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Es un Te encontraré 17 (Final)

en Lésbicos

Capítulo 17

 

Tras escuchar y recordar las historias de cómo habíamos muerto tantas veces y nos habíamos vuelto a reunir; y después de aquella última vida juntas, a Mia y a mí nos embargaba un extraño sentimiento; era una combinación entre profundo dolor y alegría de estar juntas una vez más.

Podía ver como Mia tenía una mano en su abdomen, como si aquella herida volviera a doler, como si todo se reviviera para ella; parecía estar en shock.

-Mia, amor, ¿estás bien?- le dije con cariño mientras tocaba su hombro para hacerla reaccionar. Ella volteó a verme con los ojos inundados de lágrimas y me dio un abrazo, de esos en los que compartes tu alma con alguien más. Cuando nos separamos, aquella anciana gitana ya no estaba; había desaparecido de la misma forma que la encontramos.

Después de aquel extraño encuentro ya no quisimos seguir en la feria, deseábamos estar a solas; así que nos fuimos al apartamento de Mia, ya habría tiempo de volver a mudarme.

Cuanto más nos acercábamos a la casa, más crecía la tensión sexual entre nosotras. Había pasado tiempo desde la última vez que estuvimos juntas y con todo lo ocurrido ese día, las emociones estaban a flor de piel. Cuando nos mirábamos, en nuestros ojos se podía leer lo mucho que deseábamos arrancarnos la ropa en ese momento.

Ella conducía y yo no me podía estar quieta en mi asiento, quería tocarla, quería sentir su suave piel bajo mis dedos. Finalmente, no me contuve y muy disimuladamente coloque mi mano sobre la suya que tenía sobre la palanca de velocidades. Ella no se inmutó, pero pude notar como intentaba ocultar una sonrisa picara. Cuando quitó la mano de la palanca para posarla de nuevo sobre el volante, mi mano se encontró con su muslo, y mi una-vez-más novia se removió sobre su asiento.

Podía sentir como mi entrepierna hervía y estaba más que segura que la de ella estaba igual o peor. Mordí mi labio inferior macabramente porque sabía que recibiría una buena tunda por distraerla mientras manejaba... pero vamos, la idea de estar sobre su regazo y ella con sus manos en mi trasero no sonaba desagradable, aparte de que nunca me pegaba en serio, solo me daba palmaditas que ni siquiera lograban hacer que mi blanca piel cambiara de color.

Subí la mano hacia su ingle y me volteó a ver con ojos de fuego; fuego que ardía de pasión y fuego de que quitara la mano o iba a ocasionar un accidente, pero no me importó. En vez de eso la posé cínicamente sobre su sexo y ella regresó los ojos al camino y apretó el volante. Bajé el cierre de sus jeans y desabroche el dorado botón que se interponía en mi camino; jalé un poco de una de las esquinas para hacerle espacio a mi mano y a cada movimiento que hacia ella apretaba más y más el círculo de plástico que nos mantenía en la vía. Me desabroché el cinturón de seguridad sabiendo que esa era otra falta, pero me moría de ganas de sentir sus manos en mi retaguardia; me acerque a ella y comencé a besar su hombro, a darle ligeras mordiditas en la piel que dejaba desnuda esa blusa que me volvía loca, y una vez más, introduje mis dedos en su entrepierna, pero esta vez, entre el algodón de sus bóxeres y su piel intima.

Amelia soltó un gemidito que me supo a gloria y sin el menor recato llevé mis dedos hacia su clítoris; encontrándome con que había habido un huracán entre sus piernas y había dejado todo el lugar inundado. Pude notar como su rostro se coloreaba de un rojo intenso y solo sonreí maquiavélicamente.

Ella, en vez de retirar mi mano por seguridad de ambas, abrió las piernas para darme acceso a su zona centro; y yo aproveche para acariciarla ávidamente. No quería introducir mis dedos, aunque sabía que era lo que ella deseaba, no, solo iba a subir aún más su temperatura; el plan era desatar a esa fiera que aquella templada, recatada y algunas veces reprimida mujer, llevaba dentro; la volvería loca.

Afortunadamente en el viaje hacia nuestro hogar no hubo ningún incidente, a excepción de la fuga que tenía Mia muy al sur. Detuvo la camioneta en el estacionamiento subterráneo del edificio y caminamos entre la oscuridad con rumbo al elevador; no sin antes recibir esos golpes en la espalda que me llevaba cada que, la Amelia-sin-cadenas, me empujaba contra un coche o contra los gruesos pilares para darme fieros besos que me dejaban sin aliento. Misión cumplida.

Me encantaba provocarla de esa manera, hacer que perdiera el control. En un principio nunca lograba mis objetivos; cabe decir que es una mujer de voluntad férrea. Siempre que le prendía el boiler para provocarla se controlaba y no hacia nada al respecto, después de aquella primera vez que entendió el juego, todo salió como lo planeaba.

Al apartamento entramos dando tumbos porque nos tropezábamos con todo. Hubiera sido más fácil prender la luz, pero eran unos segundos que ninguna de las dos estaba dispuesta a perder.

En la entrada me arrancó el saco del smoking rojo y yo arrojé el sombrero de copa hasta donde me alcanzó el brazo; con dedos expertos me desató la corbata de moño negra que traía puesta y de ahí se aferró para jalarme hacia el respaldo del sofá. Me desabotonó la camisa tan rápido que yo no pude quitarle la blusa; se agachó para quitarme las botas altas y yo me sujeté de su cuello para no caer hacia el sillón; me las sacó con maestría al mismo tiempo que retiraba mis calcetas. Demasiados puntos para ella... yo, cero. No podía permitir que me ganara.

La tomé con fuerza por la cintura y la empujé hacia la barra de la cocina, donde tomándola del trasero la cargué para sentarla. Ella me tenía del cabello con tal fuerza que parecía que me lo arrancaría, pero no me dolía, al contrario, me excitaba aun más. Para mi ventaja, ya tenía los pantalones desabrochados, por lo que solo retire sus botines y se los saqué con facilidad, dejando visibles sus boxers blancos, marcados por en medio con una mancha de humedad, de mucha humedad.

Arañaba sus muslos mientras ella deslizaba sus manos entre mi camisa y mi piel, con dirección hacia mi espalda y con el fin de encontrar el broche de mi sostén. Cuando dio con él no dudó ni un momento, creo que esa es una de las ventajas de estar con una mujer, nunca se batalla al momento de la pasión con el "bendito" brochecito del brasier. No me lo podía quitar del todo porque aún llevaba encima la camisa, pero eso le bastó para liberar mis pechos un poco y poder comenzar pasear su lengua por mi escote.

Cuando su boca capturó uno de mis pezones ya no aguanté más y tomé el elástico de su ropa interior y jalé de ella, no salía porque ella estaba sentada y no parecía querer cooperar; así que con una mano a cada lado de la costura laterales, jalé con tanta fuerza que los destrocé. Con ese sonido de rasgadura, Mia liberó mi pezón y me miró sorprendida, yo aproveché ese momento y hundí mi rostro en su entrepierna, empujándola un poco hacia atrás con mis manos para facilitar mi acceso.

No dudé en atacar su clítoris con mi lengua y ella no se esforzó en contener los gemidos; abrió las piernas lo más que pudo y se hecho ligeramente hacia atrás, apoyándose en su mano izquierda, mientras con la otra me sujetaba del cabello para que no me detuviera. Era magnífico verla perder el control, completamente entregada a mi, con la espalda arqueada y la cabeza hacia atrás, los ojos apretados y la boca semi abierta; era una verdadera diosa, una que yo me dedicaría a adorar.

Trazaba círculos rápidos y con presión sobre el pequeño punto sensible que se había endurecido por la excitación. Ya no me pude controlar y con dos de mis dedos la penetré haciendo que ella soltara un ligero grito y me apretara aún más el cabello, confirmando así que iba por buen camino. No pasó mucho tiempo cuando mi novia alcanzó el primer magno orgasmo de esa noche. El primero de muchos.

Su abdomen subía y bajaba rápidamente por lo agitado de su respiración mientras intentaba jalar tanto aire como pudiera, parecía haber corrido un maratón. Bese su vientre, su ombligo, su pecho, sus clavículas, su cuello y sus labios, dejando así un camino de humedad y piel erizada a mi paso. Cuando finalmente abrió los ojos, aun estaba esa llama insaciable en ellos, ese fuego inextinguible que incluso daba un poco de miedo, no un miedo malo, sino uno que me hacia sentir mi estomago lleno de elefantes por la "buena cogida" que me esperaba.

Con un pequeño brinco bajó de la barra quedando peligrosamente cerca de mi. Esa mirada era intimidante, por lo que retrocedí un paso... ella dio otro, yo otro, y ella me igualó, yo otro más... pero al parecer no había arrojado el sombrero tan lejos como creía, porque metí el pie en el, lo que sumado a la presión de Mia, me llevó directo al piso.

-Justo donde te quería- y se dejó caer suavemente sobre mi cuerpo.

Intenté huir de ella, no porque no anhelara ese momento, sino porque era divertido hacerla desesperar; pero ella impidió todo escape al aprovechar lo cerca que había quedado del sillón individual, y lo jaló hasta meter mis brazos debajo de él. Chica lista y ruda. Hubiera sido fácil sacarlos de ahí, solo necesitaba hacerme para abajo, cosa que ella me hacía imposible al poner sus rodillas en medio de mis piernas, abriéndomelas, e impidiéndome salir de ahí.

-Ojo por ojo preciosa- me besó y me desgarró los tirantes del brasier

se incorporó un poco para desabrochar el botón de mi pantalón negro y quitándose por un segundo de la anterior posición, me sacó el pantalón en un movimiento, pero para su fortuna, mi hippster decidió acompañarlo, de modo que quedé desnuda, solo con los brazos cubiertos por la desabotonada camisa blanca.

-mmm..., que rica estas- ¡OH POR DIOS! ¡¡¡Amelia "soy muy correcta" Vega me estaba diciendo eso!!! en mi interior podía sentir como mi conciencia corría en círculos sujetándose la cabeza. Si, había cumplido mi misión, una vez más, había liberado a esa Mia salvaje, a esa chica de sangre celta y fuego interno.

Pasaba sus manos extendidas por todo mi torso una y otra vez, tocándome lascivamente... todo esto sin dejar de verme a los ojos.

Sus dedo medio bajó hasta llegar a mi intimidad y se introdujo en ella sin la menor de las dudas; no me acarició primero, no se detuvo en algún lugar, sino que fue directo a penetrarme con él. Cerré los ojos con fuerza y di un respingo, ella lo dejó quieto un momento y luego comenzó con el deseado mete y saca mientras que su pulgar tomaba posición en mi clítoris.

Así hincada entre mis piernas, tomó una de ellas con su mano izquierda y se la colocó en un hombro, después hizo lo mismo con la otra y al tenerlas juntas y levantadas, las sujetó con todo su brazo para que no las moviera. iba a enloquecer en cualquier momento, casi podía sentir mi energía salir de mi; y ella continuaba con esas embestidas fuertes y profundas que ahora las llevaba a cabo con dos de sus dedos.

Se inclinó aún más hacia mi, haciendo que mis rodillas casi tocaran mi pecho, y sus penetraciones se volvieran más profundas. Ya casi llegaba al orgasmo y sentía toda mi zona sur empapada de mis líquidos; y de pronto, sentí algo más...

abrí los ojos por la sorpresa y vi que ya no me sujetaba las piernas con su brazo izquierdo, sino que tenía las dos manos ocupadas.

-¡Ahí no es! ¡ahí no es!- le gritaba mientras intentaba zafarme.

-Sh sh sh, no te va a doler, preciosa-

-¡No, Mia! ¡Por ahí no!- pero mis peticiones sonaban a esas veces en las que decimos "no" y es "si", o decimos "detente" y es un "sigue más fuerte".

-Sh sh sh relájate, relájate. Voy a hacerlo muy despacito-

Con su dedo me hacía un ligero masaje en la entrada de ese lugarcito prohibido. No necesitaba lubricante para lo que planeaba hacer porque el mío era más que suficiente. Mientras seguía con los movimientos sobre mi clítoris, fue deslizando poco a poco la punta de su dedo dentro de mi. No era muy doloroso, solo algo molesto; lo metió un poco más, y más y más hasta que estuvo completamente adentro, lo dejó ahí y luego empezó a hacer circulitos con él dentro de mi. Estaba empezando a disfrutarlo; y cuando comenzó el mete y saca mis gemidos regresaron, hasta que estallé en un fuerte orgasmo que hizo a cada músculo de mi cuerpo tensarse.

Amelia salió de mí muy lentamente para no lastimarme, hizo el sofá hacia atrás para liberar mis brazos y se tumbó a mi lado. Las dos teníamos la respiración agitada y una capa de sudor en cubría nuestros cuerpos. Nos quedamos así, sin hablar y sin movernos, intentando recuperar el aliento. Cuando finalmente lo hicimos, me paré y ella junto conmigo; tomadas de la mano, caminamos hacia la habitación donde nos tumbamos y la sesión de besos continuó.

Me quité la camisa y llevé mi mano hacia la entrepierna de mi chica, estaba muy húmeda; pero no le iba a meter los dedos, tenía planeado algo mejor.

-Espérame aquí, princesa- le di un beso y salí corriendo hacia el que antes era mi cuarto. Esperaba que aun estuviera ahí, y si. Amelia había conservado mi habitación tal y como la había dejado, y mi buen amigo seguía en su lugar.

Cuando regresé con Mia y me contempló de pies a cabeza sus ojos se pusieron como platos por la sorpresa.

-¿Y eso que es? Jajajaja-

-Esto, se llama dildo, y va ahí- le contesté con tono irónico y señalando su entrepierna.

-jajajaja eso ya lo se, señorita sabelotodo, pero ¿qué haces con él?-

-Mmm... bueno, eso ya depende de quién lo esté usando-

-jajajaja graciosita, me refiero a ¿qué haces TU con él? Y no me digas lo obvio, por favor-

-jajaja buenooo... lo compré hace unos meses jaja creí que sería divertido darle "variedad" a esto jajajajaja- al decir esto me subí de un saltó a la cama y me coloque delante de ella .

-jaja ok ok, ¿no te sientes rara con eso puesto?-

-No en realidad, jaajajjaja aparte, me excita bastante la idea de penetrarte- le dije al oído con la voz más perversa que pude hacer, y vi la reacción de su cuerpo a mis palabras.

Me recosté sobre su cuerpo sin dejar caer todo mi peso. Sabía que ella podía sentir en su pelvis la dureza de la eterna erección del dildo color rosa. Por lo que movía mis caderas contra ella para que se excitara aun más.

-¿Y por qué lo escogiste rosa y con brillitos, estilo quinceañera?- me dijo al oído con la voz cortada.

-Bueno, era el único color que quedaba en tamaño "no monstruo"-

-Chica lista-

-Aunque, si tu lo prefieres, puedo comprar el modelo color negro tamaño "empálate"-

-No, gracias jajajajaja me quedo con el de quinceañera-

besaba su cuello y ella soltaba esos largos y pesados suspiros que me invitaban a seguirla acariciando.

Bajé hacia sus pezones y los succione, lamí y mordí ávidamente. Mientras me preparaba para penetrarla. Tomé la cosa de plástico con mi mano y con la punta acaricié su clítoris, la bajé un poco he hice una ligera presión, pero sin meterla aun; la volví a llevar a su botoncito y repetí el proceso varias veces hasta que mi chica ya no aguantaba más; fue entonces cuando la penetré con una sola embestida. Esa noche ninguna de las dos estábamos para romanticismos, lo que queríamos era sentir, sentirnos.

Comencé el vaivén de caderas mientras la sujetaba fuertemente de la cintura y besaba uno de sus pechos. Ella a su vez, se aferraba a mi espalda con las uñas de una mano y a mi trasero con la otra; lo pellizcaba y lo manoseaba; todo esto me ponía a mil y hacia que la penetrara con más fuerza.

Justo cuando se me comenzaba a acalambrar el trasero y las piernas, ella alcanzó el éxtasis. Nunca pasó por mi mente la idea de tener un pene; soy mujer y estoy feliz y satisfecha con eso, pero en ese momento, hubiera dado todo el oro del mundo con tal de que esa cosa de plástico fuera mía y poder sentir como me la apretaba.

Cuando su orgasmo terminó, me retire lentamente y aun así dio un respingo. Ambas estábamos hipersensibles. Me quité el dildo y lo guardé en el cajón del buró, tal vez después necesitaríamos sus servicios.

Me acurruqué entre sus brazos, descansando la cabeza en su pecho. Tenía los ojos cerrados y la respiración calmada; por un momento creí que ya se había dormido.

-¿Princesa?-

-mmm...- me dijo con voz pegajosa

-Te amo- abrió los ojos, me miró con ojos tiernos, acarició mi cabello, besó mi frente y me dijo un lindísimo: "yo más"; capaz de hacer sonar un "awwwww" en todo un estadio.

Ninguna de las dos dijo más, sabíamos que en ese momento las palabras sobraban. Éramos las amantes eternas que vida tras vida habían reencontrado a su gran amor y lo habían perdido trágicamente, y ahí, en ese momento, finalmente estábamos juntas y felices; desnudas piel con piel, alma con alma, y sabíamos, que nada nos podría separar.

 

 

 

 

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Habían pasado ya 7 años desde que nos habíamos reenamordo, y cada día lo volvíamos a hacer. Cada mañana era un feliz despertar a su lado, algunos días me hacía abrir los ojos al sentir sus besos en mis labios… otros más, mis favoritos, me despertaba con besos en los labios; solo que un poco más hacia el sur. Teníamos nuestras discusiones y peleas como toda pareja, pero siempre lográbamos encontrar un punto medio donde ambas estuviéramos conformes, algunas veces yo tenía que ceder, otras tantas ella era quien daba su brazo a torcer; lo bueno de todo era que jamás volvimos a separarnos… y así se nos pasó el tiempo.

Cada día, viviéndolo como si fuera el último, sabiendo bien que con la historia trágica que teníamos, bien podría ser esto posible. Aparte, cada que alguna de las dos tenía un accidente, por más mínimo que fuera, pasaban por mi mente las palabras de aquella gitana “ya falta poco mis niñas, ya falta poco” y yo seguía sin entender a qué se refería con eso. Tenía miedo, miedo de que fuera la última vida, y miedo de qué habría después de ésta.

En cuanto a novedades, la más grande de todas, era que esperaba un hijo. Así es, ¡yo embarazada! Jamás lo imaginé, pero las mejores cosas de la vida suceden así sin más. ¿Qué cómo ocurrió? Bueno, no, nuestro hijo no de llamaría dedos. Obviamente tenía un padre, o mejor dicho, un donante, pues su madre/padre sería Amelia.

Hace un año, mientras Mia y yo acabábamos de tener una ardua faena de amor físico y estábamos en esos románticos momentos postcoitales; dentro de mis fantasías perversas, que debo confesar, se las contaba todas, tuve el extraño antojo de un hombre. Esa duda de ¿Qué se sentiría un miembro real? y no solo uno de plástico; aparte, la tentación de saber lo que era un trio.

La idea de compartir al amor de mis mil vidas con un costal de músculos no me era muy atractiva, pero tras hablarlo con Mia, la fantasía se volvió más y más tentadora y acordamos probarlo. Después de todo, nosotras teníamos la seguridad de que nos amábamos, y esa tercera persona, seria simple y sencillamente sexo.

La cosa fue, que a la mañana siguiente Mia se despertó con un complemento para mi idea; solo que esta incluía a una cuarta persona, una muy pequeñita, y que iría dentro de mí. Jamás había considerado la idea de tener un hijo, yo tenía llena la cabeza de sexo, amor, sexo, amor, arte, amor, sexo, amigas, alcohol, familia, sexo, amor… y en ningún lado decía bebés. Pero el ver a Mia tan ilusionada y con ese brillo en sus ojitos que era capaz de derretirme el corazón, me replantee la idea y terminé aceptando. Después de todo, era bastante tierna la imagen de un pequeño corriendo por el departamento, con bata de doctor y manchas de pintura.

Y así fue como, tras mucho buscar un voluntario, encontramos al ideal. Un hombre joven que había sido pretendiente de Mia hacía mucho tiempo. Era un abogado exitoso, y su hobbie era el arte; bastante atractivo y sobre todo, que no le importó la idea de darnos un hijo y deslindarse de todo posible reclamo.

Esa noche estuve con un hombre por primera y única vez en mi vida. No fue desagradable, al contrario; pero no es algo que quisiera repetir. Debo confesar que fue bastante erótico; después de todo, soy lesbiana, no ciega, y sé apreciar la belleza masculina.

Aparte, Amelia estuvo conmigo en todo momento, cuando él terminaba dentro de mí, era ella quien me llenaba de besos y colocaba su mano sobre mi vientre. Así fue durante varias ocasiones, hasta que una mañana, después de 4 semanas de haber estado con aquel hombre, fui al baño, me hice una prueba de embarazo y salió positiva. Mis ojos se inundaron de lágrimas y automáticamente me lleve la mano al vientre para acariciar a ese pequeñito que comenzaba a crecer dentro de mí.

Mia estaba en el trabajo; olvide decirles que se convirtió en médico internista y que consiguió un excelente trabajo en un prestigioso hospital, alejada del idiota del Doctor Dante y siendo compañera de Sofía. Tras esa noticia, no me pude aguantar más y fui hacia el hospital para darle la sorpresa.

Las enfermeras me conocían y me llevaba bien con ellas, por lo que me dejaron pasar fácilmente. Quise darle una sorpresa aún mayor, así que me acosté en una cama como una de sus pacientes. Las chicas fueron por ella y le dijeron que una paciente solicitaba verla; ellas me ayudaron dándole un expediente con la prueba de embarazo adentro. Así que cuando entró a la habitación, aun sin verme, abrió esa carpeta metálica, vio la prueba, levantó la mirada y me vio al fin. Sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió a abrazarme. Más felicidad no podía ser posible; amaba a esa mujer con cada célula de mi cuerpo, y al fin ese amor había dado frutos. Esperábamos a un bebé…

Y así se pasaron 38 semanas. Ese día me encontraba en el departamento; hacia un cuadro para adornar la habitación de nuestro hijo, sería un varón al que llamaríamos Alejandro, y dormiría en el que antes era mi cuarto. Era bastante fastidioso tener que ir al baño cada segundo, pero Mia decía que era normal, que era Alex oprimiendo mi vejiga con su cabecita. Todos los estudios habían indicado que se encontraba en perfecto estado y todo estaba preparado para que fuera un parto normal.

Apenas me reconocía al verme en el espejo. Dejé mis jeans raídos y los cambié por unos de esos vestidos de maternidad, frescos, holgados y de colores pastel; mis converse se sustituyeron por sandalias, pues tenía los pies hinchados; y sobre todo, un globo enorme relleno de bebé coronando mi, antes plano, abdomen. Era irónico, jamás creí verme de esa manera. Incluso un día Sofía me dijo que ya tenía mirada de mamá.

Un día antes Mia me había traído un ramo de lilas. Cada semana desde que habíamos sabido del embarazo me daba un regalo. Chocolates cuando tenía antojos, flores, unas sandalias cuando ya no me quedaron mis zapatos, un día en el spa… en fin, cada semana era algo nuevo.

 

Después de unos momentos pintando, comencé a preocuparme. Mia me había dicho que, sentir pequeñas contracciones, era normal y no debía alarmarme, pero cada vez las sentía con más frecuencia, más prolongadas y a mayor intensidad, así que llamé a Mia; me dijo que tendría una cirugía a esa hora, no quería preocuparla, aparte de que era tarde y llovía muy fuerte; pero tenía miedo.

Llamé a Mia pero me contestó Sofía. Le dije sobre lo que sentía y dijo que no era normal, que debía ir al hospital; pero mi auto estaba descompuesto. Me dijo que entraría a la cirugía para avisarle a Amelia que el bebé ya nacería; que mientras yo intentara relajarme y esperar a la ambulancia que enviaría al departamento.

Tras colgar el teléfono, intenté caminar hacia el sofá para acostarme; pero fue entonces cuando sentí un dolor muy fuerte en el vientre, y al mirar a mis pies vi todo color rojo…

-Nena, nena despierta… arriba dormilona-

-Mmm… ¿Mia? ¿Qué pasa?- cuando abrí los ojos me encontraba en la cama de un hospital, pero extrañamente, no había nadie, solo estaba Mia con el uniforme quirúrgico y su chamarra de cuero.

-Levántate dormilona, tienes mucho qué hacer-

-Noo, déjame seguir durmiendo- estaba haciendo puchero porque tenía mucho sueño.

-Si no te levantas, te voy a hacer cosquillas- me amenazó

-Mmm- renegué

-Ok, te lo advertí- y me atacó la cintura y las costillas con sus dedos largos.

-jajajajajaajajajajajaj ok ok yaa!!! ¡Me rindo! ¡Me rindo!-

-¡Dime que soy la más bonita!-

-¡Eres la más bonita!-

-¡Di que me amas!-

-jajajajajaja ¡Eso ya lo sabes! ¡Te amo!-

-Ahora dime que cuidaras a nuestro hijo- su tono de voz había cambiado, a un hilo que denotaba mucho dolor. Y fue hasta ese momento que todo llegó a mi mente como un cúmulo de imágenes, y mi mano fue a parar a mi vientre buscando algo que ya no estaba ahí.

Mire a Amelia pidiéndole explicaciones con los ojos llenos de lágrimas y la frente hecha un mar de arrugas de dolor, preocupación e interrogación.

-Mi hijo, ¿Dónde está mi bebé? ¡Quiero verlo! ¿Qué pasó?- me paré de la cama y salí de la habitación intentando buscar a alguien que me ayudara a saber que le había pasado a mi hijo, pero no había nadie. Era un hospital completamente vacío, a excepción de Mia y yo. -¿Dónde están todos?-

-Isa, necesito que te tranquilices para explicarte todo-

-¡¿Cómo quieres que me tranquilice?! Si no sé dónde está nuestro hijo. Lo último que recuerdo es que me estaba doliendo mucho el vientre y cuando mire mis pies había mucha sangre…- una idea que cruzó mi cabeza me hizo callar, no podía ser cierto, no de nuevo. –mi bebé…- dije con un hilo de voz.

-Nuestro hijo está bien, nena. Gracias a Sofía que envió la ambulancia a tiempo pudieron salvarlo. Al parecer algo salió mal y estabas perdiendo mucha sangre, pero Alex está bien. En este momento Sofía lo está cargando- entonces Mia abrió la puerta contigua a mi habitación y puede ver a Sofía con el uniforme quirúrgico, casi igual que el de Mia, solo que con estampado de figuritas pues era pediatra, cargando a mi pequeño Alex. Lo sostenía con tanto amor, como si fuera la cosita más frágil del mundo; pero cuando me acerque a ambos, pude ver el rostro completamente descompuesto de Sofía a causa de las lágrimas.

-Sof, tranquila. Alex está bien- pero ella no me escuchaba y no me veía. – ¿… estoy…?-

-No nena. No estás muerta. Como te lo dije, perdiste demasiada sangre, pero en estos momentos los doctores intentan estabilizarte. Si regresas, vivirás muy feliz.-

-¿Entonces por qué Sofía llora?- y algo en mi cabeza se conectó –tu… ¿Qué haces tú aquí? ¿Por qué puedes verme?- para entonces mis ojos eran un mar de lágrimas.

-No llores, Gin. No, sabes que no soporto verte llorar- se hinco frente a mí, pues estaba en el suelo desconsolada, y comenzó a secarme el rostro de forma muy amorosa. –tranquila. Debes ser muy fuerte. Por mí, por Alex-

-¿Qué pasó?- pregunté desconsolada

-Sofía entró a la cirugía y me dijo que tendrías al bebé, pero que ya había mandado una ambulancia. No quise esperar porque sabía que la carretera estaba cerrada por un deslave y tardarían mucho en llegar; por lo que tomé la ruta 36… llovía mucho, no podía ver y un estúpido caballo apareció de la nada… lo intenté esquivar, pero la carretera estaba demasiado mojada, el auto se volcó y fue a parar directo a un árbol. Cuando desperté te vi tirada en el pasillo rodeada de sangre, me preocupé mucho, nena – me acariciaba la mejilla -vi como entraban los paramédicos a ayudarte. Estuve todo el tiempo contigo, en la ambulancia, mientras sacaban a Alex de tu pancita… y aquí, tenía que estar cuando despertaras. – Lo único que pude hacer fue aferrarme a su cuerpo con todas mis fuerzas, quería sentirla ahí conmigo, a mi lado, viva.

-No quiero despertar, quiero quedarme aquí contigo- lloraba.

-No, Isa. Esto no funciona así, tú aún tienes mucho qué hacer, tienes que cuidar a Alex. Tienes que darle todo ese cariño que yo no podré, tienes un hijo al cual criar; recuerda que yo no quiero chiquillos malcriados- me lanzaba una media sonrisa de lado, enmarcada por esas ligeras arruguitas que comenzaban a marcársele con sus apenas 30 años. –tienes que rehacer tu vida, conocer a alguien que te amé, y que ames… tienes que volver a amar, nena-

-¡No! Yo no quiero a nadie si no es a ti-

-Hey, Isa, hazlo por mí. Vive por mi ¿O si no, quién cuidará a nuestro bebé? Míralo- y señaló al pequeño que se encontraba en brazos de Sof – está indefenso, necesita a su madre-.

-¿Y tú? ¡También te necesita a ti!-

-Yo aquí estaré siempre, mi amor. Tiempo es lo que me sobra, ahora tiempo es todo lo que tengo… Cuando despiertes, yo estaré a tu lado; tal vez no puedas verme, pero ahí estaré. Cuando escuches alguna de nuestras canciones, seré yo quien estará dedicándotela, quien te dirá lo mucho que te ama y te extraña por medio de unas notas, quien te dará fuerza cuando más me necesites, solo con una canción. Y cada día te veré crecer, y convertirte en una mujer cada vez más maravillosa, veré crecer a mi bebé y lo cuidaré. Tiempo es lo que me sobra, amor. Nunca los dejare solos; y cuando te sientas solita, habla conmigo, yo te contestaré, tal vez hablando con un espacio vacío, pero prometo que sentirás mi presencia. Y entonces conocerás a alguien, nena. Alguien que te hará dejar de pensar en mí y te regresará la sonrisa al rostro; seré yo quien te envié a esa persona; y si te casas, ahí estaré yo, entre toda la gente, y estaré feliz de que tú seas feliz. Cuando seas viejita, y el tiempo ya haya pintado de blanco tu cabello y yo sea solo un recuerdo… seguiré a tu lado, amándote cada día como si fuera el primero; y así será durante todos los días de tu vida. Ahora tiempo es todo lo que tengo, y lo gastaré todo en ti y en nuestro hijo… tu solo necesitas decir mi nombre; di mi nombre una sola vez… y ahí estaré-

-Pero… ¿Nos veremos en la próxima vida, mi amor?- le preguntaba con un poco de esperanza.

-No, Ginebra, ya no. Así como la anciana dijo, nuestro ciclo se ha completado. Ya no habrá más vidas juntas-

-¿Entonces? ¿Cómo quieres que viva sabiendo que no te volveré a ver?-

-Sí nos volveremos a ver, nena; pero ahora será para siempre.- me decía con unos ojos llenos de una extraña paz. Entonces sentí como si todo se fuera desvaneciendo. Ya no podía ver a Sofía y a Alex.

-Es hora de despertar, dormilona-

-No, Mia. Quédate conmigo, no me dejes- y se volvía todo más y más oscuro.

-Solo di mi nombre-

-No, no te vayas. ¡Amelia!- y entre toda esa oscuridad que me aplastaba solo pude escuchar que me decía: -Te amare por siempre…-

-Amelia, Amelia-

-Isa, ¿me escuchas? ¿Puedes abrir los ojos?-

-Amelia…-al abrir los ojos vi a Sofía; tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Más lejos estaba María, cargando a Alex.

-Hey, nos tenías muy preocupadas ¿Cómo te sientes?- desubicada y confundida, pero me quede callada. –estás en el hospital, hubo un problema y perdiste mucha sangre; pero tranquila, Alex está bien. ¿Quieres verlo?- solo asentí con la cabeza mientras Sofía me ayudaba a incorporarme. María se acercó a mí y pude ver a mi bebé por primera vez. Lo pusieron en mis brazos y el pequeño automáticamente busco mi pecho. Era una mezcla muy extraña de sentimientos, un profundo dolor con una inmensa felicidad.

-Creo que esta en shock, deberíamos llamar al Doctor- decía María.

-Yo soy médico, no está en shock-

-¿Entonces que tiene, por qué no dice nada?

-Isabel, mírame. ¿Estás bien?-

-…Mia, ¿Dónde está Mia?- y ambas callaron.

-Isa, Mia… Amelia tuvo un accidente… - María se volteó para que no la viera llorar- Mia ya no está con nosotros… ella…- se le quebraba la voz- ella falleció-.

Había tenido la esperanza de que todo hubiera sido un mal sueño, pero no.

Bajé la mirada hacia Alex, quien se alimentaba de mi pecho ávidamente. Tenía que ser fuerte para él.

-Mia…- dije casi en un susurro

“¡Aquí estoy yo! Abriéndote mi corazón, llenando tu falta de amor, cerrándole el paso al dolor, no temas yo te cuidare, solo acéptame” pasó una enfermera con un radio en el bolsillo. Y entonces supe que ella estaba conmigo, y que siempre estaría a mi lado, dándome fuerza, así como me lo había prometido. Siempre me encontraría.

 

 

 

Varios días después, me dieron de alta en el hospital. Lo difícil de un adiós no es dejar ir a la persona, sino dejar ir el trozo de tu corazón que se va con ella. Y esto lo sentí durante muchos meses. Durante noches y noches lloraba clamando su nombre, reclamándole a la vida por arrancarla de mi lado; pero entonces Alejandro lloraba, y sabía que no podía desmoronarme, pues él necesitaba una madre.

Sofía y María nunca me abandonaron. Se turnaron durante meses para dormir en el departamento, hasta que después de un año y medio ya no pude seguir viviendo ahí, y me mudé a una casa pequeña a las afueras de la ciudad; tenía un patio grande y era un lugar pacífico para criar a un niño.

Alex se parecía mucho a mí; tenía mis ojos y mi color de cabello, pero había algo en él que me recordaba demasiado a Mia; tal vez no tenía su sangre, pero era igual de obstinado que ella, igual de tierno, y tenía el mismo amor por todos los seres vivos que tanto caracterizaba a Amelia. Mi niño dio sus primeros pasos en el patio, queriendo perseguir a “pacha”, un cachorro pastor alemán que María le había dado en su primer cumpleaños.

Muchas veces sentí a Amelia conmigo. En canciones, que me decían justo lo que necesitaba escuchar de ella en ese momento; cuando Alex jugaba con su amiga imaginaria llamada “ia”, que también fueron sus primeras palabras. Cuando, ya más grande y travieso, Alejandro se subía a un árbol o se metía en líos y sentía esa extraña vibración, como si alguien me dijera que fuera a ver qué estaba haciendo mi hijo.

Y así pasaron los meses, que se convirtieron en años. En un parpadear Alex ya tenía 12 y estaba entrando a secundaria. Un día invitó a su maestra de historia a cenar a la casa y lo demás, valga la redundancia, es historia. Katy era una mujer muy dulce que me llenaba de mucho amor; una de esas personas especiales con las que sientes que todo es posible. No, no era Amelia, pero me hacía volver a tener ganas de vivir, de sonreír.

Todo lo que Mia me dijo en aquella despedida se había vuelto realidad. Y un día, cuando menos lo acordé, estaba frente a nuestros amigos y familia dándole el “sí, acepto” a esa buena mujer. Y ese día, mientras estaba ahí, volteé a ver a mi hijo, a Sofía y a María, a los invitados en general… y ahí estaba. Entre toda esa gente, la vi. De pie al fondo de la habitación, con su uniforme quirúrgico y su chaqueta de cuero, justo como aquel día, como si el tiempo no hubiera pasado por su rostro y por su cuerpo, con unos eternos 30s y una sonrisa franca y amorosa; como diciendo “adelante, se feliz”; lo sé, porque esas fueron las palabras que sentí en mi corazón.

Y el tiempo siguió pasando, porque siempre es algo que nunca podremos detener. Alejandro pasó su adolescencia metido en líos y saliendo de ellos de milagro. Estudió medicina y en la universidad conoció a una chica encantadora llamada Valentina; a partir de ahí, ella fue el milagro que evitó que se metiera en líos. Cuando terminó el internado se casó con ella y tuvieron dos preciosos hijos; un niño y una niña a la que llamó Amelia.

El pasar de los años fue pintando mi cabello de blanco y encorvando mi espalda… trayendo viejos recuerdos y borrando los nuevos. Katy falleció a la edad de 61 años, y yo me volví demasiado vieja como para seguir frecuentando a Sofía y a María. Pasados seis años de la muerte de Katy, murió Sofía con 70 años; Sus hijos me llevaron una caja llena de fotografías y recuerdos que para ellos no significaban nada.

En el porche de esa casa donde crie a nuestro hijo, me senté a observar todos esos papeles viejos. Mis viejos ojos se llenaron de lágrimas al ver todas esas fotos. Sofía, María y Amelia en la secundaria, abrazadas en lo que parecía ser una fiesta navideña; María y Mia de espaldas y asomándose por debajo de sus piernas… esas eran la clase de tonterías que solo esas dos juntas eran capaces de hacer, supuse que la foto la había tomado Sof, e imaginaba su cara de fastidio por tener que aguantar a sus dos amigas infantiles. El cumpleaños 22 de Amelia, con la cara llena de pastel y todas las chicas riéndose de ella. Mia y Sofía con bata blanca y muy formales en el hospital. Una noche de chicas donde se les notaban a todas unas copas de más… una foto que yo no sabía que existía, de mí y Amelia besándonos de incógnito en el pasillo del departamento. Fotos de Sofía y María, de Amelia y Sofía, de Mia y Marie, de mi embarazo. La típica foto de embarazada, donde salía yo abrazándome la panza y Mia atrás de mi abrazándome…

-Nunca había visto la foto del beso- voltee a mis espaldas y estaba Mia apoyando su barbilla en mi hombro, y con una sonrisa cómplice.

-Hola-

-Hola-

-Tardaste mucho…-

-Aún no era tiempo-

-Te vi el día de la boda...-

-No me lo podía perder por nada del mundo-

-Cumpliste tu palabra-

-¿Me sentiste, verdad?-

-Todos los días- se acercó y me dio un beso en la mejilla -¿Qué? ¿Ya no me besas bien por estar arrugadita?-

-Tonta- se colocó frente a mí, se agachó hasta quedar a mi altura, me beso en los labios y pude sentirla. Sentí su calidez contra mis labios, esos besos que tanto había extrañado, que tanto amaba. –para mí siempre serás hermosa-

-¿Ya es tiempo?-

-Sí, Ginebra-

-¿Y Alex?-

-El estará bien, ahora nos tendrá a ambas para cuidarlo.- se paró, dio un paso y me tendió la mano.

-Andando, nena. Que aún queda mucho camino- no tenía miedo, ella estaba conmigo, y al fin, después de tantos años podía verla y sentirla. Yo estaba llena de paz. Le di la mano y no tuve problemas para ponerme de pie, los huesos no me dolían y por el contrario, me sentía joven. –Mírate- vi mis manos y las arrugas y manchas habían desaparecido, en vez de eso, mis manos jóvenes estaban frente a mí. Tomé su mano y sin mirar atrás caminé hacia lo desconocido pero que, si era a su lado, estaría encantada de conocer.

FIN

 

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Mil gracias por leerme. Como les habia comentado antes, esta es una reedicion, y junto con este tengo otros proyectos que me gustaria publicar, solo que los demas estan inconclusos. Espero pronto poder traerles otra historia que los cautive, espero yo, aun mas que esta.

saludos desde Mexico

Hel

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