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RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 3º y Ultimo

en Erotismo y Amor

RIBERAS DEL DONETZ

CAPITULO 3º

 

Entre los días 11 y 15 de Julio de 1943 tiene lugar la que ha pasado a la Historia como Batalla de Kursk, que no fue sino una serie de combates que tuvieron lugar en distintos lugares más o menos próximos a esa gran ciudad, pero que en realidad ninguno tuvo lugar en tal Urbe. Los más importantes se dieron en las inmediaciones del lugar llamado Prokhorovka, localidad a medio camino entre Belgorod y Kursk, entre los días 12 y 15. No interesa aquí tratar de establecer lo que realmente sucedió esos días, (aunque si hubiere algún lector curioso puede consultar la nota al texto), nos basta con señalar que Hitller dio carpetazo a la Ofensiva Ciudadela, que se cortó por lo sano el 17 de Julio, y con “Ciudadela” se acabaron los sueños de conquista alemanes, que desde entonces ya no pararían de retirarse en forma más o menos ordenada hasta cumplirse el último acto de la tragedia en las mismísimas calles berlinesas a fines de Abril de 1945. (1)  

Stella Antonovna ya no era sargento, sino teniente del Ejército Rojo y comandante efectivo de la Compañía que, en honor a su primer comandante, seguía llevando el nombre de “Baida”.

El 3 de Agosto de 1943 el Ejército Rojo inició la Ofensiva “Rumiantsev”, cuyo objetivo inmediato era destruir al 4º Ejército Panzer y al Panzer Korps “Kempf”, aislar al resto de las unidades del Grupo de Ejércitos “Sur” de von Manstein y liberar Jarkov. En forma secundaria, la ofensiva liberaría también Dniepropetrovsk para así alcanzar el mar Negro, recuperándose así Ucrania Oriental.

La Compañía Baida, junto al batallón que la encuadraba, fue agregada al VIIº Ejército de la Guardia y las muchachas se encaramaron a lo alto de los T-34, llegando así hasta la primera línea, hasta el choque frontal con la infantería alemana como cualquier otra unidad de infantería de línea. Los combates se hicieron encarnizados pues los alemanes se defendían palmo a palmo y cada palmo avanzado costaba a los soviéticos bajas y bajas. Las fusileras demostraron ser tan duras y correosas como el hombre más “bragado” y asumían las bajas sufridas con ejemplar estoicismo. En una cosa, sin embargo, se diferenciaban de las gemelas unidades masculinas: Ellas no admitían prisioneros, por lo que soldado alemán que se decidía a levantar los brazos en señal de rendición, soldado que de inmediato era abatido con el típico agujero casi entre los ojos, un poco por encima del nacimiento de la nariz.

El 5 de Agosto los soviéticos liberaron Belgorod iniciando la marcha directa sobre Jarkov

A la teniente Stella Antonovna se le asignó la misión de limpiar de enemigos la región recién recuperada, alemanes dispersos, aislados de sus unidades que deambulaban por los bosques intentando recuperar el contacto con las unidades propias. En este cometido sería apoyada por otras tres compañías de infantería de sendos batallones masculinos. Estas cuatro compañías peinaron aldeas y graneros, bosques y monte bajo sacando de sus escondrijos soldados y más soldados alemanes, que suerte tenían si caían en poder de las tres compañías masculinas, pues al final eran enviados a los puntos de concentración y clasificación de prisioneros, porque los que caían en manos de las chicas… pues ya se sabe: Disparo a la frente y a otra cosa. Por otra parte, otras unidades se encargaban de ir recogiendo cadáveres de alemanes; les cargaban en camiones y los trasladaban a diversos puntos donde esperaban fosas largas y poco profundas en las que eran incinerados. Tal procedimiento ya se inició en Stalingrado; era cómodo y, además, no dejaba huellas tras de sí.

El día 11 de Agosto Stella Antonovna subió al jeep Willys procedente de la Ayuda Americana que entonces llegaba a raudales a la URSS y del que desde fines de Julio Stella se venía sirviendo para sus desplazamientos, conduciéndolo ella misma. Había salido aquella tarde, cuando en la aldea donde se alojaba la Compañía empezaban a repartir la cena, para encontrarse con el comandante de una de las compañías comprometidas en la labor de limpieza para estudiar los nuevos movimientos que seguirían en fechas próximas. Entonces divisó casi a lo lejos un vehículo semi oruga alemán, un SD-KFZ 251 le pareció. Detuvo el jeep y sacó sus prismáticos enfocándole. Sí, era ese tipo de blindado, despanzurrado y con varios alemanes inertes a su alrededor. Era evidente que un impacto directo de artillería le había alcanzado exterminando a su tripulación. Iba a guardar los prismáticos pues unos cuantos muertos alemanes más poco le interesaban, cuando creyó ver que uno de esos cuerpos se movía. Enfocó de nuevo los prismáticos sobre aquel cuerpo y no le cupo duda: El pobre diablo todavía alentaba. Pensó por un momento dejarle allí, que acabara de reventar en la estepa, pero luego se sintió generosa. Sí, sería más humano ahorrarle sufrimientos, despenarle de un disparo. Dejó los prismáticos junto a ella, en el asiento contiguo, y aceleró el vehículo casi a fondo partiendo rauda hacia la hondonada. Llegó junto al vehículo alemán, prácticamente al lado del moribundo, y frenó en seco el jeep. Requirió su fusil y de un salto se plantó en el suelo dirigiéndose de inmediato hacia el caído. El alemán estaba tendido de lado, con la cara casi enterrada en el polvo de la estepa, los pantalones desgarrados y cubiertos de sangre con una especie de tampón ensangrentado en aquella pierna derecha, tampón que formaban los mismos girones del tejido de la prenda arremolinados en tal lugar de aquel ser humano con más parecido a guiñapo que a otra cosa.

Stella no se lo pensó un segundo y, más bien por inercia, soltó el típico “Stoi” (¡Quieto!), previo al disparo a la frente. El hombre entonces levantó el rostro hacia ella y Stella, tan pronto vio ese rostro, arrojó el fusil y se precipitó sobre ese cuerpo, ese rostro embadurnado en sangre, polvo y sudor que no era otro sino el que a fuego llevaba gravado en su corazón, en su alma; el de Piotr.

Se arrodilló a su lado y le tendió ambos brazos al cuello abrazándole, cogiendo aquella cara y llevándola a su pecho, estrechándola contra sus senos como si quisiera meterla, incrustarla en ella misma, en su propio ser.

  • ¡Oh Piotr, Piotr, vives! ¡Vives Piotr, cariño mío, querido mío! No te preocupes de nada amor mío. Estoy aquí, contigo… ¡No te preocupes, mi amor!

Peter Hesslich alzó más el rostro, mirándola, como si no pudiera creer aquello. Y le habló con voz queda, trémula, agotada como él mismo se sentía, al límite de sus fuerzas, al límite y final de su vida

  • Stella… ¿De verdad eres tú?... Todavía hay milagros en este asqueroso mundo… Aunque sea al final, en el último momento…
  • No final, no último momento… ¡Vives Piotr, vives!... ¡Yo estoy aquí, contigo mi amor! ¡No final, no último momento!
  • Stella, es demasiado tarde… Esto se acaba Stella, esto se acaba…
  • ¡No tarde, no acabarse nada!

Stella vio de nuevo la herida en el muslo de Piotr y le pareció horrible… Empezó a temblar y sintió que las lágrimas le corrían por el rostro pero como si no fueran de ella… Y sollozos quedos sacudieron todo su cuerpo

  • ¡Vives Piotr, vives mi amor! –Repetía una y otra vez enfebrecida- Conmigo tú vivir, no morir… ¡Voyna rota, guerra rota! ¡Tú y yo juntos, siempre juntos! ¡Tú no morir Piotr, tú no morir! Estás conmigo, Piotr; tú no morir

A Peter Hesslich se le fue nublando la vista y perdió el conocimiento.

Allí estaba ella, en medio de la estepa, en la soledad de la estepa… Rodeada de cinco cadáveres y con su hombre entre los brazos. Stella apretó más todavía el rostro de Piotr contra su regazo y lloró; lloró amargamente… La tarde se rendía a pasos agigantados y el crepúsculo tintaba de rojo casi carmesí el cielo.

  • Mañana será distinto, cariño mío, porque ya no habrá nunca más “mañana” para nosotros, ni para ti ni para mí. Será un tiempo estático en el que sólo habrá presente, hoy, ahora. Pero tú no tengas miedo, mi amor, yo siempre estaré contigo…

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Leninismo desenmascarara y demostrara que no es más que un fantoche, un fantasma usado por las clases opresoras para enmudecer y domeñar al buen pueblo; bueno pero inculto y supersticioso en general.

Pero, no obstante todo eso, lo cierto es que le rogó a ese Dios en el que no creía que les ayudara, les protegiera a Piotr y a ella, Stella Antonovna, y les acogiera bajo su manto…

Pero al momento se dio cuenta de que todo sería inútil pues para ellos dos no había remedio, no había sitio en la tierra donde pudieran acogerse y vivir en paz; en paz como cualquier otra pareja…

La noche avanzaba y el nuevo amanecer estaba bastante más cerca que lejos cuando el horizonte hacia la parte soviética del frente se iluminó al resplandor de los proyectiles de la artillería alemana que, imprevistamente, empe

La noche del 11 al 12 de Agosto de 1943 iba transcurriendo sobre la estepa rusa próxima al Donetz y Stella Antonovna permanecía allí, sola en la inmensidad de Rusia con el indefenso, desmadejado cuerpo de Piotr entre sus brazos, con sus manos acariciando aquel rostro embarrado en sangre y polvo y aquellos cabellos desmandados, desordenados y compactos por el barrillo formado por la tierra, el polvo estepario, al mezclarse con los fluidos del sudor y la sangre. La verdad era que su situación más desesperada no podía ser: Si optaba por regresar con los suyos, a su Compañía “Baida”, Piotr sería sacrificado, ejecutado, pues la ley de “No prisioneros” que la terrible Soia Valentinovna impusiera en su tiempo seguía por entero vigente entre ellas, luego… ¿A qué perdonar la vida a Piotr? Y, si intentaba llegar a las líneas alemanas, sería ella, Stella, la que no sólo resultaría ahorcada al final, sino torturada previamente e, incluso, quién sabe si violada repetidamente antes de ejecutarla

Sí estaba en un callejón sin salida, entre la espada y la pared, sin poder moverse hacia adelante pero tampoco hacia atrás. Entonces, aquella noche, fue la segunda vez que su pensamiento, los ojos de su alma; o, tal vez de su inconsciente desesperación, se volvieron hacia aquel Dios de los Cielos, Aquel en quién su padre y su madre, y su tío Iván, creían y Al que rezaban. Ese Dios en el que en el fondo de su mente ella no creía, Ese Dios al que tiempo ha el Marxismo-zara a martillear las líneas del Ejército Rojo

Eso complicaba aún más la situación de Stella y Piotr, pues su experiencia le decía que las granadas de la artillería alemana volaban, sin duda alguna, sobre sus cabezas. Y tal bombardeo artillero sólo podía significar una cosa: Por increíble que pareciera, los alemanes se aprestaban a lanzar una contraofensiva precisamente en ese sector, donde ella y Piotr estaban. Y eso, estar los dos allí, en plena zona del avance alemán podría ser fatal para ellos; luego lo sensato era escapar de allí a todo gas… Pero… ¿Cómo y a dónde? Lo de a dónde lo tuvo más fácil, pues a seis u ocho kilómetros había atravesado una de tantas aldeas devastadas, destruidas por la guerra… Pero el cómo… Al fin Stella apartó con cuidado la cabeza de Piotr depositándola con toda suavidad sobre la rala hierba que a trechos enverdecía la parda tierra de la estepa, se levantó dirigiéndose al jeep que hasta allí la llevara, tomando antes un par de fusiles de los de los alemanes muertos. Se volvió con el jeep hasta donde dejara a Piotr y, despertándole, dijo al tiempo que le tendía su fusil

  • Piotr, cariño, debemos irnos. Esto en nada convertirse en infierno… Tú apoyar en fusil y yo sostener. Subir al jeep.
  • Será inútil Stella, no tiene sentido… ¿Dónde iríamos, dónde podemos ir?
  • A la paz. Tú y yo. Solos. A la paz… No más voyna, no más guerra para nosotros. Paz, sólo paz mi amor
  • ¡Por Dios Stella!... ¿Es que vas a desertar? ¿Vas a desertar por mí, conmigo?
  • Sí, yo desertar. Yo te amo Piotr, eso lo único que importa a mí. Sin ti yo ya no vivo. No poder vivir sin ti; no querer vivir sin ti.

Hesslich se rindió al razonamiento de Stella y trató de ponerse en pie, pero lanzó un verdadero alarido de dolor. No, no le era posible levantarse; a lo más que llegaba era a sentarse aunque la pierna herida le dolía enormemente hasta así, sentado. Bueno, lo cierto es que la pierna le dolía hasta casi enloquecerle en cualquier postura que estuviera, tumbado o sentado, luego lo más seguro es que, sentado, simplemente le doliera lo mismo que tumbado. Pero Stella no se dio por vencida. Se colocó a espaldas de Piotr y le rogó

  • Piotr, por favor, un esfuerzo. Un esfuerzo. Duele, pero tener que hacerlo. Tú apoyar dos manos en fusil y apoyar también pierna sin dolor. Yo empujo por detrás. Tú levantas y enseguida jeep

Hesslich de nuevo lo intentó. Rechinó los dientes, los enclavijó, gruñó como un cerdo al que acuchillaran, pero se levantó del suelo y logró subir al jeep. El viaje hasta la cercana aldea en ruinas fue de alivio para Peter Hesslich. No sólo es que a cada bache, que por cierto se daba un segundo sí y al siguiente otra vez, viera las estrellas, sino que la propia posición en el coche le atormentaba sin cesar, pues no podía extender la pierna herida lo bastante como para encontrar un cierto alivio. Para entender lo que Hesslich pasaba, basta imaginar que se nos fracturó una pierna y necesariamente la tuviéramos que mantener flexionada, pendiente en el vacío: Podríamos hasta perder el conocimiento por el dolor

Llegaron por fin a la aldea y Stella se apeó, registrando casa tras casa, las que mejor se conservaban, lógico. En la cuarta casa encontró lo que buscaba: Una especie de cueva en el subsuelo de lo que sin duda debió ser cocina, comedor y cuartito de estar, todo en una pieza. La cueva estaba excavada en el típico suelo de tierra negra propio de la estepa y apuntalada con una pared de mampostería de piedra, en tanto que el techo estaba asegurado con vigas de madera compactadas por el suelo de tierra apisonada con lecho de mortero de barro de la casa. Una trampilla de tablones constituía el acceso a la cueva. Esta debió ser una especie de almacén de patatas, pues aún había cierta cantidad de ellas, fermentadas y pútridas, que inundaban el más bien diminuto que mediano cuchitril de un hedor nauseabundo. Pero era un refugio no tan despreciable, pues permitiría que Piotr se tumbara a todo lo largo. Stella volvió al jeep para ayudar a Piotr a llegar hasta aquel refugio, cosa que no resultó tan sencilla. Al esfuerzo para volver a ponerse en pie o, mejor dicho, bajarse del vehículo, que a Hesslich le costó Dios y ayuda y toda su fuerza de voluntad para sobreponerse al tremendo dolor que le causaba, se unió lo terrible que para él fue cubrir la distancia hasta la casa y bajar luego a la cueva protectora ya se hizo inenarrable. Momento hubo que pareció imposible lograrlo, pues descolgarse él sólo hasta el suelo de la cueva, teniéndose que valer sobre solamente que la pierna sana, sin apoyo ninguno, pareció algo así como “Misión Imposible”, mas finalmente lo consiguió, eso sí, para prácticamente caer desvanecido al suelo cuando por fin se pudo tender en un rincón. Tal sería el estado de consunción absoluta de Peter Hesslich que ni se enteró del pestilente hedor que en el reducto aquel reinaba. Pero de todas formas se repuso. Recostada un tanto la espalda en la pared de la cueva, estiró completamente ambas piernas poniendo el fusil de Stella bajo el muslo herido tratando así de acomodarlo algo mejor; respiró con fuerza varias veces y pareció que así el dolor, si no remitió del todo, al menos sí se hizo algo más tolerable, un poco más llevadero.

Stella volvió a salir al exterior de la casa para llevarse de allí el jeep. Le condujo hasta la salida de la arrasada aldea y destrozó sus ruedas disparando sobre ellas los cargadores de ambos Mauser que tomara de entre los cuerpos exánimes alrededor del Sdkfz 251. Luego regresó a la cueva. Antes de descolgarse adentro la muchacha amontonó sobre la trampilla de madera que daba acceso a tal sótano inmundicias, cascote y lienzo de pared derrumbado para disimular la entrada, tras lo cual con sumo cuidado abrió la digamos “puerta” lo mínimo necesario para deslizarse hasta abajo cerrando tras de sí la “puerta”. Ya dentro, con la trampilla cerrada, el cuchitril aquél quedaba en la más densa oscuridad, amén de no permitir erguirse del todo a una persona de estatura simplemente mediana, ni siquiera alta. Stella, más bien no muy alta amén de menudita, hubiera podido erguirse en toda su envergadura mas prefirió quedarse larga sobre el suelo por lo que reptó hasta alcanzar el sitio donde Piotr estaba. Al llegar junto a Hesslich tendió sus manos al cuerpo de él, al rostro de él y comprendió por qué los ciegos tienden las yemas de sus dedos para reconocer algo o a alguien: Al tacto de las yemas de sus dedos reconoció a Piotr, le “vio” casi como si le mirara a la luz del día, si es que no mejor, pues juraría que así hasta “veía” su alma, su estado de ánimo, sus sensaciones. Así, valiéndose sólo de los dedos supo que Piotr tenía los ojos abiertos y que la miraba; que sus labios temblaban y su cuerpo se estremecía. Que estaba entre recostado en la pared y tumbado sobre un suelo que apestaba a putrefacción fermentada, con el propio fusil de ella bajo el muslo herido buscando así una postura más estabilizada. Se sentó a su lado y atrajo hacia sí la cabeza de Hesslich que se dejó llevar por la amorosa atención de la mujer recostándose en ella hasta que cabeza y hombros descansaron sobre el regazo femenino.  

  • Descansa mi amor, descansa… Duerme vida mía… Duerme y descansa… Yo estoy contigo, yo te cuidaré…

Efectivamente, Peter Hesslich se durmió digamos que acunado por el tibio calor del cuerpo femenino que le abrazaba. Fuera, las estridencias del bombardeo artillero se mantenían, arreciadas al unirse al mismo piezas soviéticas que abrían fuego de contrabatería sobre la artillería alemana pero muy especialmente sobre los blindados que a toda velocidad avanzaban por la estepa al encuentro de las posiciones rusas. Escasamente habrían transcurrido doce, tal vez quince minutos cuando el estruendo de cadenas atronó el sucinto habitáculo. Las paredes de la cueva y la propia casa semi derruida bajo la que se asentaba temblaron como si un gigante sobrehumano las agitara: Un grupo de carros alemanes, algo más de la veintena, con soldados de infantería subidos a lo alto de los carros sujetos a los asideros, cruzaba en esos momentos a través de la aldea discurriendo entre sus calles en paralelo por lo que pasaban junto a la casa por ambos lados, la entrada y la parte posterior a la vez.  El estruendo y vibraciones de la cueva y la casa se mantuvieron unos minutos pero poco a poco fueron decreciendo a medida que los blindados se alejaban rumbo al inmediato objetivo. Era uno de los tres “Kampfgruppe” (Grupo de Combate) que la Waffen SS División Panzer “Totenkopf” lanzara a un increíble, por suicida, contraataque en la madrugada del 12 de Agosto de 1943. (2)Poco después de que los carros alemanes pasaran por la aldea, tal vez algo más de media hora, la artillería alemana enmudeció, señal evidente de que las vanguardias alemanas acababan de hacer contacto con la primera línea soviética. Ahora, al estruendo del bombardeo artillero y la aproximación de los panzer alemanes, sucedió el fragor del combate que a no demasiada distancia mantenían los carros y la infantería alemana con las defensas de la primera línea soviética. En no sabían qué lugar pero sin duda cercano, el combate prosiguió durante toda la noche y las primeras horas del siguiente día, aunque según la luz del sol tomaba más y más cuerpo los ruidos de la batalla se fueron alejando hasta cesar por entero.

Todo aquel día, el primero que amanecía con ellos en ese sótano, Stella y Hesslich permanecieron en la cueva, sin atreverse a salir en ningún momento. Y así siguieron el siguiente y el otro y el otro… Al tercer día que allí les amaneciera Piotr empezó a dejar de quejarse pero también a dejar de hablar mientras iba cayendo en extraña modorra hasta que en la cuarta noche que allí pasaban, la de aquel tercer día, Piotr pasó de la modorra de duermevela a sumirse en un intenso sopor; un estado de somnolencia que enseguida estuvo asociado a fiebre alta, pues el cuerpo de Piotr, cara, manos, todo él ardía. Entonces, el pánico se apoderó de Stella, pues sabía lo que pasaba: Piotr estaba al borde de entrar en coma; Piotr se moría, se le moriría allí, entre sus brazos… La herida del muslo se le había infectado hasta, seguramente, entrar los tejidos en necrosis con lo que la gangrena estaría servida en breve, si es que para entonces no se había declarado ya. Desde un principio Stella sabía que esa herida precisaba atención médica urgente pero, ¿cómo procurársela allí, en tales condiciones?  Y ella no podría hacer nada por evitarlo, tendría que asistir, impotente, a la agonía del ser para ella más amado… Y una terrible idea se empezó a apoderar de su mente: Allí tenía su fusil. Cargado, listo para abrir fuego… Sería esa la solución: Primero a él, un disparo a la cabeza; pero no a la frente, sino un poco más arriba, volándole la tapa de los sesos… Y a correo seguido, dispararse ella misma con el cañón del fusil metido en la boca, hasta casi la garganta…

Cundo el amanecer del cuarto día era ya un hecho consolidado aunque todavía el sol ni siquiera alcanzaba la media mañana ocurrió aquello. Comenzó con un tenue rumor de pasos en la calle, junto a la casa cuyo sótano era la cueva. Desde un par de días antes, desde el segundo que allí les amaneciera, mantenía Stella abierta la trampilla que daba acceso al sótano para permitir que la luz diurna les iluminara; total, aquello estaba siempre en la soledad más absoluta... Además, daba por descontado que, fuera quien fuese que se aproximara, alemanes o soviéticos, se dejarían oír bien pues lo harían entre el chirriar de blindados acercándose. Por eso, cuando quiso levantarse para cerrar y enmascarar bien aquella salida al exterior era ya muy tarde pues los pasos ya no era que se acercaran a la casa, sino que retumbaban dentro de ella, por lo que Stella no pudo hacer otra cosa que dejar caer tras ella los tablones de madera de la “puerta” de acceso a la cueva y correr junto a Piotr otra vez, abrazándose a él más aún que antes lo hiciera. Los pasos sobre el suelo de la casa, sobre sus cabezas, se agudizaron y multiplicaron, en clara indicación de que los “visitantes” se acercaban a ellos a la vez que crecían en número. Pero junto a los pasos llegaron también voces: Conversaciones más o menos amenas, más o menos vulgares… En alemán.

Stella no pudo ni reaccionar, ni pensar apenas, al hecho de que los “visitantes” fueran alemanes, pues casi al instante la negrura del cuchitril que les acogía difusamente se iluminó en penumbra merced a la luz diurna que inundó el sótano al abrirse la trampilla de entrada; de forma casi simultánea a que el sol aclarara las tinieblas de la cueva, una linterna llenó de luz los rincones que recorría en reconocimiento del lugar. Entonces, Stella sí reaccionó, hablando con suavidad, casi con afecto

  • Estamos aquí, alemán

No había terminado de hablar Stella cuando el habitáculo volvió a quedarse a oscuras al saltar hacia atrás, atemorizado, el brigada Pflaume. Durante unos minutos reinó el silencio sólo interrumpido por una serie de imprecaciones y murmullos arriba que Stella no pudo descifrar. De nuevo fue ella la que rompió aquel semi silencio que reinaba

  • Me rindo, estoy desarmada. Pero vuestro camarada está herido, muy herido, y precisa médico rápido.

El desconcierto del momento se prolongó algunos minutos más hasta que la luz solar volvió a difuminar una vez más la lobreguez del somero habitáculo. Y unos segundos más tarde vino la gran sorpresa: Inopinadamente para Stella por la abertura del techo de la cueva cayó un gran trozo de lienzo de la derruida pared que fue a quedar ligeramente adelantado respecto al lugar que el grupo Stella-Piotr formaban, para segundos después precipitarse hasta el suelo una figura humana, el mismo brigada Pflaume, que aterrizó sobre su vientre, cuerpo a tierra boca abajo y en perfecta posición de disparo con una Walther MP 40 enfilando el lugar donde estaban Stella y Piotr. La masa de cascote, adoquín y mampostería que previamente arrojara por la oquedad del techo estaba entre la posición ocupada por Pflaume y el lugar donde estaban la muchacha y el herido: Por el oído, el brigada Pflaume había calculado perfectamente desde dónde provenían las voces de ella, con lo que tenía bien localizada su posición. Stella entonces se limitó a levantar ambos brazos en el universal gesto de rendición y Pflaume se fijó casi con más detenimiento en el cuerpo con uniforme alemán que, inerte, la mujer mantenía acunado sobre su regazo. El brigada alemán alzó los ojos, centrándolos en los femeninos y lo que vio le agradó y, lo que era mejor, le tranquilizó, porque esos ojos no transmitían odio pero miedo tampoco. Más bien al brigada Pflaume le pareció ver en ellos anhelo, súplica… Y estuvo seguro que no era por ella, sino por el cuerpo inerte que acogía en su regazo, un cuerpo con uniforme alemán. Era él, el alemán aquél, quien la preocupaba. Aquí, el brigada Pflaume hizo lo que en principio era una locura, pero que él entonces, en ese momento, sabía que no era riesgo alguno pues también estaba seguro de que, entonces, aquella mujer, aquella fusilera que Dios sabría cuántos “palotes” tenía su cartilla de aciertos, no era una enemiga, sino sólo un pobre ser atribulado. Por eso, se levantó, bajó la MP 40 y resuelto se dirigió hacia la mujer y el alemán inerme mientras gritaba

  • Mi teniente, es una mujer, inofensiva, con uno de los nuestros herido.

Pflaume se acercó a Stella con sonrisa abierta, esa sonrisa que decimos “De oreja a oreja”, para decirle

  • Tranquila princesa, no pasa nada.

Entonces, mientras el brigada fijaba su vista en el herido y le volvía hacia sí la cara, una nueva figura con uniforme alemán se dejó caer abiertamente hasta el suelo de la cueva seguido al instante por otras cuatro figuras más, también uniformadas: El teniente Franz Bauer, el sargento sanitario Hans Fritzke, dos “guripas” sanitarios y otro más, simple “grenadier”. Sí, quienes acababan de llegar a la aldea eran los hombres de la IVª Compañía, los eternos “enemigos íntimos” de la Compañía Baida.

Entonces, cuando el teniente Bauer se acercaba a la más que extraña pareja formada por una fusilera roja y un soldado alemán, el brigada Pflaume gritó

  • ¡La madre de Dios! ¡Es Hesslich mi teniente! ¡Peter Hesslich ni más ni menos!

Aquello ya sí que era increíble para todo el mundo: Una fusilera de la Compañía que les estaba partiendo el cuello desde ya ni se acordaban cuándo, junto al “Gran Cazador” de hembras rojas… Y, desde luego, sin traza de enemistad entre ellos… Sí, increíble…

Pero aún más estupefacto quedó Franz Bauer cuando se apercibió de las insignias de mando que la mujer ostentaba: Eran de oficial, de teniente exactamente, lo que indicaba que no debía ser una fusilera cualquiera, sino una de élite, de verdadera élite… Lo mismo, aquella “Gran Cazadora” de hombres que tan caro se estaba cobrando la invasión de su Santa Rusia en gente de la IVª Compañía… ¡Inaudito!... Sin duda, inaudita tal relación entre antagónicos “Ases” en el arte de matar…

Pero la realidad era la realidad, y esa realidad era que Hesslich, de verdad y como ella proclamara, estaba mal, muy mal… Eso, a simple vista se veía. Se volvió al sargento Fritzke para decirle

  • Encárgate de Hesslich, Hans.

El sargento Fritzke se adelantó hasta el herido Hesslich y con el machete rasgó la pernera del pantalón hasta arriba, con lo que el muslo tumefacto quedó al aire y la vista. Y lo que vio no le gustó nada: No era médico, pero casi: A meses de obtener la licenciatura en Medicina, allá por Abril de 1940, le movilizaron para servir en unidades Sanitarias y, tras tres años de ver e incluso a veces tratar heridas por arma de fuego, reconocía bien cuándo una de estas heridas estaba a punto de gangrenar, y la que veía en Hesslich era una de esas.

  • Ante todo hay que sacarle fuera, libre de este ambiente de podredumbre y suciedad, paraíso de todo tipo de gérmenes.

El teniente Bauer asintió y se dirigió a Stella, alargándole la mano para ayudarla

  • Ya ha oído señorita…

Stella le miró con ojos duros para anteponer

  • No señorita, teniente. Teniente del Ejército Rojo Stella Antonovna Korolenko. Y eso es lo único que le voy a confesar por mucho que me halague o torture.
  • De acuerdo, teniente Stella Antonovna Korolenko. Pero sigue siendo necesario salir de aquí cuanto antes. Permítale ayudarle, teniente… Simple cortesía militar: Yo soy el oficial-jefe anfitrión y usted el visitante…

Stella volvió a mirarle y la anterior dureza fue desapareciendo de sus ojos. Al fin, aceptó la mano que Bauer le ofrecía y se levantó, dirigiéndose al boquete del techo que daba acceso al exterior. Bauer la siguió y, cuando ambos estaban bajo el agujero, le preguntó

  • ¿Necesitará apoyarse en algo? Si lo desea puede apoyarse en mi pierna. Con gusto se la doblaré para que usted pueda apoyarse en ella
  • No es necesario… Teniente también, ¿verdad?… Gracias no obstante

Efectivamente, Stella trepó ágilmente al piso de la casa saliendo a continuación al exterior, a la calle de la destruída aldea, para sentarse en el escalón de maderos que daba acceso a la casa. Estaba desconcertada… O mejor, abatida. Por una parte, feliz pues Piotr estaba en vías de salir de aquella, pero por otra el futuro la amargaba. Y no porque tal vez ese futuro no existiera pues lo más seguro es que se limitara a un pelotón de ejecución, en el mejor de los casos, o a la horca… O cualquiera sabe a qué. No, eso no la preocupaba pues lo tenía asumido. De antiguo lo tenía asumido, desde que fuera consciente del amor que sentía por Piotr sabía y deseaba que el final llegara en forma de un disparo compasivo. Pero también eso significaba perder a Piotr, separarse para siempre  de él…

Entonces llegó a su lado el teniente Franz Bauer. Se sentó junto a ella y, sacando del bolsillo un par de “papirosa” (3) ofreció uno a la muchacha que lo declinó

  • Le amas. Es tu hombre, ¿verdad?

Stella asintió con la cabeza. Luego dijo

  • Por favor teniente, fusíleme; no me entregue a las SS. Se lo suplico, teniente
  • No hablemos de eso ahora… O bueno, sí. Mi obligación sería entregarte al mando como prisionero de guerra.... Pero eso no quiero hacerlo, acabarías en manos de la SD, los SS que se ocupan de los prisioneros rusos que desde luego te ahorcarían. No he hablado con mis hombres, pero sé que ellos piensan como yo: Lo cierto es que, por el motivo que sea, si Hesslich sobrevive será gracias a ti…

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Peter Hesslich sobrevivió. El sanitario sargento Hans Fritzke, el que por meses no obtuvo la titulación médica, a pesar de no tener autorización para ello, pues oficialmente no era médico de la Wehrmacht, operó al brigada Hesslich limpiándole la herida; seccionó la carne emponzoñada lavó y esterilizó la zona herida con agua limpia y sulfamida en polvo. Vendó luego la herida debidamente e incluso le marcó un tratamiento a base de sulfamidas por vía oral. Luego fue internado en un hospital militar de Poltava, donde se le reconoció y dio por buena la intervención del sargento Fritzke aunque, eso sí, sin mencionar nombre de cirujano alguno. La operación practicada en aquella ignota aldea debió ser Obra y Gracia del Espíritu Santo... En fin, que aquella pierna estaba bastante bien, a falta sólo de la necesaria recuperación de su vigor y  masa muscular perdida. Allí estuvo Peter Hesslich pocos días, diez-doce, los imprescindibles para poderle trasladar a otro hospital más hacia el oeste, más cercano a Alemania, en la ciudad de Minsk. Allí pasó poco menos de dos meses, para por fin transferirlo a otro, este ya en Alemania, al sur de Berlín, donde le dieron de alta con la licencia absoluta de las Fuerzas Armadas, la Werhmacht, hacia las Navidades 1943-44 por Inválido de Guerra.

En todo este peregrinaje de hospital en hospital le acompañó una mocita rusa, Stella Antonovna Korolenko, una campesina que casualmente le encontrara en plena estepa malherido y que se apiadó de él cuidándole y escondiéndole de los soldados rojos, que en el hospital al sur de Berlín cambió su nombre por el de Stella Antonovna Hesslich al contraer matrimonio con el brigada Peter Hesslich, pues la pareja se había enamorado en el transcurso de esos meses. Para la dispensa de los oportunos permisos no hubo pega alguna, pues la rusita, amén de haber salvado al soldado alemán, coincidió con ser una ferviente patriota rusa anti-bolchevique. En fin, milagros que a veces logra el amor y, cómo no, las personas de buena voluntad, haciendo verdades de las mentiras piadosas.

Desde que Hesslich fuera licenciado el matrimonio Peter-Stella vivió en el mismo suburbio berlinés que ubicaba el hospital donde él fuera dado de alta y licenciado de la Wehrmacht hasta los primeros días de Marzo de 1945, cuando Peter Hesslich dijera a su mujer que preparara lo imprescindible para viajar pues se marchaban de aquel Berlín amenazado por el avance soviético y de la propia Alemania, entonces la tierra del horror y de la muerte. De la Guerra, ese cuarto Caballo del Apocalipsis en definitiva. Una Alemania que para Hesslich se acabaría para siempre a partir de la ya más que cantada derrota, una derrota de la que la nación germana jamás podría salir pues, con más o menos razón, los vencedores nunca se lo permitirían.

De modo que en el once o doce día de aquel mes de Marzo Peter Hesslich y Stella Antonovna salieron de aquel Berlín al que fluían refugiados de los estados de Silesia, Pomerania y parte de Mecklemburgo, ya en manos del Ejército Roo y de ella escapaban enormes masas de gente aterrorizada ante el avance soviético.

El viaje o más bien peregrinaje fue inenarrable: No muchas veces en trenes atestados o simples vagones de ganado que a cada nada debían ceder el paso a convoyes militares que iban o regresaban de los cambiantes frentes,  y bastantes a pie a través de carreteras atestadas de gente y vehículos de toda clase y condición demasiadas veces tirados por caballos, acémilas e incluso bueyes; vehículos que las más de las veces no eran los típicos carros o carretas de tracción animal, sino automóviles y hasta camionetas, camiones incluso, en los que la gasolina se trocara en animales de tiro. Carreteras que no pocas veces se abarrotaban aún más con el tránsito militar, coches y camiones cargados de soldados y blindados, carros de combate artillería autopropulsada, los famosos cazacarros “Ferdinand” y “Elephant” o los “Marder”, más los “Wespe” o los “Hummel” de 105 y 155 mm. También las piezas remolcadas, bien por vehículos motorizados bien por tracción animal de 105, 155 y 205 mm. Y las interminables columnas de soldados que a marchas forzadas, a golpe de “pinrel”, avanzaban allá donde más necesarios podían ser. La Werhmacht de 1945, triste caricatura de aquella otra de los días de vino y rosas de Polonia, Francia… Incluso de la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS en junio de 1941. Una Werhmacht ésta de rostros aniñados o surcados por mil y una arrugas trazadas por la edad, los años vividos, unos rostros arrugados que conocieron las trincheras de la 1ª Guerra Mundial, la de 1914 a 1918, unas trincheras que esa generación de jóvenes robustos que integrara la Werhmacht de cinco años antes no conoció, esa generación juvenil que ahora en buena parte descansaba bajo la tierra soviética principalmente, pero también bajo los arenales norteafricanos, el suelo italiano y la tierra de la campiña francesa tras el desembarco de Normandía en Junio de 1944. Una Werhmacht ésta que, a pesar de sus rostros de niño o de demasiado adulto, supo, no obstante, estar a la altura del tesón, el sacrificio y el valor de aquella otra de 1940, 41, 42 e incluso 1943, pues en Abril de 1945 y en los bosques del Rhur se dieron los tal vez más sangrientos combates de la guerra, donde ese Ejército de casi niños y casi viejos, derrotados una y otra vez por un enemigo que sólo en número, sin considerar la diferencia de medios, les superaba en proporciones de entre uno a cuatro y uno a seis, pero que a veces llegó a, más o menos, diez a uno. Una Werhmacht que, si en el Oeste defendía la tierra patria de palmo a palmo, de metro a metro, en el Este sabía aguantar hasta morir, sí, hasta morir esos casi críos y esos casi ancianos para que la población civil de las extensas zonas que los soviéticos iban ocupando en forma paulatina pero inexorable, pudieran escapar, huir de la barbarie desatada por ese Glorioso Ejército Rojo en terrible venganza por la indudable barbarie del nazismo, pero también de algunas unidades de la Werhmacht, no tantas como se suele decir, pero sí algunas; pero sí algunos oficiales, jefes y generales fieles a los bárbaros designios de ese “Fürer”, Adolf Hitller; de ese sicópata criminal, Adolf Hitller, olvidándose esos oficiales, jefes y generales del honor de su uniforme, del honor de su Patria, de Alemania, arrastrado por el fango internacional por ellos, los primeros obligados a mantenerlo y defenderlo, como la mayor parte de sus camaradas hicieron, y por los no menos sicópatas nazis de las SS, la Gestapo, los Gauleiters y demás oficiales de la Administración Nacional Socialista. Unos oficiales administrativos que, además, entonces, cuando el barco se hundía sin remisión, escaparon en su mayoría, cobardemente, dejando abandonada a la población civil a su cargo, sin siquiera avisarla de la cercanía del Ejército Rojo según las instrucciones al respecto recibidas directamente de su “Fürer” Adolf Hitller, exigiendo que esa población civil permaneciera en sus casas hasta el final: “Si Alemania pierde esta guerra, el pueblo alemán no tendrá derecho a sobrevivir. Deberá sucumbir, desaparecer, con Alemania” Esa “amable” y “patriótica” afirmación la hizo muy poco antes de morir, de sustraerse a la Justicia Humana, cuando ya los rusos estaban en las calles de Berlín, cuando la llamada “Batalla de Berlín” estaba en pleno apogeo.

Pero volvamos a la pareja formada por el matrimonio Hesslich. En los primeros días de Abril, coincidiendo con la eliminación por los norteamericanos de las divisiones alemanas cercadas en la bolsa de Colmar, entre Estrasburgo y la frontera germano-suiza, Peter Hesslich y Stella Antonovna llegaron por fin a Singen, por entonces todavía una no muy gran ciudad, en el estado de Baden, hoy Baden-Würtemberg, a escasos ocho o diez kilómetros de la frontera suiza. Cuando Hesslich dijo a Stella lo que se proponía, huir de Alemania hacia Suiza, la previno del duro e incierto viaje que sería marchar desde Berlín hasta la frontera; y lo complicado que sería atravesar los bosques y montañas que cubrían toda aquella zona fronteriza, con las continuas patrullas de la Policía de Fronteras acechando a cada paso con órdenes de disparar a matar contra cualquier sospechoso-sospechosa de querer desertar, huir de aquella Alemania prácticamente desmoronada ya.

Cuando le escuchó, Stella se echó a reír alegremente

  • ¡Juego de niños Piotr, lo de burlar a esos guardias!. ¿Acaso no te paseaste por entre mis camaradas de la Compañía Baida? ¿Acaso yo no me filtré entre tus camaradas cuantas veces quise? ¿Son esos guardias mejores que mis camaradas o los tuyos, allá, junto al Donetz? Juego de niños, Piotr, juego de niños. Y el viaje lo superaremos cariño, ya lo verás. ¡Nada podrá con nosotros, nada nos detendrá! ¿Es que no tenemos la piel dura, Piotr? Sobrevivimos al Donetz, a la guerra en primera línea querido mío… ¿No vamos a poder con ese viaje, por penoso que sea? Iremos hacia la Paz, hacia la Libertad mi amor y… ¿Nos vamos a rendir Piotr? ¡Seremos libres, cariño, libres! Ahora sí que escaparemos a la guerra; ahora sí que “voyna” rota, no más “voyna”, no más guerra…

Cuando la pareja llegó a Singen venía cansada hasta casi desfallecer por lo que decidieron descansar allí algún tiempo, un par de días al menos que al final fueron tres. Para encarar los pocos kilómetros que todavía les separaban en sí de Suiza no hubieran necesitado descansar; en todo caso, una sola noche. Pero no se iban a quedar en medio del bosque fronterizo suizo, sino que el plan de Hesslich era alcanzar la localidad suiza de Schaffhouse, distante unos veinte kilómetros de Singen. ¿Por qué esa ciudad precisamente? Pues porque cuatro kilómetros está Büsingen, un pueblecito alemán entonces de no muchos más de mil habitantes y menos de ocho Km. de extensión. Pero Büsingen presenta una particularidad: Está aislado del resto de Alemania pues el territorio suizo le rodeaba por completo. Era, y es, una población alemana enclavada dentro de Suiza, con lo que se libró de la guerra que hasta allí no llegó. Ni siquiera llegó el nazismo, pues allí nunca hubo afiliados al partido hitleriano, siendo la única autoridad el tradicional alcalde elegido por sus vecinos en forma apolítica.   Tras buscar y buscar encontraron una simple habitación en la casa de una viuda con dos hijos más bien pequeños, pues el mayor apenas alcanzaría los doce años en tanto que el otro, eran dos chicos, no pasaría de los diez. Aquella noche fue la primera en más o menos un mes que volvían a dormir en una cama de verdad. Se acostaron tan pronto pagaron su dinero a la mujer y ésta les dejó solos en la habitación, pues precisaban más un buen descanso que un plato caliente. Aunque tampoco de éstos, los platos calientes, andaban precisamente sobrados entonces. De modo que se acostaron más que rápidamente y de inmediato el sueño les venció a los dos, abrazando Piotr a Stella cuál era su costumbre desde que iniciaron su vida en común, en tanto Stella se acogía como gatita ronroneante al cuerpo de su marido. No sabía cuánto tiempo llevaría durmiendo cuando Stella medio abrió los ojos todavía adormilada. Su primera impresión, aún y cuando estuviere todavía más dormida que despierta, fue de frío. Sí, esta impresión, ese ligero zarpazo de la Madre Naturaleza es lo que debió despertarla. Y sintió la necesidad de acurrucarse, más todavía, al cuerpo de su marido buscando calor por lo que lanzó decididamente hacia atrás su espalda, pero más que nada esa parte de la anatomía humana en la que se suele decir que la espalda pierde su muy digno nombre. Y entonces notó algo que, por cierto, para ella resultaba bastante familiar: Esa cosa bravía de la anatomía de Piotr, fuete y dura en todo su esplendor, que tan bien conocía esa parte por antonomasia íntima de su ser femenino. Y vaya si entonces no la notaba como en sus mejores momentos anteriores. Y, de pronto, fue consciente de que las manos de su marido acariciaban sus senos por debajo de la camisa con que se acostara y libres de las apreturas del sujetador. Se sonrió, ahora ya enteramente despierta ante las más que agradables sensaciones que experimentaba, y con sonrisa más pícara que juguetona, aunque de las dos había en esa sonrisa, se volvió a Piotr hasta encontrarse ambos de cara

  • ¡Con que mi maridito se ha despertado juguetón!

Y a qué seguir relatando lo que a continuación sucedió, y no sólo esa primera noche en que volvían a degustar las mieles de una verdadera cama tras de muchos días, sino también las dos siguientes que en aquella habitación pasaran. Pero lo notorio no fue que más o menos veces practicaran eso que solemos llamar “Hacer el Amor”, sino que aquellas noches fueron las primeras que Peter Hesslich y Stella Antonovna decidieron escribir cartas a la cigüeña, certificadas y con acuse de recibo, cosa en la que en lo futuro reincidieron con denodado entusiasmo, por lo que los resultados de tanta carta certificada y con acuse de recibo a tan zancudo y especial destinatario son fáciles de imaginar: Una más que insigne colección de “rorros”, masculinos y femeninos, pues ya puestos Piotr-Stella pensaron que en la variedad está el gusto.

En fin, que la cosa fue que tras pasar dos días y tres noches al amparo de la habitación que la viuda de Singen les alquilara, en la madrugada del que sería tercero que allí les amanecería abandonaron la ciudad en el mayor sigilo para encarar la última jornada de su viaje hacia la Paz y la Libertad. En verdad que esta última etapa sería la más difícil, pues el territorio a cruzar sólo lo conocía Hesslich en los muchos mapas consultados, pues Stella ni eso. Y claro, pasar del mapa al terreno, a la tierra firme, era bastante complicado, pues allí, en los bosques que se abrían a poco de salir de la localidad de Singen, ya no disponía de las referencias que el mapa otorgaba y todo dependía de su propio sentido de orientación. Disponían para mejor orientarse de brújula y cronómetro. Entre Peter Hesslich y Stella Antonovna habían trazado una ruta más bien imaginaria: Partiendo de fijar en la brújula el punto justo que señala el oeste, le aplicarían un ángulo en rumbo oeste-suroeste que, tras cubrir diez-once kilómetros estarían seguros de estar ya en territorio suizo. Entonces, a esa ruta oeste-suroeste, le aplicarían otro ángulo que definiría una variación en la ruta seguida más aún en sentido oeste-suroeste que casi seguro les llevaría a la localidad suiza de Schaffhouse o al menos a sus proximidades, donde lo más seguro era que encontraran informantes que les dirigieran directos a esa ciudad suiza, meta final de su viaje. El cronómetro les diría con una mínima precisión los kilómetros recorridos en esa primera parte de la ruta hasta Schaffhouse, cuestión vital para establecer con seguridad que ya pisaban en suelo suizo.

Como Stella Antonovna pronosticara, burlar las patrullas de la Policía alemana de Fronteras, una vez más los omnipresentes hombres de la SS, fue juego de niños para ellos dos, deslizándose como sombras entre los mismísimos SS, que ni siquiera llegaron a presumir su presencia. Y sí, el objetivo buscado en Suiza, la ciudad de Schaffhouse, le erraron en principio pues no le localizaron en el primer momento, sino que llegaron a un claro donde varios hombres faenaban talando árboles, y ellos les pusieron en dirección a la carretera que directamente les llevó a su destino. El entenderse con aquellos hombres y con los vecinos de aquella parte de Suiza no tenía problema ninguno, pues toda la región y bastante más que la inmediata región del Cantón de Schaffhouse, es germano parlante, es decir, habla alemán.

Todavía Hesslich se acercó a la linde que marcaba el territorio alemán de Büsingen, añorando su Alemania natal, tan cerca pero también tan lejos, con toda una guerra separándole de ella. Incluso llegó a pensar que por qué no pasarse a ese rincón alemán en plena Suiza; así estaría, residiría en Alemania, pero lejos de todas formas de la guerra. Lo pensó, sí, lo pensó una y otra vez, pero al final se le impuso la sensatez, la caución: Mejor sería dar tiempo al tiempo; esperar y ver. Si, como esperaba, allí no llegaban los aliados con lo que Stella no correría ningún peligro, ya habría tiempo de regresar a Alemania, aunque sólo fuera instalándose los dos en aquel lugar, alemán indudablemente, pero olvidado por todos, alemanes y aliados, donde la guerra nunca hizo acto de presencia, donde siempre reinó la Paz.

En Schaffhouse el matrimonio Hesslich se presentó en una comisaría de policía donde solicitaron asilo político como ciudadanos alemanes, pues Stella había adquirido esa nacionalidad tras su matrimonio con el brigada alemán, estatuto que les fue otorgado sin problemas pocos días después.

Pero el tiempo demostró a Peter Hesslich que no se había equivocado en lo referente a la localidad alemana de Büsingen pues, efectivamente, no sufrió ocupación aliada alguna. La “ocupación” del minúsculo enclave alemán en Suiza se limitó a la visita de una representación de la Comisión de Control Aliada sobre Alemania, un grupo de oficiales americanos, británicos, franceses y soviéticos, después del 8 de Mayo de 1945, cuando ya la rendición incondicional alemana era un hecho contundente. Esa comisión se limitó a señalar que dicha población quedaba bajo la autoridad de la Comisión e integrada en la Zona de Ocupación norteamericana como parte del Estado de Baden incluido en tal Zona, pero con la autoridad efectiva en manos de su alcalde, por delegación del Mando Supremo norteamericano en Alemania, el general Patton(4), con lo que el matrimonio acabó por instalarse en Büsingen hacia Octubre de 1945, seguros ya de no correr peligro alguno, por lo que, al final, Peter Hesslich regresó a su Alemania natal sin como aquel que dice salir de Suiza.

Pero también el paso del tiempo demostró a Peter Hesslich lo acertado de aquella intuición que le llevó a huir de Alemania al desconfiar vivamente de los muy demócratas norteamericanos y lo que pudieran hacer con la legión de refugiados procedentes del Este europeo que se concentraban en tierras germanas, pues supo perfectamente cómo esos modélicos demócratas entregaron al terror bolchevique de la URSS y su entonces país satélite, la Yugoslavia de Josip Broz “Tito” a todos esos refugiados, refugiados que fueron masacrados ante las mismas narices de americanos y británicos que, no obstante a presenciar cómo civiles yugoslavos, croatas en su mayor parte y entre los que no faltaban mujeres y niños, eran asesinados sistemáticamente, siguieron entregando nuevas víctimas a unas masacres para las que nunca hubo Tribunal Internacional de Justicia.

Desde mediados/fines de Noviembre de 1945 y hasta al menos marzo de 1946, a pesar del estado de postración en que quedó la población alemana tras la rendición incondicional y la ocupación aliada, Alemania conoció un Boom de nacimientos espectacular. Millares y millares de niños alemanes que vinieron al mundo a lo largo de esos meses en una explosión de natalidad que coleó hasta, prácticamente, fines del 46 e incluso primeros meses de 1947. Se diría que los hombres y mujeres alemanes se volvieron locos de mutuo amor o que en brazos de Eros consolaron las cuitas de la derrota… Mas no fue así, pues esos niños no eran hijos del amor de sus padres, ni siquiera de la búsqueda de consuelo en sus vidas rotas. No, ni hablar, pues esos niños eran la respuesta de la Naturaleza a las muchas, muchísimas violaciones de mujeres alemanas en aquellos días de Mayo, Junio, Julio, Agosto…. Y ni sabe qué meses más de 1945, 1946, 1947…

Pero tampoco sería descabellado que alguna de aquellas criaturas hubiera sido concebida en el mutuo amor de sus padres, que de todo hay siempre en la viña del Señor. Y eso mismo es lo que pasó con una niña alemana nacida en las Navidades de 1945/46, poco después de la Noche en que los cristianos celebran el nacimiento de Cristo Jesús. Esa niña se llamó Stella, como su madre, y se apellidó Hesslich, el apellido de su padre y de su madre; por último, nació en un pueblecito alemán de cuya existencia como quien dice sólo tienen noticia los habitantes del lugar y sus aledaños, todos ellos suizos, que no alemanes. Sí, Stella Hesslich, primer fruto del gran amor que unía a sus padres, el antiguo brigada de la Werhmacht Peter Hesslich y la que en tiempos fuera sargento del Ejército Rojo Stella Antonovna Hesslich, de soltera Korolenko.

 

F I N   D E L   R E L A T O

NOTAS AL TEXTO.

  1. Hasta primeros de los años 80 no hubo información fidedigna de la “Operación Ciudadela”/Batalla de Kursk, pues la única información manejada provenía de relatos de esta batalla narrados por sus protagonistas soviéticos, en especial del que fuera Teniente General del Ejército Rojo y comandante en jefe del 5º Ejército de carros de la Guardia Pavel Alexeyevich Rotmistrov, que en sus memorias “arrima el ascua a su sardina” cosa mala, y tal versión ha sido admitida por la historiografía occidental en general como verdad establecida. Pero en 1979/1980 los EEUU desclasificaron los Archivos secretos alemanes llevados a Washington desde Berlín en Mayo de 1945, quedando así a disposición de historiadores e investigadores los estadillos de bajas de las unidades alemanas. Es decir, los informes de bajas que las unidades, desde tipo compañía hasta regimiento o división, elevaban al mando. Estos estadillos reducen las bajas muy por debajo de las hasta entonces mantenidas, cifrándolas en 40 carros y 937 hombres el día 12 en Prokhorovka, la mayor y más sangrienta batalla de “Ciudadela”, en tanto el general Rotmistrov las evalúa entre 350 y 400 carros más unos 4000 soldados. La realidad es que entre los días 12 al 16 los alemanes perdieron en total unos 80/100 carros más 1400/1600 soldados. Y no cabe pensar que esos informes falseen la verdad minorando las bajas pues eso, amén de de confundir al mando, redundaría en su contra al no recibir los reemplazos de material y hombres necesario. Pero ¿tiene importancia lo que realmente sucediera? ¿Tiene importancia dilucidar si “Ciudadela”/”Kursk” constituyó una gran derrota alemana o fue la URSS la vapuleada? Francamente creo que no pues el final de la guerra hubiera sido el mismo. En todo caso, que el derrumbe alemán se hubiera producido un tiempo después, a todo lo más un año, lo que sólo hubiera servido para alargar el sufrimiento de todos, muy especialmente del pueblo alemán. En fin, que bien están las cosas como están.
  2. Efectivamente. En la madrugada del 12 de Agosto de 1943 tres Kampfgruppe, Grupos de Combate, de la 3ª División Panzergrenadier SS Waffen “Totenkopf” lanzaron un ataque coordinado sobre el 1º Ejército de carros de la Guardia al que destruye 100 carros cercando varios de sus destacamentos blindados. El 13 los soviéticos lanzan un contraataque que, aunque recupera la aldea de Vysokopol, no puede doblegar la fuerza alemana de la “Totenkopf”, que les hace frente con extrema decisión. A la operación se unen el día 13 las Divisiones Waffen SS “Das Reich nº 2 yViking” nº 5, que el día 16 estabilizan al fin el frente, con lo que concluye la Ofensiva “Rumiantsev”. No obstante, al este de donde se libran estos combates, el mariscal Ivan Koniev con su Frente Estepa sigue avanzando sobre Jarkov, ciudad que recupera el 23 de Agosto.    
  3. Los “Papirosa” son una marca de cigarrillos muy popular en la URSS entre los años 30 a 60 y que aún hoy sobrevive. Es un cigarrillo largo, más que los occidentales, pero con poca carga de tabaco, pues ésta es más o menos un tercio de su longitud. Tiene una enorme “boquilla” que no es sino un tubo de papel más fuerte que el de arroz que contiene el tabaco y sirve como filtro y protección para no quemarse los dedos. Fue creada en 1932 por la empresa tabaquera soviética Uritsky de Leningrado para conmemorar el inicio de las obras del canal Mar Blanco-Báltico por la misma Leningrado o, actualmente otra vez, San Petersburgo, cuyos planos iniciales adornan las cajetillas. Este canal resultó un fiasco, porque diseñado como vía fluvial navegable que uniera ambos mares, su profundidad resultó ser exigua para el calado de los buques que habrían de navegarlo, por lo que fue un gasto inútil, no sólo de dinero sino, lo más trágico, en vidas humanas, ya que como era habitual, la mano de obra salió del Gulag.
  4. Esta localidad es absolutamente real y cierto es que está enclavada dentro de Suiza. También es cierta la forma en que relato cómo los aliados “ocuparon” ese enclave alemán.

 

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