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La chica de la armadura de arcilla (7)

en Lésbicos

Alexandra abrazó a Helena por un largo lapso de tiempo, teniendo como testigo a aquella luminosa roca que, mientras la princesa no la soltara, no pararía de brillar.

Ya cuando quisieron dormir, Alex depositó la estrella en una pequeño costalito de cuero (de esta forma ya no despediría tan cegadora y hermosa luz; al no estar en contacto con su cuerpo) y lo ató al cinturón de su vestido, y  entregándose al Dios de los sueños de aquella lejana tierra, durmió aferrada al cuerpo de la mujer que más la amaba.

Ése día le tocaba a la princesa recoger la leña para la fogata. Por lo que, tranquilamente, recorrió la Riviera en busca de ramas secas. Pero de pronto, se detuvo ante aquella imagen que la dejó fascinada… Era Helena; pero no una Helena peleando contra un dragón, ni una Helena durmiendo, ni cazando, ni cortando fruta. Era Helena bañándose en aquel río.

Alexandra (nada tonta) quiso tomar un buen lugar para presenciar cómodamente aquel precioso espectáculo. Se ocultó tras un árbol.

Era espectacular todo lo que la caballero ocultaba tras esa holgada y raída ropa que usaba normalmente (no porque no le gustara vestir bien, simplemente porque era cómoda). Un par de pantaloncillos por debajo de la rodilla, y una blusa con botones y sin mangas que en su tiempo fue blanca, eran los encargados de opacar aquel cuerpo. Que ahora, solo llevaba el traje de la desnudes (y debo decir, que le sentaba muy bien).

En ese momento estaba lavando su cabello con una mezcla de distintas hiervas selváticas. Tenia la cabeza hacia atrás dejando ver un cuello esbelto y con una cuantas venas marcadas que a Alex se le antojo besar, sus brazos fuertes y desnudos trataban de escurrir su cabello, y al tenerlos levantados, ese par perfecto de pechos se elevaba por encima de su limite normal; eran redondos, grandes, con una piel suave (al menos eso podía imaginar Alex) de un tono aun más blanco que el resto de su anatomía, no eran duros sino suaves… besables, y por ultimo (al menos de esa parte de su cuerpo) estaban coronados por un par de círculos rosa pálido… erectos por el contacto del viento sobre la mojada piel. Y al ver eso (solo esto, pues la estaba analizando poco a poco) Alexandra comenzó a sentir un calor muy familiar que tenía su epicentro en su entrepierna.

Bajó un poco más la mirada para encontrarse con un abdomen perfecto y una cintura marcada.  Un huequito en medio de ese valle, y a los costados un par de canales en diagonal que nacían en su bien formada cadera y desembocaban en lo que sería la perdición del propio espectador.

Y bajó más. Un monte que a la princesa le dieron ganas de escalar; una grieta en medio de ese monte, que aunque diera un poco de miedo por su oscuridad… se decía que se encontraban preciosos tesoros dentro; un par de esculturales columnas que sostenían a ese monumento de mujer y parecían haber sido labradas a mano por la misma diosa de la belleza (aunque posiblemente ésta se sintiera celosa de su creación). Y lo demás, que no era mucho, estaba bajo esas afortunadas aguas.

Alexandra se volvería loca de un momento a otro. Pensó que moriría consumida por ese calor que aumentaba cada que recorría con sus ojos aquella visión. Su cuerpo reclamaba aquella estatua, su corazón le decía, a golpes, que fuera hacia allá. Si, aquella princesa deseaba poseer el cuerpo de su caballero (no del “poseer” de querer tener un cuerpo así, pues la princesa estaba aun mejor; sino del “poseer” de tenerlo entre sus brazos, entre sus manos, entre sus labios…)

La princesa, sufriendo de esa pirosis en la región hipogástrica y un poco más abajo, se armó de valor y salió de su escondite. Caminó lentamente hacia  la despistada joven que aun no se percataba de que estaba siendo observada por su amada.

Helena se trataba de enjuagar esa mezcla del cabello, pero por más que trataba no lo conseguía. Estaba segura de que jamás volvería a usarla, no serbia y comenzaba a arderle un poco.  Nuestra joven caballero, al tener su cabello como centro de atención, no notó la presencia de su boquiabierta princesa. Y no fue hasta que la tuvo enfrente, y sintió esa mirada, que abrió los ojos.

-Alex…- Era tal la impresión de ver a sus sueños más prohibidos hacerse realidad que no pudo gritar. Sus manos cayeron pesadas a sus costados y por poco y se cae ella… Nadie jamás la había visto desnuda (esta por demás decir que el color de nuestra protagonista había cambiado de un blanco a un rojo en menos de tres segundos)

-eres hermosa- susurro sensualmente Alex, con el agua del río hasta las rodillas.

-¿Qué haces?- y se cubrió los pechos con los brazos.

-déjame verte- y se acerco más

Los ojos de Helena estaban tan abiertos como sus fosas nasales, pues había parado de respirar.

-por favor- y toco el antebrazo de la temerosa joven para indicarle que lo retirara.

Obedientemente, Helena bajó ambos brazos, mostrando en plenitud aquellas curvas de las que jamás, hasta ahora, se había sentido orgullosa. Si, Hel también disfrutaba con la idea de que su cuerpo fuera del agrado de su princesa.

Y entonces… los mejores amigos y eternos acompañantes del amor, hicieron acto de presencia en aquel río. ¿Sus nombres? Déjenme presentarles a Deseo y a Pasión.

Alexandra se acercó poco a poco a Helena; sin dejar de ver sus labios, esos labios que deseaba tanto. Cuando estuvo frente a ella, sin ni un centímetro que las separase, incluso con sus pechos rozando con los suyos, la tomó de la cintura con el brazo derecho; mientras que su mano libre la posaba delicadamente en aquel hermoso y aterrado rostro.

-no tengas miedo- le susurro; y acariciaba aquella tersa faz –no te haré daño- y planto en sus labios eso que sería su primer beso.

El mundo entero desapareció (muy clásico, lo se, pero eso es lo que describe el sentimiento del primer beso con la persona amada ¿o no?). Nada más le importó a Helena, solo estaban ella y su adorada princesa. Tras tanto esfuerzo y dolor a lo largo de su vida, al fin sentía que todo había tenido una razón de ser; que de no haber ocurrido todo aquello, ese momento tan especial no estaría pasando. Y entonces, Hel supo que todo había valido la pena; y que, de tener la oportunidad de regresar el tiempo, volvería a tomar las mismas decisiones.

Sus labios danzaban al mismo ritmo: aquel que marcaba Pasión; mientras que sus miradas, cuando se encontraban, eran inspiradas por Deseo.

Ese par de hermosas jóvenes simplemente se entregaron a lo que diferentes partes de su cuerpo les dictaban.

Helena rodeó el cuello de su apasionada atacante con los brazos, y ésta, a su vez, la tomó aun más fuerte de la cintura. Pero Hel estaba en desventaja; por lo que decidió emparejar las cosas y comenzó a desnudarla…

Se separó solo un poco de la princesa y sumergió  sus manos en el agua para poder alcanzar la parte interior del vestido. Lo tomó y lo subió poco a poco; viendo con lujuria como su amada Alexandra quedaba sin nada que se interpusiera entre esas dos ardientes pieles, mas que unos centímetros de viento.

Cuando aquel blanco vestido tocó el agua, las manos de Helena ya se habían posado sobre esa cadera, y, con un poco de fuerza, atraían a la dueña de esas curvas hacia su propio cuerpo.

Al momento de que ambas pieles entraron en contacto el río se evaporó. Eso era lo que provocaba tanto calor que se generaba en el corazón de una de ellas y, para las dos, fluía hacia sus partes más íntimas.

Helena cargó a Alex, y esta enrolló sus muslos alrededor de la cintura de su caballero. Hel la llevó hacia la orilla de aquel río, la acostó sobre la arena negra y se colocó encima de ella… en medio de sus piernas; esos tersos muslos que le daban la bienvenida a la deseosa caballero.

Alexandra le estaba dando gusto a sus más profundos deseos al poder acariciar libremente la piel de ésa mujer. Recorrió con sus manos todo lo largo de su espalda, usando sus uñas para presentarse  con cada uno de sus músculos y terminaciones nerviosas, cuando sació su gusto por aquella espalda, bajó… encontrándose con un par de aterciopeladas y duras colinas que eran divididas, justo por la mitad, por una abertura que custodiaba el más prohibido de los tesoros. Y su viaje fue interrumpido por un sonido que perturbo la paz de aquella selva, lo más sorprendente era que provenía de su misma garganta… era ella, y estaba gimiendo.

Ese gutural sonido fue la  confirmación de que esos besos en el cuello, con lo que estaba atacando a la princesa, estaban surtiendo el efecto deseado. Paseó sus sedientas manos por los delgados costados de la princesa sintiendo varios levantamientos que no deberían estar ahí, por lo que se separo un poco para poder ver bien el cuerpo que tenia en sus manos.

-¿Qué te pasó mi princesa?- dijo la consternada Helena al ver como el perfecto y escultural cuerpo de su adorada Alex estaba marcado por múltiples cicatrices.

- son marcas que dejan las experiencias- explicó con paciencia.

-¿Quién te las hizo?- y la voz de Hel se tornó, una vez más, un siseo que contenía una tremenda rabia contra aquel que había osado herir a la razón de su existir.

-bueno, esta que vez aquí- y señalo su pecho izquierdo a la altura de donde estaba ese corazón que, con su simple latir, mantenía viva a Hel. – me la hizo Gayu, una princesa de mi pueblo, la primera chica de quien me enamoré. Esta de acá- y señaló su abdomen – me la hizo kat, una princesa que venia de muy lejos. Y… esta de acá- señalo justo en medio de su pecho, una delgada, larga y aun muy roja, línea que recorría su esternón. Y dijo con tristeza. – Me la hizo Alessia- (y quedaron aun muchas cicatrices más que la princesa no explicó).

Helena sintió su piel hervir una vez más. La diferencia, era que ahora sucedía por algo malo… la ira que la dominaba en ese momento.

-Hey, tranquila. Estas marcas solo indican que he vivido mucho y que he aprendido mucho. No es nada malo.-

-te lastimaron- dijo Hel con esa voz que daba miedo.

-pero sané. Lo vez- y se toco todas las marcas- ya no duelen. Ya cerraron-

-pero marcaron tu cuerpo-

-pero aprendí de ellas-

-pero una marca nunca se quita-

-eso es aun mejor. De esa forma puedo verlas constantemente y jamás olvidar como fue que ocurrieron. Y así, estoy segura de que nunca volveré a cometer esos errores-

-mi princesa… deberías ser tu quien fuera caballero. Tu eres quien mucho más valiente que yo, tu te has librado por ti misma de muchísimas situaciones de peligro, tu eres quien porta todas esas heridas de guerra… tu eres quien me ha salvado a mi -.

-No Hel, tu también eres muy fuerte- y acarició el rostro de la consternada caballero.

Helena inclino su rostro y besó la marca de Gayu. Besó la marca de Kat. Y, con mucho dolor, besó la marca de Alessia. No si antes jurar, para sus adentros, que ella moriría antes de lastimar a aquella preciosa y sumamente fuerte mujer.

-hazme tuya- dijo Alex. Y Hel obedeció.

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