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Quisiera que fueras mía 3

en Lésbicos

Capítulo 3

 

Cuando desperté, me encontré sobre el cuerpo de Elizabeth. Estaba en su pecho. Su brazo me servía de almohada y me sujetaba contra ella. Se sentía bien estar así. Jamás había compartido la cama con alguien, jamás había estado así de cerca de alguien. Levanté mi rostro y me encontré con el suyo, dormido. Pero en él no había paz; se veía atormentado. Tenía los ojos hinchados y el ceño fruncido  con un gesto de dolor. Al verla así, entendí que, aunque fuera una ladrona capaz de matar con sangre fría, seguía siendo una mujer; y que anoche, había llorado bajo su sombrero. La pregunta era ¿Por qué?

 

Cuando abrió los ojos y me enfocó, se levantó bruscamente, se abrochó algunas cosas a la cintura y salió de la tienda, fúrica, como siempre.

Ese día partiríamos al pueblo. Afuera era todo revuelo y actividad. Los perros ensillaban sus caballos, hacían pequeños bultos con sus tiendas y llenaban de agua sus alforjas. Mientras, yo solo los veía hacer.

-Están todos listos para partir, Víbora- le dijo su hermano, luego me vió -¿Dónde irá la chica?-

-Conmigo- Asustaba verla así, parecía marcar su territorio.

-El caballo de Martín está disponible- dijo más fuerte de lo normal, por lo que todos los hombres prestaron atención.

Más rápido de lo que pude asimilar, desenfundó su revólver y disparó a un caballo que estaba a unos 7 metros. Me quedé helada.

-Ya no. Ella va conmigo- Se dió la vuelta y fue por su enorme caballo; 

un temible e inteligente animal, completamente negro. Lo montó en un movimiento ágil y lo hizo caminar hacia mi; me tendió la mano. Todos miraban boquiabiertos, menos Josh, quien lo hacía con odio.

-No quiero ir contigo- eso fue más valor del que creí tener. Apretó los labios en una línea dura, y me fulminó con la mirada. -Mataste a un animal indefenso, no tenias por que hacerlo. Si me hubieras pedido ir contigo lo hubiera hecho- Me daba la impresión de que todos sabían que era mujer muerta, aun así, me mantuve firme frente a la imponente mujer de negro. Ella me sostuvo la mirada… -¡Y no quiero que mates a un hombre solo para que otro caballo quede libre!- Debo confesar que jamás esperé la reacción que tuvo… Elizabeth soltó una carcajada, se quitó el sombrero, se agachó y me lo puso.

-No queremos que te vuelvas a quemar esa preciosa carita brava- Cuando volví la mirada a sus ojos, vi genuino interés y alegría, por lo que le sonreí y le tendí la mano para que me ayudara a subir.

Me coloqué al frente de ella, a escasos centímetros de su cuerpo. Sentía su aroma inundar mi cerebro, y sus brazos fuertes sujetar las riendas a mis lados.

Fué una larga cabalgata, el sol se sentía quemar cada centímetro de mi piel, y conforme pasaba el tiempo, el calor me adormecia.

-Hey, Anne, toma las riendas- Me dijo, Elizabeth, pronunciando por primera vez mi nombre; debo reconocer que me encantó cómo sonó en sus labios. La obedecí.

Cuando las tomé, se movió a mi espalda, y luego, sentí como colocaba alrededor de mi rostro, dejando mis ojos libres, un paliacate claro que olía a ella. -Esto te ayudará con el calor- Aparte de eso, me quitó el sombrero, y con mucha delicadeza, tomó mi largo cabello, le dio algunas vueltas y lo metió dentro el sombrero; tras lo cual, mojó mi nuca con su agua. -Debes tener cuidado con el sol. Lo he visto matar a más hombres que yo- y, aunque me heló la piel su comentario, entendí que había sido un intento de hacerme reir. Al no conseguirlo, volvió a tomar las riendas y no hubo más comentarios.

La noche cayó sobre nosotros. Ella decidió cuándo y dónde acampar, y una vez dada su orden,  se acomodaron en círculo; algunos recorrieron el área para ver si era segura, mientras otros juntaban madera y yesca para la fogata.

El cielo era realmente espectacular. Aunque en muchas ocasiones había tenido la oportunidad de contemplarlo así, nunca me había tomado el tiempo de hacerlo. Muchas otras cosas rondaban mi cabeza en aquellas veces… ahora, ni siquiera sabía si sobreviviría, no sabía si volvería a casa o si vería a mi padre nuevamente; todo eso me daba una nueva visión, sentía como si cada instante que respiraba fuera importante y digno de celebrarse, y teniendo la magnificencia del cielo ante mis ojos, no pude evitar sentirme profundamente agradecida.

 

No supe realmente la razón, pero algo en mí quiso saber dónde se encontraba Elizabeth. La busqué con la mirada, pero la luz de la fogata me tenia deslumbrada. Caminé en dirección a unas enormes rocas que se veían a lo lejos, en contraluz con el cielo limpio y estrellado. 

Escuchaba a los hombres reir a mis espaldas. Estaban bebiendo y cantando sobre las mujeres que habían amado y dejado en cada lugar a donde iban, a lo que los coyotes hacian un tétrico coro a lo lejos. 

Mi vista empezaba a adaptarse cuando escuché pisadas a mis espaldas. Supuse que era ella, pues en la fogata era la única figura que faltaba. 

 

-¿Por qué nunca estás con los demás?- le pregunté sin volverme, pero no recibí respuesta alguna. Apuré el paso, pero rápidamente sentí una enorme mano asirse fuertemente a mi rostro para evitar que gritara. Me arrastró hasta que quedáramos aún más escondidos entre las rocas, me arrojó al suelo, y vi su cara, era Josh, y de su cintura sacaba un cuchillo; pero toda la escena se detuvo cuando ambos escuchamos pasos, y, ante la luz de la luna, se apareció la figura negra y delgada de Elizabeth, fumaba su pipa con una calma inquietante, incluso los coyotes y los grillos parecieron callar. 

 

—¿Qué haces, hermano?- sus palabras a duras penas fueron comprensibles por tener la pipa en la boca. 

—JA, bueno… esperaba dejarte un regalito escrito en ella…- me quedé muda; temblaba de terror.

—Sabes que ella es mía, ¿Cierto?-

—Sabes que realmente no me interesa ¿Cierto?- Ella sujetó su pipa, se la alejó de la boca y exhaló lentamente el blanco humo, que contrastaba con la oscuridad. 

—Habla claro, odio que le des vueltas a las cosas. ¿Qué pretendes?-

—Veo cómo la miras. Mataste a Martín y a un caballo perfecto por ella. Nos arruinarás si sigues con esto-

—Creí que hablaríamos claro. Nunca te ha importado que mate a quien sea...-

—Pero ahora lo haces por ella, te vuelves blanda. ¿Pero... qué se podría esperar de una mujer?- la interrumpió y le habló con evidente desprecio.

—Esto, creo que va más hacia tu ambición… - dió algunos lentos pasos hacia nosotros — hacia que no entiendes por qué yo soy la jefa. Pero te diré algo, hermano, siempre has sido mi sombra, y más que eso nunca lograrás, así que… ¿Por qué mejor no asumimos nuestra realidad y continuamos?- 

Josh soltaba chispas por sus ojos, su postura era la de un animal a punto de atacar, y lentamente llevó su mano a la cancha de su arma, a la que le quitó el seguro, haciendo que sonara ese petrificante sonido de la expectativa.

—No querrás hacer eso, Josh. Sabes lo que pasará…-

—Se que soy más rápido que tú. Solo que nunca lo hemos puesto a prueba-

—No me agradas… pero le prometí a mamá que te cuidaría, siempre fuiste débil, y ella lo sabía. No me hagas hacerlo...- Ya no estaba segura de si ella quería provocarlo o tranquilizarlo.

 

 

 

Hubo silencio, un letal silencio, rodeado de una tensión que se podía cortar con un cuchillo. 

Ambos estaban inmóviles, Josh con la mano sobre su revólver y sin el seguro. Elizabeth, que había guardado su pipa en su chaqueta, ahora tenía ambos brazos, relajados, a los lados de su cuerpo.

 

No alcancé a ver bien lo que ocurrió, realmente sucedió muy rápido. Le hacía honor al mote.

 

El sonido alteró a todos, quienes llegaron rápidamente con las armas listas. Se llevaron una sorpresa cuando vieron la situación. 

 

Josh estaba sobre el piso de piedra, al igual que yo. Elizabeth tenía aún su arma en alto, tan estática que parecía una más de las rocas que nos rodeaban. 

 

—Mi hermano ha decidido irse, él formó este grupo junto conmigo, así que, si alguien quiere ir con él, es libre de hacerlo- Un hombre viejo y muy delgado guardó su arma y fue con Josh, quien no decía nada para no gritar del dolor. La bala había atravesado su hombro derecho, lo que lo había hecho soltar el arma al instante, y al caer, su misma arma le hirió una pierna. Lo ayudó a levantarse del piso y a apoyarse en él… otros tres hombres lo ayudaron.

 

—Me disparó por esa chica, y soy su hermano, no duden de lo que les hará a ustedes- Ella no dijo nada en su defensa. 

 

Esa noche, pasamos de ser 11, a ser solo 5, incluyendonos a ella y a mi. 

Fueron Rick, un viejo mudo, Carl, un hombre moreno y de cabello largo, y Tader, quienes se quedaron. 

 

Los tonos magenta del desértico cielo comenzaban a iluminar el horizonte cuando me acerqué a ella. No había dormido en toda la noche… no me dejaba de impactar la manera en que usaba su arma, el cómo le importaba, poco menos que nada, la vida de los demás. Ella se encontraba a lo lejos, en las rocas donde anoche había ocurrido la fraternal separación; al parecer ella tampoco había conciliado el sueño, y una vez más no me pude resistir a "eso" que me llenaba el pecho, y fui a donde ella. 

 

—¿Estás bien?-

—Si- pero no me conformaría con monosílabos.

—¿Qué harás ahora?-

—Lo mismo. Cuando un perro se va la vida sigue-

—¿Solo eso era él para ti? ¿Un perro?- quitó sus ojos de aquel punto perdido y lejano, y los fijó en mí, o más bien dicho, penetró en mi. 

—Si…- Me frustraba de sobremanera su escueta forma de hablar, pero la verdad del asunto era que tenía miedo de ahondar más, no sabía que encontraría.

—Anne, cuando lleguemos al pueblo, tú te quedarás en la posada. Pedirás una habitación y ahí te quedarás ¿Está claro?- asentí con la cabeza y me fui. No discutiria  con ella, aparte, no sabía si tendría oportunidades reales de escapar. 

 

Estando el sol en lo más alto del cielo, y el calor consumiendonos cual gota de agua, vimos el pueblo a lo lejos. 

Unos cuantos edificios de madera alineados a ambos lados de una calle, era todo. No sé comparaba para nada con San Francisco o con Virginia. 

Elizabeth bajó del caballo, y sin preguntarme, me tomó por la cintura y me bajo del gigantesco animal.

—Tú caminarás hasta allá. Haz lo que te dije- me quitó el sombrero, alborotó mis rizos rojos y me quitó el paliacate del rostro. 

Nadie le garantizaba que yo no fuera a advertirles, que yo no fuera con el sheriff… simplemente que yo no hullera, sin embargo, estaba tan confiada que ni siquiera lo mencionó, y a decir verdad, yo no pensé en hacer ninguna de esas cosas. 

Cuando entré a la vieja posada, una mujer en corsé amarillo, que dejaba ver unos prominentes pechos, me atendió.

No sé qué le habrá dicho mi cara y mi ropa, pero no me cuestionó mucho. A la habitación me llevó una gran tina de aluminio, misma que llenó con varias cubetas de agua. 

Me desnude y entre a la tina. No había prestado mucha atención a mi cuerpo… estaba lleno de raspaduras, moretones y pequeños cortes.  El agua estaba helada, pero en contraste con el calor de afuera, se sentía gloriosamente bien.

Disfrutaba del agua cuando escuché el estruendo de muchas armas, luego gritos y personas correr sobre el piso de madera… después de eso, nada.

No salí de la habitación, ni siquiera me moví de la bañera, me quede ahí cuanto quise. Lavé mi cabello con cuidado y creo que incluso dormite un poco. Salí de la bañera y dejé que el aire secara mi cuerpo, sentada en la orilla de la cama. Mi mente estaba en blanco, agotada de todo el mar de emociones que había vivido en los últimos días, por lo que cuando menos acordé, tras la ventana se había ceñido un mar de oscuridad. 

Me vestí con la misma ropa que traía y bajé con cuidado las escaleras para ver si había alguien en la posada. 

Mi sorpresa fue enorme cuando encontré a Elizabeth sentada ante un piano de pared, dándome la espalda. Había una botella de whisky en el piso y otra sobre el piano.

 No lo estaba tocando, solo tenía la frente en su brazo, y este lo recargaba en las teclas, las cuales no sonaban, denotando que lo estático de su posición llevaba ya varios minutos; incluso llegué a pensar que estaba dormida, pero cuando una vieja tabla delató mi presencia con su chirrido, se incorporó rápidamente. 

—ven- me dijo  —siéntate- y obedecí 

—¿Todo salió bien?- dije con la voz baja —¿Estás bien…?-

—shhhh… hablas demasiado- y se empinó la botella de whisky sin el menor recato. —"¿Estas bien?" ¡JA! Eres la primer persona que me lo pregunta, y ahora ya no sé cómo detenerte. "¿Estas bien?"...- volvió a repetir en un susurro, tras lo cual dio otro enorme trago a la botella. —¿sabes que? Creo que sólo podré detener esa molesta pregunta si te la contesto. Y no, no estoy bien. Creo que nunca lo he estado, creo que nunca lo estaré… pero ¿Qué puedo hacer? Eso es lo que soy- al parecer una parte de la conversación no la estaba teniendo conmigo, si no es que toda ella. —Yo… yo no elegí esto. Yo… yo disparé el arma de aquel hombre sin querer. Nunca había agarrado un arma… y cuando menos acordé, todos me llamaban "la víbora" y había matado a más de 30 hombres. Cuando te haces de esa fama, solo te queda de opción el hacerle honores y sacarle beneficio. Sobrevivir… bueno, creo que eso es lo que hacen los animales, lo que hacen las víboras, tal vez si soy una de ellas-

—¿Y por qué no te detienes?- me atreví a tocar su brazo.

—Esa no es una opción, niña. Me buscan en todos los pueblos a dónde voy, piden recompensa por mi… viva o muerta- clavó su profunda mirada en la mano que tocaba su brazo y la subió poco a poco hasta mis ojos, ahí se quedó. —Tu tienes tantas opciones…-

Parecía verme con añoranza. 

—Yo solo podía casarme. Eso es lo que mi padre eligió para mí-

—Dime ¿Si no lo hubieras hecho, te habría matado?-

—Bueno, no. Es obvio que no pero…-

—Entonces tienes todas las opciones del mundo. Mírate ahora. Estás hablando con una condenada a muerte, en una miserable posada en medio de Colorado, vestida como hombre… opciones te sobran- sus ojos se apagaron aún más y desvió su mirada hacia un punto perdido frente a ella. — Tengo todo ese dinero…- me giré y vi varias bolsas de dinero alineadas en la barra —quisiera solo tomarlo e irme… irme a donde no supieran quién soy, a dónde fuera Elizabeth y no "la víbora"- 

—¡vámonos!- y hasta mucho después me percaté del plural. Por mi emoción y la idea de que ella cambiara de vida, tomé su brazo, cerca del codo, y sentí húmedos mis dedos, al voltearon a verlos, estaban cubiertos de rojo. —estás herida- 

—no es nada- me arrebató su brazo, se paró, y tambaleándose tomó la botella y bebió de nuevo. 

—consigamos un médico-

—no es nada, ya te lo dije- intenté caminar, pero trastabilló y se tuvo que sujetar de la barra. No sabía si era la tristeza, la ebriedad o las heridas. Pero mi corazón se encogía de verla así.

—Al menos déjame llamar a Tad para que te ayude-

—¡Sin perros! ¡No pueden verme así!- ¿Por qué se mostraba vulnerable conmigo?

Como pudo, se volteó para quedar recargada en la barra y de frente a mi.

—Tus ojos me gustan mucho. Tus ojos fueron lo que me hizo querer tenerte- no supe qué decir, su comentario hizo que mi corazón diera un brinco en mi pecho y las manos me sudaran. —Quisiera hacerte mira… Eres tan hermosa… tus ojos, tu cabello… me enloquece tu cabello- parecía que lo decía más para ella que para mí, y aún así me hacía vibrar con cada palabra —tu piel… - y se acercó a mí nuevamente —apuesto a que esas hermosas pecas llegan más allá de tu escote…- a pesar de que el fuego que había en sus ojos era calcinante, poco a poco una nube gris de pensamientos la fue apagando, hasta que evadió mi mirada y la clavó en el piano. Se volvió a sentar ante él, a mi lado, se puso muy derecha, las botas las acomodó sobre los dorados y desgastados pedales, dio un último trago a la botella y colocó las manos en posición; yo la veía extasiada, no podía creer que supiera tocar el piano.

Tocó una melodía tristísima, y mientras sus dedos se deslizaban sobre las sucias teclas, las lágrimas lo hacían por sus mejillas. Tardé un poco en darme cuenta de que no era una pieza completa, era el mismo pedazo una y otra vez, como si al igual que su memoria, sus emociones estuvieran atascadas en ese recuerdo.

Una gota de sangre sobre mi pantalón me sacó del hipnótico y deprimente momento, y yo, a su vez, la saqué a ella cuando coloqué mis manos sobre las suyas para detenerla.

Pareci ofenderla con tal acción, o al menos eso me dijo la dureza de sus labios; pero mis manos no dudaron, acaricié las suyas, y eso pareció derrumbar la poca fortaleza que le quedaba en el momento. Eso bastó para que agachara la cabeza y la recargara en mi pecho. 

Sentí su cuerpo temblar por los mudos sollozos, y de lo más hondo de mi, salió algo que me hizo levantar los brazos y querer protegerla. Ella se aferró a mi cintura con fuerza, como si buscara algo de lo cual asirse durante la tormenta que era su mente.

La dejé estar ahí todo el tiempo que necesitó. 

 

Cuando se recompuso un poco, me puse de pie, la tomé de la mano y la lleve a la habitación. A pesar de que lo intentó, no permití que un no. 

En medio del cuarto, desabroché los botones de su camisa negra, poco a poco; la deslicé con sumo cuidado por sus brazos… vi la herida, no parecía grave, solo un rosón de la bala, pero había mucha sangre. 

Desde arriba, ella me veía con expectancia.

 La dejé ahí un momento mientras salí a buscar más whisky y agua. Cuando regrese ella seguía ahí, inmóvil.

Humedecí un trapo con agua y limpie la herida, tras lo cual vertí el alcohol. Ella no hizo ningún ademán de dolor, solo me observaba con esos ojos casi negros e inescrutables. Até una tira de tela a su brazo, a modo de vendaje, y hasta ese momento, cuando creí finalizado mi trabajo, me concentré en su parcial desnudez. 

Solo con el pantalón negro ajustando su cadera y el par de pistolas sujetas al cinturón,  se veía extremadamente peligrosa… 

 Inmóvil, al centro del cuarto y con varias velas alrededor, pude detallar su delgada figura. Arriba de la metálica hebilla, se abría paso una planicie larga tentadora que era su marcado abdomen; y a los lados, dos surcos profundos que me señalaban el inicio de su cadera, y parecían señalarme el camino hacia su centro. Sus brazos eran delgados y fibrosos. Pero quienes captaron toda mi atención, fueron el par de pechos, pequeños y sumamente firmes, con unos pezones aún más minúsculos, que parecían querer alcanzar mis labios de tan duros que estaban. 

La contemplé de arriba a abajo, desde sus negras botas hasta su delgado cuello.  Nunca había sentido esa presión en mi vientre, esa humedad que se abría paso en mi entrepierna. Sentía mis mejillas arder y mis manos picar, quería tocarla, pero ella no se movió. Me dejó verla cuanto quise, detallar cada músculo, detenerme en cada cicatriz, y enloquecer en el lijeramente tostaado color de su piel. 

—Solo dilo… solo pídemelo- sabía a lo que se refería, pero no pude, no me atreví. 

Me acerqué a ella, la tomé de las manos y la guíe a la cama; la senté, me agaché a quitarle las botas, desabroche su cinturón con las pistolas y lo coloque en el buró junto a la cama; haciendo un poco de presión en sus hombros, la recosté y me senté a su lado. 

—Ahora descansa, yo voy a cuidarte esta noche-  

Nos quedamos en silencio, apague las velas y regrese a su lado. Pasaron varios minutos, o tal vez horas, pero cuando menos acordé, sus ojos se habían cerrado, y para mí sorpresa y satisfacción, sus cejas estaban relajadas. 

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