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La chica de la armadura de arcilla (8)

en Lésbicos

Tras ésa, su primera noche. La relación entre Alexandra y Helena, al fin, comenzó a ir viento en popa.

Helena le había entregado todo a Alexandra, su alma, su cuerpo, su todo. Ningún hombre la había tocado antes, ninguna mujer tampoco. Helena simplemente se dejo llevar por eso que le dictaba su corazón;   y éste le decía que se entregara. Ella lo hizo por decisión propia y sin presiones… lo hizo por amor.

Poco a poco, al pasar de los días y meses,  Alexandra comenzó a descubrir a esa chica un poco torpe con quien pasaba los días enteros. La empezó a ver de distinta manera. Ya no era la chica que la amaba locamente, ya no era su caballero, ya no era su amiga… era… era algo que ni siquiera ella lo sabia,

“Yo te voy a  enamorar” Le había confesado Hel a Alex un día, y desde entonces no paró de decírselo. “yo te voy a enamorar” esa frase resonaba en la cabeza de nuestra confundida princesa… “yo te voy a enamorar”… -creo que lo lograste- dijo para si misma.

La caballero no tardó mucho en notar que su princesa le daba un trato diferente. Ya no era fría y distante, ya no era como antes cuando se respiraba un “solo amigas”. No, ahora ella misma notaba algo más. Ése tono de voz de Alex cuando decía su nombre, ésas miradas que de repente la sorprendía lanzándole, ésas caricias distintas, ésos abrazos, ésas preocupaciones…  Y así, Hel se dio cuenta de que había logrado su cometido.

Una fría noche de diciembre, cuando las dos mujeres estaban junto a la fogata, bajo las mantas, y muy abrazadas; tras un día en el que Helena se había divertido gastándole bromas a la paciente princesa, Alex dijo: -¿sabes que es lo bueno de que te hallas pasado el día molestándome y jugándome bromas?-

Hel estaba recargada en el pecho de Alex. Así como ella siempre la acogía entre sus brazos, ahora ella la era quien protegía a la traviesa caballero.

-¿Qué puedo ver como te enojas y reírme de ello?-

-no- y rio – lo bueno es que de esa forma, si te pregunto ¿quieres ser mi novia? Y me contestas que no, podré alegar que era solo una broma- y le dio un beso en la frente a la sorprendida joven.

-¡SI! Si, si, si, si, si. ¡Si quiero ser tu novia!- y se le lanzó encima devorándola con los más tiernos de los besos –pero espera…- se retiro abruptamente - ¿Cómo se que no te iras con Alessia?¿que esto es real? ¿Qué no me lastimaras de nuevo?-

-porque lo que siento por ti ha cambiado Hel; no puedo decirte en este momento un “te amo” porque entonces estaría mintiéndote; pero puedo decirte que, así como vamos, muy pronto tus oídos escucharan eso. Aparte, te quiero demasiado, y no te haré daño- y la princesa deposito, con un beso, su alma en manos de la radiantemente feliz Helena.

-Yo te voy a enamorar-

Y así, tras mil esfuerzos, dos mil lagrimas, y tres mil noches en vela, la princesa y la caballero, pese a todos esos estigmas sociales que decían que una princesa tenia que estar con alguien igual, iniciaron una relación.

Esos días Helena era la viva imagen de la felicidad. Todas las hadas del bosque (tenia que haber hadas en este cuento) notaban que la caballero estaba enamorada y, sobre todo, que al fin era correspondida. Y había una en especial a quien le agradaba esa relación. Era el hada madrina de Alexandra, una joven, tierna y hermosa hadita que siempre sacaba a Alexandra de los problemas en los que se metía. Hel nunca la conoció, pero aun así le pidió permiso para poder estar su princesa. Y esta, dándole la bendición con polvos mágicos, le otorgó el anhelado permiso.

Ése, se podría decir, fue el máximo esplendor de aquel reino antiguamente encantado. Pues se había roto por completo la maldición. El cielo era azul, las aguas del río eran azul turquesa, el sol aluzaba los rincones sombríos de la selva, los frutos eran dulces, los animales disfrutaban de su vida plenamente; todo mientras el par de jóvenes amantes se deleitaba en su recién estrenada relación.

Así pasaron días de felicidad, cada uno mucho mejor que el anterior. Dormían juntas y despertaban envueltas por los brazos de su amada, jugaban en el río, continuaban su camino (ya muy cerca de llegar a Torregole); y entre risas, bromas, abrazos, besos y caricias… ése amor inició.

Una noche, la noche más feliz que la caballero viviría en su vida, Alex le dijo algo: - Te amo-

-Alex no juegues con eso, te dije que no lo dijeras si no lo sentías en realidad. Amor yo no te presiono a que me lo digas; si no lo quieres hacer por mi esta bien. Hazlo cuando te sientas lista-

Su princesa la tomo de la barbilla y la hizo que la mirara directo a los ojos.

-Te amo- y Helena fue feliz, muy feliz.

Esa noche, las jóvenes amantes se entregaron la una a la otra por igual… al cien por ciento.

Hel se colocó sobre su princesa con la mayor de las delicadezas para no lastimarla, lo último que deseaba era hacerle daño. La besó lentamente, disfrutando cada centímetro y cada rincón de la boca de su amada, como si quisiera saborear ese “te amo” que había esperado por tanto tiempo. La besó hasta el cansancio y Alex le correspondió, movieron sus labios al son que sus corazones les marcaban, como si se tratara de las más dulce de las danzas.

Alexandra retiró poco a poco la camisa de Helena; dejándola así completamente desnuda de la cintura hacia arriba, pudiendo apreciar la magnifica vista que le brindaba su amada caballero. Tomó sus pechos entre sus delicadas manos, los masajeó, los besó, los probó, los mordió, hasta que puso percibir como esas pequeñas bolitas rosadas reaccionaban a su contacto irguiéndose, como si pidieran más, como si reclamaran que jamás se detuviera. Y Helena, ligeramente sentada sobre el abdomen de Alex… disfrutó de las tan ansiadas caricias.

La hirviente princesa despojó a Hel de sus últimas prendas, ésas que le impedían quedar totalmente desnuda. Y, tumbándola con un gesto juguetón, se colocó sobre ella.

Era una fría noche enero… pero ninguna oscuridad y ningún clima, por extremo que éste fuera, podría apagar ese amor que se estaba profesando con sus cuerpos.

Hel cogió el blanco vestido de la princesa y lo elevó por encima de su cabeza haciendo que ésta levantara los brazos, para así, quedar las dos completamente desnudas, piel con piel, alma con alma, corazón con corazón. Tiró el vestido a su lado y  de ese pequeño saco, que la princesa llevaba siempre a la cintura, calló un pedazo de cielo que tocó la pantorrilla de su propietaria, para asi, comenzar a brillar; alumbrando  aquel acto de amor verdadero.

La caballero disfrutaba de sobre manera al ver a su amada sobre ella y sin nada que se interpusiera entre el viento de ese lugar y la piel de esa mujer. Ese par perfecto de pequeños, erizados y duros pechos, esa cintura, ese abdomen, ese cuello… esa entrepierna.

Las manos de las apasionadas jóvenes recorrieron y conquistaron cada lugar del cuerpo de la otra, convirtiendo, con sus caricias, cada espacio en la más placentera de las zonas erógenas.

Alex devoró los pechos de su novia (se sentía bien llamarla así), ésta enterró sus dedos en los rubios rizos que tenia frente a ella; Hel dirigió su mano derecha hacia aquel sureño monte y lo conquistó con dos de sus dedos, adentrándose en aquella línea físicamente poco profunda, haciendo círculos concéntricos con éstos, alrededor de aquel pequeño botón… rozándolo, acariciándolo, haciéndolo suyo; y su princesa comenzó a lanzar aquellos cantos de una sola vocal que elevaban aun más aquel calor que consumía a quien los provocaba.

Ahora fue Helena quien tumbo sobre su espalda a la extasiada mujer.  Con toda la delicadeza posible, como si de la más frágil de las estatuas de cristal se tratase, separó los muslos de su princesa. Se situó justo frente a la parte más intima de Alex y beso ese placentero lugar con devoción.

Ese beso se tornó más y más apasionado. Introducía aquel musculo, el más móvil de todo el cuerpo, en esa pequeña cueva, causándole a la propietaria un sinfín de sensaciones que hacían que moviera sus caderas a un ritmo muy sensual. Lamió ese botón, el botón que detonaba aquella bomba nuclear.

Conforme el vaivén de la cadera de Alexandra aumentaba, Helena hacía más rápido el ritmo de sus movimientos; provocando así que, en poco tiempo, todos y cada uno de los músculos de aquella excitada princesa se contrajesen en el más potente de los orgasmos.

Aquella mujer cerró los ojos tratando de calmar su desbocado corazón, mientras que su mujer gateaba hacia ella y se recostaba sobre su pecho. “¡Cuanto la amo!” pensaron las dos al mismo tiempo; sincronizando sus corazones.

Cuando Alex logró controlar su frecuencia cardiaca y respiratoria quiso devolver el favor a su caballero; por lo que la movió hacia un lado para que quedara boca arriba en la tierra y ella sobre su mujer.  Besó sus labios con pasión; notando en el sabor de la boca de Helena “algo” más, aparte de esa esencia de amor y pasión que ésta despedía, probó su propio sabor. La princesa llevó sus dedos hacia la hendidura de la caballero y la tocó, la acarició… y con cada caricia Hel subía un nivel en los escalones hacia el cielo. Sus dedos se empapaban con aquel pasional elixir que emanaba Helena y, al notar que su novia estaba en el grado máximo de placer, Alexandra introdujo su dedo índice, que llevaba tiempo acariciando los bordes de esa cueva jamás explorada, en la vagina de Helena; en un principio fue solo la primera falange de su dedo, por lo que Hel no sintió mucho, pero después de que lo fue metiendo poco a poco, la caballero hizo una mueca de evidente dolor.

-¿te lastime?- dijo Alex con una voz muy preocupada, a la vez que detenía el trayecto de ese dedo.

-no, continua… quiero que tú seas la primera-

Y con esas palabras la princesa comprendió que ella era la descubridora de ese nuevo mundo, que era la primera en tocar a esa mujer, la primera en hacerla suya. Y con mucho cuidado, y el doble de amor, siguió penetrando a la valiente Helena.

La, ya no tan virginal, chica, clavó sus dedos en la espalda de su asaltante… su amada asaltante; y trato de no quejarse por ese dolor que estaba sintiendo. Pronto Alexandra terminó de profanar ese pequeño agujerito y al sacar su dedo, pudo ver un poco de sangre en este. Se inclinó para besar el vientre de la jadeante joven y después bajó hacia su botón. Y con toda la dulzura posible, lo hizo suyo mientras repetía el anterior proceso; ahora con más placer que dolor por parte de Hel.

La caballero no tardó en olvidar aquella molestia y empezó a disfrutar como nunca lo había hecho. Los dedos de su princesa estimulaban ese punto, autor de los mejores orgasmos de todas las mujeres, provocando la más placentera e intensa sensación que su novia había podido sentir. Era tanto aquel éxtasis que estaba experimentando que no tardó en abrirse camino, por en medio de sus piernas, un pequeño río de fluidos femeninos.

-te amo- dijo en un suspiro la desfallecida Helena

-yo también te amo-

-¿en serio me amas?

-si-

-¿Qué tanto? –

-mmm del suelo a mis rodillas- contestó la princesa en evidente broma, haciendo que su caballero soltara una carcajada.

-Pues yo no te puedo decir que te amo de aquí a esa estrella- y señalo una muy brillante- pues aquí mismo tenemos una- le dio un tierno beso y señalo aquel obsequio que aun seguía brillando- tampoco te puedo decir que te amo hasta el infinito, porque nadie sabe donde termina el infinito y eso seria algo subjetivo. Pero te puedo decir que te amo hasta la estrella más lejana de nosotras (MACS0647, nació 420 millones de años tras el Big Bang, por lo que su luz ha viajado 13.300 billones de años hasta encontrarse con la Tierra).

-valla, entonces me amas mucho- y se besaron.

Y esa noche, sus cuerpos se unieron, sus corazones se sincronizaron… y sus almas, sus almas se hicieron una sola.

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Días después, al fin llegaron a Torregole. 

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