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Crónicas de una imaginación peligrosa (3)

en Lésbicos

La firma de libros término, Nat, Isaak, su representante y Ofelia, se fueron a casa.

-Son las ocho, creo que si nos apuramos aún alcanzamos el siguiente vuelo…-

-¿Vuelo?- interrumpió Natalie- ¿A dónde vamos o que?-

-Pues… a tu casa ¿No?... tu sabes… Irlanda… - Decía mientras subían al auto negro y lujoso que la llevaría a su destino.

-Jaja Si vamos a mi casa, pero no a Irlanda. Esa es solo la finca donde descanso; yo y Gustave vivimos en un departamento cerca de Westminster, en Kensington.  A mi casa, por favor, Theodore- Le dijo al chofer de avanzada edad, que por alguna razón siempre le había recordado a un cochero de 1800.

Durante todo el camino, Ofelia no paró de hablar; de  lo bonito que era todo, de los edificios antiguos, de lo bien que había estado en la entrevista; de todo habló, menos de lo rara que estaba Natalie en esos momentos; fría, ausente, con el ceño fruncido y la mandíbula apretada de la misma forma que sus puños.

Quería gritarle que se callara, que la dejara pensar. Comenzaba a darse cuenta de que Ofelia tenía muchos detalles molestos en ella… tal vez se había precipitado…

-Vaya, es muy bonito ¿En qué piso vives?- Preguntaba Ofe, sacándola de sus pensamientos, al llegar a la entrada.

-En los tres últimos. Vamos, pasa- le dijo, lo más cordial que pudo, mientras bajaba del auto por su lado.

Pero, como si de una conspiración del universo se tratara, una muy diabólica y sarcástica, debo decir; su madre estaba sentada en el hall, ante su puerta, cuando se abrió el ascensor.

-Madre…- y su quijada cayó al suelo haciéndose añicos.

-Natalie- cómo odiaba ese tono despectivo y refinado con el que pronunciaba su nombre -Querida ¿No te alegras de ver a tu madre?-

-Por supuesto, madre- he hizo uso de toda su hipocresía que traía consigo en ese momento, mientras se acercaba a darle un abrazo muy político.

-Querida, me alegro de tenerte aquí, hacía mucho que no te veía. Linda, te ves más… delgada. Deberías comer un poco, tal vez si ganaras peso podrías darme un nieto…- Tiró el primer golpe; por fortuna, no acertó en el blanco.

-Madre, sabes perfectamente que no es por eso- Interrumpió. Claro, era porque tenia muchísimo cuidado de que las células de Gus no tocaran las suyas.

-En fin- Se dio la vuelta y caminó hacia la puerta de entrada - Tu padre llegará pronto, fue con Juliane a cerrar un trato… - Pero, la ley de Murphy hizo de las suyas, y notó la presencia de la atractiva joven parada detrás de su hija… -¿Quien es ella?- dijo de manera casi acusatoria.

-Madre, ella es Ofelia. Es una amiga mexicana- En el momento en que dijo eso, se colgó vacilantemente de la “i” de tan inocente palabra; percatándose de que, según sus ojos, para su madre no resultaba tan inocente.

-¿Y Gustave, tu esposo?- He hizo énfasis en el “tu” y uno más disimulado en la “o” de “esposo”.

-Sigue trabajando, se quedó en México-

-¿Y tu amiga es alguna clase de… souvenir?-

-¡Madre!- “¡Dios! ¿Porque la tierra no se abre cuando lo necesitas?”

El candil de cristal que colgaba sobre ellas, comenzó a moverse estrepitosamente, mientras todo a su alrededor lo imitaba.

-¡¿Qué rayos?! ¿Es un temblor?- dijo una muy aterrada Ofelia, sujetándose al brazo de la causante.

“¡Era broma! ¡Era broma! No tiembla. Todo está muy tranquilo. No pasa nada”.

Y tan de repente como empezó, terminó el pseudo terremoto.

-Como sea, ¿No me invitaras a pasar?- retomó su madre, como si nada hubiera pasado. Y en ese momento Nat hubiera querido contestar con un muy fuerte “si”.

-Claro, pasa madre- Pero, para molestarla, dejó pasar primero a la desubicada chica.

-Wow, es precioso, y ¡enorme!-

-Apuesto a que es la primera vez que ves una casa decente- y ese leve golpe a la mandíbula desató la ira de la mujer.

-¿Disculpe? - “maldición…” Si, ahora venía su defensa - Mire, Señora- dijo en perfecto inglés -Sé que la relación con su hija no es la mejor que existe, y sé lo que pasó por su mente cuando me vio a su lado; y una parte de mi entiende su reacción, pero no permitiré que me falte al respeto. Soy un ser humano, y por esa sola razón, merezco que me trate dignamente. Por favor, demuestre la clase que aparenta tener y no sea tan… - Se detuvo un momento para tomar aire y pensar en el adjetivo que diría a continuación, sabiendo de sobremanera que en esa palabra residiría el curso de aquel momento -Irrespetuosa- eligió finalmente, quedándose corta con lo que deseaba decir, pero dándole un merecido knockout.

 

 

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-

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-

“¿Has tenido la sensación de que eres observada? Esa forma en la que los cabellos de tu nuca te dicen que algo anda mal; que hay alguien ahí, alguien o algo que simboliza un cierto peligro. Una amenaza que acecha en la oscuridad de esa habitación a la que tienes que entrar, entre las sombras, y que, por más que tus ojos tratan de adaptarse a la falta de luz, no logran distinguir silueta alguna… Pero saber que esta ahí, saber que te ve y que él no tiene problema alguno con adaptar sus ojos.

Pero tienes que prender la luz, tu dedo tiene que presionar ese botón que de repente toma un significado mayúsculo. Y entonces vienen a tu mente todas esas preguntas; mientras cada célula de tu cuerpo continua con su advertencia, ¿Qué pasará si la prendo? ¿Y si mejor no lo hago? Pero esa parte ligeramente suicida o pseudovaliente te forza a hacerlo, te dice que tienes que ir a recoger aquello ¿Qué es? Pero no quieres saber ¿Donde esta? y tus ojos se mueven instintivamente hacia el rincón más oscuro; luego hacia el sofá o hacia la cama, tal vez a la silla ¿Te espera sentado?... Y por último, ese instinto te grita que corras, que no es seguro, te señala como por instinto tu costado; ese lugar al que no volteaste al entrar al que diste por sentado tal vez por rutina, justo el lugar  donde se encuentra el encendedor de la luz… Lo sientes, sabes que esta ahí a tu lado; y de pronto las preguntas son otras ¿Serás mas rápida que él? ¿Al encender la luz desaparecerá  y habrá sido solo tus nervios? Y la peor pregunta, esa que  ya había pasado por tu cabeza y habías ignorado, regresa ¿Qué es? ¿Quién es?  ¿Un “qué” o un “quién”? ¿Qué será peor?...

Pero al final, el coraje vence, como siempre, y con un torpe y rápido movimiento le das un manotazo al botón y todo se enciende, el color regresa, el rincón está vacío, el sofá también, la cama también, la silla también, y a tu lado… a tu lado se encuentra él.”

Con ese punto y seguido, Natalie terminó la hoja que escribía.

Había sido una semana tensa desde la llegada de su madre, y si a eso se le sumaban las constantes discusiones entre su progenitora y Ofelia, el ambiente se convertía en algo tan tenso que casi se podía cortar con un cuchillo. Era por eso, que ahora, en la oficina de Gustave -pues la suya era constantemente invadida por su madre- se desahogaba escribiendo algo crudo, violento y con sangre; algo que liberara al menos un poco de la presión que el par de mujeres generaba a su alrededor.

Se suponía que la madre de Natalie solo estaba de visita por unas horas, pero al ver que Ofelia era una invitada “a dormir” decidió autoinvitarse a hacer lo mismo. Desde ese día, las discusiones entre las féminas habían aumentado de grado. A veces por una mirada pícara que las descubria lanzándose y se encargaba de apagar, otras por la forma en que la mexicana comía su cereal o la manera en la que servía el whisky; el punto era que la Sra. Adams buscaba cualquier pretexto para incomodar lo suficiente a Ofelia como para ocasionar su partida. Por otro lado, no había día que no llamara a Gustave para preguntarle la fecha de su regreso y mantenerlo al tanto de que su mujer estaba bajo el mismo techo que una “jovencita de dudosa reputación”; cosas a las que Gus solo contestaba con frases conciliadoras y trataba de calmar a la mujer. Él no sabia de la condición de su esposa, pero se veía obligado a hacer, era la actitud de su influyente suegra.

Era de noche, y Nat presiono la tecla más grande del teclado para brincar de página, pues considero que un punto y aparte le daría más tensión al momento.

En el piso de abajo, Ofelia intentaba conciliar el sueño en la habitación de huéspedes. Estaba segura de que esa noche no podría pegar los ojos por los fuertes ruidos de la lluvia contra el vidrio del cuarto. El constante y agitado repiqueteo le inquietaba desde pequeña, y los truenos no ayudaban en nada. Si no estuviera aquella mujer bajo el mismo techo, correría a los brazos de Natalie. Se consideraba una mujer fuerte, pero aquellos estruendosos sonidos aludían a sus miedos infantiles, y eso no ayudaba mucho en mantener una posición segura y madura. Aparte de la tormenta que azotaba a Londres aquella noche, a su conciencia también llegaba la reciente actitud de la pelirroja; intentaba adjudicar su nueva y cortante actitud a su madre presente, pero algo en ella le decía que era algo más, y que su mama no tenía todo que ver. Aquella noche, Ofelia añoraba su país, sus cosas, su cama.

Por otra parte, la mujer que trajo al mundo a nuestra protagonista, se servía una copa de vino en la cocina mientras pensaba en lo mucho que reclamaría al instituto sueco por la “falsa curación” de su hija… o tal vez no era lesbiana, tal vez la guapa morena no era más que su amiga, tal vez… solo les habían quitado varios millones y su hija continuaba siendo una maldita lesbiana que engañaba a su marido importando una puta de un país tercermundista.  Y la mayor parte de ella creía en esa opción. Ahora su misión era proteger a su hija de esa escoria, porque en su mente era eso lo que pensaba, que la estaba protegiendo, a ella y a sus millones. En definitiva tenía que hacer que su yerno regresara a como diera lugar. La última vez que lo había llamado, le había dicho que intentaría llegar pronto. Clamaba porque así fuera.

Terminó su copa y la volvió a llenar del, irónicamente, seco líquido.

“Sus fríos, calculadores y astutos ojos se clavan en los tuyos y sientes como si de repente por tus venas corriera hielo y no sangre, como si tus pies se clavaron al piso y tus pulmones fueran de piedra. Te falta la respiración y aun no ha pasado ni medio segundo.

Te mira y pareciera que pudiera ver tu alma, que pudiera ver tu miedo; por un momento crees estar segura de que puede escuchar el fortísimo bombear de tu corazón. Su boca se retuerce en una línea curva cargada hacia la derecha, está sonriendo, tu rostro lleno de pánico le da placer, se excita pensando en lo que te hará, en lo mucho que gritaras; y de pronto siente que casi puede oírse clamar piedad mientras tu  blanda carne cede ante él. Y si, puedes ver sus pensamientos reflejados en la mórbida sonrisa que te estremece; y aun no se cumple el segundo”                                                                            

La Sra. Stephanie Adams, ya con unas copas de más encima, dejó la botella vacía en la mesa; con la última copa en la mano y dando tumbos, se dispuso a ir hacia su cama.

Ofelia iba cerrando poco a poco sus ojos porque Morfeo, finalmente, estaba ganando la lucha con sus párpados, cuando de pronto, en toda la casa se escuchó un estremecedor y enervante  grito de terror. Unas pisadas se escucharon llegar rápidamente a la puerta de la habitación de la chica e igual de rápido abrieron y cerraron con seguro la puerta; era Natalie que, con un blanco malsano en su rostro, corría hacia su cama para cubrirle la boca y contener el grito que Ofelia estaba a punto de dar.

-Shh… Hay alguien más en casa- y le quitó poco a poco la mano de la boca

-¿Llamaste a la policía?- dijo en un susurro que incluso Nat batallo en entender

-Sinceramente no creo que resulte…- una inmensa vergüenza pasó por su rostro y le hizo agachar la cabeza

-Maldita sea Nat ¡Llámalos!- pero su amiga no parecía moverse. Irritada, tomó su celular del buró solo para comprobar que, aunque había señal, en la oficina de policía no contestaban; las líneas estaban saturadas.

-¿Y tu madre? tenemos que ayudarla- irónico que fuera Ofelia quien dijera eso, y no la hija de la aludida-

-¿Qué rayos quieres que hagamos? ¡Es un tipo enorme…!- quiso detener sus palabras al momento de que salieron por su boca, pero no pudo.

-¿Lo viste?-

-Sí- mintió -Estaba abajo de las escaleras, pero me alcance a esconder.

-Debemos ayudarla… no podemos dejarla solo así. ¡Es tu madre, Nat! ¿que no te preocupa?-

-Claro que sí, pero ¿qué quieres que haga?-

-Armas, necesitamos armas ¿Gustave no tiene una pistola o algo en casa?-

-Sí, pero está en su caja fuerte y solo él tiene la clave-

-Llámalo, tal vez él sí conteste- La chica tomó el celular que le ofrecía Ofelia y marcó los numero. Al otro lado de la línea, parecía que el teléfono timbraba lo más lento posible; y mientras tratan de apresurar los “rings”, escucharon unos pesados pasos sobre el suelo de madera. Había subido al segundo piso, justo donde estaban ellas.

Con la mayor calma posible y haciendo uso de toda su entereza, ambas fueron a ocultarse; una al walk-in closet, en una puerta “secreta” donde deberían ir los vestidos de gala; y otra a la cajonera de madera antigua que estaba a los pies de la cama. Natalie, en el closet, seguía rogando porque su esposo contestara, hasta que, finalmente, y justo cuando las pisadas se detenían afuera de la puerta, contestó.

-¡Hola, amor!- Saludaba con singular alegría

-Gus, hay alguien…- tuvo que callarse, pues escuchó como se abría la puerta y entraba en la habitación

-Nat, ¡Te tengo una sorpresa!- pero Natalie colgó porque se estaba acercando y lograría escuchar los gritos de Gustave-

Aquel silencio sólo fue roto por los pesados pasos. según ubicaba Natalie, dio vueltas a la cama, luego se acercó al walk.in closet, luego entró al baño, una vez más a la cama… y luego salió del cuarto.

La dueña de la casa salió, y asomándose por la rendija de la puerta de su escondite, pudo ver a Ofelia, saliendo de la apretada cajonera; corrió hacia ella.

Solo con señas se indicaron la una a la otra que se encontraban bien, y ambas  fueron a meterse al baño.

-¿Te contestó?-

-Tuve que colgar, me iba a escuchar-

-Necesitamos algo con que defendernos; un bate, un palo, un cuchillo, algo.-

-Los palos de golf de Gus están en el tercer piso, y los cuchillos abajo en la cocina-

-... Tenemos que salir de aquí. ¿Dónde podemos encontrar un policía o alguien que nos ayude?-

-En Hyde Park hay una caseta donde siempre hay vigilancia-

-¿Podemos llegar ahí?-

-Es lejos, al menos lo que equivaldría a cinco o seis cuadras-

-Podemos hacerlo-

-¿Dónde está?- ambas guardaron silencio para ubicar las pisadas

-En la oficina, creo- dijo Nat

-¿Alcanzamos a salir?-

-Si corremos rápido, sí-

-Andando- Ofe, valiente, salió del baño y se colocó al lado de la puerta. Cuando Natalie llegó a su lado, traía consigo un tubo de metal -donde se coloca la cortina del baño- que usaría como arma.

Ambas en la puerta, asustadas y valientes, se vieron a los ojos y encontraron una mirada cálida y reconfortante. Sin más, abrieron la puerta sin hacer ruido y salieron corriendo. Un largo pasillo las esperaba, y a los dos extremos de dicho lugar, unas escaleras se encontraban; por unas era su escapatoria, y por otras su perdición.  

Cuando iban a la mitad de las escaleras, escucharon como los pesados pasos bajaban las escaleras rápidamente; venía tras ellas.

Siguieron corriendo y llegaron al primer piso, encontrándose de frente con una posiblemente muerta Stephany. Nat, viendo a su madre con la frente cubierta de sangre, no pudo evitar detenerse, y Ofelia, al no poder hacer que siguiera huyendo, corrió a la cocina.

Todo pasó muy lento. La joven Adams se agachó, con lágrimas en los ojos, a ver si su madre había muerto por su culpa; aquel hombre, llegó a las escaleras que lo llevarían a su segunda víctima, finalmente ella podía ver su rostro. Ya sin prisas, al verla vulnerable, bajó tranquilamente, meciendo sus voluminosos hombros con cada paso que daba.

Con una alegría oculta, Adams comprobó que su madre seguía viva, pero la felicidad no le duró mucho, pues sus pensamientos se vieron interrumpidos por una pesada manaza que la tomaba fuertemente del hombro, clavando el dedo pulgar en la clavícula y causándole daño. Aquel momento le recordó muchísimo su adolescencia… y con ese recuerdo, más el rostro de aquel hombre, le confirmaban que ella era la culpable de ese momento.

Todo lento. Ofelia salió de la cocina, corrió hacia el hombre y sin más, clavó un cuchillo de muchos centímetros en el hombro de aquel hombre, haciendo que automáticamente soltara a su amada. Con el tipo en el piso y haciendo mucho esfuerzo, entre las dos chicas levantaron a la madre de Natalie Adams del piso y la llevaron consigo al elevador.

La morena estaba en shock y aún en guardia frente a la puerta del elevador, preparada para lanzarse sobre quien quiera que las esperara. Mientras, la pecosa chica no paraba de llorar y repetir “es mi culpa” una y otra vez.

Salieron del edificio, pero ahora Ofelia tenía que cargar a Stephany y arrastrar a una Natalie completamente inutilizada.

Una calle pudo andar, hasta que, agotada y enfurecida tomó a Nat por los hombros y la sacudió para que reaccionara.

-¡YA CALLATE! ¡No es tu culpa que un loco haya entrado a tu casa y nos intentara matar. Son cosas que pasan; deja de sentirte tan especial!- aquello hizo reaccionar a la chica.

-Tu no lo entiendes…- y otro mar de lágrimas empaparon su rostro -Es mi culpa. Yo estaba escribiendo sobre un asesino que entraba a una casa a matar a las mujeres que ahí vivían… Nunca creí que también tomara literal lo que escribo-.

-Debemos seguir caminando ¡Muévete!- y siguieron con el paso veloz por las oscuras y vacías calles. -¿A qué te refieres con eso de “tomar literal”?-

Tal vez fuera el momento de vulnerabilidad en el que se encontraba, o solo el hecho de que estaba harta de mentir; el punto es que durante el camino hacia la caseta de policía, le explicó a Ofelia sobre lo que había sucedido en México… todo lo que la implicaba a ella como manipulada y a Natalie como manipuladora.

La chica del largo cabello negro, no podría creer lo que escuchaba, sonaba completamente irreal; pero por otro lado, algo dentro de ella había encontrado en aquellas palabras una perfecta explicación para sus expeditos sentimientos hacia aquella mujer…

-¿Qué ha pasado? ¿Se encuentran bien?- Salió a su alcance un oficial de policía bastante alarmado, al ver a dos chicas en pijama cargando a una mujer madura ensangrentada.

En ese momento de la vida de nuestra protagonista, se detuvo el slowmotion y, por el contrario, todo comenzó a ocurrir muy rápido; tal vez velocidad normal, pero para ella pareció un parpadear.

Cuando la policía entró a aquel apartamento, encontró a un hombre muerto y a otro gravemente herido. Fue una tragedia total enterarse de que quien perdió la vida había sido el marido de la joven autora, quien, por darle una sorpresa, había llegado sin avisar de un su largo viaje. El herido, el herido era el asesino.

 

 

El día del funeral, muchísimas personas se congregaron en torno al féretro del exitoso y carismático arqueólogo para presentar sus respetos. Los adinerados y destrozados padres del hombre: Taylor y Susan McGrath, lloraban disimuladamente, sentados en una de las sillas plegables que se habían alineado frente al sacerdote anglicano que decía unas palabras de despedida. Stephanie Adams, aun con una gasa en la frente, y su esposo Elliot; quienes estaban al lado de los dolidos padres en señal de apoyo. Multitud de compañeros y amigos Gustave, entre quienes figuraban Albert, Clarice, Lucas y una despampanante mujer que, decían las malas lenguas, había venido desde México al entierro. Incluso, atrás de la multitud, estaba Ofelia, quien educadamente había venido a presentar sus condolencias a Stephany.

El ambiente era denso y se podía sentir la tristeza. Gustave era un gran hombre y no merecía esa muerte, en realidad, era muy joven para morir. Pero a pesar del dolor que embargaba a las personas en aquel lúgubre lugar, las lágrimas se guardaban en el pecho y los llantos desconsolados eran sustituidos por miradas duras y frías. Ante todo, debían guardar las apariencias…

Quien brilló por su ausencia fue la viuda. Natalie Adams no fue al funeral y eso dio de qué hablar en muchísimas revistas de cotilleos. La cosa era que, para Natalie, guardar sus lágrimas por un “¿qué dirán?” era un insulto para la memoria de su amado Gus. Era su culpa, había matado al único hombre que amaba, y quería poder llorar su culpa tranquilamente.  En vez de vestirse de negro he ir a quedar bien ante la alta sociedad, prefirió tomar un vuelo a su lugar especial. Ahí, sentada en su patio trasero y viendo un sombrío atardecer, despidió a su mejor amigo, a su amante, a la única persona con quien siempre contó y a quien siempre amaría.

Un adiós, un perdón, y muchas lágrimas, pintaron aquel lugar de un gris nostálgico cuando, finalmente, el sol se ocultó tras el océano; como si a él también le pesara la pérdida y no quisiera que lo vieran llorar.

En cuanto a Ofelia... No se despidió de Natalie. Después de ese día, buscó hospedaje en un hotel y solo esperó al funeral para irse de Londres. Sentía que aquella pecosa cautivadora no merecía un adiós, ni siquiera una mirada más de su parte. La había manipulado a su antojo haciéndole creer que le amaba; que tonta había sido. Aquella noche en el antro gay, había visto entrar, al lado de un galante extranjero, a la mujer más hermosa que jamás había visto. De no haberla manipulado, de todos modos la hubiera abordado… Posiblemente todo hubiera sido igual... Pero no pasó así, y eso era algo que no podía perdonar. ¿Cómo saber si lo que sentía era real? ¿Cómo saber si era correspondida? Aparte, estar con alguien así, era realmente peligroso.

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