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El diario de la inocencia de Justin Wright 7

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Diario de una adolescencia gay

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Un relato del Enterrador

 

El diario de la inocencia de Justin Wright 7: Inocencia rota

 

Caminaba por el pasillo como si en mi interior no hubiera realmente vida, como si mi cuerpo fuera sin ningún tipo de control, ajeno a mi cerebro, que en esos momentos no asimilaba lo que había a su alrededor. El mundo exterior, que veía por los ojos, parecía una ilusión, parecía tan lejano… Era como si las taquillas, los estudiantes, el suelo o las paredes no estuvieran en su sitio, como si no estuvieran realmente ahí. Lo veía todo, pero no podía pensar en nada, pues mi cerebro decidió desconectarse en ese momento, y por tanto, mi cuerpo ahora funcionaba como un electrodoméstico que ha sufrido un cortocircuito.

 

No lloraba, pero no porque me faltaran ganas, sino porque no podía. Curioso, ¿verdad? Lo único que funcionaba en mi interior en ese momento era, paradójicamente, lo único que me había roto Axel, el corazón. Latía con fuerza y me provocaba un gran dolor en el pecho. No era un dolor como cuando te caes o como cuando te golpeas con algo, que va perdiendo intensidad, era un dolor agudo y constante, como si te clavan un puñal en el pecho y lo dejan ahí para que te siga doliendo más y más.

 

De vez en cuando me giraba. Iluso de mí, creía que Axel iba a venir corriendo, arrepentido, para abrazarme y decirme que todo era mentira, que me quería, que me quería mucho, y que jamás me iba a soltar. Pero no, eso no pasó. Simplemente servía para que me mareara con las luces del pasillo, que, de repente, parecían haber aumentado su capacidad para brillar. Su brillo no me dañaba los ojos, pero era como si, a través de ellos, se colara en mi cabeza para causarme dolor.

 

Entonces noté que mi móvil, el cual tenía guardado en el bolsillo, vibraba. Lo tenía puesto así para que no me sonara en clase. Ajeno a todo, vi como mis brazos se movían para sacarlo. Era raro, porque yo era consciente de que estaba moviéndolos, pero no los sentía parte de mí. Me sentía sólo como un observador.

 

Después de desbloquearlo y colocar la clave, me percaté de que era Peter, que me había mandado un mensaje. Dicho mensaje decía lo siguiente:

 

“Justin, me voy con Rick. ¿Podrás ir solo a casa o quieres que te acompañe?”

 

Sonreí. Era una sonrisa tan débil que, si alguien la hubiera visto, seguramente hubiera dicho que era un tic nervioso debido a la tristeza que tenía. ¿Mi hermano permitiéndome ir solo a casa? Debía estar drogado o algo. Supuse que estaba teniendo alucinaciones, pues como me sentía febril, llegué a pensar que estaba enfermo. Sin embargo, decidí contestarle:

 

“Síi, no te preocupes, estaré bien. Pásatelo bien :)”

 

Me pareció gracioso ese emoticono que había puesto. Seguramente, si hubiera tenido otro humor en ese momento, me habría reído. Qué hipócrita de mi parte… Qué fácil es, en un mensaje de texto, fingir que se está bien cuando no es así. Peter solía decir que el poder de la palabra era infinito y que si se usaba adecuadamente, podía representar cualquier cosa. Eso era mentira. Estoy seguro de que no había palabras para expresar cómo me sentía en ese momento.

 

La campana me sacó de nuevo de mis pensamientos, pero en cierto modo me alegró, porque me daba un rumbo: mi clase. Atravesé más y más pasillos llenos de personas que no me dirigían la mirada, ya porque no les interesaba, ya porque estaban atentos a otra cosa; y finalmente llegué a mi clase. Dentro, sólo estaban Jordan y su novia.

 

─Por favor─alcé la cabeza en su dirección─, hoy no. Hoy no podré soportarlo.

 

Ann se levantó, se dirigió hacia donde yo estaba y, sin mirarme a la cara, me agarró del brazo para empujarme hacia Jordan. Justo después, se colocó contra la puerta para que nadie pudiera abrir. Jordan me cogió del brazo en el impulso del empujón y me estampó contra la mesa.

 

Tenía miedo. Sólo era un niño, ¿por qué me hacía eso? ¿Qué le había hecho yo? ¿Por qué? Quería irme a casa, quería irme a casa y desaparecer. Quería dejar de tener miedo. Quería dejar de ser yo y ser alguien a quien no le hicieran daño. No quería estar tan solo. Me sentía muy solo. Dirigí mis ojos a él y su mirada me asustó mucho. Normalmente se ponía serio, pero esta vez sus ojos estaban muy abiertos y parecía enfadado, muy enfadado.

 

─Si te hubieras comportado como se esperaba de ti, ahora no tendría que hacerte esto, pedazo de mierda.

 

─No me insultes, por favor─dije con un hilo de voz mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos.

 

─¡Cállate! ¡Sólo eres un mimado de mierda!

 

Cada vez que me decía que me callara, mi cuerpo entero temblaba. Me daba mucho miedo, mucho, mucho. ¡Sólo era un niño, sólo era un niño! Si le había hecho algo, lo sentía mucho, pero no quería que me pegara, no quería que me gritara.

 

─¿Sabes lo que dicen de ti?─apretó los labios y acercó su cara a la mía. Su mirada no era como la de Axel, era aterradora─. Dicen que tus padres se largaron. Y no me extraña, teniendo una mierda de hijo como tú.

 

Lloraba sin parar, ya no sé si por lo que me había dicho, por el miedo que tenía o por que hablar de mis padres me ponía muy triste. Apreté el puño con rabia y él me agarró del cuello. Me estaba ahogando. Dolía mucho, en serio, muchísimo. Creía que me iba a matar y, por eso, me lamentaba de haber deseado la muerte antes. ¡Yo no quería morir! Sólo quería volver con Peter, con mi única familia, el único que jamás me había abandonado.

 

¿Existía Dios? No lo sabía, pero en ese momento le pedía a gritos que me salvara, que lo alejara de mí, que hiciera que no me mirara, que, por favor, lo hiciera desaparecer. Sin embargo, mis plegarias no fueron escuchadas. En un movimiento rápido y violento, me pegó un puñetazo en la mejilla derecha. Nunca me había pegado hasta ahora.

 

Eso me hizo llorar más y agitó mi respiración, pero todo esto, en lugar de hacerlo parar, hizo que me pegara otro puñetazo, ahora en la mejilla derecha. Mi vida pasó en ese día de asquerosa a abismo de desesperación. Quería que parara, necesitaba que parara, si no, sentía que iba a morir.

 

Ann, apoyada en la puerta con los brazos cruzados, no tenía expresión alguna en la cara. Tenía la mirada perdida, aunque su cabeza observaba en mi dirección. Jordan, totalmente fuera de control, siguió dándome puñetazos en la cara, alternando entre la mano izquierda y derecha, por lo que, gracias a Dios, dejó de hacerme presión en el cuello.

 

─Por favor...─tosí escupiendo algo de sangre─, Jordan. Por favor.

 

─¡Cierra la puta bocaaaaaaaaaa!─gritó aún más furioso, apretando los dientes y propinándome un puñetazo en el estómago.

 

Todavía guardaba la ligera esperanza de que Axel me salvaría. Qué tonto era. Axel no vino jamás. Y, finalmente, tras una buena somanta de puñetazos por todo el cuerpo, perdí el conocimiento. ¿Aunque, sabéis qué? Antes de hacerlo, sonreí, y no porque estuviera feliz, ni mucho menos, sino porque lo que querían arrebatarme era lo más preciado que tienen los humanos: la esperanza. Pero yo jamás me desprendería de ella. Nunca.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Abrí y, al girar la cabeza, vi una pared gris. Algo sorprendido, curvé la cabeza hacia abajo y vi que estaba tumbado en una cama totalmente blanca. Estaba en una habitación enana, cabía la cama a duras penas y nada más. A mi lado, en una puerta blanca ponía: Habitación 20161216. Pensé que era un nombre muy largo, pero no le di importancia. Supuse que estaba en el hospital debido a la tremenda paliza que me había dado Jordan.

 

Cuando pensé en él, sentí que mi cuerpo se entumecía y me pedía expulsar más lágrimas, pero me contuve. No sabía si la enfermera iba a venir o algo, así que abrí la puerta para buscar a alguien. Sé que suena irresponsable, pero el aire lúgubre del cuarto me estaba poniendo nervioso. Ya fuera, miré en las dos direcciones del pasillo: sólo oscuridad. Podía ver, curiosamente, lo que tenía alrededor, como si un foco lo iluminara, pero, más allá, nada.

 

La pared era blanca, como el suelo. Noté que se me hacía un nudo en la garganta. No sé por qué, pero necesitaba ver color, necesitaba ver que no todo era gris, necesitaba una vista alegre. Por eso, corrí sin pensármelo dos veces hacia adelante, en dirección a la oscuridad. Estaba asustado, claro, pero jo, quería ver a alguien.

 

Mientras corría miraba la pared, que se iba iluminando a mi paso, con la esperanza de ver el más mínimo rastro de color, pero no fue así. Al final, pude llegar al final del pasillo. Sin embargo, lo que encontré fue horrible, horroroso, grotesco…

 

Un ataúd totalmente negro estaba en el final del pasillo, pegado a la pared. Intenté acercarme, pero, al hacerlo, no sé cómo, aparecí sentado en una silla gris a cierta distancia de él. A mi alrededor, en sillas idénticas a las mía, había un montón de gente vestida de negro. Todos llevaban guantes y sombrero y, como lloraban, se tapaban la cara con la mano.

 

Ahora presté atención al frente y vi que Jared, vestido con un hábito negro de sacerdote, estaba en lo alto de un altar, junto al ataúd. A pesar de que todos lloraban, él sonreía, como si él hubiera causado esa desgracia y estuviera orgulloso. Sacó un libro de cubierta blanca del bolsillo y dijo con voz solemne:

 

─Hermanos y hermanas, hoy estamos aquí para darle el último adiós a este joven.

 

El chico que tenía al lado, que parecía el más afectado, se quitó el sombrero un momento para abanicarse con él, por lo que deduzco que tenía calor. Al hacerlo, pude ver su cabello y su cara. ¡Era Rick!

 

─Rick─susurré por lo bajo─, ¿qué está pasando aquí?

 

No respondió. Me miró con la boca temblorosa y se echó a llorar de nuevo, colocándose el sombrero.

 

─Es una tragedia lo de este chico. Pero, recuerden lo que digo siempre: “Si tienes que irte, hazlo con una sonrisa”─se rió Jared extendiendo los brazos a los lados, como un loco.

 

Dicho esto, rodeó el ataúd y alzó la pierna en su dirección. Parecía que le iba a dar una patada de un momento a otro. Entonces se giró y sus ojos se cruzaron con los míos. Al hacerlo, su sonrisa se ensanchó.

 

─¡Adiós para siempre, Peter Wright! ¡Jajajajajajajajajaja!─gritó agarrándose la barriga mientras le daba una fuerte patada al ataúd.

 

─¡¿Quéeeeeeee?! ¡Noooooooooooooooooo!─grité.

 

El ataúd fue en dirección a la pared, que, al acercarse éste, desapareció. Al otro lado, ahora, había un acantilado, por el que cayó el ataúd. Podía ver el cielo y el mar, ambos teñido con la oscuridad, con el color negro. Grité y corrí hacia él, pero, justo al pasar junto a Jared, éste me hizo la zancadilla y caí directo al acantilado junto con el ataúd. Aterrorizado, me abracé a la caja de pino y cerré los ojos con fuerza.

 

Al abrirlos estaba en un callejón urbano, de noche. Ni rastro del ataúd. Era un callejón sin salida, ya que una alambrada bloqueaba uno de los extremos. En el callejón no había más que un contenedor gris, que hacía juego con el negro que reinaba en toda la ciudad. De dicho contenedor salió un gato blanco cuyos ojos eran azules, un azul tan pálido que podía, fácilmente, confundirse con el blanco, pero que yo, tan desesperado por encontrar color, supe distinguir.

 

El gato me observó con arrogancia, con extrema frialdad, permaneciendo estático en lo alto del contenedor. Sus ojos reflejaban el alma más salvaje que podía existir, decían que no podía ser de nadie porque no querían serlo. Era un gato callejero, seguro.

 

De repente, el gato se giró hacia el otro extremo de la oscuridad, en el que yo sólo veía una nube de humo, y, trepando por la pared, desapareció. Enseguida supe por qué. Jordan y su novia, con el vestuario que había visto en el entierro, aparecieron a través del humo.

 

─Nadie te va a querer nunca─susurró Jordan con una sonrisa aterradora.

 

─¿Quién va a querer a una basura como tú?─le siguió la novia.

 

Quise hablar, pero no pude. Mis cuerdas vocales no respondían, y mi cuerpo permanecía estático.

 

─No vales nada.

 

─Nadie te quiere.

 

─Eres feo.

 

─Eres gordo.

 

─Eres maricón.

 

─Eres raro.

 

─Eres diferente.

 

¿De quiénes eran esas voces? No veía a nadie más, y aún así, ellos dos no movían los labios. ¿Quizá habían llamado a sus amigos para rodearme? No lo entendía. ¿Qué querían de mí? ¿Por qué se metían conmigo? Lo peor no era que me pegara, lo peor era que no supiera la razón, porque, sabía que era asqueroso, pero no sabía por qué.

 

─Por favor─pude al fin hablar─, aceptadme.

 

Jordan se echó a reír con los mismos ojos con los que me había mirado antes. Esta vez eran incluso más aterradores, pues ahora no reflejaban simplemente ira, sino sadismo. Riéndose a todo volumen y con los ojos muy abiertos, me agarró del cuello, me estampó contra la pared y comenzó a golpearme. La sangre emergió de mi boca como si quisiera escapar de mí, como si llevara mucho tiempo retenida y estuviera deseando salir de ese cuerpo imperfecto. La sangre, sin embargo, no era roja, era negra.

 

─¿Sabes… ¡Jajaja! Por qué… ¡Jajajaja! Hace esto la gente?─me preguntó entre risas mientras seguía dándome puñetazos.

 

─¿Por qué les doy asco?

 

─No. Los maltratadores hacen sentir mal a otros porque ellos mismos sufren, y por tanto, quieren hacer sufrir a los demás. ¿No es delicioso? Tú sufres, yo sufro; compartimos eso. De esta manera, yo me siento mejor.

 

─¿Delicioso?─tosí un poco de sangre, que dejó un charco en el suelo─. Mientes. Tú no te sientes mejor al hacerlo.

 

─¿Ah, no?─alzó una ceja cesando de pegarme.

 

─No─le miré con expresión severa llevándome la mano a la boca para comprobar si me había partido el labio─. Es más, pegarme te hacerte sentir peor. Lo haces, no para sentirte mejor, porque en realidad te hace más desgraciado, sino para que otros se sientan igual que tú y no te sientas solo.

 

─Yo no me siento solo. Tengo novia─frunció el ceño.

 

─¿Dónde está?─sonreí.

 

Se giró descolocado y se dio cuenta de que Ann ya no estaba. Sorprendido, se colocó el puño en la boca como señal de miedo y se quedó con la mirada perdida. Ahora se daba cuenta de muchas cosas.

 

─Al igual que las personas que buscan venganza, lo hacéis para sentiros mejor, pero, en realidad, es una maldición, pues os hace sentiros miserables, malvados, unos cobardes. Lo que sois.

 

─Cállate─se llevó la mano al pecho, como si mis palabras fueran una navaja que le hubiera atravesado el corazón.

 

─No me voy a callar. ¿Quieres hacerme sentir inferior? ¿Quieres que me sienta como una mierda? Adelante, no me importa. Pero tú, que eres las verdadera mierda, deberías saber que jamás me quitarás aquello que tú perdiste hace mucho y que tanto deseas arrebatarme: las ganas de vivir.

 

Alzó la cabeza al cielo y reclinó su espalda; entonces extendió los brazos y, con expresión de locura absoluta, se echó a reír con una voz extremadamente aguda, tan aguda que se te metía en el sentido. Ahora lo veía claro: el payaso de mi sueño anterior no era otro que Jordan. No lo había reconocido ahora porque no llevaba maquillaje y su traje era totalmente negro.

 

La intensidad de su voz era tan alta que su cuerpo explotó y dejó, en su lugar, un montón de caramelos, cada uno de un color. Al hacerlo, la ciudad, totalmente negra y decadente, se llenó de color con el amanecer. La calle en la que estaba era azul, el contenedor era amarillo y los edificios eran verdes, rosas… El color había vuelto a mí.

 

Me acerqué al charco de sangre, que se había vuelto rojo con la luz del día, y vi que mi cara estaba totalmente destrozada. Repentinamente, me sentí desfallecer y me caí sobre él.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Como de un chispazo, abrís los ojos y comencé a respirar entrecortadamente. De nuevo estaba en una cama, pero esta vez era la de la enfermería del colegio. Todo había sido un sueño. Suspiré. Al menos en la enfermería sí que había color. Llamé a la enfermera, pero no obtuve respuesta, como en mi sueño, por lo que empecé a sentirme angustiado. La volví a llamar, esta vez más fuerte, y siguió sin responder. No sé por qué, me costaba respirar. Me sentía asustado, mareado y sin respiración.

 

Pegué un salto de la cama y corrí la cortina para ver si había alguien en la sala. No era así. Llorando de nuevo, corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta y la golpeé. Después, abrí de un portazo y salí al pasillo histérico. Correr me hacía más difícil respirar, pero tenía que encontrar a alguien, tenía que ver a alguien rápido. Si no, me quedaría solo para siempre, estaba seguro.

 

Los pasillos estaban vacíos, seguramente porque ya habrían terminado las clases y todo el mundo estaría en su respectivo club. Se me ocurrió ir al club de poesía a por Peter, pero recordé que se había ido con Rick. Estaba solo, totalmente solo. Nadie me hablaría, nadie me tocaría, nadie me abrazaría, ¡nadie me querría!

 

Me tiré al suelo hecho un ovillo en mitad del pasillo y me puse a llorar, simplemente porque sí. La angustia no hacía más que aumentar. Sin embargo, yo la ignoraba. Entonces oí pasos. Alguien se acercaba. Tembloroso y aún llorando, cerré los ojos para para dormirme.

 

Jo, ya sé que acababa de hacerlo, no obstante, no iba a soportar que alguien me viera así, y la única manera que se ocurría de huir era esa. En los sueños me siento más seguro. Es cierto que muchas veces pasan cosas malas, pero en el mundo de los sueños no hay repercusiones. Esas cosas malas no dejan huella. Aquí, si te pasa algo malo, te marca para siempre.

 

Ojalá viviera en un sueño permanente, así no tendría que preocuparme de vivir y podría preocuparme únicamente de lo más importante, ser feliz. ¿Nunca lo habéis pensado? Yo sí, montones de veces, de hecho.

 

Los pasos se acercaba. Sin embargo, yo, obviamente, no me iba a dormir tan rápido. Le pedía al cielo que quienquiera que fuese pasase de largo y me ignorase, pero no fue así.

 

─Una vez escuché una canción que decía: “Un buen día no tiene que ser un viernes, no tiene que ser tu cumpleaños. El día siguiente, entonces, no sobrevivirás. Un buen día es todo aquel en el que estés vivo”─dijo.

 

Abrí los ojos ligeramente y vi que se trataba de Jared, que traía flores en la mano. Estaba con una mueca de compasión. ¿Podía ser que fuera por mí? No estaba seguro. Estiró su mano y me la ofreció sonriendo. Esta vez, con una sonrisa sincera.

 

─Nunca he oído hablar de esa canción. No parece de las que te gustan. Tú eras más de “Metallica” y “Megadeth”, ¿no?

 

─La verdad es que la oí una vez en un bar. Era muy cursi─se rió─. Se llamaba “Good day”.

 

─Seguro que la ha escrito alguien que no tiene mi vida.

 

─Pequeño, no sufras, ¿vale? Mira, ya le he dado una paliza a Jordan. Créeme, su cara está mucho peor que la tuya─frunció el ceño algo incómodo.

 

─¿Mi cara? ¡¿Qué le pasa a mi cara?!

 

─No te preocupes, la enfermera dijo que se te curaría pronto.

 

─Jared, dime por qué. ¿Por qué tengo que sufrir todo esto? ¿Qué le he hecho yo a Jordan?

 

─Es un capullo. No hay más.

 

─Vale, y ahora dime qué es lo que te hice a ti.

 

─¿Cómo?─preguntó algo sorprendido, retirando la mano, ya que no se la cogía.

 

─Amenazaste a mi hermano y has intentado violarme.

 

─Yo también soy un capullo, Justin─se rió.

 

─Jared─alcé mi mano en su dirección─, quiero que me lo hagas. Ahora.

 

─¿Hacértelo?─preguntó confuso─. ¿Hacerte qué?

 

─Ya sabes─sonreí─. Vamos a mi casa. Hoy estoy solo.

 

Así es, necesitaba sentir a alguien, necesitaba sentir otro cuerpo que me quisiera, que me diera calor, necesitaba sentir que había alguien a mi lado, aunque su amor fuera falso, aunque en realidad le repugnara. Sólo quería no estar solo.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

Ya nada importaba, nada. Jamás iba a conseguir lo que quería, el amor, así que al menos disfrutaría del sexo para no sentirme solo. Jo, tenía tanto miedo a la soledad… Peter ahora tenía a alguien, de modo que podía abandonarme en cualquier momento para irse a vivir con Rick. De hecho, ya me había abandonado al irse a su casa. Estaba condenado a la soledad, a ese frío que se instala en tu corazón cuando no tienes a nada.

 

Anhelaba ese calor, el calor de otro cuerpo, de otra persona, un calor que llenara el vacío en mi corazón. Si Jared, con su pene, era capaz de llenar mi agujero del culo, ¿por qué no iba a llenar también el de mi corazón? Dicen que es triste estar sólo, pero lo verdaderamente triste es estar solo y desear no estarlo. Las personas somos idiotas, porque nos necesitamos los unos a los otros para ser felices. La felicidad debería conseguirse por uno mismo, no a través de los demás. Si consigues tu felicidad a través de otros, no eres merecedor de esa felicidad. Por tanto, los humanos no tenemos derecho a la felicidad.

 

Metí la llave en la cerradura y la giré abriendo la puerta, pero también cerrando mi corazón. Jared no dijo una sola palabra, sólo me siguió. Mientras caminábamos por el salón, pude observar melancólicamente todos los objetos de mi vida cotidiana a los que jamás les había dado la más mínima importancia y que, no sé por qué, ahora parecían indispensables: mi tele, con la que tantos buenos ratos había pasado; mi sofá, en el que tan buenas siestas me había echado; la mesa de la cocina, en la que desayunaba con mi hermano; la estantería donde guardábamos las películas, donde estaban mis preferidas…

 

Estaba triste. Sentía como que no volvería a ver eso de la misma manera nunca más, sentía que, al hacerlo una vez más con Jared, mi mundo iba a cambiar de manera radical para siempre. Aunque, en parte deseaba cambiar, deseaba dejar de ser tan débil.

 

Abrí la puerta de mi cuarto y le hice un gesto con la mano para que pasara. Él, con las manos en los bolsillos, así lo hizo, y yo, tras entrar con él, cerré la puerta. Jared se sentó en la cama dejándose caer con los brazos estirados hacia atrás para después alzar la mano y flexionar su dedo índice hacia mí una y otra vez, indicándome que fuera hacia él. Durante uno segundos me quedé inmóvil, sin pensar en nada, asustado de lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, ya no había marcha atrás.

 

Caminé lentamente hacia él y me arrodillé, provocando una sonrisa arrogante en su cara. Llevé la mano a su bragueta y se la abrí, dejando escapar ese monstruoso bicho. Ya estaba erecto, preparado para arrancarle la inocencia a un pobre niño. Entonces, me agarró de las mejillas y me alzó la cara para agacharse y besarme. Como siempre, el primer contacto que tuve no fue con sus labios, sino con su lengua, que me envolvía en una vorágine de perversión y deseo. Cerré los ojos y me dejé llevar. Él tomó toda la iniciativa en ese beso, dirigiendo su lengua de tal manera que marcaba a la mía las pautas que debía de seguir. A tanto llegaba su control sobre mí.

 

Cuando se cansó de sólo besarme, me soltó y se agarró el miembro sacudiéndolo en mi dirección para mostrarme lo duro que estaba. Sin más dilación, me la metí entera en la boca, lo que provocó que arqueara su espalda y alzara la cabeza mientras soltaba un fuerte resoplido.

 

─Joder, cabrón, qué bien te he enseñado.

 

En lugar de responder, saqué la lengua y comencé a jugar con su pene dando vueltas alrededor de su tronco con ella. Eso solía volverle loco. Se puso a gemir como fuertemente, extasiado por el placer que le estaba proporcionando. Yo, satisfecho, comencé a meterla y a sacarla de mi boca sin dejar de dar vueltas con la lengua. La fricción de mis labios, aumentada por el tacto de mi lengua y mi saliva, le estaba encantando.

 

Según leí una vez en Internet, a los chicos les gusta que, mientras se la estás chupando, les mires a los ojos, así que alcé la vista hacia Jared. Me preguntaba qué cara debía tener en ese momento. ¿Estaría destrozada? En tal caso, ¿le parecería asqueroso? No sé qué expresión puse en ese momento, porque aquel día mi cuerpo exteriorizaba lo que le daba la gana. Sin embargo, a Jared pareció gustarle lo que quiera que viese, pues me guiñó un ojo en señal de complicidad.

 

Sus ojos no eran como los de Axel. En los ojos de Jared no había más que lujuria, depravación, deseo, pero ningún sentimiento más allá de eso. Era como una bestia al devorar a su presa, sólo podía pensar en eso, en cazarme, aun cuando ya lo había conseguido.

 

Hubo una cosa que me llamó la atención: cuando su pene salía de mi boca, mi saliva permanecía en éste, como si una parte de mí quisiera quedarse en él, como si no quisiera dejarle ir jamás. Mi saliva había decidido no estar sola, y se había agarrado a Jared para quedarse con él. Por más que chupara, siempre quedaban restos de saliva, incluso había alguna vez que, dudosa, hacía un reguero desde mi boca a su miembro.

 

Ojalá yo también fuera como mi saliva y pudiera quedarme con alguien para siempre, pero sólo era un crío estúpido al que nadie quería. Estaba condenado a estar solo, a morir solo, pero no quería aceptarlo, ¡no iba a aceptarlo! Rápidamente, me saqué su pene de la boca, salté sobre Jared y le quité la camiseta de cuajo. Algo sorprendido, me agarró las piernas y las colocó de tal manera que estuvieran detrás de su culo, para así estar en una posición más cómoda, y después, me agarró de los dos cachetes del culo con fuerza.

 

Me sentía desesperado, de modo que le quité la camiseta de un movimiento rápido y junté sus labios con los míos. Él, como respuesta, me metió la lengua hasta la campanilla. Mientras nos besábamos, metió la mano por dentro de mi pantalón y me acarició el culo con delicadeza hasta llegar al agujero. Solté un pequeño gemido en su boca y esto le puso más cachondo. Entonces metió su dedo índice en su interior girándolo delicadamente. Mi cuerpo comenzó a temblar y él, al darse cuenta, se separó de mí y me acarició la mejilla en horizontal con dulzura. Antes hubiera tomado eso como una muestra de cariño, pero ya me había dado cuenta de lo cruel que era el mundo, así que lo ignoré.

 

Introdujo el dedo un poco más hondo haciendo más presión y un leve jadeo salió de mi boca, lo que provocó que me agarrara de la barbilla y fuera él de nuevo quien inició otro beso. Estiré los brazos y rodeé su cuello con ellos. Sabía que esas cosas no le iban mucho, sin embargo, me apetecía fingir que estábamos enamorados, me apetecía perderme en mi fantasía para olvidar la realidad. Me lo tomaba como un sueño más.

 

Jared me quitó la camisa y la lanzó al suelo junto a la suya. Entonces pegué mi pecho al suyo, piel con piel. Necesitaba sentirlo, notar que estaba ahí, que no estaba solo, que había alguien a mi lado. Acto seguido, él me agarró de los brazos y me los separó para quitarlos de su cuello. Luego, los colocó sobre su pene y se retrepó colocando su mano en mi nunca para dirigir mi cabeza hacia su pecho.

 

Sabía bien lo que quería. Comencé a lamerle el pecho mientras le masturbaba con las dos manos. Frotaba su pene mientras acariciaba su glande con mis dos dedos pulgares, ya que esto le encantaba, y, a la vez, pasaba la lengua por sus pectores, deleitándome en su piel, luego por los abdominales, bastante marcados, por cierto, y por último, la parte más placentera, los pezones. Primero les pegué un pequeño mordisquito tímido, jugando, y después pasé mi lengua por ellos en círculos. Se pusieron duros al instante. La verdad es que me gustaba hacer eso, me gustaba deleitarme con su cuerpo.

 

Jared, cuya excitación aumentaba por momentos, introdujo un segundo dedo en mi interior. A consecuencia de esto, no pude evitar gemir y soltar mi aliento sobre el pezón de Jared, haciendo que éste se pusiera más duro.

 

─Jared─susurré alzándome para quedar cara a cara con él─, quiero montarte.

 

─Vaya, veo que estás juguetón. Adelante, mi polla es toda tuya.

 

Sacó los dedos de mi culo y me quitó los pantalones. Sin embargo, yo no le quité los suyos. Estaba tan deseoso de que me la metiera que dejé que su pene estuviera fuera por medio de la bragueta. Lo cogí y lo dirigí hacia mi agujero; entonces, lentamente, me senté sobre él. Creo que pude sentir todos y cada uno de los centímetros de su miembro mientras me lo metía.

 

Cerré los ojos con fuerza debido al dolor y giré la cabeza hacia el techo apretando los dientes. Sin embargo, no iba a dejar que el dolor inicial me detuviera. En cuanto vi que podía soportarlo, empecé a subir y bajar cabalgándole. Jared se limitó a observarme con atención con los ojos entrecerrados, como disfrutando de la escena. Y no era para menos, pues tenía un delicioso cervatillo empeñado en darle placer.

 

Mi esfínter se abría para poder recibir en su interior esa monstruosidad, aunque, claro, debido a que lo tenía bastante acostumbrado a recibir visitas, no le costó mucho. El que Jared estuviera dentro de mí, aunque suene absurdo, me hacía sentirme querido. Sí, soy consciente de que sólo me quería por mi cuerpo, pero esa clase de conexión, al menos, evitaba que estuviera completamente solo.

 

Ser un juguete sexual no estaba tan mal. Es cierto que tendría que soportar el dolor de sentirme utilizado y que no sería amado jamás por lo que soy, pero al menos alguien estaría a mi lado. Me había vuelto realista. El amor, un sentimiento puro y desinteresado, era algo inconcebible. Estaba equivocado al decir que el amor entre dos hombres no existe. No era que no se diera entre dos hombres, era que no existía. Disney mentía.

 

Tantos años viendo películas que me prometían un mundo mejor, un mundo ideal en el que todo es felicidad me habían pasado factura. No obstante, ya no creía en eso. En lo único en lo que podía creer ahora era en que el pene de Jared me estaba destrozando por dentro, que rozaba las paredes de mi esfínter y dejaba dentro su esencia, que me estaba haciendo suyo.

 

El amor no existe, y si existiera, dudo que fuera para los tipos como yo, los que no somos nada, los que no servimos para nada, los que no somos nadie.

 

Jared, harto de que yo marcara el ritmo de la penetración, me agarró de la cadera y se puso a penetrarme por sí mismo. Sentí cómo mi cuerpo se partía, cómo su pene se abría paso en mi interior, cómo no le importaba lo más mínimo hacerme daño. Sin embargo, yo era asqueroso, porque pensar en eso me estaba poniendo cachondo.

 

Gemía sin parar, de manera incontrolable, y todo porque él me estaba haciendo eso. Un violador, un maltratador, un ser despreciable… ¿Qué diferencia había entre él y Jordan? Ninguna. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué estaba abierto de piernas ante él? Porque ya no me importaba nada. Yo sólo quería que alguien estuviera conmigo. No importaba quién fuera.

 

Apretó los dientes y alzó la cabeza para moverse a más velocidad, lo que provocó que sus huevos, chocando con mi culo, hicieran un gran estruendo. Me estaba embistiendo con todas sus fuerzas, sin importarle lo más mínimo lo que yo opinara. Agarré la sábana con fuerza manteniendo las manos a los lados y simplemente grité:

 

─¡Aaaah…! ¡Jared! ¡Más! ¡¡Más!!

 

─¿Quieres que te folle más duro?

 

─¡Sí, por favor! ¡Destrózame por dentro, hazme totalmente tuyo!─grité cerrando los ojos con fuerza.

 

─Entonces di: “Jared, te lo suplico, fóllame como la puta que soy”─dijo con una sonrisa de superioridad.

 

Dudé una milésima de segundo, pero, como ya he dicho antes, nada importaba.

 

─A-aah… Jared, te lo suplico, ah... fóllame como la puta que soy. A-aaaah…

 

Me dijo que colocara los brazos atrás y que me alzara. Así lo hice y él hizo lo mismo, penetrándome en el aire tan rápido que no pudiera caerme. Yo gritaba con todas mis fuerzas por el tremendo placer que me estaba dando. Y él, después de anunciar que se iba a correr, puso un dedo en mi glande, y eyaculé en mi pecho. Justo después, debido a que mi culo se había estrechado, Jared lo hizo en mi interior.

 

Entonces, sacó su pene de mi interior y se tumbó sobre mí envolviendo mi lengua con la suya violentamente. Ya está, ya lo había hecho, ya había vendido mi alma al diablo por completo.

 

─────────────────────────────────────────────────────────

 

─¿Qué coño me estás contando?─se rió.

 

─¡En serio! En el callejón, el payaso me pegó una paliza y después se rió como un lunático─insistí con el ceño fruncido para que me creyera.

 

─Ya, y luego vino Batman y te salvó, ¿no? Vaya sueñecitos que tienes─volvió a reírse.

 

─¡No te rías!─inflé los mofletes.

 

Estábamos los dos desnudos en la cama, cada uno en su lado mirando al techo, como si el más mínimo contacto, ahora, fuera a provocar una catástrofe mundial. La verdad es que me apetecía estar solo, pero no me atrevía a decirle que se fuera. Hay gente muy maleducada que no se da cuenta cuando sobra.

 

Me estiré en la cama y bostecé enérgicamente, para ver si pillaba la indirecta. No lo hizo. Sin embargo, eso ya no importaba, porque la puerta de mi cuarto se abrió─tonto de mí, no había echado el pestillo─y al otro lado, con el ceño fruncido y una mirada que parecía mezcla de desconcierto, ira y miedo apareció una figura familiar.

 

─¡¿Se puede saber qué coño está pasando aquí?!

 

Yo sólo quería dejar de estar solo.

 

CONTINUARÁ…

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