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Es un Te encotraré 6

en Lésbicos

Capítulo 6

Dos semanas habían pasado desde que Isabelle vivía conmigo. ¿Qué tenía que decir al respecto? Bueno, comencemos.

En primer lugar: gritaba durante las noches, al parecer también tenía horribles pesadillas. Segundo: dos días después de esa noche, en la que le propuse ser mi inquilina, fuimos a su casa a recoger sus cosas; su departamento era la mitad del mío en cuanto a tamaño, pero tenía el doble de cosas que yo; esa chica parecía un ratoncito, todo lo guardaba. Tres: solo tenia  un baño; y ella se encargaba de acapararlo cuando más lo necesitaba. Cuatro: resulta que la chica era artista, y me pidió compartir con ella mi oficina; a mi no me molestó en un principio, pero ahora todo mi estudio apestaba a aguarrás, a thinner y no se que otros solventes; que cuando estudiaba parecía que estaba con Lucy in the Sky with the Diamonds. Cinco: siempre traía pintura fresca en alguna parte del cuerpo, por lo que mis sillones blancos se habían puesto muy coloridos, mis paredes tenían marcados deditos y la alfombra de la oficina parecía cobijita de payaso.

Pero ¿qué podía decir? Uno: cuando tenia  pesadillas, muchas veces me despertaba de las mías, y se lo agradecía  infinitamente. Dos: tenía cosas de lo más interesantes, al parecer coleccionaba  objetos antiguos; el otro día vi una hermosa cajita de música que usaba para dormir y me dijo que era de 1700. Tres: bueno… el tres si me molestaba bastante. Cuatro: nada más fascinante que verla pintar, se inspiraba  de verdad, y tenía una pasión sorprendente por lo que hacía, aparte de que esa niña derrochaba talento… y bueno, después de esas inhalaciones involuntarias, tenía un pretexto para invitarla a dar una vuelta al parque. Cinco: no me importaba que manchara la alfombra, el sillón, la pared, o lo que quisiera manchar con pintura de colores… porque me había enamorado de Isabelle “sácame mil canas verdes” Murillo.

-¡¡¡MMMIIIIAAAAAAAAA!!!- me encontraba en la oficina preparando una exposición para el día siguiente, cuando escuche el tremendo grito de miedo por parte de Isabelle. No pasó ni un minuto cuando ya estaba en la puerta de su habitación para ver que le había ocurrido.

-¡¿Qué pasa?! ¡¿Te encuentras bien?!-  la chica estaba tapada hasta la nariz en un rincón de la cama, con cara de haber visto a un fantasma… que digo fantasma, como si hubiera visto al diablo mismo.

-¡Mátala!-

-¿A quién?- sacó una mano de las sabanas y señaló la esquina contraria de la cama.

-jajajajajjajaja ¿Es en serio? Jajajajjajajajaja pero si solo es una arañita jajajajajaja- el animalito caminó hacia mi aterrorizada inquilina, y ésta aumentó los gritos.

-¡¡¡AHÍ VIENE!!! ¡MATALA!- y una serie de lágrimas comenzaron a emanar de esos preciosos ojitos verde-amarillo.

Sin dudar ni un segundo, me quite uno de mis tenis y aplaste a la muy maldita; había osado hacerla llorar.

-Hey Isa, ya pasó. Mira, ya esta muerta- le enseñé el cadáver embarrado bajo mi zapato.

-Gracias- se tiró a mis brazos y siguió llorando.

-Noo, no, no llores. Ya la maté, ya no te hará daño. Aparte ¿Por qué lloras por una arañita? Ella te tiene más miedo a ti de lo que tu le tienes a ella. Imagínate que mides un centímetro y una mujersota de 1.75 se pone a gritarte en el oído. La arañita no pasó unos bonitos últimos minutos de vida, te lo puedo asegurar-

-Pero les tengo mucho miedo-

-Pero ¿Por qué? No te harán daño-

-Pero… no se- se despego de mi y se limpio las lágrimas –es que…-

-¿Es que…?-

-Les tengo fobia a todos los insectos…- conforme decía la frase, bajó la mirada, avergonzada de eso.

-Ya, ya. No pasa nada- limpie sus lagrimas con la sábana – cada que veas un bichito solo háblame y yo lo mato ¿Va?-

-Va-

-Pero tendré que cobrarte algo por hacerme venir aquí, a estas horas de la noche-

-¿Qué?- levantó una ceja de una forma que me derritió

-Tendrás que darme una sonrisa-

-jaja Vale- y sonrió de la manera más encantadora que había visto jamás. –Oye… y… ¿Qué pasa si la araña tenía familia?-

-Pues acabo de dejarlos viudos y huérfanos-

-jajajaja no, me refiero a que ¿Qué pasa si hay más arañas en mi cama?-

Podría haberle dicho que revisaría su cama en busca de la familia perdida de la arañita, podría haberle dicho que vaciaría un frasco de RID para matar todo posible insecto que existiera en esos metros cuadrados; pero no, decidí decirle algo que me favoreciera, un poquitín, a mi.

-Bueno, ¿Por qué no duermes en mi cama? Aun me falta mucho por hacer y estaré en el estudio hasta tarde, así que tendrás mi cama para ti sola. Y puedo asegurarte que no hay arañas asesinas de chicas gigantes-

-No estoy gigante- he hizo un puchero.

-jajajaja Claro que lo estas. Eres tres años menor que yo y te tengo que voltear a ver hacia arriba jajaja-

-Es porque tu eres muy bajita-

-¿Bajita yo? Disculpa, pero siempre fui la más alta en el salón; eso desde que estaba en el kínder. Tu eres la que tomó demasiadas vitaminas jajajajaja-

-Ya pues. Me voy a robar tu cama antes de que me ataque otra araña-

-jajajajajaja ok ok. Yo seguiré haciendo mi trabajo. Buenas noches-

-Buenas noches-

Para eso, yo ya me encontraba en la puerta de la habitación. Isa se paró de la cama, caminó hacia mí, se agachó un poco hasta quedar a mi altura y me dio un beso en el cachete, después de eso, se fue a mi cuarto.

Como dije, mi departamento no era grande. Entrando se encontraba la sala con la pantalla, y la pared de enfrente era una ventana enorme; a la derecha estaba la cocina, que era de buen tamaño y con una barra que jamás había usado hasta que llegó Isabelle a mi vida. Al final de la sala, pegada a la ventana, había un pasillo que iba por un costado de la cocina y llegaba a todos los cuartos, que estaban distribuidos a la derecha. El primero era el de Isa, después seguía la oficina, luego el baño, y al fondo del pasillo, mi cuarto; el más grande, y con un pequeño cuartito de dos por uno que era el closet.

Estando tan, relativamente, cerca de la mujer que me volvía loca; era muy difícil concentrarse en cómo interpretar una tomografía del cráneo para la clase de neurología.

Finalmente, a las 2 de la mañana, terminé la maldita exposición y fui a dormir al lado de esa diosa.

Casi la despierto con la risa que me dio al verla dormir por primera vez.

Llevaba puesta una playera interior de Hombre, blanca y sin mangas que, evidentemente, no era de su talla, pues le quedaba muy grande, pero se le había levantado dejando ver parte de su abdomen y un bóxer muy chiquito, igualmente blanco.

Mi cama era King Size, y la chica ocupaba ¾ partes de todo el espacio. Estaba casi en medio del colchón, cargada hacia el lado derecho, donde se encontraba la ventana; con las piernas abiertas y estiradas,  la pierna derecha ligeramente flexionada; el brazo izquierdo formando un ángulo de 45° con su torso; el derecho, apoyado en la almohada, más arriba que su cabeza, enmarcándola; y su hermoso rostro, volteaba también hacia la derecha, con la boca abierta y una carita de “no rompo ni un plato”. La sabana no era de mucha ayuda ahí, ya que solo le cubría el muslo izquierdo y nada más.

Era hermosa, tierna, perfecta… no parecía muy cómoda, pero se veía en paz, al parecer no estaba soñando nada feo, no de momento. Me quedé recargada en el marco de la puerta contemplándola por un largo rato, pues temía que si me acostaba a su lado la despertaría, y no quería eso, no quería ser yo quien perturbara su sueño.

De pronto, comenzó a mover el pie derecho, como con pequeños espasmos. Al parecer había comenzado su fase REM. Minutos más tarde, empezó a estremecerse y a mover la cabeza de un lado a otro; su respiración aumentó de ritmo y podía apostar a que sus latidos también; una leve capa de sudor cubrió su cuerpo, pese a que estaba un clima bastante fresco. Estaba teniendo una pesadilla.

No sabia que hacer. Evidentemente, Isa no tenia conocimiento sobre mi orientación sexual, ya que, de ser así, se habría vestido de otra manera para dormir conmigo; aunque bien podría ser que… no, esa no era una opción, no podía ser posible. Si la despertaba, tal vez se sentiría algo avergonzada de que la hubiera visto así; yo me sonrojaba cuando Sofía me despertaba tras una pesadilla. No sabía cuál sería la reacción de Isabelle. Así que decidí ir a dormir al sillón. Aparte, estar al lado de esa Diosa sería demasiada tentación para mi, tal vez no la podría resistir, y si esto pasaba, tal vez se iría de mi casa por miedo… no, mejor dormiría sola en el sofá; era más seguro.

Fui al sillón y tras unos minutos, dormí.

Esa noche fue extraña, tuve un sueño muy diferente a los que normalmente tenía. En toda mi vida, solo dos veces había tenido esa clase de sueños y había sido durante el instituto. Sueños de adolescente con hormonas locas… sueños húmedos.

Estaba yo a la entrada de mi habitación, contemplando la peculiar manera de dormir de Isa. Podía ver sus bien tonificados muslos, sus delgados brazos, su abdomen plano, su ombliguito… sus pequeños y erectos pezones que se marcaban por debajo de la, poco protectora, playera… casi podía notar su color. Cambió de posición y la sábana que cubría su muslo desapareció debajo de ella, dejando sus largas y desnudas piernas a mi vista. Sus pequeños boxers cubrían muy apenas su monte de venus perfectamente depilado, dejaban ver esos huequitos de las caderas que me enloquecian en cualquier mujer, pero más en ella.

No aguantaba las ganas de tocarla, de sentirla mía… Me acerqué hasta la orilla de la cama, subí, quedando a los pies de la hermosa mujer. Gateé por en medio de sus piernas, hasta quedar muy cerca de su centro; pero no era suficiente, verla no me saciaría, deseaba sentir su piel bajo la mía, y así lo hice.

Coloqué mis manos a ambos lados de su cintura, sintiendo su cálida piel bajo mis dedos, subí mis traviesas extremidades acariciando el angelical arpa de sus costillas, sintiendo cada nota que estas emitían, y viendo, por primera, vez la reacción de ella ante mi tacto; dio una profunda respiración, arqueo levemente la columna y giró su precioso rostro hacia el otro lado.

Después, mis manos siguieron su travesía hasta sus pechos que me esperaban gustosos. Los pezones ya estaban duros, sedientos de mis caricias, y ¿Quién era yo para negárselas? Los toqué, los pellizqué ligeramente entre mis dedos, los presioné, hice con ellos lo que quise… bueno, casi todo, pues estaba deseosa de ponerlos en mi boca; pero eso seguro la despertaría. Ella lo disfrutaba, podía escuchar su pesada respiración y como emanaba pequeños gemidos desde lo más profundo de su garganta.

Una vez que me sacie, casi completamente, de sus pechos, baje a su entrepierna. Al verla con detenimiento, su bóxer blanco y pequeñito tenía una sombra un poco más oscura a la altura de esa seductora línea… era una mancha de humedad. Isa estaba igual de excitada que yo.

Comencé a acariciarla de arriba abajo, con mi pulgar, por encima de su ropa interior y ella gimió un poco más fuerte; le gustaba, tanto que podía notar un ligero movimiento en sus caderas, un vaivén muy disimulado que era completamente afrodisiaco.

No aguanté más esa preciosa tortura, tomé ambos lados de sus boxers y los jale hacia mi, dejándola desnuda de la cintura para abajo, y logrando ver a la perfección su hermosa intimidad…

-Mia… Mia, Mia despierta- escuché la voz de la protagonista de mis sueños y desperté, viéndola parada al lado mío, mientras me daba pequeños empujoncitos en el abdomen.

-Mmmmh…- fue todo lo que alcancé a decir en medio de mi adormecimiento.

-Mia, despierta. Estas teniendo unos sueños triple equis y estas gimiendo bastante fuerte. Me despertaste-

Bueno, la chica encontró la mejor manera para quitarle el sueño a alguien.

Abrí los ojos como un par de platos y no podría definir correctamente el tono de rojo en el que se encontraba mi cara, pues creo que aun no lo inventan.

.-Dios, perdón Isa- me tapé el rostro y me disculpé. Ella creía que era por haberla despertado, pero en realidad era por haberla convertido en la estrella porno de mis fantasías eróticas.

-jajaja No te preocupes, todas hemos tenido de esa clase de sueños- me guiñó un ojo –Pero de todos modos, ya es hora de que te levantes jaja Ya sonó tu despertador-

-¿Qué? ¿Qué hora es?-

-Las seis. Hoy entras a las nueve ¿No? –

-Si- y me acosté con el fin de dormir otra hora y, tal vez, seguir soñando con mi hermoso despertador.

-Noo, no te duermas. Prepárame el desayuno ¿Si? Tengo hambre- me sonrió de una manera tan tierna que no pude decirle que no, no después de lo que le había hecho esa noche, bueno, cuando menos en mis sueños.

Esa niña haría lo que quisiera conmigo. Me paré y le preparé unos hot cakes; los amaba. Entre la enorme cantidad de objetos, no muy útiles, que había traído de su anterior departamento, había uno que le encontré utilidad.  Era un molde para galletas hecho de metal, tenía forma de osito, y desde que lo había visto, lo usaba para darle forma a los hot cakes de Isa.

-Aquí tienes, tres ositos- y puse frente a ella tres panqueques con forma de osito, mermelada como ojitos, nutella como nariz y mantequilla como pancita.

-Owwwww son tan bonitos que… ¡Los comeré! MUAJAJA fi fai fou ositos, llegó la venganza de ricitos de oro- encantadora, simplemente encantadora.

-jajajajajajajajaja Deja de jugar con la comida, o le hablare a PETA jajajajaja para que defienda los derechos de los ositos de hot cake jajajjajaa-

-Muy tarde jejeje los he tomado como rehenes-

-jajajajajaja-

En definitiva Isabelle Murillo no sabía que yo me moría por ella. No encontraba otra explicación lógica para que estuviera frente a mí, amenazando ositos, en la ropa poco decente que había usado para dormir esa noche. Sí, estaba desayunando en calzoncillos.

**************************************************************

Esa noche, sería el gran baile de Charlottesville.  Todas las jóvenes en edad casadera asistirian con sus familias y sus mejores galas. Los apuestos chicos, preparaban sus mejores poemas y frases de amor, para podérselas decir a la chica indicada, si es que la lograban encontrar esa noche.

Los organizadores de tan pomposo baile, eran los padres de Susan. Ya tenía 21 años y aún no había encontrado esposo; sus padres temían que se fuera a quedar solterona y que no prolongara la estirpe y el apellido, pues era hija única, la heredera de la plantación de azúcar más grande del condado.

Sin embargo, a Susan no parecía importarle mucho el matrimonio; cuando un pretendiente llegaba a las puertas de su casa prometiéndole amor eterno, ella simplemente lo rechazaba. Lo único que parecía motivar a la hermosa y rubia joven, eran los libros; los devoraba uno tras otro.

Su padre era un hombre de mejillas rosadas, regordete y bonachón que hacía todo por complacer a su princesa; su madre, era una mujer fría y tajante que si bien, adoraba a Susan, no era muy buena con las demostraciones de afecto. Lo único que su madre quería para su hija, era un buen hombre y muchos hijitos que llevaran con orgullo el apellido; cosa que aterraba a la chica.

Muy a su pesar, esa noche se había organizado un baile en su honor; tendría que recibir y soportar a cientos de jóvenes imberbes, que solo deseaban bailar entre sus piernas y quedarse con la plantación y el dinero de su padre. Odiaba tener que poner buena cara ante esa idea. “La amabilidad ante todo”, decía su madre, “la amabilidad ante todo”…

Pero, lo que más le molestaba de ese asunto, era que su padre se pusiera a dar fiestas mientras estaban al borde de la guerra con la corona. Los habitantes de las colonias, estaban hartos de los estúpidos impuestos que había puesto el parlamento inglés sobre casi todas las cosas: el azúcar, la estampillas, la pintura, el té; y a decir verdad, Virginia olía a guerra; sobre todo por ese hombre de ideas liberales llamado Thomas Jefferson, que solía reunirse con otros hombres en Monticello. Susan estaba a favor de la guerra, había escuchado las ideas de ese hombre y sentía que eso era lo justo para todas las personas. Una independencia.

Ese 7 de noviembre de 1773, Maggie, de 18 años, y su hermano mayor Benjamin de 22, bajaron del carruaje frente a la casa de Susan. Benjamin quería conquistar a la hermosa y deseada joven; era un hombre alto, rubio con los ojos verdes, y muy apuesto; lo mejor de todo era que tenía un corazón de oro. Maggie, por su parte, solo quería divertirse; su hermano le había dicho que debía fijarse en los jóvenes para que comenzara a buscar un buen marido, pero a ella no le interesaban esa clase de cosas; solo quería bailar.

Benjamin traía unos pantaloncillos por debajo de la rodilla, de color negro y con un estampado de pequeños rombos dorados, con las elegantes medias blancas que se solían usar, unos zapatos negros, con un pequeño tacón y una hebilla grande de color dorado al centro; una chaleco largo color café, por debajo de la cadera, y que iba en pico hacia atrás; el chaleco llevaba botones dorados,  y alrededor de estos, un bordado de flores igualmente doradas; encima de esto, llevaba una casaca larga, hasta por debajo de las rodillas, de la misma tela del pantaloncillo, con el mismo bordado del chaleco en las amplias mangas que iban dobladas hacia arriba, y en la parte donde se abrochaba la casaca. Al cuello, llevaba un pañuelo blanco bien anudado y metido bajo el chaleco. Tenía el cabello hasta los hombros, rubio, y lo usaba amarrado en la parte de la nuca con un listón de color negro; cubría su cabeza de manera elegante con un sombrero de la época: un triángulo que juntaba  sus puntas en la parte del centro; y traía una enorme pluma blanca que caía hacia atrás. Se veía muy apuesto vestido así.

Maggie portaba con elegancia y gracia un hermoso vestido color mostaza. Dejaba ver por el cuello cuadrado del vestido, sus pechos ya desarrollados y muy seductores, dejando también a la vista sus clavículas y las pequeñas pecas que poblaban sus hombros. El vestido se ceñía a su cintura con un ajustado corsé que la chica aborrecía; en la parte del frente, llevaba una serie de holanes y moños que lo adornaban muy bonito. A partir de su cintura, caía por encima de la estructura de metal que le daba forma circular a la parte de abajo del vestido, pareciendo así que Maggie caminaba dentro de una enorme esfera. El vestido llegaba hasta el suelo y llevaba en una serie de finos encajes blancos desde donde estaban sus rodillas hasta abajo. Sus mangas eran largas y terminaban en el mismo encaje blanco y  amplio. Su cabello era rubio al igual que el de su hermano; ella lo llevaba recogido en una serie de apretados bucles, llegando el más largo hasta la mitad de su mejilla. Maggie era hermosa, tenía los ojos verdes, del mismo tono de los de su hermano; su piel era de una blancura marmórea, con un sinfín de pecas repartidas en sus pómulos y su nariz que le daban un aire inocente y encantador.

Cuando entraron a la enorme mansión, pudieron ver cientos de personas; hombres con elegantes pelucas traídas desde Francia, mujeres con peinados tan altos que necesitaban ayuda de sus esclavos para sostenerlos… y los chicos se sintieron un poco fuera de lugar.

En el gran salón de baile estaba ubicada la orquesta, tocando un minueto de Mozart, y todos bailaban al centro del salón, cambiando de parejas como marcaba la coreografía.

Al mismo tiempo que los jóvenes hermanos Thomson entraron al salón de baile, entró Susan, haciendo que la música parara y todos en la sala quedaran deslumbrados por su belleza.

Pero fueron dos las personas que, más que desear llevarla a la cama, se enamoraron de ella. Uno fue Benjamin, que se veía a sí mismo casado con la hermosa mujer y teniendo muchos hijos que se parecieran a ella, cargándolos en sus espaldas al regresar de trabajar la tierra; y la otra, fue la pequeña Maggie, que nunca le había interesado un solo hombre en su vida, y ahora, en ese momento, conocía el motivo de tal cosa; nunca podría amar a otra persona que no fuera esa mujer.

Susan miró a cada una de las personas que la observaban tan fijamente, hombres y mujeres, ricos y no tan ricos, los vio uno por uno. Y de esa enorme multitud, hubo un solo ser que le llamó la atención, que despertó algo dentro de su ser. Preguntó a su dama de compañía el nombre de esa persona; y ésta el respondió que su apellido era Thomson.

 

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