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Es un Te encontraré 15

en Lésbicos

Capítulo 15

Aquel día del 81a.C., durante el solsticio de invierno, en las tierras de la baja Britania, una hermosa pequeñita, de ojos azules como el mar, vio la luz por primera vez.

Toda la noche fue de un esfuerzo terrible para su madre, pero finalmente, aquella pacífica noche fue traspasada por el llanto de la recién nacida. Ese nuevo e indefenso ser, no era una niña cualquiera, ella sería la princesa de ese pueblo: los Galos establecidos al sur de Britania.

Su madre era una mujer hermosa originaria de tierras remotas, situadas hacia el oriente, al norte las columnas de Hércules (lo que ahora es suiza). Era amable, con un corazón cálido y capaz de derretir el hierro con su sola mirada, no por nada había sido ella quien había logrado conquistar el corazón de aquel noble guerrero. Pero por desgracia, aquella noche, el llanto de su hija sería lo último que sus oídos escucharian, pues por el esfuerzo y la pérdida de sangre, la Reina murió, al dar a luz a su única hija y heredera de todo el pueblo.

Su padre era el rey Ahearn; un hombre tan grande y fuerte como un roble, que tenía como arma un mazo y como estandarte la justicia; gobernaba con mano firme su pueblo, donde se caracterizaban por ser grandes guerreros y magníficos jinetes.

El Rey estaba solo. Tenía el corazón destrozado, pero no podía permitirse caer pues tenía una pequeña hija a la cual debía de criar, para que algún día llegara a ser la Reina. Y el primer paso era darle un nombre; tenía que ser fuerte, valiente, impetuosa, tenía que ser nombrada como la tierra que la vio nacer. Fue por eso que la elección del rey fue Aldair, que quiere decir “tierra de caballos”. Aparte, él le rogaría a la diosa Epona que la protegiera.

Lo segundo que el rey hizo, fue presentar a su hija ante los druidas; que justamente esa noche, sacrificaban un becerro blanco al haber encontrado un muérdago pendiendo de la rama de un roble. El hombre más sabio y más anciano, se acercó al rey y a la princesa, y al escuchar lo que le decía el padre primerizo, tomó aquel brote de muérdago, que era tan sagrado y tan difícil de encontrar, lo molió y se lo untó a la princesa en la frente a manera de bendición.

-Tu hija está destinada a grandes cosas. Tiene la protección de Epona- y el padre tuvo esperanza y felicidad en esa noche de amargura – pero debo decirte que así como su destino es importante y majestuoso… también es trágico.  Ésta niña será perseguida toda su vida por un cuervo negro que traerá desgracia a su vida… cuando llegue el momento de dejarla ir… hazlo-

El rey, ahora cegado por la tristeza, llevó a la pequeña Aldair hasta su hogar y ahí permaneció con ella, entre sus enormes brazos, hasta que durmió. Así fue noche tras noche, hasta que la princesa no cupo más en el regazo de su amado padre.

Aldair fue una niña que lo tuvo todo. Su padre, con tal de hacerla feliz, era capaz de cumplir cualquier capricho de la pequeña de cabello negro como la noche y piel blanca como la nieve; tan mal acostumbrada la tenia, que la princesa comenzó a creer que en cualquier lugar podría hacer su voluntad. Así sucedió cuando el pueblo marchaba, o mejor dicho, navegaban hacia el occidente, rumbo a una isla de los Escotos. (Irlanda).

La joven princesa,  al desembarcar no notó gran diferencia con su tierra, para ella todo lucía igual; e incluso, miraba todo con un dejo de fastidio.

Los galos avanzaron por un bosque. Guiados por el Rey y sus mejores jinetes, seguidos por arqueros e infantería y al final, los carros tirados por caballos que llevaban a la princesa y a las demás mujeres.

Aldair veía por la ventana, con esa mirada indiferente, cuando vio algo encima de un árbol. Quiso ver que era con más detenimiento, pero el carro ya había avanzado. Su nana estaba profundamente dormida frente a ella, recargada en una de las paredes, por lo que jamás se dio cuenta cuando la pequeña bajó del carro y salió corriendo con todas sus fuerzas hacia los matorrales más cercanos, para que los guardias encargados de cuidarla no la vieran.  Esperó ahí hasta que pasó el último Galo, luego caminó hasta donde había visto eso que tanto había llamado su atención.

Estaba segura de que era en ese lugar, pero ya no había nada. Observaba con detenimiento las copas de los árboles pero no encontraba “eso”. Se adentró más en el bosque, perdiendo de vista el camino, pero no lograba encontrar ese fuego tan veloz, que podía estar sobre un árbol sin quemarlo.

Pronto se cansó de caminar y comenzó a preocuparse porque ya no sabía como regresar con su padre. Cansada y con algunas lágrimas de arrepentimiento en los ojos, llegó a la orilla de un pequeño río, se sentó con los pies dentro del agua y comenzó a llorar al verse completamente perdida.

Lloró y lloró hasta que de sus ojos no salió otra lágrima. Entonces pensó que debería intentar encontrar el camino, tal vez su padre había enviado a sus guardias para buscarla. Pero en el momento en el que iba a tomar agua entre sus manos para enjuagar su rostro, vio el fuego en el reflejo del agua y corrió hacia el árbol donde lo había visto. Sin embargo, al llegar ahí había desaparecido de nuevo.

Frustrada, apoyó sus manos contra el árbol para pensar en una solución. Cuando de pronto, sintió un gran peso sobre su espalda que la tiró al piso. Trataba de zafarse pero no podía, ese peso la estaba moviendo a su antojo. Contra su voluntad “eso” la colocó sobre su espalda, dándole la cara, y así, Aldair se pudo dar cuenta de que no era un “eso” ni un “fuego” era una niña igual que ella, con la fuerza de tres hombres… o al menos así lo sentía la delicada princesa, pero una niña al fin y al cabo.

-¡Suéltame!- gritaba frustrada Aldair. -¿Qué no sabes quien soy? ¡Soy la princesa de la Galia Britana! ¡Mi padre te matará si no me dejas libre!-

Pero la niña, de cabellera roja y rizada, de piel blanca salpicada de pecas, parecía no entender lo que la princesa decía.

De su espalda sacó una rústica cuerda y le ató las manos a Aldair. Se  quitó de encima de la desesperada niña y la jaló con ella para que también se levantara.

La prisionera comprendió que su captora no entendía su idioma, por lo que solo le quedaría esperar a que los guardias la rescataran de la pequeña salvaje. No sabía hacia donde la estaba llevando, pero en el camino aprovecho para observarla bien.

Su cabello lucía igual que ella: salvaje; y viéndolo bien, no era rojo, sino anaranjado. Era más bajita que ella, posiblemente la salvaje le llegaba al hombro, pero aun así, era más fuerte. Las pecas cubrían su nariz, sus pómulos, y sus hombros, y tal vez alguna peca extra distribuida por aquí y por allá. Sus ojos eran verdes, de un verde casi esmeralda y una mirada tierna, traviesa e inocente; no parecían los ojos de un asesino que quisiera pedirle rescate a su padre. La niña iba cubierta por una extraña especie de vestido, que a diferencia del que usaba Aldair, que era del lino más fino y llevaba hilos de oro, el de la niña era de una tela que en Galia se usaba para hacer costales, las piezas iban unidas con una fibra que parecía hecha de corteza de árbol y se veía bastante áspero; dicha prenda no llevaba mangas, sino unos gruesos tirantes que se unían en un cuello en “V”, le llegaba hasta por encima de las rodillas y de esa parte estaba hecho jirones , mientras en su cintura llevaba atado, a manera de cinturón, una cuerda igual que la que había usado para tomarla prisionera.  Sus pies iban descalzos.

Las niñas caminaron por una hora, siguiendo la orilla de aquel río, hasta llegar a una enorme cascada. A jalones, la niña le indicó a Aldair que subiera por las rocas, y así lo hicieron, hasta llegar a una caverna oculta tras la caída de agua.

La pequeña salvaje tomó a Aldair por los hombros y la sentó en una roca enfrente de un fuego que ya estaba ahí cuando llegaron.

-Ahora tu eres mi prisionera- y a la princesa se le cayó la mandíbula al escuchar hablar a la salvaje en su idioma: celta. –yo te capturé y ahora harás lo que yo diga- Aldair no tardó en captar que la salvaje no la había capturado para pedir rescate, sino que era un juego, pues no tardó nada en ver que junto a la fogata había una espada casi del tamaño de la niña, con la que, si la quisiera muerta, ya la habría matado desde hace mucho.

-yo te capturé, y ahora te ordeno que juegues conmigo-  y le dirigió una sincera sonrisa, con la que automáticamente la princesa bajó la guardia y se la devolvió; y en ese momento confiaron la una en la otra.

-¿A qué quieres jugar?-

-No lo sé, ahora puedes atraparme tu a mi. Pero ese vestido no te dejará hacer nada. Ahora lo arreglo- se hincó y con ayuda de la espada, la cual usaba como si fuera un juguete, le cortó el vestido a Aldair, dejándolo del mismo largo que el de ella. Le quitó la cuerda y dijo –¡ahora atrápame tu a mi!- salió corriendo, y al momento de llegar a la orilla de la cueva, simplemente extendió sus bracitos y se lanzó al agua, dejándose caer desde 10 metros de altura.

Cuando Aldair vio eso, corrió a ver si estaba bien su nueva amiga, y pudo ver el puntito rojo nadando hacia la orilla del río. La princesa no era tan valiente, por lo que bajó por el camino de rocas, sabiendo que cuando bajara, la niña ya estaría muy lejos de ahí.

-¡BU!- sorprendió la pequeña salvaje a la princesa al colgarse al revés de un árbol, y asustarla al momento de pasar por ahí.

-¡Eso no se vale¡ yo no puedo subir a los árboles-

-Claro que puedes- y se soltó del árbol, cayendo al derecho como toda una gimnasta

-No, no puedo. Mi padre dice que las princesas no suben a los árboles-

-Pues mi padre dice que subir a los árboles es importante para esconderse y conseguir comida. Venga, te enseño-  puso a la princesa contra el árbol, ella se agachó para que Aldair se apoyara en su espalda y en sus manos.-vamos, sube-

-No sé cómo hacerlo-

-Sube tu pie en mis manos y luego te apoyas en mi espalda, te agarras de esa rama y listo. Subes al árbol- Aldair la vio con desconfianza y luego hizo lo que su amiga le indicaba. Estando en la primera rama, las demás fueron pan comido, y así, las dos subieron hasta lo más alto de aquel pino y se sentaron ahí, viendo el hermoso paisaje.

-¿Tu cómo te llamas?- preguntó la pelirroja.

-Aldair ¿Y tú?-

-Ginebra- y ambas se sonreían con  la sinceridad de los niños en las nuevas amistades.

-¿Vives en esa cueva?-

-No, es mi lugar secreto jaja yo vivo en el pueblo que está hacia allá- y señaló un lugar que era imposible ver por la espesura de los árboles. Solo se alcanzaba a ver la columna de humo que salía de ahí. -¿y tu? No parece que seas de aquí-

-No, no soy de aquí, yo vivo en una isla muy grande hacia el oriente. Se llama Britania. Mi padre es el rey, y vino a conquistar estas tierras.-

-Aaahhh- la pequeña Ginebra no sabía lo que era “conquistar”. –me gustan tus tatuajes jaja-

-Gracias. Los druidas me los hicieron. Dicen que mi destino está grabado en ellos, pero yo no se que dicen-

-A mi también me pusieron unos, y me dijeron lo mismo, aunque tampoco se que quieren decir. Mi padre me dijo que significaban desgracia-

-Aaahhh… Y cuantos años tienes?-

-Tengo 11 ¿y tu?-

-13. Nací en el solsticio de invierno-

-¿En serio? ¡yo también! Oye, tu hiciste trampa, ya no me atrapaste-

-Tu dijiste que me enseñarías a subir a un árbol-

-Bueno, bajemos para seguir jugando-  Pero al bajar, una rama cortó el brazo derecho de Aldair

-Estas sangrando- dijo Ginebra –vamos al río para que te laves-

Y fue esa herida, lo que le recordó a Aldair que estaba perdida, y que deseaba ver a su padre.

-Oye, Gin. ¿Me puedes llevar al camino?-

-¿Para qué?- dijo mientras lavaba la herida de la princesa

-Quiero regresar con mi padre… debe estar preocupado-

-Ahh esta bien- dijo bastante desanimada.

Ginebra guió a Aldair hasta el camino. Tal y como lo había imaginado la princesa, ahí estaban los guardias buscándola, y en cuanto la vieron con la niña salvaje, arremetieron contra ella.

-¡Suéltenla! ¡Es una orden¡- gritaba Aldair al ver como maltrataban a su amiga.

-Princesa, su padre nos ha enviado a buscarla, estaba muy preocupado. Tenemos que irnos ya; nos emboscaron y perdimos la batalla. Su padre esta con algunos hombres en la costa; ya nos vamos-

-Pero…-

-No tenemos tiempo, cárgala y vámonos- le dijo uno de los guardias a otro. tomó a Aldair en brazos y la subió a un caballo.  Ataron a Ginebra y la subieron en otro, llevándola presa. Eso ya no era un juego.

Lo que Aldair vio en la costa la marcó de por vida. Eran decenas de cadáveres… hombres y mujeres heridos, gritando de dolor. La mayoría estaba ya a bordo de los birremes; entonces vio a su padre sentado a sobre una roca y corrió hacia él.

-¡¿Dónde estabas metida?! ¡creí que te habían matado!-

-Lo, siento padre- y se abrazaba a sus piernas con fuerza.

-Señor, la encontramos en el camino con esta salvaje- dijo un guardia mientras aventaba a Gin a los pies del rey.

Lo que él veía era a su hija sucia, llena de lodo, agua, tierra, musgo e incluso sangre; con el vestido rasgado y el cabello enmarañado. El rey solo veía un secuestro donde no lo había.

-¡¿Quién te mandó a robar a mi hija?! ¡Contesta!-  esa escena era injusta. El enorme hombretón sacudía con fuerza a la indefensa niña que no era ni la mitad de él.

-¡No papá! ¡déjala! Ella no me hizo nada. Yo escapé y me perdí en el bosque. Ella me encontró y estuvimos jugando juntas-

-Es una de ellos; miren sus tatuajes, es de una familia noble. Nos la llevaremos.- el Rey hablaba con sus soldados, dándoles órdenes.

Al escuchar esto, la pequeña Ginebra no pudo evitar llorar desconsoladamente.

-Enciérrenla con los demás prisioneros-

Esa noche, mientras los soldados preparaban todo para zarpar lo más rápido posible, Aldair se escapó nuevamente de su tienda y fue hacia las jaulas donde tenían a su amiga.

-Pst pst, Gin- susurraba la princesa para no despertar a los demás presos. -despierta-

-Aldair ¿Qué haces aquí?-

-Te voy a liberar- la princesa abrió la puerta con esfuerzo y liberó a su joven amiga. -Ahora corre, y no te detengas hasta llegar al bosque-

-Nunca te olvidaré, princesa-

-Ni yo a ti, amiga. Ten- y puso en su mano un aro de metal que se usaba en el brazo, pero a ambas les quedaba muy grande. –ahora corre- se abrazaron y se separaron.

A ambas les esperó un buen castigo, pero sus padres no eran malos, y comprendieron que eran solo niñas, por lo que no fueron muy duros.

Así, pasaron los años. Las niñas se convirtieron en mujeres; unas muy hermosas, debo decir. Aldair aprendió a manejar la espada y el arco; dejando de lado a la niña indefensa y convirtiéndose en una valiente princesa, que siempre iba a la derecha de su padre en las batallas. Lucharon contra los pictos, los britanos y algunas pequeñas tribus sajonas al norte de Britania… pero lo peor estaba por venir.

Un día del año 55a.C, uno de los guardias llevó ante el rey y la princesa, a un navegante Heleno que traía consigo malas noticias

-Señor, desde hace años que nosotros tenemos una buena relación de comercio. Su pueblo nos ha proporcionado el estaño que es indispensable para el cobre. Y yo siento que estoy en deuda con usted y con el pueblo celta. Es por eso que hoy debo decirle lo que he visto.-

-Habla pues-

-Son los romanos, señor. Cientos de ellos. Han conquistado ya a la Galia luguria, a la Galia Aquitania, a Hispania y muchos pueblos más señor… y ahora vienen por ustedes bajo el comando de Julio César. Deben prepararse para la invasión.

-¿Cuántos de ellos son?-

-Cientos señor, tal vez miles. Ellos tienen mejores armas que usted y barcos más veloces.

-Gracias por la información. Ahora retírate. Vean que tenga una recompensa- dijo al guardia.

Una vez que el Heleno y los guardias salieron; solo quedaron el Rey y Aldair

-¿Qué haremos, padre? Los romanos han conquistado ya  a los demás pueblos keltoi y celtae. Nosotros no somos muchos, y como dijo el hombre, nuestras armas no pueden ser comparadas con las de ellos.-

-Eso lo sé, hija…-

-¿Entonces…? Tenemos que hacer algo. Hay que prevenir a los demás pueblos.- Aldair parecía desesperada y angustiada por la invasión inminente.

-Tienes razón… debemos avisar a los demás pueblos…-

-Ahora mismo daré la orden a un mensajero para que los prevenga-

-Espera… también tienes razón en que nuestro pueblo es pequeño en comparación con ellos, jamás podríamos ganarles… hija, debemos pedir ayuda a otros pueblos.-

-Pero padre ¿Cómo podrían acceder a ayudarnos, cuando hemos estado antes en guerra contra ellos?-

-No nos estarán ayudando a nosotros, sino a ellos mismos. Si los romanos toman  la isla… todos los pueblos serán sometidos.-

-Padre, tu sabes que hay muchos mercenarios y comerciantes que están a favor de roma. Si comenzamos a pedir ayuda y a reunir tropas, irán a decirle a Julio César.- las palabras de Aldair dejaban pensativo a su padre. La chica tenía un pensamiento estratega nato.

-Si… por eso solo irás tú. No puedo ir yo porque se notaría demasiado mi ausencia, y aparte tengo que preparar las cosas aquí. Si vas tu, en campaña para reunir tropas, pasarás inadvertida.-

-Entonces me prepararé para salir al amanecer-

-Aldair… pide ayuda a los escotos… ve a la parte noroeste de la isla, ahí conquistaron unas tierras. Pídeles ayuda también a ellos, son guerreros honorables y hábiles-

-Así lo haré, padre- la princesa se veía decidida y con fuego en los ojos. Esa era su oportunidad para probarse a si misma y al Rey que estaba lista para ser la heredera. Pero su padre tenía un nudo en la garganta, pues sabía que ese era el momento que tanto había temido que llegara, el tiempo que habían profetizado los druidas… el tiempo de dejarla ir.

-Hija...-

-Sí, padre-

-Cuídate mucho, y regresa a mi-

-Así será- y salió de la habitación. Entre ellos no eran muy comunes las expresiones físicas de amor, pero ambos sabían que se amaban y eso les bastaba.

Esa noche, Aldair preparó su caballo, una bestia enorme de color café claro que era el más veloz de todos, alistó su espada y su arco; se vistió con una túnica y de la manera más sencilla que pudo, para pasar inadvertida, cubrió su cabeza con la capucha y salió del pueblo, antes del amanecer,  sin ser notada por ningún guardia.

Cabalgó lo que quedaba de la noche y gran parte del día, hasta que dentro de la espesa niebla que cubría el valle, se dio cuenta de que la seguían. Se tuvo que detener cuando le cerraron el paso varios jinetes Britanos.

-Identifícate o te mataremos- decían los hombres con el torso desnudo,  llenos de tatuajes de llamativos colores, mientras le apuntaban con sus flechas-

-Vengo en paz. Quiero hablar con su rey. Traigo un mensaje para él-

-No pareces mensajero…- dijo un hombre que había salido de detrás de su caballo.

-Deja tu espada y tus armas, y te llevaremos ante nuestro Rey- dijo el que le apuntaba.

Aldair obedeció, dejó sus armas y fue escoltada hasta la cabaña donde estaba el Rey de los Britanos.

-Señor, el mensaje que debo darle es importante… quisiera que nos dejaran solos- se descubrió la cabeza mostrando su rostro ante el rey, pues sabía que este la reconocería. Se arriesgaba a que la matara, por la última batalla en la que ella había aniquilado a decenas de sus hombres, pero tenía que tener fe en que no lo haría-

-Déjenos- ordenó –¿Qué desea la hija de mi enemigo? ¿Qué puede ser tan importante para que vengas sola y desarmada?-

-Los romanos- y con esa sola palabra tuvo la entera atención del Rey –señor, conocemos de fuentes confiables que los romanos, bajo órdenes de Julio César, se preparan para atacarnos. Vengo aquí a pedir una alianza con usted que nos permita luchar lado a lado-

-¿Qué te hace pensar que accederé? ¿tu pueblo y el mío han estado en guerra por años?-

-Señor, si los romanos llegan a la isla, no se limitaran solo a atacarnos a  nosotros, conquistarán toda la isla.-

-¿Y por qué vienes tú a decirme esto, y no tu padre?-

-Porque sabemos que hay quienes están del lado de los romanos, e incluso los apoyaran con tropas, con birremes y trirremes. Estoy aquí sola para que esto sea de la forma más confidencial posible. Que prepare a sus tropas más confiables y que no se enteren los mercenarios-

-Tu padre ha sido mi enemigo por años… pero creo que ahora tiene razón. Yo jamás cederé ante roma. Niña, cuenta con mi apoyo. Enviaré a mis generales más leales hacia tu pueblo para que preparen todo con tu padre. Puedes estar segura de que lucharé hasta la muerte, si es necesario, con tal de no ver a Britania bajo el yugo de roma.-

Después de discutir algunas estrategias de guerra y obtener la promesa del rey Britano de que les apoyaría, la princesa continuó con su campaña. En ese lugar había tenido suerte, pues ambos pueblos hablaban celta, pero ahora debía ir con los pictos, y ellos no compartían el mismo idioma ni la misma cultura. Tendría que conseguir un traductor.

Había escuchado que en el nuevo reino de los escotos (Escocia) vivía un traductor, aparte de otros grandes guerreros a quienes podría convencer por separado, pues ellos no servían a un rey, sino que tenían su propio ejército de guerreros selectos; así que iría hacia allá para no tener que hacer doble viaje.

Después de tres días de viaje, en los que aún se sentía el frío del invierno, llegó a una taberna para comer un poco y descansar. Al entrar al lugar, vio que se estaba llevando a cabo un festín, por lo que se sentó lo más alejada que pudo.

-Estábamos solos en medio del lago congelado y rodeados por 200 hombres con sus espadas desenvainadas. Todos parecían ser gigantes pues nos doblaban la estatura; y nosotros, solo 3 hombres, estábamos muy tristes pues tendríamos que matar a todos esos enemigos jajajajajaja- al parecer estaban de bravucones, alardeando y exagerando sus hazañas en la batalla. En esos momentos a los hombres se les tenía que creer la décima parte de lo que decían.

.-Deberías dejar de mentir Kiernin no eran 200 hombres, era uno solo. Y ustedes no eran 3, eran 10… solo que los demás no sobrevivieron. Aparte, no sé por qué estás alardeando sobre esa batalla, si tu fuiste quien perdió. El guerrero mató a los otros siete y a ustedes los dejo vivir, trío de ladrones.-  y se escuchó un uuuhhhh en la taberna. Lo que a Aldair le parecía extraño era la voz que decía eso, pues parecía la voz de una mujer, pero no alcanzaba a ver de quién era.

-¡Tu cállate, mujer!- dijo furioso aquel hombre barbado y enorme;  al parecer sí hablaba una mujer -¿tu que vas a saber de eso? Deberías irte a cuidar a tus hijitos jajajajajaja- los demás hombres continuaron con la burla.

-Se lo que ocurrió porque yo estuve ahí. Yo fui quien te perdonó la vida, ladrón- el hombre trató de arremeter contra la mujer que estaba sentada en una mesa lejana a él, pero antes de que éste llegara hasta donde estaba, la mujer se había puesto de pie y lo encaraba con la espada siguiendo el largo de su brazo. Ella traia una capucha puesta, por lo que seguía sin poder ver su cara.

-¡Pelea como hombre¡-  a la mujer no se le necesitó decir dos veces, en cuanto escuchó eso soltó su espada y le dio una patada en el prominente estómago, al hombretón, haciéndolo caer encima de la mesa de otros comensales, y provocando así una revuelta en la taberna; donde solo se escuchaban gritos de furia y jarras de vino rotas. Aldair decidió que era mejor salir de ahí porque si se metía en la contienda podría ser reconocida, y por lo que había escuchado, esas personas no eran muy de fiar.

Estaba cansada, por lo que acamparía cerca de la taberna. Tomó a su caballo por las riendas y caminó con él por la espesura del bosque. Unos pocos metros después, comenzó a sentir que alguien la seguía… Estaba segura de que así era, por lo que sacó su espada muy despacio, para que quien la acechaba entre la negrura de la noche, no pudiera predecir su defensa. Pero entonces algo le cayó encima.

-¡Suéltame si sabes lo que te conviene! ¡no sabes con quien te estas metiendo¡- se logró girar para encarar a su agresor y era la mujer de la capucha, pero seguía sin distinguir su rostro. En cambio, la capucha de Aldair había caído, dejando su rostro al descubierto. Al verla, su agresora le sujetó las manos por encima de la cabeza.

-Creo que deberías aprender a mirar hacia arriba. Secuestrarte sigue siendo muy fácil- pero entonces Aldair levantó una pierna, clavándole la rodilla en la espalda a la mujer, dándole así oportunidad de que la situación girara, ahora estando ella arriba. –jajajaja vaya, vaya, pero si la niña aprendió a defenderse jajaja-

-¿Quién eres tú?-

-Tal vez, si te quitas de encima pueda mostrarte- y por algo superior a su razón, la princesa liberó a su agresora poniéndose de pie. –al menos ya no trataste de defenderte con la frase de “Soy la princesa de los galos” “si no me sueltas mi padre te matará”- la arremedaba.

-Contesta ¿Quién eres?- Aldair aun no la reconocía;  y al ver eso, la mujer se quitó la capucha, dejando libre su rostro y esa larga y rojiza cabellera que, aun en la oscuridad, brillaba.

-Tu me diste esto- levantó la manga de la capa, pues no llevaba vestido, sino unos pantalones rústicos que parecían ser de cuero entrelazado, y una especie extraña de camisa sin mangas, aun de la misma tela de costal. Y se quitó algo del brazo. –Me lo diste junto con mi libertad, Aldair- y le entregó en la mano aquel aro de metal que simbolizaba aquella antigua amistad.

-Ginebra…- la princesa no pudo evitar tirarse a los brazos de su vieja amiga. Era un bálsamo en medio de esa peligrosa misión.

-Ahora ¿se puede saber qué hace la princesita en medio de una taberna de mala muerte?-

-No me digas princesita. Estoy en una campaña de mi padre para reclutar tropas para el inminente ataque de los romanos-

-Vamos a mi cueva, ahí me cuentas mejor- caminaron largo rato por el bosque en donde parecía que para Ginebra era de día, pues conocía cada lugar de ese bosque como la palma de su mano. En el camino, Aldair le contó sobre su campaña a Gin, mientras ésta sólo escuchaba con calma.

Llegaron a la cueva escondida tras unas enredaderas. Ginebra encendió un fuego y puso a calentar algo de comida que ya tenía ahí. Así, a la luz de la fogata, Aldair pudo ver bien el cambiado rostro de su amiga. Ya no tenía la cara redondita de una niña; sus rasgos habían cambiado y ahora eran muy finos y algo alargados. Su mandíbula era triangular, su nariz recta y fina; su cabello aún era rizado, abundante y muy largo, le llegaba hasta la espalda baja, el tono de rojo se había oscurecido un poco dejándolo entre rojo y anaranjado oscuro; aún tenía esas pecas que, no sé por qué razón… bueno si sé, y sé que ustedes también, a Aldair le parecieron adorables; sus ojos eran grandes, color esmeralda, y junto con sus finas cejas, daban la apariencia de unos ojos un tanto felinos… salvajes; pero su mirada era la misma de aquella pequeña niña: inocente, traviesa, tierna.

-¿Ya dejaras de verme y me contaras sobre tu vida?- y con eso la princesa no pudo evitar sonrojarse. –me has contado de tu pueblo, de tu padre, de tus batallas e incluso de tus caballos, pero no me has contado nada de ti. Vamos ¿Qué no hay un noble guerrero que haya ganado tu corazón?- Aldair no se dio cuenta, pero yo si, esa pregunta iba con cola.

-Pues en realidad no. Ha habido varios que lo han intentado pero no me gustan y las cosas nunca terminan bien-

-¿Acaso Angus aun no te ha concedido un amor?-

-Esos son Dioses Escotos (dioses irlandeses) ha de ser por eso que a mi me ha abandonado jajaja-

-jajajaja los dioses no abandonan a nadie. No importa si tu tienes a otros-

-¿Y tu? ¿algún salvaje que te doble la estatura y te cargue con un solo brazo en su caballo? Jajajajajja-

-pues no, tampoco. Jajajajaj-

-¿Tu a que te has dedicado?-

-Soy guerrera. En realidad podría catalogárseme como mercenaria. Me pagan para atrapar o matar ladrones, asesinos, violadores, prisioneros de guerra, etcétera. Como al hombre de la taberna; él era guardia del rey y le robó. A mi se me pagó para que lo hiciera escarmentar y eso hice-

-Pero lo dejaste vivo-

-Pero ante  todos sus hombres-

-¿Entonces, eres tan buena guerrera que puedes sola con 10 hombres?-

-En realidad he acabado con más, pero si. Puedo con 10 hombres-

-¿Lucharías conmigo contra los romanos?-

-¿Es una cita?- y Aldair volvió a sonrojarse

-Vamos, ya en serio ¿lo harías?-

-Claro. Mis hombres son tus hombres-

-¿Hombres?-

-Claro, ¿Qué pensabas? ¿que yo enfrentaba hordas bárbaras sola? Nooo, la mayoría de los trabajos sencillos los hago sola, pero tengo un “selecto” grupo de guerreros que trabajan para mi-

-No sé por qué, pero ese “selecto” me pareció un poco sarcástico-

-Bueno, no son los hombres más nobles y honorables que existen, pero son los mejores guerreros que podrás encontrar en las dos islas-

-Entonces, ¿me ayudaras?-

-Yo lo haré gratis, pero mis hombres necesitaran una paga-

-Mi padre pagará lo que sea necesario-

-Entonces está hecho- y estrecharon sus manos. Pero había una chispa en los ojos de ambas que se intensificó al juntar piel con piel. Ambas lo notaron y rápidamente retiraron sus manos pues no sabían qué era eso.

Esa noche de febrero fue particularmente fría, y Aldair, al no estar acostumbrada a dormir al intemperie en una cueva, estaba muriendo de frio. Ginebra notó eso al escuchar el castañear de los dientes de la princesa; despertó, la vió hecha un ovillo y tapada con la capa de piel que llevaba,  se acercó a ella.

-Hey, despierta- la movió un poco

-Mmm…-

-Te vas a morir congelada si sigues ahí. Ven, metete aquí conmigo- dijo, a la vez que abría sus pieles de oso y lobo con las que se cubría, para que Aldair se acostara con ella.

 La adormilada princesa se tumbó entre los calientes brazos de Ginebra y se quedó dormida al instante. Gin la cobijó con las pieles y sus brazos, se abrazó a ella… no sabía qué era eso que estaba sintiendo, pero ese “algo” le hizo darle un beso en la frente a Aldair.

La princesa despertó y se sentía de maravilla. No sabia porque hasta que notó que estaba en los brazos de Ginebra, incluso se podría decir que sobre ella. No se sobresaltó ni nada por el estilo, en realidad, disfrutó del momento. Le gustaba estar así, se sentía protegida.

-Ya despertaste jaja- le dijo Gin con voz adormilada.

-Vamos, debemos preparar los caballos- y se puso de pie dejando con cuidado a Aldair sobre las pieles

-¿Debemos?- preguntó la princesa haciendo alusión al plural.

-Dijiste que necesitabas a alguien que hablara britano para que te comunicara con los pictos ¿No?-

-Si…-

-E

sa soy yo. Ahora arriba, tenemos mucho que hacer-

Subieron a los caballos y se fueron. En el camino, comenzó a nevar y Ginebra le dio una de sus pieles a Aldair para que se cubriera. Ella también estaba sintiendo algo extraño hacia su vieja amiga. Le parecía extremadamente hermosa; a diferencia de su fino rostro, Aldair tenía rasgos un poco andróginos, mandíbula cuadrada, nariz recta, boca grande y de labios finos, las mejillas un poco hundidas  pero sin que se viera mal. Ese cabello largo lacio y negro, tan negro como su propio caballo… y esos ojos, la joven juraría que se podía quedar años contemplándolos; eran de un azul profundo, amables, bondadosos…

Cabalgaron dos días que les sirvieron mucho a ambas para conocerse mejor.

-Y bien, ¿ya me dirás sobre tu familia?- preguntaba curiosa Aldair mientras caminaban  con sus caballos.

-¿Qué quieres saber?-

-Bueno, ¿Por qué estás aquí? Tu eres de los escotos… y aparte, lo único que sé de tu familia es que es noble, eso lo dedujo mi padre por tus tatuajes. Pero si eres noble ¿Por qué eres mercenaria?-

-jaja Buenas preguntas, princesa. Bueno, si, soy de familia noble,  pertenezco al clan de los Cúige Uladh. Mi padre era el líder y yo la hija menor. Mi hermano Allen creyó que él sería nombrado sucesor de mi padre pero no fue así, nombró a nuestro hermano adoptivo Angus... Allen mató a mi padre y a Angus, y se quedó con el poder. Yo era su hermanita y al parecer no quería matarme, por lo que me envió a morir a esta tierra.-

-¿Por qué a morir?-

-Porque me dio el ejército más pequeño y menos preparado para la guerra, y me mandó a conquistar el norte de la isla. Para su sorpresa, no morí. Él vino, tomó el crédito y nombró a la tierra conquistada “Scotia”. Yo estaba harta de él así que simplemente desaparecí; algunos hombres me siguieron y otros se me fueron sumando en el camino y heme aquí-

-Tu eres la conquistadora de Scotia y eres la hija del líder de los Cúige Uladh… vaya-

-Si, por eso tu padre me quiso raptar cuando éramos pequeñas. Él me reconoció, y después de que mi padre le pateo el trasero, quiso tomar venganza conmigo-

-Pero te liberé- se sonrieron mutuamente al recordar aquel momento

-Así es, tu gran princesa Aldair, evitaste una guerra jajajaja-

Una noche, mientras Ginebra cazaba algo para la cena, Aldair preparaba el fuego cuando escuchó algo.

-¿Gin? ¿tan rápido cazaste algo? mira que eres un arma mortal, chica jajaja-

Pero en vez de que Ginebra saliera de entre los arbustos, lo hizo un hombre con la cara pintada y una lanza. Claro,  uno no era nada para Aldair, quien rápidamente desenfundó su espada y se preparó para pelear.

El hombre gritó algo en una lengua, que ella supo que era Britano por el lugar donde se encontraba; era un picto. Muchos hombres salieron de alrededor de su campamento, eran 20 aproximadamente, y todos armados. Uno de ellos arremetió contra la princesa y ésta se defendió de él; Así lo hicieron 3 más, pero solo la probaban. Después de verla defenderse, supieron cual era su punto débil y ahí fue a donde atacaron. Todos juntos arremetieron contra la ahora atemorizada joven, quien lo único que supo hacer fue correr.

La nieve le llegaba hasta por debajo de las rodillas y no se podía mover bien. Aparte, la nieve continuaba cayendo lo cual le restaba visibilidad a la joven, quien en medio de la negrura del bosque no sabia que hacer.

Uno de ellos la alcanzó pero ella lo atravesó con su espada y continuó huyendo. Entonces se topó con la pared de una montaña, ya no tenía salida, y solo alcanzó a escuchar el silbar de una flecha que fue a clavarse en el pecho del hombre más cercano a ella… una flecha más… otra. Ella misma mató a dos hombres más. No escuchó los cascos del caballo negro de Gin acercarse, solo vió como iba acabando uno a uno con los hombres que la rodeaban. Mató a casi todos y dejó escapar a dos de ellos.

-¿Te encuentras bien? ¿te hicieron daño?- dijo la guerrera en cuanto bajó de un salto de su caballo y corrió hacia Aldair. –¿Te hirieron?- la princesa notaba una verdadera angustia en los ojos de Ginebra, mientras ésta la tomaba por las mejillas para verla a los ojos.

-Si, tranquila. Estoy bien-

-Creí que te sabias defender- le reprochó

-Si bueno, no estoy acostumbrada a matar hombres a diestra y siniestra, y tampoco a enfrentarme yo sola contra 20-

-No eran 20, eran apenas 15-

-No me importa cuantos hayan sido, eran muchos para mi sola-

-¿Cómo piensas enfrentarte contra los romanos cuando no puedes contra los pictos, que no tienen ni armaduras?-

-¿Y tu por qué me estas regañando de esa manera? ¡no es mi culpa que me hayan atacado un montón de salvajes!-

-¡Porque me tenías preocupada! Creí… creí que te harían algo…- el tono de Gin se había suavizado y para que Aldair no la viera sonrojarse se dio la vuelta. Pero esa respuesta puso igual de nerviosa a la princesa.

-Yo… yo creo que debería practicar más…- y dio un paso hacia donde estaba la guerrera. Pero ni todo el entrenamiento del mundo la hubiera preparado para lo que sucedió, nunca lo vio venir. Así como el viento que fluía lleno de esos copos helados de múltiples formas, Ginebra se giró rápida y grácilmente, y fue a plantarle un beso en los labios a la desconcertada princesa.

Con una mano la tomó por la cintura y con la otra por la nuca y le dio el más apasionado de los besos. En un principio, Aldair estaba inmóvil, aun sin saber qué sucedía, pero cuando logró reaccionar, comenzó a mover sus labios al ritmo que su corazón le marcaba. Ese fue el mágico primer beso entre las dos almas gemelas que habían nacido para estar juntas… el primero de miles, el más especial de todos… el beso que las enamoró eternamente.

La oscuridad de la noche y la espesura del bosque cubría aquel evento tan privado; mientras que el frío, que en cualquier otro momento les hubiera calado hasta los huesos, mantenía el equilibrio térmico de aquellos cuerpos ardientes en deseo, amor y pasión. Los copos cayendo hacían del momento algo más mágico e íntimo. El beso perfecto.

Tras  ese ataque, las jóvenes fueron a ver al líder de los pictos. Hablaron con él y le plantearon la situación con roma. Tras mucho insistir, el hombre accedió a apoyar con sus tropas al rey Ahearn. Con eso, habían terminado su campaña, pues Gin mandaría a sus hombres a hablar con su hermano, esperando que también los apoyara con algunas tropas.

Al llegar a Galia, Aldair se quedó sorprendida, pues en las praderas alrededor del pueblo, acampaban miles de hombres de distintas tribus, lugares e idiomas; todos unidos por la misma causa. Cuando entró a hablar con su padre, acompañada de Gin, de dio cuenta de que ahí estaban los generales y embajadores que dirigirían a cada una de las distintas tropas.

Caedmon un hombre grande y de ya avanzada edad, era el dirigente de la caballería gala, él lucharía junto con Aldair. Donelliy un hombre moreno y lleno de tatuajes y cicatrices era el líder de la caballería e infantería de los pictos; mientras que Neandro un hombre de la edad de Ginebra y bastante atractivo, encabezaría la caballería  britana. Junto con su hermano Lawler que dirigiría la infantería. Ginebra sería quien daría las órdenes a su grupo de selectos guerreros. Y para sorpresa de ambas, Ahearn nombró a Aldair como la líder de la infantería Gala; ella iría al frente de todos en la batalla, y por eso tendría que practicar muy arduamente.

La primavera llegó a la región y todos se preparaban para la guerra. No sabían con certeza cuándo llegarían ni donde desembarcarían, pero sabían que estaban cerca.

Pronto supieron que Julio César había mandado un hombre para el reconocimiento de la isla, pero éste no se atrevió a adentrarse más allá de la región de kent. Tras eso, muchas tribus pequeñas enviaron embajadores a roma para negociar la rendición pacífica, pero se les envió de vuelta con un aliado de los romanos, el rey de los atrevates, quien negoció con varias tribus pequeñas para que apoyaran la causa del Cesar con 80 barcos, suficientes para transportar a dos legiones. Ahora, el ataque no podía ser evitado.

Ginebra y Aldair practicaban todos los días y así les llegó el verano. Desde aquel beso se habían vuelto inseparables, y aunque tal vez no tenían el título de “novias”, no les hacía falta. Su lugar para practicar era un claro en el centro del bosque, que estaba dentro de las tierras del rey galo y protegido por los guardias personales de la princesa. Ahí pasaban horas perfeccionándose en el arte de la espada.

Aunque Aldair era excelente con el arco, incluso mejor que Gin, aún tenía mucho por aprender con la espada; así que se complementaban. Muchas veces, Ginebra llamaba a sus mejores guerreros para practicar con ellas en ataques múltiples, de tal manera, que la princesa fue ganando práctica y destreza en enfrentarse a varios oponentes a la vez. Pero aun no lograba ganarle a su amada guerrera.

-Vamos, intenta matarme… al menos inténtalo-

-¿Tal vez será el hecho de que no quiero matarte?-

-Imagina que soy el Cesar y que maté a tu padre, vamos- se pusieron en guardia; pero a los cuatro choques de espadas, Aldair estaba desarmada y con el filo de su oponente apuntando a su garganta. –Si esta batalla fuera real ya habrías muerto 27 veces, y contando. De nuevo- y volvieron a hacer sonar el metal.

No era que Aldair fuera mala con la espada, era que Ginebra era demasiado buena con ella. Contra cualquier otro oponente  la princesa habría ganado rápidamente. Pero luchar contra Gin era una especie de examen final para la princesa. De todos modos, el nivel de dificultad aumentaba, pues Aldair no lograba concentrarse al tener frente a si la mujer que amaba usando un corto y transparente vestido de lino, y esas sensuales gotas de sudor escurriendo por su cuerpo y haciendo que la tela se adhiriera a su cuerpo.

-¡Concéntrate!- y una vez más, tenía la espada apuntando a un órgano vital. -¿Sabes que? ¡Estoy harta! Han sido meses practicando y aun no me logras ganar, ni siquiera me das batalla. Es tiempo de que te comiences a tomar las cosas en serio- y con solo blandir ligeramente la hoja de su espada, cortó el brazo de su amada; justo en el lugar donde se encontraba aquella cicatriz que se había hecho de pequeña al aprender a subir árboles con ella.

-Hey ¡¿Qué te pasa?! Me lastimaste-

-Lo siento, eso a mi no me importa, soy el Cesar y estoy tratando de matarte, así que mientras más sangre mejor- y volvió a blandir la espada en contra de Aldair, pero esta vez, la chica la esquivó.

-Ya basta, Ginebra. Estoy sangrando-

-Uyyy la niñita quiere llorar e ir a decirle a su papi que le salió tantita sangre- se burlaba mientras seguía tratando de cortarla y la princesa la esquivaba – levanta tu espada y defiéndete-  entonces Aldair por fin reaccionó y comenzó a cubrir los golpes con la espada en vez de esquivarlos; los recibía y podía con ellos, pero cubrirse no era suficiente para ganar la batalla. Ginebra, con un hábil movimiento dirigió un ataque hacia la cabeza de la princesa, pero esta por fortuna, se movió a tiempo y la espada solo le cortó un mechón del negro cabello. Parecía que la joven necesitaba sentirse en peligro de muerte para sacar todo de si, porque fue entonces cuando comenzó a luchar en serio. Poco a poco, fue devolviendo los ataques de Gin, quien en realidad no le haría daño porque tenía todos sus movimientos calculados, hasta que se convirtió en una pelea justa. Pero mientras que Ginebra calculaba sus movimientos para no herir a Aldair, parecía que ésta estaba cegada; de manera que en un descuido de la guerrera, la princesa pateó los pies de ésta haciéndola caer, subiéndose sobre ella y deteniendo la punta de su arma a pocos centímetros de la garganta de su amada.

La pelirroja estaba estupefacta; Por primera vez en mucho tiempo había sido derrotada; su orgullo estaba herido, pero estaba feliz de que fuera Aldair la vencedora. Pero la princesa no pensaba coherentemente, la adrenalina que fluía por sus venas la tenía en un frenesí que podía terminar mal; afortunadamente Gin reaccionó a tiempo, y en vez de seguir luchando, soltó su espada, retiró lentamente la de Aldair, y así ambas quedaron desarmadas, pero ese fuego aún no se apagaba.

Al  no tener espadas, la princesa atacó el cuerpo de Ginebra con sus labios, siendo su principal blanco el cuello de la chica. Eran besos voraces que se intercalaban con ligeras mordidas; sus manos tomaron vida propia y sin pensarlo dos veces le rasgó el vestido y comenzó a masajear sus pechos; se moría de ganas de tocarlos, de sentir piel contra piel, de besarlos. Bajó hasta estar frente a ellos y los besó con desesperación; quería hacerla suya ahí mismo, en aquel claro a la luz del atardecer.

Con esas caricias Ginebra ardía en deseo al igual que la chica sobre ella. Aldair se quitó la ropa rápidamente y se fundió en un abrazo con la pelirroja. Se besaban con pasión, con amor, con lujuria; ya no eran ellas mismas, algo más se había apropiado de sus cuerpos… o mejor dicho, al fin eran ellas mismas y se entregaban a sus deseos.

Mientras la princesa mordía los rosados pezones de Ginebra, y ésta gemía audiblemente de placer, fue bajando sus manos por sus costados hasta llegar a su cadera y meter una mano entre ambos cuerpos… buscando el calor de la entrepierna húmeda de Gin. Ahí sus dedos encontraron lo que buscaban, aquel botoncito, hinchado por la excitación, que masajeó y apretujó entre sus dedos a su voluntad mientras la ovacionada se retorcía de placer debajo de ella.

La piel de la hábil guerrera vencida estaba enrojecida, su cabeza no se podía concentrar en nada más que las mil sensaciones que embargaban su cuerpo; sentía que estaba a punto de estallar en placer, que su cuerpo no podía más, pero su atacante no se daba por vencida. En vez de detenerse al ver que su compañera no podía más, introdujo dos dedos dentro de ella y la comenzó a penetrar rápidamente. La princesa solo observaba, fascinada, la cara de excitación de su mujer; se sentía poderosa al saber que era ella quien causaba todo eso. Y   esa explosión de placer, que Ginebra no sabía que se llamaba orgasmo, llegó pronto tras las embestidas de Aldair. Todo su cuerpo temblaba, un grito ahogado y agudo salió de su garganta, y quedó desfallecida sobre el pasto mientras su amante la veía tratar de recuperar el aliento.

Cuando al fin lo hizo, se lanzó a los labios de Aldair, se colocó sobre ella, y probó cada centímetro de su cuerpo, saboreando cada poro, cada parte… sus labios, su cuello, su clavícula, sus pechos, sus pezones, sus costados, su cintura, su abdomen donde se detuvo un buen tiempo recorriéndolo despacio, su cadera… su pubis. Se dedicó a adorar el tremendo físico la chica,  lenta y tiernamente. A diferencia de lo que había hecho Aldair con ella, que había sido devorarla con desespero, ella estaba disfrutando cada uno de los besos que repartía sobre aquél cuerpo que solo se dejaba hacer.

En un principio la princesa seguía desesperada por recibir caricias, pero poco a poco Ginebra la fue amansando con esa ternura de la que solo somos capaces las mujeres.

Con sus rodillas en medio de aquellas perfectas piernas,  se hincó ante ella, con toda suavidad le separó las piernas, y dándoles pequeños besos intercalados con lamidas,  fue llegando hasta su destino: la entrepierna de la princesa Aldair… Su princesa. Con la ayuda de sus dedos separó esos húmedos labios y adentró su lengua en el inexplorado lugar. Cuando Aldair sintió la humedad y el calor de la lengua de Gin sobre su punto más sensible, sumado al hecho de que estaba desnuda ante la también desnuda mujer que amaba, y que su mente ya no podía coordinar lo que sucedía con las caricias que su chica le proporcionaba, cada músculo de su cuerpo se contrajo; su espalda se arqueó y ligeros y bajos gemidos se escapaban de su boca acompañados de los suspiros y jadeos que tenía que dar para poder tomar aire. Era demasiado para su cuerpo.

Por si fuera poco, Ginebra la empezó a penetrar al mismo tiempo que lamía en círculos pequeños el clítoris de Aldair. Y nunca supo por que, pero teniendo sus dedos dentro de aquella sudorosa mujer, los doblo un poco, encontrando así ese lugar especial y escondidito que tras un poco de estimulación atrapó sus dedos y los apretó, llenándolos también de un líquido que le pareció delicioso, y completando la armonía de sucesos con un excitante gemido que le indicó a la guerrera que su princesa había alcanzado el punto de máximo placer.

La noche ya había caído sobre ellas y estaban ahí, solas, agotadas la una sobre la otra, abrazadas y diciéndose lo mucho se amaban y lo afortunadas que eran por haberse conocido; aquel momento no lo pudieron sentir más perfecto. La primera vez que hacían el amor, la primera vez que conocían sus cuerpos desnudos y se entregaban ciegamente a la otra.

Y mientras aquel par de jóvenes amantes trataban de recuperar el aliento sobre la alfombra verde de aquel claro; en el puerto de Icto, 98 barcos de transporte y un número muy grande de navíos de guerra eran abordados por la infantería y algunos más por la caballería. Esa noche en el verano del 55aC, Julio César zarpó de aquel puerto acompañado solo por la infantería, pues ordenó a la caballería que lo alcanzaran en cuanto pudieran. Ese fue el primer error del César, pues los bárbaros contra quienes estaba a punto de luchar, no tendrían piedad de él al desembarcar sin armamento pesado.

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