y, haciendo de caballo trotón, los paseaba calle arriba, calle abajo entre el general jolgorio de grandes y chicos. Con todo esto, la verdad es que no sólo el sargento Juanjo vivía feliz, sino que también Yelena lo era, pues lo cierto es que esos días con el soldado “ispansky” estaban siendo de los más felices de su vida. Y no sólo porque el soldado “ispansky” casi siempre aparecía con un saquete bien surtido de exquisitos alimentos, como los clásicos chorizos y morcillas de la tierra hispana, que también por ello, pues haber a quién le amarga un dulce, sino porque le parecía simpático y le había llegado a tomar verdadero aprecio, hasta el punto de considerarle como su mejor y más querido amigo.

Así, ambos jóvenes nunca se cansaban de estar juntos, charlando y paseando cogidos más de una vez y más de dos de la mano, tanto que no faltaba quien en la aldea hasta hablara del novio, el “drug”, de Yelena a lo que ella, cuando sus vecinos se lo comentaban, se reía alegremente al tiempo que con no poca contundencia lo negaba, diciendo que sólo era su “dorogoi drug”, su querido amigo.(3) Y lo contenta que se ponía cuando su “dorogoi drug” aparecía en casa con cualquier “chuchería” de nada, el más mísero regalito para su “dorogoi podruga”, su querida amiga; como cuando Juanjo apareció con una pulserita elaborada con flores secas endurecidas con goma y engarzadas con un simple elástico: Yelena creyó volverse loca cuando recibió tal ofrenda. Le saltó al cuello a su “dorogoi drug ispansky”, le plantó sendos besos en ambas mejillas al tiempo que le decía: “On mnie nrafitsia. On mnie nrafitsia mnogo. Bolshoe Spasibo“. (Me gusta, me gusta mucho. Muchas Gracias.) 

Cuando Juanjo sintió en su piel los labios de Yelena, ya no le cupo duda alguna: Hubiera dado casi todo el resto de su vida porque esos labios se hubieran posado en los suyos. Sí, no le cabía duda, ni la menor duda. Se había enamorado de aquella chiquilla hasta el tuétano, y no la mitad de su vida daría por ella, sino toda su vida, toda entera, a cambio de sólo una semana de felicidad con ella.

Transcurrió Septiembre y Octubre se fue quedando atrás con Noviembre y el gélido invierno ruso en ciernes. Lo cierto es que en los últimos días de Octubre ya no se podía aguantar paseando por las calles, por lo que las veladas en casa, al amor de la chimenea o la estufa, era lo que se iba imponiendo a marchas forzadas, aunque también menudearan los ratos en la prácticamente única calle de la aldea rodeados de chavales/as, pues Juanjo era un chiquillero de "órdago a la grande" que le encantaba andar rodeado de gente menuda y aún más si los cargaba a las espaldas haciendo de caballito trotón; también, por ello, cuando acudía a la aldea lo hacía con una buena provisión de golosinas que, tan pronto estaba en esa calle, repartía a diestro y siniestro.

También las relaciones y amistades de Juanjo se ampliaron. En primer lugar, resultó que un compañero, el cabo 1º de la Plana Eusebio Delgado, andaba ennoviado de verdad con una amiga de Yelena, Tonia, (diminutivo de Antonina o Antonia) y la cosa iba viento en popa, hasta el punto que podría decirse que en la sesera de Eusebio sonaban campanas de boda, pues el chaval empezó a dar la tabarra al jefe de personal de la Plana, el capitán Hernando, sobre la posibilidad de contraer santo matrimonio con su amada Tonia, tanto por la Iglesia como por lo civil, con el descontado concurso al efecto del capellán de la Plana y el jefe del 269 de Infantería, el coronel Esparza. Pero lo que hasta entonces había encontrado por parte del capitán era que éste le mandara a hacer gárgaras cada vez que le sacaba el tema y que la última vez el capitán Hernando le despachara con un buen par de puntapiés en cierta parte de su “retaguardia”, que más vale no nombrar. Además, en esta última vez, la “afabilidad” del capitán se complementó con la amenaza de poner guardia militar a la entrada de la aldea para que le impidieran el acceso al pobre Eusebio; y no sólo eso, pues le amenazó con tenerle arrestado, sin salir del barracón ni para hacer pis, por decirlo finamente y no a lo bestia, hasta que el Infierno se congelara, que ya es tiempo mi capitán. En fin, que el bueno de Eusebio llegó a la conclusión de que, por de pronto, no molestar al capitán con semejantes arrebatos amorosos y contentarse con seguir “pelando la pava” con su maravillosa rusita a la espera de tiempos mejores. Pero que, de renunciar a sus planes de casorio, nada de nada mi muy querido capitán Hernando.

También conoció a un par de amigos de Yelena y Tonia, Mihail Mihailovich Selenko y Andrei Antonovich Kowalsky, hijo de un polaco que se alistó en el Ejército Rojo cuando la Guerra Civil y acabó casado con una ciudadana soviética de excelente buen ver y asentado en tierra rusa, como ciudadano soviético. Ambos chavales, pues eso eran al no pasar de los veintidós-veintitrés años, le cayeron bien, muy bien a Juanjo, y de Eusebio no digamos, pues él los conocía de un tanto antes y la amistad hecha era bastante estrecha. A ello coadyuvaba el hecho de que ellos conocían algunas nociones de alemán y hasta de castellano pues habían estudiado ambos idiomas en la Universidad de Leningrado desde poco antes de la guerra, y Eusebio, por su continuo trato con “hewys”, no se valía del todo mal con el ruso. En el caso de Juanjo la cosa idiomática revestía más dificultad pues él entendía bien poco de “Ruski” y Yelena menos de español, aunque su facilidad con los idiomas debía ser superior a la de Juanjo, o a lo mejor era más fácil aprender castellano que ruso, pues lo cierto era que, a esas alturas, tras algo más de un mes desde que se conocieran, la joven rusa se manejaba bastante mejor en español que el sargento español en ruso.

De todas formas, la amistad de Juanjo con el llamado Andrei, el medio polaco, a veces se resentía un poco, pues al español no se le ocultaba el interés que Yelena despertaba en Kowalsky, cosa que hacía que los celos devoraran al pobre Juanjo más a menudo de lo deseable.

Ah, una cosa se me olvidaba. A pesar de que Yelena, mejor o peor, se entendía bastante bien con los españoles en castellano, ello no significaba que fuera capaz de pronunciar el rotundo nombre de “Juanjo”: Ambas “jotas”, de tan ruda pronunciación, casaban peor que mal con el léxico ruso, suave hasta hacerse casi musical, por lo que decidió irreversiblemente llamarle Iván, dado que en ruso Juan se dice Iván. Y con “Ivan” se quedó el bueno del sargento “ispansky”, no sólo para sus amigos rusos, sino que también para su casi compadre Eusebio, pues no veas cómo une eso de estar ambos “colados” por sendas bellezas rusas.

El tiempo siguió pasando y ya no era que Noviembre y los hielos invernales se avizoraran, sino que el mes iba ya más que mediado y el hielo invernal metido en los huesos cuando acaeció un suceso que, al poco tiempo, casi anonada a  Juanjo. Fue uno de esos días invernales, en los que a las cinco de la tarde ya es más noche cerrada que otra cosa en aquellas latitudes boreales. Juanjo había pasado la tarde en casa de Yelena, con la chica, sus padres, Tonia y Andrei Kowalsky, para máximo disgusto del español. Eusebio no había podido acudir esa tarde por haberle caído en suerte un inoportuno servicio de armas que no pudo eludir. La tarde transcurrió como era costumbre, con Juanjo en el Séptimo Cielo al poder acaparar casi en exclusiva a su amada, toda vez que el amigo Andrei parecía más interesado en conversar en su lengua con los dos viejos y Tonia, aunque a ratos tratara de meter baza en la conversación entre Yelena y Juanjo. Por cierto, que lo de mostrarse hasta cierto punto comedido ante Yelena y Juanjo era más bien cosa rara en Andrei, pues el interrumpir esos coloquios, y además en ruso para que Juanjo se incomodara más, parecía ser un especial deleite para el joven ruso. En fin, que cuando Juanjo se levantó para abandonar la humilde morada, como era su costumbre Yelena le acompañó hasta estar ambos en la calle. Como también era su costumbre, Yelena le despidió con sendos besos en cada mejilla, pero en esta ocasión la muchacha sólo pudo depositar un ósculo en la mejilla del hombre, pues inopinadamente se encontró con los labios de su amigo sellando ávidamente su boca. Ella quedó, de momento, desconcertada ante el hecho inesperado. Notó perfectamente cómo la lengua del “spansky” presionaba en su boca, buscando abrirse camino hacia su interior, y ella cedió. Sí, abrió sus labios, su boca, a la lengua invasora y admitió dócilmente su caricia. No la devolvió, no hundió su lengua en la boca del español, pero tampoco se opuso a que la lengua masculina lamiera la suya propia, acariciándola con todo cariño, con todo amor y, por qué no admitirlo, con todo el deseo que en el pecho del hombre ardía. Al fin, Juanjo cayó en lo improcedente de su acto, y se avergonzó de sí mismo…. ¡Con qué derecho había invadido de tal forma la intimidad de la mujer!... Por finales, balbució: “On proshaiet, Yelena”, (Perdón Yelena). Ella le miró con intensidad, como si no asimilara del todo lo ocurrido. Luego, le sonrió con esa sonrisa casi cándida que a Juanjo le podía, le deslumbraba. Y, con la mayor naturalidad del mundo, apostrofó

  •  ¿Tú querer placer con mí?

Juanjo alucinaba en colorines… ¡Yelena se le ofrecía con la mayor sencillez, sin malicia ninguna! ¡Se le ofrecía… como si le ofreciera una fruta! Estaba apabullado, sin saber ni qué pensar, ni qué hacer…

  • Yelena… ¿Tú me quieres?; “¿Ti liubliu mini?”…

De nuevo la mujer quedó en suspenso, sin llegar a comprender lo que él trataba de saber. Pensaba y pensaba… Había entendido perfectamente lo que él le dijera en español y, cómo no, en ruso. Pero no acertaba a explicarse el sentido en que Juanjo le hablara. Por fin, una luz pareció encenderse en su mente. Pero no sabía bien cómo explicarse. Al fin, se decidió por una mezcla de diálogo vocal y por señas

  • Tú mi amigo, "moi drug"; así yo quiero a tú

Luego hizo una expresiva señal: Unió ambos dedos índice, en señal de unión y añadió

  • Así niet, así no.

No obstante, Yelena siguió mirándole con fijeza, con mucho cariño en sus ojos.

Pero a Juanjo se le había caído el sombrajo al suelo. Bajó la cabeza y musitó “Claro linda, cómo iba a ser de otra manera”. Acarició el rostro de la muchacha con enorme ternura, la besó en la mejilla y diciendo “Adiós amor. Do svidaniya” se empezó a separar de ella. Yelena entonces corrió tras él, le tomó del brazo y, volviéndole hacia ella, preguntó

  • Tú,… ¿No placer conmigo?
  • No linda… Niet
  • ¿Por qué “niet”? Yo… quiero… Tú, “moi dorogoi drug”; tú buen amigo; tú bueno con mí.
  • Ya Yelena; sé que me quieres… Pero como amigo… “Ti niet moi zhena” Tú no quieres ser mi esposa, mi mujer…

Yelena esto lo comprendió perfectamente. El la amaba, la quería de verdad. Como a mujer, como a su mujer… Ella para Ivan no era un simple deseo, un capricho del momento. Eso la agradó, pues ¿ a qué mujer no le agrada ser querida, ser admirada y alabada?... Pero la entristeció más que la agradó. A Ivan le quería muy de veras; con él, con su compañía, disfrutaba como con nadie… pero no hacía que su corazón se acelerara lo suficiente cuando estaba a su lado… Y esto la apenaba, pues quisiera que las cosas fueran distintas, que los dos, ella e Iván, sintieran al unísono, como buenos amigos ambos o como mutuos enamorados los dos.

Se dirigió por fin a su amigo

  • “Do svidaniya, moi dorogoi drug” Yo sentir no “ti zhena”, no querer ser mujer tuya. Amigos “ruskis” besarse boca. Mujer y hombre, poco. Pero yo sí beso boca tú. Lengua si tú querer.
  • Yelena, en España los amigos se besan en las mejillas. Y yo soy español. Caballero español. Y los caballeros españoles respetan a la mujer que aman.
  • “Ya ne ponimayu”. No entender

Juanjo se echó a reír; un tanto amargamente pero se rió. Se acercó aún más a ella, la tomó por la cintura y le estampó un beso en la mejilla. Sostenido, prolongado y hasta sonoro, pero un simple beso en el lindo rostro de la muchacha

  • Así, “spankys”. Adios mi amor, mi vida, mi cielo… “Do svidaniya, moi dorogoi podruga”
  • ¿Volverás Iván?
  • Tal vez… Seguramente… Sí; creo que sí. ¿Cuándo?... No lo sé

Y Juanjo, definitivamente, se perdió en la noche…

Yelena le vio marchar y sintió que algo dentro de ella no estaba bien… Que se derrumbaba. Supo que, tal vez, no volvería a verle; en cualquier caso, que tardaría en volver a verle: Sabía que su amigo se marchaba muy “tocado”, muy abatido... Y que le costaría recuperarse. Intuyó que esas visitas que tanto la agradaban se iban a interrumpir y, casi seguro, que para siempre.  Entonces se dio cuenta de algo que la soliviantó, que casi la aterrorizó: Que ella ahora, últimamente, esperaba a Iván no como a un buen amigo En modo alguno como a un simple amigo. No, sino que entonces supo que como se espera al novio. Y su sorpresa ya fue mayúscula cuando descubrió que lo que de verdad querría era ser la “zhena”, la esposa y mujer del “ispansky”. Pero eso eraobsceno. Era obsceno amar a Ivan, un “fascista”, un invasor… Ella era rusa y entre ella e Iván mediaba una guerra; mediaba la Sagrada Tierra Rusa hoyada, pisoteada y deshonrada por los fascista invasores y asesinos. Mediaba un montón de cadáveres rusos, millares, decenas de millares, centenas de millares de cadáveres rusos. Mediaba el cadáver de su hermano menor, el pobre Misha (diminutivo de Mihail), caído en el Wolchow, ante los “spankys”, y quién sabe si víctima del mismo Ivan... También mediaba su hermano mayor, Kolia, Nicolai. Fue uno de los defensores de Leningrado; un día de principios de ese mismo año, poco después de las fiestas de Año Nuevo, el mando de la ciudad ordenó uno de tantos contraataques que la guarnición defensora realizaba para alejar las avanzadas del enemigo; en esa fuerza estaba la unidad de Kolia. La operación acabó en un desastre del que pocos rusos se libraron y pudieron regresar a la Ciudad de Lenin, pues los alemanes los cercaron y el que no resultó muerto fue capturado. No obstante, algún soldado soviético logró escapar del cerco deslizándose a través de los alemanes. Uno de ellos fue Kolia que, junto a unos cuantos camaradas logró pasar hasta la retaguardia alemana. Tras noches y noches de sigilosa marcha entre las tropas enemigas a través de bosques y pantanos, alcanzaron la aldea materna. Descansaron, comieron lo poco que la familia y casi toda la aldea aún tenía y un día salieron de nuevo, esta vez hacia los bosques cercanos con el fusil al hombro y en compañía de otros cuantos aldeanos y aldeanas que quisieron unirse a Kolia y sus camaradas en un grupo partisano de unos diez y ocho a veinte efectivos que a diario hostigaba a alemanes e “ispanskys”.

No; eso no podía ser… Y comprendió que lo mejor sería poner tierra de por medio entre ella e Ivan, por mucho que su corazón se rompiera en mil pedazos….

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Efectivamente, Juanjo estuvo algo más de dos semanas sin aparecer por la aldea; pero cuando casi se hacían las tres semanas de ausencia, ya no pudo vencer la ansiedad por volver a verla a ella, a su adorada Yelena. Sabía que la joven no le amaba y tenía más que asumido que nunca le querría, al menos como él la quería a ella, pero se consolaba con que al fin y al cabo como amigo sí le quería. Y mucho. Y, como se dice, quién no se consuela es porque no quiere, pues Juanjo prefirió consolarse con la leal amistad de la muchacha, pues algo es algo y menos da una piedra. Así que un día de casi mediados de Diciembre, a eso del mediodía, se encaramó al pescante de un “hipomóvil” que, al mando de un camarada cabo 1º, marchaba hacia la Plana del 2/269 en misión de avituallamiento. Y como los galones mandan, al cabo 1º le tocó viajar en la caja del carromato en tanto el sargento lo hacía al pescante, junto al “guripa” de las riendas. Desde la Plana ya fue fácil hacer el camino hasta la aldea, a la que accedió con alegría desbordante llamando a voces a la chiquillería para que se llegaran a apoderarse de las golosinas que, como siempre, llevaba consigo.

Pero cuando todo animoso penetró en la mísera morada de Yelena se llevó la desagradable nueva de que la joven no estaba allí. Juanjo no se apuró demasiado, pensando que estaría en cualquier sitio de la aldea, pero que en no mucho aparecería; luego se dijo: “Paciencia Juanjo, que Madrid tampoco se hizo en un día”. Pero pasó una hora y más y Yelena no aparecía. Los viejos hablaban sin cesar pero demasiado rápido y en un ruso muy cerrado para las entendederas del pobre Juanjo y con multitud de aspavientos también en los que, por fin, le pareció entender que ella no estaba allí. El muchacho se quedó hecho un lío ante lo que le pareció entender, por lo que salió a la calle a ver si alguien le podía aclarar algo. Y fue un chavalillo con el que Juanjo a menudo bromeaba e incluso charlaba un poco, pues el crío era espabilado como un demonio y pronto chapurreaba bastante castellano; no es que el chapurreo fuera muy académico, que en forma alguna lo era, pero al menos ambos se entendían un tantico. Entonces fue la gran desilusión: Su paloma había “volado”, se había esfumado en el aire de una noche, cuatro o cinco después de que la dejara aquella otra noche de los grandes descubrimientos y sin dejar rastro ni noticia de ella. Lo dicho, volatilizada en el aire.

Juanjo se sintió hundir una vez más en el negro vacío de aquella otra noche, cuando por última vez vio a su amada. Había desaparecido y estaba seguro que para siempre. No se lo explicaba, pero qué más daba. Fuera como fuese la cosa es que al traste con sus ilusiones. Perro destino el suyo. Y como nada ya le podía mantener allí, con mucha, muchísima pena emprendió el viaje de regreso por el helado camino en medio ya de una gélida noche. Pero un destello de suerte encontró al pasar por la Plana y entrar en la oficina del capitán Hernando a “templarse” un tanto con algún traguito de coñac que otro: Allí estaba todavía el ”hipomóvil” que hasta allí le llevara, con lo que un regreso algo menos gélido, amén de más descansado y corto, sí que lo tenía asegurado.

Igualmente, los días Diciembre fueron quedando atrás hasta que la Noche Buena estaba algo más que encima. El día 22 la megafonía desgranó la emisión de la Lotería Nacional en Madrid a través de Radio Nacional de España cogida por la onda corta de la estación de radio de la compañía. Entonces, al compás del habitual soniquete de los alumnos del colegio de San Ildefonso “cantando” los números de la suerte del Gordo de Navidad, el sargento Juan José Jimeno se sintió más solo y desamparado que nunca. Y una idea que era una verdadera locura se empezó a adueñar de su mente. Durante el siguiente días 23, e incluso el mismísimo día 24, en la 5ª compañía se produjeron los sucesos más extraños que podían recordarse en el muy peculiar historial de la compañía: Para empezar, en la tarde del día 23 el obeso sargento “Perolas”, dueño y señor de la cocina y su despensa, pescó un “globo” de tente y no te menees cuando detectó que de sus posesiones habían desaparecido dos hermosísimas gallinas recién desplumadas, amén de ni se sabe cuántas botellas del estupendo champán catalán, anís del Mono y coñac de Jerez; de vino fino jerezano y castellano peleón, de Valladolid. Y, cómo no, turrón de Jijona, mazapán de Toledo, polvorones de Estepa... Vamos, todo un glamuroso festín de Noche Buena. Y, lógico: El sargento “Perolas” juraba y perjuraba hasta en arameo amén de lanzar a los cuatro vientos lo de que “Si pillo al mal nacido del “guripa” que me ha “desplumado” le hago picadillo y lo sirvo en la cena de Noche Buena”. Pero vanas ilusiones del desesperado sargento, pues del “afanador” ni rastro. Aunque esta “bizarra” hazaña se quedó raquítica si se la compara con la de la mismísima primera hora de la mañana del día 24. Aunque casi mejor se describiría la hora en que estalló el suceso diciendo que fue con las aún no claras del alba, pues por esas  fechas y latitud norte el alba casi ni aparece hasta entrada la mañana, pero en fin, por esa hora genérica podríamos decir. La cosa fue que el “globo” del sargento “Perolas” ante el desvalijamiento de su amadísima despensa se quedó en simple fruslería ante el casi Homérico “globo” del enlace del batallón con el regimiento cuando, tras pernoctar en la compañía, encontró el sitio donde dejara su bien amada moto BMW, pero de la bien amada ni ““flowers”.

En fin, que hacia media mañana de aquel día de Noche Buena, el bueno del sargento Juanjo salió de los barracones del atrincheramiento de la compañía no con el habitual morralito, sino con tres pedazo de “morralones” que para qué te cuento. Pero ahí no quedó la cosa, pues al momento se adentró en el cercano bosque hasta localizar un enorme montón de hojarasca, bajo el cual apareció la añorada BMW del cabo enlace del batallón. Insondables misterios de lo “paranormal” lo de la moto perdida y hallada en el bosque…

Pues nada, sólo que el amigo Juanjo se hizo “caballero en BMW” y como alma que lleva el diablo enfiló lo que era vereda más que camino hasta la aldea. Y es que, cuando el 22 le entró la “neura” de la soledad, se dijo que por qué no pasar la Noche Buena en la casa de su amada. Aunque ella no estuviera su recuerdo, hasta su aroma estarían allí. Y bueno, ya se sabe: La esperanza es lo último que se pierde y quién sabe si por esas fechas tan especiales… ¿Por qué no podía ser?

Y ahí tenemos a nuestro amigo Juanjo despendolado a “lomos” de la BMW tragando verstas, millas o kilómetros, qué más da cómo se llame al tramo recorrido, con el alma a la espalda, tarareando alegre lo de “Los peces en el río que beben y beben y vuelven a beber”.  A Juanjo ese villancico le gustaba en forma arto especial al encontrar la mar de entrañables a esos peces, con lo de que bebían, bebían y nunca se cansaban de beber. Hermanicos gemelos míos, pensaba el buen sargento, todo enternecido.

Pero bueno, dejemos a un lado el aspecto “bucólico-etílico” del trance por el que en esos entonces atravesaba el sargento “ispansky” y centrémonos en el panorama que Juanjo se encontró cuando al fin arribó a la aldea. Lo primero que dejó perplejo a Juanjo fue la absoluta normalidad que reinaba. Para la aldea, ese día era uno más, uno cualquiera, ni mejor ni peor que cualquier otro. Ni rastro de la alegría, la algarabía que reinaba tanto en la compañía como en la Plana, que bien que lo constató cuando pasó por allí.

Ignorancia supina de las costumbres rusas, pues si se hubiera ilustrado algo más sobre las peculiaridades del pueblo ruso, sabría que desde la “Revolución de Octubre”, las fiestas de Navidad en Rusia primero, luego en toda la URSS, estaban más bien prohibidas que abolidas; y si en algún domicilio particular se celebraba la fiesta religiosa del Cumpleaños de Jesús, se hacía en secreto y con más miedo que vergüenza, pero en la noche del 5 al 6 de Enero, pues a estos efectos la Iglesia Ortodoxa Rusa sigue el antiguo “Calendario Juliano”, que lleva unos días de retraso con respecto al Gregoriano, doce exactamente, por lo que su noche del 24-25 de Diciembre corresponde a nuestra noche del 5-6 de Enero. También por eso aún hoy se dice “Revolución de Octubre”, pues cuando el crucero “Aurora” lanzó el célebre cañonazo que inició el asalto al Palacio de Invierno, eran en Petrogrado, luego Leningrado, las 21,45 del 25 de Octubre de 1917 cuando en el resto del mundo era la tarde-noche del 7 de Noviembre de 1917.

En fin, que la desilusión de Juanjo cuando llegó a la aldea fue de pronóstico, aunque eso no impidió que la chiquillería andante y rodante de la aldea se viera favorecida con las para allí exóticas golosinas del turrón de Jijona, el mazapán de Toledo, los polvorones de Estepa y las Frutas de Aragón, con lo que esa chiquillería volvió a rodearle para colgarse a su espalda y así “galopar” a lomos del improvisado “caballito”, pero también para prodigarle abrazos, besitos en el rostro y regalarle la mirada franca, límpida de la niñez, de unos niños y niñas que cuando el “spansky” visitaba la aldea eran felices pues él les traía cariño, juegos, golosinas… Dicha y felicidad en definitiva a sus cortas y cándidas vidas en las que la guerra todavía no constituía barrera infranqueable alguna.

Después entró en la vivienda que habitaban los padres de Yelena y sobre la gran mesa que presidía la estancia que reunía las funciones de cocina, comedor y sala de estar, descargó las dos gallinas desplumadas y listas para ser guisadas con el turrón, mazapán y polvorones supervivientes al “asalto” de la chiquillería aldeana; de las frutas de Aragón, ni una pudo aportar al ágape ofrecido a la pareja de ancianos, pues hasta la última “pereció heroicamente” en los nunca bien saciados estomaguitos de chavalines y chavalinas. También quedaron sobre aquella mesa las botellas de champán, coñac y vino.

La buena mujer no perdió el tiempo. Tan pronto vio ante sí los dos volátiles y entendió que toda esa munificencia era para ellos, para su marido y para ella, se puso manos a la obra a fin de disponer esa noche de una cena como casi hacía siglos que no conocía la pareja de viejecitos. Bueno, también sería la cena para el “ispansky” ese que andaba tras su hija Yelena como semental en celo, que ella sería vieja pero no tonta y las miradas que el “ispansky” dirigía a su hija bien que se las conocía y recordaba de otros tiempos que, la verdad, fueron bastante más gloriosos para ella que los actuales. ¡Cosas de la vida cuando los sesenta "tacos" se vislumbran excesivamente cercanos!

Pero los ojos del vejete tampoco estaban ociosos, pues con la vista había ya descorchado todas y cada una de las botellas alineadas frente a él sobre la mesa, y hasta con mirada y pensamiento se trasegó ya todo su contenido, pues para acabar todo como Dios manda y está ordenado, sólo le faltaba soltar uno de esos eructos o regüeldos que tanto incomodaban a D. Quijote cundo su fiel “escudero” Sancho Panza los lanzaba a troche y moche. Esa especial atención prestada por el vejete a las botellas, más el brillo de ansiedad que refulgía en sus ojos, no pasó inadvertido al bueno del sargento “ispansky” que, asumiendo eso de “Sabemos lo que es necesidad”, al punto se puso a abrir botellas que compartieron viejo y sargento con el mayor entusiasmo.

Por fin estuvo listo el guisote que la buena vieja preparara, y a fe de Juanjo que aquello no sabía del todo mal, por lo que el español se puso hasta las trancas ante la atónita mirada de los viejos, que se percataban de que con aquellas tragaderas el bueno del “ispansky” no iba a dejar parte alguna para engullírselo ellos dos al día siguiente. Pero qué se iba a hacer, una buena cena es una buena cena y más vale una que ninguna.

Como es de suponer la cena fue bien regada con los buenos “caldos” de las buenas tierras hispánicas, tarea en la que ninguno de los viejos se quedó atrás. La verdad es que, a pesar del incesante parloteo que amenizó la cena, allí no se entendió ni Dios: Los viejos, ni jota de español; Juanjo, algo de ruso sí que iba entendiendo ya, pero, digamos, un ruso más bien académico y urbano, no aquel ruso aldeano, cerrado a la antigua y expresado a una velocidad que a Juanjo se le hacía que aquellos viejos endemoniados tomaban carrerilla al hablar. Y de los vejetes, no digamos. No entendían ni jota de lo que estaba pasando, de lo que el “ispansky” ese celebraba; pero… ¿Qué importancia tenía eso? Lo único que importaba eran las gallinas, botellas y demás que aquel idiota de “ispansky” desgranaba sobre su mesa. En fin, que los “ispanskys eran tan idiotas como los “nemetskys” (Alemanes), aunque un poco más tolerables. Y el idiota de “ispansky” que andaba tras Yelena, resultaba ser un poco más tolerable aún…

Pero sucedía que tampoco a Juanjo le importaba mucho la pareja de viejos hieráticos, de rostro para él impenetrable y que no cesaban de hablar entre sí. No, a Juanjo le importaban un comino los dos viejos, pues no había sido por ellos por quienes fue a la vieja y ruinosa vivienda, sino en busca del recuerdo del ser adorado y a celebrar su propia fiesta, casi pagana, en honor a la Diosa Venus-Yelena. Esto no obstante, cuando según su reloj en el de la Puerta del Sol más o menos debían estar dando las doce campanadas, se puso a cantar villancicos del terruño ibérico, si bien que un tanto desvergonzados, pues lo más “potable” que entonó fue ese de “los peces beben en el río”, pues el repertorio básico más bien lo formaban villancicos de este orden:

                                                                             Esta noche es Nochebuena

                                                                             Y mañana Navidad

                                                                             Saca la bota, María

                                                                             Que me voy a emborrachar

                                                             O bien:

                                                                              En el portal de Belén

                                                                              Hay un tío haciendo botas

                                                                             Se le escapó la lengüeta

                                                                             Y se pinchó las…

                                (Sí señor, aquí puntos suspensivos y allá lo que cada cual piense respecto a cómo termina la estrofa)

                                                   O esta otra

                                                                             Esta noche nace el Niño

                                                                             Y es mentira, que no nace.

                                                                             Son las mismas ceremonias

                                                                             Que todos los años hacen.

Serían sobre las dos de la madrugada cuando la BMW que montaba Juanjo enfilaba la vereda que conducía a la 5ª compañía, haciendo bastantes más “eses” de las que serían de desear. El joven sargento iba animado por la falsa alegría que produce el alcohol tomado en cantidades semi industriales por lo que canturreaba a pleno pulmón lo de “Saca la bota María” etc. Haría como diez o quince minutos que la Plana del 2/269 quedara atrás, cuando una fuerza invisible le arrancó del sillín de la moto lanzándole a buena velocidad en dirección opuesta a la que la moto seguía, hasta dar con sus huesos en tierra mientras la moto seguía un trecho hacia adelante hasta que, desequilibrada, también fue a rodar con sus estructura metálica por el santo suelo, quedando con ambas ruedas girando por la inercia aunque el motor se hubiera parado al poco de salir Juanjo despedido. La borrachera de Juanjo se apagó al instante, como por milagro. Tan pronto se sintió en el suelo empezó a rodar sobre sí mismo al tiempo que requería el único arma de que disponía, la reglamentaria pistola Walther P-38. En su cerebro una idea:¡Partisanos! Y de sobras sabía lo que eso, ineludiblemente, suponía: La muerte. Pero no caería como corderito en el matadero, sino que a alguno mandaría por delante al Valle de Josafat.

Confirmando sus temores vio cómo unas sombras surgían del bosque de abedules que bordeaba ambos márgenes del camino o vereda. Entonces fue consciente de que nada podría hacer, pues él estaba allí, en medio del camino, cuerpo a tierra boca abajo pistola en ristre, pero ofreciendo un blanco que, incluso en la negra oscuridad de la noche, resultaba mucho más visible que las nebulosas figuras que por ambos se movían todavía al amparo de los árboles, pero rodeándole. No, no tendría ni la menor oportunidad de defenderse: Le cazarían como a un conejo. Pero no fue ese pensamiento lo que hizo helar la sangre en sus venas; fue la voz que al momento escuchó, procedente de la floresta hacia su izquierda, hablando un español algo más que chapurreado, lo que heló su sangre

  • ¡Quieto “ispansky” fascista! Maldito invasor, lanza el arma lejos de ti y tal vez salves la vida.

Juanjo se puso trabajosamente en pie, apoyando primero una rodilla en tierra para luego enderezarse cuan alto era que, por cierto no lo era mucho: Español corrientito de aquellos años cuarenta del hambre viva. La voz volvió a restallar.

  • ¡ He dicho quieto, !

Juanjo se acabó de poner en pie; giró hacia donde venía la voz y, alzando la pistola en firme gesto de resistencia, habló a su vez muy, muy pausadamente.

  • Tendrás que disparar Yelena, “moi dorogoi podruga”, pues no me rendiré. Tampoco dispararé primero; ese honor te lo cedo a ti… O a los tuyos…

NOTAS AL TEXTO

  1. La propaganda alemana insistía en la potencia motorizada de la Wehrmacht, pero esto más bien era un mito, pues lo normal eran las Divisiones de Infantería, así, a secas. Estas Divisiones eran las famosas “Hipomóviles”, es decir, dotadas de tracción animal y no motorizada; la típica Infantería que se mueve “a golpe de calcetín”, pues las “Panzer Grenadier”, las de Infantería Motorizada y las “Panzer Divisionen”, las Divisiones Acorazadas, eran la minoría. Los españoles de la “Azul” jocosamente solían llamar a carros, mulos y caballos los “Hipomóviles”
  2. La “perra chica” era una moneda de cinco céntimos, la de menos valor por bastantes años. Las monedas fraccionarias de aquellos años 40 y 50 eran la de 5 céntimos o “perra chica”, la de 10 céntimos o “perra gorda”, la de 25 céntimos o real y la de 50 céntimos, también llamada de dos reales.

           De la moneda de 25 céntimos o real, recuerdo que era un tanto gruesa y horadada al centro. De la de 50 céntimos, la verdad, n no me acuerdo.

          Una curiosidad: Las primeras monedas de 5 y 10 céntimos llevaban un león que el vulgo confundió con un perro y de ahí su nombre popular 

      3. Los vocablos rusos “Drug” y “Podruga”, respectivamente significan amigo y novio; amiga y novia.- De cómo diferencian los rusos el significado, ni idea

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