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Es un Te encontraré 11

en Lésbicos

Capítulo 11

Esa mañana, al despertar, lo primero que me vino a la mente fue lo que había ocurrido la noche anterior; los recuerdos de nuestras vidas pasadas, el hecho de que había besado a Isa, que habíamos dormido juntas… Abrí los ojos como un par de platos al recordar eso, y no tarde mucho en sentir a la otra personita con la que compartía mi cama esa mañana.

Volteé a la derecha y vi a ese perfecto angelito plácidamente dormido; con la boca un poco abierta, acostada sobre su costado izquierdo, dándome la cara, con su pierna derecha completamente encima de las mías, al igual que su brazo derecho; la sábana blanca no había sido una aliada para ella, pues con tantos movimientos nocturnos se había destapado toda, sólo una esquina le cubría la parte de la cadera, que en realidad llevaba aún su short, por lo que me fue imposible ver más allá.

Su cabello castaño oscuro le caía sobre una parte del rostro adornándolo hermosamente; el verla así no lo cambiaría por nada.

La pregunta era…¿Cómo despertarla?

Como tenía su brazo derecho sobre mí, había dejando al descubierto su cintura. Era la imagen perfecta para cualquier revista para caballeros. Si yo tuviera su don para el arte la habría inmortalizado en lienzo.

Llevé  las yemas de mi mano izquierda a esa línea curva tan seductora que era su cintura y la acaricié, recorriéndola cual planicie y montañas, y la estar contraluz, vi como sus vellos se erizaban ante mi tacto, como si me estuvieran saludando; así la recorrí de arriba a abajo, hasta la curva de su cadera, una y otra vez.

-Mmmmh- dijo, con esa voz ronca de recién despertada.

-Buenos días, dormilona- me giré un poco para alcanzar a darle un beso en la frente.

-¡Días! ¡¿Qué?! ¡Maldita sea, la escuela!- gritó mientras se paraba de la cama, se enredaba en la sabana y, al tratar de salir corriendo hacia el baño, la sabana se atoró en la pata de la cama e Isabelle Murillo fue a parar directo al piso.

-Señorita- dije tranquilamente,  inclinándome hacia ella mientras le quitaba la sabana de la cara -¿sabía usted que es domingo?- y fue al ver su cara que no pude contener más la carcajada.

-No te rías- dijo mientras se paraba y recogía el enorme trozo de tela blanca. – no es gracioso. Pensé que era lunes y tenía que ir a entregar el trabajo de historia del arte- ahora hacia un encantador pucherito que me causaba aún más risa; ya comenzaba a dolerme el abdomen.

-Ah ¿Con que te quieres reír, verdad?- Se lanzo contra mi con una tacleada, digna de Joe Montana, que me derribó sobre la cama, se puso sobre mi, justo como la noche anterior y, sin mostrar piedad alguna por mi vejiga, se puso a hacerme cosquillas en los costados y en el abdomen.

-Ya jajajajaja no se… vale jajajajaja tu estas más grande que yo jajajajajajajajaja me rindo, me rindo-

-¡No has dicho la palabra secreta!- y continuó con la tortura. Cabe recordarles que yo estaba completamente desnuda.

-No sé cua jajajajaja no sé cuál es jajajajajajajajaja-

Uuuyyy lo siento mucho, hasta que no la diga, no se libra de esto-

Sin mucho esfuerzo, tomó mis dos manos con una de las de ella y las inmovilizó, ,¡como le gustaba hacer eso! tener el control. Entre cosquillas y caricias -ya no las sabía distinguir muy bien- fue bajando por mi abdomen hasta mi intimidad y comenzó a acariciar mis labios, después adentró sus dedos un poco más y empezó a estimular mi clítoris, hasta que las carcajadas se convirtieron en jadeos.

Trazaba pequeños círculos en ese punto de extremo placer y yo estaba que moría, no tarde mucho en empezar a llenar con mis líquidos sus dedos,  ella lo aprovechó, y tomando un poco de ese lubricante natural, me penetró con dos dedos muy lentamente; casi llego al orgasmo con ese solo movimiento.

-¿Ya no te ríes tanto, verdad?-  tenía los ojos cerrados y apretados, pero sabía que estaba levantando la ceja y mordiéndose el labio de la forma en la que, ella sabía que, me volvía loca. –yo que tú diría la palabra clave, guapa-

-Pero… no quiero… que pares….- dije entre gemidos al sentir que el clímax estaba cerca.

-Entonces, lo siento por ti. Sin palabra clave, no hay orgasmo- se inclinó para darme un beso en  medio de ambos pechos y así, sin más, se paró de la cama y se fue al baño; dejándome a mitad de un perfecto momento erótico. Esa niña era mala… pero me encantaba.

*****************************************************************

Tres semanas pasaron sin que Clarice pusiera un pie en aquel sucio rincón de Florencia, sin que Daniele pudiera terminar su obra, y tres semanas en las que todas las noches aquella diminuta chica lloraba hasta quedarse dormida.

En el caballete de la esquina se encontraba el boceto de la hermosa mujer de largo cabello, y todos los días Daniele iba y lo contemplaba por horas, tratando de recordar los detalles de aquel hermoso rostro -del que la venus misma estaría celosa- sin lograr continuar con la que, estaba segura, sería su obra maestra.

Un día, mientras la artista trazaba bocetos de Clarice en su cuaderno, tocaron la puerta.

-Pase- gritó desde la esquina contraria a la puerta, y casi cae de banco al ver que era su modelo quien cruzaba el umbral. -Clarice…-

-Siento molestarte pero… quisiera pedirte una disculpa por mi comportamiento. Fui muy grosera al hablarte de esa forma e invadir tu… espacio. Aparte, tienes talento, y si vestirte de hombre, es la única manera el la que puedes conseguir lo que quieres, no veo por qué no has de hacerlo.-

-Entonces… ¿No te molesta que sea mujer?-

.En realidad, facilita más las cosas. Ya no me sentiré tan incómoda por mostrarle mi cuerpo a un hombre-

-Tienes razón… entonces… ¿Empezamos?- Daniele preparó las cosas necesarias para continuar con su obra desde donde se había quedado.

Ella nunca había sentido algo por una mujer, en realidad, por nadie; nunca había pensado en contraer matrimonio ni en tener hijos, ni en nada; su mente estaba demasiado ocupada buscando inspiración, como para preocuparse por futuros pintorcitos. Aparte…. ¿Quién querría tomar como esposa a una joven que se viste de varón?.

Fue cuando contempló el cuerpo de Clarice que todo cambió. La luz entraba por la izquierda, iluminando todo ese lado, dejando ante su visión un perfecto juego de claroscuros sobre su desnudez.

Sus pechos caían delicadamente, estaban firmes y de tamaño mediano, coronados con unos pezones que haría con magenta, bermellón, blanco y un poco de sombra tostada. Sus manos estaban a la altura de su vientre, juntas y sosteniendo un largo trozo de tela blanca que caía hasta el suelo. Su cadera y parte de su abdomen lucían tan apetecibles con esa luz… que al observar esa composición solo pensó en acariciarla, en besar esos pezones, en tomar esa cintura… en abrir esas piernas…

Por primera vez en su vida, Daniele mojó su entrepierna; y lo hizo viendo a una mujer. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad, para no correr a arrancarle esa sábana de las manos y devorarla a besos.

Por su parte, Clarice también estaba experimentando nuevas sensaciones; porque en ese erótico momento, sus pezones se habían endurecido y sentía un extraño cosquilleo entre las piernas… como cuando el hijo del carnicero había tocado su entrepierna y le había dado unas monedas a cambio. Esa vez se había sentido sucia y mancillada… ahora era ella quien quería pagar para que esa pintora le tocara esos puntos específicos.

Así estuvieron por horas… conteniéndose las ganas de devorarse con caricias, besos y una que otra mordida; así estuvieron hasta que la luz del sol no fue suficiente para iluminar el cuerpo de la rubia, y tuvieron que terminar con el erótico  momento.

-Ya acabamos por hoy. Creo que con otras tres sesiones estará terminado- dijo Daniele, poniéndose de pie y percatándose de que tenía las manos llenas de pintura; como siempre, no podía hacer nada si mancharse toda. -¿Me permites la tela? Es que la uso de cortina, y no quiero que nadie pueda ver hacia adentro, porque pueden verme…-

-Claro-

Daniele se acercó y Clarice le dio la blanca tela, quedando completamente desnuda ante la vista de la artista, y ella se perdió en esa imagen.

No dijo nada, solo se acercó y, como si reclamara algo que sabía era suyo, la tomó por la cintura y, al no contenerse más las ganas, le robó un beso.

Dicen que los mejores besos son los robados, y éste no fue una excepción. En un principio Clarice trató de oponer resistencia, pero más tardó Daniele en soltar la tela y tomarla con las dos manos que ella en corresponder el beso.

El mundo daba vueltas para ambas pues estaban ebrias de amor y de besos, en una compleja paradoja; todo se había detenido, ya que no les importaba algo más que la otra.

Clarice sentía algo viscoso en la cintura, era la oleosa pintura que -con cada caricia, la no muy femenina jovencita- esparcía por todo su cuerpo.

Esa noche la pasaron entregándose la una a la otra, sintiendo ese amor recorrer cada fibra de su cuerpo, erizar cada vello y arrancar cada suspiro.

Al final, ese cuadro tardó un año en estar listo; porque ambas alargaban cada sesión hasta que era imposible empezar a pintar, pues al luz no era la adecuada, o simplemente, porque Daniele corregía todo al pensar que la mujer en ese lienzo no hacía justicia de la belleza de la modelo.

Una vez terminado, le siguieron más y más. En algunos, Clarice hacía de virgen María, en otros hacía de María magdalena, en otros -los favoritos de Daniele- hacía de venus, y en otros más, de simple mujer pueblerina en alguna actividad cotidiana. Al final, fueron 47 los cuadros que pintó, todos de la misma celestial mujer, llenando así su improvisado estudio.

Aquellas 20 monedas, que en un principio no existían, Daniele las terminó doblando cuando el mismísimo Lorenzo de Medici, mandó a uno de sus escuderos a comprar la obra maestra de él/la artista.

Con ese dinero Daniele le propuso matrimonio a Clarice, llevándola a ella y a sus dos pequeños hermanos a vivir  a una humilde casa de madera a las afueras de la ciudad. En aquel tiempo, si los sacerdotes que los casaron hubieran sabido que era una mujer, la hubieran quemado por bruja y satanista, pero nunca lo supieron así que contrajeron matrimonio en una sencilla capilla italiana.

Aquel cuadro: “Venus semidesnuda”, fue la única obra importante de Daniele de Sanguinetti. El resto de sus cuadros fueron malbaratados para poder darle de comer a sus jóvenes cuñados y a su amada. Pero pese a las dificultades económicas, ambas fueron inmensamente felices viviendo eternamente enamoradas.

*****************************************************************

Ya era un mes y medio desde que habíamos comenzado a vivir juntas y las cosas iban de maravilla. Isa había comenzado el periodo de exámenes y de trabajos finales antes de salir de 4 semestre y yo apenas iba a entrar a tan estresante etapa. El semestre que entraba sería el último: décimo.

Era divertido verla tan estresada. Al parecer, cuando tenía muchas cosas en la cabeza, se le olvidaban otras; por lo que era de lo más común verla pasear desesperada por el departamento buscando su pincel del numero 8… pincel que siempre llevaba sobre la oreja. También solía mandarme mensajes de texto, suplicándome desesperada, que le llevara a la escuela algún trabajo porque se le había olvidado y lo tenia que entregar para ese momento. Mi amado tornadito había pasado a nivel F5.

Con ella sabía que jamás caería en la rutina, pues hacía de cada día algo diferente. A veces me despertaba el aroma de un delicioso desayuno… porque al parecer la señorita cocinaba bastante bien, mejor que yo podría asegurar, pero era demasiado floja para levantarse temprano y preparar algo. Otras, me despertaba el ruido de cosas cayéndose, pero lo más usual era ella cayéndose. Otras más, las que más que encantaban y cada que pasaban me sentía perdidamente enamorada, como la primera vez, era cuando me despertaba con besos en las mejillas.

Se ponía perpendicular a mi, sobre la cama, formando un ángulo de noventa grados con mi cuerpo y dándome la cara, boca abajo y con la barbilla apoyada en sus manos; así, comenzaba a darme muchos besitos cortos y tronados en los pómulos, la mejilla y la frente, moviendo la cabeza como tortuguita, con cada uno de esos tiernísimo gestos de amor. Y yo me sentía en las nubes.

Pero el sexo… aún no llegaba. La chica adoraba volverme loca; por lo que era muy común verla caminar desnuda por la casa. Pero a la hora de estar frente a frente, desnudas, en la cama -o en algún lugar donde fuera posible tener intimidad- me dejaba con las ganas. Algunas veces, decía estar en esos días especiales del mes, algunas porque me salía con un chiste como el de la “palabra clave”, algunas otras solo por torturarme, y otras más porque notaba miedo en sus ojos.

Isabelle era dominante, pero no tomaría la iniciativa; y creo que tardé mucho en darme cuenta.

-¿Cómo quieres celebrarlo, preciosa?- le dije, tomándola por la cintura por detrás y dándole un beso en el cuello, un beso de felicitaciones.

-No lo se jaja ¿vamos a cenar?- dijo, aún contemplando ese tan anhelado kardex que la liberaba, con excelentes calificaciones, del cuarto semestre.

-Hecho. ¿Qué más deseas?-

-jajajajajaja Oye, y se puede saber ¿De dónde sacas dinero tu? Porque si te prostituyes me pondré celosa- y se giró para quedar de frente a mi y poder enrollar sus brazos en mi cuello.

-jajajaja Tonta. Mis padres me envían dinero…- ella entendió que era un tema del que no quería hablar.

-¿Te llevas mal con ellos?- ahora era una cara de seriedad, de empatía, de “perdón por preguntar, pero creo que te haría bien hablar de eso”.

-Mal no… simplemente no nos llevamos. Ellos nunca fueron muy afectivos y cuando supieron mis preferencias sexuales pues… me quisieron lejos. Mi carrera les dio el pretexto perfecto y heme aquí. Ellos pagan todos mis gastos, siempre y cuando no me les acerque.-

Isa se me quedó viendo con unos ojos que me derritieron, como si estuviera viendo mi alma, como si no hubiera barreras, como si me abrazara por dentro. Sabía que ahí no terminaría ese tema; que me esperaba una larga sesión con la psicóloga Murillo.

-Lo siento mi vida- y me dio un tiernísimo abrazo contra su pecho, protegiéndome entre esos brazos, sintiéndome segura junto a ella.

-Ven amor, vamos a dormir- me retiré de ese momento y la jale de la mano hacia la habitación, nuestra habitación.

Ambas hicimos nuestro respectivo ritual de antes de dormir. El mío: desmaquillarme, bañarme, humectarme, ponerme mis cremas para la cara, ponerme mi pijama, un vaso de agua, lavar mis dientes y a la cama. El de ella, quitarse la ropa, quedarse en boxer y a la cama; sí, muchas veces ni siquiera se desmaquillaba. Cómo quisiera tener su carácter, y que a veces, no me importa nada.

Ella se hizo bolita de su lado, aunque ya sabía que terminaría extendida en el mio;  yo la abracé por detrás, terminando en la típica y cursi posición de cucharita. Pero al sentir su piel contra mi cuerpo, no pude evitar deslizar mi mano por su abdomen y comenzar a acariciarla.

Deslizaba mi mano, de arriba abajo y de regreso, hasta que no aguanté más y la subí hasta llegar a su pecho, al tocarlo, reaccionó a mi presencia irguiéndose  y endureciéndose. Isa solo estaba calladita, pero su respiración era pesada.

Tras unos segundos de tocar sus pezones, movió su trasero hasta dejarlo adherido con mi pelvis y comenzó a moverse sinuosamente contra mí… provocándome, hasta que no me contuve un minuto más, y tomándola del hombro, la moví hasta que ella quedara boca arriba y yo sobre ella.

La miré a los ojos y volví a ver esa chispa, esa llama, pasión; la besé y ella me correspondió con la misma intensidad. Me quitó la blusa sin mangas que llevaba puesta, se sentó sobre la cama y yo quede sentada sobre ella, un poco más arriba, dejándole mis pechos a su merced.

Ella estaba tratando de tomar el control, y sabía que si la dejaba hacerlo me volvería a dejar con las gana, así que la volví a recostar con un poco de fuerza. Comencé a besarle el abdomen lentamente, volviéndola loca a cada contacto de mis labios con su piel, y embriagándome con cada poro que mi lengua probaba.

Finalmente llegué al elástico de su bóxer negro, no tenía idea de la marca y mucho menos de la tela, solo sabía que se lo quería arrancar… y así lo hice; se lo saqué dejándola, por primera vez en esa vida, completamente desnuda ante mi. Hermosa se quedaba corto.

Acaricié sus muslos por fuera, primero con las manos y luego con las uñas, haciendo que Isa soltara un profundo suspiro. Ahora estaba confirmando mis sospechas, la chica no gemía, al parecer, el sexo era lo único que la mantenía calladita.

Poco a poco fui introduciendo mis manos en medio de sus muslos, los cuales tenía juntos y apretados. Me puse en cuatro sobre ella y la bese para que se relajara, ahora aparecía esa carita de inocencia y miedo de nuevo.

-Shhh respira, mi amor- al parecer tendría que decirle eso muy seguido, pues la respiración se le cortaba, se le agitaba o simplemente la contenía.

Poco a poco fue abriendo los muslos y pude ver el objeto de mis más bajas pasiones, frente a mí. Tenía su sexo completamente depilado, y los labios mayores del mismo tono de blanco que le resto de su piel, un blanco ligeramente marfil.

Regresé a sus pechos a seguir besándola, a hacerla que dejara de pensar; pues casi podía ver sus pensamientos pasar en sus ojos como si de una película se tratase. No me  costó mucho robarle el aliento una vez más, tanto que ahora era ella quien abría sus piernas para dejarme pasar; me coloqué en medio de ellas y, sosteniéndome con una sola mano, llevé la otra hasta su entrepierna. Introduje, delicadamente, mis dedos en esa delgada línea que separaba la parte baja de su cuerpo en dos y, no batallando nada para encontrar ese pequeño botón, comencé a acariciarlo muy lentamente; ella solo cerro sus ojos y se dejó llevar por el placer.

Al verla así, desnuda, debajo de mi, entregada completamente, frunciendo el entrecejo y mordiendo su labio inferior por tanto placer que -yo y solo yo- la hacía sentir, fue inevitable mojarme y creí que no aguantaría mucho antes de llegar a mi propio y visual orgasmo.

No me podía contener más, quería sentirme dentro de ella, así que la penetré; primero con uno y luego, al sentir que sobraba espacio, con dos. Al experimentar eso, todos sus músculos se tensaron, su espalda se arqueo y comenzó ese vaivén de caderas que  tanta sexualidad derramaba a cada movimiento. Hasta ese momento, no había visto nada más excitante en mi vida.

Con sus manos se aferraba a la almohada, o a veces alternaba con mi cabello, dándome ligeros jalones, que me indicaban lo bien que estaba haciendo mi trabajo. Su lubricante inundaba cada vez más mis dedos, tanto que había llegado hasta la cama, al escurrir por sus nalgas. Su respiración era un perfecto indicador de lo mucho que la estaba haciendo gozar, no eran necesarios gemidos para saberlo.

Pronto sentí como mis dedos comenzaban a ser aprisionados en ese ultrasensible lugar, sus músculos se pusieron aún más tensos, contrajo su abdomen, abrió su boca -queriendo liberar un gemido que no salió- su piel se enrojeció y finalmente, tuvo su primer y magnífico orgasmo. Mientras se estremecía y trataba de recuperar el aliento se aferró a mi espalda, y yo a ella, fundiéndonos en un abrazo.

Pero aún no era suficiente para mi… aún quería probarla, comérmela a besos de manera muy literal.

Bajé besando su abdomen como lo había hecho hace un momento, deteniéndome unos instantes a jugar con su ombligo, y mientras mis manos se entretenían con sus pezones. Seguí bajando por su vientre hasta su monte de venus, después, hasta el inicio de esa línea que tan loca me volvía. Con una mano separé sus labios y muy despacio introduje mi lengua, probando el dulce sabor de mi amada Isabelle.

Con la punta de la lengua recorrí esos lugares que hacia solo un instante habían delineado mis dedos; sentí su calor, su hinchazón a  causa de la tremenda excitación que recorría a mi novia… sus líquidos, todo.

Trazaba pequeños círculos en su clítoris y  esos movimientos de caderas regresaron. Cuando menos lo esperaba, un gemido muy ligero salió de sus labios. Al parecer no era tan muda, y ahora me daría a la tarea de arrancárselos, uno a uno, desde lo más profundo de su garganta.

Bajé un poco hasta llegar a la entrada de ese sagrado lugar y jugué un poco con los bordes; engañando a la propietaria, manipulando su excitación con un mete y saca ilusorio que la hacía delirar. Bajé un poco más hasta ese pedacito sensible y suave de piel que está entre ambos hoyitos; ese lugar, muchas veces descuidado, que causa enorme placer; y me dediqué a adorarlo, mientras con los dedos de una mano estimulaba su clítoris y con dos de la otra la comenzaba a penetrar lentamente. Y así llegó el segundo orgasmo, luego el tercero y por último el cuarto. Hubiera seguido, de no ser porque me dijo que ya no podía más.

Me recosté a su lado, ella se acurrucó junto a mi y la abracé.

-Te amo, Isabelle- le dije mientras besaba su cabello.

-Y yo a ti, mi princesa- contestó con voz amodorrada, aun faltándole un poco el aliento. –Ahora sigo yo de hacerte sentir todo eso- y se trató de  incorporar.

-No preciosa, descansa. Ya será otro día- y la volví a recostar a mi lado.

Me quedé un rato así, escuchando su respiración que cada vez se volvía más pesada, indicándome que el sueño y el agotamiento la habían vencido. Me encantaba tenerla así, junto a mí, inhalando el aroma de su cabello, besando su frente cuando quisiera, sabiendola mía -no en el sentido de posesión, sino en el complejo y hermoso sentido del amor, y la entrega total hacia otra persona, sin perder la propia libertad-.

Al día siguiente, me despertaron los rayos de luz que se colaban por el enorme ventanal de mi habitación, a través de las blancas cortinas de tela transparente. Abrí los ojos y lo primero que contemplé fue esa hermosa mujer que cualquier ser sobre la tierra se sentiría orgulloso de ser su pareja, pero era mi novia, me llenaba de orgullo y tenía que reconocerlo, inflaba mi ego.

Los rayos amarillos iluminaban el contorno de su cuerpo; parecía que brillaba, que era un ángel… y así era, era mi ángel.

Lo que más me llamaba la atención, era que se había quedado quietecita, en la misma posición, desde anoche. Ahora sabía cuál era la clave para evitar golpes nocturnos… Dejarla agotada con muchos orgasmos. Y así estaba dispuesta a hacerlo en los meses siguientes.

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