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Es un Te encontraré 10

en Lésbicos

Capítulo 10

Era real, ese momento era real. No podía creerlo; frente a mí podía sentir el calor del cuerpo de mi amada Isabelle, podía sentir sus labios moverse contra los míos, su lengua tratado de unirse con la mía… Todo era real.

Dentro de mi cuerpo comencé a tener una extraña sensación, era ese deja vu, pero aumentado un millón de veces… tanto, que podía recordar.

Abrí los ojos, solo para comprobar lo que sentía; al abrirlos, lo primero que me encontré fue el rostro de ella, aún con los ojos cerrados, todavía unida a mí en aquel beso; voltee a nuestro alrededor, para comprobar que no estaba flotando, y entonces vi todo muy claro.

Sé que solo era una ilusión de mi cabeza, pero juraría que en ese momento, no nos encontrábamos en mi habitación. Veía una ciudad de noche, junto a un río que no lograba reconocer, alumbrado todo con faroles de vela, al fondo, muy de lejos alcanzaba a escuchar música…¿Era la vie en rose? No lo se, pero cuando pude enfocar bien a la distancia pude ver, lo que juraría, era la torre Eiffel. Todo se hizo borroso y poco a poco fue apareciendo a nuestro alrededor un puerto; había barcos de vela enormes, más grandes que el edificio donde vivía; a lo lejos, detrás de Isabelle, lograba distinguir la silueta de un hombre, estaba de pie con la mano en... ¿Su espada? ¿Por qué ese hombre llevaba una espada?

Todo desapareció una vez más, como si de un sueño se tratase; lo único que me mantenía unida a la realidad, era sentir a Isa entre mis brazos. Ahora veía a mi alrededor una habitación que parecía ser muy antigua, con paredes y piso de madera; sentía que estaba recostada, y a lo lejos el llanto de un bebé…

Otra imagen… a mi lado derecho un balcón, y hacia abajo un enorme jardín bajo la luz de las estrellas; del izquierdo una puerta de cristal con marcos dorados, y un hombre parado en el umbral de la puerta, mirándonos.

Unas paredes de madera desgastadas y un poco rotas, parecía ser un ático; múltiples retratos de una mujer, muy hermosa y con poca ropa, la sensación de algo viscoso entre mis dedos.

Conforme las imágenes pasaban a nuestro alrededor se iban volviendo más y más rápidas y eran menos los detalles que alcanzaba a percibir.

Una fiesta llena de personas vestidas de blanco, la mayoría de ellos desnudos y fornicando con quien se les ponía enfrente; todos usando  máscaras doradas.

Un bosque, la amable sombra de un frondoso árbol… frío… comenzaba a nevar a nuestro alrededor…

En ese momento, con todas esas imágenes que pasaron alrededor de nosotras durante ese largo y apasionante beso, pude comprender todo; aunque en realidad, debía cambiar esa palabra, porque la indicada era “recordar”…

*****************************************

-¡No tienes talento chico! Largo de aquí- fue lo que dijo ese italiano de avanzada edad a un chico de finos rasgos, a la par de que lanzaba sus bastidores y pinceles a la calle.

El joven florentino, solo recogió sus cosas y continuó su camino, buscando un taller en el que se le admitiera, para así lograr ser un gran pintor, de la talla de su héroe da Vinci.

Hacía algunos años había visto la obra del maestro, y a partir de ese momento, sintió dentro de su ser un llamado hacia el arte.

En ese tiempo, 1499 para ser exactos, Florencia estaba repleta de artistas y talleres dirigidos por los grandes maestros de la pintura y la escultura. Todos los jóvenes que quisieran aprender el oficio, tenían que pagar por adquirir el conocimiento, a no ser que tuvieran un talento tan notable que el maestro los acogiera como sus pupilos. Eso era lo que deseaba aquel joven, pues con su madre muerta y su padre anciano, no tenía para pagar tan costosas clases.

Caída ya la tarde, tras haber buscado en muchos lugares, regresó desilusionado, a ese cuarto poco higiénico que tenía por hogar. Era el ático de una posada donde, el encargado del lugar, le hacía el favor de dejarlo dormir en el rincón más pequeño. Ahí él se sentía seguro, en las paredes colgaban sus trabajos de los que más orgulloso estaba, en una esquina, un caballete improvisado  que había construido él mismo; algunas mantas colgando de una ventana, para tapar el frío que se colaba por los vidrios rotos, y que a veces, utilizaba como fondo para sus bodegones. En otra esquina, lo más alejada posible de los pigmentos, una cama.

En el camino, antes de entrar a la posada de mala reputación, vio a lo lejos a una hermosa joven, y ahí fue cuando llegó a él la -tan buscada- musa.

-¡Señorita! Señorita, disculpe- corrió por los charcos de las calles empedradas, hacia la joven, mientras agitaba su mano para procurar que ella lo viera.

Cuando al fin la logró alcanzar, perdió el aliento. Esa mujer era de una belleza inconmensurable. En ese momento, se sintió menos.

¿Cómo una mujer de semejante belleza querría dirigirle la palabra a un muchacho sin ningún bien, ni material, ni físico ni intelectual?

Él traía unas medias cafés con algunos parches en las rodillas, pues no era muy coordinado y solía caerse con facilidad;  una camisa no muy blanca y de mangas entalladas; encima de ésta, una chaqueta de mangas cortas, color azul, bastante holgada -cosa extraña pues la moda era todo lo contrario- que le llegaba tres manos encima de la rodilla, y que tenía  cuello triangular color café. Un poco por encima de sus caderas, iba un cinturón dorado, mas no de oro, hecho de cuadrados decorados por él mismo, y amarrada al cinturón, una daga no muy grande. Su cabeza era cubierta por una boina bombacha y muy grande, que cubría casi toda su cabeza y parte de su rostro, e iba decorada con una pluma de ave color blanco.

En cambio, la hermosa doncella llevaba puesto un vestido muy largo, tan largo que tenía que sostenerlo con una mano para poder caminar; las telas caían muy cerca de su cuerpo, de manera que al caminar se notaba el contorno de sus piernas como si de una estatua  griega se tratase. A la parte de arriba le daba forma un corsé, oculto por la misma tela; el escote de dicho vestido era bastante pronunciado, tanto que la mitad de esos blancos y perfectos pechos se asomaban. Las mangas iban hasta la mitad de su antebrazo, y la abertura era amplia, tanto que -al tener en sus brazos y a la altura de su abdomen, aquella canasta con frutas- el extremo le llegaba por debajo de la cadera. Su cabello era rubio y tan largo que llegaba a su espalda baja. Simplemente hermosa, una verdadera princesa, pensó el joven artista.

-Disculpe usted señorita, pero su belleza me ha deslumbrado. Déjeme presentarme, mi nombre es Daniele, y soy aprendiz de pintor- mintió un poco mientras hacía una reverencia ante la chica. A ésta le extrañó que no se quitara el sombrero como era la costumbre, aparte de la particular y delgada voz del joven mozo de finas facciones.

-Un gusto, joven Daniele. ¿En qué le puedo servir? ¿Gusta usted una fruta?-

-De momento no, noble  dama. Pero quisiera preguntarle algo, con temor a que me dé una bofetada- y la chica preparó su mano – soy artista, y usted es quien ha traído a mi la iluminación, por favor, permítame inmortalizar su precioso rostro en un lienzo. A cambio le pagare 20 monedas.- estaba ofreciendo dinero que no tenía.

-¿Está diciendo que a cambio de posar para usted, me pagará 20 monedas?- él no lo sabía, pero ella no tenía dinero para comer, y aparte, debía alimentar a sus hermanos.

-Eso es lo que dije, señorita-

-Entonces, solo indíqueme dónde está su taller, a qué hora debo presentarme, y ahí estaré-

Dichas palabras iluminaron el día de Daniele, pues jamás creyó que fuera tan fácil convencer a semejante mujer, de ser su modelo. Le dió las indicaciones de cómo llegar al ruinoso ático, y cada uno regresó por su camino.

Al día siguiente, Daniele no cabía de la emoción porque iba a recibir a esa mujer tan hermosa en su estudio. Arregló todo, limpió un poco y cuando estaba en esa parte, tocaron a la puerta.

Era ella, había llegado para hacer realidad el sueño del joven  florentino. Al abrirle la puerta, la joven pudo ver los ojos de él iluminados por el sol, y encontró una mirada tierna, inocente, traviesa, unos ojos que le fascinaron.

-Pase por favor. Siéntese en aquella silla- dijo señalando una única silla de madera en medio de todo el improvisado estudio. –Disculpe por ser tan descortés ¿Cuál es su nombre?-

-No se preocupe, mi nombre es Clarice-

-Bien Clarice, empecemos-

Daniele se sentó ante el caballete y comenzó a trazar las líneas que se convertirían en el rostro, el cuerpo y el vestido de Clarice. La chica permanecía quieta, solo pensando en lo guapo que era el chico y lo mucho que le había gustado. Lo veía mover el brazo, mirarla fijamente, mover el pie derecho de manera nerviosa, volver a clavarle la mirada… ¿Era ella o el chico estaba teniendo problemas de concentración?

-Disculpe, ¿Se encuentra bien?-

-S...si, no pasa nada. Es solo que… viéndola así, con ésta luz, creo que sería usted la Venus perfecta, pero… temo que usted me juzgara atrevido, ¿Podría desnudarse?-

Ella pensó un momento las cosas, era por algo artístico, la paga era muy buena, y ese artista de escaso tamaño le inspiraba muchas cosas…¿Por qué no? Era por una buena causa, podría darles de comer a sus hermanos por un buen tiempo con ese dinero.

-Esta bien-

-¿E…es en serio? ¿Acepta?-

-Sí-

Daniele estaba tan nervioso que, al momento de pararse para ir por los pigmentos necesarios para la piel de Clarice, se tropezó con la sábana que tapaba la ventana y fue a dar al piso, cayendo junto con él, su sombrero...

-¿Está usted bie…- La joven no pudo terminar la frase, pues al pararse para ayudar al chico, pudo ver eso que trataba de ocultar con tan enorme sombrero: una cabellera castaña, larga y ondulada. En ese momento deseaba gritarle, pero no lo hizo, porque él/ella no se movía.

Con algo de esfuerzo volteó su cuerpo para poder ver lo que le había sucedido, y pudo ver que tenía una herida en la cabeza; se había golpeado bastante duro contra el piso.

-Hey, ¡Reacciona!- el “usted” había quedado muy lejos, después de ver su cabello. –Despierta-  y le dio una cachetada para hacerle reaccionar.

Al ver que no lo hacía, decidió comprobar por si misma su teoría. Abrió la chaqueta holgada de Daniele, levantó su camisa blanca, y pudo ver una serie de vendajes que, obviamente, cubrían los pequeños pechos de la chica.

-¡¿Qué hace?!- gritó Daniele en cuanto despertó y vio a Clarice mirándole los pechos.

-¡Eres una chica!-

-Eso no le da derecho a verme- como pudo se bajó la camisa y se abrocho la chaqueta, enrolló su cabello y lo metió dentro del gorro.

-¿Por qué vistes como hombre?-

-Porque es la única manera de que me permitan entrar a un taller. Todos creen que la práctica del arte es solo para hombres y no me dejan aprender de ellos. Dicen que mi tarea es casarme y  dedicarme a atender a mi marido y eso no es lo que yo quiero. Quiero ser tan grande como Da Vinci.- Daniele estaba apenada, y las lágrimas resbalaban por sus ojos.

Clarice se sentía muy extraña, y estaba completamente confundida, pues, aunque sabía que Daniele era una tierna chica y no un hombre muy femenino, seguía sintiéndose atraída hacia su persona.

-Lo siento, me tengo que ir- sin más, tomó sus cosas y se fue; dejando a Daniele con el corazón destrozado y sin musa que la inspirase.

*******************

-Ginebra…- dije en medio de un suspiro, mientras Isabelle se alejaba de mi beso y abría los ojos.

-Aquí estoy, mi princesa…- dijo mientras pegaba su frente con la mía.

Si, ella también había recordado todo. Ahora esos sentimientos habían regresado; la amaba más que a mi propia vida. Al fin volvía a sentirla entre mis brazos, a experimentar la hermosa sensación de unir nuestros labios, era mía una vez más, y yo era de ella por igual.

-Me encontraste- me dijo. Ambas teníamos los ojos cerrados con nuestras frentes y cuerpos unidos, no queríamos despegarnos un solo instante por temor a perdernos una vez más.

-Siempre lo haré…- besé su frente.

Ella me tomó por la nuca y me dio un beso cargado de sentimiento, amor, pasión, locura, desespero… como si nunca nos hubiésemos besado, o mejor dicho, como si lleváramos mucho sin hacerlo.

Con su cuerpo fue empujando poco a poco el mío hasta tenerme acostada sobre la cama, ella estando completamente pegada a mi, sobre mi, dominándome.

Cada beso que me daba era un suspiro que me arrancaba, y estaba segura de que pronto esos suspiros se volverían gemidos.

Su lengua rozaba la mía y se enredaban buscando decirse algo que solo nuestros corazones podían interpretar, era un lenguaje más allá de las palabras.

Sus manos no tardaron en aferrarse a mi cintura, a mis costillas, queriéndome unir aún más a ella. Movía sus manos ferozmente por mis costados, haciendo que olas de electricidad me recorrieran el torso. Se despegó de mi y me vio a los ojos; ahí estaba, esa mirada tan conocida; sus ojos podrían ser diferentes, pero la mirada era la misma, traviesa, inocente, intensa, amorosa… Mi guerrera ahí estaba, sobre mí, deseándome con la misma pasión que siempre la caracterizó; ese “algo” un poco salvaje que tenía dentro de si, que a pesar de los años y las épocas, no lo había perdido; esa chica era indomable.

Pronto sus manos se abrieron camino debajo de mi blusa, y recorrió todo mi torso con algo de fuerza, con pasión… Elevó mi blusa sobre mi cabeza y me la sacó con facilidad; no llevaba brasier así que quedé  desnuda y a su merced.

Se sentó sobre mi abdomen con una pierna a cada lado de mi cuerpo y se quitó su blusa, dejándome ver sus perfectos pechos que eran aún mejores de lo que había imaginado; ninguna de mis fantasías le hacían justicia a esa escultura de mujer. Puso una mano en cada uno de mis pechos y me miró a los ojos, levantó una ceja de la manera más sexy existente, tanto que pude sentir como mi entrepierna reaccionaba al evento.

-Te extrañé tanto…- y se lanzó directo a mis pezones. Los atacó con todas las armas que tenía, dedos, labios, dientes, lengua. No dejó nada para después, puso todas las cartas sobre la mesa -o sobre la cama-. Con nuestras experiencias pasadas, habíamos aprendido a vivir cada día como si fuera el último; así que en ese momento se estaba desquitando de todos esos años sin probar mi piel.

Yo quería acariciarla, sentir su piel, probar esos hermosos pechos que colgaban frente a mi vista; pero cuando traté de tomarlos entre mis manos ella se adelantó a mis movimientos, y tomándome de los antebrazos, los subió por encima de mi cabeza para que no pudiera moverme.

-No has cambiado en nada- dije riéndome por la cara de ruda que tenía.

-Solo ríndete, ya sabemos quien gana siempre- estaba haciendo una voz sexy que  me tenía loca y lo hacía completamente divertida. Mientras, lentamente bajaba por mi cuello besándolo y dándome ligeras mordidas que me sacaban de quicio.

Bajó aún más y al llegar  a mi pecho ya no le fue posible continuar teniéndome aprisionada, por lo que me soltó y yo aproveché para tomarla por la espalda.

-a a a- dijo levantándose. –manos fuera, o me detengo. Me vengaré de la última vez que no me dejaste tocarte-

-Por Dios, ¿Aún recuerdas eso?-

-Lo recuerdo todo, mi princesa. Así que manos fuera- obedeciendo algo frustrada, elevé mis brazos por encima de mi  cabeza, entregándome completamente a ella.

Metió mi pezón derecho completamente en su boca y jugó con su lengua sobre él, torturándome lenta y placenteramente, mientras yo trataba de no aferrarme a su espalda y arquear la mía. Con cada beso que daba en esas partes tan sensibles me arrancaba un gemido de lo más profundo de mi garganta.

De pronto, una de sus manos se perdió de mi vista, y fue mi sentido del tacto quien la encontró, porque empecé a sentir un par de dedos jugar en la entrada de mi entrepierna, sobre mi short de dormir. Eso me enloqueció.

Cuando menos acordé, había desaparecido mi ropa interior junto con el pequeño short, y ella estaba besando mi monte de venus. Tantas veces que mi alma la había sentido en la misma situación, y para mi cuerpo aún se sentía nuevo; cosa que, al parecer, también sentía ella, pues al llegar a mi intimidad se detuvo y me miro con ojitos de miedo, de inseguridad y de inocencia. Tal vez no fuera la primera vez de mi amada Ginebra, pero era  la primera de Isa con una chica; y al parecer, no sabía muy bien cómo hacerlo... o le daba vergüenza dejarse llevar.

-Hey preciosa, ven acá- la tomé del rostro y la traje hacia mí para darle un tierno beso; volvió a quedar sobre mí mientras me besaba, pero ahora era un beso diferente, más lleno de amor; eran esos los contrastes de la combinación entre Ginebra e Isabelle.

Después del beso se recostó sobre mi pecho y se quedó ahí, abrazándome; podía escuchar su corazón a todo galope, estaba muy nerviosa.

-Tranquila- la besé – así se quedó sobre mi, quietecita por primera vez, al parecer eran demasiados sus nervios. A mi no me importó que la escena erótica se hubiera quedado a la mitad, solo me importaba que ella estaba conmigo, que al fin volvíamos a estar juntas y no nos separaríamos durante un buen tiempo.

Así, esa noche dormimos las dos juntas, con nuestros cuerpos desnudos, ella solo con su short de “dog”, abrazándonos, diciéndonos cuanto nos amábamos, recordando las vidas anteriores, sintiéndonos una sola. Y esa noche no hubo pesadillas en ese departamento…

 

 

 

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