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Cuento de d. alfonso el bueno” y la archiduquesa 3

en Erotismo y Amor

CAPÍTULO 3

El tiempo siguió transcurriendo, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, hasta alejarse en otros cuatro meses y algo. Para esos entonces, la vida de madre e hija había vuelto a su más anodina normalidad diaria, con sus privadas veladas, leyendo o jugando al ajedrez, a las damas, o a las cartas, ellas dos solas…siempre solas. O acudiendo a recepciones y saraos de inexcusable asistencia… O metidas en las múltiples obras de caridad, esos roperos que se dedicaban a atender a la gente menesterosa, a que tan aficionadas fueran las encopetadas damas de la alta sociedad de la época, participando muy activamente en los mil y un eventos que se organizaban para recaudar fondos a tales efectos, desde tómbolas y rifas hasta bailes de sociedad, desde veladas al piano, a cargo de la anfitriona de la mansión huésped(9), hasta funciones de ópera en los diversos teatros de la capital del Imperio Imperioso

Así iban las cosas hasta que un día todo varió en sus vidas, muy especialmente en la de Isabel, cada  día más Isabel a secas que archiduquesa del Imperio Imperante. Fue en la tarde de un día cualquiera, bastante más a primera hora que a tardías vísperas(10), cuando un lacayo penetró en la sala anunciando que un caballero solicitaba la venia de la archiduquesa para visitarla, extendiendo a la señora la tarjeta de visita del caballero en cuestión… Y, al  momento, nada más leer el nombre, a la archiduquesa, a Isabel, le dio un vuelco el corazón… No podía creerlo… ¡Era él!… ¡Él, Alfonso, el hombre que la traía a mal traer!... ¡Y estaba allí, en casa…queriendo verla!... ¡Dios, Dios, Dios!…Las piernas le temblequearon. Se dejó caer en el sillón del que se levantara para atender al lacayo, mientras alargaba la tarjeta a su hija, que también se quedó a cuadros a su vista, exclamando de seguido

  • ¿Qué hago, Crista; qué hago?

  • ¡Pues qué vas a hacer más que recibirle!... ¡Es el rey de Hispanialand, mamá!... No le vas a dar con la puerta en las narices… Además… ¡Seguro, que viene por ti!... ¡No le dejes escapar, mamá; amárrale bien amarrado!... Si, seguro, viene entregado…como un corderito

Y levantándose, con el libro bajo el brazo, hizo intención de abandonar la estancia

  • ¡Pero qué haces Crista!... No me dejarás aquí…sola con él…

  • Mamá, ya sabes lo que se dice en momentos como este: Dos son compañía; tres, multitud… Y lo dicho: No le dejes escapar… Duro con él, mamá… No te achiques… Si lo dejas ir “vivo”… ¡Te mato; ¿me oyes?...te mato!... ¡Por idiota!...

Y, efectivamente, con toda su cara, Crista hizo “mutis por el foro” cuando D. Alfonso accedía a la estancia conducido por el lacayo, que le anunció nada más aparecieron ambos por la puerta, con voz harto campanuda

  • ¡¡¡Su Majestad, el rey de Hispanialand, D. Alfonso!!!

En ese mismo momento, Crista se escabullía de la sala por una puerta, pero no tan diligentemente como para que D. Alfonso no s apercibiera de ella, lo que no dejó otro remedio a la muchacha que, cuando menos, saludar al recién llegado

  • ¡Tanto gusto de verle, D. Alfonso; honradísimas con su visita!... Pero tendrá que disculparme, pues tengo que salir… Como verá, ya me ausentaba… Quede con Dios, vuestra majestad…

Y, a toda prisa, salió por la puerta. La archiduquesa Isabel, ya en pie cuando D. Alfonso penetró en la habitación, se destacó yendo hacia él, haciendo un remedo de genuflexión al estar frente a D. Alfonso

  • Mi querido D. Alfonso; y cuánto bueno por aquí… Como mi hija le ha dicho, muy honradas quedamos con su visita…

D. Alfonso, puesto ante la dama, tomó su mano derecha, llevándosela a los labios, estampando en ella un prolongado beso que provocó que una especie de corriente eléctrica recorriera todo el cuerpo de la mujer, desde la punta del pelo hasta la punta del pie. De nuevo, la archiduquesa se sintió desfallecer, fenecer casi, sintiendo que las piernas le fallaban…pero de pura ilusión, purísima dicha, ante el roce de esos labios tan amados. Pero eso apenas si duró un instante, pues rehaciéndose de inmediato, volvió a su papel de frases insulsas, predeterminadas…hechas por la mundana cortesía

  • Pero venga; venga usted y siéntese aquí, conmigo

Le señaló el mismo sillón, junto al que ella ocupara y en el que, hasta segundos antes, se ubicara su hija, Crista, y allá fueron los dos, a sentarse cada uno en su lugar

  • Por cierto, que debe disculpar a mi hija; verdaderamente tiene que ausentarse de casa… Pero, perdóneme usted un momento, D. Alfonso (dirigiéndose al lacayo) Por favor, Albert; encargue que se nos sirva té y pastelillos

  • No…no importa, señora… No importa… En realidad, a quién quería ver esa usted…si me consiente el atrevimiento…

  • Cómo no, D. Alfonso; cómo no… Pues dígame usted lo que deba decirme

Y ahora fue a D. Alfonso a quien los dedos se le hicieron huéspedes, turbado al máximo; pero también en seguida reaccionó, tomando entre las suyas la mano derecha de la mujer, besándole el dorso, una y otra y otra vez… Y a Isabel, ya más colores no le cabían en el rostro, del rojo carmesí al granate burdeos, pasando, a veces, por el rojo fuego y el encarnado tórrido

  • Por Dios, Alfonso; por Dios… Modérese… Qué dirán los criados si nos ven

  • Y qué importan los criados cuando te quiero con toda mi alma

  • Que nos pueden ver…Anda; pórtate como un buen chico… Sentémonos… Pero tranquilitos, ¿e?... Pero qué te pasa, Alfonso, para haber venido así

Como aquella noche de los dorados ensueños, Isabel, sin quererlo, sin darse cuenta, apeó el “usted”, el “señor”, el “Don” y demás epítetos que la buena educación dicta, para bajarse a la relación confianzuda de quienes, para bien o para mal, ya se consideraban pareja de novios deseosos de casarse cuanto antes, mejor hoy que mañana, mejor ahora que dentro de diez minutos, pues su naturaleza de hombre-mujer, imperiosa les demandaba proceder al bíblico y Evangélico mandato; “Y  se unirán los dos en una sola carne… Y ya nunca más volverán a ser dos, sino uno solo”… Lo único que, de la amplitud de tal convencimiento, sobre todo ella, aún no eran tan conscientes… Aún, Isabel en especial, no había asumido que la unión entre ellos, en cuerpos y almas, ya era un hecho incontrovertible, aunque la material consumación de tal unión aún se haría esperar algún tiempo, algunas semanas, algún mes… Pero muy, muy poco tiempo, muy pocas semanas, muy poco mes  

  • Que te quiero Isabel… Que te quiero… Y que pase lo que pase, que digan lo que digan, quienes tengan o quieran decir lo que sea… Te quiero, amor, te quiero… Quiero casarme contigo…Que nos casemos, mi reina; que nos casemos… Eso, eso es lo que quiero, sobre todas las cosas…porque también te deseo…te deseo como a mujer alguna haya deseado… Que Dios y mi pobre María de las Mercedes, la que fue mi primera esposa, me perdonen, pero lo cierto es que a ti te deseo como nunca la desee a ella… Y, que conste, que hasta que no me di cuenta de lo mucho que te quería…lo muchísimo, lo infinitamente mucho que te  quiero, no creí que pudiera desear a otra mujer como a ella, a mi pobre María de las Mercedes dese酠 Y es que, amor; te deseo porque te quiero… Y si te deseo tantísimo, tan ardientemente, es porque te quiero, te amo, aún más que te deseo Por eso he venido para pedir tu mano; a ti primero… Luego, a quien, formalmente, debe dármela…

  • Calla, calla; loco… Pero, ¿sabes?... Me gusta lo que me dices… Me gusta mucho… ¡Ay, y qué gitano embustero podrás ser, Alfonso!....Ja, ja, ja… Porque los de tu tierra sois un poco así: Gitanos mentirosillos, embaucadores…regalones de oídos indefensos ante vuestros requiebros embusteros… Embusteros pero divinos, maravillosos… ¡Ay gitano…gitano!... “Zigeuner…zigeuner… Göttliche zigeuner” (gitano, gitano; gitano divino)

Cómo fue, cómo pudo ser, cómo pudo llegarse a ello, la verdad es que la pobre Isabel ni idea… El tiempo, el espacio, la realidad que vivía, todo, todo, se había difuminado, disuelto en un solo instante; un instante de permanente, casi eterno presente, sin pasado ni futuro, sólo eso, presente… Presente divino, maravilloso, dulce, tierno, inenarrable… Fue el frufrú del rozar de unas faldas al andar ligero, el sonido de unas toses comprometidas, de persona que, inopinadamente, sorprende lo que la discreción aconseja no sorprender, el ruido de una bandeja posándose en una mesa, todo ello al tiempo que una voz femenina decía

  • ¡Oh!... ¡Perón señora!...

Había sido la voz de la doncella que, andando deprisa, hiciera rozarse entre sí los vuelos de su falda en el típico frúfrú y había producido el ruido de la bandeja sobre la mesa, al depositar allí el servicio de té y pastelillos. Y eso, esos ruidos y sonidos acabaron con el mágico momento de entre minutos y segundos antes, aunque con ventaja para los primeros, los minutos, por pocos que hubieran sido, que, desde luego, fueron más escasos que sobrados. Y así, sin venir a cuento, sin saber cómo fue, cómo pudo llegar a ello, Isabel se vio no solo abrazada, acariciada, besada, por ese hombre que le perdiera el seso, sino abrazada ella a él, rodeando sus brazos el masculino cuello en prieto, muy, muy prieto abrazo, como si en la máxima estrechez posible del abrazo le fuera la propia vida… Y esos besos; esa manera de besarse, él a ella, ella a él, que más que besarse era devorarse mutuamente, morderse a todo ruedo, como fieras carniceras hambrientas de sangre…

¡Dios, Dios, Dios!... ¡Y qué sensaciones, nunca antes sentidas, vividas!... “Pero, Dios mí; Dios mío” -se decía- “¡Si estoy húmeda!”… “¡Mojada, mojada completamente!”… Aquello, del todo nuevo para ella desde luego no era, que no en balde había estado, en total, diecisiete años casada, metiéndose en l cama con un hombre, un marido…  Claro que sabía lo que eran los fluidos íntimos, que de antiguo sintiera cómo inundaban su “sancta sanctorum” de mujer, que frígida, precisamente, nunca fue, pero siempre había sido como ella entendía era lo normal, en el clímax de la conyugal intimidad... Pero así, como había sido en esa ocasión, nunca, nunca, nunca antes le había pasado… Pero es que, y eso era casi lo peor, tampoco las sensaciones vividas ahora, hacía escasos minutos, no tenían parangón con lo conocido, lo vivido, en toda su vida…en todos esos treinta y nueve años de vida que arrastraba

Todo esto parece ocupar más tiempo del que realmente transcurrió, pues en sí, fue un más que mísero instante; fue, el despertar de un ensueño que, pudiendo parecer una eternidad, tampoco superó unos breves momentos. El despertar de un sueño maravilloso, divino, toda la bienaventuranza de vida inmensamente dichosa abierta al futuro, que tampoco contrajo desilusión alguna, sino la más reconfortante realidad de esa vida que felices, dichosos, compartirían, amándose cada día, abierta ante ellos en un mañana inmediato… Así que recobrada la cordura, con los pies de nuevo en la tierra, de un suave empellón Isabel alejó de sí a su Alfonso       

  • ¡Uff!... ¡Y qué forma de “arrempujar” tienes, nene!... ¡Ahí quiero yo verla, cuando seamos marido y mujer!... Pero ahora… ¡”Vade retro”, Satanás!... Aléjate de mí, cariño mío…mi amor… Lejitos, lejitos de mí quiero verte mientras tanto… ¡Que no quiero yo que la noche de bodas se adelante a la mañana de nuestra boda!… ¡Estaría bonito… Y, amor, si te tengo cerca, con lo gitanito que eres, no respondo yo de lo que pase… ¡Ja, ja, ja!...

Como de otra manera no podía ser, cuando la noticia del compromiso entre D. Alfonso el Bueno y la Archiduquesa del Imperio Imperioso, amén de Archipámpana de las Inmensas Territorialidades, Dª Isabel Francisca María, “totar na”, él 22 tiernos añitos, ella, 39 añazos, y no tan “tiennos”… Amén de dos veces casada, y otras tantas viuda… “¡Sape, sape!”, decían los hispanialandinos, “que ezta tía, se los carga a pares”… Y los súbditos del rey-emperador del Imperio Imperioso, se santiguaban, pensando si a su alteza serenísima, la admirada archiduquesa, no se le hubieran cruzado los cables… Pues a ver, si a los hispanialandinos eso de que su rey se casara con semejante antigualla, siendo él tan jovencito… Y a qué no decirlo, tan “mollar”, a los naturales del Imperio Imperioso, que su querida, por admirada, archiduquesa, se casara con semejante “pibe”, la verdad es que, de gracia, ni el nombre… Pues a ver quién les garantizara que el “pibe”, cuando estuviera algo más que ahíto del buen caldo que, indudable, la gallina vieja hace, no querría degustar “cannes” más “tiennecicas”, digo yo, que decían ellos…

En fin que en una parte por un matiz, y en la otra por el contrario, la cosa es que en media Europa se formó un pifostio, que ni el Dos de Mayo de 1808 en Madrid…perdón, en Madri-iz. Pero el D. Alfonso y la Isabelica, que si queréis arroz, “escarlatinas”… Vamos, que “a palabras necias, oídos sordos”… Y a la paz de Dios, hermanos… Y aunque el “hermano” D. Antonio de las Cánovas y Ni Se Sabe Que Castillos, anduviera con un “globo” superlativo, subiéndose por las paredes y arrojando espumarajos, hasta verdes, por la boca, y el rey-emperador del Imperioso Imperio, no se cansara de decir “Mi primita, la Isa, la archiduquesa, es tonta desde que sus abuelitos jugaban al aro, leñe ya”… “Brase visto y el pendón que vino a salirnos”… “A la vejez, viruelas, que dice el dicho”, la Isabelica y el D. Alfonsito siguieron con lo suyo, es decir, disfrutar de su amor, se pusiera como se pusiese hasta el “Sursuncorda”, con lo que dos meses escasos después de la escena del té, y si Dios no lo remedia hasta a la del sofá llegan, ambos dos se postraban ante el cura que les impartió las bendiciones que les convertían en marido y mujer ante Dios y ante los hombres.

Luego, cuando ya constituidos en matrimonio, tanto civil como canónico, salieron de la iglesia, tremendamente felices ambos, con ella tomada del brazo por su flamante marido, dirigiéndose al coche que habría de pasearlos por las calles de Madri-iz, rumbo al palacio real, donde seguidamente se celebraría el convite nupcial, recibieron un sentidísimo homenaje del pueblo llano de esa ciudad capital del reino, reforzado por personal corriente y moliente de medio país, que vitoreaba a sus soberanos a más y mejor, diciendo, entre otras cosas

  • ¡Vivan nuestros reyes, D. Alfonso y Dª Isabel, que se han casado por amor, como nosotros, los pobres!...

  • ¡Viva D. Alfonso, nuestro rey!... ¡Viva Dª Isabel, nuestra reina!... ¡Olé por ellos, que se aman y por eso se casan!

Transcurrió el convite, pero qué lento, qué lento que s eles hizo a ellos, Alfonso e Isabel… Isabel y Alfonso… Qué tremendamente lento que todo se les hacía; parecía que las horas eran de doscientos minutos como poco…. Cómo se miraban, comiéndose con los ojos, diciéndose con la mirada lo muchísimo que se querían, entonces, siendo ya marido y mujer, más, muchísimo más que antes… Pero también, cómo se deseaban… Con qué pasión, con qué ardor… Y como todo en este mundo llega, también llegó el momento en que pudieron quedarse solos… Solos los dos, con su amor, con esos sus deseos que les consumían… Como es natural, tenían también programado su viaje de novios por ni se sabe cuántos países; en verdad, estaba previsto que aquella misma noche partiera la real pareja en viaje de luna de miel… Que pasaran la noche en un tren rumbo a cualquier parte del universo mundo, pero, por finales, convinieron en que qué mejor sitio donde mantener su primer momento de amor que su propia casa, ese palacio real donde vivirían…en la habitación que por el resto de sus vidas compartirían, pues de dormir separados, vamos, que ni equivocándose… Y así lo hicieron

Podría decirse que esa su Noche de Bodas fue inolvidable, pero eso sería inexacto, pues a la postre no fue sino la primera de las noches inolvidables que compartieron, todas y cada una de las que siguieron a esa su primera noche de amor a lo largo de muchos, muchos, muchos años de amarse…de desearse como el primer día… Como aquella tarde que casi acaba con la “escena del sofᔅ Muchos, muchos años, de amarse y desearse hoy más que ayer, pero menos, mucho menos, que mañana… Isabel, aquella noche que siguió a la tarde en que su hija, a la vista del estado de melancólica postración que la consumía, le planteó que si amaba a D. Alfonso, fura a él, se entregara a él, tuvo un sueño gozoso en el que se veía en una tierra de vino y rosas, de sol y luz, de rumores de canciones al rasgueo de guitarras, de danzas y bailes, de alegría, y rodeada de de niños que eran sus hijos y un marido que la amaba con locura, el hombre que engendrara en ella tales hijos… Pues bien, ese sueño fue premonitorio, pues así, ni más ni menos, fue su vida desde que llegó a Hispanialand… Desde que se casó con su amado Alfonso, sin siquiera faltarle esos hijos de que se viera rodeada… Nada más que cinco, que a lo largo de los años l fue ofrendando a su amado Alfonso… Y a la corona de Hispanialand…

Y, queridas amigas, queridos amigos, este cuento, pues ha terminado…

 

NOTA DEL AUTOR

La idea de esta historia o relato parte de una anécdota de la vida Alfonso XII, rey de España: La impresión que, al conocerla, le causó la madre de Dª María Cristina de Habsburgo y Lorena, su segunda esposa, la Archiduquesa de Austria y Princesa de Hungría y Bohemia, Isabel Francisca María. Es muy popular la frase que el rey Alfonso dirigiera a su amigo, mentor y especial consejero, D. José Osorio de Silva y Bazán, “Pepe Alcañices”: “…la que está colosal es la madre”. Esta cita, abunda en un montón de referencias al primer encuentro Alfonso XII-María Cristina. También el historiador Juan Antonio Vaca de Osma, serio donde los haya, en su obra “Alfonso XII y la Reina Cristina” hace referencia al hecho, y en forma aún más contundente. Según Vaca de Osma en septiembre de 1879, tras un consejo de ministros, conversando informalmente con los ministros, dijo: “Lo que es una pena es que, gustándome más la madre, tenga que casarme con la hija”. Es decir, que la que fuera su suegra, causó viva impresión, como mujer atractiva, en el rey de España, parece incontrovertible. Y, si tenemos en cuenta que, para entonces, ella contaba ya con 48 años, que debía ser tremendamente bella, incuestionable. No obstante esto, he de decir que, entre D. Alfonso y su suegra, nunca hubo nada de tipo romántico o… Menos aún, sensual… y aún menos, de lo “otro”… Que conste  

Yo, simplemente, tomé esta realidad  histórica, para, partiendo de ella, construir una historia de amor muy, muy romántico. Un hombre que pasa sobre lo que es, digamos, normal, para seguir lo que su corazón desea… Que desprecia lo fácil para seguir lo difícil. No sé dónde, leí que, amar no es vivir con quien puedes, sino con la persona sin la cual, vivir no podrías… Digamos que, en esta historia, “D. Alfonso el Bueno”, no duda en elegir a la persona sin la cual vivir no podría, por difícil y descabellado que en sí pueda ser,  que a la que la razón, la sensatez, aconseja

La verdad es que, escribiendo este “cuento”, me lo he pasado “pipa”; por una parte, escribir una historia de las que me gustan, de amor auténtico, ese que su “uso y abuso” no lo rompe, sino que lo fortalece más y más cada día; que el tiempo no lo apaga, sino que lo enciende más y más, cada día, cada mes, cada año, y más y  más años que pasen; luego, como buen aficionado a la historia que soy, he reflejado personajes históricos, del momento en que el relato se desarrolla, con las pinceladas del carácter que, realmente, tenían; revestidos, eso sí, de ropajes ridículos, quitando así “hierro” al matiz histórico de la historia. Por finales, esos ramalazos de “cachondo mental”, que a veces saco, y que tan bien se llevan con mi manera de ser, de consumado “Viva la Virgen”…o, “Viva la Pepa”, buscando siempre el lado bueno de las cosas que, por nefandas que parezcan, siempre tienen una cara que, si no es buena, cuando menos es “menos mala”, y qué queréis, pues que tras de menos andamos las más de las veces.

Que os haya gustado, es lo que quisiera… Y si así me lo expresáis en vuestros comentarios,  mi dicha sería de órdago a la grande, cuando menos… Un abrazo afectuoso a todas vosotras, a todos vosotros, mis estimadas/os  amigas/os

NOTAS AL TEXTO

  1. D. Antonio Cánovas del Castillo, líder y fundador del Partido Conservador, por entonces, al frente del gobierno

  2. Dª. María Cristina de Habsburgo y Lorena. Fue la segunda esposa de D, Alfonso XII. Por cierto, estuvo, toda su vida perdidamente enamorada de su marido, Alfonso XII, que en cambio, nunca la amó, engañándola con un montón de mujeres toda la vida.

  3. D. José Osorio, duque de Sesto (no, Sexto) y marqués de los Alcañices, comúnmente conocido por “Pepe Alcañices”

  4. Archiduquesa de Austria y Princesa de Hungría y Bohemia, Dª Isabel Francisca María, madre de Dª María Cristina

  5. Literal, del libro “Alfonso XII y la Reina Cristina”, de Juan Antonio Vaca de Osma, pág. 111, refiriéndose a la archiduquesa Isabel Francisca María de Austria y princesa de Hungría y Bohemia, madre que fue de María Cristina de Habsburgo y Lorena.

  6. Efectivamente; María de las Mercedes de Orleans y de Borbón, primera esposa de Alfonso XII, falleció, exactamente, el 26 de Junio de 1878; habiendo celebrado, es un decir lo de celebrar, su dieciocho cumpleaños, el 24 del mismo mes; es decir, dos días antes. Murió pues, a sus dieciocho años y dos días de vida.

  7. Referido a las Guerras Carlistas que asolaron España durante casi todo el siglo XIX. Fue, precisamente, Alfonso XII quien acaba con estas guerras, al llegar a un acuerdo de paz con el carlista general Cabrera. Alfonso XII acogió de corazón, sin represalias, a los carlistas. Alfonso fue un mal marido, pero un buen rey. Escrupuloso con la Constitución de rey constitucional, que siempre se atuvo a lo dispuesto en la Constitución de1876, nunca transgredió los límites marcados al poder real por la Constitución 

  8. Así, Crista, llamaba Alfonso XII a María Cristina en la intimidad. Pero es que de soltera, su familia, padres y hermanos, la llamaban Crhysta, por lo que creo que el Crista de su marido era, simplemente, el Crhysta fonético del alemán de sus padres y demás… Lo que Alfonso oía y entendía

  9. Huésped, según el Diccionario de la RAE, tiene dos significados que pue den entenderse opuestos: El cliente de un hotel, pensión o casa particular, pero también puede llamarse así al propio hotel, pensión o domicilio privado que acoge “huéspedes”. Así, por ejemplo, lo usa D. Francisco de Quevedo y Villegas, en uno de sus poemas: “Por no estar a la malicia/ abierta su voluntad/ fue su huésped de abolengo/ Antón Martín, el galán. De todas formas. Hoyo día, la RAE, recomienda no aplicar este significado a la palabra, con lo que su uso se está ciñendo, casi en exclusiva, al del cliente de hotel, pensión etc. Pero, que conste, que el otro significado, el propio hotel, pensión y demás, sigue estando en el Diccionario de la RAE; en desuso, vale, pero estar, está…

  10. Las vísperas son una hora del día canónico. Transcurre entre nuestras 18 y 21 horas. Seis de la tarde/nueve de la noche. sucede a la hora nona (15 a 18 horas), antecediendo a las completas, (21-24 horas)

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