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Don ismael y la madre de paco

en Erotismo y Amor

DON ISMAEL Y LA MADRE DE PACO

Don Ismael Peribáñez parecía talmente un cura. Camisa blanca, sin corbata, jersey gris más que oscuro hasta el cuello, con el de la camisa doblado sobre el del jersey y terno, chaqueta y pantalón, de luto riguroso más boina estando en la calle y bufanda y gabardina si amenazaba mal tiempo o caían chuzos de punta completaban su normal indumentaria. Personalmente, la verdad es que impresionaba más bien nada que poco, pues a sus cuarenta y pocos años era más apocado que tímido y más pusilánime que falto de ánimo, a lo que añadía un físico que, visto con la más amable y optimista de las miradas, a anodino apenas si llegaba

Lo cierto es que el aspecto religioso que Ismael Peribáñez transmitía no era en balde ya que nueve y pico de sus cuarenta y no tan pocos años de vida los pasó en el Seminario Diocesano de Ávila, su natal terruño y sacerdote a esas alturas de la vida sería si no fuera porque un mal día se hizo más o menos pública su acendrada afición al placer o vicio nocturno y solitario, vulgo masturbación, lo que determinó que la competente autoridad del Seminario le indicara aquello de “Por la puerta se va a la calle”.

En fin, que a sus casi veintidós añitos, solo en la vida y sin poderlo ganar ya que su único bagaje laboral eran los más de nueve años estudiando materias muy doctas, eso sí, pero con poca salida en el mercado laboral de aquellos inicios-mediados de la sexta década del pasado siglo XX, lo que devino en tenerse que acoger a dar clases de latín y griego en academias de bajo fuste y aún más bajos sueldos, hasta que su señora hermana, Dª Amelia, virtuosa dama, un sí es no es adinerada amén de beata solterona de profesión, gracias a cuya intercesión diez o doce años atrás un colegio religioso de no, precisamente, bajos vuelos, le otorgó plaza de profesor de asignaturas varias, además de gimnasia y deportes, lo que son las cosas.

El bueno de D. Ismael Peribáñez tenía algo así como un particular Calvario personificado en Paquito Páez, rapaz de unos once años algo así como la piel del Diablo; inquieto como ardilla y vivo cual rabo de lagartija, era también asaz inteligente pero increíblemente reacio a todo cuanto significara estudio y más que alérgico a disciplinas que valgan, le traía mártir llenando paredes de lavabos y retretes, muros de patios y hasta paredes de las amplias galerías a las que se abrían las puertas de las clases con letreritos manuscritos con aquello de “D. Ismael es un Gilipoyas”. Así que un buen día que le pilló en plena acción escribidora mientras muy a sus anchas se fumaba un cigarrillo en un retrete, D. Ismael decidió que hasta ahí habían llegado las cosas, pues ya era hora de que los padres del Paquito se enteraran del tipo de cafre que tenían por hijo

De modo que, cuando terminaron las clases a eso de las cinco y media de la tarde enganchó al Diablo Cojuelo del Paquito Páez y se lo metió en su socorrido “Seiscientos”, vehículo de su propiedad a falta de un verdadero coche, y se presentó con el muchacho en el domicilio que el chaval le indicó, dispuesto a hablar, y muy seriamente, con su señor padre, cosa que ya el chico le previniera que iba a resultar más que imposible, ya que tal figura en su vida no existía.

Allí se encontró con que la señora madre del “Diablo Cojuelo” tampoco estaba en casa sino en una tienda que regentaba, una “boutique” por más señas. Y sí allí encontró a la referida señora… ¡Y qué señora, Dios!... Delas que te quitan el hipo con solo mirarlas… Treintañera algo avanzada, pues a los treinta y cinco, si no llegaba, poco le faltaría; alta, con metro setenta y cinco, más o menos, de estatura, que a D. Ismael le sacaba, casi cumplidamente, la cabeza; busto firme, alto, bien desarrollado aunque sin estridencias más o menos antiestéticas, cintura más bien estrecha, caderas y “trasero” más que apetecibles y piernas de verdadero ensueño… Vamos, que al bueno de D. Ismael poco le faltó para quedar babeando ante tamaña “jembra”… ¡Y que no lucía “palmito” ni nada la “buena” señora!… Pues el vestido que lucía más ceñido no le podía quedar, con lo que marcaba sus “virtudes” corporales de una forma que daba miedo y, a más, a más, resucitaba a un muerto… Que vamos, al famoso modelito no le faltaba ni la abertura hasta casi el ombligo, con lo que la tersura y esbeltez de su “muslamen” quedaba la mar de patente…

Al instante el talante intempestivo que animaba a D. Ismael al entrar en la tienda, como por ensalmo desapareció a la vista de la señora madre de Paquito, quedando el rapaz en simple chaval revoltoso en vez de la especie de monstruo que inicialmente pretendía describir al niño ante su señor padre. Y la cosa ya fue algo así como la caraba del baboseo cuando la pobre madre, presunta viuda, se le empezó a quejar de lo difícil que es para una pobre mujer sola enfrentar la educación de un hijo, falta del apoyo y autoridad que la paterna figura representa, cosa en la que D. Ismael estuvo algo más que de acuerdo. Ella sugirió que, tal vez, lo más conveniente para su Paquito fuera una especie de tutor o preceptor particular del niño. D. Ismael estuvo por entero de acuerdo con la señora y esta sugirió que quién mejor que él para desempeñar tal misión. D. Ismael intentó oponerse tras el argumento de que, como profesor del chaval, no sería en absoluto ético que le explicara los deberes que debía realizar a diario en casa, amén de que la disciplina del colegio no se lo permitiría, pero ante la insistencia de la señora quedó la cosa en un sí o un no que nada en definitiva resolvía.

Pero las dudas al respecto quedaron solucionadas en la tarde del mismísimo día siguiente, cuando al acabarse la jornada lectiva D. Ismael se encontró con su particular Diablo Cojuelo apoyado en su Seat 600, en inequívoca actitud de espera

  • ¿Pero…puede saberse qué demonios haces aquí, condenado?
  • Esperarle, D. Agustín
  • ¿Esperarme?... Y, ¿para qué narices me esperas?
  • Para volver a casa. Me ha dicho mi madre que, desde hoy, usted vendría a casa a hacerme estudiar…
  • ¿Eso te ha dicho tu mamá?... ¡Pues yo no he dicho nada al respecto todavía… ¡Anda, anda!... Vete al autobús, y ya hablaré más despacio con tu madre…
  • Pues el autobús ya ha pasado y al menos en media hora no vuelve a pasar… ¿Sabe D. Ismael?... La verdad es que es usted un poco gilipollas…
  • ¡Pero cómo te atreves a soltarme eso en mi misma cara!
  • ¡Pues porque es verdad!... Mi madre está dispuesta a pagarle ocho mil al mes… Y creo que, si le aprieta las clavijas, podría sacarle hasta diez mil… Y volver a casa en el coche “mola” más que en el autobús…

D. Ismael se quedó un tanto pensativo… Ocho mil del ala al mes no era cosa de despreciar así como así… ¡Y el condenado crío decía que hasta podían ser diez mil!... Más de lo que cobraba en el colegio… Además, el recuerdo de la anatomía de la señora mamá de Paquito Páez también tenía su aquel…

  • No sé… No sé… En el colegio pueden despedirme si te doy clases por mi cuenta…
  • Y cómo se iban a enterar… Si usted no lo dice… Mi madre, desde luego que no… Y yo…

Sí; realmente así era… Así que, por finales, D. Ismael llevó de vuelta a Paquito Páez a su casa, con su madre, y desde aquella tarde cada una de las siguientes hacía lo mismo, asumiendo su nuevo papel de preceptor del chaval. Y lo que desde luego sorprendió a tan santo varón fue la atención que Paquito puso, desde el primer día, en las lecciones recibidas. D. Ismael aquella tan novísima actitud en quien creía vago integral e irrecuperable, sorprendió “cante dubi”, por absolutamente inesperada, pero así fue. Desde más o menos las seis de la tarde y hasta las ocho y pico, a veces hasta casi las nueve de la noche, repasaban o, por mejor decir, preparaban las lecciones del día siguiente, tras explicar D. Ismael a su alumno los deberes del día, cuidando de que fuera el muchacho quien, por finales, en verdad, los resolviera. Ah, y como Paquito bien le dijera, el precio de las clases quedó establecido en las diez mil mensuales, dispensándole además Dª Inés, que así se llamaba la madre de Paco Páez, un anticipo de tres mil pesetazas a cuenta prácticamente de nada.

Lo malo fue que casi de inmediato, al llegar con su alumno exclusivo a casa, Dª Inés, de vez de cuando, les recibía co un sucinto albornoz solo cerrado a su cuerpo por una especie de cinturón confeccionado en el mismo género que la prenda, con lo que a cada movimiento de su poseedora se abría lo suficiente para revelar que bajo el albornoz no había prenda ninguna. Al momento, en tales casos, del interior de la casa, de las habitaciones que no conocía, brotaban toses masculinas y no, precisamente, de individuos jóvenes, pues lo cascado de las toses revelaban bien a las claras que se trataba de algo más que un adulto. En tales momentos ella siempre ponía la misma explicación

  •  Es el practicante. En este momento me estaba pinchando…

Y al momento desaparecía corriendo hacia esas habitaciones interiores, mientras el chaval, Paquito o Paco, como más bien le llamaba, y él mismo se dirigían a la cocina, donde tenían lugar las clases. También era lo normal que, al poco, de esas habitaciones interiores surgieran risas, más toses y palabras más o menos inteligibles, más o menos sueltas. Aquello se prolongaba durante tiempo, bien largos minutos, decenas de ellos, bien alguna vez hasta una hora casi

Al “practicante” de turno nunca le veía; sólo escuchaba sus pasos, los del “practicante” y la misma Dª Inés por el pasillo, charlando amigablemente, riendo también no pocas veces, hasta escuchar el ruido de la puerta de la calle al abrirse y al momento cerrarse, tras las frases de despedida, un: “¡Hasta la próxima, cariño!” pronunciado bien por él, bien por ella, bien por los dos, a lo que solía acompañar el rumor de un beso.

Luego aparecía ella por la cocina, sonriente, radiante, esplendorosa como siempre, y D. Ismael quedaba trastornado… Desarmado… Anonadado por su presencia… Por su olor, su aroma que le envolvía en nubes de Paraíso pero también de Infierno; del Infierno de los celos, del Infierno del deseo carnalmente delirante, avasallador… Porque la verdad es que Dª Inés le enloquecía… Le volvía loco… Loco de pasión… Loco de deseo… Aquello duraba poco, pues la bella enseguida se excusaba, aduciendo sus deberes en la “boutique”, y se marchaba casi al momento.

Lo grande era que a su hijo, a Paco, aquello no parecía impresionarle en absoluto… Esas visitas del “practicante” las tomaba de la manera más natural, como si fuera el pan nuestro de cada día… No parecía enterarse de lo que detrás, indudablemente, había: Que su madre tenía otras fuentes de ingresos aparte de la tienda, que, a fin de cuentas, sólo constituía una especie de tapadera con que justificar ingresos bancarios nada justificables, evidentemente.

Así los días, las semanas iban transcurriendo en aquella nueva rutina para D. Ismael, siempre arrepintiéndose, sintiéndose mal por aquellas “clases” particulares a la par que siempre anhelando el momento de volver a ver a esa su particular Diosa del Olimpo de Venus, por micho que le hiciera sufrir de celos, de desesperanza, de frustración… Pero los momentos de verla, de embriagarse con su aroma, su corporal perfume de mujer, de hembra humana, le embrujaban, le seducían, le llevaban al Séptimo Cielo del Placer… Eso sólo… No era preciso más… Simplemente, verla, olerla, sentirla cerca de él. Hasta había llegado a distinguir, discriminar perfectamente su personal aroma del olor del perfume que solía usar.

Así, D. Ismael cada día se debatía en la perenne dicotomía entre ir a la casa de la dueña de sus anhelos o renunciar a tales visitas; entre el tormento diario de los celos, del deseo nunca, ni por soñación, satisfecho, y el más que breve placer de disfrutar de la vista, del aroma, de la cercanía de su inalcanzable Diosa. Cada día, a cada momento, se decía que basta ya; que nunca, nunca más volvería por aquella casa, pero cada día, cada hora que pasaba anhelaba ir allí.

La tortura de las veces que el “practicante” visitaba a Dª Inés, de los eternos momentos en que les escuchaba en las habitaciones interiores, indudablemente en el dormitorio de ella, era indescriptible. Se los imaginaba; se lo imaginaba a él, desnudo, gordinflón, panzudo, grasiento, babeante, disfrutando de ella… De su escultural cuerpo… De su impar belleza… Y los demonios de los celos, los más horrísonos celos le consumían, le mataban… Pero era superior a él mismo; a sus parcas fuerzas de voluntad sustraerse a estar allí, en aquella cocina, a pesar de odiarlo con toda su alma

Una tarde, mientras Paco Páez estaba enfrascado en unas cuentas, unas multiplicaciones tratando de memorizar, recordar las tablas de multiplicar… “Seis por tres dieciocho, seis por cuatro veinticuatro, seis por cinco treinta”… D. Ismael dejaba vagar la vista por las paredes de la cocina, casi mecánicamente, sin realmente ver nada, casi, casi que por aburrimiento… Entonces, casualmente, sus ojos se fijaron en la ventana que daba al patio de luces, mil veces visto, mil veces asomado a tal ventana sin mayor interés… Por puro aburrimiento, tal y como entonces dejaba vagar la mirada sin rumbo, sin objetivo alguno… Pero entonces fue distinto, pues su mirada se topó con la cuerda llena de ropa tendida; con esa ropa; especialísimamente, se fijó en unas bragas…

Unas minúsculas braguitas… Negras, con lacitos rojos… Fue como un imán para sus ojos… Le atrajeron, se apoderaron de él, de su voluntad, de sus sentidos… En un segundo, lo único que para él había en el mundo eran esas braguitas… Sugerentes… Sensuales… Todo un fetiche para los masculinos sentidos… Se volvió a Paco y le vio como antes, sumido en sus cuentas, sin mirar, sin fijarse en nada más… Avanzó unos pasos hacia la ventana y de nuevo se detuvo para mirar al chaval que seguía como antes, absorto en su cuaderno.

Nuevos pasos hacia la ventana hasta llegar junto a ella. Las bragas volvieron a llenar su vista, borrando todo cuanto no fuera la diminuta e íntima prenda femenina… De nuevo, la mirada a Paco y otra vez le vio ajeno a todo cuanto no fuera su cuaderno

Sus manos, sus dedos, acariciaron tímidamente la prenda… Con cuidado, casi con veneración… Le pareció, en tales instantes, percibir el cálido olor del cuerpo que, seguro, poco ha enfundara aquella prenda… Nuevo ojeo al alumno y nueva constatación de la impunidad en que se encontraba… Otra vez los dedos tocaron, acariciaron la prenda… Y se decidió; la tomó firmemente en sus manos y la separó de la pinza que la mantenía sujeta a la cuerda, metiéndosela, rápidamente, en el bolsillo de la chaqueta.

Se separó de la ventana y empezó a dar vueltas alrededor de la mesa donde Paco Páez estudiaba, anotaba los números en el cuaderno. Estaba nervioso, desasosegado… Asustado… Asustado de su propia osadía… ¡Atreverse a coger la íntima prenda!...¡Vaya locura!... ¡Sí; debía estar loco para atreverse a tamaño error… Ella, Dª Inés, seguro que se daría cuenta… Echaría en falta la braga… Y le descubriría, pues quién si no iba a tomarla, salvo él mismo…

Como antes, volvió a fijar su vista en su alumno, tranquilizándose un tanto al verle en la misma anterior tesitura. Avanzó una vez más hacia la ventana, sin tampoco desentenderse de si Paco Páez se daba o no cuenta de algo, tranquilizándose al comprobar que no había “moros en la costa”… Por fin se vio junto a la ventana; sacó la braga para reintegrarla donde estuviera antes, pero entonces…

  • ¿Qué pasa con el golfo de mi hijo? ¿Le mete usted en vered?…

D. Ismael, pescado casi “in fraganti”, perdió los papeles y se volvió hacia ella, aún con las braguitas en la mano con lo que Dª Inés al instante las vio y reconoció

  • ¡Vaya, vaya, con el curita!... ¡Vaya, vaya, con el muy reverendo padre D. Ismael!... Ja, ja, ja… ¡Quién lo iba a decir!... ¿Le gustan las bragas de mujer?... ¿Le ponen?... ¿Le gustan mis bragas?...

Dª Inés reía a carcajadas y D. Ismael no sabía dónde meterse y, menos, qué hacer…

  • No… No es lo que parece… Yo… Yo…
  • Usted, ¿qué?... ¿hace colección de ellas?... ¿De las mías en particular?... (Nuevas carcajadas, nuevas risotadas que le martilleaban los oídos, el cerebro a D. Ismael)… ¡Así que el curita resulta ser un cachondo?... ¿Te ponen cachondo las bragas…mis bragas?... Y yo… ¿Te pongo cachondo, D. Ismael?... ¿Te la “meneas” a mi salud?... No te preocupes hombre; al fin y al cabo, seguro que aves ya a lo que, realmente, me dedico… ¿A que sí?... ¿A que sabes lo que soy?... ¿A que sabes que soy una puta?...

Dª Inés siguió riendo… Riéndose de D. Ismael a mandíbula batiente y éste se sentía morir a chorros… Echó a correr hacia la puerta; la alcanzó la abrió y a la carrera se lanzó escaleras abajo. Mientras, Dª Inés, riendo todavía, le seguía hasta el rellano de la escalera

  •  Si no pasa nada, D. Ismael... Si no me importa… Total, tengo muchas…

D. Ismael desapareció durante días. En el colegio esquivaba a Paco Páez, no quería encontrarse con él a solas, pero el chaval se las ingeniaba para abordarle cuando nadie podía oírles

  • ¿Por qué no vuelve a darme clases, D. Ismael?... Con usted sí que me gusta estudiar… Además, ya no suelto tantas palabrotas como antes decía… Como a usted no le gustaba y decía que eso no se hace…
  • Porque no Paco… No puede ser… No insistas, por favor
  • ¿Y por qué no puede ser?... ¿Por lo de las bragas de mamá?...
  • Sí; por lo de las bragas de tu madre… ¿Es que no te das cuenta Paco?...
  • Pues vaya una tontería, D. Agustín… ¡Si a mamá no le importa!... No está enfadada con usted… También ella quiere que vuelva… Una tontería lo de las bragas… Sí señor; una tontería… Mamá tiene muchos amigos; hasta algún novio ha tenido… Y más de uno también le ha quitado alguna braga… Mamá entonces se ríe… Dice que los tíos son unos “salidos”… Unos obsesos…

D. Ismael miraba en silencio al chiquillo… ¿Sería posible que el crío no supiera a lo que su madre se dedicaba?... Le parecía imposible, porque espabilado era un rato largo y lo que es “saber”, “sabía” más que “Lepe”… Y sin embargo no parecía inquietarle lo que su madre hacía… “Mamá tiene muchos amigos” había dicho… ¡Como la cosa más natural del mundo!... ¡Como lo más inocente!... “Muchos amigos!... Al parecer, para él, para el niño ya casi adolescente, los “practicantes” solo eran eso: Amigos con los que mamá se reía… Lo pasaba bien, como él mismo con sus amigos… Con sus compañeros de “fechorías”, cuando llenaban las paredes del colegio con lo de que “Don Ismael es un gilipollas”… No; no lo entendía…

Claro, que D. Ismael era ya “perro viejo” en eso de la enseñanza a los casi que más pequeños, y por propia experiencia sabía que, a veces, los que parecen más “golfillos” y despiertos, a la hora de la verdad resultan ser los más inocentes… Más que el socorrido cubo…

Así, en tal tira y afloja, fueron pasando unos días; tres, cuatro, puede que hasta una semana casi, con Paquito Páez insistiendo en lo de la reanudación de las clases y D. Ismael, impertérrito a toda súplica del pequeño. Hasta que un día, a última hora de la mañana, rayano ya el medio día y con ello el fin de las clases matinales, a D. Ismael le llamaron de la Dirección del colegio.

Ese buen hombre entró en el despacho del director; del padre rector del colegio, como oficialmente se le denominaba, no simplemente señor director, como habitualmente solía hacerlo: Inclinándose todo él, servil, melifluo, empalagoso, con una sonrisa falsa, aduladora de oreja a oreja… De siervo…

  • Mándeme usted, padre rector

El padre rector estaba tras su mesa de despacho… En pie, alto, alto, alto… Casi inconmensurable desde la descomunal altura de esos casi dos metros de estatura, ante el servil D. Ismael, de casi escaso metro sesenta… La verdad es que estaba magnífico, grandioso, aquél padre rector, cual emperador romano ante el vencido gladiador que, de hinojos ante él, espera anhelante la final decisión: Pulgar arriba, pulgar abajo…

Frente a la mesa del despacho, también de pie, pero a la derecha del recién llegado D. Ismael, el niño Paco Páez, sonriente, como si tuviera algo sumamente importante que decirle

  • Señor Peribáñez… ¿Da usted clases particulares al señor Páez?
  • Esto… Esto… ¿Cla…clases?...
  • Sí, señor Peribáñez… Clases, clases… Clases particulares…
  • Estooo… Verá usted, padre rector… Es… Vamos, es como… Como un acto de caridad… Pobre Paquito Páez… Su mamá…
  • ¿Acto de caridad?... Veamos… ¿Acaso no cobra usted esas clases?

El padre rector salió de su atrincheramiento tras la mesa de despacho para dirigirse al pequeño Paquito Páez. Le cogió por la barbilla alzándole hacia él la cara

  • ¿No es cierto, hijo mío?
  • Pero… Pero… ¿Por qué le riñe usted, padre rector?... D. Ismael no ha hecho nada malo…

Quien así acababa d hablar era Paco Páez, el alumno incorregible, pero el padre rector, como si oyera llover… Vamos, que ni caso…

  • ¿Se da usted cuenta, señor Peribáñez, de lo improcedente de su proceder? ¡Ha puesto usted en entredicho el buen nombre de este colegio!... ¡De su sistema educativo, dando a entender que la enseñanza que aquí se imparte es insuficiente, al ser precisas clases!… ¡Clases particulares!... ¡Clases de apoyo que completen la educación que aquí reciben los alumnos!...

D. Ismael quiso intervenir en su favor, pero el reverendo padre rector no le permitió meter baza, prosiguiendo con su perorata-filípica-catilinaria, que de todo había en la fenomenal reprimenda que el pobre D. Ismael se estaba llevando

  • ¡Historias de préstamos, como adelantos a cuenta de no sé qué honorarios!... ¡De un profesor que resuelve al alumno los mismos deberes que él le ha señalado!... ¡Y por no hablar del otro asunto; del sucio, el vergonzoso, el abominable!... Supongo que soy lo suficientemente claro, ¿verdad, señor Peribáñez?
  • Pues… Pues… ¡Francamente, mi señor padre rector, no!…   
  • ¿No cae en ello?... ¿No lo capta?... ¿Tan…tan corto es usted de entendederas?... Bien; seré más claro… Las historias de lencería femenina, manoseada… Libidinosamente manoseada… ¡Lujuriosamente manoseada!... ¡Hasta guardada…retenida por usted!... ¡Qué asco, señor!... ¡Qué vergüenza!... ¡Qué vergüenza más grande!...

En fin, que aquél fue el final de la carrera lectiva de D. Ismael en tal colegio. Ni el alto cartel que la hermana de D. Ismael, Dª Amelia Peribáñez, gozaba en tan santa y sabia institución, gracias a la largueza de sus donativos y dádivas varias de que el colegio y la orden religiosa se beneficiaban, fue suficiente para aventar la espada de Damocles del despido, pendiente sobre él desde que entró en el despacho.

Así que, fulminantemente, se vió en la calle; despedido tan pronto el padre rector dio por finalizada la entrevista, permitiéndose incluso despedirle de la estancia azuzándole, como se despide a un perro molesto. Minutos después D. Ismael, deshecho, sin ánimo que pudiera sostenerle, salía por la puerta principal del colegio para nunca más volver a atravesarla. Iba ensimismado en su propia desgracia, su propia mala suerte, insensible, sin prestar atención a nada de cuanto le rodeaba, y así llegó hasta su vehículo, su sufrido, su socorrido Seat 600

Hasta entonces, cuando ya estaba por entero encima de él, tocándole con la punta de los dedos, como aquél que dice, no reparó en él; no le vió… A su Demonio particular… A su Diablo Cojuelo… A Paquito Páez

  •  ¡Pero…! ¡Pero…! ¿Qué hace usted aquí, señor Páez?... ¿No…no le basta con lo que ha hecho?... ¡Me ha hundido!... ¡Me ha destrozado!... ¡Me…me ha roto usted la vida!... ¡Me han echado!... ¿Se da usted cuenta de lo que ha hecho, señor Páez?... ¡Me han echado!... ¡Me he quedado sin trabajo!... ¡Por usted…por su culpa!... Pero, ¿por qué?... ¿Por qué tenía usted que decirle nada al padre rector?... ¡Qué…qué daño le he hecho yo para que usted se porte así conmigo!... ¡Mi hermana me mata…me mata…me mata sin remedio!
  • D. Isma, yo…yo no quería hacerle daño…
  • ¡Más respeto, señorito; más respeto!...
  • Perdone, D. Ismael. No quería faltarle al respeto…
  • De acuerdo, señor Páez… Perdonado… Y ahora, por favor, regrese usted al colegio… Estarán empezando a servir la comida a los alumnos medio pensionistas como usted… Y enseguida empezarán las clases de la tarde… Regrese usted al colegio, Páez; regrese usted…
  • No puedo D. Isma…
  • ¿Volvemos a las andadas, señor Páez?... Y… Y ¿por qué no puede usted volver al colegio…a clase?
  • Porque el rector también me ha echado a mí. Por pegarle y llamarle hijo de puta…
  • ¿Qué…que se ha atrevido usted a?... ¡A pegar al padre rector!... ¡A llamarle hijo…hijo de…eso!
  • Sí D. Isma… Tan pronto como usted salió del despacho… ¡Porque es eso; un hijo de puta!… Yo le dije lo de usted porque, como usted no quería darme más clases y él es el que manda, pues quería que le ordenara que me siguiera dando clases… Por eso se lo dije… No crea que me “chivé” de nada… ¡Y el hijo de la gran puta le despidió!... Por eso le pegué y le llamé eso que usted no quiere que diga…
  • Páez, Páez… Es usted de la piel del Diablo… Ande, ande, métase en el coche…

D. Ismael, D. Isma como le bautizara Paco Páez y desde entonces se quedara con tal diminutivo de su nombre, y su alumno, ya más exclusivo que otra cosa, se pusieron en marcha rumbo a la casa del chaval; de Dª Inés. Al poco, el envaramiento con que el maestro tratara a su discípulo fue desapareciendo para volverse las tornas a lo que últimamente era lo más normal, un trato mucho más asequible y fluido entre ambos.

  • Y, ¿cómo es ese súbito interés que te ha entrado por aprender?... ¿Por estudiar?... La verdad es que no me lo explico… Es un giro copernicano el que supone trocarse, de incorregible bala perdida a chaval responsable y hasta estudioso… No lo entiendo… De verdad que no comprendo cambio tan radical
  • Es que con usted sí que me gusta estudiar. Usted explica bien las lecciones y yo aprendo mucho más fácilmente… Las clases de los demás “profes”son un rollo… Un tostón… No saben explicar, como usted, y yo me aburro… Además… ¿Sabe una cosa?... Yo… Yo le aprecio… Sí; le aprecio… Es usted la única persona, aparte de mi madre, que se ha preocupado de mí… Sí, la única persona a quién sé que le importo…

Don Ismael no respondió; no pudo… Una especie de nudo en la garganta le impedía hablar… Estaba emocionado… Muy, muy emocionado ante las palabras de aquél chiquillo… Aquél diablillo que tantas, tantísimas veces le había hecho rabiar… Le había traído a mal traer… Aquél chiquillo que, indudablemente, era la mismísima piel del diablo, pero que… Entonces, escuchando a Paco Páez, D. Ismael entendió o. mejor dicho, supo, adivinó algo respecto a aquél ser revoltoso como pocos, descarado como casi nadie, deslenguado, irrespetuoso las más de las veces… Era un niño solo… Tremendamente solo… En la peor de las soledades, la soledad en medio de la multitud… Una multitud que, en general, percibía hostil a él… Y de ahí su palmaria rebeldía…

En muchos aspectos, se vio a sí mismo reflejado en aquél crío; en Paquito Páez… También él, D. Ismael, siempre se sintió solo, solitario en medio de una multitud hostil por no comprenderle… Por no entenderle… Pero también percibió la gran diferencia entre Paquito Páez y él: El crío no se rendía… No se rindió ante esa multitud… Esa sociedad que percibía hostil a él… Él, D. Ismael, sí se rindió… Desde el primer momento… Paquito Páez, pues, era mucho más que él, su profesor… Su preceptor… Su pedagogo… Y, al final, venía a constatar que él, el oficialmente adulto, el maestro, tenía mucho más que aprender del discípulo que el discípulo del maestro… Aprender a ser persona… A hacer frente a las adversidades de la vida… A sobreponerse a sí mismo… A plantarle cara a la vida, en definitiva…

Por fin el coche llegó ante la puerta de la casa de Dª Inés y Paquito Páez. D. Ismael frenó el coche. Quedó un momento en silencio, y luego echó mano de la cartera, la billetera, y sacó unos cuantos billetes. Se los alargó a Paco Páez diciendo

  •  Toma; son las tres mil pesetas que tu madre me dio… Pero se las das a tu madre, ¿he?... Que te conozco y eres capaz de quedarte con ellas…
  • ¿Y las clases?
  • No Paco, no… No puede ser… Lo siento, Paco; de verdad que lo siento… Pero no. No es posible… En serio Paco… No insistas… No insistas, por favor… Anda, bájate… Vete a casa…

Paco no se bajó. Se quedó en el coche, junto a D. Ismael. Cabizbajo… Enfurruñado…

  • De modo…que también usted… También usted me abandona… Me deja tirado…
  • No Paco… No; no es eso… Es que… No puedo Paco… De verdad que no puedo… No puedo Paco…
  • ¿Y por qué?... Ahora ya no importa… El padre rector ya no le puede hacer nada… ¡Le ha echado!... ¿Qué más puede hacerle?

D. Ismael no pudo evitar reírse ante la salida del chaval

  • Bueno Paco… Ya veremos… Ya veremos… Pero hoy no; no… No me encuentro en condiciones… Compréndelo… Acaban de despedirme…
  • ¿Mañana entonces?
  • Ya veremos… Ya veremos… Anda Paco; bájate y márchate a casa… ¡Y le das el dinero a tu madre!

Paco, por fin se bajó del coche y D. Ismael salió de allí pitando. Al día siguiente, el profesor no se presentó en casa de Paco y su madre, ni al otro ni al otro después. Fue a los cuatro, cinco, tal vez seis días cuando, a eso de las once de la mañana, llamó al timbre de aquella casa. Salió a abrirle la propia Dª Inés, toda vestida, arreglada, lista para bajar a la calle, a falta dolo de alisarse un poco el cabello, cosa que en tal momento hacía pasándose un cepillo para el pelo

  • ¡Vaya! ¡Dichosos los ojos D. Ismael!... Pero, ¿dónde se ha metido usted, que no ha venido en no sé cuántos días?... Perdóneme, D. Ismael… Perdóneme por lo del otro día… Cuando me reí… Le prometo que no fue con mala intención… No… No me reía de usted… Bueno… Un poco sí… Pero… ¡Estaba usted tan gracioso con su pinta de sacerdote y mis bragas en la mano!... Perdóneme, de verdad… ¿Amigos?

Y Dª Inés, risueña, festiva… Toda ella amabilidad, tendió la mano a D. Ismael. Y D. Ismael volvió a sucumbir ante la vida… Ante la vida personificada en aquella mujer

  • No… No tengo que perdonarle nada… Es usted… Usted quien debe disculparme a mí… Verá… Yo… Yo…venía… Venía a explicarme con usted por lo de las bragas…
  • ¡Pero D. Ismael!... ¡Si no tiene que explicarme nada!... Vamos a ver; ¿acaso no es usted un hombre?... ¿Un hombre normal y corriente; como todos, por más cura que pueda parecer? Pues eso… ¡Si supiera usted lo raritos que son algunos!... Las manías… Los fetiches que tienen…

No; D. Ismael no lo sabía… ¡Cómo iba a saberlo!... Pero Dª Inés sí que lo sabía… Y demasiado bien; más de lo que ella, realmente, hubiera querido… La mujer dio por concluido el asunto cuando, tras insistirle en lo que su hijo había cambiado en el poco tiempo que él llevaba atendiendo al niño, que ya no sólo no solía decir palabrotas sino que, cuando a ella se le escapaba alguna, la reprendía con lo de “Eso no debe decirse mamá. ¡Ten un poco más de educación!” 

  • D. Ismael, Paco le aprecia mucho; le ha tomado verdadero cariño… ¿Sabe? Creo que es usted la única persona a la que respeta… Al menos, a la que más respeta… Y obedece… Ni a mí siquiera… ¡Digo ni a mí!... ¡A mí menos que a nadie!... Por lo menos, bastante menos que a usted… ¿Se quedará con él, verdad?... Ande, D. Ismael; sea usted bueno…

Y sí; D. Ismael se quedó… ¡Qué remedio, después de que ella, Dª Inés le besara con cierta ternura; cierto cariño en la mejilla!... Se quedó, rendido sin condiciones ante aquella mujer… Y a qué engañarte, D. Ismael. Eso es lo que en verdad querías; a lo que en verdad habías venido: A verla; a poderla seguir viendo cada día… Aunque fuera de lejos… Bueno, y también por su hijo; por Paco Páez. Su madre le había dicho que el pequeño le había tomado cariño, pero es que también él se lo había tomado al chico… Y mucho más de lo que quería admitir… Lo mismo que a la madre, pero en modos total, absoluta, casi diametralmente opuestos. Paco había llegado a ser para él, en aquellos pocos meses, casi, casi que como un hijo… El hijo que no tenía… El hijo que nunca tendría, de eso estaba más que seguro, pues, ¿quién le iba a querer a él? Y ella, la madre, Dª Inés pues… Eso; era Dª Inés… La Diosa inmarcesible… Pero también, inaccesible… Inalcanzable por siempre jamás…

D. Ismael desde aquél mismo día emprendió su nuevo menester de profesor particular a jornada completa de su alumno exclusivo. A partir del día siguiente se presentaba en casa a eso de las nueve y media-diez de la mañana. En la casa todo el mundo todavía dormía… Vamos, la madre y el hijo, que ere todo el mundo de la casa; más D. Ismael cuando también estaba allí, claro. Fue, era, el joven Paco quien por fin, a los no sé cuántos timbrazos en la puerta, salió por fin a abrir; más casi dormido aún que somnoliento, y acordándose de todo el mundo mundial… Casi mandando a D. Ismael más lejos que las estrellas por ocurrírsele presentarse a tales horas, casi de la madrugada para el “mocer”, pero D. Ismael se le imponía, obligándole a meterse a marchas forzadas en la ducha, pues no solo debe estarse siempre limpio de alma, sino también de cuerpo. Y a clase, que es para lo que venía y su señora madre le pagaba.

Su madre, Dª Inés, hasta las once, a veces incluso más tarde, no solía levantarse, a menos que tuviera “obligaciones” extraordinarias entre las once y las doce, como el primer día en que él volvió a aparecer por aquella casa, pues a la tienda, a la “boutique”, antes de las doce no solía aparecer para abrir. Eso se mantuvo así durante algo más de una semana, pues antes de los diez días posteriores al primer madrugón, cuando D. Ismael aparecía, haciendo sonar el timbre de la puerta, Paco ya estaba duchado, vestido y con el desayuno preparado para los dos, café con leche y la bollería de que su madre dispusiera. Así que lo primero que los dos hacían era desayunar, para enseguida empezar la clase del día. Al medio día comían, por lo común lo que el propio D. Ismael preparaba, pues de mal cocinero nada tenía y Dª Inés, la verdad, no era muy aficionada a las domésticas labores… Y eso cuando a tales horas estaba en casa y no tenía comida con algún amigo, casos en los que hasta más que mediada ya la tarde no solía aparecer ya por casa, desde casi las doce de la mañana en que salía

Una cosa cambió, para satisfacción de D. Ismael, respecto a la anterior etapa: Las visitas del “practicante”, como por ensalmo, desaparecieron para nunca más reaparecer. Eso sí; las comidas y cenas con amigos no cesaron de menudear bastante más de lo que el bueno de D. Ismael querría, pero qué se le iba a hacer. Incluso no faltaron días en que, a eso de las nueve de la noche, incluso a veces antes, Dª Inés telefoneaba diciéndole que lo más seguro se retrasaría; que si no le importaba mucho, se quedara con su hijo hasta que ella llegara. Maldita la gracia que a D. Ismael le hacía semejante comanda, pero “tragaba” sin decir ni pío, y allí se estaba, vigilando el sueño del pequeño hasta que su madre, por fin, aparecía por casa, no antes de las doce de la noche o, en general, más frecuentemente la una, las dos o más de la madrigada.

Con un “Gracias; eres un cielo, D. Isma”, la mujer agradecía los desvelos del preceptor de su hijo y este se marchaba a casa de su hermana. Sí, el coloquial “Eres”, más el “D. Isma”, era la manera de Dª Inés de tomarse confianza, tutear a D. Ismael, pero a él ni loco se le ocurría apear, en modo alguno, el ceremonioso “Usted” más “Dª Inés”. Por otra parte, cuando D. Ismael regresaba a la casa de su hermana entrada ya la madrugada, con ésta la tenía “parda”, pues le tachaba de “crápula”, “libertino”, “degenerado” y ni se sabe qué “lindezas” más, acusándole de andar por ahí, derrochando con “pelanduscas”las pesetas que a ella no le daba… Y con todo lo que ella había hecho siempre por él, que si no hubiera sido por ella, que le acogió cuando, muertos ya sus padres, le expulsaron del seminario, por eso, por crápula, qué hubiera sido de él. Lo que la buena señora se olvidaba de decir, es que para entonces, ella, muy a sus anchas, se había hecho con toda la heredad paterno-materna, mucha o poca, en virtud de ser soltera y algo más que treintañera ya, gracias a lo cual tenía ahora los posibles de que disponía, pues le sirvió para invertir en terrenos para construir allá por los años sesenta, negocios que le salieron redondos

Así fueron pasando los días, las semanas y algún que otro mes, aunque D. Ismael mantenía que con sus clases no era suficiente para el menor, pues él, por sí mismo, no le podía aprobar el corriente curso de la EGB, que se le quedó “colgado” al chaval al expulsarle el colegio. Y fue él, D. Ismael, quien, busca que te  busca, encontró al chico centro que le admitiera a pesar de lo ya avanzado del curso, con la primavera floreciendo ya los campos en un mes de Abril que resultó de los de “las aguas, mil”

Fue una tarde cuando D. Ismael dio a Dª Inés la fausta nueva de que Paquito ya tenía colegio donde salvar el curso; por cierto una nueva no tan fausta para el joven alumno, pues significaba que su tranquila vida doméstica, sin tener que asistir cada día a las aburridas clases de todo “profe” que no fuera D. Ismael, tocaba a su fin… Desdichas de la infantil vida, en la que el infante ni pincha ni corta, quedando todo al particular arbitrio de los “mayores.

Aquél día habíase levantado Dª Inés sustancialmente más tarde de lo habitual, pues eran ya casi más las dos que la una del mediodía cuando apareció por la cocina, recién duchada. Lo malo fue que allí se presentó en bata, pero desabrochada, por lo que más bien estaba en simple sujetador y bragas, que así le paso al pobre D. Ismael, que de poco no le da un infarto ante tan celestial visión. Como es lógico, la mujer al instante se coscó de la impresión que en el hombre obraba su semi desnudez, lo que hizo que se “cortara” un tanto, anudándose el cinturón al talle, lo que hizo que el sujetador se cubriera, mas no así los gloriosos muslos, que de todas formas quedaron a la vista

Estaba en tal momento el sufrido varón dando los últimos toques al menú del día, un arroz casi huérfano, pues sus únicos ingredientes eran el sofrito de cebolla, ajo, pimiento y tomate, sin más realce que unos trozos un tanto generosos de tocino bien veteado de jamón, lo que comúnmente en España se llama “bacón” que, la verdad, es un tanto distinto a lo que por tal se conoce en Inglaterra. Aparte, como segundo plato o plato fuerte, un pollo perfectamente asado, bien doradito, bien crujiente, que hizo que Dª Inés se chupara los dedos al mojarlos en la piel del volátil recién sacado del horno.

  • ¡Qué doradito!... ¡Y qué rico! (Esto lo dijo al untarse el dedito en la grasa de la piel del pollo) ¿Cómo lo ha hecho?... ¡A mí se me quema siempre!
  • Porque tú no sabes cocinar y D. Isma sí que sabe… ¡Menudo cocinero es!...
  • D. “Isma”, me tiene usted que enseñar porque, en verdad, soy un desastre en la cocina…
  • No… No tiene ningún secreto… Cocinar no tiene ningún secreto, realmente… Se trata, simplemente, de poner cariño, el corazón en lo que se hace. Si lo hace así, con cariño, ya verá cómo todo le sale bien y sin necesidad de que nadie le enseñe nada… Las enseñanzas son para la alta cocina, la de los gourmets, las “Estrellas Michelin” y demás, pero para la cocina doméstica, la de cada día, no hay más secreto ni misterio que ese, ponerle cariño…

Otra cosa puso de manifiesto la buena de Dª Inés, reparando en su hijo que, tranquilamente, sin protestas o similares, ponía la mesa, encaramándose a una silla para acceder a los platos y ponerlos sobre la mesa.

  • D. Ismael, le voy a poner en un altar: Mi hijo ayudando en casa y sin protestar… ¡Verdadero milagro!... ¡Qué haría yo, sola, con él!... ¡Es usted mano de santo para mi Paco!...

Durante la comida, sentados los tres a la mesa, D. Ismael puso al corriente a Dª Inés de lo del colegio para su hijo Paco. Un inconveniente tenía, de todas formas, la solución encontrada por D. Ismael: El colegio encontrado distaba bastante más del domicilio materno que el viejo colegio del que le expulsaran, lo que acrecentaba, primero, el hecho de ser de horario intensivo, limitado a la mañana, de ocho a catorce horas, y en segundo término, la casi imposible combinación de transporte público, pues la zona donde Dª Inés residía, la más que famosa por aquellos años, primeros de los ochenta del pasado siglo, “Costa Fleming”(1), carecía en esos entonces de metro, y autobús directo hasta el nuevo colegio no había, debiendo hacer, al menos, dos transbordos para llegar. La cosa la solucionó al momento el propio D. Ismael, ofreciéndose a recoger al mancebo cada mañana en casa y devolverlo luego al mediodía

Dª Inés opuso que para qué se iba a molestar tanto él, D. Ismael; que bien podía Paquito acabar el curso con él y para el próximo buscar centro más cercano, pero el profesor insistió en que era un lástima que Paco perdiera ese año; total, tampoco le iba a costar tanto trabajo a él, acostumbrado, desde siempre, a madrugar

Acabaron de comer y D. Ismael procedió a fregar los servicios usados, tanto los de mesa como los utilizados en la elaboración de la comida. Paco le ayudó a secar lo que él fregaba y Dª Inés se puso a preparar café para la sobremesa, aviando tazas, platos, cucharillas y azucarero para el café, así como dos copas para el coñac que impuso como acompañamiento del café.

Por fin, con todo limpio y recogido, amén del servicio del café y el coñac en la mesa de la cocina donde comieran, se sentaron los dos adultos a la mesa, en tanto que el menor zanganeaba por allí, haciendo más el indio que otra cosa. Dª Inés sacó una pitillera y de ella tomó un cigarrillo, aprestándose a encenderlo   

  • Mamá el tabaco es malo; perjudica los pulmones y puede causar cáncer. Lo dice D. Isma…
  • Pero… ¡Si serás cara!... ¡Acaso no fumas tú!
  • No mamá; haciendo caso a D. Isma, me he retirado… Llevo ya dos días sin encender un cigarrillo…

Dª Inés se sonrió; miró el pitillo, el encendedor, pareció sopesar algo y, finalmente, devolvió el cigarrillo a la pitillera y ésta la guardó en un cajón del mueble bajo de cocina que quedaba, justo, tras de ella, mientras, suspirando, decía

  • Me pensaré si lo tiro a la basura o sigo fumando… Si no lo veo, no lo creo; mi hijo diciéndome que el tabaco es malo y que ha dejado de fumar… ¿Qué hace usted, “D. Isma”, para lograr semejantes milagros de este golfo redomado que tengo por hijo?

D. Ismael, “D. Isma”, como ahora le llamaba, no sin cierta sorna, simplemente se sonrió, si bien que muy conejilmente, restando importancia a lo que la mujer dijera de él. Ella tomó un sorbo de café y libó otro de licor. Alzó luego la vista, diciendo a su hijo 

  • Paco, hijo; ¿por qué no te bajas un rato a la calle, y juegas allí un poco?
  • ¡Estupendo mamá!

El chiquillo iba a salir escopeteado de la cocina, cuando su “profe” dijo

  • ¡Pero, señor Páez, a las cuatro aquí, que hay que proseguir las clases de la tarde!
  • Perfecto, D. Isma; a las cuatro aquí como un clavo

Entonces fue Dª Inés la que volvió a meter baza

  • D. Isma, D. Isma… ¿Por qué no le da suelta al muchacho por esta tarde?... A fin de cuentas, ya es viernes y la semana termina… Lleva estudiando, trabajando, toda la semana… Apenas si ha bajado a la calle a jugar… A que le dé el aire… También eso es importante… “Mens sana in córpore sano”…

No hubo más que hablar. Paquito salió de estampida a su cuarto para coger una pelota y bajaese con ella a la calle. Pero en el último momento su madre salió detrás de él diciéndole

  • Si cruzas la calle, ya lo sabes: Por el semáforo y en verde

El chiquillo respondió afirmativamente y salió despendolado por la puerta, mientras Dª Inés volvía a la mesa, sentándose ante su café, su copa y D. Ismael. Al momento éste comentó

  • Pues entonces, aquí creo que ya no pinto nada. Acabaré el café y volveré a casa de mi hermana
  • ¡Por Dios, D. Isma!... ¿A qué tantas prisas? ¿Le aburre acaso mi compañía?... ¿Le incomoda?
  • Por favor señora; cómo puede decir eso… Pues claro que no…
  • Entonces quédese un rato conmigo… Podemos charlar, ¿no le parece?

A D. “Isma” eso de quedarse a charlar un rato con Dª Inés le pareció de perlas, por lo que no tuvo inconveniente en quedarse donde estaba. Dª Inés entonces, puestos los dos de acuerdo en prolongar algo la sobremesa, alzó su copa y la adelantó hacia D. Isma en muda invitación a hacer un brindis, sugerencia que él aceptó al momento, elevando a su vez su copa de licor y adelantándola al encuentro de la de su anfitriona, que hizo que ambas copas chocaran entre sí, al tiempo que decía

  • Chin, chin, D. Isma
  • Chin, chin, Dª Inés

Seguidamente los dos, D. Isma y Dª Inés, bebieron sorbos de licor, más o menos generosos. A continuación, Dª Inés, volvió a tomar la palabra

  • No sé cómo agradecerle lo que está haciendo por mi Paco. ¡Es un milagro lo que ha logrado!... ¡Lo ha cambiado como quien dá la vuelta a un calcetín!... Se lo ha metido en el bolsillo; se lo ha ganado por completo… ¿Sabe? Ha conseguido que él hasta le quiera… ¡Sí D. Isma; sí!... Ha hecho que le quiera… Y, estoy segura, también usted le ha tomado cariño a él…
  • No… No tiene importancia… No ha sido nada de difícil… Él se hace querer… Es muy difícil no tomarle cariño… Desde luego es un diablillo, un verdadero trasto, pero… Pero es un chico excelente
  • ¿Sabe D. Isma?... Es usted la primera persona, aparte de mí misma, que, en verdad, se ha interesado por él… Bueno, en realidad, usted se ha preocupado por él hasta, incluso, más que yo, su propia madre…

Dª Inés calló un momento; miró su copa, se la llevó a los labios y bebió un sorbo. Luego, suspiró y prosiguió hablando

  • Paco ha vivido, casi desde su nacimiento, a su libre albedrío… Haciendo lo que le daba la gana; a su albur… Sin control de nadie… Usted, D. Isma, es la primera persona que le ha puesto coto… Le ha metido en cintura por las buenas, sin violencia ni malos modos… Con paciencia, con comprensión… Con persuasión… Con cariño… Como un padre educa a su hijo… Como el padre que nunca ha tenido…

D. Ismael intentó rebatirla; negar que todo el monte fuera orégano, como ella pretendía, pero Dª Inés le cortó, planteándole lo siguiente

  • Usted… Usted lo sabe todo… Se ha dado cuenta de todo, ¿verdad?...     

D. Ismael quedó enteramente confundido ante la cuestión, sin saber a qué narices podía referirse la buena señora

  • No… No la entiendo… No sé a qué se refiere, Dª Inés…

La mujer sonrió sin alegría pero con un tic de desengaño, de desencanto de la vida

  • De lo que en verdad soy… De a lo que verdaderamente me dedico… ¡De que no soy más que una puta!... ¡Una jodida puta que se abre de piernas con cualquiera que le paga lo que pide!

D. Isma no respondió. Bajó la cabeza y enrojeció hasta las orejas… Hasta la raíz del pelo… No hizo falta que asintiera a lo que la mujer le confesara, pues el que calla otorga… Asiente sin palabras…

  • Sí; lo sabe… Sabe lo que soy…se ha dado cuenta… Y yo me he dado cuenta de que lo sabe… Y… ¿Qué opina?... ¿Qué opina de mí?... ¿Le doy asco…a pesar de desearme?... ¿Piensa que soy escoria humana? Una escoria bella y apetecible… Pero escoria a fin de cuentas… Detritus… Excremento humano, ¿verdad?

D. Ismael, al instante, alzó la cabeza y miró a Sª Inés. El rostro, para entonces, no es que estuviera rojo, sino más bien bermellón… Bermellón hasta las orejas… Bermellón hasta la raíz del pelo… Pero su mirada, sus ojos, estaban límpidos, francos, sin doblez alguna… Y ahora sí que respondió… Con una cita evangélica; una sentencia que Jesús el Cristo dirigiera una vez a sus discípulos

  • “No juzguéis, y no seréis juzgados”

Dª Inés volvió a mirar a D. Isma. Ciertamente que antes se había enardecido, encendido de orgullo… del orgullo de la persona que se sabe juzgada y condenada de antemano por una sociedad, unas gentes que no la comprenden; una sociedad y gentes a la/las que nada en absoluto importa, pero que se recrea/ se recrean en machacarla, en pisotearla… Pero la respuesta de D. Isma, tan escueta, tan sencilla, la desarmó. E hizo que su mirada de ahora fuera tierna… Hasta conmovida en cierto modo

  • Qué gran persona es usted D. Isma… Eres tú, “Don Isma”… Nunca he conocido un hombre como tú… ¡Y no será por no haber conocido hombres en mi vida, que a unos pocos he conocido!...

Dª Inés se puso en pie y, más bien de manera lenta, pasito a pasito, a la par que sinuosamente, se fue acercando a D. Isma que, la verdad, no sabía dónde meterse, temblando además como una hoja y de pies a cabeza. Y es que la imagen que Dª Inés transmitía al andar era para verla. Ondulante, marcando con cada paso su anonadante anatomía femenina, haciendo que las caderas bascularan de un lado al otro, de derecha a izquierda con cada movimiento de avance, haciendo así que las líneas, las curvas de su femenil cuerpo se dibujaran resaltando rotundas a través del tejido de su bata, una bata que, al estar sólo ceñida, cerrada, por el cinturón, al andar se abriera sensualmente de cintura para abajo, mostrando al desnudo sus muslos, sus piernas, su breve, diminuta braguita negra adornada con cintitas intensamente rojas; rojas como la más enfebrecida pasión… Cintas que se unían en primoroso lazo en la parte alta y frontal de la cintura de la braguita, en maravilloso realce… Las mismas bragas, casualmente, que no tantos días antes tuviera en sus manos… Las mismas bragas culpables de su última desgracia, cuando le despidieron del colegio junto a su alumno Paquito Páez, el hijo de la mujer que ahora se le acercaba para su permanente tortura… Pero también para el mayor gozo de sus ojos, de su olfato… De todo su ser, pendiente, rendido a tal mujer… A tal Diosa del Olimpo más inaccesible, más lejano, más inalcanzable…

Dª Inés llegó a su lado, enfrentándole por su izquierda; muy, muy junto a él… Envolviéndole en su aroma… En su íntimo olor de mujer más que deseable… Y allí se quedó parada… Parada y callada, pero solo un momento pues, tras tal momento, indolentemente se desanudó el cinto que cerraba la bata que vestía, la cual al punto se abrió gloriosa mostrando en su integridad la casi desnudez femenina, al revelarse, en toda su esplendidez lo mismo la braguita que el sujetador, amén de parte de sus senos, todo lo que el más bien sucinto sujetador no alcanzaba a cubrir, que en absoluto era poco… O su vientre, liso, turgente… ¡Dios, y qué maravilla de las universales maravillas era aquél cuerpo!, pensaba, sentía D. Isma, enteramente acoquinado… Perdido sin remedio en aquél cuerpo más que excelso

Dª Inés, tras unos entre minutos y casi segundos, llevó sus manos a la espalda por debajo de la bata; alcanzó las presillas del sujetador y las soltó, haciendo que la femenina prenda cayera, por su peso, hacia abajo, con lo que los senos, los erguidos pechos rematados en puntiagudos pezones, enhiestos como pitones de toro bravo, corniveleto y astifino (2), quedaron libres, patentes en su estentórea desnudez. Y entonces, el pobre de D. Isma sí que se sintió morir… Morir de impresión

  • D. Isma; yo te gusto… Te pongo… Me deseas… Lo sé… Para mí, res translúcido; ¡anda y que no se te nota!... Hace un rato, cuando me has visto aparece por aquí, con la bata desabrochada y sujetador más bragas a la vista… ¡Te me comías con la mirada!... Tócame si lo deseas…

Dª Inés tomó las manos, temblorosas, del pobre D. Isma, que se moría a chorros ante tal magnificencia de mujer, y se las llevó a sus senos, una mano a cada uno, haciendo que se los estrujara; se los acariciara, a lo que el más mísero que pobre hombre se rindió incondicionalmente

  • ¿Te gustan, D. Isma?... ¿Te gustan mis tetas?... ¿Son como las imaginabas?...

Dª Inés se rió. Pero sin sorna, sin hacer burla de él; sencillamente, “aquello” le gustaba… D. Isma, en efecto, quería acariciarla; disfrutar de aquellos “cántaros de miel”, como rezaba cierta canción de allá por los la medianía de los años setenta, pero era torpe… No sabía acariciar los senos de una mujer… Pero se esforzaba; ponía empeño en hacerlo bien, y eso enternecía a la más que avezada hembra

  • Anda, corderito lechal, ven conmigo, que de esta te hago hombre

Dª Inés tomó de la mano a D. Isma, tirando de él, haciendo que se levantara; él, más que dócilmente la siguió, cual manso corderito que llevan al matadero. Pero no fue al matadero donde Dª Inés le llevó, sino a su dormitorio… A su cama… Aquella fue la primera vez que el probo D. Ismael conoció, saboreó, las íntimas delicias de un cuerpo de mujer… Y no una vez; tampoco dos, sino las que dieron de sí las algo más de tres horas que transcurrieron hasta algo más de las seis de la tarde, con las obligadas treguas para que el más que cuarentón D. Isma se repusiera, recuperando las suficientes energías para seguir en la brecha.

Como cuando intentó acariciarlos divinos senos femeninos, D. Isma en absoluto estuvo a la altura de las circunstancias que aquella tan soñada mujer le ofrecía, sino que los inicios de tan trascendente momento fueron más bien frustrantes, pues su incompetente inexperiencia llegaba a ser supina. Pero como también antes pasara, su empeño y aplicación en hacer las cosas lo más satisfactoriamente posible, también se dio, por lo que, y dado que la señora era más bien bastante docta en la materia, la relación o, mejor dicho, sucesivas relaciones, fueron mejorando a ojos vistas, para feliz y mutua satisfacción.

Así, hacia más o menos las seis y veinte de la tarde, Dª Inés dio por terminada las clases en el arte de Eros y Venus, diciendo   

  • Corderito lechal, mejor será que nos vistamos y duchemos, que mi Paco estará a punto de subir y tampoco es plan de que nos pille así

D. Isma, o “Corderito Lechal”, que por ambas denominaciones empezó a nombrarle, por tiempo “in extenso” Dª Inés, más de acuerdo con tan prudente decisión no pudo estar, y ahí se terminó, prácticamente, tan gloriosa tarde y día, pues el bueno del “profe” no supo ya donde meterse y, menos, sostener la mirada de Dª Inés, cuando casualmente se cruzaban, de forma que a poco de subir Paco, poco más de las siete de la tarde, D. Isma o “corderito lechal” se disculpó y se largó casi huyendo de la casa.

Eso, verle desde entonces, desde que el íntimo encuentro se acabó, tan vulnerable, tan apocado y tímido hacia ella, que más parecía haber cometido casi un sacrilegio al acostarse con ella, a Dª Inés le hacía gracia, obligándola a iluminar el rostro con una abierta sonrisa que a veces se convertía en franca risa. Y al mismo tiempo le provocaba una ternura nunca antes sentida por hombre alguno. Y es que era de lo más gracioso, pero también conmovedor, ver a ese ser masculino, algo más que cuarentón, pues si no tenía los cuarenta y cinco poco debía faltarle, comportarse como un jovencito adolescente quince-dieciséis, diecisiete años a lo más, ante su primera mujer hecha y derecha

Como la famosa tarde gloriosa fue un viernes, los dos siguientes días, sábado y domingo, descanso semanal de Paco Páez, D. Ismael no apareció para nada por casa de Dª Inés, no volviendo por aquella casa hasta el subsiguiente lunes. Como normal era desde hacía ya algún tiempo, al primer timbrazo en la puerta, a las nueve casi en punto de la mañana, pues D. Ismael apuraba cada vez más el tiempo, presentándose en la casa hasta antes de las nueve, Paco estaba en la puerta, abriendo. Pasaron directamente a la cocina  desayunar para, casi de inmediato, empezar las clases de la mañana.

Al medio día, mientras una vez más Paco ponía la mesa, D. Ismael daba los últimos toques a la comida que se puso a preparar entre explicación y explicación de materias académicas, entre pregunta y pregunta a su exclusivo alumno. Dª Inés entró en la cocina cuando Paco acababa de poner la mesa y D. Ismael acercaba la cazuela a la misma para empezar a servir los platos. Se sentaron los tres a la mesa y, charlando entretenidos, dieron buena cuenta de cuantas viandas D. Ismael preparara. Luego, un poco de charla o la siesta que Dª Inés solía dormir cada tarde antes de bajar a la tienda, las clases de la tarde y a las ocho de la tarde más o menos, D. Ismael marchaba a casa de su hermana, dando así fin el día, laborable al menos.

Esa fue la tónica, la rutina, de cada día, solo rota por las más o menos frecuentes comidas o cenas de “trabajo” de Dª Inés, comúnmente de dos a tres por semana, aunque semanas hubo que se produjeron casi todos sus días. Nunca más, en las inmediatas semanas que siguieron a la gloriosa tarde de aquél señalado viernes, aquello se repitió. Dª Inés, cuando cada mediodía subía a casa desde la boutique, se metía en su habitación a “ponerse cómoda”, es decir, quedarse en sujetador y bragas bajo la misma bata de aquél día, la que comúnmente y de siempre vistiera estando tranquilamente en casa, pero bien sujeta desde entonces, cuidando con esmero que no se abriera por parte alguna… Hasta se la abrochó por los faldones, hacia el final de los muslos, muy cerca ya de la rodilla, con un imperdible

Pasaron así dos semanas y comenzó la tercera, en la que Paco reiniciaría sus clases en un aula, en el nuevo colegio donde D. Ismael le matriculara para poder acabar el curso escolar. Sería el miércoles de tal semana cuando empezara su nueva andadura como alumno de un colegio y la víspera, el martes precedente, sucedió que Dª Inés tuvo una “cena de negocios” que acabó por llevarle bastante más tiempo que el habitual, pues cuando por fin llegó a casa eran ya casi las cinco de la mañana. D. Isma, el “corderito lechal”, llevaba velando el dueño de Paco desde las diez de la noche más o menos y estaba algo más que bastante cansado y. sobre todo, más dolido, abatido que enfurruñado por lo de la “cena de negocios” de su Diosa… Aceptaba mal tales “ágapes”, pero cuando se prolongaban por tantísimas horas era para él un verdadero suplicio; el más tenebroso de los avernos infernales.

Había, entre tanto, preparado la comida para el siguiente día y hasta horneado un bizcocho que les sirviera para desayunar por la mañana. Cuando por fin apareció Dª Inés y con el consabido “Gracias D. Isma… ¡Eres un cielo!”, “desfiló” hacia su dormitorio, ansiosa por verse entre las sábanas y dormir a pierna suelta hasta hartarse.

D. Isma, por su parte abandonó la vivienda, cerrando tras él con la llave que, previamente, Dª Inés le facilitara a fin de que por la mañana no diera ningún timbrazo que la despertara y obligara a levantarse a abrirle, ya que Paco, seguro, ni un cañonazo le despertaría a las seis de la mañana. Bajó a la calle y se dirigió al “600” que tenía por coche. Le abrió y se metió dentro, pero no le encendió… No le arrancó, sino que echó hacia atrás el asiento, reclinándole así mismo hacia detrás, buscando la posición más cómoda posible. Entonces, arrellanado en el asiento, buscó la mejor para dormir y se durmió casi tan pronto como cerró los ojos.

Poco antes de las seis de la mañana le despertó la alarma del reloj; se desperezó, estirándose aún en el asiento, y se bajó del coche. Lo cerró y subió al piso de Dª Inés, abriendo la puerta con la llave que guardaba, yéndose de inmediato al baño para lavarse, chapuzándose bien de agua, pues para ducharse más bien que no tenía tiempo. Fue, seguidamente al cuarto del chaval e hizo que abandonara la cama, no sin que Paco prorrumpiera en improperios, recordando lo de “D. Ismael es un gilipollas” como epíteto de menor cuantía, ya que los “dulces” recuerdos a la señora madre de D. Isma no faltaron  en absoluto y en forma asaz recurrida, sin tampoco olvidarse de coronarle más que a ciervo macho y adulto, vencedor en innúmeras “berreas”, cosa por demás injustificada, pues D. Isma era soltero y sin compromiso de toda la vida.

En fin, que a eso de las siete el tándem D. Isma-Paco Páez estaba en la calle y metiéndose en el sufrido “600” del “profe” privado de Paco, arribando al nuevo “cole” del doncel poco antes de las ocho de la mañana. Pasado el trámite de llevar D. Isma al “mozo” al aula correspondiente, presentándole al docente que desde aquella mañana y hasta que finalizara el curso sería su oficial “profe”, eso sí, menos privado que D. Isma, éste se reintegró al “600”. Volvió a echar hacia atrás el asiento, reclinado así mismo el asiento para, encaramándose a él, arrellanarse como la anterior madrugada y dormir

A eso de las dos de la tarde, nada más verse Paco libre en la calle, despertó a su “profe” en exclusiva, aporreando el cristal de la ventanilla de lo lindo, regresando los dos a casa, dispuestos a dar buena cuenta de lo que la tarde-noche anterior D. Ismael preparara como yantar del actual día. Cuando llegaron a casa Dª Inés ya estaba en la cocina, esperándoles, y con la comida al fuego para que tan pronto llegaran ellos los tres se pusieran a comer. Acabada la comida, Paco, muerto de sueño y cansancio, hizo mutis rumbo a su habitación, en tanto D. Isma y Dª Inés quedaban en la cocina, fregando todo lo utilizado él y secando, amén de recogiendo, ella.

Acababa D. Isma de fregar, en tanto Dª Inés procedía a secar lo último que él fregara cuando la mujer dijo

  • Debes estar muerto, “corderito”. Anda, vete tú también a la cama…

D. Isma trató de negarse, porque eso de acostarse en su habitación, en su cama… Pero Dª Inés se rio con ganas

  • ¡No me digas que te da corte meterte en mi cama después de lo del otro día!… Pero qué tonto que a veces eres, “corderito lechal”…

Le besó fugazmente en los labios, añadiendo a continuación, casi susurrante, al oído

  • ¡Y qué deliciosamente inocentón también, corderito! Anda vete para allá, que en un momento estoy allí, contigo…

Y D. Isma, el “corderito lechal”, no tuvo ya nada que oponer a la iniciativa de aquella mujer… De aquella Diosa… De su excelsa Diosa… Efectivamente se llegó al dormitorio de ella y allí se desnudó hasta quedar en “pelota picada” y se metió en la cama, a la espera de la ebúrnea Diosa.

Dª Inés llegó al dormitorio en menos de diez minutos y, cuando le vio metido en la cama y a culo pajarero, se echó a reír con una vivacidad, una alegría, que saturó la estancia

  • ¡Vaya, vaya!... ¡Conque el “corderito lechal” tiene ganas de hacer “ñaca-ñaca”!... ¿Verdad, “corderito”?

El “corderito lechal” enrojeció hasta las cejas… Hasta la raíz del pelo, como siempre, en situaciones un tanto embarazosas, y aquella, para él al menos, sí que lo era. Dª Inés, sin dejar de reír, se fue directa hasta la cama… Hasta el mismo borde de la cama. Allí se detuvo y abrió la cama. Se desenganchó el imperdible que mantenía cerrados los faldones de la bata y, seguidamente, desanudó el cíngulo que le mantenía ceñido el talle, cerrando, velando a la vista su interior semi desnudez; la bata, suelta, libre de ataduras, se abrió al instante, mostrando el cuerpo de aquella Diosa en su integral, total y absoluta desnudez, pues tras ducharse al levantarse, había obviado toda prenda sobre su cuerpo, a excepción de la sugerente bata. Se metió entonces en la cama, tomando entre sus brazos el cuerpo del “corderito” a la par que sus labios buscaban los masculinos, en fugaz y dulce contacto, para seguidamente deslizar, susurrante, en los oídos del hombre que sus brazos estrechaban contra sí misma

  • ¿Sabes “corderito”?... También la “corderita” tiene ganas de hacer “ñaca-ñaca”…

A las cinco de la tarde la alarma del reloj volvió a sonar, despertándole. A su lado, abrazada a él, dormía plácidamente Dª Inés… Sí, Dª Inés, pues a pesar de la porfía de la Diosa porque apeara el Dª, S. Isma, el “corderito lechal”, no cejaba un ápice en tal deferente tratamiento. Sacó de la cama a Paco y, tras hacer que merendara en la cocina a la par que escuchaba las explicaciones que sobre las materias dadas esa mañana. El plan de clases particulares establecía que lo primero que harían sería repasar lo por la mañana diera en las clases del “cole”; luego, los deberes señalados, que el alumno debería resolver, hacer por sí mismo, si bien tras las pertinentes explicaciones que resultaran precisas, para acabar preparando lo que, presumiblemente, se trataría en clase al siguiente día

Pasadas en muy poco las diez de la noche, tras cenar lo que de todas formas preparara D. Ismael, Paco Páez, el preadolescente, desfiló rumbo a su cama, más que dormido amén de cansado cosa mala. momento en que D. Isma dijo que también él se iba a casa de su hermana. Pero entonces Dª Inés le salió con una propuesta por  demás sorprendente: Que D. Isma se quedara a dormir en casa; con ella, con Dª Inés. D. Isma se quedó turulato ante la perspectiva: Tenerla a su lado, junto a él, cotidianamente, diariamente… Aspirando su perfume, su olor… Sintiéndola; sintiendo cada día, cada noche, su calor, la calidez emanada de su ser, de su cuerpo desnudo… ¡De ella, Dios mío; de ella!... ¡De la Diosa…de “su” particular Diosa! 

  • Pero… ¿Y Paco?... ¿Qué pensará Paco, de ti, de mí, cuando nos vea juntos en la cama?... Porque vernos, seguro que algún día nos verá…
  • Pero qué inocente eres, “corderito”… Mi Paco es un golfo; un golfo bastante reformado, gracias a ti, pero un golfo que sabe más que Lepe, Lepijo y todos sus hijos… ¿Crees, acaso, que no sabe lo que soy?... ¿Qué no sabe de dónde procede, en realidad, el dinero se gasta en esta casa?... ¡Pues claro que lo sabe!... ¡Que no es tonto, “corderito”…que no es tonto!... Y, te apuesto lo que quieras, a que cuando nos pille haciendo “ñaca-ñaca”, hasta se alegra…

Y como no hay nada mejor que juntarse el hambre con la oportunidad, y D. Isma tenía hambre canina respecto al cuerpo de su Diosa, pues no hubo más que hablar, por lo que desde esa misma noche empezó a hacer vida enteramente marital con Dª Inés, convertida ya en Inés a todo ruedo, aunque esa nueva relación, más o menos estable, de Inés tampoco significó que las citas de negocios, comidas y cenas, se cancelaran, pues no fue así, sino que prosiguieron al natural ritmo anterior, poco más o menos; es decir, entre dos y tres días, mínimos, por semana…

D. Ismael pasaba todos los males del Infierno cuando tal pasaba, cuando de sobras sabía lo que su Diosa hacía en tales horas, pasadas en ignotos lugares aunque, por supuesto, daba por descontado que una cama o similar lejos de donde su Diosa estuviera con su “amigo” de turno no andaría, precisamente. Cuando la Diosa, por fin, volvía a él, en la casa de ella, en el dormitorio de ella, en la cama de ella, a veces era buena con él, dispensándole un premio de consolación en un rápido, casi insípido “ñaca-ñaca”, pues apenas lograba que él se vaciara dentro de ella, le daba la espalda, volviéndose de costado para entregarse al sueño con un lacónico

  • Lo siento, “corderito”, pero estoy muerta…

Pero también en tales casos sucedía, y en especial cuando el regreso a la semi paz hogareña se producía pasadas las tres-cuatro de la madrugada, lo de “Lo siento “corderito” etc….” Se daba antes de ñaca-ñaca alguno, quedando el refocile postergado a cuando la Diosa lo tuviera más a bien.

Como el tiempo nunca se detiene, sino que a cada día sucede el siguiente, a cada semana la otra y a cada mes el que le sigue, también llegó un domingo de allá por las postrimerías del verano de aquél año, fines de Agosto más o menos, pero de un Ferragosto, como dirían los italianos, de los de dar y tomar calorines, pues por los veinte y no pocos del mes, las temperaturas en este Madrid, hoy día de mis pecados y pesares, en la época que nos ocupa apenas si bajaba de los 41-42º a la sombra… Vamos, que no nos engañemos pues, en cuanto a canículas veraniegas toca, clavaditas, clavaditas a las que hoy día alguno que otro disfruta y no pocos padecemos, servidor incluido, con esos 42-43º a la sombra de, por ejemplo, el pasado verano de mis agobios y sudores.

En fin, que la cosa fue que el sábado inmediatamente anterior a tal domingo, al bueno de D. Isma o “corderito lechal” se le ocurrió ir a pasar el inmediato día dominical a la cercana sierra madrileña de Guadarrama, a un lugar pelín más alto que Navacerrada, el pueblo que no el puerto de montaña. El paraje era de casi ensueño; un tanto al noreste del pueblo, era un sucinto claro de bosque de montaña con pinos, robles y encinas, pero mullido por fresca y no tan baja hierva, surcado por un entre arrollo y riachuelo, el de La Maliciosa, al pie de tal pico, de más de 2.200 m. de altitud

Allí pasaron el día, disfrutando cada cual de lo que más le gustaba o interesaba. Así, tan pronto vio Paco la corriente de agua, cuya frialdad desanimaba al más pintado a meterse en  tan heladoras aguas, haciendo bueno lo de “Quién dijo miedo”, se quedó en bañador en menos tiempo que duraban las famosas “Coplas de la Zarabanda” y corriendo fue a chapuzarse en el agua, que para más no da su somero caudal, ya que apenas llegará a poco más de los tobillos su altura media. Claro que también existen remansos y hoyas en su curso cuya profundidad puede aproximarse al metro, aunque raramente llegar.

También se animó a semi congelarse Inés, que a lanzada pocos/as la igualaban, metiéndose en pozas y hondonadas hasta incluso llegar a sentarse en el fondo, a fin de que el líquido elemento, al menos, se le aproximara a cuello y hombros. D. Ismael, como casi siempre, dio la nota discordante respecto al chapuzón, ya que a él le aterraba el frío, más aún el agua helada; en fin, que solía mantener que para bañarse estaban los cuartos de baño con sus bañeras, ya que si el Buen Dios hubiera querido que anduviéramos por las aguas a tuti plen, nos había dotado de aletas y branquias, como a los peces. Vamos, que a menos del metro largo, ni en broma se le ocurrió acercarse al curso acuífero. Pero allí estaba Inés, su Diosa, para jorobarle el parque cuando, chorreando, salía del agua para dirigirse hacia él y, en llegando a su vera, sacudirse el agua cual perro de ídem, hasta poner a su “corderito” algo más que salpicado, provocando las protestas de él y las frescas, sonoras, carcajadas de ella

Serían ya más de las siete de la tarde cuando los tres, en el “600” de D. Ismael, emprendieron el viaje de regreso a casa. Iban alegres, cantando y riendo por nada, satisfechos tras el día pasado, con lo que en un cruce con otra carretera que les salía por la derecha, sin señalizar lo de “Preferencia de Paso” para D. Ismael, este se precipitó sobre un coche que por esa derecha se incorporaba a la carretera que traía el buen “profe”

La colisión fue aparatosa, llevándose la peor parte el “600” de D. Ismael, que quedó con el morrito como un acordeón, más o menos, en tanto el vehículo contrario, un Mercedes, BMV o Bentley; grande como un mayo, ancho y largo cual día sin pan, ostentoso, poderoso… ¡Magnífico!...apenas si sufría algún que otro rasguño en la aleta donde se estrellara el pobre “600”, pero de su interior surgió un chófer gigantesco, alto, macizo… Casi cuadrado, si no fuera porque su altura superaba con ni se sabe cuántas creces su envergadura de hombro a hombro, que manca, precisamente, no era.

Al instante, casi echando espuma por la boca cual hidrófóbo animal, se lanzó iracundo sobre el más pobre que nunca D. Ismael que, más envarado que sentado en su sitio ante el volante, apenas acertaba a balbucir nada, mientras el furioso chófer le ponía de hoja de perejil “p’arriba”. Pero aquello tampoco duró tanto, pues también al punto, de dentro del “600” surgió, por un lado, Inés, hecha un rugiente cruce entre leona del Serengueti y tigresa de Bengala, que ya, ya. Lo primero que soltó, sin acabar todavía de poner su delicado piececito en el encintado fue

  •  ¡¡¡AQUÍ NO HAY MÁS CABRÓN, HIJO DE PUTA, QUE USTED!!!

Pero ahí la cosa no se quedó, pues por el otro lado del casi coche apareció el no menos bueno de Paco Páez, con su boquita de piñón, que me rio yo de sus tiempos de heroica golfería en el “cole” del que resultara expulsado, emprendiéndola, además, a puñadas y puntapiés con el más que sorprendido chofer, ante aquél intempestivo diluvio de insultos y golpes que, inopinadamente, se le vino encima. Mas la sorprendida inmovilidad del tocho humano duró menos aún que las antes referidas coplas, pues al momento se rehízo, enviando al chaval al suelo de un manotazo y yéndose hacia aquél basilisco que más asemejaba las Siete Furias desatadas que a una mujer, y tampoco se quedó muy atrás en denuestos y juramentos, aunque, eso sí, sin alcanzar los niveles que ella antes utilizara más contra él que con él, pues lo de “Puta” no soltaron sus labios, por más que con inusitado ahínco pugnara por salir.

La más o menos trabada reyerta no llegó a mayores porque un elegante señor, indudablemente noble prócer de vaya usted a saber qué entidad industrial, financiera o similar, entre cincuentón y sesentón, de impecable traje completo de veraniego estambre de lana, fino y más que transpirable, que sus buenas decenas de billetes de a mil “pelas” costaría, camisa a juego con el traje así como ceñida corbata al cuello, más que en consonancia con traje y camisa, amén de rutilantes zapatos, de finísima piel e indudable factura de la alta zapatería italiana, que se bajó del súper-coche, por su portezuela trasera, puso fin al “cacao” diciendo

  • Mariano, la señora tiene razón. La culpa de esto es tuya. Presenta disculpas a la señora… Y al señor también, claro está…
  • ¡Pero…pero, D. Senén!... ¡Si él ha sido el único culpable, al no respetar la preferencia de mano en el cruce!
  • Mariano, he dicho que la culpa es tuya y punto… ¿De acuerdo?

El tal Mariano al instante plegó velas y, casi tan “corderito” como D. Isma ante su Diosa, respondió  

  • Sin duda alguna, D. Senén

Y más que humildemente presentó disculpas a la “señora” y al “señor”. Sin dilatarse ni un segundo más, el llamado D. Senén se plantó ante la “señora” para, inclinándose ante ella en versallesca reverencia, extraer de su cartera una tarjeta de esas que la gente de cierto copete usa para presentarse ante extraños, diciendo a la vez

  • Senén de Tal y Tal, a su servicio, estimadísima señora… Y al de su señor marido también, por supuesto. Acepten, por favor, mis más sinceras disculpas… Ya saben… El servicio… Mariano es buen servidor mío, pero tan bruto… Se hacen cargo, ¿verdad?

Inés al momento percibió que ante ella tenía la oportunidad soñada toda su vida. ¡Un auténtico filón que podría explotar a modo y manera largos meses… Años quizás, por lo que de inmediato le brindó la mejor y más cálida de sus sonrisas, llena de sensualísimas promesas para el inmediato futuro y el D. Senén también supo que acababa de atrapar a una nueva “jaca alazana” para su particular “cuadra” de alazanas “jacas”

La única voz en discordia fue la de D. Ismael, que desde el primer momento el señorón de alto copete le cayó peor que pimienta súper picante en estómago ulceroso y sangrante. Por fin llegaron ante la casa de Inés y D. Senén, todo servicial, se aplicó en bajarse al momento y abrirle la puerta a Inés; Dª Inés, que él le decía. Inclinándose ante ella, en versallesca reverencia, le dio una tarjeta a la bella, poniéndose a su disposición para cuanto fuera menester. Al tiempo, y cuando D. Ismael iba a desaparecer en el portal, el “pretendiente” de su “mujer” le alargó un cheque doblado. El profesor intentó rechazarlo, pero D. Senén insistió en que se lo quedara, como compensación a las molestias por “chafarle” el “seiscientos”, amén de que a Inés, Dª Inés para el “benefactor” prócer, se sumó a las protestas del magnate, con aquello de que “No vamos a hacerle el feo a D. Senén, que tan amable ha sido con nosotros” Y, acto seguido, fue ella quien se quedó con el cheque, que para el asunto de las “pelas”, Inés siempre estaba a la que caía…

 Aquella noche D. Isma e Inés se acostaron juntos, cual era ya casi inveterada costumbre, pro no pudo haber “ñaca-ñaca” porque el probo profesor se riló; no pudo, materialmente, “hacer los honores” a la Diosa; “aquello”, en absoluto se prestó, por más interés que el buen hombre puso en la imposible empresa. Él quiso; su voluntad quería, pero su cuerpecito serrano se declaró en huelga de “herramientas” caídas… Su mente, sin venir a cuento, se pobló de imágenes de Inés; de su Diosa en brazos de sus casi mil y un amigos; en brazos del más que odiado D. Senén. No la imaginaba, sino que la veía en brazos del atildado magnate… Riendo, hasta gozando con él… Y a él, con su cuerpo todavía no mal formado, gozando, disfrutando de ella; babeando de gusto, con los ojos encendidos en lujuria, lo mismo que ella…

A la mañana siguiente, hacia las doce más o menos, un timbrazo en la puerta anunció la llegada del mozo de una floristería portando un centro de flores, de claveles más rojos que la sangre exactamente: “Para la señora de la casa”, dijo el chico del establecimiento. Con las flores, una tarjeta: “Senén de Tal y tal”, y al dorso una inflamada invitación del “andoba” para que la “muy digna señora” le llamara al teléfono aceptando tomar una copa con él… Dentro del mayor respeto hacia su persona de Dª Inés, por supuesto… Y también de su más que digno “esposo”

D. Isma dejó centro y tarjeta, ésta tal y como viniera, en la mesa del salón. Inés, en esos momentos, no estaba en casa, sino que minutos antes acababa de bajar a abrir la tienda. D. Ismael, la verdad, aquella mañana, más que cansado tras la inútil pelea de la anterior noche, no quiso levantarse a llevar a Paco al colegio, cosa que a Inés no le pareció ni bien ni mal, simplemente, eso era cosa de su “corderito”, y si él decidió que aquella mañana su hijo no fuera a clase, por ella, bien decidido estaba, luego cuando lo de las flores estaban solos los dos en casa, profesor y alumno, liados con las clases

Como de costumbre, al mediodía llegó ella, y nada más entrar reparó en las flores; tomó la tarjeta y, con todo interés, la leyó. Al acabar estalló en ruidosas carcajadas de pura alegría

  • ¡Ya cayó el ratoncito!... ¡Mordió el queso, y está dispuesto a no parar hasta “jamárselo” todo…
  • ¿Piensas…? ¿Piensas…llamarle?... ¿Aceptar verle?
  • ¡Pues claro que sí!... ¡Lo sabía, corderito; lo sabía!... ¡Sabía que éste viejo crápula caería en el “garlito”! ¿Sabes? El viejo verde me ha tomado por tu mujercita… ¡Tu santa y casta esposa!... ¡Piensa que soy una dulce y ejemplar esposa y madre de familia!... Vamos, que soy decentísima… Y le ha entrado el caprichín de “tirarse” a una mujer decentísima… Una virtuosa esposa y madre… ¡Pues lo va a conseguir, mire usted por dónde, D. Senén!... Pero… ¡Los caprichitos se pagan!... ¡Y se pagan bien; pero que muy, muy bien!... ¡Hasta las entretelas le voy a sacar al “maromo”!...
  • Y… Y si yo te pidiera que no; que no lo hagas… Que no le llames; que rompas la tarjeta… Y el cheque…
  • Pero… Pero… ¿Por qué iba a hacer semejante tontería?...
  • Porque yo te lo pido
  • Pero por qué, D. Isma. El viejales es un “Caballo Blanco... Algo difícil de encontrar; algo que, a veces, no se encuentra nunca en la vida… Y yo lo he encontrado… Y quiero explotarlo… Exprimirlo hasta la última gota que me sea posible… Y te aseguro que serán muchas… Muchísimas las gotas que sabré sacarle al viejo crápula…
  • Pero Inés… Yo… Yo te quiero… Te quiero; sí Inés, te quiero con toda mi alma… Te me has metido dentro de mí… hasta lo más hondo… No, no simplemente te deseo…. Ante todo y sobre todo, te quiero… Te amo con locura… Te adoro… Te idolatro… Sí; te idolatro… Para mí, eres una Diosa; mi Diosa… Quiero… Quiero casarme contigo… Que nos casemos… Que dejes esto… Todo; todo esto… Que no haya más citas, más comidas y cenas de negocio… Que no haya más “amigos”…

Inés le miró con más sorna, casi con más tristeza que nunca

  • De modo, que quieres “retirarme”… Que me quieres en exclusiva… Muy bien; ese es el sueño de toda puta… Que aparezca un Príncipe Azul que la retire de la putería… Y si, encima, se casa con una, la repera… Sí señor; ¡la repera de bueno!... Pero, tocinito de cielo, ¿de qué viviríamos?... ¿Cómo me mantendrías a mí y a mi hijo?
  • Yo… Yo podría trabajar… Dar clases…
  • Ya… Clases… ¿Acaso no las das ya?... Y qué…
  • No Inés; no me refiero a eso… A esto… hablo de dar clases de verdad… En algún colegio… En academias… Academias donde se imparta o se den clases de apoyo en asignaturas de BUP. Varias clases en varias academias… Más algunas horas de clases particulares, aquí, en casa…
  • ¿De verdad crees que así saldríamos adelante los tres, Paco, mi hijo, tú y yo?... Por favor, D. Isma; cáete ya del guindo… Abre los ojos… Mira; vé la verdad… Isma, yo coy lo que soy, una puta; una prostituta, si quieres que lo diga más en “finolis”… Yo no te lo he ocultado… Antes de acostarme contigo la primera vez, te lo dije… No podías: no puedes llamarte a engaño… Soy lo que soy; lo sabías cuando te “liaste” conmigo… Y lo aceptaste…

Inés calló un momento, como estudiando el efecto que su “discurso” estaba haciendo en su “corderito lechal”.  Luego prosiguió. Le dijo que no tenía por qué quebrarse la cabeza con celos más bien infundados, pues bien sabía ella que todo aquello no eran más que celos que, de vez en cuando, asaltaban al “corderito”, o así al menos lo pensaba ella, lo creía a pies juntillas. Que sus “citas de negocios” no eran más que eso, negocios. Los tíos querían algo de ella y estaban dispuestos a pagar por ello y ella deseaba ese dinero que ellos estaban dispuestos a pagar, luego ellos pagaban y ella les otorgaba lo que querían. Así de simple; así de prosaico, así de aséptico, sin personalismos que valieran… Ella, en verdad, no se entregaba a nadie más que a él, a D, Isma, a su “corderito lechal”… Y punto.

D. Ismael, una vez más, transigió; “pasó por el aro” que ella quería que pasara. Ala casa siguieron llegando las flores de D. Senén, unas veces en forma de centros de mesa, como la primera vez, otras como enormes ramos… Y siempre, siempre, con su correspondiente tarjeta, urgiéndole rendidamente a que la “más que digna señora”, se aviniera a aceptar su invitación, carente, desde luego, de vergonzosas intenciones. Todo la mar de platónico; todo, pura admiración hacia su inusitada belleza y prestancia… Vamos, que al viejales, no era “labia” lo que le faltaba…

E Inés, claro está, un día consintió en llamar al “Caballo Blanco” aceptando su “amable” y sobre todo, “desinteresada” invitación, segura de que el “noble caballero”, solo sería eso, un caballero ante una dama más que respetable

Desde entonces, las ofrendas de flores del “noble caballero” se fueron paulatinamente incrementando, alcanzando a veces el obsequio los matices de pequeñas joyas de no poco valor, aunque incomparable con lo que, seguro, llegarían a ser en un más que próximo futuro. Bagatelas, de momento, para lo normal en el “noble caballero” y en tales lides conquistadoras de hembras de tronío y, sobre todo, de acrisolada virtud hasta que el vil metal vencía lo virtuoso de la dama. También vestiditos de media-alta costura, o cheques que la “digna esposa” del no menos digno D. Ismael, los gastara en cuantos “trapitos” o “caprichitos” ella y su digno marido tuvieran a bien emplear su monetario homenaje a ambos. Vamos, que la operación “Caballo Blanco”· a Inés le estaba saliendo a pedir de boca

Un día, mes y pico después del primer presente floral, ella se estaba duchando, iniciando así el oportuno y previo emperifollamiento a una cita con el “noble caballero”, citas que venían produciéndose con periodicidad de dos veces por semana, a veces tres, D. Isma acertó a pasar al cuarto de baño. Inés, al momento, le pidió que le frotara la espalda con la esponja “Es bueno para la piel, ¿sabes?, le dijo. Él hizo lo que ella le pedía. Al rato…

  • Te… ¿Te…te…has…acostado ya con él?
  • No… ¡Ni que estuviera loca!... ¡Le tengo al “baño maría”!... ¡Hirviéndose en su propio jugo!... Yo me hago la modosa… La “estrecha”… Que si me eduqué en un colegio de monjas… Que si no tuve más novio que tú… Que si llegué virgen al matrimonio… Que si no soy inmune a sus atenciones, a su donosa prestancia… Pero que me da miedo… Que nunca he engañado a mi marido… ¡Y no veas cómo lo tengo!... ¡Subiéndose por las paredes!... ¡calentito, calentito!... ¡¡¡A PUNTO DE EXPLOTAR!!!...

D. Ismael no respondió. Acarició a Inés, por detrás, en un hombro y depositó un beso en el contiguo nacimiento del cuello. Inés volvió el rostro hacia él, fijando su mirada en los ojos de D. Isma. Advirtió tristeza es esos ojos, aliviada por destellos de cariño… De mucho; mucho cariño…   

  • ¿Volvemos a las andadas, D. Isma?... ¿De nuevo esos tontos celos?... Anda, alma de cántaro, dame un beso… ¡Pero tú a mí, y no yo a ti, como de costumbre!

D. Isma la besó. Con ternura, con cariño; con mucho cariño. Se separó de ella; volvió a mirarla, y volvió a besarla. Con arrobo teñido de pasión… De una pasión que fue “in crescendo” según el beso se hacía más y más largo… Más y más pasional… Las bocas se abrieron para recibir, mutuamente, la lengua del otro. Entonces Inés, sensual, cálida, deslizó al oído de D. Isma

  • “Corderito”, desnúdate y métete conmigo en la ducha… “Hacerlo” bajo el chorro del agua es divino, ¿sabes?...

D. Isma volvió a besarla, con bastante más cariño que pasión ya, y, dándose la vuelta, salió del cuarto de baño. Inés le vio salir y suspiró… ¡Este D. Isma!... Se acabó de duchar y se secó. Primero el cuerpo, con la toalla de baño, luego la cabeza con otra más pequeña, de lavabo, tras lo cual acabó de secárselo con el secador. Se envolvió en la toalla grande, velando así sus senos, vientre y pubis, hasta donde la toalla alcanzó, un palmo más allá del nacimiento de los muslos a todo tirar, y procedió a maquillarse, pintándose los labios para perfilarlos después. Se miró luego al espejo y aprobó con buena nota la imagen de sí misma que el espejo le devolvió.

Abandonó ella también el baño y se dirigió al dormitorio para vestirse. Entró en su habitación y se quedó quieta en la misma puerta. Ante ella, sobre la cama, una maleta mediana, ni demasiado grande ni tampoco muy pequeña, de esas con ruedas, las llamadas “trolley”, cerrada ya; al lado, una bolsa de las de viaje, llena de ropa, que entonces D. Ismael procedía a cerrar, corriendo hasta el fin la cremallera. Eran las mismas dos piezas de viaje que el profesor llevara a su casa cuando optó por instalarse allí

  • Pero… ¿Qué significa esto, Ismael?... ¿Qué haces?... Si puede saberse, claro

Era la primera vez que así hablaba Inés a D. Ismael; por su nombre, pues tutearle tras el “D. Isma”, venía ya de antiguo

  • Me voy Inés. Te dejo… No… No puedo aguantar ya más esto… He empezado a odiarme a mí mismo y si digo así, como hasta ahora, acabaría odiándote a ti también. Por eso me voy, para no odiarte… para que en el futuro, seas un bello recuerdo… El recuerdo de la más feliz y dichosa etapa de mi vida… Para que el altar erigido en mi alma, donde te venero… Donde te adoro como a una Diosa, como a mi Diosa, sea perenne en el tiempo para seguir venerándote, adorándote hasta el fin de mis días…

D. Ismael acabó de cerrar la bolsa; con ambas manos, bajó la maleta al suelo para, seguidamente, tomar la bolsa con una mano en tanto con la otra empezó a arrastrar la maleta-trolley hacia la salida del dormitorio. Pasó junto a Inés y la besó, amorosamente, en la mejilla. Al momento D. Ismael desapareció de la vista de la mujer cuando, por fin, salió de la habitación

Inés quedó allí, junto a la puerta pero sin mirarla; mirando todavía hacia la cama, tal y como quedara al entrar en la estancia. Anonadada, perdida, sin voluntad… Con la mente en blanco. Aquello, para ella, había sido un mazazo… Un tremendo mazazo; el mayor, seguramente, que en su vida recibiera… Y no fueron pocos los que el devenir de su vida le asestó. Por fin, una idea empezó a pergeñarse en du mente: “Él se iba; se iba de verdad… para siempre”. Una atroz angustia al instante se apoderó de ella, oprimiéndole la garganta cual mano de acero… “Se va… Se va… Me abandona… Le pierdo; le pierdo para siempre… Para siempre… Para siempre”…

Reaccionó al fin, con la angustia transformada en terror; en inmisericorde desespero. Echó a correr hacia el rellano al que se abrían las puertas de las cuatro viviendas de la planta, pero allí ya no estaba D. Ismael. Vio la luz encendida del chivato del ascensor, indicativo de que el mismo estaba funcionando, llevándose a D. Ismael, irremisiblemente, hacia el bajo del edificio, preludio de su desaparición, “in eternum”, de su vida. Inés entonces echó a correr, como loca, escaleras abajo, tal y como estaba, descalza y sólo cubierta por la toalla que velaba lo mínimo aconsejable por la moral y las buenas costumbres, mientras gritaba a pleno pulmón

  • ¡¡¡Ismael, cariño mío!!!... ¡¡¡No te vayas…no me dejes!!!... ¡¡¡Será lo que tú quieras que sea…como tú digas!!!... ¡Pero no te vayas, mi amor!... ¡Vuelve; vuelve conmigo!

Allí, en ese momento, feneció la hetaira Inés, la prostituta de semi lujo, surgiendo en su lugar otra Inés muy, muy distinta. Una Inés enamorada hasta lo indecible de su marido, Ismael. Una Inés escrupulosamente fiel a su marido, Ismael… Una Inés que primero fue esposa para en menos de un año ser madre del primer hijo habido de su marido Ismael, que fue hermano del otro hijo que ya tenía, Paco, que también lo fue de su marido Ismael por decisión de él mismo expresada, libremente, ante el Registro Civil

F I N   D E L   R E L A T O

 

NOTAS AL TEXTO

  1. La “Costa Fleming” era, no sé si todavía lo es, básicamente la citada calle del Doctor Fleming, con algún aditamento por Profesor Waksman y Alberto Alcocer, que allá por los 70/80 constituyó un emporio de la prostitución de medio/alto “standing”
  2. Toro corniveleto y astifino: Dícese, en argot taurino, del toro que tiene las astas, pitones o vulgo cuernos, curvados hacia arriba, casi en vertical al cielo, y de puntas muy, muy afiladas. Vamos, un verdadero “pavo” que en cuanto salta al ruedo hace temblar de puro miedo a más de un “coletudo”… Y a más de dos…

            2.1. “Coletudo”= Torero 

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A buen juez, mejor testigo

De la muy extraña forma en que fui padre

De cómo isabel vino a mi vida

Bajo el cielo de siberia

Bajo el cielo de siberia

Bajo el cielo de siberia (2)

Sorpresas te da la vida...

Euterpe y tauro.-epílogo.

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Cuento de d. alfonso el bueno” y la archiduquesa 3

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Desayunando

La buena educación

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 3º

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 4º

JUGANDO AL GATO Y EL RATÓN. Capítulo 2º

Jugando al gato y el ratón

La chica del parque

Historia de dos mujeres.- capítulo 4º

Historia de dos mujeres.- capítulo 3º

Historia de dos mujeres

Historia de dos mujeres.- capítulo 2º

¡ay, morita!

Euterpe y tauro

Pretty woman

Ángélica

La casa de las chivas

Mi amada prima

Nos habíamos odiado tanto

D o ñ a s o l e

Carmeli

J u n c a l

La segunda oportunidad.

La primera vez de curro “el patas”

El matrimonio de d. pablo meneses. capítulo 1º

El matrimonio de d. pablo meneses.- capítulo 3º

El matrimonio de d. pablo meneses. capítulo 2º

Pepita jimenez

Romance en caló.- capítulo 2

Romance en caló

Hanna müller.- capítulo 2º

Hanna müller.- capítulo iº

El destino es caprichoso

El cabo fritz lange

Historia de un idiota

Porque te vi llorar

La tía tula

En busca de sus orígenes

Unos años en el infierno.- capítulo ii

Unos años en el infierno.- capítulo 1º

El patito feo

Cuando mario embarazó a claudia

Tio juan

Entre el infierno y el paraiso

Una historia de amor y chat

C a r m e l i.

Mi historia con gabi

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 3º y Ultimo

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 2

RIBERAS DEL DONETZ.- Capítulo 1

Primavera en otoño

ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 2

ARRABALES DE LENINGRADO.- Capítulo 1

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.-Capítulo 4

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.- Capítulo 1º

JUGANDO AL GATO Y AL RATÓN.- Capítulo 3

JUGANDO AL GATO Y AL RATON.- Capítulo 2

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD.- Capítulo 1

LA SEGUNDA OPORTUNIDAD.- Capítulo 2.-

La segunda oportunidad

¿amar? ¿no amar?

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 4

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 3

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capìtulo 2

UNA CRUZ EN SIBERIA.- Capítulo 1

El futuro vino del pasado

¡Mi hermana, mi mujer, ufff!.- Epílogo. Versión 2

Madriles

La fuerza del amor

El reencuentro - Capítulo 4

El reencuentro - Capítulo 3

El reencuentro - Capítulo 1

El reencuentro - Capítulo 2

Gane a mi mujer en una apuesta

Mi hermana, mi mujer, ufff!.- autor onibatso

Mi hermana, mi esposa ¡Uff!.- Epílogo a cargo de

LIDA.- Capítulo 1º

L I D A . - Capítulo 2

LIDA.- Capítulo 3

LIDA.- Capítulo 4 y último