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68

en Lésbicos

Esa tarde de verano, Lily fue a visitar a su abuela como cada lunes desde hacía ya tres meses.

Su padre, le había prometido que, si lo hacía durante un año entero, le compraría un auto usado para poder ir a la universidad en el. No era que a luly no le gustara visitar a su abuela, era que sentía que podía hacer otras cosas en ese tiempo; después de todo, para una obsesiva compulsiva, siempre había algo que hacer, ya fuera salir con su novio, hacer tareas de la escuela o dedicarse a clasificar su ropa por tonalidades, ocasiones o estilos.
Para el padre de Lily, el enviarla con su madre cada lunes, significaba una esperanza de que se humanizara un poco mas. Desde la muerte de la mama de Lily, ella había tomado, sin que nadie se lo pidiera, el rol de la jefa de familia; haciéndose cargo de absolutamente todo y perdiendo su juventud en ello.
-Cariño ¡Ya llegaste!- Saludaba entusiasmada la anciana mujer
-Hola abue- Un beso en la agrietada mejilla era la máxima demostración de afecto que recibía por parte de su nieta. -Abue, ¡Mira esto! ¿Qué pasó aquí?- - Reclamaba mientras señalaba el desordenado estudio. -Lo limpié el lunes pasado, y le había dejado perfectamente ordenado - Con cada palabra, el tono de su voz se volvió más agudo y molesto, y sus ademanes más pronunciados.
- ¡Ay niña!- y yo te he dicho que no te metas en mi estudio. Yo lo tendré como yo quiera; y punto.Además, Carlos no te envía conmigo como sirvienta; estas aqui para hacerme compañía. Y te digo, Luliana; no es normal esa manera tuya de querer controlarlo todo. Deberías salir mas con tus amigos, divertirte, tener aventuras, ¡Vivir!  Mira que solo se vive una vez…-
-Abue... - Y endulzó su voz lo más que pudo - Salgo con Miguel los martes, jueves y domingos, y con mis amigas los miércoles-
-¡¿Salir?! Niña, ¡Pero si ese novio tuyo tampoco es normal! … Dios los hace y ellos se juntan… Habrase visto, un baboso imberbe que se las da de genio- Y todo eso parecía hablar consigo misma más que con Lily.
-Jaja lo que tu digas, abue-
-Hey, hey, hey ¿A donde?  hoy quiero contarte algo así sí que suelta esa escoba o te daré con ella en esa cabezota dura que tienes- Luly, resignada, obedeció a su abuela y se sentó en la silla de bejuco a su lado, dispuesta a escuchar otra interminable historia de cuando ella era joven.
-Ay Luly… Si tan solo pudiera tener tu juventud… Quisiera que entraras en razón, sé lo que duele perder a un ser amado, y sé que te cambia completamente; pero también sé, y por experiencia, que con esos pedazos que quedan una está obligada, por la memoria de ese ser que nos amó, a hacer algo bueno y decente con nuestra vida…  a vivirla por todo lo que ellos no pudieron vivir-
Luly  creía que hablaba de su mamá, eso decían sus palabras, pero un presentimiento le gritaba que su abuela hablaba de sí misma… tal vez, de la muerte del abuelo…
-Querida, hay algo que nunca le he contado a nadie; ni siquiera tu abuelo supo de esa parte de mi vida… Me juré jamás contarlo, tal vez por ser tan personal, tal vez por tonta, tal vez porque contarlo era hacerlo real… en realidad no lo sé. Pero quiero contártelo hoy a ti, espero que mis experiencias te sirva, mi niña; porque no quiero que llegues a mi edad y no tengas buenas historias que contar… las historias siempre son importantes…
Primero que nada, quiero que sepas que quise profundamente a tu abuelo. Fue un hombre maravilloso y gracias a él pude tener a tu padre y a tu tía en mi vientre, gracias a él te tengo a ti; en general, le debo todo a ese hombre. Siempre honrado, siempre fiel, siempre intentando. Sien embargo, cariño, él no fue el amor de mi vida.
Ahora tengo unos cansados 68 años, tengo esta panza que no me deja verme los pies, el cabello blanco y esos surcos que atraviesan mi cara; pero hubo un tiempo en el que mis pechos eran firmes, y déjame decirte que más que los tuyos jovencita, porque hacia mucho ejercicio; tenía el cabello largo, rizado y castaño; y mi cara era tan lisa como el trasero de un bebé… y no te rías, porque es cierto.
Pero sabes, la desgracia que siempre tuve, fue mi manera de pensar. Dicen que “joven que no es revolucionario, no merece el título de joven”, pero nosotros nacimos en un mal momento para serlo.
En la escuela les enseñan la “historia”, pero no son más que mentiras. ¿Qué me van a contar a mi? si yo lo viví.
1968, querida, el año que fui más feliz, y el año en que morí.
Ya te he contado mil veces que estudie grabado en “La esmeralda”; pues bien, en mi último año conocí a esa persona tan especial; espero que no tengas esas ideas cuadradas de tu padre y puedas creer más en la libertad, porque esa persona era mujer.
Su nombre era Lileth, y tenía los ojos más hermosos que jamás he visto… a veces los tuyos se le parecen un poco, pero ni así llegan a ser tan perfectos como los de ella. Eran profundos, casi negros, seductores; una se podría perder eternamente en ellos. Incluso ahora, si cierro los ojos, puedo verlos, con esa mirada que me lanzó el primer día que la vi.
Y no pongas esa cara, que la mujer que niegue que alguna vez se sintió atraída, aunque sea levemente, hacia otra mujer, es una reprimida.
He de decirte que en aquel entonces no existían las impresoras ni las computadoras, así que los folletos subversivos y la propaganda revolucionaria estaba en manos de los talleres de grabado de nosotros y de “San Carlos”. Y ahí fue donde la conocí.
Una noche, porque eran cosas “ilegales” que debían hacerse con discreción, llegaron tres estudiantes de la facultad de filosofía de UNAM a solicitarnos hacer carteles para una “fiesta” que era en realidad una reunión secreta de tintes políticos-comunistas; y uno de esos estudiantes era ella.
Con cabello corto y ondas románticas, su traje sastre y sus tacones altos, parecía una oficinista formal. Lo más adecuado para pasar desapercibida ante los soldados, y para enamorarme.
Entre café y café, se dieron las 2 am y ya no podían regresar a sus casas, por lo que Alfredo, mi mejor amigo y colega del crimen, se ofreció para alojar a los dos hombres en su departamento cercano, mientras Lileth se quedaba acompañándome mientras sacábamos la edición completa para distribuirla a primera hora.
Hablamos de todo un poco y me cautivó su manera de ver la vida; era lo que hoy tu conoces como hippie, y aunque Carlos me mate por contarte esto, la marihuana iba incluida.
El movimiento fue el principal tema de conversación; y te digan lo que te digan los libros, nosotros teníamos ideas justas, buenas, innovadores, progresistas; exactamente esas de las que no le gusta al gobierno que tengas.
Esa noche no dormimos, estamos muy ocupadas enamorándonos. Al día siguiente fue; pero regresó cada tres días con excusas cada vez más tontas que me hicieron darme cuenta que lo que quería era yo, y no la prensa.
En aquel tiempo la homosexualidad estaba pésimamente vista aquí en México, por lo que cuando ambas estuvimos seguras de lo que éramos, el taller y la bodega se convirtieron en nuestro escondite preferido.
Alfredo, por su parte, se enamoró de una escultora de nuestra facultad y tuvieron un romance igual de intenso que el nuestro.
Durante todos los meses, de diciembre del 67 a septiembre del 68, nos amamos como dos locas y nos juramos amor eterno; mientras el país iniciaba su cuenta regresiva, nosotras vivíamos en un mundo aparte, de amor, confianza y pasión…
Nunca olvidaré el 3 de septiembre del 68, cuando entró al taller y me hizo el amor sobre la mesa de entintado… rodeada de rodillos, espátulas y papeles; y envueltas en esa mezcla de olores a tinta, café y sexo. Hizo suyo cada poro de mi ser y yo me perdí entre sus caricias y tus besos. En mi piel siempre están guardados sus labios; y en mis oídos su voz diciéndome “Eres mía…” -
En ese punto de la conversación, la imagen de Lily sobre su dulce abuela había cambiado; y sin embargo, sentía un poco de envidia por la forma en que describía su romance; ella jamas había sentido algo tan intenso por Miguel.
-Ja… perdona, linda… a veces las memorias de nosotros los viejos se vuelven demasiado… En fin; las cosas se pusieron feas conforme se acercaba la fecha.
Una noche, que estábamos Alfredo, Rosa, Lileth y yo imprimiendo; llegaron los soldados.
Nos habían estado vigilando, y escucharon el sonido que hacíamos con la puerta a modo de “clave secreta”; por lo que Alfredo los dejó pasar pensando que eran de los nuestros. Destruyeron el taller… quemaron el papel… todo nuestro mundo se comenzaba a venir abajo.
Nos sacaron al patio cívico, con la facultad a oscuras y vacía a plenas 3 de la mañana, nos pusieron unos junto a otros he hicieron simulacros de fusilamiento hasta que Alfredo, literal, se mojó los pantalones del miedo; al ver eso, uno de esos malnacidos le rompió la pierna de un cachazo de rifle.
Aun así, fuimos afortunados en que nos dejaran ir; lo usual era que “desaparecieran” los jóvenes.
Cuando llegamos al departamento de alfredo, nos encontramos con Juan y Rocío, que se habían metido forzando la entrada para esconderse de los soldados y su “toque de queda” extraoficial.
Hablé por horas con Lileth intentando hacerla entrar en razón; explicando que esa había sido una oportunidad de seguir vivas y deberíamos aprovechar, que teníamos que irnos de ahí; tal vez a provincia, o a donde fuera… Pero ella era demasiado terca, eternamente casada con sus convicciones; y no puede disuadir de ir al día siguiente a la gran manifestación, ni diciéndole que no la acompaña.
El día llegó, y Juan, Rocío, Rosa y Lileth salieron a manifestarse.
Dos horas después de que dejaran el departamento, me inundó un pésimo presentimiento y salí a buscar al amor de mi vida, mientras Alfredo hacía lo mismo apoyado en un palo grueso y cojeando.
Las calles estaban abarrotadas de personas y pronto perdí a mi amigo en el mar de estudiantes… recuerdo que noté como algunos de ellos llevaban listones rojos en el brazo… recuerdo que me pareció extraño y me inspiró temor; mis entrañas me decían que algo iba mal.
Estaba a varias calles de la plaza de las tres culturas cuando el primer balazo se escuchó… luego otro… luego otro… y pronto todo fue caos. Todos Corrieran  por sus vidas; algunos heridos, otros cargando heridos. Y yo solo trataba de encontrarla. Estaba parada en medio de la calle, viendo como a lo lejos un maldito tanque de guerra arrollaba a una chica que lo había intentado frenar quedándose de pie frente a él, cuando un chico, que debió ser un ángel, me arrastró a la fuerza hacia una tienda de productos chinos importados; y en cuanto entramos, la cortina de metal cayó frente a nosotros ofreciéndonos su protección.
 
Estaba en shock, no podía moverme de enfrente de la cortina; y cuando los balazos se escucharon más cerca una señora tuvo que hacerme que me tirara al suelo…
Así fue como reaccione y vi lo que ocurría a mi alrededor. Una señora cubría con su cuerpo a su hija pequeña mientras ésta lloraba, tres chicas de mi edad estaban hechas un ovillo en la parte de atrás, el joven que me ayudó abrazaba a su novia; un hombre con traje de obrero rezaba y el dueño de la tienda tenía un palo en la mano a manera de protección; por si uno de nosotros lo atacaba.
Parecieron eternos esos minutos que duró la masacre. Gritos de dolor, de auxilio, de miedo, balas acompañando llantos y súplicas, golpes. botas contra el pavimento… Y el amor de mi vida ahí afuera…
Querida, quisiera decirte que encontré a Lilith en casa cuando regresé y que nos amamos otros diez años. O al menos, que la volví a ver; aunque fuera antes de su muerte; pero no. Lileth Castro Fue una de las miles de desaparecidas que hubo ese año; nadie la volvió a ver, nadie reclamó su cuerpo, nadie la enterró… Ella se quedó en tres eternos puntos suspensivos y yo nunca me pude despedir de ella.
La última vez que vi su rostro , fue esa mañana del 2 de octubre cuando amaneció a mi lado y me sonrió diciendo “vuelve a dormir”... Una nunca sabe cuando será última vez.
Pero niña, la mía no fue la historia más triste, ni la única.
Rosa también “desapareció” y a Alfredo lo salvó la policía. Lo arrestaron y pasó varios días en una celda con un concertista de conservatorio, con todo y su chelo y varias personas más que ni siquiera eran estudiantes. Cuando lo liberaron se perdió en el alcohol, y un día subió al tejado del edificio principal y caminó por la orilla hasta que el equilibrio lo traicionó; tal vez fue su pierna, tal vez su alma.
Rocío, por su parte, vio cómo los soldados mataban a golpes a Juan. Meses más tarde, cuando volvió echar a andar el taller, se tragó una bala frente a la prensa…
¿Y yo?  yo morí ese 2 de octubre, terminé la carrera, me vine a vivir aquí; conocí a tu abuelo y me casé con él.
Tuve  a tu papá, a tu tía… y luego tu abuelo murió, y naciste tú… con esos ojos tuyos tan especiales.
¿Sabes? Lileth llevaba un diario del que no estaba enterada y donde ponía sus secretos; resulta que tras su desaparición, su hermano lo encontró y decidió buscar a la mujer que tanto aparecía en´él, tal vez ella supiera algo de su hermana; y vaya que me encontró
.
 
Nota: por desgracia, las historias aquí plasmadas son reales. Un maestro, de esos que te enseñan a vivir, fue el mejor amigo de dos de los personajes; y pasado algún tiempo, me presento con otro sabio hombre que también vivió eso. De esas dos anécdotas, surge este relato; que trata de hacer un burdo homenaje a los jóvenes asesinados en ese trágico pasaje de nuestra historia. Aunque pasen los años, no los olvidamos.

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