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Sedientos de odio: odio al día de San Valentín

en Gays

¡Muy buenas! Soy Batdark, el murciélago más conocido del mundo de los relatos, o eso me gusta pensar… Para celebrar el día de San Valentín (aunque un poco tarde), el autor de estos relatos ha decidido regalaros un especial de Sedientos de odio. Qué rabia… Yo no voy a salir… Pero bueno, seguro que lo celebro con Kilian, que tanto me quiere, jiji. En fin, antes de empezar, un mensaje del autor:

 

Mientras considero la vuelta de sedientos de sangre, me gusta daros de vez en cuando algún especial para que no se olviden mis personajes. Estuve mucho pensando en qué hacer, y al final decidí escribir esto. Espero que os guste.

 

Antes de que os ilusionéis sobre la vuelta de la serie, este capítulo será todo del pasado entre Bitterkeit y Verrat, por lo que no ocurrirá nada en el presente, lo sentimos. Sin más dilación, el relato.

 

Si queréis, podéis comentar a través de email a la dirección de correo: latumbadelenterrador@gmail .com

 

 

Sedientos de odio

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Un relato del Enterrador

 

 

 

Para dos jóvenes vagabundos el invierno es la peor estación del año. Pueden morir en cualquier momento por el frío y es más difícil conseguir comida. Ya era bien entrado febrero, por lo que ya estaban hartos de tanto invierno. Verrat y el pequeño Lieveboll se estaban quedando en una cabaña abandonada a las afueras de la ciudad. Llevaban un par de días sin comer y Verrat estaba dispuesto a hacer cualquier cosa.

 

-¡Tengo un hambre que me comería la madera!-gritó Lieveboll hambriento.

 

-Es que esta cabaña está lejos de la ciudad, ir y volver el mismo día puede ser peligroso. Aguanta un poco, ¿quieres?-respondió Verrat pensativo.

 

-Tengo mucha hambre… En momentos como este me acuerdo de la carne tan rica que preparaba mi madre… Ah… La echo de menos-dijo Lieveboll triste.

 

-Tsk. Lieveboll, voy a salir. Espérame aquí y no salgas bajo ningún concepto.

 

Verrat echó a andar hacia la puerta decidido, pero rápidamente Lieveboll corrió tras él y le agarró del brazo.

 

-¡No!-gritó-¡Es plena noche, es muy peligroso!

 

-Tienes hambre, no voy a permitir que sufras por ello-respondió Verrat serio.

 

-Pero… Pero… Podría empezar a nevar o algo-dijo Lieveboll preocupado.

 

-No intentes detenerme. Sé un niño bueno y quédate aquí.

 

Lieveboll miró desesperado a Verrat y unas lágrimas brotaron de sus ojos. Verrat se quedó paralizado mirando la cara infantil e inocente de aquel niño que estaba casi solo en el mundo, aquel niño que solo le tenía a él.

 

-N-no te vayas… Por favor-le suplicó Lieveboll llorando.

 

El joven Verrat le observó detenidamente y asintió. Acarició la cabeza del otro chico y se sentó a su lado en la cama destartalada que se habían encontrado en la cabaña. La verdad es que Verrat no podía negarle nada a ese niño. Era como su hermano pequeño, su deber era protegerlo y cuidarlo.

 

Desde que lo encontró hacía unos meses se dio cuenta de que ese niño le necesitaba. Sin embargo, Verrat no sabía que también le necesitaba a él. Necesitaba a alguien a quien proteger, alguien que estuviera a su lado, alguien que jamás se separara de él, que jamás le traicionara. Necesitaba a su hermano pequeño tanto como éste le necesitaba a él.

 

Lieveboll se abrazó a Verrat para sentir su calor. El frío empezaba a calarse en los huesos de los jóvenes, así que Verrat sugirió avivar el fuego de la chimenea. En el trayecto de la cama a la chimenea analizó la cabaña detenidamente.

 

Era una cabaña vieja y destartalada, solo había una cama, un escritorio y un armario. Tanto el armario como el escritorio estaban vacíos, ya lo había mirado antes. Ni una sola ventana se vislumbraba en las paredes, y una vieja chimenea al fondo era lo único que que podía mantener la habitación con luz.

 

Una vez hubo avivado el fuego de la chimenea volvió a sentarse junto a Lieveboll.

 

-¿Crees que sobreviviremos al invierno?-soltó Verrat sin expresión.

 

-¿Eh?-soltó Lieveboll sorprendido-¿Q-qué estás diciendo? ¿Acaso e-existe la posibilidad de que no?

 

Por un momento Verrat se sorprendió de lo que había dicho. Había pensado en voz alta, cosa que él nunca hacía. Siempre se mostraba fuerte delante de su hermano pequeño, era su deber. No podía permitir que el pequeño Lieveboll se preocupara. Aunque se sentía derrotado y con ganas de llorar, sonrió y miró al otro joven.

 

-¡Jaja!-se rió-Qué cara has puesto… Deberías haberte visto. Por supuesto que no vamos a morir, bobo. Lo he dicho para asustarte.

 

-¡No me vuelvas a hacer eso!-gritó LIeveboll enfadado-Tú siempres estás alegre y pareces no temerle a nada, si tú perdieras la esperanza… Yo…

 

Verrat amplió su sonrisa y se acercó a la oreja de su hermanito.

 

-Así que el pequeño Lieveboll no puede vivir sin su hermano mayor…

 

-Yo… No soy pequeño. Tenemos casi la misma edad-dijo el joven indignado.

 

-Ya, pero tú eres muy canijo. Parece que yo soy mucho mayor-se rió Verrat.

 

Lieveboll miró enfadado a Verrat y éste se apartó de su lado para ir a por una manta para taparse.

 

-¿De dónde la has sacado?-dijo Lieveboll sorprendido.

 

-¿Te acuerdas de la vaca de antes?-sonrió Verrat.

 

-¿La que me ha lamido el dedo? ¡Sí! Le he puesto nombre, ¿sabes? Se llama Kuh. Ojalá volvamos a verla.

 

-Eh… Pues... -dijo Verrat nervioso-Me la ha regalado ella, ¿ves? El dibujo parece de piel de vaca.

 

-¡Qué guay!

 

Verrat se tumbó y Lieveboll se acurrucó junto a él, entonces se echaron la manta de piel de vaca… Ejem… Digo, “que parecía piel de vaca” por encima.

 

-Buenas noches, hermanito-dijo Lieveboll cerrando los ojos.

 

-Buenas noches, hermanito…-respondió Verrat dándole un beso a Lieveboll en la frente.

 

Ambos cerraron los ojos, y allí, en aquella cabaña, bajo aquel fuego que les llenaba de calor, y acurrucados como estaban, se durmieron.

 

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Especial sedientos de odio:

Odio al día de San Valentín

 

-¡Oye! ¡¿Te quieres levantar de una vez?!-gritó una voz al pobre Lieveboll, que permanecía plácidamente dormido.

 

Verrat suspiró al ver que el joven no se despertaba y tras decirle que lo hacía porque éste le había obligado al no despertarse, pegó un tirón de la manta y Lieveboll cayó rodando al suelo.

 

-¡Aaaaaaah! ¡Ay! ¡Duele, duele, duele!-gritó Lieveboll dolorido.

 

-Eso te pasa por perezoso-dijo Verrat indiferente.

 

-Podías haberme despertado de una forma más amable…

 

-No tenemos tiempo que perder. Tenemos que salir temprano a la ciudad a conseguir comida.

 

-Vale…-respondió Lieveboll aún molesto.

 

Ambos salieron de la cabaña. Anduvieron un largo rato hasta que llegaron a la ciudad, probablemente, a juzgar por la posición del sol, ya era mediodía.

 

-Ni se te ocurra separarte de mí, Lieveboll-dijo Verrat con una mueca severa.

 

Lieveboll tenía cogida la mano del otro chico, así que le sería muy difícil perderse. Pero las calles estaban repletas aquel día, así que Verrat quería asegurarse.

 

-¿Qué te parece si vamos a la parroquia? Seguro que el cura nos da algo de comer-dijo Verrat sonriendo.

 

-Por mí vale, ¿pero no decías que odiabas a los curas?-respondió Lieveboll sorprendido-Muchas veces has rechazado su ayuda porque has dicho que te daban asco.

 

-Ya. Odio a la gente falsa. Y todos los sacerdotes lo son.

 

-Pues mi madre solía decir que todos los sacerdotes eran gente honrada y que nunca debía dudar de ellos-sentenció Lieveboll.

 

Cada vez que Lieveboll hablaba de su familia a Verrat se le revolvía el estómago, ¿por qué seguía recordándolos? Ahora le tenía a él, así que no era necesario que pensara en aquellos que le abandonaron.

 

-Ya casi hemos llegaddo-dijo Verrat cambiando de tema.

 

Entraron en la Iglesia y vieron que todo el mundo estaba sentado esperando a que el sacerdote diera la misa.

 

-Mierda… Tendremos que venir más tarde-dijo Verrat molesto.

 

-¡No! Quedémonos. A lo mejor nos dan una ostia-sonrió Lieveboll.

 

-Oye, ¿eres un masoca de esos? ¿Te va que te calcen una hostia?

 

-”Ostia”, no “hostia”. Sin “h”. Es una galleta que representa el cuerpo de Cristo.

 

-¿Galleta? Eso suena bien-dijo Verrat hambriento.

 

Ambos se sentaron en la última fila y el cura empezó a hablar.

 

-Hermanos… Hoy es 14 de febrero. ¿Sabéis lo que eso significa? Hoy es San Valentín. Supongo que pocos conocerán la historia de este sacerdote. Durante la época del Imperio Romano se prohibieron los matrimonios entre jóvenes porque el emperador Claudio II creía que los soldados solteros rendían mejor en la batalla al no tener distracciones familiares. Esto a San Valentín no le pareció justo y decidió casar a jóvenes a escondidas. Por ello, fue ejecutado.

 

-Me-a-bu-rro-dijo Verrat bostezando.

 

-Oh, vamos, es una historia de muerte. Es interesante-dijo Lieveboll.

 

-Hermanos y hermanas, si hay algo que nos enseña esta historia es que… Hay que obedecer a la autoridad, o de lo contrario, moriremos. Así que obedeced a los guardias, obedeced al rey, y obedeced a Dios. De lo contrario moriréis como lo que seréis, unos traidores-dijo severamente el sacerdote.

 

Verrat levantó la mano y el cura, sorprendido le miró.

 

-¿Sí, hijo?

 

-¿Cuándo repartís las hostias esas?

 

-Ostias, hijo mío. Sin “h”. Y eso es al final. Acabamos de empezar.

 

-Pues nada…-dijo Verrat rescostándose en el banco para dormir-Avísame cuando den las galletas esas.

 

Lieveboll no dijo nada, sabía que no podía detenerle, así que ni lo intentó. Lo dejó dormir plácidamente.

 

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Una serie de codazos despertaron a Verrat de su sueño, era su acompañante, que se mostraba apresurado.

 

-¿Qué pasa? Estaba soñando que era rico-preguntó Verrat bostezando.

 

-Ya ha terminado la misa, van a darnos de comer-respondió Lieveboll.

 

Ambos jóvenes se acercaron a donde estaba el padre y éste les ofreció aquellas galletas. Lieveboll la devoró con ansia, pero Verrat se la guardó en el bolsillo, era más precavido. El sacerdote vio lo que había hecho y le preguntó:

 

-Hijo mío, ¿por qué no aceptas a Dios aquí, en su casa?

 

-Padre-respondió Verrat con educación-Somos dos pobres vagabundos, dudo que le importemos a Dios. Además, el hambre puede ser peor en otro momento, por lo que prefiero reservármela.

 

-¡Oh, hijo mío! ¡Por supuesto que le importáis a Dios! Dios ama a todas las criaturas. Y en especial a dos chicos tan guapos como vosotros-sonrió el padre.

 

-Gracias, padre-sonrió Lieveboll.

 

-Lieveboll-dijo Verrat mirando mal al sacerdote-No te acerques a este señor. Nos vamos.

 

-Oh, hijos míos. No os vayáis. Si os quedáis un poco más, os invitaré a comer. Tengo un montón de carne, puedo ofreceros toda la que queráis.

 

A Lieveboll le rugió la tripa y miró a Verrat suplicante. El otro chico suspiró y aceptó, aunque no se fiaba mucho de aquel cura con tendencias pedófilas.

 

Cuando todo el mundo se había ido fueron tras el cura a la parte trasera de la iglesia.

 

-Ni se te ocurra separarte de mí. Y a ese ni te acerques. Comemos y nos vamos-dijo Verrat serio.

 

-Vale… Pero es un cura, no puede ser malo…

 

-Es porque es cura que es malo.

 

El padre preparó la mesa y les sirvió la carne a sus invitados. Verrat le hizo un gesto a Lieveboll para que no comiera. Olió la comida y la saboreó primero, para asegurarse de que no contuviera veneno. Entonces le dio permiso al otro chico para comer.

 

-Deberías saber que la desconfianza es la madre de la soledad, jovencito-dijo el cura sonriendo.

 

-Y usted debería saber que la pedofilia es la hija de Satanás-respondió Verrat serio.

 

-Oh, cuánta hostilidad… Yo jamás podría hacerle eso a un pobre niño. Eso iría en contra de las enseñanzas de Jesucristo-añadió el sacerdote.

 

-¿Cómo sabemos que ese tipo existió?

 

-Hay pruebas irrefutables de su existencia.

 

-V-verrat, no hables así… Podrían acusarte de hereje-dijo Lieveboll asustado.

 

-¿Hereje? Ja. Supongo que es lo que soy. No tengo razones para creer. Mi vida ha sido una mierda desde que nací, si hay un Dios, podía haber sido un poquito menos cabrón-sonrió Verrat.

 

-Dios nos pone a prueba a veces. Prueba nuestra fe-dijo el cura tranquilamente.

 

-Joder, pues ya podía probar un poquito más a prueba a los demás, y un poquito menos a mí…

 

-A ver, jovencito…-empezó el cura-Explícame por qué no crees en Dios.

 

-Ya lo he dicho. Mi vida es una mierda-dijo Verrat mirándole con evidente enfado.

 

-Vaya-dijo mirando a Lieveboll-Eso debe doler, ¿no? Que seas parte de su vida y te considere eso… Una simple mierda…

 

Lieveboll se sorprendió y miró a Verrat, quien se estaba empezando a cabrear seriamente.

 

-¡¿Qué mierda estás diciendo?! ¡Este niño es lo mejor de mi vida! ¡La única luz que alumbra mi patética existencia! ¡Él no es una mierda, es un ángel! ¡Como vuelvas a insinuar algo así, te parto la boca!

 

Lieveboll se sonrojó y apartó la mirada.

 

-¿Ves? Hay una luz en tu vida, ya no es tan mala-dijo el cura satisfecho.

 

-Si Dios existiera, no dejaría que alguien tan puro como él estuviese conmigo. Le habría dado la vida que se merece, una vida buena de verdad-añadió Verrat.

 

-Si, puede ser… No podemos estar seguros. Yo no puedo estar 100% seguro de que Dios existe… Y tú…. Tampoco lo puedes estar de que no-sonrió arrogantemente.

 

-Lieveboll, termina rápido de comer. Nos vamos-dijo Verrat molesto.

 

-S-si…

 

-Oh, ya os váis…-dijo el cura apenado-Pero si aún no ha empezado la diversión…

 

-¿Diversión?-dijo Verrat en guardia.

 

De repente, dos hombres aparecieron tras Lieveboll y Verrat y les agarraron, inmovilizándoles.

 

-¡Hijo de puta! ¡Sabía que harías algo así!-gritó Verrat.

 

-V-verrat… T-tengo miedo…-dijo Lieveboll con lágrimas en los ojos.

 

-Jeje… Si tanto sabías que iba a pasar, ¿por qué no lo evitaste?-sonrió el sacerdote.

 

-No esperaba un ataque tan directo… Tsk. Me he confiado…

 

-Bueno… Ya que vuestra patética existencia acabará pronto, os contaré un secretillo-susurró el cura con una sonrisa arrogante-Dios no existe…

 

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Una vez que Verrat abrió los ojos supo que estaban en un buen aprieto. La sala estaba pintado de un color morado oscuro que daba una sensación de reclusión elegante, olía a incienso y lo peor era que estaba rodeado de barrotes. Miró a su alrededor y vio que había muchas jaulas por toda la sala. En cada una de ellas había un niño, los niños eran de diferentes edades.

 

Algunos miraban sin expresión hacia el frente, aquellos que habían sido usados, otros, temblaban de miedo ante lo que les esperaba. Buscó desesperadamente a Lieveboll hasta que lo encontró en una jaula no muy lejos de la suya, junto a una de las antorchas que iluminaban la sala. Lieveboll seguía inconsciente.

 

-¡Lieveboll! ¡Despierta! ¡Despierta, canijo!-gritó Verrat nervioso.

 

Lieveboll abrió los ojos aturdido y bostezó. No sabía muy bien donde estaba, y tras frotarse los ojos miró horrorizado lo que le rodeaba.

 

-¡Verrat!-gritó Lieveboll aferrándose a los barrotes.

 

-¡Jajajajajajajajaja!-se rió uno de los niños-Mira tú por donde, chicos nuevos. Qué guay…

 

-¿Dónde coño estamos?-dijo Verrat cabreado.

 

-Hala, ha dicho una palabrota-dijo el niño fingiendo inocencia.

 

-No me toques las pelotas, criajo. ¿Qué es este sitio?

 

-Pues verás, amigo. Esto es… En pocas palabras, lo que se conoce como… El infierno.

 

-¿Qué van a hacernos?-preguntó Lieveboll asustado.

 

-Cualquier cosa. Violaros, venderos como esclavos, abriros en canal y vender vuestros organitos… Algo así-sonrió el niño.

 

-E-eso… No puede ser, alguien de la Iglesia no haría algo… Así…-dijo Lieveboll horrorizado.

 

Hubo un silencio y después, como si lo hubieran tenido planeado de antemano, todos los niños que permanecían sin expresión y el chico que hablaba con ellos comenzaron a carcajearse a la vez. Era una belleza vocal siniestra, sus voces se coordinaban a la perfección, todos se reían exactamente a la vez y a la misma velocidad.

 

-¡¿Qué cojones…?!-maldijo Verrat.

 

Lieveboll empezó a llorar asustado y el resto de niños se callaron, a excepción del muchacho que les había hablado.

 

-Hacía mucho que no oíamos un llanto… Qué agradable… Qué armónico… Ninguno de nosotros puede llorar ya. Los muertos no lloran-dijo el niño.

 

Verrat comenzó a golpear esos barrotes con rabia y el niño aquel comenzó a reírse, como si fuera algo que todos habían intentado ya. Verrat se rindió al cabo de un rato y se sentó en su jaula cansado.

 

Lieveboll estaba muy nervioso, así que Verrat quiso tranquilizarlo fingiendo normalidad. Comenzó a charlar con el niño, éste decía que se llamaba Freude, lo cual le resultaba irónico, ya que eso significaba “Alegría” y él consideraba su vida muy desdichada. Estuvo hablando de su familia. Su madre era prostituta y uno de sus clientes la dejó embarazada, el cliente no aceptó sus responsabilidades de padre y la prostituta creía que los niños daban muy mala imagen en su trabajo, así que lo abandonó en la calle cuando era un bebé recién nacido.

 

Luego un hombre le recogió y le llevó a su casa para acogerle como uno de sus hijos. Él consideraba a ese hombre su padre, y a su mujer, su madre, pero un día unos ladrones asaltaron su casa y les mataron. Él tenía 7 años, pero consiguió huir y vivir en la calle. Hasta que un día el cura le dijo que le acogería como un hijo. Pero le secuestró.

 

-Tío, la Iglesia es una mierda-dijo Freude-Son unos cabrones que solo quieren pasta y más pasta.

 

-Ya. Por eso siempre he odiado los curas-dijo Verrat pensativo.

 

-Además, los curas se apuntan al seminario para huir de sus deseos deprimidos. Son todos maric…

 

Aquel niño no pudo terminar la frase, una espada le empaló desde atrás. Sus ojos se abrieron por la sorpresa y su boca empezó a soltar sangre, Verrat miró horrorizado la escena y Lieveboll comenzó a chillar. Los demás chicos permanecían en silencio.

 

-Vaya acusación más fuerte... -dijo una voz entre las sombras-Me temo que le ha costado la vida.

 

-Ja…-dijo el niño tosiendo sangre-Me alegro de haber muerto antes de que me violara alguno de vosotros, asquerosos.

 

-¡Calla, hereje!-una mano le cruzó la cara al niño, que cayó al suelo de la jaula, dejando un charco de sangre.

 

Verrat pudo distinguir la figura de este hombre, que se acercó a la antorcha y quedó visible. Era el cura que les había dado de comer.

 

-Disculpe la escena, señor Geld-dijo el cura.

 

Tras él apareció un joven con capa y ropa elegante, que poseía una sonrisa arrogante y unos aires de superioridad. Se recolocó los guantes y observó la habitación con gesto desaprobador.

 

-Por favor… Qué sórdido es esto…-exclamó.

 

-Bueno, señor Geld, viene usted a comprar un esclavo. ¿Esperaba algo más elegante?

 

-En fin… Quisiera ver la mercancía-dijo el joven ignorando las palabras del sacerdote.

 

-Por supuesto. Le daré a probar al que usted quiera, sin compromiso alguno-sonrió el sacerdote.

 

Tanto Verrat como Lieveboll miraban paralizados la escena. Entonces el señor Geld se puso a observar a los jóvenes uno por uno.

 

-Ese no se mueve-dijo molesto.

 

-Hala, otro que se ha muerto de hambre…-dijo el cura suspirando.

 

-¡Pues vaya mierda de trama de esclavos tienen si se les muere la mercancía!-gritó el señor Geld.

 

-Lo siento…-dijo el cura.

 

-Y eso que un amigo me lo recomendó: “Curas que esclavizan, a precio de risa: el paraíso de los pedófilos”, pues vaya basura…

 

Cuando pasaron junto a la jaula de Lieveboll a Verrat le hervía la sangre. Entonces Geld lo señaló con le dedo y sonrió: “quiero éste”.

 

-¿Éste, señor? Pero si aún no hemos tenido tiempo de catarlo nosotros-dijo apenado el sacerdote.

 

-Mejor, qué asco metérsela después de un cura-dijo molesto.

 

-Pues debe saber que el precio de un virgen es mucho mayor-añadió el cura.

 

-Pagaré lo que haga falta-dijo Geld.

 

El sacerdote sonrió y sacó la llave para abrir la jaula. Lieveboll tenía mucho miedo. Se sentía como un conejillo de indias con el que iban a jugar. Su cuerpo temblaba sin parar mientras miraba como aquel hombre de Dios le sonreía de forma maligna al abrir la jaula.

 

-¡Nooooo! ¡Yo me ofrezco voluntario! ¡Yo seré su esclavo, su juguete, lo que usted desee!-gritó Verrat.

 

-¿Mmm?-se giró Geld.

 

Verrat lo miró suplicante.

 

-¿De verdad tanto deseas ser mi esclavo?-sonrió.

 

-Pues claro, lo seré. Seré suyo. Se la chuparé, le daré mi culo para que me sodomice, para que me haga suyo. Gemiré con cada una de sus embestidas y le suplicaré más, seré su perro, su posesión. Lo que usted quiera-suplicó Verrat.

 

-Me he puesto palote-añadió el cura.

 

-Es que no me gustan tan mayores. Además, en tu mirada se nota que eres un hombre, se nota el dolor… En la suya solo hay inocencia y bondad. Será mucho más placentero tomarle.

 

-Por favor, Dios. Protege mi alma del pecado, ¿no lo ves? Yo soy fuerte, soy puro. Son esos niños con sus cuerpos los que me obligan a pecar. Yo quiero ser una más de tus ovejas. Protégeme, oh, Dios. No quiero que sus cuerpos me hagan caer en el infierno-dijo el padre.

 

-Entonces dejeme hacer una cosa antes de llevárselo. Déjeme que sea mío. Solo una vez. Aquí. Ahora. Usted puede mirar-dijo Verrat serio.

 

-¿V-v-verrat?-dijo Lieveboll asustado.

 

La cara de Verrat no tenía expresión, sus ojos entrecerrados miraban a Lieveboll fijamente, no parecía tener nada que decir, solo le miraba. Lieveboll no entendía qué pasaba, ¿por qué iba a dejar que se lo llevara ese hombre? ¿Y por qué pensaba hacerle algo tan horrible antes de separarse de él para siempre?

 

Geld sonrió.

 

-Como quieras. Padre, abre sus jaulas.

 

-Esto lo pagas aparte, hijo.

 

-Que sí, pesado. Cura avaricioso…

 

El cura abrió las dos jaulas y se apartó junto a Geld para observar. Verrat corrió hacia Lieveboll y le abrazó con todas sus fuerzas.

 

-Lo siento mucho, Lieveboll. No he podido protegerte, era mi deber… Era mi deber y no lo he cumplido… Soy un hermano mayor horrible-dijo Verrat con lásgrimas en los ojos.

 

-V-verrat… No…. Tú… Tú eres lo único que tengo, lo mejor de mi vida.

 

-Vamos, no digas eso o empezaré a creérmelo… Tú estás conmigo solo porque las cosas han salido asÍ. Siempre hablas de tu familia, sé que los prefieres antes que a mí…

 

-Eso… No es verdad. Yo… No quiero hablar de ellos. Los odio por lo que me hicieron. Pero… Como tú no hablas nunca de tu familia, pensé que a lo mejor no tenías e intentaba animarte con mis historias. Lo siento-dijo Lieveboll llorando.

 

De repente Verrat lo vio claro. Él no era el único que se preocupaba, Lieveboll también lo hacía. No podía mostrarse triste o melancólico o su pequeño hermano se preocuparía. Lo abrazó aún más fuerte y le susurró al oído.

 

-Siempre he querido hacerte mío. Eres lo unico que tengo, y quiero que seas solo mío. Y ahora voy a tener que separarme de ti… Qué irónico…

 

-¿Q-qué?-se sonrojó Lieveboll.

 

-Perdóname por lo que te voy a hacer..-susurró Verrat.

 

Sin dejar tiempo a que el pequeño Lieveboll respondiera, Verrat juntó sus labios con los del otro chico. Lieveboll no se lo podía creer, se sonrojó completamente y miró asustado a Verrat, que permanecía con los ojos cerrados, saboreando el beso. El pequeño Lieveboll había cerrrado con fuerza su boca, pero Verrat deslizó su dedo índice hacia ésta y se la abrió a la fuerza.

 

Entonces metió su lengua en la boca del niño. Lieveboll notó como su corazón empezó a latir con fuerza. De sus ojos empezaron a brotar lagrimas, pero Verrat interrumpió el beso para ponerse a lamerlas.

 

-Shhh… No tengas miedo, hermanito. Yo jamás te haría nada malo. No me tengas miedo-susurró.

 

Lieveboll se aferró a su hermano llorando, se enganchó a su camisa con mucho miedo, y Verrat comenzó a lamerle la oreja.

 

-¡Padre! ¡¿Se la está cascando?!-dijo Geld asqueado.

 

-Ave María purísima, protégeme de esos cuerpos que me llaman, del pecado que me obligan a cometer-soltaba el cura.

 

-Dime, Lieveboll… ¿Me odias? ¿Me odias por lo que te estoy haciendo? ¿Por desearte?-sonrió Verrat.

 

Lieveboll seguía aferrado al otro chico.

 

-No…

 

-¿Ah, no?

 

-Yo jamás… Podría odiarte….

 

-¿Confías en mí?-sonrió Verrat.

 

-C-confío en ti-dijo Lieveboll con lágrimas en los ojos.

 

En ese momento Verrat le dio una patada a la antorcha que había al lado de la jaula de Lieveboll y el sótano empezó a arder.

 

-¡¿Qué demonios!?-gritó el sacerdote.

 

-Padre, no blasfeme-dijo Verrat cogiendo a Lieveboll en brazos.

 

-Tsk-soltó el cura.

 

-¡Atrápalos! ¡Ese niño es mío!-gritó Geld.

 

El cura corrió tras Verrat, pero éste estaba acostumbrado a huir y era muy rápido. Sorteó las jaulas y llegó hasta una puerta de madera junto a la que había dos antorchas. Verrat sonrió.

 

-Lieveboll, agárrate fuerte-sonrió decidido Verrat.

 

-V-vale.

 

Cogió las antorchas y debilitó la puerta de madera con el fuego para tirarla de una patada. Entonces al salir volvió a tirar las antorchas para quemar la salida. Había dejado al cura y al señor Geld atrapados ahí, para que se quemaran.

 

-¡No! ¡Por favor! ¡Santa María!-gritó el sacerdote.

 

-¡Ayuda! ¡Os pagaré! ¡Os haré ricos! ¡Pero salvadme, por favor!-gritó el señor Geld.

 

-Lo siento-sonrió de nuevo Verrat-Nadie va a salvaros, porque Dios no exite. Así que ahora… Arded e id al único paraíso que de verdad existe… La muerte.

 

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Corriendo por los pasillos de aquel sótano que parecía interminable, llegaron a una sala en la que un sacerdote estaba escribiendo en su cuaderno.

 

-¡Oh, cielo santo! ¡Vuestras ropas están hechas un asco! ¿Quiénes sois, niños? ¿Qué os ha pasado? ¿Y vuestros padres?-dijo el sacerdote horrorizado.

 

-¡No juegues con nosotros, sucio cabrón de mierda! ¡O nos sacas de aquí o te abro en canal!-dijo Verrat furioso.

 

-N-no te pongas nervioso, hi-hijo… Os sacaré de aquí, pero no hace falta que me amenaces-dijo nervioso el sacerdote.

 

-Hermanito…-dijo Lieveboll-Creo que éste no sabe nada de lo de ahí abajo.

 

-¡Ja!-se rió Verrat-Eres muy inocente, renacuajo. Aquí todos están compinchados.

 

-¿No lo ves en sus ojos, hermanito? Es la preocupación lo que hay en ellos.

 

-¡Preocupación por su vida! ¡Porque he dicho que voy a matarlo!

 

-No. Quiere ayudarnos, lo sé.

 

-HIjos míos, esto es el seminario. Aquí solo hay sacerdotes. Nadie os hará daño.

 

-¡MENTIRAAAAAAA!-gritó Verrat.

 

-Verrat…-le acarició Lieveboll la mejilla-Tranquilo… Este hombre nos ayudará… Lo sé.

 

Verrat miró a Lieveboll triste, pero éste le devolvió una sonrisa. Si no hubiera sido porque se había prometido parecer duro delante del otro chico, estaría llorando. Asintió con la cabeza y dejó a Lieveboll en el suelo.

 

-Verá, padre-empezó Lieveboll-Un sacerdote nos ofreció comer con él y nos secuestró. Hemos acabado en el sótano y nos iban a vender a un señor rico como esclavos sexuales. Queremos salir de aquí. Pero no podemos confiar en nadie.

 

-Jovencitos… Sois muy valientes… Lo cierto es que había oído que en el sótano se habían cosas malas, pero tenía miedo de investigar. No quería que me echaran de la iglesia. La iglesia es lo único que tengo. Mis padres y mis hermanos murieron y solo tengo esto…

 

-No se preocupe, ayúdenos a salir de aquí y Dios le perdonará por no haber hecho nada contra esos delincuentes-dijo Verrat serio.

 

El cura les llevó por un pasadizo secreto que daba a la calle, les dio una barra de pan y les dijo que podían visitarle cuando quisieran. Sonriente y con la sensación de haber hecho algo bueno, el sacerdote volvió a sus aposentos.

 

Era de noche, hacía frío en la calle, pero ambos niños debían llegar a su cabaña para poder dormir. Para luchar contra el sueño y el cansancio decidieron conversar.

 

-¿Ves? Sí que podemos confiar en algunos sacerdotes. Hay alguno malo, pero como en todas las profesiones-sonrió Lieveboll.

 

-Más bien creo que hay alguno bueno, porque la mayoría son malvados-añadió Verrat.

 

-En cualquier caso, yo creo que este día es muy bonito.

 

-¿Bonito? Ha sido un día horrible.

 

-No me refiero a nuestro día, sino al día de San Valentín.

 

-Un día para la sumisión, genial-ironizó Verrat.

 

-No, yo creo que este no es un día para la sumisión, para rendirse al poder y obedecer, sino un día en el que luchar por el amor, como hizo San Valentín.

 

-Vaya, veo que el beso que te he dado antes te ha afectado…

 

Lieveboll se volvió a sonrojar totalmente, ya se había olvidado de eso, pero al recordarlo miró a Verrat nervioso.

 

-¿P-por qué… Lo hiciste?

 

-Porque estoy enamorado de ti.

 

-¿¿Qu-qu-qué??

 

-Lieveboll… ¿Quieres ser mi novia?-se rió Verrat.

 

-¿Eeeeeh?-dijo Lieveboll sorprendido.

 

-¡Jajajajaja! ¡Qué cara has puesto! ¡Idiota, está claro que he hecho eso para protegerte y salir del paso!

 

-¿D-de verdad?

 

-¡Pues claro! ¿Quién querría besarte? ¡Estás todo el día comiéndote los mocos, qué asco!

 

-¡Yo no me como los mocos!

 

-Ya, ya…

 

-P-aprecías muy s-serio…

 

-No me digas que tienes ganas de más…-sonrió Verrat-Si es así, no te desesperes, porque yo haría lo que fuera por mi hermano pequeño… Incluso eso.

 

-¡Idiota!

 

-Jeje… Feliz de San Valentín, Lieveboll-sonrió Verrat dándole un beso en la mejilla al otro chico.

 

Lieveboll se volvió a poner colorado y miró nervioso a Verrat, que se reía a carcajadas.

 

-F-feliz día… D-de San Valentín…

 

-Oye, ¿y si estamos inaugurando una moda con esto? ¿Te lo imaginas? La gente regalándole cosas a su pareja… Sería guay…

 

-Podría ser. Sería interesante tener un “día de los enamorados”, o algo así.

 

Y así, por el camino, Verrat le dio a Lieveboll un trozo de pan como regalo de San Valentín. Los dos cenaron esa noche el pan del sacerdote y la ostia que se había guardado Verrat en el bolsillo. Se dieron un festín en la cabaña después de tanto tiempo.

 

-Oye, hermanito... -dijo Lieveboll triste acomodándose en la cama junto a su hermano-¿Los niños del sótano habrán muerto?

 

-¿Ahora te das cuenta de eso?-suspiró Verrat-Por supuesto que sí.

 

-¡E-eso es terrible!

 

-¿Terrible? Yo lo veo poético. El fuego purificó al fin sus almas atormentadas.

 

-¡No seas cruel!

 

-No soy cruel-le cortó Verrat seriamente-Les he hecho un favor, Lieveboll. Les he dado lo que tanto habrán deseado, la muerte. No, espera, más bien les he dado el descanso eterno que anhelan.

 

-Hermanito…

 

-Porque esos niños… Hacía mucho ya… Que habían muerto…

 

Lieveboll comenzó a temblar, y Verrat lo atrajo hacia él, ambos se acurrucaron juntos y Verrat les echó la manta de vaca por encima.

 

-Pero tú no pienses en eso, pequeñín-le dio un beso en la frente-Buenas noches, hermanito.

 

-Buenas noches, hermanito…

 

__________________________________________________________________________

 

-Verrat, erta… Despierta…

 

-¿Eh?-dije adormilado.

 

-Estamos en plena misa y tus ronquidos han interrumpido al padre-dijo el cretino que estaba a mi lado.

 

-Tsk. Con el sueño tan bonito que estaba teniendo, ¿cómo te atreves a despertarme?-dije molesto.

 

-¡Hijo mío! Veo que no te importa mucho la historia de San Valentín.

 

Me encogí de hombros y le pegué un coscorrón al de al lado por haberme despertado. Bostecé y miré a ese cura calvo y feo.

 

-(¿Serás una de aquellas excepciones?)-pensaba para mí.

 

-¿Con qué soñabas, Verrat?-dijo uno de los chicos de al lado.

 

-Lo de siempre, ya sabes… El pasado…

 

-¿Echas de menos a alguien de tu pasado?

 

-No sabes cuánto-sonreí.

 

-¡Verrat! ¿¡Primero pierdes a un prisionero, luego te duermes en misa y ahora charlas durante la misma!? ¡¿No tienes vergüenza?!-gritó furioso el padre.

 

-Lo siento-dije secamente.

 

-Si no tienes interés en la historia de San Valentín, puedes irte ahora.

 

-No-sonreí mientras me acomodaba echando el cuerpo hacia atrás-Lo cierto es que esa historia significa mucho para mí… (¿Verdad que sí, Lie-ve-boll? Jeje… Hace mucho que no te lo digo, pero bueno… Feliz San Van Valentín...)

 

FIN

__________________________________________________________________________

 

Y hasta aquí el capítulo especial. ¿Sabíais que la idea principal del autor era hacer un especial de San Valentín con las tres parejas pero que no pudo porque esta historia le absorbió tanto que no le dio tiempo? Le quedó muy larga. Yo creo que las historias largas son las mejores, no sé lo que pensáis vosotros. En fin, un mensaje del autor:

 

Me hubiera gustado dedicarle más capítulos a esta historia, pero me ha sido imposible sacar más tiempo, lo siento. Yo creo que podría haber dado más de sí, pero se ha quedado corta. Prometo intentar sacar más tiempo para futuras entregas. Muchas gracias por leer.

 

OS SALUDA

 

EL ENTERRADOR

 

Pues nada, ¡se despide Batdark! Esperamos ansiosos una segunda temporada de Sedientos de sangre, a ver si el autor se anima y además nos sube el sueldo, que últimamente solo como bambú, ¡y los murciélagos no comemos bambú!

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