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EL MATRIMONIO DE D. PABLO MENESES. Nueva versión 2

en Erotismo y Amor

CAPÍTUO 2º

Cuando a la noche, ya en casa, se acostaron, D. Pablo se durmió enseguida; desde que se acostó y hasta que se durmió, la estuvo mirando a ella, también vuelta hacia él… También mirándole. Ella seria, él sonriéndole, feliz, todo el rato Y así se quedó dormido, con esa misma sonrisa de felicidad con que la había estado mirando Ya él dormido, ella le siguió mirando, pero ya sin la seriedad, la semi dureza con que le miraba mientras él estuvo despierto, pues tal destello en sus ojos desapareció tan pronto vio que él cerraba los suyos, dormido ya casi…

Sí; le miraba con dulzura, casi con cariño. Esa expresión de su rostro, de infinita felicidad, la conmovía pues se sabía no ajena a su causa La llenaba de ternura hacia él. Porque, por vez primera en muchos años, se sentía, se sabía amada por él, su propio marido

Pero en seguida todo cambió. Sintió miedo, miedo de sí misma, de volver a caer en la misma trampa de hace años, cuando se enamoró de él, cuando se puso novia con él,   cuando se casó con él. A su mente vinieron los recuerdos de aquellos años, cuando ella sólo era Mercedes, la esposa aterrorizada, insegura, desamparada ante un marido dictatorial, prepotente, inicuo. Cuando todavía no existía la señorita Kitty, que vino a rescatarla, a devolverle la seguridad en sí misma, a hacerla fría, indiferente, a los arrebatos ciegamente ofensivos de él. La que le enseñó a despreciarle, casi odiarle, antes que temerle…

Porque ya antes él se había mostrado lo mismo de tierno y cariñoso con ella Fue hace muchos, muchos años. Cuando eran novios, al principio de casarse. Pero eso duró poco; año y pico; tal vez algo más Hasta que empezó la especialización como cirujano en régimen de internado en un hospital; vamos, los inicios del MIR. A partir de entonces él fue cambiando, poco a poco pero inexorablemente, cada vez más y más metido en sus estudios, prácticas y trabajo; trabajo, trabajo y trabajo Y cuando, al fin, a los años de especializarse y trabajar en distintos equipos quirúrgicos, logró la titulación al frente de un equipo propio ya fue el despiporren, dedicado en cuerpo y alma al trabajo y a hacer dinero. Se deshumanizó inenarrablemente, endiosándose y, realmente, despreciando a todo el mundo en grado sumo…

Y, ¿quién le garantizaba a ella que, si se entregaba de nuevo a él, antes o después, no iba a pasar lo mismo? No; lo mejor era no ceder; seguir con sus presupuestos de un principio: No dejarse seducir por estos nuevos cantos de sirena y hacérselas pasar canutas, pasándole las facturas pendiente todas juntas y dobladas

Y con las ideas claras de nuevo y la decisión final ya firmemente tomada, Mercedes dio la espalda a su marido, olvidada de él y su angelical sonrisa, y enseguida se durmió por fin…  Bueno, no tan firme, pues por finales, y cuando se empezaba a sumir en dulce somnolencia, de pronto se espabiló por un momento para decirse que, realmente, tampoco había por qué ser en exceso cruel con él… Que con que la señorita Kitty le tratara como a cualquier otro cliente sería suficiente Y así, con sus primeros propósitos puramente vengativos reconsiderados, es cuando, de verdad, se durmió, tranquila y plácida… Y es que, pensó, que la venganza, el odio sostenido, es un arma que, finalmente, se revuelve contra quién la esgrime… El odio es lo que sostiene y genera la venganza, y el odio acaba por amargar y destrozar la vida de quien se deja dominar por el odio… No; odiar no es conveniente, porque  quien odia acaba por odiarse a sí mismo

A la tarde siguiente, cuando la señorita Kitty entró en el bar-club de Alberto Alcocer, D. Pablo, que desde un rato antes ya estaba allí, esperándola, se levantó para, con su mejor sonrisa, salirle al encuentro. Se dieron la mano y se besaron en las mejillas, como por entonces ya se solía hacer entre amigos y amigas, chicos y chicas, invitándola a continuación a sentarse en una mesa y, ante dos vasos de whisky empezaron a departir animadamente hasta que, al rato, la señorita Kitty tiró de D. Pablo rumbo a la habitación en la casa de Dª Asun

Y sucedió que, efectivamente, esa tarde D. Pablo aguantó como bueno hasta que la señorita Kitty acabó no una, sino hasta dos veces casi seguidas Fue esa la primera mejor relación íntima de su vida, pues D, Pablo la hizo disfrutar como nunca ningún hombre, ninguno de los clientes con que la señorita Kitty se acostara antes, nunca lo hiciera

Y se dice que la primera mejor relación sexual de su vida, porque a aquella primera relación completa entre D. Pablo y la señorita Kitty, siguió una segunda y una tercera, que constituyeron las segunda y tercera mejores relaciones en la vida de la mujer que era tanto Mercedes como Kitty. D. Pablo no se cansaba nunca de hacer dichosa a la señorita Kitty, ni la señorita Kitty de disfrutar con D. Pablo… Y de hacerle disfrutar

Y no se piense que esas hasta tres veces que esa tarde la señorita Kitty lo “hizo” con D. Pablo constituyó un, digamos, “tratamiento” especial a tal cliente, sino que, al menos técnicamente, tal atención podría entenderse como forma habitual en que la señorita Kitty ejercía la prostitución. En la prostituta normal y corriente, lo normal es no implicarse personalmente en la relación profesional, por lo que es difícil que disfrute de tales relaciones; ella es una profesional que realiza un trabajo a cambio de un dinero y punto…

Pero en la señorita Kitty eso no era exactamente así, sino que la implicación personal, limitada, eso sí, al placer físico que la relación sexual en sí genera, era más importante que el dinero que tal relación le reportaba, sin, desde luego, renunciar en modo alguno a ese beneficio, pues ella ni a Dios perdonaba nunca ni un duro. Por eso, y también a diferencia de la profesional normal y corriente, que siempre es elegida por el cliente, pues ellas, generalmente, aceptan a todo bicho viviente que se les arrime y acepte el precio que ella pida, a la señorita Kitty no la elegía cliente alguno, sino que era ella quién decidía con quién se iba y con quién no, dependiendo de la facha del tío, si le gustaba o no le gustaba…

Así, también la relación que establecía con el cliente elegido difería también bastante de la  establecida entre la prostituta común y su cliente, pues ésta, al fundamentar la relación en el dinero, la da por concluida cuando el cliente eyacula; pero la señorita Kitty esto no solía hacerlo, sino que cuando los dos, ella y el cliente, llegaban al fin al orgasmo, a poco que aquello la hubiera satisfecho, se quedaba en la cama junto al cliente, abrazada a él, disfrutando los dos de sus mutuas caricias, y lo normal es que lo volvieran a hacer al menos una segunda vez. Claro, si el tío aguantaba, que por lo general sí, pues ella sabía perfectamente con quién subía y lo que de él podía esperar

En consecuencia, era bastante normal en ella mantener una única relación por tarde; en todo caso dos, pues era raro que en una misma tarde llegara a las tres, pues rara vez no superaba la hora cada relación, siendo bastante normal las dos horas y hasta algo más alguna que otra vez O sea, que lo dispensado a D. Pablo entraba, por completo, dentro de lo absolutamente normal en su relación prostituta-cliente

Otra cosa, era la mayor o menor satisfacción obtenida, el afecto que el cliente pudiera despertar en ella, que también, a veces, esto influía en la elección del cliente, pues ella, para aquellas alturas, había establecido algún que otro lazo de confianza y amistad con algunos de sus clientes, pues no todos eran lo mismo de simpáticos y agradables en su trato, educados y  demás, lo que tampoco implicaba que tales lazos llegaran a ser románticos o amorosos, que no; en modo alguno… Aunque, todo tiene siempre sus excepciones, y D. Pablo… Pues ni ella misma lo sabía… Aunque, desde luego, y desde aquella primera vez en que él se le fue sin decir adiós, el tipo había quedado clasificado entre sus más que buenísimos amigos Y ello, más aún desde aquella segunda vez, en la que él le cumplió mejor que el mejor

A partir de aquella tarde, D. Pablo pasaba por el bar de la calle Alberto Alcocer al menos un par de tarde a la semana. Cuando iba lo hacía poco antes de las siete, la hora a la que solía llegar la señorita Kitty, que nunca llegaba antes, sino no tan pocas veces algo después. Y, tan pronto entraba ella en el local allá iba él a su encuentro, con su inveterada copa de coñac en la mano

  • ¿Me aceptas una copa, Kitty?

Le decía tras besarla en ambas mejillas y ella, sonriente, se la aceptaba, con lo que seguidamente se sentaban en una mesa; él se acababa la copa de coñac y ella consumía lo que le habían servido, para seguidamente levantarse y subir a la casa de Dª Asun, a la habitación que les señalaba y estar allí, gozándose, él de ella, ella de él, entre hora y media y dos horas… Alguna vez incluso más…

Luego, él solía marcharse y ella, a veces volvía a ligar con otro cliente, a veces no; a veces subía a la casa de Dª Asun con el cliente ligado, a veces se limitaba la cosa a charlar con él animadamente hasta que a eso de las diez menos algo, definitivamente subía a la casa de la “madam” a cambiarse, desapareciendo desde entonces la “señorita Kitty” hasta la tarde siguiente.

Aunque esto último sólo pasaba cuando la relación con D. Pablo se había extendido tanto que ya ni una hora le faltaba para marcharse definitivamente, con lo que al tío le decía que la dispensara, pero que ya no le merecía la pena subir con él a la habitación para tan poco tiempo… Unas veces el tío pasaba por limitar la cosa a departir con ella, otras la mandaba a paseo ante la negativa, casos estos en los que se quedaba sin ligar tras estar con D. Pablo

Pero también otras veces pasaba que, cuando él y Kitty dejaban la casa de Dª Asun, ella le pedía que la invitara en el bar, con lo que esas tardes estaban juntos hasta que ella, pasadas las nueve y media de la noche, le pedía que la perdonara, pero que ya era hora de regresar a su casa, con lo que él se marchaba del bar y ella subía a cambiarse y volver también a casa, algo después de cuando él lo hacía

Por cierto, que al cuarto o quinto día que subía con él a casa de Dª Asun, en el ascensor, cuando, como tenía por costumbre, D. Pablo le entregó el billete de cinco mil que cada día que iba le pagaba, ella se lo devolvió. D. Pablo se quedó a cuadros con ello, y ella le dijo

  • No te hagas ilusiones, que no es que ya no te vaya a cobrar… Ni que hoy no te cobre, que ya lo creo que te cobro el “polvo” de hoy; pero ¿sabes?... Eres un pardillo… Te vengo cobrando dos mil “calas” (pesetas, en argot) de más cada vez… Y como eres un pardillo, a pesar de que te creas otra cosa, pues me das pena, y he decidido ser cabal contigo… Luego, ¿Cuántos días te he cobrado cinco “verdes”? Lo menos cuatro… O sea, que te debo, al menos, ocho mil… Menos tres mil de ahora, todavía te debo mil pavos, al menos… Bueno, pongamos que seis mil pelas, para redondear… Y ni un duro más estoy dispuesta a descontarte, nene… Así que me follas por la cara también mañana y pasado y a la paz de Dios, hermano… 

Y, ¿cómo iban las cosas en la casa, durante ese tiempo?... Pues más o menos como antes; con D. Pablo tan insoportable como siempre, formando la pelotera hache por lo más nimio… Que no había hielo en el cubo al efecto, porque las coca colas no estaban donde debían O, simplemente, por si un cuadro, a lo mejor, estaba algo torcido En fin, que Mercedes siempre era una desmanotada que apenas servía para nada y demás

Y por no hablar de cuando la formaba parda con Pablito, que era un día sí y otro también, aunque, admitámoslo, en estos casos razón no le faltaba, pues el nene era de alivio. Y claro, tampoco Mercedes se iba de rositas, sino que a la postre era la principal pagana, pues ella era la culpable de que el “niño” fuera así

Pero una cosa empezó a pasar, que antes no sucedía, y es que Mercedes, cuando D. Pablo se la liaba, a las primeras de cambio, se marchaba de casa; en fin, que de la noche a la mañana, había decidido que le aguantara su pastelera mami cuando le daba por ponerse borde. La primera vez que tal ocurrió él se quedó desconcertado unos minutos, hasta que comprendió; entonces, también él salió despendolado hacia el famoso bar de Alberto Alcocer donde, como esperaba, encontró a la señorita Kitty, prácticamente esperándole. Y allí, entre ellos, todo eran sonrisas y buena armonía hasta terminar los dos encamados, prodigándose mutuamente zalemas y carantoñas

Y aquello, periódicamente se reproducía: Él, D. Pablo, el tonante marido de Mercedes, sacaba sus demonios a pasear por la casa y, al punto, Mercedes salía por la puerta para, un par de minutos después, lo justo para evitar juntarse con ella en el garaje, D. Pablo hacer exactamente lo mismo. Era como una consigna o clave tácita: Ella se iba, él le daba unos minutos, para no encontrársela abajo, y salía tras ella. Se encontraban en el famoso bar, y mutuamente se consolaban sus cuitas de personas casadas e infelices en su matrimonio

Y es que la casual irrupción de D. Pablo en la vida del peripatético personaje que era la señorita Kitty, fue una profunda inflexión en las relaciones entre D. Pablo y su mujer, Mercedes Para los dos, y por las razones que fueran, el mutuo matrimonio habíase trocado en prisión que por igual les estaba aniquilando como seres humanos, haciendo que mutuamente se detestasen…

Aquí convendría hacer un inciso en el relato, y ver las causas que habían llevado a la actual situación del matrimonio. Por descontado, que mutuamente se culpaban, descargando cada uno en el otro toda la responsabilidad del desastre en el que la pareja había naufragado, pero la verdad era que, como siempre suele suceder, la culpa les alcanzaba a los dos…

Lo cierto es que ese matrimonio fue mal desde el primer momento… Desde la mismísima noche de bodas. Ninguno de los dos era de Madrid, aunque ambas familias, la de él y la de ella, hacía tiempo que vivían en la capital de España, Pero sucedió que, para casarse, Mercedes quiso ir a su pueblo, un lugar más que pequeño, en el extremeño páramo de Badajoz, junto a la raya con Portugal y a la andaluza Huelva, en la ermita de la Virgen Patrona del pueblo, pero que para la noche de bodas tenían reservada habitación en un hotel madrileño, su “Suite Nupcial”, para estar por la mañana cerca del aeropuerto de Barajas, desde donde iniciarían un brillante viaje de novios por la romántica Costa Azul

Pero pasó que, cuando Mercedes se vio a solas con su marido, en la habitación, le entró un pánico cerval ante lo que se le avecinaba, la por fin primera relación íntima, completa, de su vida. Se puso histérica, reclamando allí y entonces, la presencia de su padre y su madre para que la asistieran en tal trance Pablo se revistió de santa paciencia, tratando de hacerle ver lo absurdo de su pretensión: Que no se preocupara, que él era médico y sabía perfectamente de qué iba la cosa; que tendría mucho cuidado de modo que apenas si notaría nada Pero todo inútil: Al final, aquella noche él la pasó en el suelo, junto a la cama donde Mercedes no quiso admitirle

Y la cosa en las noches siguientes no mejoró, ni siquiera durante la semana que anduvieron por la Riviera francesa, pues él, al principio, durmiendo en el suelo, sobre la almohada, en tanto ella lo hacía en la coma con un almohadón como almohada Luego ella se apiadó un tanto de él, permitiéndole compartir con ella la cama, pero con la almohada de por medio, no se fuera a emocionar él demasiado, por lo que el bueno, paciente, Pablo tuvo que dormir sin nada en que apoyar la cabeza, pues la cama no disponía de más almohadón que el que Mercedes usaba como almohada…

Claro que se produjo, por fin, la desfloración de Mercedes; fue al volver de la Costa Azul. Como era natural, los padres de los dos salieron a esperarles. Cuando, al fin, Mercedes se vio a solas con sus padres, se echó a llorar ante ellos como una magdalena, contándoles sus cuitas conyugales; su marido era un monstruo, sólo pensando en sí mismo y en sus más bajos instintos, pretendiendo continuamente someterla a las peores vejaciones Su padre, tomando a su flamante yerno por un Landrú cualquiera, que a saber a qué actos anti natura pretendía someter a su inocente hija, estaba dispuesto a romperle no ya cara y narices, sino hasta la crisma, hasta el alma.

Pero cuando, por finales, se apercibió que la única pretensión del susodicho yerno era consumar su unión matrimonial  el globo del padre se volvió contra la hija. La tachó de todo, en especial de mala esposa; y hasta de mala cristiana por desoír el Divino Mandato del Génesis; hasta del propio Jesús en el Evangelio: “Y se unirán los dos -marido y mujer- en una sola carne”. Su madre echó de la habitación a su furibundo esposo y, de manera más comprensiva y cariñosa, eso sí, vino a cantarle las mismas “verdades de barquero” que antes le soltaba su señor padre: Que su obligación de esposa era “abrirse de piernas” a su marido, le costara lo que le costase. Y punto

Y Mercedes acabó por “abrirse de piernas” para su marido, aunque haciendo de tripas corazón. Y la experiencia, más traumática para la pobre Mercedes no pudo ser. Y no porque su marido no fuera cuidadoso con ella; no porque no se armara de paciencia y suavidad para penetrarla, sino porque ella estaba algo más que aterrorizada ante el panorama… Vamos, enteramente traumatizada ya de por sí y, todo hay que decirlo, tampoco Pablo supo tranquilizarla ni un ápice. Fue, sí, cuidadoso al penetrarla, paso a paso, sin absolutamente nada de violencia, pero le faltó ternura, calidez de esposo y amante… Faltó la gentileza, el cariño del novio, del amante que también debe de ser el marido, el esposo. Hubo mucha explicación del hecho a la luz de la técnica médica pero una casi total ausencia de caricias que predispujeran a Mercedes a ese hecho, provocando las “ganas” sobre sus inmensos miedos.

Y así pasó; que ella no se relajó en ningún momento, sino que más tensa no pudo estar, con lo que los someros destrozos orgánicos inherentes a la normal desfloración alcanzaron niveles desastrosos por la falta de lubricación en aquella vagina, tanto que su propio marido, siempre en su papel técnico de médico eficiente, tuvo que dispensarle tratamiento que arreglara lo destrozado. Aquello siguió repitiéndose de vez en vez, consintiendo ella, volviendo a abrirse de piernas para él cuando el estado de su vagina lo permitía, aunque cada acto sexual representara para ella, Mercedes, una autentica tortura. Y así fueron las cosas hasta que, por fin, creyó estar embarazada…

Entonces vino un nuevo fallo, garrafal, de Pablo. Ella estaba toda ilusionada, y muy especialmente por poderle ofrecer a su marido el primer fruto de sus entrañas, esperando que él saltara de alegría ante la noticia, como era normal en todos los maridos, todos los futuros padres; como su propio padre saltó de alegría cuando su madre le dio la misma noticia a su marido que ella ahora daba al suyo. Pero la única reacción de Pablo fue hacerle un análisis de sangre para confirmar que la noticia no era una falsa alarma, amén de, en caso positivo, comprobar el estado general de su mujer ante el embarazo que le esperaría

Fue la puntilla para las íntimas relaciones de la pareja, pues ella, desde entonces, se empeñó en cerrarse de piernas, a cal y canto, para su marido. Para ella, estaba ya libre de deberes, obligaciones, a tal efecto: La unión de cuerpos en una sola carne, como ordenan las Escrituras, ya la había consentido y el fruto de su vientre ya estaba ofrendado al padre, luego… ¿Qué otras obligaciones se le podían pedir? Ninguna…

Entonces, ¿cómo surgió la “señorita Kitty”? El tiempo también pasó para Mercedes, y bastante más que para su marido. La segunda mitad de los sesenta, trajo el inicio de una como revolución en ciertos sectores de la sociedad española, la juventud universitaria muy especialmente, pero también entre parte de las mujeres españolas que, por aquél entonces, empezaron a salir de casa para no sólo ser amas de casa, esposas y madres, sino que también empezaron a trabajar fuera de casa, como resultado de la famosa “Sociedad de Consumo”, que multiplicó los gastos de las familias al incorporar a la vida diaria comodidades antes negadas, televisores, lavadoras automáticas, etc.…

La vida empezó a variar, pues ya los españolitos no se conformaban con tener cubiertas las básicas necesidades, sino que comenzaron a demandar niveles de vida superiores, en los que lo que antes se consideraba superfluo pasaba a ser básico, por ejemplo, el coche, pues los sesenta son s años de lla motorización del españolito medio, con el ultra famoso “Seat 600”…

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INCISO: Recuerdo un chiste de la época que decía: “Hoy día, todo el mundo tiene coche; y el que no lo  tiene, posee un “600”

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Y el sueldo del marido no alcanzaba a cubrir ese nuevo nivel de vida que la sociedad demandaba. Recuerdo un eslogan, hoy por entero olvidado -¡el tiempo no perdona!- pero muy en boga por entonces: “Arrímale el hombro a tu hombre”… Fue el comienzo de la igualdad hombre-mujer, pues ese mismo eslogan fundamentaba esa igualdad, al aunar al marido y la mujer en la diaria tarea de mantener el nivel de vida del hogar

Desde luego que Mercedes en ese universo no estaba imbricada, pues su estatus era de esa clase media alta-acomodada, donde los maridos se inflan a ganar dinero, pero donde también las mujeres suelen estar bastante desatendidas por unos maridos demasiado implicados en sus negocios y profesiones, excesivamente ocupados en ganar más y más dinero y, por qué no decirlo, en mantener vidas paralelas con el personal femenino subalterno más allegado a ellos. Pero esas esposas, de unos cuarenta años, abandonadas por sus hombres, también tenían sus urgencias de mujer y si en casa, al picor de su entrepierna no le encontraban alivio, ahí estaban los jóvenes ayudantes masculinos de sus maridos, siempre a la que cae, para remediar sus males de bajuras

Y claro, el matrimonio D. Pablo-Mercedes, también tenía sus amistades, más o menos íntimas, compañeros de D. Pablo ellos, en la misma situación de abandono conyugal que Mercedes ellas Y entre esas amigas había de todo… Quienes se resignaban a su perenne abandono y quienes no, con sus correspondientes “remedios” masculinos a su íntimo problema éstas. Las conversaciones entre ellas, invariablemente, era el común problema de perenne insatisfacción sexual, excitándose unas y otras con las narraciones de las proezas sexuales que los “recambios” al hombre desatento habían encontrado las más lanzadas

Aquello, para Mercedes, que del problema sexual de sus amigas, en principio, no participaba, fue actuando como la permanente gota de agua sobre la piedra, con lo que acabó por, cuando menos, exacerbar su curiosidad respecto a un tema que para ella nunca le había interesado. Y menos desde que se casó. Pero tiempo al tiempo, que todo se anduvo hasta acabar un día por decirse: “Y si estoy equivocada y me estoy perdiendo algo, de verdad, grande”… Porque las referencias de sus amigas al respecto mejores no podían ser Y, además, parecía que había hombres que sabían tratarla a una; y hasta hacerla gozar…

Fue en 1969 que Mercedes se decidió a dar el salto en el vacío. Por referencias, supo de la “Costa Fleming”, por entonces en su máximo apogeo Y sintió curiosidad por conocer qué era aquello Fue a la zona, paseó sus calles, se asomó a sus bares y clubs. Y se dijo que por qué no probar.

La primera vez, su primer cliente, fue un tío cuarentón pero sin pasarse; guaperas, bien plantado y con una labia… Uno de esos que sí que saben tratar a una mujer hasta llevarla al paraíso… Cuando subieron a la habitación ella, muerta de miedo, se confesó a él. Que era casada pero que desde que se quedara embarazada nunca más había vuelto a “hacerlo” Y de eso hacía casi veinte años. También le habló de su marido, tan poco cariñoso con ella, y lo mal que lo pasó en aquellas sus primeras y únicas experiencias Y de su casi congénito miedo a “eso” Él le dijo que no se preocupara… Que sí sabría tratarla para que todo discurriera bien y disfrutara de verdad

Y sí que supo tratarla. Comenzó por besarla en los labios, sí, pero no a tornillo, nada de violencia, sino todo suavidad y dulzura inmensas Hasta ternura, hasta casi cariño en aquellos besos primeros que la empezaron a tranquilizar… Luego fue su cuello, el lóbulo de sus orejas, sus senos los que recibieron la caricia de los masculinos labios, de la lengua del hombre. Y los pezones de sus senos. Vamos, que ese hombre le hizo todo lo que su marido debió hacerle en aquella su “Noche Nupcial” y no le hizo Cuando llegó el momento de la penetración ella se la estaba ya pidiendo a gritos. Y los gritos fueron cuando le empezaron a llegar los orgasmos, uno a uno primero para hacerse al final casi interminable cascada, pues para su sorpresa resultó que ella era francamente ardiente, tórrida, realmente. Y multiorgásmica, pues en la misma relación era capaz de venirse tres hasta cuatro veces, alguna que otra, dependiendo esto ya mucho del tío, su calidad como amante

Pero volvamos al relato en sí, tras este inciso. Decíamos que la irrupción de D. Pablo en la vida de la señorita Kitty, marcó una profunda inflexión en las relaciones de la pareja Pablo-Mercedes, y es verdad, pues él, Pablo, adoptó la misma solución a su problema que ya antes Mercedes tomara, desdoblar su personalidad en dos seres por completo diferentes: El D. Pablo, cirujano eminente, hombre triunfador, dominante, que pisoteaba sin contemplaciones a todo bicho viviente y el Pablo que cariñoso, solícito, profundamente enamorado, buscaba a la señorita Kitty, la prostituta, la puta de lujo…

Entre ellos, cuando se juntaban, eran miembros de dos parejas rotas, que nada tenían que ver la una con la otra; dos juguetes rotos que se buscaban para, mutuamente, consolarse, contarse sus cuitas en pecho ajeno, el pecho del que se sabía querida, amado; porque entonces ni Kitty era Mercedes, ni Pablo el otro Pablo, el inaguantable, Se decían lo que cada uno tenía contra el otro, pero no al ser que les atormentaba, sino a otro imaginario. Eran parejas distintas él y ella. Él hablaba de su mujer como si ella no lo fuera y ella de su marido como si él no lo fuera.

Y cuando se unían en la habitación de la casa de Dª Asun, verdaderamente, no eran la prostituta y su cliente, aunque, indispensablemente, mediara antes el pago del coito, sino que, arreglado lo prosaico, sólo eran un hombre y una mujer que se amaban, que se entregaban, mutuamente, sin reserva alguna…

Porque la señorita Kitty, sin saber ni cómo, sin pensarlo ni proponérselo, había acabado por enamorarse como una burra de aquél cliente que tan dichosa la hacía; aquél que la entendía, que escuchaba amorosamente sus cuitas conyugales, sus penas de mujer casada con un ser ominoso impresentable. Ese cliente del que se sabía, se sentía, profundamente amada, querida. Porque, eso, que ella, ante todo y sobre todo, es una puta, era algo que la señorita Kitty lo tenía más que claro Y, además, era lo que, en verdad, quería ser…

Y ese Pablo cliente predilecto de la señorita Kitty, estaba más que loco por ella, y sí que sabía por qué y desde cuándo. Desde que la vio por vez primera en la calle de Alberto Alcocer. Entonces, realmente, se enamoró de aquella mujer que tanto le recordaba a Mercedes, su esposa; esa Mercedes que él, realmente, detestaba más que ninguna otra cosa. Esa mujer que, estaba convencido de ello, nunca le quiso, que de recién casados le hizo pasar las de Caín. Pero Kitty era todo lo contrario a Mercedes, pues era tierna, cariñosa Y, sobre todo, le amaba Sí; ese Pablo sabía que Kitty le amaba; que él, por finales, había logrado enamorarla…

¿Una enamorada y le cobraba por acostarse con él? ¡Pues claro que sí! Ella era, al fin y al cabo, una prostituta, por mucho que le amara Y las prostitutas sólo se acuestan con un tío por dinero; sólo al chulo que las explota, que les saca el dinero, no le cobran Pero él no era el chulo de la prostituta señorita Kitty, ni, en forma alguna, quería serlo… Él era solo un cliente de esa prostituta. Cliente muy, muy especial, vale, pero cliente al fin y al cabo…

Eso Pablo lo tenía más claro que el agua, que él sólo era un cliente más de una prostituta, por muy especial, muy predilecto, que para ella pudiera ser Y otra cosa también tenía más que clara: Que las prostitutas, todas, tienen clientes; muchos clientes algunas de ellas, otras, como Kitty, menos, pero tenerlos, los tenía. Y también diáfano como la luz del día, que las prostitutas se acuestan con sus clientes, que tienen relaciones sexuales plenas con ellos Así, él era consciente de que otros hombres, otros clientes, también se acostaban con ella. Y hasta que ella solía gozar plenamente en esas relaciones con otros clientes. No tanto, seguramente, como con él, pero gozar con los otros también gozaba

Eso para él era así; la cosa más normal y natural del mundo Lo tenía plenamente asumido, luego si quería tenerla, si quería estar con ella de vez en cuando, eso lo tenía que aceptar. Y lo aceptaba, hasta de buen grado. ¿Le agradaba? Pues, francamente, no. Pero así eran las cosas y las tomaba como eran o las dejaba, y él, sencillamente, las tomaba. De modo que para qué tener celos. Además, ojos que no ven, corazón que no siente. Y él no la veía nunca cuando se iba con otros tíos a la habitación que él tan bien conocía…

Este Pablo, llegaba al bar donde ella paraba antes de que ella llegara, con lo que él era el primer cliente que Kitty atendía esa tarde, y cuando la relación acababa, él se marchaba, sin ya pasar por el bar, con lo que no veía, no sabía, qué pasaba una vez que ella, de nuevo, quedaba libre. No la veía salir del bar con cualquier otro hombre camino de la casa y habitaciones de Dª Asun. Lo dicho, ojos que no ven…

Pero un día toda esta idílica situación, dio en quiebra. Fue entre mediados y finales de Diciembre, poco antes de la Noche Buena de aquél año 1971, y la culpa del dichoso D. Pablo y su mala baba. Durante la comida, como era tan habitual en él, la lio más que parda Realmente, como pocas veces Y, como siempre, por cualquier cuestión más que baladí, que qué más da aquí señalar lo que desencadenó las patas de banco; la cosa es que la lio como pocas veces lo hiciera y en un momento dado de la discusión le soltó a Mercedes

  • ¡Tú ya chocheas, querida!
  • ¿Me estás llamando vieja?
  • ¡Y qué otra cosa quieres que te llame, si tienes más años que Matusalén y, además, inaguantable!
  • ¡Pues no te apures que no me vas a tener que aguantar más esta tarde! ¡Gilipollas! ¡Desgraciado! ¡Hijo de mala madre!
  • ¡Oye! ¡A mi madre, ni mentarla! ¡Zorra! ¡Más que zorra!
  • Con que zorra, ¿he? Pues… ¡Te vas a enterar de lo zorra que soy! ¡Ya lo creo que te vas a enterar! ¡Cabrón! ¡Más que cabrón! ¡Hijo de siete padres!

Se fue por el abrigo y, dando un sonoro portazo, salió de casa. D. Pablo, por primera vez en su vida, se quedó a disgusto consigo mismo tras de aquello Si hubiera podido, hubiera borrado la escena que acababa de pasar Sin saber bien por qué, se quedó desasosegado, temeroso. Estuvo tentado de, esa tarde, no ir al bar de Alberto Alcocer, pero al final bajó al garaje, se metió en el coche y salió para allá

Cuando llegó, como en tales casos ocurría, ya estaba allí Kitty, sentada a una mesa con otra de las chicas que también allí paraban, una tal Viqui. Se acercó a ellas y, un poco más “cortado” de lo que últimamente era en él habitual las saludó. Se quedó allí, de pie, como un pasmarote Estaba tremendamente inseguro; como nunca en su vida lo estuviera. Por fin se sentó

  • Vaya Pablo Pues no te esperaba hoy por aquí Fíjate, hasta me he fijado ya en un tío Ampliar la cuadra de garañones, ¿sabes? ¡Sangre fresca, que nunca viene mal. Perdona nene, pero voy a ver si me lo ligo

La señorita Kitty hizo intención de levantarse, pero Pablo la tomó por un brazo, intentando retenerla

  • No Kitty. Por favor, no lo hagas; subamos los dos…te daré lo que quieras…

Una barra de hielo sería cálida comparada con la mirada que la señorita Kitty le largó

  • ¡No se te ocurra volver a ponerme la mano encima por tu cuenta! ¿Estamos? Además, yo hago lo que quiero y me voy con quién mejor me parezca. Y ni tú ni nadie tiene suficiente dinero para hacer que me vaya con él, si yo no quiero Y esta tarde no quiero estar contigo, ¿entendido? O sea, que si la tienes dura, pues ya sabes, te la meneas. O te vas con Viqui, aquí presente Ella, seguro, que no te hará ascos. Pero conmigo, ni hablar de la peluca. Mañana, si quieres, vuelves y quién sabe: A lo mejor me rotan las tetas de irme contigo…o, a lo mejor, pues tampoco mañana quiero y, como hoy, prefiero ligarme a otro tío bueno como el que ahora mismo pienso ligarme. Abur Pablo…

La señorita Kitty se marchó hacia la barra y Pablo se quedó allí, mirándola alejarse. Desencajado, pálido; con un tremendo rictus de intenso dolor en la boca La señorita Kitty se acercó a dos fulanos que estaban en la barra, uno de los cuales la llevaba mirando casi que desde que entró ella

  • Hola guapos… ¿Me invitáis a una copa?...

Los “guapos”, desde luego la invitaron y ella, en un par de tragos se trasegó lo que le sirvieron. Entonces, encarando con todo desgarro al “maromo” que la había estado mirando, le espetó a bocajarro

  • Y qué, guapo ¿Te gusto? Diría que sí, ¿verdad? ¡No has dejado de mirarme un momento, tío! ¿Hace un “polvete”, ricura? Total, el regalito tres mil cochinas pesetas…

Y sí, a la “ricura” le iba ese “polvete”, y las tres mil pensó que la moza las valía Luego los dos, ella colgada del brazo de la “ricura”, se dirigieron hacia la puerta y salieron a la calle. En el último instante, cuando ya tenía la Kitty en la mano el asa de la puerta de salida del local, y la empujaba para salir con el “maromo”, volvió la vista hacia Pablo y hasta, con la punta de los dedos, tuvo el valor de enviarle un beso por el aire, al rostro contraído de Pablo, pudiendo apreciar el lagrimón que corría por la mejilla del hombre… Al segundo salió definitivamente a la calle, perdiéndose de la vista de Pablo 

  • ¡Vaya! Conque la Kitty te está poniendo los puntos Oye, que digo yo que “Un clavo saca otro clavo” ¿Por qué no subimos nosotros? ¡Oye, que yo valgo tanto como ella! Y con dos quinis (billetes de quinientas pesetas) de regalito, la cosa arreglada Qué macho, ¿Subimos?
  • ¡Déjame en paz, quieres bonita!
  • Pues sí que te ha dado fuerte lo de la Kitty ¿La quieres de verdad?

Pablo no respondió; se levantó de la mesa, pagó lo que Kitty habían consumido y consumía entonces Viqui, y salió del bar con la muerte en el alma

Aquel día, Mercedes llegó pronto a casa, y bien se dice lo de día pues apenas eran entre las seis-seis y media cuando llegó. Preguntó a su hijo por su padre pero el chico al padre no le había vuelto a ver dese que salió de casa, poco después de irse ella… Fue a llamar a la clínica a ver si estaría allí, pero su hijo la retuvo

  • Mamá; papá y tú os lleváis como perro y gato ¡Fíjate la de hoy! ¿Por qué no os separáis ya de una puñetera vez? ¡Os estáis destrozando el uno al otro, y por tonterías! Por favor separaos ya No os aguantáis ¡Estáis locos empeñándoos en seguir juntos! Las cosas hay que reconocerlas cuando suceden, y acabar lo que ya no puede seguir ni enderezarse, como vuestro matrimonio, que ya no tiene remedio ¡Acabar ya con esta tortura mutua!

Su madre le miró pero no dijo nada. Razón no le faltaba al muchacho. ¿Qué había ya entre Pablo y ella? Sí, claro, se dijo: Kitty y ese otro Pablo, el cliente de Kitty Y se preguntó. ¿Es eso suficiente? No quiso responderse. Puede  que, incluso inconscientemente, pensara aquello de que “Mientras hay vida, hay esperanza”…

Se desentendió de todo O, mejor dicho, quiso desentenderse, pero no podía. Estaba nerviosa, enervada… Como decía el título de aquella “peli” americana, tan excelente, de Paul Newman y Elisabeth Burton, cual “gata en tejado de zinc caliente” Las horas fueron pasando y Mercedes cada vez se ponía más nerviosa esperando el regreso de su marido. Se hicieron las nueve, las diez. Y ya no pudo aguantar más la impaciencia. Telefoneó a la clínica. D. Pablo mismamente le cogió el teléfono

  • Hola Pablo
  • Hola Mercedes; ¿te pasa algo?
  • No, no… Nada ¿Qué me iba a pasar? Es solo que… Bueno, que quería saber si todavía te vas a retrasar mucho en venir…
  • Pues lo siento Mercedes pero… No creo que pueda regresar esta noche a casa… No sabes el trabajo que se me ha juntado… Ya he cenado… Nada; un simple bocadillo que me he subido de abajo… Y no sé si mañana podré ir… Bueno, la verdad es que ni sé cuándo volveré a casa… A lo mejor en días…Es que no sabes lo liadísimo estoy…
  • Ya, ya… Bueno pues… ¡Qué se le va a hacer!... Hasta…

Mercedes no acabó la frase. Estaba más claro que el agua que Pablo no quería volver por casa… No quería verla…

Al día siguiente, la señorita Kitty entró en el bar de Alberto Alcocer cuando apenas si eran las seis de la tarde, más de una hora antes de lo habitual en ella, y hecha un manojo de nervios. Se consumía observando la puerta, esperando ver aparecer a su cliente predilecto, a Pablo… Pero Pablo no aparecía… Se hicieron las seis y media, las siete menos cuarto, las siete, las siete y media, las ocho… A la señorita Kitty no le faltaba nada, pero nada de nada, para liarse a bocados con los puños… Y no; Pablo no apareció por allí en toda la tarde 

Como es lógico, también hubo tíos que se le acercaron, ofreciéndose a invitarla; unos desconocidos, “nuevos en esta plaza” (1), al menos para ella, otros ya conocidos, más o menos reincidentes en el disfrute de los favores de la bella. Otros, en fin, arto conocidos, buen amigo de ella alguno que otro… Pero todos, se fueron con las manos vacías… O aguantándose las ganas, salvo que quisieran desfogarse con cualquiera de las demás chicas, que fue lo más normal… A los desconocidos se los quitó de encima a cajas destempladas, sin miramiento alguno, pues para gollerías estaba ella; a los medianamente conocidos, con un “Lo siento, chato; pero hoy no… Ya tengo un compromiso; estoy esperando a alguien” Y a los de verdad amigos, más o menos, con la verdad: “Otro día, ¿quieres?... Es que hoy no estoy de humor… No podría hacerlo… Y ya sabes; yo no soy una “máquina traga-perras”, como son casi todas”

Ellos lo entendían y se marchaban a buscar otra que sí estuviera “de humor”… Y es que, al final, todas las mujeres son iguales… Todas tienen el mismo atractivo íntimo… A eso de las ocho y media, la señorita Kitty se convenció, al fin de que Pablo esa tarde no pasaría por el bar y como, de verdad, no estaba de humor, se marchó del local “sin vender una escoba” en toda la tarde… Vamos, sin ingresar un céntimo en caja…

Pero es que al día siguiente el panorama no varió, pues tampoco esa otra tarde Pablo apareció por el bar; ni a la siguiente, ni a la otra, ni a la otra. Ni tampoco en muchas otras más, siete, ocho. Pero es que tampoco por casa aparecía D. Pablo, el Tonante. Parecía haberse hecho ermitaño, enclaustrado en el hospital por la mañana, en la clínica por la tarde. Mercedes, a pesar de desearlo íntimamente, no quiso llamarle ¡Hasta ahí podían llegar las cosas! Hasta que, el muy cabrón de su marido, y riéndose por lo bajinis se decía que más literal lo de los cuernos no podía ser, pues hasta con él mismo, cuando, como Pablo a secas, el “No Tonante”, buscaba a la señorita Kitty, se diera el gustazo de saberla preocupada por él…

Por su parte, la señorita Kitty, al día siguiente de la “espantada” de Pablo, encaró fríamente el hecho de que ella, a fin de cuentas, sólo era una prostituta, un puta, al fin y al cabo; tal vez algo especial, respecto a sus relaciones con los clientes, pero, aparte de eso, una puta vulgar y corriente que lo hace por dinero… Y las putas no pueden entender de romanticismos extremos para con ningún cliente, por importante, querido incluso, que para ella pueda ser, porque entonces está perdida

Así que, desde ese mismo día siguiente a la no comparecencia de pablo, volvió al ejercicio normal de su “profesión”; aceptó cuantas invitaciones le ofrecieron, provocando no pocas, pues ella era mucho más activa que pasiva… Prefería provocar al cliente, salir en su busca antes que esperar pacientemente, sentada a una mesa o en la barra, a que sus servicios fueran requeridos por cualquier tío. Y se ocupó con los clientes que bien le parecieron, como era norma en ella, elegir y no ser elegida, subiendo con ellos a las habitaciones de la casa de Dª Asun…

FIN DEL CAPÍTULO

NOTAS AL TEXTO

  1. “Nuevo en esta plaza” es una coletilla que, en los Carteles de Toros, los que anuncian las corridas que se van a lidiar, aparece debajo del nombre del torero cuando éste torea por primera vez en esa plaza de toros.

 

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