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Es un te encontraré... (2)

en Lésbicos

Capitulo 2

Odiaba tener esos sueños. Eran hermosos; pertenecían a épocas que verdaderamente me fascinaba, las protagonistas siempre eran guapísimas, pero siempre terminaban igual; y eso me despedazaba. Era como contemplar noche tras noche la más triste y dramática de las películas románticas; la única diferencia era que todo me afectaba mucho más. Por alguna extraña razón, siempre sentía como mías las experiencias.

Ese lunes, tras varios minutos asimilando la segunda parte de aquel sueño me paré de la cama y me metí a bañar pues  a las 8 tenía que entrar al hospital para las prácticas.

Me sentía un poco mejor tras haber dormido. Lo más que había resistido hasta entonces, sin hacerlo, eran tres, sufriendo claro, las consecuencias por la falta de sueño.

Cuando Sofía me preguntaba por mis pesadillas  le decía que al entrar a la universidad, y no dormir, se habían esfumado. Pero era mentira. Si bien, intentaba por todos los medios no dormir, siempre era imposible y justo como esa noche, terminaba dormida en el lugar menos indicado.

 Cuando estaba agotada por un día de trabajo extenuante, no lograba recordar las pesadillas, pero sentía una fuerte opresión en el pecho, semejante al dolor físico de “un corazón roto”. No, nadie podía durar muchos días sin dormir, pero yo siempre lo intentaba.

Salí de la ducha, me vestí, y me fui al hospital; no sin antes pasar por mi vaso de café al 7eleven que me quedaba de camino.

-¿y esos ojitos lloroso?- preguntó Sofía al verme

-una palabra: pesadillas-

-valla, lo siento. Ahora de que eran?-

-lo mismo, dos chicas que se conocen y se enamoran al instante. Tiempo: 1946. Lugar: París-

- insisto, Amelia. Debes escribir todos esos sueños. Si lo hubieras hecho cuando te lo dije ya tendrías, cuando menos, 3 best-seller. Esas historias son otra cosa-

-pesadillas, mi amiga, PE-SA-DI-LLAS. Las odio y la verdad lo único que quiero es olvidarlas-

-pero…- y el Doctor Villegas interrumpió nuestra platica.

-señoritas, vallan a pasar ronda por favor. Quiero los casos clínicos de todos los pacientes de medicina interna. Vean si sirven de algo en alguna parte y obedezcan a los internos; ellos son lo más bajo de la cadena alimenticia, pero cuando menos ya tienen  el titulo, ustedes no, así que a trabajar.- y se retiró

Ese hombre alto, con algunas canas, y de mirada amable, era lo que se puede describir como un verdadero maestro. Un hombre que te enseña sobre la vida, pues él, no solo se limitaba a enseñarnos cosas de medicina, también nos ayudaba, escuchaba y aconsejaba en nuestra vida personal. Algo así como un segundo padre.

-¿nos dividimos? ¿O las dos juntas?- preguntó Sof, con la lista de los pacientes y las camas correspondientes en las manos.

-nos dividimos, hoy me quiero ir temprano-

A mi me repartió las camas de la 1 a la 5 y ella de la 6 a la 12. Tomó una cama extra en compensación por la última vez que yo hice lo mismo por ella.

-bueno mujer, acaba rápido porque quiero contarte algo- y en sus ojos pude notar que algo andaba mal.

-¿estas embarazada?- dije fingiendo alarmarme ante la idea. Siempre jugábamos con eso, y sabía que así le sacaría una sonrisa y quitaría esa carita triste que tanto odiaba ver.

-¡cállate! ¡NOOO! Es que Cris …- solo esas palabras bastaron para saber que seria una tarde de chocolates y lagrimas.

-si el idiota te hizo algo; le voy a pegar- y le di un beso en la frente, pues ya tenía que comenzar la ronda.

Cama uno: traumatismo cráneo encefálico. El chico estaba inconsciente por lo que su afligida novia me respondió las preguntas.

Cama dos: herida penetrante en el abdomen por lesión con arma blanca en región costal derecha con daño al hígado, tercera porción del duodeno y ángulo hepático del colon. Un hombre de 27 que por andar en lugares “indebidos” le habían acuchillado. Esposa hermosa con una niña pequeña.

Cama tres: insuficiencia renal crónica, ya iniciada la hemodiálisis. Pronostico para la vida: malo.

Para cuando llegué a la cama cuatro mis ánimos ya estaban más abajo que el suelo donde pisaba. Me gustaba estudiar medicina porque algún día podría ayudar a las personas y curarlas, pero odiaba tener que tener contacto tan constante con la muerte; la sentía extremadamente cerca.

Cama cuatro: cáncer gástrico. Mujer de 41 años con tres hijos y sin pareja.

Cama cinco… ¿y el paciente de la cama cinco? Solo estaban las sabanas arrugadas. Por desgracia eso solo indicaba una cosa, había muerto. Pero era extraño, la hoja decía que era una paciente femenina con apendicetomía. No era muy común que un procedimiento tan, relativamente, sencillo terminara en un deceso.

En fin, había terminado mi trabajo del momento y era tiempo de desayunar algo. Fui hacia las maquinas expendedoras para comprarme otro café y algunas galletas o algo que mantuviera a mi estomago ocupado mientras salía del turno.

-¡Estúpida maquina! ¡Devuélveme mi dinero!- la chica golpeaba y sacudía con bastante saña a la, indefensa y muchas veces odiada, maquina expendedora.

Era muy alta, más que yo. Con el cabello ondulado y hasta el hombro. De figura bastante… ¡valla! Traía la clásica bata enfermo; azul claro, cortita y que se anuda hacia atrás. Así que por primera vez en mi vida agradecí a quien inventó esas incomodas vestimentas, pues podía ver directamente ese perfecto par de glúteos.

Tuve que obligarme a borrar esa sonrisa un poco lujuriosa de la enfadada chica porque, por una muy mala suerte, estaba internada en ese hospital.  Y claro, seria demasiado poco profesional el desear hacer tuya una y otra vez sin un minuto de descanso a una de los pacientes. No, eso no me lo podía permitir.

-¡maldita sea! ¡dame mi dinero, maquina de miarda! –

Era lindo verla así de furiosa, pero tenía que hacer algo, si seguía maltratando asi a la maquina, ni ella ni yo tendríamos nuestro tan ansiado dulce.

Saqué de mi cartera un billete y me acerqué a ella.

-sabes, cuenta la leyenda que, si les hechas dinero, tal vez te den un dulce a cambio- le dije un poco sarcástica, sabiendo de antemano el maléfico aparato se había tragado su dinero sin entregarle nada a cambio.

- muy graciosa- al parecer si estaba furiosa, porque la mirada que me dirigió no fue para nada amigable.

-permíteme- dije al mismo tiempo que acercaba el billete a la abertura indicada. Pero en ese momento, noté algo particular en ese billete.

Lo sujetaba con mi pulgar y mi índice por la parte de en medio. La mitad del trozo de papel ya estaba adentro, y la otra parte colgaba hacia afuera, dejando ver una inscripción con marcador negro indeleble que decía: “es ella”, y una flecha que apuntaba hacia la fúrica chica.

-¿pero que…?- mi rostro no alcanzaba a expresar el WTF que llevaba dentro.

-ándale mantelo- y me empujo la mano con cuidado para que soltara el billete dentro de la expendedora. Seleccione unas galletas y las papitas que ella había elegido y el aparato había retenido, por lo tanto, salieron dos de estas ultimas.

-muy bien, creo que esto es tuyo-  trató de tomarlas pero las retiré antes de que lo hiciera –primero dime en que cama estas y en que sección- no podía darle unas papitas a cualquier paciente… aunque en realidad no se las debería dar a ninguno.

- en la cinco pero ya dámelas- he hizo un encantador puchero.

-¿la cinco? ¿de medicina interna? Rayos niña ¿eres la chica con apendicitis?- genial, mi paciente había escapado, trataba de comprar papitas enchiladas y ahora era yo quien se las daba.

-dámelas- me pidió con una mirada bastante lastimera.

- no, y tu vienes conmigo. No deberías estar caminando por aquí, es exclusivo de médicos. y aparte, hace solo 6 días de tu cirugía, no puedes comer esto- le dije regañándola. –ahora, a la cama. Y rápido señorita-

-tu no me mandas, aparte soy mayor de edad- la chica me estaba retando.

- no, no te mando y eres mayor de edad, pero eres mi paciente- mentí – y puedo retrasar tu alta. Así que tu desides, sigues las instrucciones, o te quedas dos semanas mas- esta bien, estaba exagerando, pero debía conseguir que me obedeciera.

La hermosa chica solo resopló, me dio la espalda… esa espalda… y se fue hacia su habitación aun más molesta de lo que ya estaba.

Lo había olvidado. Debía hacer el caso clínico de todos los pacientes, y eso la incluía; pero ahora, tras ese encuentro, dudaba mucho que me contestara las preguntas necesarias. Así que me dirigí a la central de enfermeras.

-hola Lucie,¿ me permites el expediente de la cama 5?- le pedí, amablemente, a la mujer un tanto mayor y rellenita que era la jefa de enfermeras.

-¿la chiquilla testaruda esa?- al parecer tenia fama ahí

-jaja si Lucie, esa-

-aquí tienes, espero que la den de alta pronto; ya no la aguanto. No se puede estar quieta ni con el suero puesto-  y reí ante la desesperación de aquella mujer.

Isabelle murillo, 20 años, ingresada al área de urgencias por dolor abdominal intenso en la fosa iliaca derecha. Leucocitos de 18.000/mm. Dx apendicitis aguda. Se realizó una apendicetomía.

Al parecer la chica ya estaba bien, solo necesitaba permanecer unos días mas en observación y seria dada de alta. No había presentado fiebre ni signos de infección y todo indicaba que se recuperaría muy pronto.

Su nombre me gustó mucho. Isabelle…

-¡Hey! ¿Acabaste?- me dijo Sof; sorprendiéndome por la espalda

-ya ¿nos vamos a comer?-

-claro, pero pagas tu-

-vale-

 Nos dirigimos al comedor del hospital, pues a esa hora aun no éramos oficialmente libres, en realidad, aun faltaba bastante para salir.

-¿y bien? ¿Que era eso tan importante que me tenias que decir?- interrogué a Sofía mientras devoraba una rebanada de melón. Digo devoraba porque literalmente me tragaba los pedazos casi sin masticarlos; estaba verdaderamente hambrienta y las galletas no habían servido de mucho.

-es que Cristóbal alterándose mucho cuando menciono a Henry…- noté como arrastró las ultimas palabras. El recuerdo de ese hijo de puta aun le dolía.

-¿pero mal en que aspecto?-

-pues digamos que es el innombrable. No puede ser mencionado mientras hablamos de cualquier cosa porque se altera de verdad. El otro día incluso lloro ante el recuerdo de lo que pasó.

-¿Por qué?-

- estábamos discutiendo, Henry salió a colación, se enojó a tal grado que cuando lo abrazaba se ponía duro y no me correspondía, y cuando lo bese para que se calmara… me beso unos segundos y después de alejó llorando; porque dijo que incluso besarle le recordaba a él-

Sofía Moreno era de esas mujeres que aparentan una completa fragilidad, tanto que si las ves por la calle piensas que en cualquier momento se va a romper. Medía 1.57m y pesaba muy poco. De complexión pequeña. Poco pecho, poco trasero, nada de grasa en su abdomen, y en general unos músculos tonificados sin llegar a estar “marcada”. Tenía el cabello negro y lacio; que, desde el instituto, lo usaba muy corto, asimétrico y con un flequillo que peinaba hacia la derecha. Sus ojos eran oscuros, hermosos y coquetos.  Su piel blanca pero un tanto quemada por el ardiente sol de la ciudad, y poseía unas cuantas cicatrices causadas por la varicela, en las mejillas. Pero si una marca se distinguía en ella, era esa cicatriz en su labio inferior. no era muy notoria, incluso, si alguien no sabía de su existencia, jamás la percibiría; Sof se encargaba de cubrirla con el labial y solo se notaba una línea horizontal, no mayor a medio centímetro, un poco morada.

-pero Sof, eso ya pasó hace mucho. Es tiempo de que ya lo supere-

- lo se, y se lo dije. Pero no lo hace. Incluso él me dijo que sabia que estaba mal seguir teniendo problemas a casusa de Henry, cuando ya no esta presente en nuestra vida y pasó todo este tiempo- Tomé la mano de mi cabizbaja mejor amiga – yo se que hice mal, pero él ya no significa nada en mi vida; solo es un mal recuerdo. No entiendo porque  Cris aun no lo logra superar-

Odiaba ver a mi mejor amiga llorar por un idiota. Cristóbal no lo era, siempre había tratado a Sofía como merecía, pero ahora por primera vez después de mucho tiempo, era merecedor de tal adjetivo: idiota.

A las 5pm salimos del hospital hacia la facultad. Aun teníamos dos clases.

Tras esas dos horas de eterno aburrimiento me fui a casa a descansar y a asimilar la idea de que soñaría de nuevo.

Ese año las cinco amigas se habían conocido. Primero de secundaria, cinco niñas de 13 años se hacían las mejores amigas y descubrían el mundo juntas.

Henry, un tierno chico que un no daba el famoso “estirón” de ojos verdes y cabello casi rubio,  se había enamorado perdidamente de la niña llamada Sofía. La amaba tan locamente como puede amar alguien de esa edad.

Y a Sofía, una chica bastante madura para su edad, le agradaba la idea de salir con Henry. Era guapo, tierno y lo que se conoce como “buen chico”.  Por tal motivo, a los tres meses de conocerse, iniciaron una infantil relación.

A él le dio su primer beso, tuvieron juntos su primera cita, y conocieron el poder del primer amor. Un sentimiento puro y sin malicia.

Pero, así como rápido inician esa clase de amores, rápido acaban, y a Sofía se le paso muy rápido la locura. Por lo que, tras cinco meses de noviazgo, le envió una carta donde le decía que ya no lo amaba.

Y Henry conoció lo que era el corazón roto.

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