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Es un Te encontraré 13

en Lésbicos

Capítulo 13

Dometia Fabia Maior era, valga la redundancia, la hija mayor de Dometio Fabio  Tertullianus; un senador romano.

Era una joven muy hermosa  de 22 años. Alta, delgada, blanca, con una cabellera negra azabache y larga hasta donde la espalda pierde su nombre. Una mujer que hacia girar la cabeza a su paso en toda Roma; y traía locos por ella, tanto a jóvenes como a viejos, y a ricos como a pobres. Su personalidad era arrolladora; poseía el carácter fuerte de su padre, una inteligencia prodigio con la que podía mantener idiotizado a cualquier gobernador; aparte de todo, su padre la había adiestrado bien en los asuntos de política, estrategia y batalla, cosa que la hacía aún más atractiva a ojos de cualquier hombre. Por si fuera poco, desde pequeña, Fabio la había enseñado a manejar la espada, convirtiéndola en una verdadera amazona.

El único objetivo de su padre, había sido convertir a su hija en el manjar perfecto para cualquier emperador, y que así, su posición social, y por ende su dinero y su poder, subieran aún más.

Dometia por su parte, era dada a algunos de los vicios de la época, como lo eran las fiestas que se celebraban en casa de Atia Epaforita Tertia, hija de Epaforito,  secretario del emperador. Que cabe destacar, en ese año; el 63, el amo y señor de Roma y sus conquistas, era Nero Claudius Cæsar Augustus Germanicus… mejor conocido en nuestra época como Nerón.

Aquellas fiestas solo podían ser descritas con la palabra “lujuria”. A la joven Atia, su padre le concedía cuantos caprichos quisiese, por lo que conseguir esclavos de otras partes del mundo, las más bellas prostitutas de Roma e incluso, a los gladiadores victoriosos, era semejante a pedirle un buen vino para sus invitados.

Hijos de senadores, gobernadores y los más ricos de la metrópoli, estaban invitados con la única condición de llevar vestimentas blancas. Pues ahí, se les proporcionaban máscaras doradas sin ningún gesto o expresión, y al ritmo de las liras, fluía el vino y la orgía comenzaba.

A diferencia de la profunda y sincera amistad que existía entre sus padres; Entre Atia y Dometia  siempre había existido una fuerte rivalidad. Atia tenía envidia de su “amiga”, pues ella podía llevar a la cama a cualquier hombre que deseara y en cambio ella, por esa cicatriz con la que su legionario exnovio le había marcado el lado izquierdo del rostro, nunca conseguía alguien para saciar su apetito fuera de esas tremendas orgias.

Esa noche, noche de fiesta, Dometia asistió sin mucho ánimo; Todo ese libertinaje había comenzado a aburrirle y sentía que necesitaba algo nuevo que la volviera a hacer sentir viva, como cuando aquel gladiador del tamaño de una bestia la había tomado salvajemente. Aun recordaba eso y su piel se erizaba. Tal vez esa noche buscara algo nuevo…

Atia le entregó de mala gana su máscara a Dometia, y luego de que llegaron todos, la música comenzó.

Al traer máscara, Atia no tardó mucho en encontrar quien la satisficiera, en realidad, ninguno de los pudientes invitados tuvo problema con encontrar pareja… o parejas, como era el caso de un hombre grande y fuerte que estaba con un mozo y dos mujeres.

Mientras paseaba por el patio buscando alguien que despertara su curiosidad, unos brazos masculinos se ciñeron en su cintura causándole algo de daño.

-¡Suéltame!- forcejeó hasta que aquel hombre la soltó.

-Si estás aquí, vistes de blanco y llevas marcará, solo quiere decir una cosa. Que eres una puta que desea que la cojan como la perra que es.- dijo esa voz profunda y con aire cínico, a través de la máscara; causándole verdadero miedo a Dometia.

-No me gusta que me hablen de la forma en que lo haces, así que aléjate- dijo venciendo a su miedo, con esa autoridad y seguridad tan característicos de ella.

-jajajajaja la perra resultó ser gata… y tiene garras; justo como me gustan-  y se lanzó sobre ella para someterla.

Aquel hombre, pese a las reglas de la casa, portaba una daga en el cinturón; Dometia aprovechó esto, y en un giro, le quitó el arma a aquel hombre misterioso.

-Dame eso, no querrás hacerte daño-

-Aquí el único herido vas a ser tú, si no me dejas en paz-

-Apuesto a que jamás has matado a un hombre-

-No, pero esta será la primera vez- y ahora fue ella quien atacó. Afortunadamente para ambos, él alcanzó a moverse a tiempo, y lo único que Dometia pudo hacerle fue un corte -no muy grande- en el pectoral derecho que llevaba descubierto.

-¡Maldita!- gritó al verse herido. Pero era más por lo humillado que se sentía que por el dolor.

Le sujetó ambos brazos dejándola inmovilizada, y comenzó a apretar sus muñecas hasta que soltó la daga y el dolor se volvió muy grande. Una vez que la soltó, el hombre la empujó haciéndola caer, tomó la daga y se sentó sobre la angosta cintura de la chica; quien no paraba de forcejear.

-Ahora veraz, perra- Con la daga cortó los gruesos tirantes blancos de su vestido, en vez de retirar el broche, dejándola desnuda de la cintura para arriba. Tomando las dos manos de Dometia con una sola de las de él, la inmovilizó una vez más; y con la mano derecha, donde portaba la daga, comenzó a trazar lo que parecía una “V” invertida sobre el pecho de la indefensa chica. En eso estaba, cuando llegó Atia.

-En mis fiestas está prohibido traer armas- dijo con autoridad. –Sáquenlo de aquí, no me importa quien sea, pero rompió mis reglas- parecían importarle más sus reglas que lo que le estaba haciendo a Dometia.

Un par de esclavos de músculos prominentes tomaron al hombre por los brazos y lo escoltaron a la puerta, seguidos de la anfitriona.

-¿No sabes quien soy, niña idiota?-

-No, y tampoco me importa. Ahora lárgate, y no puedes venir nunca más a mi casa-

-¿Crees que  tu padre diga lo mismo?- y se quitó la máscara, revelando su identidad.

Por mientras, aun en el patio, Dometia  se levantaba sangrando.

-Déjame ayudarte- le dijo una voz suave y tierna. Volteó a ver de donde provenía y era una chica delgada, de complexión pequeña, con la piel color canela a causa del sol, y un cabello castaño claro, que llevaba suelto y desarreglado. Lo que más le llamó la atención, era que no llevaba prenda blanca ni máscara, eso quería decir que ella no estaba dentro del juego; pero tampoco llevaba aro en el cuello ni marcas de esclava.

La llevó a la casa, la acostó en un diván y fue por algunas cosas para limpiar la herida.

-¿Quién eres tú?- preguntó Dometia con voz un tanto grosera.

-Soy quien te está ayudando a limpiar tu herida- respondió tranquila

-¿Eres esclava?-

-No-

-¿Eres prostituta?-

-No, y eso me ofende un poco. ¿Acaso luzco como una?-

-No pero… ¿Por qué no llevas máscara?-

-Porque no me gusta jugar a los juegos de Atia-

-¿Atia? ¿No le dices señora, o le hablas con más respeto?-

-¿Por qué debería hacerlo?-

-Es la hija del secretario del emperador.-

-¿Y? eso no la hace mejor persona- ese momento eligió para pasar la tela mojada sobre la herida, lo cual le provocó mucho dolor a Dometia. –lo siento, ya pasó- y antes de que retirara su mano, la hija del senador la tomó con brusquedad.

-Dime quién eres-

-¿Por qué tanta  insistencia?-

-Captaste mi atención, me das curiosidad-

-Yo tampoco sé quién eres tú, y no estoy presionándote para que lo hagas- Dometia se arrancó la máscara. –Dometia…-

-¿Por qué sabes quien soy, si yo no te conozco?-

-Si me conoces, pero ha pasado tiempo. He crecido; por eso no me reconoces- ella solo la miró intrigada. –soy Livia Epaforita Minor…-

-La hermanita de Atia…-

-Ya no estoy tan pequeña- no, no lo estaba. Estaba hermosa…

-¿Qué edad tienes?-

-17-

Domitia, acostumbrada a tener lo que quisiera y a quien quisiera, no dudó en intentar seducir a Livia para saciar su curiosidad, esa atracción que nunca antes había sentido.

En un solo movimiento se sentó sobre el diván para quedar a unos centímetros del rostro de su enfermera.

-Has cambiado mucho, Livia- dijo acariciando su cabello –estas…. Hermosa. Has dejado atrás la belleza de Atia y de tus otras hermanas. Para ser la menor, las superaste a todas- e intentó besarla, pero Livia volteó el rostro. -¿Qué pasa?- susurraba -¿no me deseas?-

-eres muy bonita Domitia… pero, no puedo-

-¿Por qué?- le tomó el rostro con una mano –solo será un beso, nadie lo sabrá- y le robó ese lascivo beso. Que, en un principio fue curiosidad para ambas, pero al juntar sus labios, todo regresó a sus mentes y se reconocieron la una a la otra.

-¡¿Qué rayos pasa aquí?!- gritó Atia al entrar a la habitación. Y su mirada cayó rápidamente sobre el pecho lacerado de Domitia, reconociéndola, al momento, como la víctima. –tu también has roto mis reglas. Largo de mi casa-

-¿Qué regla rompí Atia?- dijo un tanto retadora.

-Nadie puede tocar a quienes no usan máscara o ropa blanca-

-Pero hermana, yo quise…-

-¡Tu cállate!- y la abofeteó –tu no eres bienvenida en mi casa Dometia. Sal, y no me obligues a sacarte por la fuerza-

Ambas eran mujeres muy orgullosas, por lo que Dometia no tenía intenciones de regresar… pero estaba Livia, había encontrado a su amor en el lugar menos deseado. Tras mirarla y decirle, solo con movimientos de labios, “te amo”. Se fue.

-Y tu… ¡no la volverás a ver! ¿Me oíste?- Livia respetaba a su hermana… y solo asintió.

Así pasaron los días. Una semana después, Domitia y su  padre Fabio acudieron a una cena con el emperador Nerón, ambos vistiendo sus mejores ropas. Fabio había obligado a su hija a ir lo más arreglada posible, pues deseaba que ella fuera la esposa del emperador; y Dometia, ahora solo pensaba en Livia, dejando de lado sus anteriores intenciones de tener en sus manos el poder del Imperio.

-Fabio, debo reconocer que las hijas te salen mejor que los negocios- eso fue una especie extraña de cumplio.

-Emperador, como podrá ver, mi hija Dometia ya es toda una mujer- en ese momento la chica se sentía subastada.

-Lo puedo ver muy bien…- en los ojos de Nerón había algo más, algo más allá del cinismo y egolatría comunes. Pero ninguno de los dos invitados supo que era aquello.

Al estar semirecostados sobre los cojines y las finas telas, y mientras los esclavos les ofrecían frutos y deliciosos manjares acompañados del mejor vino, Nerón llamó a uno de sus esclavos, un hombre delgado y moreno, y le dijo algo incomprensible para todos.

La plática común sobre política, guerra, esclavos, rebeliones y demás asuntos del imperio, continuó. Cuando aquel esclavo se acercó para darle algo de fruta, dejó caer la bandeja sobre el pecho de Dometia, abriendo un poco su herida y causándole mucho dolor. En ese momento los ojos de Nerón y los de Dometia se cruzaron y sobraron las palabras.

-Si me disculpa, emperador, iré a limpiarme- él solo hizo una señal con la mano que indicaba que le daba permiso.

Domitia entró a una habitación donde una esclava le había indicado que podía lavarse la herida y limpiarse del jugo de las frutas que había manchado su vestido y sus brazos. En una bandeja un tanto onda, llena de agua comenzó a lavarse los brazos, y fue entonces cuando sintió la compañía de alguien.

-¿Qué te pasó en el pecho?- dijo Nerón recargado contra la pared.

-Aaah esto… nada- y se siguió lavando

-No parece que sea nada- y se acercó sigilosamente a su espalda. En un movimiento brusco la puso contra la pared, y descubrió su pecho para dejar en evidencia la marca ensangrentada que llevaba. –Parece que alguien te marcó- dijo despectivamente como si de una res se tratara.

-Fue un accidente- Dometia no admitiría delante del emperador que asistía a orgías, y mucho menos que casi la violan.

-¿Un accidente con esta forma?-

-Si, es casi una “A”-

-No, es casi una “N”- el emperador la miró con ira y se descubrió el pecho para mostrarle la marca que ella le había hecho.

En ese instante Dometia solo pensó en correr, pero era el emperador, había herido al emperador, lo había rechazado. Y con la fama que para ese entonces tenía Nerón, sabía que nada bueno le esperaba.

-¿Estás pensando en correr con el inútil de tu padre? ¿Quieres decirle que intente abusar de ti?- le hablaba muy cerca de su rostro. -¿Qué crees que él pueda hacer? Soy el emperador de Roma, puedo hacer lo que quiera-  se acercó a su rostro y, en un acto sucio y degradante, pasó su lengua por toda la mejilla de la aterrada Dometia. –¿crees que no te he observado? ¿Qué yo estaba ahí de casualidad? Te deseo Dometia… -dijo mientras mancillaba el pecho que no estaba herido.  -¿sabias que te puedo acusar de traición? ¿Qué te gustaría más: que te devore un león o que te asesine un gladiador… tal ves que te corten la cabeza frente a tu padre y tus hermanos? Tu puedes evitar todo eso, solo necesitas entregarte a mi. Ser mi perra… jurarme lealtad de manera que yo pueda poseerte cuando lo desee y como lo desee-  

Ella sabía que todo lo que estaba escuchando era verdad. Que su padre, aunque fuera senador, no podría defenderla, que la mataría de manera cruel si no accedía a ser su esclava sexual… pero aun así se negó, por amor y fidelidad a Livia, se negó. Dejando a Nerón tan furioso como nunca lo había estado.

-te arrepentirás de esto. Me encargaré personalmente de hacerte sufrir- le dijo en voz alta mientras Dometia abandonaba la habitación.

************************************************************************

Mi internado había comenzado hacía dos meses; y para mi sorpresa y la de Isa, me habían colocado en el mismo hospital donde hice mis prácticas. Nunca supe porque sucedió eso, pero sospechaba que el Doctor Dante había tenido algo que ver, y si así había sido, yo no reclamaría nada pues estaba feliz con poder seguir viendo a Isabelle.

Sofía, en cambio, había sido ubicada en un hospital en otra ciudad.  Tenía que admitir que me hacía mucha falta, pues después de estar juntas desde la secundaria, ahora estábamos separadas. Cuando podía, hablaba por Skype con ella, pero no era lo mismo; al igual que yo, apenas tenía tiempo para comer y medio dormir, por lo que las video llamadas eran un lujo que rara vez podíamos darnos.  

Isabelle había comenzado un nuevo semestre en la universidad y ahora estaba más relajada, al parecer las materias que estaba llevando no eran tan pesadas; por lo que, al tener tiempo de sobra y yo no estar en casa, tomó un trabajo de medio tiempo en un cine cerca del apartamento.

Las cosas eran estables. No peleábamos mucho, pues casi no nos veíamos y cuando lo hacíamos preferíamos pasarla bien, o en mi caso, prefería dormir. Estaba verdaderamente agotada con esos turnos de 48 horas que ni fuerzas para el sexo tenía. En ese aspecto si nos estábamos enfriando un poco.

Un día, cuando llevaba 27 desgraciadas horas de turno, fui por algo de comida a la máquina expendedora, la misma que había conocido la ira de Isabelle Murillo. Metí un billete y pedí unas galletas de chocolate con relleno… pensaba que esa sería la mejor parte de ese día, a no ser que llegara un accidentado… eso seria más interesante… si, como quería algo de acción. Mi mente estaba divagando en lo aburrida que estaba cuando vi  una hermosa mujer hablar con el Doctor Dante,l en el estacionamiento.

El doctor estaba levantando su dedo de forma amenazadora ante el rostro de la mujer, estaban discutiendo fuertemente. Toda la escena había pasado en menos de un segundo, mis galletas fueron a parar al piso cuando me percaté de que la mujer era Isabelle. Tan rápido que casi caigo por las escaleras, salí corriendo hacia donde estaban; no permitiría que ese cabrón intentara propasarse con mi novia.

-¡Disculpe! ¿Qué es lo que pasa aquí?- dije con voz fuerte y un tanto grosera, cuando llegué frente a aquel hombre. Me puse frente a Isa a manera de defensa.

-Señorita Vega… nunca me dijo que tuviera una novia tan guapa…- volteé a ver a Isa y sus ojos ardían de rabia, miré sus manos y las tenia hechas puños. ¿Qué le había hecho ese cabrón?

-Pues sí, es MI novia- y pasé mi brazo alrededor de su hombro.

-Le comentaba a SU novia, que usted y yo salimos alguna vez…que usted es mi alumna preferida y he tenido algunas “consideraciones” con usted…-  ¡maldito! ¡La había puesto celosa¡

-Si mal no recuerdo, Doctor, salimos una sola vez, y fue estrictamente por trabajo. Y no sé a qué consideraciones se esté refiriendo usted, pero no me gusta que diga eso, pues se puede prestar a malos entendidos-  quería partirle el hocico pero no podía, no dejaba de ser mi superior.

-No, yo lo menos que deseo son malinterpretaciones – y alargó su brazo para acariciar el mío, haciendo que Isabelle se tensara y diera un paso al frente.

-Señorita Isabelle, Señorita Vega, me encantaría algún día poder salir con… ambas; podría llegar a ser bastante divertido…- y no vi cuando sucedió, pero Isabelle le partió la boca de un golpe al Doctor, se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia la calle.

No sabia que hacer, o ayudaba al doctor para demostrarle que no tuve nada que ver, o seguía a mi novia… al parecer me quedaría sin trabajo.

Subí a la Van y la seguí.

-Amor, sube al auto. Déjame llevarte a la casa- pero solo seguía caminando. –amor, por favor, escúchame, déjame explicarte- ¿Qué más le había dicho que la tenía  tan furiosa?

Estacioné mi auto, sin importarme mucho las reglas de tránsito y bajé corriendo para alcanzarla.

-Isa, amor, espera- la tomé de la mano pero ella en un movimiento brusco se soltó.

-¡Déjame!-

-¿Preciosa, que paso? ¿Qué te dijo? ¿Por qué estas así?-

-Tu lo deberías de saber ¿o no?- esos ojos y esa mirada eran diferentes… lastimaban

-hey, cuando menos dime que hice-

-¿Qué, qué hiciste? ¡ve a preguntarle a tu querido Doctor Dante!-

-Amor, ¿Pero qué hacías ahí?-

-Estúpidamente fui a darte una sorpresa- y ahora las lágrimas corrían por sus mejillas.

Las personas se estaban acercando a ver la escena de novela, por lo que, sin decírsmelo, Isa subió a la van en los asientos de atrás, dejándome a mi como “el chofer”. Estaba comenzando a exasperarme.

En todo el camino al departamento no abrió la boca para nada. En cuanto llegué al estacionamiento, se bajó y subió sola al apartamento. Cuando llegué yo, ella estaba encerrada en su habitación.

.-Isa, abre la puerta, tenemos que hablar- le toqué. –Isa, abre- nada… -Isabelle Murillo, no te atrevas a dejarme hablando sola-

-¡No me hables como mi madre porque no lo eres!- me gritó en la cara al momento de abrir la puerta.

-Entonces deja de comportarte como niña de cinco años y hablemos de lo que pasó ahí. Porque, muy posiblemente, pierda el internado; cuando menos merezco una explicación.-

-Tu no mereces nada. Y no quiero hablar contigo, así que déjame en paz-

-Compórtate como la edad que tienes, por favor. Lo que hiciste ahí no estuvo nada bien, y me vas a decir por qué lo hiciste-  siseé

-¡Y encima lo defiendes! ¡Claro!-

-No lo defiendo a él, te defiendo a ti, ¿pero dime qué fue lo que pasó?-

-¡Tu eres la genio ¿no? Descífralo tu!-

-¡Eres una niña inmadura! ¡Eso es lo que eres!-  sí, había perdido toda la calma.

-¡¡¡Y tu una obsesiva, controladora, que consigue favores a cambio de “otras cosas”!!!- vaya… eso no lo veía venir… dolió, y mucho…

 

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