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Primavera en otoño

en Erotismo y Amor

PRIMAVERA EN OTOÑO

 

Don Carlos Losada era un notable empresario madrileño y candidato a Procurador en Cortes por el Tercio de Cabezas de Familia en reñida competencia con los otros tres candidatos provinciales de su terruño natal, la más que tradicional tierra abulense, de la que podría decirse que, si en opinión de S.E. el Generalísimo España era la Reserva Espiritual de Occidente, Avila sería la Reserva Espiritual de España, pues en ningún otro lugar de la vieja Piel de Toro se daba tal densidad de curas y monjas por metro cuadrado. Además,  sólido bastión de los eternos valores de la más tradicional y nacional-católica familia española, ejemplo de moralidad intachable a sus cuarenta y cuatro años y, en añadidura, viudo desde los veintitrés tras perder a su muy amada esposa Doña Mariana de Osorio de fiebres puerperales, es decir, de post-parto de su única hija Marianita. Sí, eso significaba que D. Carlos, siendo un ejemplo viviente de intachable moralidad de vida, se casó de “penalti” pues la cigüeña llevaba ya unos cuatro meses de viaje con el primer fruto del amor entre el entonces todavía Carlitos y su muy recatada novia Marianita.

Bueno, pues aquella tarde D. Carlos iba que echaba chispas mientras conducía de regreso a Madrid. ¿Qué le sucedía? Pues que aquella mañana, cuando ya cerca del mediodía respondía las preguntas de varios redactores de la prensa local de la capital abulense, en una especie de rueda de prensa electoral celebrada en el hall del más importante hotel de Avila, había recibido la fatal noticia transmitida, vía telefónica, por su hermana Doña Petronila, solterona de toda la vida y madre en ejercicio de su dulce sobrinita Marianita… Ita, ita, ita…

Bueno, dejándonos de chanzas y vayamos a lo que íbamos, leñe. Como decía, su santa hermana Doña Petronila le había informado que su tierna hijita Marianita, (y conste que a quien suelte un “Ita, ita, ita” me lo cargo) con sus tiernos veinte añitos casi recién cumpliditos, (y que conste otra vez que lo que decía sobre los “Ita, ita, ita, vale también para los posibles Itos, itos, itos que soltara cualquiera de “voacés”) la noche anterior se había fugado a dónde y con quién Dios sabría, pues doña Petronila, de acrisolada virtud y solterona de toda la vida, la verdad era que ni “flowers”. En fin, lo más conveniente para un candidato a Procurador en Cortes por el Tercio Familiar… ¡Adiós a su carrera política antes de empezar!

Aunque, si hemos de decir la verdad, no era eso lo que en verdad ahora le importaba, pues su auténtica preocupación era su hijita, su niña, su princesita, como solía llamarla. ¡Qué sería de ella lejos de casa!... Pero lo que no comprendía en absoluto era el por qué de aquello. Su hermana le había dicho que aquella noche, cuando la niña llegó a casa poco antes de cenar, la había formado una “zapatiesta” de mucho cuidado por estar llegando a casa demasiado tarde y por no sé qué libros que le había encontrado… Pero… ¿Justificaba eso la espantada de la niña? En fin, que Don Carlos iba bastante más preocupado que enfadado.

Llegó a casa poco antes de media tarde y se encontró a la tía Petronila bastante más enfadad que preocupada por su sobrina. Estaban en la habitación de Marianita, con una maleta abierta sobre la cama, maleta que por la mañana les subiera el portero del inmueble, de librea, como está mandado y ordenado en edificios poblados por lo que podríamos denominar clase media-alta/media-acomodada, y que a primera hora recibiera el portero del sereno, a quien se lo dejó la señorita Marianita cuando se “largó”, a modo de “paquete”, en un ciclomotor conducido por un barbudo joven de pinta no muy tranquilizadora según el referido sereno.

  • Tranquilízate Petronila, que Marianita ha sido siempre una niña muy sensata
  • Ya. Niña y… sensata. ¡Pues mira, mira los libros que lee tu hija, tan niña y tan sensata!

La tía Petronila alargó a su hermano una pila de dos o tres libros que Don Carlos tomo en la mano, leyendo a continuación los títulos en voz alta

  • “La Revolución Sexual de los Jóvenes”…. “Capitalismo y Represión Sexual”…

Don Carlos iba devolviendo a su hermana cada libro cuyo título leía, pero Dª. Petronila, solterona de toda la vida y madre en ejercicio de su sobrinita marianita, no le dio tiempo a leer ningún título más pues, con una semi hoja de papel en la mano, interrumpió la lectura de títulos

  • Escucha Carlos, escucha lo que tu hija escribe: “Hay que huir de vosotros, viejos padres; hay que desprenderse de ese tronco podrido, de esa raíz comida de gusanos y rodar a distancia de vosotros para poder haceros frente”… ¡Míralo, míralo bien!: “Tronco podrido, raíz comida de gusanos”… Eso es lo que tu hija piensa de ti… ¡Míralo, escrito por ella!...
  • Eso no es de Marianita… Está demasiado bien escrito para ser de ella. Lo habrá copiado de algún libro…
  • ¿Bien escrita esta porquería?... –Tomando uno de los libros que enseñara a su hermano- Mira, lee los comentarios que tu hija ha escrito al margen….

Don Carlos tomó en sus manos el libro abierto por una página con anotaciones al margen, manuscritas con roja tinta de bolígrafo que su hermana le ofrecía y empezó a leer en voz alta

  • “Los adolescentes empiezan a vivir moralmente, es decir, que comienzan a reprimir su vida sexual cayendo cada vez más en la miseria sexual”… Pero “Petro”, esta no es la letra de Marianita…
  • ¡Es verdad! ¡Ya te lo decía yo!... ¡Nos la han corrompido!
  • ¡Cálmate hermana, cálmate!

Don Carlos empezó a correr las páginas del libro por el sencillo método de hacerlas volar en abanico impelidas por la yema del dedo pulgar. Así, hacia el final del libro surgió una especie de billete en forma de papeleta de examen de la Facultad de Veterinaria de la Complutense

  •  Nicolás Pérez Lobo.

Don Carlos leyó el nombre en el espacio destinado al del alumno. Dio la vuelta al billete, donde aparecían las calificaciones obtenidas en un examen de Zoología: Suspenso inapelable. Y debajo, al final del billete, una dedicatoria manuscrita: “Con mi más violento deseo zoológico.- Nicolai.”

  • Esta  letra… ¡Es la misma de las anotaciones a los márgenes del libro! ¡Míralo “Petro”!

Esto lo dijo con la página ya vista de las anotaciones recuperada y cotejando la letra de ambos textos, del billete y las anotaciones al margen, acercando el billete al texto. Y la hermana “Petro”, la tía “Petro” exclamó

  • Es verdad. Seguro que es el barbudo patibulario que se la llevó anoche …  

A la mañana siguiente D. Carlos estaba en el despacho de dirección del Colegio Mayor donde la Dirección del Campus Complutense antes le informara que tal vez encontrara al “delincuente” Nicolás Pérez Lobo.

Y sí, aunque allí ya no estaba y ni idea de dónde podría hallarse tenían, lo que es conocerle sí que le conocían, pues guardaban de él un “in extensus” borrascoso expediente: Desastroso “Dossier” académico, difundidor excelso de libros subversivos y prohibidos, incitador a la rebeldía y la huelga de estudiantes y, sobre todo, transgresor de las severas normas de decencia universitaria pues en más de una ocasión introdujo subrepticiamente en su habitación a individuos femeninos… ¡Con las que incluso cohabitó durante toda una noche!... En fin, lo más execrable del género masculino habido y por haber…. ¡Y en tales manos, estaba su inocente hijita Marianita! ¡Dios Santo!...

D. Carlos regresaba a su casa ya pasadas las doce horas del medio día pues eran ya cercanas las 14 horas o dos de la tarde, cuando frente al portal de su inmueble, distraídamente se topó de frente con una chica que salía del portal, bastante joven y vestida con conjunto vaquero de cazadora y pantalón “blue jeans”.

  • Oh… Perdone señorita…
  • No se preocupe caballero… ¡Ha sido culpa mía; venía sin fijarme!...

El incidente fue mínimo y D. Carlos  de inmediato accedió al portal. Se dirigía hacia el ascensor cuando el portero-conserje, de impoluta librea, le frenó diciéndole

  • D. Carlos, una joven acaba de venir preguntando por la maleta que anoche la señorita Marianita dejó al seren…

D. Carlos no le dejó continuar

  • ¿Una chica rubia, con conjunto vaquero?
  • Sí D. Carl…

 Una vez más D. Carlos dejó al portero-conserje de impoluta librea con la palabra en la boca cuando de inmediato se lanzó de cabeza a la calle, oteando en ambas direcciones hasta que divisó a la joven rubia del conjunto vaquero. Se lanzó a correr en su dirección en intención de alcanzarla, pero a mitad de carrera observó cómo la muchacha subía a un autobús urbano que al instante arrancó, dejando a D. Carlos con dos palmos de narices en mitad de la calzada. Pero la Suerte vino en su ayuda bajo la forma de un más que oportuno taxi libre, al que D. Carlos ordenó seguir al autobús tan pronto estuvo en su interior. El taxi siguió al autobús a lo largo de tres o cuatro paradas, hasta que en una vio cómo la joven objeto de su seguimiento se apeaba y comenzaba a caminar calle arriba. D. Carlos detuvo el taxi, pagó la carrera y siguió a la muchacha hasta que ésta desapareció en el interior de un portal. D. Carlos siguió a la muchacha al interior del edificio a tiempo sólo de ver que el ascensor estaba en movimiento, marcando el visor los pisos por los que iba pasando. Presuroso, D. Carlos echó a correr escaleras arriba, incapaz de permanecer inmóvil en el rellano del portal, al tiempo que, mientras subía, consultaba el susodicho visor del ascensor hasta verlo parado en el cuarto piso. Por fin D. Carlos llegó al rellano de ese cuarto piso, donde se encontró con dos puertas, una a cada lado del ascensor. Una de esas puertas, entornada y con el letrero de una notaría, dejando además percibir con toda nitidez el rítmico tableteo de máquinas de escribir trabajando a destajo, por lo que dedujo que la puerta buscada debía ser la otra. Aporreó el timbre de la puerta alternativa con entusiasmo digno de la más noble causa, hasta que la puerta se abrió mostrando en su umbral la figura de la joven rubia con conjunto vaquero. D. Carlos apartó a la joven sin excesiva consideración y entró en tromba en la casa.

  • ¡Oiga!....
  • ¿Dónde está Marianita?

A partir de aquí, se desarrolló algo que más tenía de vodevil que de otra cosa. La inquilina de la casa comenzó por mostrar a D. Carlos las dos habitaciones del apartamento, una ocupada por una amiga, de nombre Rosa al parecer y la otra por ella misma, la inquilina entonces presente, para acabar diciendo a D. Carlos que el piso lo tenían alquilado entre las dos amigas. Luego llagó el turno de hablar del ser que D. Carlos llevaba clavado en el alma, el patibulario Nicolás Pérez Lobo, “Nicolai” por mal nombre, que según la inquilina, amén de ser un buen muchacho, afirmó que era su novio, lo que tranquilizó bastante a D. Carlos, al verle “alejarse” de su inocente Marianita. En fin, que con eso la relación con la inquilina presente empezaron a ser menos tensas por parte de D. Carlos, pues por parte de la joven tenían más de burlonas, una especie de tomarle el pelo al padre de su amiga Mariana, la inveterada “Marianita” paterna, que de cualquier otra cosa.

Al poco aparecieron en el piso su hija, Marianita, y la llamada Rosa, y desde ese momento el “vodevil” empezó a tomar cuerpo.

D. Carlos, tratando de convencer a su hija para que volviera a casa por las buenas y Rosa interrumpiéndole a cada momento con aquello de “¿Quiere tomar algo?”, “El whisky sólo o con agua”, “El whisky seco, ¿con hielo o sin hielo?”, “Pues no tenemos whisky señor”, “¿Quiere licor de guayaba”…

D. Carlos iba accediendo a cada propuesta que la inefable Rosa le hacía, por lo que tomó un vaso con dos o tres dedos de un licor color lila que afirmó parecerle muy bueno, pero que realmente sabía a rayos.

Finalmente, la inquilina que le abriera la puerta, la joven rubia y con traje vaquero, demostró poseer una sagacidad poco común, pues logró sacarle a D. Carlos que su hija permaneciera con ellas en ese apartamento. ¿Cómo lo logró? Pues empezando por decirle a Mariana, Marianita para su padre, que no tendría más remedio que obedecer a su padre, ya que éste podría requerir la asistencia policial para obligarla a regresar a su casa según rezaba el vigente Código Civil, datado en 1889. Y a continuación vino el golpe sibilino que remató la faena con “orejas y rabo”: Pero claro, si su padre no era un señor tan “viejecito” como el vigente Código, pues a lo mejor permitiría que ella se quedara a vivir allí con ellas sus amigas… A esas alturas, D. Carlos no era más que una marioneta en manos de esas tres jovencitas casi “diabólicas”, que le manejaban a su antojo, con lo que D. Carlos asintió al deseo de su hija y amigas: Marianita se quedaba en aquél piso con sus amigas.

Por finales, D. Carlos conoció al Nicolás Pérez Lobo, alias “Nicolai”. Llamó a la puerta y la joven rubia con traje vaquero, que resultó llamarse Beatriz, se apresuró a abrir y entonces dio un medio “morreo” al recién llegado, que se quedó bastante extrañado ante tal actitud, aunque D. Carlos no se percató de ello. Tras el insólito semi-morreo, el ufano doncel se internó en el salón del piso, todo él sonriente que no parecía sino el mortal más feliz del universo, flechado hacia Marianita, cuando la susodicha Beatriz le informó de que aquel señor tan elegante y circunspecto no era sino el padre de la interfecta. Oír eso y sufrir un respingo que casi da con Nicolai en el suelo y recular hacia atrás con la cara más blanca que si acabara de ver a Satanás en persona, fue todo uno. Pero del terror que le provocara saberse ante el padre de su novia, le rescató la joven Beatriz cuando le dijo

  • No te preocupes cariño. El señor ya sabe que eres mi novio.

¡Cómo adoró en aquél momento “Nicolai” a su amiga Beatriz! D. Carlos miró al para él patibulario barbudo de hito en hito, con el gesto más adusto que en vida viera el “patibulario”, pero en fin, la cosa no pasó de aquella forma de mirarle que parecía querer desintegrarle con los ojos.

Cuando D. Carlos creyó llegado el momento de largarse, se llevó con él a Nicolai, con lo que el joven se dio un festín con la cena que el prócer de la política local abulense tuvo a bien costearle y en la que por poco si el mancebo no acaba con la carta, pues comía a dos carrillos. Después unas rondas por algún “puti-club” que otro para bajar la cena y por finales se lo llevó a dormir a casa con el correspondiente cabreo de Doña Petronila, que de ser gallega seguro que le hace la “figa” que ahuyenta los espíritus de las almas en pena.

Al día siguiente D. Carlos estaba ante la puerta del piso de Beatriz y Rosa con la maleta que Marianita dejara al sereno la noche de su fuga y que el portero les dejara en casa al día siguiente. Le abrió Beatriz, cubierta sólo por una toalla que apenas ocultaba sus más íntimos atributos femeninos, ambos senos y hasta allá abajo, donde se inician las piernas. La muchacha estaba duchándose y acudió de tal guisa a la puerta segura de que eran Marianita y Rosa

  • Perdona Beatriz, creo que he sido un poco inoportuno… Está Marianita… Bueno… Mariana…
  • No tiene importancia… Me estaba duchando… No, no está Mariana… Estoy sola en casa… Ella y Rosa salieron hace un rato… No tardarán en volver. De hecho, creía que eran ellas, por eso salí así… Perdone usted… Pero pase, no se quede ahí en la puerta… Siéntese… ¿Un poquito de licor de guayaba?
  • No, no… Gracias Beatriz. Pero… No me hables de usted… No soy tan… Tan mayor

De milagro no soltó “Tan viejo”, pero al final se contuvo en un gesto de coquetería masculina, que no creáis que no existe, pues sí que se da y más de lo que nos creemos

  • Bueno, pues entonces… Carlos… ¿No es así?
  • Sí, exactamente… Carlos a secas…

D. Carlos o Carlos a secas, desperdigó la vista por aquel cuerpo juvenil, casi desnudo, que como un clavel reventón se abría ante él. Alzó sus ojos y se cruzaron con los de ella, los de Beatriz, que no se apartaron ni se bajaron al suelo, sino que aguantaron los suyos fijos en los de la chica y los de ésta fijos en los suyos. Y fue Carlos a secas o D. Carlos quien desvió la mirada azorado ante aquellos espléndidos ojos verdiazules, ojos de gata, que le miraban francos, límpidos, si bien con algún destello de susto en ellos… Y D. Carlos, pues en un segundo Carlos había vuelto a ser D. Carlos, se sintió aterrorizado allí, en esa vivienda y a solas con aquella jovencita, aquella poco más que niña, pero que le había turbado como tal vez nadie antes le turbara, ni su querida Mariana cuando la conociera en la adolescencia más que en la juventud. De modo que, más bien atropelladamente, abandonó el piso.

  • Yo… Yo so... Sólo vine a dejar la maleta… Luego… Me… Me… Marcho. Adios Beatriz… Y… Y, de nuevo, perdona
  • ¡Por Dios Carlos, que no hay nada que perdonar!... Y… ¿Por qué no te quedas y esperas a que venga Mariana?
  • No Beatriz, de verdad, tengo mucho pendiente ahora mismo y no me puedo quedar. De verdad Beatriz. Otro día… Sí, otro día

Y casi que corrió en busca de la puerta, tan aturullado que de pocas no cae cual largo era al enredársele los pies con la maleta que dejara en el suelo minutos antes.

Ya en la puerta, tras abrirla y recortarse en su marco, Beatriz le despidió con un insinuante

  •  Adiós… Papá

Cuando la puerta se cerró tras él, D. Carlos o, tal vez ya y para siempre, Carlos a Secas, se tuvo que apoyar en la pared de la escalera para sosegarse un pelín. ¡Era abyecta, anti natural la forma de mirar aquel cuerpo de casi niña embutido en uno de mujer! “¡Si podría ser tu hija, Carlos, tu hija!” se decía anonadado, pero era imposible no recordar, no desear ese cuerpo tan fragante, tan fresco, tan lozano… Tan virginal

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Cuando Beatriz cerró la puerta se quedó con la espalda apoyada en ella, sonriendo beatíficamente. ¡Carlos era el hombre más apuesto, guapo y varonil que jamás conociera!... Algo “delanterillo”, pues desde luego ya tenía sus añitos, pero el hombre más “sexi” del mundo… Y qué manera de mirarla… Se había sentido desnuda ante él, ante aquellos ojos acaramelados de color parecido a la miel de la Alcarria….

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Al domingo siguiente la “peña” había quedado para ir a la piscina. La “peña” la formaban Beatriz, Rosa, Mariana, pues lo de Marianita quedó “demodé” desde que su padre le diera el “espaldarazo” de “mayor” cuando la dejó vivir con sus amigas, “Nicolai” y el novio de Rosa, un deportista “musculitos” que jugaba en ni se sabe qué ni cuántos equipos universitarios, y que la vida se la pasaba entrenando y recibiendo masajes de su novia Rosa, que era una fisioterapeuta más bien aficionada pero francamente eficaz, capaz de aliviar cualquier dolor muscular o de bastantes otras procedencias. Pero ya Carlos estaba también incorporado a tal “peña” o cuadrilla de chavales, y allí estaban los cinco, lastres chavalas y los dos chavales esperando a la puerta de la piscina a que llegara el que ya era universalmente conocido por Carlos a Secas, y casi a punto de ascender al cénit juvenil con el “Carlitos”.

Por fin, Carlos apareció a la vista de la “peña”, en lo alto de la escalera metálica que, desde el fin del paso elevado que salvando la avenida cuajada de coches  comunicaba ambas aceras de la avenida, llegaba hasta el suelo, casi frente por frente a la puerta de la piscina. Y la pinta que ese Carlos en que D. Carlos deviniera, mostraba a la “peña” más inefable no podía ser. Y es que Carlos lucí en ese momento un terno que quería ser “vaquero”, lo más “vaquero” del “Far West” americano: En color de lo más “Blue Jeans”, pero en un tejido en dril con mucho de lino, lo que hacía un tejido muy parecido al “Denim”, la típica loneta fuerte en que se hace el “Blue Jeans”, pero mucho más fresco y ligero. Chaqueta de cuello digamos camisero, a la cintura, entallada y un tanto ceñida, dos bolsillos al pecho y otros tantos a los costados, cerrados por ostensibles cremalleras; otros dos bolsillos más, pequeños, como para llevar el paquete de cigarrillos y el encendedor en la parte alta de las mangas, justo debajo del hombro, y los dos primeros botones desabrochados a lo “pecho lobo”. Pantalones bastante ceñidos y acampanados, con nuevas cremalleras en sendos bolsillos traseros y en los dos delanteros. Para completar el “modelito”, playeras de andar por casa “La Cadena” y pañuelito hortera, de muchos colorines, al cuello.

Rosa fue quien primero habló para decir

  • ¿Pero de qué va disfrazado?

Y “Nicolai” la siguió

  • Desde luego sabía que tu padre era un tío raro, pero…
  • ¡Cállate idiota!

Y así terminó Mariana la ración de “puyas”. A todo esto, Beatriz exhibía una beatífica sonrisa en su rostro, consciente de que Carlos se había más bien disfrazado de jovencito que vestido en plan juvenil, por ella. Y es que a ver a qué mujer no le agrada que un hombre se deshaga por agradarla a ella. Y las “mujercitas” veinteañeras no son, precisamente, excepción a esa regla.

Por fin, el “jovenzuelo” llegó hasta donde le esperaba el resto de la “peña”, diciendo nada más llegar

  •  Perdonad por el retraso… Pero, ¿por qué me habéis esperado fuera? Porque aquí, de protocolos nada, ¡eh, que yo sólo soy uno más del grupo.
  • No, si no ha sido por protocolo. Es que no tenemos dinero para las entradas

Esto lo dijo “Nicolai” con un desparpajo que más tenía de “caradura de toda la vida” que de otra cosa, pero para Carlos sólo fue fuente para provocar sus carcajadas. Así, que carcajeándose salió directo hacia la taquilla de la piscina, con Mariana pisándole los talones y los otros cuatro algo más retrasados                

  • Deme seis entradas.

Mariana había llegado junto a su padre, aprovechando para hablarle mientras los demás no podían oírla

  • Gracias papá
  • ¿Gracias por qué?
  • Por levantarte temprano un domingo, por vestirte así, de joven… Sé que estás haciendo todo esto por mí, que intentas comprenderme. Y…. Bueno, que te quiero mucho mamá.

Mariana besó a su padre, pero Carlos para entonces ya estaba casi más pendiente de Beatriz que de ella, pues la amiga de Mariana estaba ante ellos, con la mirada fija en él, en Carlos. Aunque sus ojos fueran casi inexpresivos y su rostro, su boca, nada parecía decir, la mirada no se desprendía de él, intensa… Y los ojos de Carlos se clavaron también en los de la joven Beatriz; sus miradas se cruzaron y ambos eran conscientes de ello, pero ninguno de los dos desvió la vista, sosteniéndosela mutuamente.

Por fin, entradas en mano, la “troupe” se precipitó, chillona por demás, en el interior de la instalación deportiva. Pero como tan a menudo sucede, una vez que ellas vistieron el minúsculo biquini  y a ellos apenas si les tapaba el bañador, hacia el agua sólo se había dirigido Joaquín, el deportista novio de Rosa, que se encaramó a lo alto de los trampolines dispuesto a lucirse ante la concurrencia haciendo una monumental “clavada”, como suelen decir las gentes hispánicas de el otro lado del “charco”, el otro lado del Atlántico, pues los otros cinco miembros del grupo, las tres chicas, Carlos y “Nicolai” habían preferido quedarse en los aledaños de la cubeta del agua, entre sentados en las sillas de playa y tumbados en las hamacas.

Joaquín por fin lució su palmito lanzándose casi en vertical al agua desde lo más alto del trampolín, provocando el palmoteo de su novia y de Beatriz un “Se tira bien, ¿verdad papá?” dirigido a Carlos. Se dieron ligeros rifi-rafes entre Rosa y “Nicolai” cuando éste trató de tomar un cigarrillo de la chica, y entre “Nicolai” y su “novia” Beatriz, cuando ésta, aprovechando le “tenida” entre el muchacho y Rosa, dio un mordisco al bocadillo que el “caradura” deglutía con fruición  

  • ¡Estate quieta!... Me has dejado sin bocadillo…
  • Pero si comes tanto no te vas a poder bañar, cariño…
  • Y quién te ha dicho a ti que yo me quiera bañar…
  • No te pongas así conmigo, cariñito…

Y mientras esto decía, pasaba la mano por el pelo de su “novio”, en actitud la mar de cariñosa que a Carlos en nada le pasaba desapercibida, aunque se esforzara en no mirar hacia la pareja.

Entonces Joaquín salió del agua y, dirigiéndose al grupo gritaba

  • Venga, todos al agua, que está buenísima

Joaquín tomó en volandas a Rosa y con ella se fue hacia el otro extremo de la piscina. Beatriz entonces se levantó y, dirigiéndose a Carlos le invitó a bañarse. Este preguntó entonces a Mariana  

  • ¿Tú te vas a bañar?
  • ¿Te bañas tú “Nicolai”?
  • Ni hablar
  • No, no me apetece papá

Finalmente Beatriz tiró de Carlos y se lo llevó tras ella. Cuando la pareja se alejó un tanto. Mariana cambió de asiento para ir a sentarse junto a “Nicolai”, tumbado no en una tumbona, sino en el puro suelo sobre una toalla de baño, “zampando” a dos carrillos el segundo bocadillo de jamón que Carlos le costeara

  • “Nicolai”, tengo ganas de besarte…
  • Pues como no beses a tu padre… Menuda fuga has hecho… Antes, cuando no estabas “liberada” y vivías con tu familia, podíamos estar solos pero desde que te has fugado tenemos a tu padre hasta en la sopa.

Beatriz y Carlos se habían ido hacia el agua y jugaban como chiquillos. Ella le había empujado a él, con lo que Carlos cayó al agua de sopetón, casi tiritando de frío, pero la muchacha al instante se tiró también al agua de nalgas chapuzando hasta el fondo de la piscina con lo que empezó entre los dos la típica “batalla” a empujones con el resultado de que mutuamente se hundían en el líquido elemento hasta quedar con la cabeza bajo el agua. Así, entre bromas y risas de Beatriz y Carlos, y entre candentes “amorcitos” entre Joaquín y Rosa fue pasando la mañana. El “novio” de Beatriz, “Nicolai”, a la vista de que no se podía dar el “lote” con su más que deseada novia Mariana, optó por “ahogar” sus cuitas sexuales en pan y jamón, que tampoco es mala marca, con lo que acabó con el cuarto bocadillo que la liberalidad de Carlos ponía  a su disposición.

En fin, que la pesadilla de “Nicolai”, es decir, la presencia del padre de Mariana hasta en la sopa, tomó un “crescendo” casi al infinito a partir de entonces, engolosinado con la compañía de Beatriz, aunque para su hija todo ese despliegue del vigor paterno obedecía a su interés por complacer y mejor comprender a la muchacha. Y pasó lo que tenía que suceder, que el pobre Carlos empezó a caer en el mayor de los ridículos al querer homologar sus más de cuarenta “tacos” con los veinte-veintinotantos de los jóvenes. Y como botón de muestra lo ocurrido una mañana en las pistas de atletismo de la Universitaria, cuando el grupo admiraba más que veía las evoluciones gimnásticas de Joaquín, el novio de Rosa en esas pistas. Carlos, empeñado en demostrar que ellos, los universitarios de veintitantos años atrás, no eran tan diferentes de los actuales, narró una anécdota de aquellos lejanos años, cuando los estudiantes de Derecho celebrando una fiesta estudiantil, vestidos de romanos irrumpieron en el bar de Filosofía, a rebosar de “chavalas” cantando al son de “La Vaca Lechera” “Viva el Derecho Romano, que al esclavo manumite y a la esclava “meti-manu”, en claro juego de palabras: “Meti-Manu”= “Mete Mano”. Los chavales a duras penas se contenían la carcajada y Mariana estaba que trinaba ante la burla solapada de que su padre era objeto, pero el bueno de Carlos, aquel serio D. Carlos, no se enteraba de la misa la media, y creía que si los chavales callaban no era porque la risa contenida no les dejaba decir palabra, sino porque no le entendían, con lo que trataba de entender lo que todos habían comprendido desde un primer momento y cuya simpleza y candor les hacía reír a mandíbula batiente, con lo que el ridículo que Carlos estaba sufriendo era de “Órdago a la Grande”, aunque el interesado ni se enterara de ello.

A estas alturas bueno será informar que desde unos quince días atrás, antes de que Mariana se “fugase”, Nicolai vivía de prestado en ese pisito. Llegó para un par de días pero allí permanecía todavía, empadronado en la cocina con un saco de dormir. Anotar que desde que Mariana también vivía en el piso, en una cama extensible que se abría en el salón, “Nicolai” no cejaba en sus intentos de introducirse, más o menos subrepticiamente, en la cama de su novia, eso sí, coronado cada intento con fracaso estrepitoso. Y que conste que el bueno de “Nicolai” ponía en el asedio de la plaza un entusiasmo digno de mejores resultados, pero ni por esas: Que la novia le había salido de un reprimido que daba grima.

Pero en fin, volvamos al hilo de la historia. A las dos o tres semanas de unirse Carlos a la “peña” de jóvenes, él tuvo que ausentarse algunos días de Madrid por diversos motivos, regresando cuando ya era francamente de noche, aunque sin exagerar, poco más o menos las diez y pico de la noche y, sin más ni menos, se presentó en el piso con un regalito que traía a las jóvenes: Una excelente máquina de hacer café eléctrica de último alarido tecnológico. Y para su sorpresa se encontró con que ninguna de las tres chicas querían hacerle ni el menor caso. Una cosa estaba clara para Carlos: Que su visita las había cogido enteramente por sorpresa y que, además, les había resultado inoportuna. Vamos, que lo que deseaban, a todas luces, era que se largara cuanto antes. Las razones de ello, un misterio para Carlos. Había sido la propia Mariana quien le había abierto y cuando le vio, por la expresión de su cara, diríase que acababa de ver a un espectro del Averno. Rosa, que estaba en el salón. Le miró con cara idéntica a la de su hija. No vio a Beatriz y preguntó por ella, respondiéndole que ya estaba dormida, pero al instante la joven apareció saliendo de su habitación, diciendo que le había oído. A decir que, mientras Mariana y Rosa vestían un camisón bastante leve, cortito y tal, Beatriz surgió vistiendo sólo una chaqueta de pijama que no le cubría más que hasta el nacimiento de las piernas, por lo que exhibía perfectamente la braguita tipo tanga que ocultaba su más intima feminidad. Intentó pasar a la cocina para hacerles una demostración del funcionamiento de la ultra moderna cafetera, pero se lo impidieron con que se les había agotado el café; luego quiso hacer la demostración allí mismo, sobre la mesa del salón y su hija saltó diciendo que estaba cansada y todavía tenía que estudiar mucho, lo mismo dijo Rosa, lo del cansancio y la necesidad de estudiar aquella noche. Desalentado se volvió a Beatriz

  • ¿Tú también, Beatriz?
  • Sí Carlos. Lo siento Carlos. ¡Pero mañana vendrás, ¿verdad?
  • Ya… En fin, está claro que queréis que me vaya…

Carlos estaba palpablemente defraudado y sólo le faltó ver cómo su hija le tomaba de la manga de la americana del traje y tiraba de él hacia la puerta diciendo

  • ¡Hasta mañana papá!

Carlos se dejó llevar hasta la puerta, pero allí se zafó de la mano de su hija volviéndose de nuevo hacia las otras dos chicas

  • Bueno pues… Siento haberos molestado, de verdad que lo siento.

Se volvía hacia la puerta, cuando se escuchó cómo descargaba la cisterna del inodoro del baño

  • ¿Quién hay ahí?
  • ¿Dónde?
  • En el baño… ¿No habéis oído cómo descargaba la cisterna?
  • Ah, claro, la cisterna. Nadie, Carlos, no hay nadie. Es que se suelta sola a veces. Por cierto Mariana, recuérdame que mañana llamemos al fontanero –Quien así hablara había sido Beatriz, y Mariana dijo al instante-
  • Lleva así varios días papá. Si supieras la lata que nos da….

De nuevo se volvía Carlos para marcharse por fin de casa, cuando lo que se oyó fue una voz masculina, un tanto conocida para Carlos, canturreando lo de

  • Oh my darling, oh my darling, oh my darling Clementine…

Y apareció en el salón la figura del ínclito “Nicolai” en pijama y haciendo el indio, como de costumbre, fingiéndose cojo y diciendo.

  •  No habrá un cigarrillo para un veterano del 7º de Caballería…

La expresión de idiota se le borró de la cara cuando vio a Carlos, y más aún cuando vio a éste aproximándosele, y no con gesto amigable precisamente, por lo que para entonces dio el pasito atrás como está mandado y ordenado, mientras decía

  • Yo… Yo no he hecho nada…

Carlos le miró, fulminándole con la mirada, pero no le dijo nada. Se volvió e, iracundo, se dirigió a Beatriz

  • Me has engañado. Este sinvergüenza vive aquí contigo…
  • Y a ti qué te importa. ¿Qué derecho tienes a ponerte así?
  • ¿Cómo que qué derecho?
  • Yo puedo invitar a mi casa a quien quiera
  • No, no puedes
  • Ah, con que no puedo…
  • No, no mientras esté aquí Mariana. Me habéis engañado, todos me habéis engañado –Volviéndose entonces a Mariana, entono por demás autoritario además- Mariana, recoge tus cosas. Las farsas se han terminado
  • “Nicolai” no es el novio de Beatriz; es mi novio.
  • ¿Quee?
  • Que “Nicolai” es mi novio
  • Tuve que mentirte Carlos. Viniste hecho una fiera…

Beatriz dijo esto con una sonrisa en la cara que denotaba, más que nada, la preocupación que por Carlos entonces sentía, pues sabía que estaba dolido porque, en vedad, le llevaban engañando desde que entró en sus vidas… O, casi mejor, fueron ellos, ella más bien, quien se metió en la vida de Carlos…

Mariana siguió hablando

  • Y sí, vive aquí, pero no pasa nada. Ahora ya no es como en tus tiempos; ahora, porque un hombre y una mujer vivan no ya juntos, sino bajo el mismo techo, no tiene por qué implicar nada malo.

Carlos calló unos momentos, mirando a su hija, que al tiempo le observaba a él digamos que casi anhelante. El estaba serio, aunque de su rostro había desaparecido el gesto de dureza, de viva rabia e indignación. También Beatriz le miraba, pendiente de su siguiente reacción y, por su parte, “Nicolai”, con el susto aún reflejado en su cara. Al fin, fue Mariana la que habló

  • ¿Me crees papá?... Crees… Crees que aquí nunca ha pasado nada

Carlos lanzó un suspiro y se acercó a su hija; le acarició el rostro, el cabello y dijo

  • Claro hija; claro que te creo…
  • Entonces… ¿Podré seguir viviendo aquí, papá?
  • Claro que sí hija, claro que sí.

Pero volviéndose a “Nicolai” sentenció

  • Pero este no. Este se viene conmigo ahora mismo

Entonces Beatriz quiso intervenir. “Carlos…” empezó a decir, pero D. Carlos, pues Carlos se había esfumado trocado de nuevo en D. Carlos, tan pronto como en el salón apareció “Nicolai” con su “Oh my darling”, la interrumpió

  • No Beatriz, no digas nada, no digas ya nada. Todo este tiempo fue una equivocación tras otra, y ya es hora de que se acabe el vodevil…

D. Carlos, o Carlos, que todavía no estaba muy claro cuál de las dos personalidades al final prevalecería en la persona de Carlos Losada, abandonaron el piso de Beatriz y Rosa para no mucho tiempo después, Carlos o D. Carlos, franquear a “Nicolai” el acceso a un curioso apartamento que constaba, prácticamente, de una sola aunque espaciosa pieza, con un cómodo tresillo en forma de L, una mesita de centro, amplia y cuadrada, un mueble bar, otro con un equipo de música y una especie de mueble auxiliar de salón, en madera maciza y noble que engañaba en su aspecto, pues cuando se abría lo que aparecía era todo un señor frigorífico la mar de capaz. Este mobiliario se completaba con una excelsa cama de matrimonio, de 1,5 m. al menos, situada en el extremo izquierdo de la pieza, según se entraba, en el rincón de ese lado.

Vamos, un “picadero” de tomo y lomo para entretener los ocios del muy serio y formal viudo D. Carlos Losada, candidato a Procurador en Cortes por el Tercio Familiar, de intachable y acrisolada moral, que no parecía serlo tanto.

Allí quedó el bueno de “Nicolai”, como dueño y señor de esa inmensa cama matrimonial, ese mueble bar, atiborrado de botellas de todo tipo y condición alcohólica y, sobre todo, de ese frigorífico cuajado de innúmeras exquisiteces de boca, divina promesa de inacabables  bocadillos. D. Carlos o Carlos, según se mire, se dio por escarmentado con aquella excentricidad de querer recuperar la ya lejana y, ante todo, perdida juventud estudiantil. Pues se dijo que ya estaba bien de hacer el oso por ahí, y se centró en su más que serio trabajo cortando de raíz toda relación con el clan juvenil. Ni siquiera se atrevía a ver la Mariana, su hija, por no ver a Beatriz ni una sola vez más.

Así pasaron poco menos de dos semanas, aunque al cabo de ese tiempo sucedió que si Mahoma no iba a la montaña, la montaña iría a Mahoma, de modo que una mañana, cerca ya del mediodía, la secretaria de D. Carlos dijo a este que una tal señorita Beatriz lo que sea quería verle. Y unos minutos después D. Carlos tenía ante sí a la amiga de su hija. El la recibió circunspecto, formalmente, de pie junto a su mesa de despacho, y ella avanzó hacia él decidida. Le ofreció la mano que él estrechó fríamente, sin traslucir emoción alguna, aunque por dentro “iba la procesión”

  • Hola Carlos, ¿cómo estás?
  • Bien, gracias
  • ¿Y la política?
  • Pues hay momentos en que parece que no van mal del todo y otros en que parece que no van del todo bien
  • ¡Vaya, pues ya hablas como un político! Muchas palabras para no decir nada. Toma, es para ti.

Y Beatriz entregó a D. Carlos o Carlos uno de esa especie de posters grandes, en tela y enrollados representando la figura de Charlie Brown con la leyenda “Hoy he tomado 120 decisiones y todas mal” Entonces, con gesto un tanto torcido, dijo a Beatriz

  • ¿Qué quiere decir esto?
  • Estás muy elegante con ese traje oscuro y pareces un señor muy respetable…
  • Normalmente soy respetable, menos cuando me meto donde no debo y cuando asumo papeles que no son míos. Pero dime, ¿qué significa esto
  • Que creo que cuando decidiste desaparecer tomaste una decisión equivocada. Hace días que no te veo, que no vienes a verme
  • Y… ¿Las otras ciento diecinueve cuáles son?
  • Eso lo tendrás que averiguar tú

Beatriz había dicho esto sonriendo, al tiempo que sacaba un cigarrillo de su bolso y se acercaba a una mullida silla para sentarse. Sacó un encendedor para prender el cigarrillo pero Carlos llegó antes con su encendedor a punto, sin que esta vez el pulso le fallara

  • ¿Por qué no me invitas a comer?
  • Esa puede ser otra decisión equivocada
  • Prueba a hacerlo. A lo mejor no resulta tan equivocada. –Beatriz encendió el cigarrillo con la lumbre que Carlos le ofrecía- Atrévete Carlos, atrévete a volver a ser joven, como últimamente lo eras. Y llévame a comer contigo, a estar contigo toda esta tarde… y toda esta noche, durmiendo los dos juntos…

Aquel día Carlos y Beatriz lo acabaron en la habitación de un hotel. Entraron los dos nerviosos y Carlos con mil y una dudas respecto a Beatriz. Se quedaron de momento quietos, uno junto a otro, uno frente al otro. Carlos sacó un cigarrillo e intentó encenderlo, pero entonces el pulso le tembló como en el despacho no le temblara. Beatriz entonces se acercó a él, le tomó el encendedor y con seguridad le encendió el pitillo

  • Está visto que lo que yo más te produzco son ganas de fumar.

Luego ella sacó un cepillo dental de su bolso y se dirigió al cuarto de baño. Carlos vio el gesto  de la mujer pero no dijo nada. Ella llegó a la puerta del baño pero allí se volvió para decir

  • Por cierto, no sé si te he dicho que no soy virgen
  • No creo que te haya preguntado nada al respecto.
  • No, a mí no me has preguntado nada, pero… ¿A ti?

Beatriz entró en el cuarto de baño para lavarse los dientes decía, en tanto Carlos quedaba fuera, dando vueltas por la habitación como león enjaulado, fumando sin cesar y enteramente vestido. Estaba más que inquieto inseguro. Desde que su esposa, la madre de su hija, muriera estuvo seguro de que ese lugar en su vida, en sus afectos, nunca lo ocuparía mujer alguna. Lo que no significaba que por su vida y desde entonces no hubieran pasado mujeres, que desde luego pasaron y no pocas. Pero sin que en tales relaciones mediara otra cosa que ese sentimiento bestial propio de los individuos de cualquier especie biológica a quienes las Leyes Naturales de la Reproducción Sexuada obligan a buscar el ayuntamiento con una pareja.

Así Carlos no había sido consciente de la tremenda soledad de su vida pues con la desaparición de su esposa desapareció de su vida el amor puro y sincero hacia una mujer con lo que incluso de su mente se evaporó el recuerdo de aquellos momentos de pleno amor compartidos con Mariana, la madre de su hija, pleno amor plasmado en la mutua y absoluta entrega sexual de aquellas noches maravillosamente intensas, sin límites, en las que ambos hacían buena la definición que del amor hiciera reciente un conocido filósofo al tiempo que especialista en el estudio del comportamiento humano: Amor: Cúspide de la experiencia Sexual-Erótica que es alcanzada por las personas que en verdad llevan a plenitud su sexualidad y su erotismo: Descubren el Amor dentro de su interior como la ENERGÍA VITAL CREADORA, es decir lo SUPREMO que habita DENTRO de NOSOTROS, los SERES HUMANOS.

Pero desde que conociera a Beatriz todo eso había cambiado y a su memoria volvieron aquellos momentos vividos con su mujer y, por vez primera en veinte años, añoró aquella dulce y completa felicidad nunca más experimentada… Y supo que ese lugar en el fondo de su ser y de sus afectos volvía a estar ocupado por una mujer que le había enamorado hasta las trancas: Beatriz, la joven amiga de su hija que, por su edad, también podía ser hija suya.

Pero la inseguridad de Carlos no provenía de sí mismo, no era inseguridad en sus sentimientos que estaban claros como el agua para sí mismo, sino de los de ella, aquella casi niña que todavía era Beatriz. Aquella tarde, cuando tras comer juntos en un conocido restaurante paseaban por el Retiro, en un momento de confidencialidad y bajada de la propia guardia él confesara a la joven que llevaba muchos años solo, sin ninguna mujer a su lado que de verdad le interesara y que esa soledad le pesaba y le llegaba a hacer daño. Porque esa era la verdad, porque desde que ella se le metiera en el alma había empezado a sentir la soledad de su vida, en realidad vacía, y esa soledad ahora le pesaba y hacía daño. Andaban entonces por la umbría de un paseo más que solitario y a esa hora en que la luz diurna agoniza en las primeras sombras del atardecer que preludia la negrura de la noche; entonces ella tiró de él hasta llevarle a un punto del césped circundante discretamente oculto a la vista ajena por unos sauces llorones. Llegados allí, la muchacha hizo que Carlos se tendiera en la hierba junto a ella que al momento se desabrochó la pechera de la blusa y las presillas del sujetador con lo que sus senos quedaron en un momento a la vista y alcance del hombre al tiempo que ella le decía:

  • Bésamelos Carlos, acaríciamelos. Mete mis pechos en tu boca y lame mis pezones. Sáciate de mí porque soy tuya. Te amo Carlos y te haré feliz. Esa soledad se acabó en tu vida, pues yo te la llenaré hasta el fin de nuestras vidas

Tras de aquello Carlos perdió la cabeza; introdujo sus manos bajo la falda de la muchacha hasta humedecerlas en los flujos íntimos del cuerpo femenino, lo que determinó la urgente necesidad de tomar aquella habitación de hotel.

Pero, a pesar de todos los pesares, él desconfiaba de la firmeza de la decisión de la joven, de la firmeza de su declarado amor… Precisamente por eso, por lo joven que era. Temía que a ella la hubiera deslumbrado el magnetismo que D. Carlos Losada indudablemente irradiaba con esa sensación de seguridad en sí mismo propia del hombre de negocios y casi político que era. Porque Carlos conocía la impresión que podía causar en una jovencita inexperta y soñadora verle en su despacho con ese halo de poder que le envolvía. Y, por qué no decirlo, de dinero hasta aburrir. Pero sabía que ese deslumbramiento podía tocar fondo cualquier día, cuando la jovencita abriera sus ojos a la gran diferencia de años que entre ellos mediaba y quisiera volver a su edad, a sus veinte años, recuperando el tiempo perdido junto a un chaval de veinte y no muchos años. Lo que en realidad le correspondía. Y sabía que cuando llegara ese día él lo aceptaría de plano porque sería lo normal y lo que entonces pasaba lo anormal. Pero también sabía que a pesar de su plena aceptación él quedaría destrozado y a saber si algún día podría salir del hoyo en que seguro se hundiría.

Por fin la muchacha salió del baño, con sólo el conjunto de sujetador y braguita tipo tanga que Carlos ya conociera encima, dirigiéndose a la cama en un estado de tensión y nervios evidente a todas luces. No, el comienzo de aquella primera relación íntima entre la pareja no podía ser más forzado y penoso, en especial por la actitud de Carlos.

Una vez junto a la cama y de espaldas a él se desprendió primero del sujetador para seguidamente hacerlo de la braguita, tras lo cual se metió en la cama.

Desde allí le miró y estalló casi con lágrimas

  • Por favor Carlos, deja de mirarme así, como si pensaras que esto lo hago todos los días y con el primero que se cruce en mi camino. No ves que esto es muy difícil para mí, intentando mantener una naturalidad que no tengo. Carlos, yo no soy de ese tipo de chicas y si una vez, pues sólo fue una, me acosté con un chico fue porque entonces le quería, pero resultó que él a mí no y por eso rompí con él. Y hasta ahora no ha habido otro hombre en mi vida. Te quiero Carlos, te quiero con locura y definitivamente, para siempre. Me enamoré de ti tan pronto te conocí y en ningún momento me he reído de ti. Tan sólo he intentado que te fijaras en mí, que me quisieras como yo te quiero a ti.

Entonces Carlos comprendió y todas sus dudas, sus inseguridades desaparecieron desvanecidas en el aire. Comprendió que Beatriz sería una joven veinteañera, sí, pero una veinteañera con mucho sentido de la responsabilidad y que sabía bien lo que quería. Y lo que quería era a él mismo, su amor y dedicación a ella, pues ella le amaba y sólo deseaba dedicarse a él por entero. Por fin comprendió que en esa decisión de amarle nunca habría vuelta atrás pues en ella era tan firme ese amor como en él mismo

Carlos entonces se acercó a la cama, se sentó junto a Beatriz acariciándole rostro y cabeza, cabello más concretamente, para seguidamente besarla con indecible dulzor en la frente, ambas mejillas, cuello y finalmente en sus labios entablándose entre ellos una pugna de bocas abiertas y entregadas a la del otro/otra con la correspondiente “refriega” de lenguas acariciándose entre sí y correspondencia de saliva entre ambas bocas.

Seguidamente él se desprendió de la americana del traje y ella le soltó la corbata y los botones de la camisa que él se acabó de quitar para después quitarse pantalones, calcetines y calzoncillos metiéndose en la cama tal y como sus ojos por vez primera se abrieron a la vida, por el lado que Beatriz, amorosa y candente, le abrió.

Aquella noche fue el fin de aquella soledad que a Carlos le pesara e incluso doliera, pues el amor entre ellos se prolongó indeleble hasta la actualidad, cuando Beatriz es una “joven” señora de casi sesenta años y Carlos un “jovenzuelo” ochentón aunque muy bien llevada aquella octava decuria de su vida. Porque Carlos resultó estar beneficiado de una lívido sexual por demás potente que no se amilanó ni ante los sesenta “tacos”, si bien a partir de la setentena empezó a imponerse progresivamente eso de “El Alma se Serena” aunque sin producirse el “Cierre por Derribo” ni con los 16 lustros de vida, es decir, los ochenta años.

“Nicolai” tuvo que tomar un C-130 Hércules del Ejército del Aire para incorporarse a filas en El Aaiun, en la por entonces todavía Provincia Española del Sahara Occidental un par de semanas después de la noche memorable, con Mariana despidiéndole a pie de pista y a no mucha distancia del avión militar que habría de llevárselo. Algo más alejados, también Carlos y Beatriz asistían a la despedida del “soldadito español, soldadito valiente” etc.….

El avión por fin despegó y se llevó consigo al recluta Nicolás Pérez Lobo, “Nicolai” por mal nombre, que subió al avión diciendo…

  • ·       ¿No habrá un cigarrillo para un pobre veterano del 7º de Caballería y de “Little Big Horn”?….

Con lo que sus compañeros de aventura por la Patria supieron que les había tocado en suerte uno de esos “caras” irreversibles que suelen andar sueltos por la vida dispuestos siempre a vivir a base del sudor de “El  de enfrente”, pues eso de vivir del de tu frente es demasiado anodino para espíritus tan selectos.

Y como “Genio y Figura hasta la Sepultura”, casi diez y ocho meses después el soldado Nicolás Pérez Lobo regresó de su servicio a la Patria en el Sahara siendo más “Nicolai” que nunca, pues tras tantos meses de vivir a costa de todo el mundo, para entonces era un más que consumado maestro en el arte de “Sablear” al prójimo en la forma más inmisericorde.

Pero sucedía que Mariana sí había cambiado en esos meses, y mucho, siendo para entonces una mujercita de casi 22 primaveras concienciada además de que la vida no era para, simplemente, tomársela a choteo sempiternamente, por lo que tan pronto tuvo consigo a su novio “Nicolai” fue consciente de que el susodicho “novio” no era otra cosa que un niño perenne, sólo interesado en una cosa: Hacer de ella la estrella femenina de un interminable vodevil que bien podría titularse “La Perseguida hasta el Catre” y claro, tampoco aquello era plan de futuro, con lo que al día siguiente de estar de nuevo en Madrid, el bueno de “Nicolai” quedaba “compuesto y sin novia”, ni tampoco “Perseguida hasta el catre” que le valiera.

 

F I N

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