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Es un Te econtraré 2 y 3

en Lésbicos

Capítulo 2

Odiaba tener esos sueños. Eran hermosos, sí; pertenecían a épocas que verdaderamente me fascinaban, las protagonistas siempre eran guapísimas… pero siempre terminaban igual; y eso me despedazaba. Era como contemplar, noche tras noche, la más triste y dramática de las películas románticas; la única diferencia era que todo me afectaba mucho más. Por alguna extraña razón, siempre sentía como mías las experiencias.

Ese lunes, tras varios minutos asimilando el sueño, me paré de la cama y me metí a bañar pues  a las 8 tenía que entrar al hospital para las prácticas.

Me sentía un poco mejor tras haber dormido. Lo más que había resistido hasta entonces, sin hacerlo, eran tres días, sufriendo claro, las consecuencias por la falta de sueño.

Cuando Sofía me preguntaba por mis pesadillas  le decía que al entrar a la universidad, y no dormir, se habían esfumado. Pero era mentira. Si bien, intentaba por todos los medios no dormir, siempre era imposible y justo como esa noche, terminaba dormida en el lugar menos indicado.

Cuando estaba agotada por un día de trabajo extenuante, no lograba recordar las pesadillas, pero sentía una fuerte opresión en el pecho, semejante al dolor físico de “un corazón roto”. No, nadie podía durar muchos días sin dormir, pero yo siempre lo intentaba.

Salí de la ducha, me vestí, y me fui al hospital; no sin antes pasar por mi vaso de café.

-¿Y esos ojos lloroso?- preguntó Sofía al verme

-Una palabra: pesadillas-

-Vaya, lo siento. ¿Ahora de qué eran?-

-Lo mismo, dos chicas que se conocen y se enamoran al instante. Tiempo: 1946. Lugar: París-

- Insisto, Amelia. Debes escribir todos esos sueños. Si lo hubieras hecho cuando te lo dije ya tendrías, cuando menos, 3 best-seller. Esas historias son otra cosa-

-Pesadillas, mi amiga, PE-SA-DI-LLAS. Las odio y la verdad lo único que quiero es olvidarlas-

-Pero…- y el Doctor Villegas interrumpió nuestra plática.

-Señoritas, vayan a pasar ronda por favor. Quiero los casos clínicos de todos los pacientes de medicina interna. Vean si sirven de algo en alguna parte y obedezcan a los internos; ellos son lo más bajo de la cadena alimenticia, pero cuando menos, ya tienen  el titulo, ustedes no, así que a trabajar.- y se retiró.

Ese hombre alto, con algunas canas, y de mirada amable, era lo que se puede describir como un verdadero maestro. Un hombre que te enseña sobre la vida, pues él, no solo se limitaba a enseñarnos cosas de medicina, también nos ayudaba, escuchaba y aconsejaba en nuestra vida personal. Algo así como un segundo padre.

-¿Nos dividimos? ¿O las dos juntas?- preguntó Sof, con la lista de los pacientes y las camas correspondientes en las manos.

-Nos dividimos, hoy me quiero ir temprano-

A mi me repartió las camas de la 1 a la 5 y ella de la 6 a la 12. Tomó una cama extra en compensación por la última vez que yo hice lo mismo por ella.

 

Cama uno: traumatismo craneoencefálico. El chico estaba inconsciente por lo que su afligida novia me respondió las preguntas.

Cama dos: herida penetrante en el abdomen por lesión con arma blanca en región costal derecha con daño al hígado, tercera porción del duodeno y ángulo hepático del colon. Un hombre de 27 que por andar en lugares “indebidos” le habían acuchillado. Esposa hermosa con una niña pequeña.

Cama tres: insuficiencia renal crónica, ya iniciada la hemodiálisis. Pronóstico para la vida: malo.

Para cuando llegué a la cama cuatro mis ánimos ya estaban más abajo que el suelo donde pisaba. Me gustaba estudiar medicina porque algún día podría ayudar a las personas y curarlas, pero odiaba tener que tener contacto tan constante con la muerte; la sentía extremadamente cerca.

Cama cuatro: cáncer gástrico. Mujer de 41 años con tres hijos y sin pareja.

Cama cinco… ¿Y el paciente de la cama cinco? Solo estaban las sábanas arrugadas. Por desgracia eso solo indicaba una cosa, había muerto. Pero era extraño, la hoja decía que era una paciente femenina con apendicectomía. No era muy común que un procedimiento tan, relativamente, sencillo terminara en un deceso.

En fin, había terminado mi trabajo del momento y era tiempo de desayunar algo. Fui hacia las máquinas expendedoras para comprarme otro café y unas galletas, o algo que mantuviera a mi estomago ocupado mientras salía del turno.

-¡Estúpida máquina! ¡Devuélveme mi dinero!- la chica golpeaba y sacudía con bastante saña a la, indefensa y muchas veces odiada, máquina expendedora.

Era muy alta, más que yo. Con el cabello ondulado y hasta el hombro. De figura bastante… ¡Wow! Traía la clásica bata de enfermo; azul claro, cortita y que se anuda hacia atrás. Así que, por primera vez en mi vida, agradecí a quien inventó esas incómodas vestimentas, pues podía ver directamente ese perfecto par de glúteos.

Tuve que obligarme a borrar esa sonrisa un poco lujuriosa de la enfadada chica porque, por una muy mala suerte, estaba internada en ese hospital.  Y claro, sería poco profesional el desear hacer tuya -una y otra vez sin un minuto de descanso- a una de los pacientes. No, eso no me lo podía permitir.

-¡Maldita sea! ¡Dame mi dinero, máquina de mierda! –

Era lindo verla así de furiosa, pero tenía que hacer algo, si seguía maltratando así a la máquina, ni ella ni yo tendríamos nuestro dulce.

Saqué de mi cartera un billete y me acerqué a ella.

-Sabes, cuenta la leyenda que, si les hechas dinero, tal vez te den un dulce a cambio- le dije sarcástica, sabiendo de antemano que el maléfico aparato se había tragado su dinero sin entregarle nada a cambio.

- Muy graciosa- al parecer si estaba furiosa, porque la mirada que me dirigió no fue para nada amigable.

-Permíteme- dije al mismo tiempo que acercaba el billete a la abertura indicada. Pero en ese momento, noté algo particular en el billete.

Lo sujetaba con mi pulgar y mi índice por la parte de en medio. La mitad del trozo de papel ya estaba adentro, y la otra parte colgaba hacia afuera, dejando ver, escrito con marcador: “es ella”; y una flecha que apuntaba hacia la fúrica chica.

-¿Pero qué…?- mi rostro no alcanzaba a expresar el WTF que llevaba dentro.

-Mételo- y me empujo la mano con cuidado para que soltara el billete dentro de la expendedora. Seleccione unas galletas y las papitas que ella había elegido, y el aparato había retenido, por lo tanto, salieron dos de estas últimas.

-Muy bien, creo que esto es tuyo-  trató de tomarlas, pero las retiré antes de que lo hiciera –Primero dime en qué cama estas y en qué sección- no podía darle unas papitas a cualquier paciente… aunque en realidad no se las debería dar a ninguno.

- En la cinco pero ya dámelas- he hizo un encantador puchero.

-¿La cinco? ¿De medicina interna? Rayos niña ¿Eres la chica con apendicitis?- genial, mi paciente había escapado, trataba de comprar papitas enchiladas y ahora era yo quien se las daba.

-Dámelas- me pidió con una mirada bastante lastimera.

- No, y tu vienes conmigo. No deberías estar caminando por aquí, es exclusivo de médicos. Y aparte, hace solo 6 días de tu cirugía, no puedes comer esto- le dije regañándola. –Ahora, a la cama. Y rápido señorita-

-Tu no me mandas, aparte soy mayor de edad- la chica me estaba retando.

- No, no te mando y eres mayor de edad, pero eres mi paciente- mentí – Y puedo retrasar tu alta. Así que tu decides, ¿Sigues las instrucciones, o te quedas dos semanas más?- está bien, estaba exagerando, pero debía conseguir que me obedeciera.

La hermosa chica solo resopló, me dio la espalda… esa espalda… y se fue hacia su habitación aun más molesta de lo que ya estaba.

Lo había olvidado. Debía hacer el caso clínico de todos los pacientes, y eso la incluía; pero ahora, tras ese encuentro, dudaba mucho que me contestara las preguntas necesarias. Así que me dirigí a la central de enfermeras.

-Hola Lucy, ¿Me permites el expediente de la cama 5?- le pedí, amablemente, a la mujer un tanto mayor y rellenita que era jefa de enfermeras.

-¿La chiquilla testaruda esa?- al parecer tenía fama ahí

-Sí Lucy, esa- reí un tanto enternecida.

-Aquí tienes, espero que la den de alta pronto; ya no la aguanto. No se puede estar quieta ni con el suero puesto-  y reí ante la desesperación de aquella mujer.

Isabelle murillo, 20 años, ingresada al área de urgencias por dolor abdominal intenso en la fosa iliaca derecha. Leucocitos de 18.000/mm. Dx apendicitis aguda. Se realizó una apendicectomía.

Al parecer la chica ya estaba bien, solo necesitaba permanecer unos días más en observación y sería dada de alta. No había presentado fiebre ni signos de infección y todo indicaba que se recuperaría muy pronto.

Su nombre me gustó mucho. Isabelle…

-¡Hey! ¿Acabaste?- me dijo Sof; sorprendiéndome por la espalda

-ya ¿nos vamos a comer?-

-claro, pero pagas tu-

-vale-

 

A las 5 pm salimos del hospital hacia la facultad. Aún teníamos dos clases.

Tras esas dos horas de eterno aburrimiento me fui a casa a descansar y a asimilar la idea de que soñaría de nuevo.

 

Capítulo 3

Esa fría noche parisina, en la última habitación de una vieja casona, utilizada para abandonar ancianos, y que el gobierno se encargara de ellos; una mujer de 65 años pero que, a causa del dolor, aparentaba muchos más, agonizaba en completa soledad.

En la habitación de al lado, un joven de 19 años, encargado de aquella mujer, escuchaba a todo volumen una banda que acababa de debutar con su primer disco: “Guns n’ roses”. Y en el sofá frente al chico, una niña, de escasos 6 años, veía “la tostadorcita valiente”. Ninguno de los dos supo que aquella mujer había amado con todo su corazón, que era de las pocas y afortunadas personas que encuentran al amor de su vida, que había vivido sus años de la manera más feliz jamás existida, y que ahora se reuniría con su gran amor.

Evalngeline Chevalier lograba escuchar aquella estruendosa música y, en medio de sus dolores y sentimientos encontrados, pensó que nada se compararía jamás con la buena música de la “Belle epoque”.

Por su mente pasaban miles de cosas en ese momento. Pero, lo que ocupaba el lugar número uno, eran imágenes; los clásicos “momentos importantes de la vida”.

-Je t'aime, mon amour. Et soit toujours avec vous- le decía estando de rodillas ante la joven Victorie, al pedirle pasar el resto de su vida a su lado; pues en aquel entonces, no era posible que dos mujeres contrajeran matrimonio. Pero no importaba, se amaban y estarían juntas.

-No te quiero perder. No me alejes de ti- le imploraba aquella mujer; cuando pelearon fuertemente y quiso salir huyendo de la situación.

-Estaremos eternamente juntas…-

-No importa lo que vivamos, te amare por siempre-

-Te amo-

-Te amo-

-Te amo…-

Todas esas frases que Victorie le había dicho resonaban en su cabeza, cada vez más lejos, cada vez más bajo.

La imagen de ella sosteniendo la mano de su moribunda artista; consumida por el cáncer, tan joven…

-No llores, mon amour- y le secaba las lagrimas – Volveremos a estar juntas, nuestro amor es demasiado grande como para que la muerte nos separe- Su pareja solo movió los labios para que leyera en ellos el “te amo” más doloroso que jamás había dicho. Sostuvo su mano fuertemente.

–Yo te amo aún más mi niña- dijo besando aquella mano tan querida. –Y volveremos a estar juntas, eso te lo puedo prometer- ahora era ella quien lloraba – Sabes perfectamente que yo siempre cumplo mis promesas. Siempre juntas mi vida, siempre juntas.-

Su Victorie dibujó una débil sonrisa en sus labios y cerró sus ojos, azul profundo, al quedarse dormida; pero Evangeline sabía que era la última vez que los vería.

Al día siguiente, aquella mujer parisina, había quedado “viuda” a la edad de 45 años.

Ahora,  recordaba aquellos momentos con dolor; pero dentro de ella había cierta felicidad y un tanto de nerviosismo. La volvería a ver, la tendría en sus brazos, escucharía un “Je t'aime” de sus labios una vez más; y cumpliría, al fin, esa promesa.

En 1986, en esa blanca habitación de esa vieja casona francesa; se escuchó la débil voz de una anciana enamorada que pronunciaba con su último suspiro un “siempre juntas”.

************************************************************************

-¡Amelia! ¡Amelia! Despierta, estas teniendo otra pesadilla-

Un dolor en el pecho me partía en dos, y no podía distinguir si era físico o era simplemente emocional. Abrí los ojos y vi a una preocupada Sofía  tratando de despertarme. Al ver a mi amiga; lo único que hice fue tirarme a sus brazos y llorar.

No lo hacía por la muerte de esa imaginaria mujer de mi cabeza, sino por el recuerdo que ella había tenido, el recuerdo de su amada Victorie. ¿Por qué me dolía a mí? ¡¿Por qué?!

-Ya, ya Mia. Solo fue una pesadilla.  Venga, vamos a llevarte a tu casa- como siempre, el lugar menos apropiado, era el sitio que mi cerebro elegía para descansar. ¿El lugar elegido hoy? El salón de clase.

Al parecer había sucumbido ante Morfeo en plena clase de Urología. En realidad todos lo hacían, la clase era lo más aburrido que existía y al Doctor no parecía importarle mucho nuestra educación. En el salón solo quedamos mi amiga y yo, y unos minutos después, quedó completamente vacío.

Cuando llegamos  al departamento Sof se quedó un momento conmigo, me preparó café bien cargado y luego se fue a su casa.

 

 

A las 6 de la mañana sonó la alarma, pero no me despertó. No lo hizo porque no había dormido.

Me bañé, me maquillé un poco más de lo usual para que no se notaran las ojeras, desayuné un licuado de mango con nuez y me fui al hospital en mi minivan de la Volkswagen.

 

Como dije, ese día iba un poco más arreglada de lo usual; pues tendría que verle la cara al Doctor Dante; que  era una verdadera eminencia en el campo de la medicina, pero un reverendo idiota en todos los demás aspectos. A las mujeres nos obligaba, sobre calificación, a ir vestidas “guapas”; pero en realidad él solo quería un buen escote que poder ver y si llevábamos falda o vestido aún mejor.

Quien quisiera pasar la materia tendría  que darle ciertos favores privados en su consultorio.  Y si no, tendrías que matarte estudiando día y noche porque sus exámenes eran, verdaderamente, un infierno. Yo, estaba orgullosa de ser de estas últimas.

Llevaba puesto un pantalón de vestir negro, entubado; combinado con una blusa color nude de  gasa y un tanto floja de mangas largas que doblaba y aseguraba con un botón a la altura de mis codos; y unos tacones de 12 cm, nada cómodos para un hospital, de color negro. Todo lo anterior un tanto oculto por la obligatoria bata blanca que solía usar abierta. Para nosotros aún no era necesario llevar la típica vestimenta completamente blanca, pues no éramos internos y no entrabamos a ninguna cirugía.

-¡Amelia! Gracias a Dios que llegaste, por favor ayúdame, juro que ya no la aguanto ni un minuto más.- esas fueron las palabras de desesperación con las que me saludó Lucy.

- ¿Pues qué es lo que pasa?- dije un tanto divertida

-¡Es esa niña! Me tiene vuelta loca. No se está quieta jamás. Ayer por la noche dejó la cena y el Doctor Felipe la regresó a la cama casi a rastras porque se fue hasta la cocina a tratar de robar algo “más apetitoso”. Se quita el suero, no se deja poner los medicamentos y ni siquiera logro tomarle la temperatura. Por favor Amelia, tú la lograste meter a la cama la última vez, por favor, atiéndela tú ¿Sí?- me suplicó

- Pero Lucy, yo no puedo atender pacientes, aún no-

-No la atenderías, solo seria hacer la labor de enfermera con ella. Darle los medicamentos, tomarle la temperatura, revísarla de vez en cuando y mantenerla quieta-

-¿Y sus familiares?-

- No tiene, llegó aquí sola. Y cuando tratamos de localizar a algún pariente, no nos pudo señalar a ninguno. Al parecer vive sola, pero, no lo sé a ciencia cierta-

-Mmmh vaya…- me quedé un tanto pensativa mirando hacia la habitación del pequeño torbellino de cabello castaño oscuro y ojos verde profundo. – vale, pero me debes una eh-   “como si me estuviera sacrificando mucho”, pensé para mis adentros.

-Te vas a ir al cielo Amelia- dijo aquella mujer, un tanto mayor, mientras me tomaba la mano entre las suyas, a manera de agradecimiento.

-Si, eso ya lo sabia jaja A ver, dame las cosas- Lucy me acercó un pequeño carrito metálico de dos pisos y con llantitas, que llevé hasta la cama 5.

- toc toc- dije sin golpear la puerta.

- Ah, eres tu. ¿Ya me darás mis papitas?- me sorprendía que entre tantas personas vestidas igual que yo, ella me recordara a mi en específico.

- No, eso no pasará. Te lo puedo asegurar-

-¿Entonces a qué vienes?- la chica me estaba retando otra vez.

- Me han dado la queja de ti. Me han dicho que te has portado bastante mal- le dije con ternura mientras ponía el carrito al lado de su cama.

- Y yo ya te dije que soy mayor de edad; así que no me trates como un bebé- y levantó la ceja derecha de una manera, tanto desafiante como sexy… No, sexy no. Un paciente no puede ser sexy. Piensa en otra cosa Amelia, piensa en otra cosa.

-Pues si quieres que te trate como de 20- dije haciéndole ver que había leído su expediente – necesitarás comenzar a comportarte como tal- y ante mis palabras hizo un ligero puchero con sus labios… sus gruesos y rosados labios. ¡Nooo! Amelia no la veas de esa manera. Piensa en otra cosa, piensa en otra cosa… ¡ya se! Gatitos muertos. Pensaba

-¿Qué traes ahí?- dijo tratando de ver el contenido del carrito.

-Bueno pequeña, te presento a mis dos amiguitos. Salúdalos, se llaman jeringa y termómetro.- si, me estaba burlando un poco de ella al tratarla como bebé.

-Aaaahhhh nooooo. Aleja a tus amigos de mi- mientras decía eso se alejaba lo más que podía; pero la angosta cama no se lo permitía.

-jajajajaja ¿En serio? Me pides que te trate como mayor pero ¿Le tienes miedo a las inyecciones?-

-No te rías. Duelen- otra vez ese encantador pucherito.

-Vale, vale. No me reiré más. Mira, ¿Te cuento un secreto? el dolor de una inyección, depende en su totalidad de la persona que te la aplique. Si tiene una buena técnica, no te dolerá en lo más mínimo. Pero si no, te dolerá bastante. Así son las cosas.- mentiras y más mentiras. Pero tenía que lograr que me permitiera ponérsela.

En cualquier otro paciente, la opción más sencilla hubiera sido poner el medicamento en el suero. Pero ya que la chica no lograba estarse 5 minutos quieta, y Lucy me había dicho que se lo quitaba. Era mejor dárselo intramuscular.

-No quiero-

-Venga, si no te dejas, tendré que hacerlo a la fuerza. Y no querrás que llame a los chicos, que te sujeten a la fuerza y te seden. Que, en ese caso, sería doble piquete- mis palabras la pusieron a pensar un poco. Y al final terminó afirmando con la cabeza.

-Buena chica- le guiñé el ojo. ¡Nooo! No le coquetees Amelia.

Llené la jeringa con el temido líquido, le quité las burbujas de aire con golpecitos y mire a esos ojitos llenos de miedo con un evidente “voltéate”. Ella solo obedeció.

-Veraz cómo no te duele nadita. Me han dicho que tengo buena mano- bueno, ese comentario fue algo fuera de lugar. Solo esperaba que no lo interpretara en doble sentido.

La chica estaba boca abajo, con el rostro hundido en la almohada y ambas manos apretando con todas sus fuerzas a ésta última; las piernas ligeramente separadas, completamente tensa y con esos hermosos, pequeños y blancos par de glúteos completamente descubiertos.

¡NOO! Gatitos muertos, gatitos muertos, gatitos muertos. No desearas hacerles el amor a tus pacientes. Se profesional, se profesional, se profesional. ¡Yaaa! Deja de mirarla así. Estaba en una verdadera lucha interna.

Pasé el algodón con alcohol sobre el área adecuada, lo evaporé moviendo mi mano para hacerle aire. Y en un solo movimiento, introduje la aguja en su suave piel; mientras poco a poco, inyectaba el doloroso líquido.

Cuando esto último ocurrió, pude escuchar un quejido sofocado de evidente dolor; y vi como toda ella se contraía ante la entrada del líquido. Yo sabía que era una sustancia bastante dolorosa, y aun así le había puesto; me sentí bastante culpable.

-Shhhh ya paso, ya paso- le decía en forma tierna mientras sacaba la maligna aguja y le limpiaba la gotita de sangre con el algodón. –no pasa nada, tranquila-

Al terminar de limpiarle el área en cuestión, se volteó y pude ver su carita llena de lágrimas; con sus hermosos ojos, entre verde y miel, irritados y un poco hinchados, su boquita en una línea  convexa y sus ceño fruncido con expresión de dolor. Simplemente me partió el corazón verla así.

-Hey, no, no llores linda. Por favor- le limpié las lágrimas. ¿Qué estaba haciendo? Estaba traspasando la línea médico-paciente con esa chica… bueno, aun no lo era. –Me parte el alma ver a una chica llorar. Ya, tranquila-

Y sin más ni más, la chica se acercó a mí me abrazó soltando el llanto en mi pecho.

-Vaya, perdón. Creo que si te dolió mucho- dije más para mí que para ella mientras le acariciaba el ondulado cabello.

-No es eso. Me siento sola- decía eso mientras se separaba de mí y se limpiaba las lágrimas con el dorso de sus manos.

-¿Y por qué no le llamas a un amigo?- puse mi mano en su hombro y la empuje muy suavemente para que se recostara sobre la cama, que estaba en un ángulo de 45°.

-No tengo-

-Bueno, ¿y tus padres?-

-No están aquí-

-¿Entonces?- de no ser tan dura habría soltado las lágrimas ahí mismo; conmovida por una joven que apenas conocía.

-Yo no soy de aquí. Vine aquí para estudiar artes en la universidad. No conozco a nadie, y, ya que mis padres jamás me apoyaron con mi decisión, vine sola.-

Mientras ella me contaba todo eso yo, para distraerme y no estrecharla en mis brazos tratando de consolarla, le había colocado el termómetro bajo el brazo.

-Lo siento, en serio-  y puse un mechón de su cabello tras su oreja.

Nos quedamos mirando por un momento. Yo en realidad no sabia que hacer para que se sintiera mejor pero…

-Veo que entraste en razón niña- dijo Lucy desde la puerta. –Amelia, te busca el Doctor Dante. Te quiere ver en su consultorio-

-¿No te dijo qué quería?-

-No, pero viniendo de él no ha de ser nada bueno. Ve, yo me quedo con ella-

-Esta bien. Tengo que ir, Isabelle. Que te mejores.- y muy a mi pesar, me despedí de aquella triste joven.

-¿Me buscaba Doctor?- dije entrando al pequeño consultorio.

-Señorita Mia jajaja pasa por favor. Y cierra la puerta- Que chiste tan malo.

Era un hombre joven, si mucho con 45 años. De piel muy morena, cabello negro, corto y bien peinado, alto, delgado, un delgado bigote que mantenía siempre bien cortado; su vestimenta era siempre impecable, sin una sola arruga en sus camisas de buena marca y una inmaculada bata. Tal vez pasaría por un hombre atractivo para aquellas mujeres que no conocieran su reputación, y claro, que no lo vieran sonreír. Su sonrisa era verdaderamente escalofriante.  No era que tuviera los dientes feos, era la manera en la que sonreía. Parecía como si fuera un violador o asesino en serie, y no es por exagerar, pero erizaba cada uno de los vellos de mi cuerpo al verle hacer esa macabra mueca.

Lo peor del caso era que, aun así, muchas eran las que se encerraban, en busca de privacidad, en aquel consultorio.

-Dígame Doctor- dije con voz firme. La clave era no tenerle miedo; eso nos lo habían advertido las chicas de generaciones más arriba.

-Siéntate. Vamos, relájate un poco. Siempre te noto tensa Mia- yo me senté y para mi maldita suerte, él se paró, rodeó el escritorio y se puso a mis espaldas.- Te vez guapísima hoy. Así es como me gusta verlas, bien arregladas, que parezcan doctoras- y posó su asquerosa mano sobre mi hombro.

- ¿Para qué me mandó llamar Doctor?- espeté

- Siempre tan tensa y siempre con prisa. Dime ¿Qué te cuesta relajarte un poco?- me acariciaba el cabello de una manera lasciva y la sangre me hervía por dentro.– Te tengo una mala noticia, bonita. Saliste muy baja en este examen-

Mierda, mierda, mierda mierda - Pero no te preocupes, tú sabes que eres de mis consentidas, dime, Amelia ¿Qué estarías dispuesta a hacer  a cambio de que ese feo 4, se transformara en un decente 8?- me dijo esto al oído y me dieron escalofríos. ¡Maldito! -Conmigo no debes ser tímida, preciosa-  El colmo. Estallé

 

Me puse de pie y le dije de frente: -  ¿Sabe qué, Doctor? Disculpe mucho si algún día llegué a hacerlo pensar diferente; pero yo no soy la clase de mujer con la que está acostumbrado a tratar. A mi me va a respetar. Usted es mi profesor y yo su alumna, hay una línea bastante gruesa que nos separa y usted jamás debe de pasarla. No voy a permitir que me trate como a las demás niñas tontas; a mi me respeta.- estaba tan furiosa que hubiera querido voltear el escritorio, pero por el contrario, hablaba en un tono de voz muy calmado, firme pero tranquilo.

-Entonces, tu decisión se verá reflejada en tus calificaciones- el malito se estaba atreviendo a amenazarme.

- Mire, yo se perfectamente que usted tiene amigos en altos puestos, y que por eso, por mucho que lo denuncien, jamás le van a hacer nada. Así que solo le diré que prefiero recursar el semestre entero, a tener que resistir sus manos sobre mi. Yo no le tengo miedo. Es una verdadera lástima que una mente tan brillante este dentro de un  ser como usted. Ahora, con su permiso…- Y salí de aquella escalofriante caverna.

Estaba que echaba chispas, hubiera querido hundir mi rodilla en su entrepierna para evitar que el maldito continuara satisfaciendo a su estúpido amigo a costa de mis compañeras, pero eso no lo podía hacer. Muchas veces en el pasado, valientes  mujeres lo habían acusado, en la universidad y ante la ley, por acoso sexual, pero nunca le hacían nada. Era el “intocable”.

Dos horas más tarde, me fui a mi departamento.

 

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