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El reencuentro - Capítulo 2

en Erotismo y Amor

EL REENCUENTRO.- CAPÍTULO 2

EL 13 de Enero de 1958 a mi bautismo de fuego se unió el de sangre en la dura batalla de Edchera. Durante los días 20, 21 y 22 de Diciembre los marroquíes habían estado hostigando la ciudad de El Aaiun con paqueos, fuego de mortero y alguna pieza artillera de bajo calibre. No produjeron graves daños, pero era conveniente reconocer bien el terreno y alejar de El Aaiun a las bandas hostiles.

Para ello el mando ordenó la salida de la XIIIª Bandera al completo, con su jefe, el Caballero Legionario Comandante Rivas Nadal, al mando. En columna motorizada debía avanzar siguiendo la orilla derecha de la Saguía el Hamra(1) en dirección al paso de Edchera realizando un reconocimiento de la zona y obtener información de contacto del enemigo.

Cuando la Bandera se hallaba a unos 2Km. de Edchera, tras dejar atrás el pozo Bujcheibía, cayó en una emboscada de  los marroquíes que allí nos esperaban. El combate fue terrible. La Bandera atravesaba el fondo del lecho seco de la Saguia en tanto el enemigo ocupaba las alturas que coronaban, a ambos lados, los bordes del cauce del río seco. Y desde esas alturas disparaban a placer sobre nosotros con esa puntería endiabladamente eficaz que siempre caracterizó al tirador marroquí, con lo que las bajas entre los nuestros empezaron a abundar. Pero La Legión tiene la fibra, la dureza y acometividad de sus legionarios, de modo que, resguardados como se podía, los nuestros respondían con no menos eficacia al fuego enemigo, barriendo las alturas nuestras ametralladoras y bombardeándolas los morteros del 81. Al propio tiempo los legionarios intentaban ascender hasta lo alto, subiendo a través de las escarpadas laderas de los bordes del lecho seco a costa de sangre, mucha sangre. Cuando al fin los marroquíes abandonaron el campo, el tributo en sangre legionaria ascendía a 107 bajas, 43 muertos y 64 heridos. Entre los muertos se contaba el jefe de la compañía “Duque de Alba” capitán Jáuregui, los tenientes Martín Gamborino de la compañía “Duque de Alba” y Gómez Vizcaíno, nuevo jefe de nuestra compañía como sustituto del también caído en combate Capitán Pérez Guerra, el brigada Fadrique, que mandaba una sección y fue Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo (2)....  y mi amigo Mario, caído en los primeros momentos. Entre los heridos se contaban otros dos tenientes... y yo mismo.

Dos veces había sido alcanzado en espacio de minutos, y puede decirse que sin la rápida acción de mis camaradas lo más seguro es que fueran 44 los muertos, pues me tenían centrado en sus armas al menos dos tiradores marroquíes. De inmediato me cogieron entre dos y, arrastrándome, me sacaron del “avispero” llevándome al puesto médico que nos acompañaba, atestado de heridos. El primer disparo me acertó en el costado izquierdo y el segundo en el muslo del mismo lado. El del costado fue uno de esos disparos de suerte, pues pudo haberme costado la vida, pero sólo se trató de un arañazo un tanto profundo que se llevó por delante un trozo de piel con pingajos de carne, sin penetrar el proyectil en la carne sino que continuó su trayectoria hasta perderse quien sabe donde. Pero me dejó una herida de dos o tres centímetros que dejaba casi al aire una costilla. En carne viva como estaba dolía mucho y sangraba más, pero en sí no revestía mayor importancia, a pesar de la costilla que me medio fracturó y que  asomaba al fondo de la herida. Otra cosa era la herida del muslo. Con sólo orificio de entrada, el proyectil quedó dentro tras partir el fémur. Esta sí presentaba más riesgo, pues incluso podría impedirme un poco el movimiento en el futuro, pero hubo suerte y me recuperé por completo al cabo de varios meses de convalecencia.

En el puesto médico se limitaron a taponar la herida del costado, después de espolvorearla con antibiótico, entablillar la pierna interesada, manteniéndola inmovilizada e inyectar antibióticos para prevenir infecciones, una anestesia local en el muslo y calmantes diría que fuertes pues enseguida quedé dormido, pasando bastantes horas amodorrado. El dolor no cesó del todo, pero se hizo soportable, podía convivir con él al menos. Cuando se pudo fui evacuado en una ambulancia, junto con varios compañeros también heridos, al hospital militar de El Aaiun donde me operaron el muslo y permanecí hasta mediados de Octubre entre hospitalización y convalecencia.

Las operaciones militares de esta guerra se dieron por concluidas a fines de Febrero de ese año, 1958, exactamente entre los días 25-26, cuando se consideró que los efectivos hostiles habían sido, por fin, expulsados del territorio español o capturados; pero la solución política del conflicto se demoró hasta el 1 de Abril, cuando se firmó el tratado de Angra de Cintra entre España y Marruecos.

En Agosto de 1958 se instituyó la modalidad legionaria de “Tercios Saharianos”, para la guarnición de la ya Provincia Española del Sahara Occidental. En consecuencia los Tercios “Juan de Austria” IIIº de La Legión y “Alejandro Farnesio” IVº de La Legión se constituyeron en “Tercios Saharianos”, encomendándose la defensa de la zona norte, la “Seguia el Hamrá” al Tercio “Juan de Austria” y la zona sur, “Río de Oro”, al Tercio “Alejandro Farnesio”. Ambos Tercios se habían reorganizado en base a absorber en ellos a la mayoría de veteranos de la reciente campaña contra el ELM, por lo que, cuando fui dado de alta en el hospital se me destinó a la Xª Bandera del Tercio Sahariano “Alejandro Farnesio”. Y allí, encuadrado en la 11 compañía, fui destacado a uno de los puestos fronterizos con Mauritania, en pleno desierto, donde ni las águilas se atrevían a pasar: Alguna caravana de nómadas que alguna vez, pocas en cualquier caso, acertaba a pasar... y ni un ser humano más. La vida transcurría monótona, sin más compañía que los compañeros de puesto, con las únicas excepciones de los cortos períodos de permiso que podíamos pasar en Villa Cisneros, capital de la zona sur sahariana.

Desde que me escapara del pueblo me había vuelto bastante taciturno, rehuía la compañía de la gente en general, prefiriendo andar solo, a mi aire. Pero desde que ingresé en la Legión, aún allá en Leganés, cambié a pelín sociable, sin pasarme de todas formas; y durante los meses de campaña me hice más sociable aún, pues bajo esas condiciones de alarmas continuas, noches al raso envueltos en mantas sobre el duro suelo y sometidos a los “paqueos” del enemigo un día sí y al otro de nuevo sí, lo normal es que los lazos de amistad, de compañerismo se agudicen. Es una forma de combatir el miedo que, de todas formas, nos invade y que no queremos asumir de manera alguna: “Soy legionario y no debo estar asustado” Pero lo estábamos, pues seríamos legionarios pero también seres humanos corrientes y molientes. Y así, en compañía de los demás, con chistes, “chismes” y baladronadas sobre mujeres, bromas y el cigarrillo de grifa o hachís circulando de mano en mano, el miedo se calmaba y la falsa alegría florecía. Pero desde que fui herido y evacuado al hospital militar de El Aaiun volví a ser el introvertido de antes. Y la cosa no mejoró al incorporarme al puesto fronterizo: Catorce hombres habitando el cuchitril que conformaba el puesto, incluyendo al sargento que mandaba el pelotón, un radio-operador que cubría las comunicaciones y un sanitario, más curandero que enfermero. Pues bien, ninguno de ellos me resultó ni un tanto así de simpático, que ya es suerte la mía. Luego mi hermetismo se acentuó más todavía.

Además ese panorama, ese desierto inhóspito y solitario se me hacía más odioso de día en día, hasta que acabé por no aguantarle. No sé por qué, pero cada día me sentía peor, más arto de todo aquello y la vida allí acabó por hacérseme insufrible. Como es lógico, procuraba escaparme a Villa Cisneros siempre que podía, donde a menudo me encontraba con viejos conocidos con los que cenaba o comía, según el momento, con lo que me reponía del ostracismo del desierto; pero también, a veces, acababa paseando conmigo mismo como única compañía o sentándome en un banco de cualquier parque de la ciudad.

Y de amistades femeninas menos, pues no se puede llamar amigas a las “señoritas” que de vez en cuando visitaba para atender alguna que otra “necesidad” de la naturaleza masculina. Aunque he de admitir que durante algunos meses, aunque más bien diría semanas, mantuve una... digamos “amistad muy especial” con una morita casi española de preciosos ojos negros y candorosa sonrisa de ángel que cautivaba al mirarla, hija de un buena pieza de Jaen al que le tocó hacer la”mili”, casi dos años, en las Tropas Nómadas del Sahara y para consolar la “morriña” peninsular no se le ocurrió cosa mejor que liarse con una mora, morita, mora, pero mora de verdad, de padre y madre, a la que no tuvo a mal dejarle el recuerdo de esta preciosa niña cuando le licenciaron y de inmediato regresó a los olivares de su pueblo jienense sin volver a acordarse más ni de la madre ni de la hija.

Pienso que esa bella morita me quiso de verdad, pero yo me limité a dejarme querer, con el agravante de que, además de agradable compañía nocturna, también disponía de buena cama, sábanas casi limpias, comida si no muy sabrosa sí preparada con sumo cariño y alguien que se cuidaba de mi ropa y me preparaba un poco de comer cuando me despedía los lunes para volver al desierto.

Pero también era consciente de que ella, Amina, me lo estaba dando todo sin recibir nada a cambio, pues ella para mi, al menos en un principio, no era más que un objeto con el que saciar mis deseos de hombre. Mas el tiempo hizo que le tomara cariño, no amor de hombre sino simple aprecio de amigo, de hermano incluso si así se quiere, pues lo cierto es que así, casi como hermana, llegué a quererla, pues no podía ser de otra forma dada su absoluta entrega, su trato en extremo agradable.... Y me dije que eso no debía ser, no estaba bien pues ella se merecía mucho más de lo que yo nunca podría llegar a darle. De modo que una mañana de lunes, unas ocho o diez semanas después de empezar a vivir en su casa, me volví a despedir de ella... pero para siempre: Nunca más volví a su casa .

Esa fue la única vez en mi vida en que estuve muy cerquita de serle infiel a Carmen, pues hasta llegué a plantearme el casarme con ella.

Casi dos años más tarde volví a verla. Me la crucé un día en la calle, pero no iba sola sino acompañada por un hombre que empujaba un cochecito donde un “rorro” plácidamente dormía. A él le conocía aunque casi solo de vista: Un chico del Grupo de Tiradores natural creo que de Salamanca y me constaba que era un buen muchacho por lo que de él decían amigos comunes, serio y formal, uno de esos antiguos castellanos viejos, reciamente honrados, de esos que ya apenas si queda alguno. En los ojos de Amina ví, amén de sorpresa, un tantico de alarma ante la posibilidad de que se descubriera ante el de Tiradores nuestro “pastel”; pero no la saludé, sólo dirigí al acompañante un “Hola Fulanito” al que me respondió con un “Hola Javier”, incliné ante ella la cabeza tal y como haría ante cualquier señora y proseguí mi camino sin siquiera detenerme.

La sorpresa me la dio ella, Amina, cuando dos o tres días después se presentó en el cuartel general del Tercio, donde provisionalmente residía siguiendo un curso de ascenso, preguntando por mi. Me visitó para agradecerme lo del día en que nos cruzamos en la calle, confesándome el apuro que por un momento pasó al verme. Me contó lo feliz que por fin era: Se enamoró del muchacho de Tiradores que anduvo tras ella algún tiempo hasta lograr interesarla, se casó con él, como Dios manda, y unos meses antes “vino” el bebé que viera en el cochecito. Yo sinceramente me alegré pues de verdad  se merecía haber encontrado, por fin, la felicidad y el amor. Nos dimos un beso más de hermanos que de amigos y nos separamos, esta vez sí que para siempre pues nunca la volví a ver.

Acabó 1958 y 1959 estaba por acabar cuando un día de Noviembre en una de las fugaces “escapadas” a Villa Cisneros, me metí con otro camarada en uno de los cafetines de la ciudad. Allí coincidimos con el que fuera cabo 1º de aquella vieja compañía “Juan de Austria” de la XIII Bandera y licenciado casi un año antes tras 12 o 14 años de servicio, Ginés Pavón, que venía acompañado por otro veterano legionario, también licenciado recientemente. Nos saludamos con la efusión propia de tales ocasiones, nos sentamos juntos charlamos de mil y una naderías disfrutando del encuentro recordando viejos tiempos, en especial de la época de la campaña del Sahara. Luego, tras algo más de una hora, salimos a la calle despidiéndonos allí. Pero antes de separarnos Ginés me dijo.

·   Javi toma mi teléfono. Llámame cuando puedas pues deseo hablar contigo, pero en plan más tranquilo. Es que deseo hablarte de un negocio.

Con lo que le llamé días más tarde. El “negocio” consistía en hacerse uno mercenario, soldado de fortuna a sueldo del país o similar que mejor pagara. En fin, que en aquello sólo había interés crematístico, y al parecer importante: Según Ginés, en un mes podía ganarse más que en un par de años en la Legión. También me dijo que un “fulano”, un francés llamado Bob Denard(3), estaba interesado en formar un grupo de “desesperados” expertos en uso de armas y experiencia de combate, tipos “duros” y dispuestos a todo en definitiva; y a él le encomendó reclutar unos veinte o veinticinco ex-legionarios con tales características. Yo entonces no vi claro aquello, y con un incoloro “Lo pensaré” dimos por finalizada la conversación  

Pero, como digo, la vida en el desierto se me estaba haciendo insufrible, amén de aburrirme cosa mala, y lo de Ginés me daba vueltas por la cabeza. La paga lo merecía y, además, el gusanillo del peligro, las sensaciones vividas bajo el fuego enemigo me gustaría revivirlas. Pienso que por entonces estaba algo loco. Al final, lo de Ginés acabó por convencerme y ya en Marzo le telefoneé para que contara conmigo, pues si luego lo del “negocio” no me interesaba siempre podría reincorporarme al Tercio. Me dijo que no estaría solo, que otros diez camaradas más participarían. Aunque todavía no conociera a ninguno, en seguida nos haríamos amigos, pues ya conocía el sentido de compañerismo que reinaba en la Legión, y todos nosotros éramos viejos legionarios.

El 17 de Abril del año 1960, fecha en que vencía mi compromiso de tres años pedí licenciarme, con lo que tan pronto me vi fuera del cuartel y de la Legión, volví a telefonear a Ginés. Quedamos para una semana después en el mismo tugurio donde nos encontramos y me urgió para que me sacara el pasaporte, pues en diez o doce días saldríamos para Francia.

Para obtener el pasaporte no tuve problema alguno, más bien pude tenerlo en Mayo del año anterior 1959, cuando recién cumplidos, de verdad esta vez, los 21 años solicité un nuevo documento de identidad en la comisaría de Villa Cisneros, alegando haber perdido el mío. Unas dos semanas más tarde vino hacia mí el teniente de la sección para darme el DNI que, desde el departamento central del Documento Nacional de Identidad en Madrid, habían remitido a la Plana Mayor de la Bandera. Alguna ventaja tendría estar cubriendo un puesto fronterizo. Cuando me lo entregó el teniente, riéndose, me dijo.

·    ¡Con que te alistaste siendo menor de edad! 

Y me entregó el documento que regularizaba mi situación. Al parecer cuando en la central del DNI se recibió mi solicitud, buscando en los archivos los datos originales, apareció una denuncia de mi padre por mi repentina desaparición, pero eso ya no tenía efecto pues era ya mayor de edad.

Como acordáramos, a la semana volví a reunirme con Ginés y seis días más tarde estábamos, todo el grupo de Ginés, en una extensa y solitaria finca cercana a Versalles. Casi un lugar paradisíaco en medio de la nada, pues en kilómetros a la redonda no parecía haber vecino alguno.

La finca era en realidad un campo de entrenamiento. Allí habían ya algo más de 100 hombres de buena parte de Europa, franceses, polacos más algunos británicos y norteamericanos: Todos, excombatientes, bien de las guerras coloniales en Indochina o Argelia bien de la Guerra Mundial incluso, a pesar de los quince años transcurridos desde su final.

El “mandamás” era el francés llamado Bob Denard que tenía como mano derecha a un alemán, al parecer antiguo oficial, creo que capitán, de las Waffen S.S.. Aquí se hacía llamar “Coronel Schaffer”.

En ese campamento me vi por vez primera ante una “Pista Americana” y ante mi primer fusil de asalto. A todo me acostumbré bastante bien y estaba allá como en mi salsa, “oliendo”  a combate.

En el campamento estuvimos hasta primeros de Agosto, con los efectivos engrosados hasta unos 160-170. Entonces, sobre el día 10, volvimos a embarcar en cuatro aviones DC-3 que en un par de viajes nos llevaron a nuestro destino final: Elisabethville, capital de la provincia de Katanga, República Democrática del Congo (antiguo Congo Belga), que  había declarado su independencia respecto a esa república.

Aguanté no más de cuatro meses pues aquello sí que fue ho contra el efímero Presidente rroroso. No combatíamos al Ejército congoleño, que ímeropor allí ni apareció, sino a una étnia, los balubas, enemigos ancestrales de la étnia dominante, por lo que se rebelaron contra el efímero presidente katangueño Moisés Tsombé manteniéndose leales al gobierno central de la República: Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.

Es difícil olvidar lo que en aquellos meses pude ver. Claro que disparé y maté a bastantes de aquellos infelices, como mis compañeros también hicieron. Eramos... lo que éramos y hacíamos lo que se nos mandaba, que para eso nos pagaban, pero sin hacer lo que vi hacer a los guardias katangueños. Nunca antes había visto semejantes atrocidades: A los infelices balubas no los mataban simplemente aquellos energúmenos de guardias, sino que literalmente los descuartizaban, los hacían picadillo a machetazos. Brazos y piernas cercenados aparecían por todas partes, cabezas degolladas hasta separarlas del tronco, cosa no tan fácil como pueda parecer. Mujeres con los pechos cortados, abiertas en canal y finalmente descuartizadas; niños con los cráneos destrozados contra los árboles... Y violaciones sin cuento, sin importar la edad, a veces ni el sexo tratándose de criaturas. En los últimos días que allí estuve vi como, entre siete u ocho de aquellas fieras, violaban a una pobre chica que apenas tendría ocho o nueve años. Aquello ya me superó, no lo pude aguantar: Alcé el arma y empecé a disparar sobre la jauría hasta agotar el cargador, lo reemplacé en el acto y volví a levantar el arma ante un grupo de “gorilas” que a su vez habían levantado sus armas ante mi. Menos mal que mis camaradas me apoyaron y también apuntaron a esa caterva; ahí se acabó el asunto y también los desmanes de aquella turba, pues les conminamos a acabar con aquello por su bien.

¿Cómo aguanté? Pues... a base de “yerba”, LSD y.... cocaína. Y alcohol. ¡Buena mezcla!

Pocos días después, cobré mi cuarto mes allí y mi sexto sueldo sobrepasado, pues aunque mientras estuvimos en Francia no se nos pagó nada excepto los “gastos”, que incluían una serie de “señoritas” que cada sábado aparecían por el campo traídas en un camión y permanecían allá hasta el lunes por la mañana, cuando el camión que las trajo las devolvía a origen, cuando llegamos a la capital katangueña nos abonaron una prima de enganche de más de dos mensualidades. Con mi dinero, mis ahorros y lo poco que tenía de impedimenta me planté en el aeropuerto de Elisabethville y tomé el primer avión hacia Europa, uno belga que me llevó a Bruselas. De allí a Villa Cisneros con escala y cambio de avión en Marrakech y, casi en vísperas de Navidad, de nuevo en la Legión, en mi vieja Bandera y compañía.

NOTAS AL TEXTO.

  1. La Seguía el Hamrá (Acequia Roja) es el lecho seco de un río, tal vez arroyo, que en tiempos irrecordables llevaba un nada desdeñable curso de agua, a lo que se deduce de que antes los nativos la llamaran La Seguía el Jaddra (Acequia Verde), según decía la tradición local transmitida boca a boca.
  2. Por la acción de Edchera se concedieron dos Laureadas, la más alta condecoración española: Al ya citado brigada D. Francisco Fadrique y al Caballero Legionario D. Juan Maderal. Ambos cayeron en Edchera
  3. Bob Denard, que empezó su carrera para-militar a los 16 años combatiendo en la resistencia francesa contra el ocupante alemanán, fue un mercenario francés que, al frente de un grupo de “soldados de fortuna” estuvo en la guerra secesionista de Katanga contratado por el que fuera presidente de aquella corta República Moisés Tsombé (1960-1963). Posteriormente participó en diversos golpes de Estado o apoyo a guerrillas de signo pro occidental y, fundamentalmente, muy anticomunistas en Yemen (1963), Angola (1975) con el grupo rebelde UNITA de Jonás Savinbi o en Comores (1975, 78, 89, 95), donde quita y pone presidentes. Curiosamente casi siempre actuó, realmente, por cuenta de los Servicios Secretos franceses, que le financiaban, y en ocasiones rescatado por paracaidistas de este país, como en 1989 en Comores. Pues bien, murió en 2007, en su casa de la Gironda, pero en condena atenuada a su domicilio por padecer Alzheimer. Había sido condenado tres meses antes por un tribunal francés que le encontró culpable de atentar contra el estado de Comores en 1995.

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