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La chica de la armadura de arcilla (5)

en Lésbicos

Una mañana, varios meses después de que Helena viera por primera vez aquel rostro que le arrebató el corazón del pecho, un par de jóvenes hermosas se encontraban sentadas en una playa, creada por el bajo nivel del lago. Era el lugar favorito de Alexandra.

-¿te  gusta el lugar?- le preguntó Alex a Hel.

Ambas estaba n sentadas de frente al, ya nada oscuro, lago; disfrutando de la vista y descansando de la larga caminata de ese día. Acababan de llegar al punto donde debían seguir el cause de un pequeño rio que desembocaba en el lago y nacía en Torregole. Aun faltaban muchos días de viaje, pero las buenas amigas disfrutaban mucho de la compañía de la otra.

-es hermoso-  dijo Hel mirando el lago y  el reflejo que el castillo proyectaba en éste -  pero tú lo eres más-

-¿Sabes que es aun más hermoso?-

-¿Qué?

-una caballero mojada-

Helena volteo a ver con duda a Alex pero fue muy tarde;  ésta ya se había lanzado encima de la sorprendida caballero y, tumbándola en la orilla del lago, la había empapado.

-¡Hey! ¡Eso es trampa!- Alegó la remojada artesana con una amplia sonrisa en su rostro, dejando ver esos traviesos hoyuelos.

-Eso si que es lo más hermoso-

Alex no podía parar de reír, y poco le importaba el hecho de que ella también había mojado su vestido (que buena falta le hacia, pues no lo había lavado en días)

-¿a si? Entonces apuesto a que esto te encantara- y arremetió contra la princesa poniendo su hombro en el abdomen de Alexandra, tomándola por la parte trasera de sus muslos y levantándola en el aire.

-¡suéltame!- gritaba. Pero sus palabras no coincidían con sus deseos (mujer tenia que ser)

-¿quieres que te suelte?- y se adentraba más y más en el lago, hasta el punto en el que el nivel del agua le llegaba a la cintura. –esta bien, te suelto-  y sacando fuerzas de lo más profundo de su ser aventó a la divertida princesa al agua,  dándole un enorme chapuzón.

-tienes razón- y ahora era Hel quien no podía parar de reír –no hay nada mejor que una joven dama remojada- (poco faltó para que nuestra protagonista  contribuyera a subir el nivel del lago con sus propios líquidos corporales. Pues la risa era mucha ¿si saben a lo que me refiero verdad?)

La princesa, fingiendo una profunda indignación por la reciente falta de respeto hacia su persona. Se puso de pie en el lago, echó su rubio cabello hacia atrás y, con un gesto de superioridad, se dirigió hacia la orilla. Pero Alex olvido un pequeño detalle; aquel vestido… era blanco.

-¿Qué? ¿Qué me ves?- preguntó Alex jugando a querer pelear con la caballero. Pero no obtuvo respuesta alguna pues Helena se había perdido en esa visión (dudo mucho que ustedes pudieran emitir alguna frase coherente al tener ante sus ojos a la hermosa princesa cubierta por una trasparente tela blanca que dejaba ver a la perfección cada línea, sobra y matiz de su escultural cuerpo).

Alexandra vio los ojos de Helena y siguió su trayectoria; Dándose cuenta así, de que ésta estaba viendo ese par de pequeñas y erectas curvas que coronaban aquel perfecto par de pechos.

-¡no veas!- gritó Alex; cubriéndose y dándose la vuelta para así evitar que la pasmada caballero continuara deleitándose con semejante visión.

-lo… lo siento- dijo la sonrojada Helena, dándose la vuelta también. –perdón, en serio, no fue mi intención mi princesa- no había palabra alguna que fuera suficiente para pedir perdón por aquella ofensa  (al menos así lo creyó Helena).

Su princesa se fue a donde habían montado el, improvisado y no muy eficiente, campamento a tratar de secar su vestido en el fuego. Por mientras, Helena aun se encontraba paralizada en el agua sin saber que hacer (si, quería voltear a verla, quería contemplar esa perfección de mujer, deseaba incluso poder tenerla entre sus brazos. La amaba, y cuando uno ama a alguien de la forma en que la caballero amaba a la princesa dicho sentimiento es acompañado por sus dos mejores amigos: la pasión y el deseo).

Después de ese día, la relación entre Alex y Helena se hizo aun mas estrecha. Jugaban juntas, platicaban por horas y horas hasta quedarse dormidas, he incluso se hacían unas cuantas bromas pesadas entre si. Y de esa manera… el amor de Hel creció hasta límites inconmensurables.

.

.

.

Una noche, de esas en las que la claridad del cielo era tal que permitía ver a la perfección todas las estrellas, Alex tuvo una horrible pesadilla; y con su grito, despertó a Helena (yo también compadezco a la  caballero por la nada buena fortuna de siempre levantarse por los gritos de su amada).

-ya paso mi princesa, ya estoy aquí, nada te pasará mientras este aquí- le susurraba tiernamente al oído a la asustada Alexandra; mientras ésta se aferraba al pecho de Hel, escondiendo su cara en el castaño cabello de la caballero. –Ya, ya, solo fue una pesadilla, hermosa.- y le dio un beso en la cabeza.

- fue muy fea- le contesto con un sollozo, aun si despegar su cara.

-te entiendo. Mira, que te parece si me quedo aquí contigo. Así, si esas feas pesadillas regresan, yo podre defenderte de ellas. Y me peleare con todo y puños si es necesario. Todo por mi princesa- propuso Hel (la caballero podría ser algo torpe;  pero tonta no era) -¿quieres?- Y Alex solo contesto moviendo la cabeza.

Helena se recostó en la tierra. Tenía la pierna izquierda ligeramente flexionada y el brazo izquierdo extendido. Ahí fue donde se acostó Alex.  Estado ella sobre su lado derecho, se colocó ligeramente sobre Hel; con su pierna izquierda sobre el muslo izquierdo de la caballero y ligeramente en medio de ambas piernas; su cabeza la recargó en el hueco que se le formaba a Helena entre el hombro y la axila y, con su brazo izquierdo, envolvió a la su nueva almohada en un abrazo que esta sintió como si mil ángeles la arroparan en la más cómoda de las camas, mientras ésta le devolvía el tierno gesto con su brazo izquierdo.

-¿vez esas estrellas?- y señalo con su mano derecha algunos puntos luminosos entre la oscuridad de la noche.

-si-

-¿vez la figura que forman? Esa es la constelación de Orión. Su eterno amor, artemisa, pidió a los Dioses que lo inmortalizaran. Y estos, al ver la profunda tristeza de la Diosa, lo convirtieron en estrellas. Pero ¿sabes una cosa mi princesa? Fue la misma atenea quien le quitó la vida su eterno amor. Su hermano la engañó para hacer que disparara su certera flecha en contra del joven cazador.-

-¿y tu sabes una cosa? esa es, sin duda alguna, la peor historia para antes de dormir que he escuchado- y ambas rieron pues era verdad.

Se miraron a los ojos y se perdieron en la dulzura de sus miradas, mezclándose de esa forma la miel y el chocolate.  Antes de dormir entrelazaron sus  dedos, diciéndose y expresándose mil sentimientos sin la necesidad de perturbar el silencio de aquella selva.

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