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Quisiera que fueras mía 2

en Lésbicos

Capítulo 2

 

Desperté en el suelo, con el rostro lleno de tierra y el cuerpo entero punzándome. Al abrir los ojos, vi que no me encontraba donde mismo; estaba bajo la gran tienda.

-Por fin despertaste- era el hombre vestido de negro que entraba a la carpa -Tuviste suerte de que “La vibora” te eligiera… o no. Creo que el tiempo que sigas viva dependerá de tus habilidades en la cama...- se me acercó, y de una bolsa sacó ropa que me lanzó a la cara -Póntela, si vivirás aquí, deberás ser útil. Prepara el desayuno- Se sentó en el catre, sacó su arma y comenzó a limpiarla con cuidado. -¿Qué esperas? ¡Cambiate!- Me vería… -Si no lo haces, lo haré…-

-Te dije que era mía- dijo la alta figura oscura en el umbral -Eso tambien va para ti. Aunque seas mi hermano respetarás mis cosas- No levantó la voz en ningún momento, sin embargo,  amedrentaba.

El hombre se puso de pie, se acercó a ella… eran del mismo tamaño, pero poco a poco, durante el cercano duelo de miradas, el hombre se encogía más y más; hasta que salió de la tienda.

-No te quedes ahí, vístete- se dirigió a mí, sin  siquiera voltear a verme. 

Era mujer, después de todo, así que no me sentí tan apenada con la idea de desnudarme frente a ella; pero al intentar levantarme, todo mi cuerpo punzó y caí sujetándome el abdomen.

-Esos perros no saben como tratar a una mujer- No noté cuando se movió, pero ya la tenía junto a mí, sujetándome con una dulzura hasta entonces desconocida.

Me ayudó a levantarme y me sentó en el catre.

Mi vestido estaba hecho trizas y mis pechos salían del desgarrado corset. En cuanto sus ojos se posaron sobre ellos, su congelada mirada se derritió, y de sus ojos emanó un fuego tan ardiente que lo sentí quemarme. ¿Cómo me podía ver así una mujer?

-Anoche… anoche me defendiste…- dije con voz queda y llena de miedo, pero ella me interrumpió, y sus ojos volvieron a congelarse.

-No te defendí, solo que no me gusta que toquen mis cosas- Se paró y se giró para sacar algo de un cajón. Eso me enfureció.

-Yo no soy un objeto, y menos aún, de tu propiedad-

- Bien, si no eres mía, se lo diré a los perros. Estarán felices de tener un juguete nuevo-

Mi furia rebasó mi sentido común, me paré y me coloqué frente a ella para que me mirara mientras le hablaba.

-¿Quién rayos te crees que eres? ¡Vas a dejarme libre! ¡Y ningún hombre pondrá sus manos sobre mi!- En un principio, noté cierta sorpresa, pero entonces, con una tranquilidad inquietante me dijo: -Eres mia. Ningún perro te tocará porque eres mía-  se acercó peligrosamente -Haste a la idea, princesita, de que no regresarás a tu casa. Me quedaré contigo mientras me sirvas; cuando me canse de ti, te desecho. Eres mi botín, y yo hago con mis cosas lo que quiero- Para entonces, me tenía acorralada contra una mesa, y se había agachado hasta quedar a escasos centímetros de mi cara. Me sentía intimidada, inquieta… era peligro puro, pero sus palabras hacían que mi furia rebasara mi cordura; y, con un valor que no conocía, estrellé mi mano en su rostro lo más fuerte que pude.

 

Cuando volvió su rostro, vi como si sus ojos se convertían en profundos carbones ardiendo, rojos y abrazadores. En menos de un suspiro, me tomó de los muslos y me subió a la mesa, me agarró por la cintura y estampó sus labios en los mios.

 

Solo una vez, un hombre me besó; pero ese beso, el beso de una mujer, no se comparaba con nada experimentado hasta entonces.

Mi corazón se aceleró, mi respiración se volvió un bufido fuerte, rápido y profundo. Mis labios se abrieron y su lengua entró en mi boca. La tomó, la tomó como si fuera suya, como si me demostrara con ese beso sus palabras; y yo no pude hacer nada menos que entregarme. Cuando mejor estaba sintiendo, se despegó de mis labios, y al abrir los ojos, vi como se reia de mi con sorna.

 

-¿Vez? Eres mía- Quise darle otra cachetada, pero sujetó mi mano -No te volveré a tocar… la siguiente vez que te bese, será porque tu me lo supliques… y creeme que lo harás- Soltó mi mano y salió de la carpa, dejándome ahí con un mar de emociones.

¿Qué no era aquello lo que siempre soñé? ¿No había sido ese un “perfecto beso robado”? ¿No me había sentido como las protagonistas de mis adoradas novelas? Entonces… ¿Por qué sentía esa furia correr por mis venas? ¿Tenía algo que ver el hecho de que fuese mujer?

 

Salí de la gran tienda ataviada con unos pantalones que tuve que doblar, bastantes veces, para no tropezar, un par de botas demasiado grandes -que me sacarian ampollas en los pies- y una camisa, que en algún momento fue blanca. Era la primera vez que me vestia asi, y aunque me sentía extraña, era mucho más comodo que usar corset.

Sería tonto intentar huir. Si no me mataban los coyotes -por la noche- lo harían las serpientes, los escorpiones o el sol. así que decidí resignarme e intentar sobrevivir; no les permitiría vencerme. Tal vez, podría pedir ayuda cuando pasáramos por algún pueblo.

 

-¡Oye princesita!- Me habló uno de los jóvenes -Si eres la mujer de “la víbora”, deberías ponerte a cocinar; o te ira peor que con nosotros jajaja- Y me lanzó un sartén que alcancé a agarrar.

-¡No soy una princesita!- Hablé muy fuerte para que todos me escucharan -Mi nombre es Anne…- y una cubetada de agua cayó sobre mi espalda.

-¡y estas mojada!- todos se burlaron de mi, vilmente, hasta que se acercó “ella”; entonces todos se callaron.

Miró a cada uno a los ojos, congelandolos con su mirada. No dijo nada, no necesitó hacerlo. Simplemente siguió caminando, montó su caballo  y se fué.

Al principio tuve miedo de que, con su ausencia, me hicieran algo; pero todos parecían estar muy ocupados con diversas tareas.

Podía esperar y comprobar si era cierto lo que me había dicho aquel hombre, o podía ser precavida y hacer la comida. Elegí lo último.

Busqué provisiones, solo encontré carne seca y unas cuantas patatas. Con eso no alimentaria a 11 adultos. Estaba meditando eso cuando el mismo hombre se me acercó.

-Eso no alcanzará. Debemos ir a buscar algo más, Anne- Me llamó por mi nombre, y se dirigió a mi con respeto… -Tranquila, lo de anoche no volverá a ocurrir. Todos aquí valoramos nuestra vida. Yo soy Tader- No tenía muchas opciones, así que fui con él. Caminamos una hora bajo el ardiente sol hasta llegar a un riachuelo. Ahí se sentó y mojó su rostro.

-”La víbora” nunca había tenido a una mujer… no a una de su propiedad, solo bailarinas de bares- Al parecer todos me consideraban un objeto. -Debiste gustarle mucho.- 

-¿Por qué… por qué la llaman “la víbora”?- me atreví a preguntar.

-¡Ja! porque es mala, veloz, letal y peligrosa. Solo imagina la razón para que todos le temamos-

-¿El hombre de negro es su hermano?-

-¿Josh? Si, ese mal nacido es aún más malo, pero no tan veloz, ni tan letal, es solo un perro más- Tader comenzó a llenar el par de tinas de aluminio que llevaba atadas a una vara.

-¿Qué hará conmigo?- pregunté en un susurro.

-Lo que se le hace a una mujer, princesa, hacerte suya-

No hablamos más del tema, Tader me indicó que plantas sacar, y resultaron ser cebollas. Recogí varias y volvimos casi pasando mediodía.

La noche llegó más pronto de lo que esperé, y con ella llegó “La víbora”. Aunque no estaba cómoda con eso, todos la llamaban así, y no conocía su nombre, por lo que seguí su ejemplo.

Entró imponente a su tienda, y le gritó a su hermano. 

Un tiempo después, este salió y le gritó a todos: -¡Perros! Mañana partiremos a WestCliffe jaja al parecer se adelantó la navidad- Soltó una carcajada y todos los iguieron. Supuse que asaltarian el banco local.

Todos continuaron sus tareas y yo me dispuse a hacer lo mismo.

-Anne- Me dijo muy cerca de mi espalda y con voz ronca -”La Víbora” quiere verte- Al darme la vuelta y encararlo, lo vi a los ojos, y pude distinguir el mismo fuego que salía de su hermana. Caminé, pero me cortó el paso -Me dijo que le llevaras la cena- me incomodaba que me viera así; parecía estarme desnudando con la mirada. Me agaché y puse un poco de alimento en el plato de peltre -Eres muy hermosa, Anne, espero que mi hermana te sepa valorar… y satisfacer…-

-¡Niña!- se escuchó el grito desde la tienda

-Te llaman…- y sus ojos volvieron a ser fríos y a reflejar odio.

 

Entré a la tienda y la encontré en el catre, fumando su pipa y con un vaso de whisky en la mano.

-Déjalo en la mesa- Me dijo en cuanto me vio, y obedecí -Ven, quítame las botas- así lo hice. Luego solo me ignoró mientras iba a la mesa y comía. Intenté retirarme

-No te dije que te fueras- Comenzaba a perder la paciencia con eso de obedecer -¿Por qué son solo papas y cebollas? ¿Dónde está mi carne?-

-Era muy poca, no alcanzó para todos…- Aun no terminaba de decir aquello cuando lanzó el plato al suelo, se paró furiosa y caminó hasta mí.

-¡Esa carne es solo para mi! ¡Los perros no comen carne! ¡Y tú cocinarás solo para mi! ¡Eres mía!- no pude contenerme más.

-¡No soy tuya! ¡Y si quieres que solo cocine para ti, debiste decírmelo! ¡Solo te fuiste! ¡¿Cómo querías que yo supiera?!- Su mandíbula se tensó, sus labios se apretaron y sus ojos me congelaron. Me quedé en silencio, esperando a que desenfundara y me matara ahí mismo. Pero en vez de eso, sus ojos se fueron suavizando y su entrecejo se relajó.

Levantó su mano y acarició mis pómulos, la piel me escocía donde tocaba.

-Estuviste mucho bajo el sol…- Parecía como si se reprochara por ello. -Estas muy rojita…- ¿Cómo podía ser  tan dulce su voz y reconfortarme tanto, cuando acababa de gritarme de esa manera?

Bajó su mano a su cintura ¡Su arma! sacaría su arma y me dispararía. Apreté los ojos y temblé de miedo, para entonces, sentí el frescor del agua en mis mejillas y abrí los ojos.

Era ella, que me vaciaba tiernamente su alforja sobre las quemaduras del sol.

Cuando quedó conforme con la cantidad, se acercó aún más a mi rostro y sopló, lo que hizo que volviera a cerrar los ojos, pero esta vez, del placer que me provocaba ese alivio momentáneo.

Cuando se retiró la mire de frente. 

-Gracias… víbora- y su rostro, una vez más, se transformó en una máscara fría y pétreta; pero ahora, veía dolor en sus ojos.

-No me llames asi… no tu- Bajó su mirada y se dirigió al catre. -Mi nombre es Elizabeth… deberías dormir ya. Mañana saldremos.- sin más, se acostó, bajó el ala de su sombrero hasta cubrir su rostro y quedó en silencio.

-Y… ¿Donde dormiré yo… Lizzy?- Pregunté con temor, sintiendo el sabor de su nombre en mis labios.

Pero en vez de contestarme, solo se hizo a un lado en el catre, dejando un minúsculo espacio para mi.

No había más que hacer, así que me acosté a su lado, intentando tocarla lo menos posible. 

Esa noche soñé con el calor de sus ojos, y lo mucho que me transmitían, lo mucho que me gustaba verlos y que me vieran. En sus labios devorando los míos, y como su lengua reclamó mi boca… en el calor que en mi cuerpo provocó aquello; en el cosquilleo que se hizo presente en mi vientre y lo húmeda que se puso mi entrepierna…

 

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